La Guerra del Peloponeso, que se
desarrolla, grosso modo, durante el
último tercio del siglo v, fue un fenómeno en el que se vio implicado, de forma
directa o indirecta, todo el mundo griego así como muchas de las culturas que
en los siglos previos habían entrado en contacto con el mismo. Se trató de un
enfrentamiento a gran escala entre los dos grandes bloques en los que se habían
ido agrupando los griegos durante los cincuenta años previos; por un lado, el
dirigido por Atenas, en teoría una alianza de ciudades libres (conocida como la
Liga de Delos) pero, en la práctica, el imperio político de la ciudad. Por el
otro, una alianza, organizada en torno a Esparta, a la que se suele conocer
como Liga del Peloponeso pero que, a diferencia de la ateniense, contaba mucho
más con la opinión de sus miembros.
Es difícil pronunciarse acerca de
las causas de dicha guerra y ni tan siquiera Tucí- dides, el historiador que, a
veces como fuente única, nos informa sobre buena parte del desarrollo de la
misma, ofrece siempre respuestas satisfactorias. De cualquier modo, hay que
considerar que este autor, a pesar de sus proclamas iniciales (Th., 1.1.1)
analiza el conflicto ya con una perspectiva de hecho finalizado, lo que le
permite hacer una valoración de conjunto y convertirlo en un ciclo histórico en
sentido propio. No obstante, ninguno de quienes participaron en las decisiones
que condujeron a la guerra podían suponer que el conflicto acabaría durando
cerca de treinta años, si bien no con hostilidades permanentes durante los
mismos. Ello hace que nuestra búsqueda de las causas de la Guerra no tenga por
qué tener en cuenta otros motivos que se irían añadiendo durante su desarrollo.
Hay una serie de hechos que
parecen fuera de duda; por una parte, la política expansionista protagonizada
por Pericles en Atenas, que trataba de hacerse con nuevos territorios de
influencia para su ciudad; la expedición a Egipto (459-454), de dudosos
resultados, su intervención en los asuntos itálicos con la fundación de Turios
(444) o en Sicilia, con pactos y alianzas con ciudades tales como Segesta
(458-457 o 454-453) o Leontinos (años cuarenta del siglo V), su expedición al
Mar Negro (437), por no mencionar la sujeción cada vez mayor de sus
aliados-súbditos, que no deja lugar a dudas acerca de la orientación que estaba
tomando Atenas. Por otro lado, la política de Esparta no parece haber sido
imperialista en exceso, pero no puede decirse lo mismo de alguno de sus
aliados; así Corinto, principal rival de Atenas y en cierto modo acosada por
ella, reaccionaba haciendo uso de la fuerza o, al menos, amenazando con ello
cuando no empujaba a aliados más débiles, como Megara, vecina de ambas, para
tratar de debilitarla. No queda del todo clara la actitud de Esparta, no tan
interesada en conflictos demasiado alejados de sus fronteras y, en todo caso,
nada proclive a enfrentamientos prolongados en el tiempo y nada resolutivos.
Sin embargo, los vínculos de alianza con Corinto y con otros aliados, podían
forzarla a intervenir en caso de que alguno de ellos fuese atacado.
En los años previos al inicio de
la guerra (431) la situación se había ido complicando porque Atenas y Corinto
habían tenido algún enfrentamiento violento a cuenta del apoyo ateniense a
Corcira, antigua colonia corintia enfrentada a su metrópoli por problemas en
una colonia común de ambas (Epidamno) y también a causa de la rebelión de
Potidea, colonia corintia pero englobada en la Liga de Delos. A todo ello se
unen problemas con Megara que habría intentado crear inestabilidad en Atenas
acogiendo a esclavos fugitivos. El victimismo corintio ante el fracaso de sus
intentos por superar a Atenas, unido a las propias indecisiones en el interior
de la potencia espartana, llevaría a la Liga del Peloponeso a votar a favor de
la guerra contra Atenas.
La Guerra del Peloponeso suele dividirse
en varias fases, cada una de ellas con una personalidad propia.
El primer período es la llamada
Guerra Arquidámica; en ella, Esparta y sus aliados aprovecharán su clara
superioridad terrestre, mientras que Atenas explotará su supremacía naval. Como
se vio en el capítulo correspondiente, la fortificación de Atenas, junto con
los Muros Largos y el Muro del Pireo hacían a Atenas casi inexpugnable por
tierra, mientras que la flota garantizaba, en caso de necesidad, el suministro
de la población y la movilidad de las tropas. Arquidamo, el rey espartano,
decide invadir el territorio ateniense, mientras que la población se refugia
tras las murallas. A pesar de la seguridad de los atenienses, el abandono de su
territorio al enemigo, sin lucha, provocará motines y revueltas en la ciudad,
que llevarán a la destitución de Pericles, que no obstante volverá a ser
repuesto. Sin embargo, la peste que se declaró en Atenas en 430 diezmó a buena
parte de la población hacinada en la ciudad, acabando con la vida del propio
Pericles. La amenaza de contagio y otras consideraciones que irían
introduciéndose con el tiempo (por ejemplo, el asunto de Esfactería sobre el
que volveremos), obligó a los espartanos a renunciar a su política de
invasiones anuales.
El dominio del mar le permite a
Atenas hacerse presente en buena parte del escenario de la guerra, prestando
especial interés al golfo de Corinto, a fin de tratar de impedir las
actividades marítimas y comerciales de su enemiga aunque sin perder de vista el
Egeo, reprimiendo con gran dureza a aquellas ciudades aliadas que intentasen
abandonar la Liga como le ocurrió a Mitilene. Al tiempo, Atenas percibe que la
isla de Sicilia, de gran riqueza, puede serles de gran ayuda a los
peloponesios, por lo que en 427 envían una primera expedición con el pretexto
de apoyar a algunas ciudades, como Leontinos, con las que habían suscrito
tratados pero, sobre todo, para evitar que Siracusa pueda enviar recursos y
tropas en apoyo de su metrópoli Corinto. Allí permanecerán, con refuerzos sucesivos,
hasta el año 424 en que sus propios aliados invitarán a los atenienses a
abandonar la isla. En el año 425, la flota que se dirige a Sicilia establece un
fuerte en la bahía de Pilo; la presencia ateniense en un punto tan sensible
comoMesenia provoca inquietud en Esparta, que teme que los mesenios se subleven
apoyados por Atenas. La fuerza enviada para desalojar a los atenienses acaba
siendo bloqueada en la isla de Esfactería y terminan siendo capturados. Eso
provocará una tremenda conmoción en Esparta, en parte compensada por la
captura, en el año 424, de la estratégica ciudad de Anfípolis, en el Egeo
norte, que controlaba el paso de las naves cargadas de trigo procedentes del
Ponto y destinadas a Atenas.
La situación de tablas a que se
está llegando, con clara desventaja para Esparta, y la muerte, tanto en
Anfípolis como en Atenas, de aquellos personajes más favorables a la guerra
(Brásidas y Cleón, respectivamente), hace que poco a poco vayan ganando terreno
los partidarios de la paz, entre ellos Nicias en Atenas. De tal modo, en el año
421 se firma la paz que lleva su nombre que, aunque no acaba por restaurar el statu quo previo a la guerra, supone una
victoria de hecho para Atenas. Esparta, por su parte, antepone sus intereses a
los de sus aliados, en especial Corinto, la más perjudicada por el cese de
hostilidades, puesto que ninguno de sus objetivos se habían visto satisfechos y
había sufrido graves perjuicios durante la guerra.
La paz de Nicias se estableció
para cincuenta años, aunque en la práctica no duraría ni siete. Las tensiones y
los recelos entre enemigos, pero también entre aliados, florecen por doquier.
Atenas no duda en inmiscuirse en la política peloponesia, aprovechándose de la
posición de Argos, que hasta entonces había sido neutral, como medio para
soliviantar a Esparta y, en todo el proceso, empieza a adquirir relevancia
Alcibíades, joven de buena familia, y que se había criado en la casa de
Pericles, pariente suyo. A pesar de las reticencias de argivos y espartanos por
enfrentarse, el combate tendrá lugar en la llanura de Mantinea en 418 y la
derrota de Argos le permitirá a Esparta recuperar su maltrecho prestigio,
mientras que Atenas habrá de replantearse su política exterior.
Dentro de la propia Atenas se
habían delineado con claridad las posturas de Nicias, artífice de la paz y
partidario de su mantenimiento, y Alcibíades, que ya había mostrado sus deseos
de reanudar la guerra con Esparta. En torno a ellos, otros personajes con
oscuros intereses evolucionan en un terreno político cada vez más plagado de
intrigas en el que las facciones de cada uno de los rivales mueven a la
manipulable ciudadanía en la asamblea. Alejados de la escena política alguno de
estos sujetos, como Hipérbolo, quedarán frente a frente Nicias y Alcibíades,
cuyas posturas eran antagónicas pero contaban con amplios apoyos, lo que les
obligaba, a veces, a secundar las propuestas del contrario. Eso pudo verse en
416 cuando Atenas decide anexionarse la isla de Melos, dentro de esta escalada
antiespartana tan querida por Alcibíades, pero a la que Nicias no pudo (o no le
interesó) oponerse.
En el año 415 Alcibíades presenta
su nuevo y ambicioso plan: invadir Sicilia. Ya años atrás Atenas había enviado
una expedición, despedida de la isla en 424, pero los problemas que enfrentaban
a las ciudades de la isla seguían vivos. Aprovechando de nuevo la petición de
ayuda de sus aliados, Alcibíades plantea una expedición aún mayor para
apoyarlos pero, en último término, para intentar la conquista de la isla. Como
en el caso de Melos, Nicias po puede oponerse de forma frontal pero sí lo hace
de modo indirecto aunque la asamblea ateniense malinterpreta el discurso de
Nicias, quizá instigada por los partidarios de Alcibíades, por lo que no sólo
se aprueba la propuesta sino que se nombra jefes de la expedición a ambos,
junto con un tercer general, Lámaco. Una gran flota y un numeroso ejército
parten para Sicilia en el verano de 415, mientras que en Atenas los enemigos de
Alcibíades van a conseguir, en el transcurso de pocas semanas, que la asamblea
le destituya y le ordene regresar a Atenas para someterse a juicio. La
profanación de unos monumentos religiosos, los Hermes, que se hallaban por
doquier en toda la ciudad va a ser el motivo, al que se añadirá otra serie de
acusaciones de comportamiento inmoral.
Alcibíades, una vez abandonada la
dirección del ejército expedicionario ateniense, no regresa a Atenas, sino que
se refugia en Esparta, donde dará puntual cuenta a los espartanos de todos los
planes atenienses, presentes y futuros, así como de los puntos débiles de la
política de su ciudad natal. La campaña de Sicilia conoce un primer momento de
éxito ateniense, que dirige sus armas sobre todo contra Siracusa; sin embargo,
Esparta reacciona y, a petición de Corinto, decide intervenir en Sicilia. La
acción del general espartano Gilipo acaba por inmovilizar al ejército ateniense
ante Siracusa y ni tan siquiera la llegada de refuerzos desde Atenas resolverá
la situación. Atenas perderá su flota y, en su abandono del sitio y en su huida
se producirá el desastre. El ejército ateniense será derrotado y miles de
prisioneros, entre ellos el propio Nicias, que será ejecutado, marcan el
fracaso de la expedición (413).
En Grecia, la guerra toma también
un nuevo rumbo; por indicación de Alcibíades, los espartanos fortifican
Decelía, un punto clave del territorio ateniense, que se convertirá durante el
resto de la guerra en una amenaza permanente a la seguridad de Atenas, puesto
que desde tal localidad se controlaban las comunicaciones con Beocia y con
Oropo y la presencia allí de fuerzas hostiles creaban inseguridad en los campos
atenienses, impidiendo su cultivo. A este grave inconveniente se le unió la
noticia del desastre siciliano, lo cual provocará también que la estabilidad
política ateniense empiece a tambalearse. Por si fuera poco, Esparta se alía
con los persas, lo que permitirá que su oro fluya en abundancia para sufragar
los gastos de la guerra, en especial, el mantenimiento de una flota cada vez
más poderosa y que, al rivalizar con la ateniense, hará decantarse la guerra al
final hacia el bando peloponesio.
El descontento de la población
ateniense con la marcha de la guerra, la ausencia de la flota y de sus
tripulantes, partidarios clarísimos de la democracia y las ansias oligárquicas
por reconducir la situación hacen que en 411 se produzca un golpe de Estado que
sitúa al frente de Atenas a los Cuatrocientos, miembros de los grupos más ricos
y reaccionarios de la ciudad. El fracaso de su gestión y, sobre todo, el
rechazo de la flota destacada en Samos, impedirán que se mantengan largo tiempo
dando paso al régimen de los Cinco Mil, también efímero, que reconocería plenos
derechos políticos a quienes pudiesen costearse el equipo hoplítico, lo que
excluiría también a la mayor parte de los tripulantes de la flota. En el
terreno militar, la situación es bastante confusa; ni la flota espartana saca
provecho de su fuerza ni los atenienses consiguen éxitos fulgurantes, hasta que
en 410 derrotan en una acción combinada terrestre y naval a los espartanos en
Cícico. Este éxito acaba con el régimen de los Cinco Mil, se vuelve a la
democracia plena y Alcibíades es rehabilitado. No obstante, la situación en las
aguas jonias es cada vez más complicada para Atenas, que ya ha perdido a la
mayoría de sus aliados en esa zona.
La irrupción de Lisandro (407)
como navarco espartano provocará la derrota de Alcibíades en Notio y de nuevo
su destitución. Atenas está ya exhausta, mientras que el dine ro persa permite
que los peloponesios se recuperen de sus pérdidas. Una tras otra van cayendo
las plazas atenienses y Lisandro permite que los derrotados regresen a una
Atenas cada vez más saturada, empobrecida e inestable. En la primavera de 404,
la última flota ateniense es derrotada en Egospótamos y Atenas se ve obligada a
rendirse, a destruir los Muros Largos, a entregar lo que le quedaba de la
flota, menos doce barcos y a admitir a los exiliados, esto es, a los oligarcas.
Además, Atenas debía aceptar la hegemonía espartana, lo que implicaba privarla
de una política exterior propia y autónoma. Con el apoyo de Esparta, los
oligarcas dan un nuevo golpe de Estado que abole la democracia, instaurándose
un efímero sistema conocido como el de los Treinta Tiranos, que limita la
ciudadanía a una porción muy pequeña de la población, y que instaura un régimen
de terror para poder mantenerse en el poder. Su actitud provocó una guerra
civil que ponía en serio riesgo la viabilidad de Atenas; Esparta tuvo que
modificar su actitud y permitir que, en 403, se restaurase el sistema democrático,
aunque garantizó una amplia amnistía de la que sólo quedaron excluidos los
propios Treinta y algunos de sus colaboradores más directos.
Tras cerca de veintisiete años de
guerra, Atenas había pasado de ser una de las póleis más poderosas de Grecia a ser humillada y derrotada; no
obstante, conservaba su sistema político, a pesar de las duras pruebas
sufridas. Por su lado, Esparta, que había iniciado la guerra a desgana y cuya
fuerza radicaba en su ejército hoplítico, se había convertido en una potencia naval,
ansiosa por ejercer su recién estrenada hegemonía. La guerra lo había
trastocado todo y, como suele ocurrir, ninguno de los que la iniciaron pudo
prever las consecuencias de la misma.
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