domingo, 24 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual


La Guerra del Peloponeso, que se desarrolla, grosso modo, durante el último tercio del siglo v, fue un fenómeno en el que se vio implicado, de forma directa o indirecta, todo el mundo griego así como muchas de las culturas que en los siglos previos habían entrado en contacto con el mismo. Se trató de un enfrentamiento a gran escala entre los dos grandes bloques en los que se habían ido agrupando los griegos durante los cincuenta años previos; por un lado, el dirigido por Atenas, en teoría una alianza de ciudades libres (conocida como la Liga de Delos) pero, en la práctica, el imperio político de la ciudad. Por el otro, una alianza, organizada en torno a Esparta, a la que se suele conocer como Liga del Peloponeso pero que, a diferencia de la ateniense, contaba mucho más con la opinión de sus miembros.
Es difícil pronunciarse acerca de las causas de dicha guerra y ni tan siquiera Tucí- dides, el historiador que, a veces como fuente única, nos informa sobre buena parte del desarrollo de la misma, ofrece siempre respuestas satisfactorias. De cualquier modo, hay que considerar que este autor, a pesar de sus proclamas iniciales (Th., 1.1.1) analiza el conflicto ya con una perspectiva de hecho finalizado, lo que le permite hacer una valoración de conjunto y convertirlo en un ciclo histórico en sentido propio. No obstante, ninguno de quienes participaron en las decisiones que condujeron a la guerra podían suponer que el conflicto acabaría durando cerca de treinta años, si bien no con hostilidades permanentes durante los mismos. Ello hace que nuestra búsqueda de las causas de la Guerra no tenga por qué tener en cuenta otros motivos que se irían añadiendo durante su desarrollo.
Hay una serie de hechos que parecen fuera de duda; por una parte, la política expansionista protagonizada por Pericles en Atenas, que trataba de hacerse con nuevos territorios de influencia para su ciudad; la expedición a Egipto (459-454), de dudosos resultados, su intervención en los asuntos itálicos con la fundación de Turios (444) o en Sicilia, con pactos y alianzas con ciudades tales como Segesta (458-457 o 454-453) o Leontinos (años cuarenta del siglo V), su expedición al Mar Negro (437), por no mencionar la sujeción cada vez mayor de sus aliados-súbditos, que no deja lugar a dudas acerca de la orientación que estaba tomando Atenas. Por otro lado, la política de Esparta no parece haber sido imperialista en exceso, pero no puede decirse lo mismo de alguno de sus aliados; así Corinto, principal rival de Atenas y en cierto modo acosada por ella, reaccionaba haciendo uso de la fuerza o, al menos, amenazando con ello cuando no empujaba a aliados más débiles, como Megara, vecina de ambas, para tratar de debilitarla. No queda del todo clara la actitud de Esparta, no tan interesada en conflictos demasiado alejados de sus fronteras y, en todo caso, nada proclive a enfrentamientos prolongados en el tiempo y nada resolutivos. Sin embargo, los vínculos de alianza con Corinto y con otros aliados, podían forzarla a intervenir en caso de que alguno de ellos fuese atacado.
En los años previos al inicio de la guerra (431) la situación se había ido complicando porque Atenas y Corinto habían tenido algún enfrentamiento violento a cuenta del apoyo ateniense a Corcira, antigua colonia corintia enfrentada a su metrópoli por problemas en una colonia común de ambas (Epidamno) y también a causa de la rebelión de Potidea, colonia corintia pero englobada en la Liga de Delos. A todo ello se unen problemas con Megara que habría intentado crear inestabilidad en Atenas acogiendo a esclavos fugitivos. El victimismo corintio ante el fracaso de sus intentos por superar a Atenas, unido a las propias indecisiones en el interior de la potencia espartana, llevaría a la Liga del Peloponeso a votar a favor de la guerra contra Atenas.
La Guerra del Peloponeso suele dividirse en varias fases, cada una de ellas con una personalidad propia.
El primer período es la llamada Guerra Arquidámica; en ella, Esparta y sus aliados aprovecharán su clara superioridad terrestre, mientras que Atenas explotará su supremacía naval. Como se vio en el capítulo correspondiente, la fortificación de Atenas, junto con los Muros Largos y el Muro del Pireo hacían a Atenas casi inexpugnable por tierra, mientras que la flota garantizaba, en caso de necesidad, el suministro de la población y la movilidad de las tropas. Arquidamo, el rey espartano, decide invadir el territorio ateniense, mientras que la población se refugia tras las murallas. A pesar de la seguridad de los atenienses, el abandono de su territorio al enemigo, sin lucha, provocará motines y revueltas en la ciudad, que llevarán a la destitución de Pericles, que no obstante volverá a ser repuesto. Sin embargo, la peste que se declaró en Atenas en 430 diezmó a buena parte de la población hacinada en la ciudad, acabando con la vida del propio Pericles. La amenaza de contagio y otras consideraciones que irían introduciéndose con el tiempo (por ejemplo, el asunto de Esfactería sobre el que volveremos), obligó a los espartanos a renunciar a su política de invasiones anuales.

El dominio del mar le permite a Atenas hacerse presente en buena parte del escenario de la guerra, prestando especial interés al golfo de Corinto, a fin de tratar de impedir las actividades marítimas y comerciales de su enemiga aunque sin perder de vista el Egeo, reprimiendo con gran dureza a aquellas ciudades aliadas que intentasen abandonar la Liga como le ocurrió a Mitilene. Al tiempo, Atenas percibe que la isla de Sicilia, de gran riqueza, puede serles de gran ayuda a los peloponesios, por lo que en 427 envían una primera expedición con el pretexto de apoyar a algunas ciudades, como Leontinos, con las que habían suscrito tratados pero, sobre todo, para evitar que Siracusa pueda enviar recursos y tropas en apoyo de su metrópoli Corinto. Allí permanecerán, con refuerzos sucesivos, hasta el año 424 en que sus propios aliados invitarán a los atenienses a abandonar la isla. En el año 425, la flota que se dirige a Sicilia establece un fuerte en la bahía de Pilo; la presencia ateniense en un punto tan sensible comoMesenia provoca inquietud en Esparta, que teme que los mesenios se subleven apoyados por Atenas. La fuerza enviada para desalojar a los atenienses acaba siendo bloqueada en la isla de Esfactería y terminan siendo capturados. Eso provocará una tremenda conmoción en Esparta, en parte compensada por la captura, en el año 424, de la estratégica ciudad de Anfípolis, en el Egeo norte, que controlaba el paso de las naves cargadas de trigo procedentes del Ponto y destinadas a Atenas.

La situación de tablas a que se está llegando, con clara desventaja para Esparta, y la muerte, tanto en Anfípolis como en Atenas, de aquellos personajes más favorables a la guerra (Brásidas y Cleón, respectivamente), hace que poco a poco vayan ganando terreno los partidarios de la paz, entre ellos Nicias en Atenas. De tal modo, en el año 421 se firma la paz que lleva su nombre que, aunque no acaba por restaurar el statu quo previo a la guerra, supone una victoria de hecho para Atenas. Esparta, por su parte, antepone sus intereses a los de sus aliados, en especial Corinto, la más perjudicada por el cese de hostilidades, puesto que ninguno de sus objetivos se habían visto satisfechos y había sufrido graves perjuicios durante la guerra.
La paz de Nicias se estableció para cincuenta años, aunque en la práctica no duraría ni siete. Las tensiones y los recelos entre enemigos, pero también entre aliados, florecen por doquier. Atenas no duda en inmiscuirse en la política peloponesia, aprovechándose de la posición de Argos, que hasta entonces había sido neutral, como medio para soliviantar a Esparta y, en todo el proceso, empieza a adquirir relevancia Alcibíades, joven de buena familia, y que se había criado en la casa de Pericles, pariente suyo. A pesar de las reticencias de argivos y espartanos por enfrentarse, el combate tendrá lugar en la llanura de Mantinea en 418 y la derrota de Argos le permitirá a Esparta recuperar su maltrecho prestigio, mientras que Atenas habrá de replantearse su política exterior.
Dentro de la propia Atenas se habían delineado con claridad las posturas de Nicias, artífice de la paz y partidario de su mantenimiento, y Alcibíades, que ya había mostrado sus deseos de reanudar la guerra con Esparta. En torno a ellos, otros personajes con oscuros intereses evolucionan en un terreno político cada vez más plagado de intrigas en el que las facciones de cada uno de los rivales mueven a la manipulable ciudadanía en la asamblea. Alejados de la escena política alguno de estos sujetos, como Hipérbolo, quedarán frente a frente Nicias y Alcibíades, cuyas posturas eran antagónicas pero contaban con amplios apoyos, lo que les obligaba, a veces, a secundar las propuestas del contrario. Eso pudo verse en 416 cuando Atenas decide anexionarse la isla de Melos, dentro de esta escalada antiespartana tan querida por Alcibíades, pero a la que Nicias no pudo (o no le interesó) oponerse.
En el año 415 Alcibíades presenta su nuevo y ambicioso plan: invadir Sicilia. Ya años atrás Atenas había enviado una expedición, despedida de la isla en 424, pero los problemas que enfrentaban a las ciudades de la isla seguían vivos. Aprovechando de nuevo la petición de ayuda de sus aliados, Alcibíades plantea una expedición aún mayor para apoyarlos pero, en último término, para intentar la conquista de la isla. Como en el caso de Melos, Nicias po puede oponerse de forma frontal pero sí lo hace de modo indirecto aunque la asamblea ateniense malinterpreta el discurso de Nicias, quizá instigada por los partidarios de Alcibíades, por lo que no sólo se aprueba la propuesta sino que se nombra jefes de la expedición a ambos, junto con un tercer general, Lámaco. Una gran flota y un numeroso ejército parten para Sicilia en el verano de 415, mientras que en Atenas los enemigos de Alcibíades van a conseguir, en el transcurso de pocas semanas, que la asamblea le destituya y le ordene regresar a Atenas para someterse a juicio. La profanación de unos monumentos religiosos, los Hermes, que se hallaban por doquier en toda la ciudad va a ser el motivo, al que se añadirá otra serie de acusaciones de comportamiento inmoral.
Alcibíades, una vez abandonada la dirección del ejército expedicionario ateniense, no regresa a Atenas, sino que se refugia en Esparta, donde dará puntual cuenta a los espartanos de todos los planes atenienses, presentes y futuros, así como de los puntos débiles de la política de su ciudad natal. La campaña de Sicilia conoce un primer momento de éxito ateniense, que dirige sus armas sobre todo contra Siracusa; sin embargo, Esparta reacciona y, a petición de Corinto, decide intervenir en Sicilia. La acción del general espartano Gilipo acaba por inmovilizar al ejército ateniense ante Siracusa y ni tan siquiera la llegada de refuerzos desde Atenas resolverá la situación. Atenas perderá su flota y, en su abandono del sitio y en su huida se producirá el desastre. El ejército ateniense será derrotado y miles de prisioneros, entre ellos el propio Nicias, que será ejecutado, marcan el fracaso de la expedición (413).
En Grecia, la guerra toma también un nuevo rumbo; por indicación de Alcibíades, los espartanos fortifican Decelía, un punto clave del territorio ateniense, que se convertirá durante el resto de la guerra en una amenaza permanente a la seguridad de Atenas, puesto que desde tal localidad se controlaban las comunicaciones con Beocia y con Oropo y la presencia allí de fuerzas hostiles creaban inseguridad en los campos atenienses, impidiendo su cultivo. A este grave inconveniente se le unió la noticia del desastre siciliano, lo cual provocará también que la estabilidad política ateniense empiece a tambalearse. Por si fuera poco, Esparta se alía con los persas, lo que permitirá que su oro fluya en abundancia para sufragar los gastos de la guerra, en especial, el mantenimiento de una flota cada vez más poderosa y que, al rivalizar con la ateniense, hará decantarse la guerra al final hacia el bando peloponesio.
El descontento de la población ateniense con la marcha de la guerra, la ausencia de la flota y de sus tripulantes, partidarios clarísimos de la democracia y las ansias oligárquicas por reconducir la situación hacen que en 411 se produzca un golpe de Estado que sitúa al frente de Atenas a los Cuatrocientos, miembros de los grupos más ricos y reaccionarios de la ciudad. El fracaso de su gestión y, sobre todo, el rechazo de la flota destacada en Samos, impedirán que se mantengan largo tiempo dando paso al régimen de los Cinco Mil, también efímero, que reconocería plenos derechos políticos a quienes pudiesen costearse el equipo hoplítico, lo que excluiría también a la mayor parte de los tripulantes de la flota. En el terreno militar, la situación es bastante confusa; ni la flota espartana saca provecho de su fuerza ni los atenienses consiguen éxitos fulgurantes, hasta que en 410 derrotan en una acción combinada terrestre y naval a los espartanos en Cícico. Este éxito acaba con el régimen de los Cinco Mil, se vuelve a la democracia plena y Alcibíades es rehabilitado. No obstante, la situación en las aguas jonias es cada vez más complicada para Atenas, que ya ha perdido a la mayoría de sus aliados en esa zona.
La irrupción de Lisandro (407) como navarco espartano provocará la derrota de Alcibíades en Notio y de nuevo su destitución. Atenas está ya exhausta, mientras que el dine ro persa permite que los peloponesios se recuperen de sus pérdidas. Una tras otra van cayendo las plazas atenienses y Lisandro permite que los derrotados regresen a una Atenas cada vez más saturada, empobrecida e inestable. En la primavera de 404, la última flota ateniense es derrotada en Egospótamos y Atenas se ve obligada a rendirse, a destruir los Muros Largos, a entregar lo que le quedaba de la flota, menos doce barcos y a admitir a los exiliados, esto es, a los oligarcas. Además, Atenas debía aceptar la hegemonía espartana, lo que implicaba privarla de una política exterior propia y autónoma. Con el apoyo de Esparta, los oligarcas dan un nuevo golpe de Estado que abole la democracia, instaurándose un efímero sistema conocido como el de los Treinta Tiranos, que limita la ciudadanía a una porción muy pequeña de la población, y que instaura un régimen de terror para poder mantenerse en el poder. Su actitud provocó una guerra civil que ponía en serio riesgo la viabilidad de Atenas; Esparta tuvo que modificar su actitud y permitir que, en 403, se restaurase el sistema democrático, aunque garantizó una amplia amnistía de la que sólo quedaron excluidos los propios Treinta y algunos de sus colaboradores más directos.
Tras cerca de veintisiete años de guerra, Atenas había pasado de ser una de las póleis más poderosas de Grecia a ser humillada y derrotada; no obstante, conservaba su sistema político, a pesar de las duras pruebas sufridas. Por su lado, Esparta, que había iniciado la guerra a desgana y cuya fuerza radicaba en su ejército hoplítico, se había convertido en una potencia naval, ansiosa por ejercer su recién estrenada hegemonía. La guerra lo había trastocado todo y, como suele ocurrir, ninguno de los que la iniciaron pudo prever las consecuencias de la misma.

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