Si bien algunos barcos durante
las épocas Oscura y Arcaica se emplearon a un tiempo como naves de guerra y
piratería y buques mercantes, los griegos distinguían, de manera general, dos
tipos de embarcaciones: los navíos mercantes, anchos y rechonchos, que carecían
normalmente de remeros, y los navíos de guerra, largos, estrechos y provistos
de remos.
Aunque basados en los diseños de
la época micénica, es muy posible que los barcos que se mencionan en los poemas
homéricos correspondan a los característicos de finales del período Oscuro y
principios del Arcaísmo. Estos navíos eran muy alargados, esto es, poseían una
eslora desproporcionada en relación a su escasa manga (anchura) y carecían de
cubierta. La proa se remataba en forma de cuerno en S y dos grandes ojos,
pintados a ambos lados de la misma, cumplían la función de proteger a la nave y
de aterrorizar al enemigo. La popa, curvada como una cola de escorpión,
terminaba en forma de penacho de madera. A popa se situaba también el timón que
gobernaba la nave, en realidad dos simples remos largos y anchos que caían cada
uno por uno de los costados de la nave. Contaban, además, con un solo mástil,
normalmente de madera de abeto, más ligera que el pino, que sostenía una sola y
gran vela cuadrada asegurada con un complicado sistema de brioles.
La nave andaba a vela todo lo que
le era posible pero en el momento del combate se movía por medio de remeros,
que manejaban remos de madera de abeto y se disponían en una única fila por
cada costado de la nave. Precisamente su número definía las dos clases de
barcos típicos del período: triacónteros y pentecónteros. El triacóntero era un
navío de treinta remeros, dispuestos en una única fila de quince por cada borda
de la nave. Más extendido estaba el pentecóntero que contaba con cincuenta
remeros, veinticinco en una sola hilera por cada lado del buque. Hacia el 800
se introdujo el espolón (émbolon),
una viga de madera recubierta de bronce y dispuesta en la proa, que se
convirtió en el arma principal de los navíos de combate. El espolón cambió de
manera radical el combate naval, de modo que se abandonó el antiguo método de
abordaje por el nuevo sistema de golpe con el émbolon. Así, la victoria pasó a depender, en último término, de la
habilidad de los remeros para situarse en posición de ataque y embestir al
contrario. Al objeto de proteger a los remeros de las flechas, se diseñó,
posiblemente en torno al 700,la cubierta del buque. Desde entonces los barcos
que poseían cubierta se denominaban catafractos o acorazados mientras que los
que carecían de ella se llamaban afractos. Hacia el 600 apareció el ancla
convencional que estamos acostumbrados a ver.
Con todo, el pentecóntero era una
nave demasiado larga y estrecha y, por eso mismo, poco maniobrable e incluso
peligrosa. Pero reducir el número de remeros para acortar la eslora hubiera
supuesto reducir también considerablemente la velocidad del buque y la fuerza
del golpe del espolón. Para solucionar estos problemas, los griegos adoptaron
de los fenicios, probablemente a lo largo del siglo VII, el birreme, que era en
realidad un pentecóntero de dos bancos horizontales superpuestos. De este modo,
los veinticinco remeros de cada costado iban dispuestos en dos filas
sobrepuestas, cada remero del banco superior no exactamente encima del
inferior, sino intercalado entre dos del último banco, un poco más arriba y un
poco más adelante que su inmediato inferior. En consecuencia, la eslora de la
nave se redujo en un tercio (y también el blanco que ofrecía al buque enemigo)
y sus condiciones marineras mejoraron de forma apreciable sin recortar un ápice
la fuerza y la velocidad. No obstante, a pesar de la introducción del birreme,
los pentecónteros siguieron empleándose.
En la última parte del siglo VI
los barcos del período Arcaico fueron desplazados por el trirreme (trieres), la nave que dominará la época
clásica. El trirreme poseía una eslora de 36,8 metros y una manga
de 3,7 metros .
El puntal desde la quilla a la cubierta superior alcanzaba una altura probable
de 3,6 metros
y su calado era de unos 90
centímetros . La nave desplazaba unas 45 toneladas, un
tercio de cuyo peso estaba constituido por los remeros. La quilla era de madera
dura, probablemente de roble con un refuerzo de metal, para evitar que el buque
se dañara al sacarlo a la playa o al dique seco. El resto era de abeto y, si
esta madera no estaba disponible, de pino. Asimismo, el trirreme poseía dos
mástiles, el mayor, que sostenía una gran vela cuadrada, y el bauprés, que se
conocía con el nombre de artemón, una
vela cuadrada más pequeña en la proa destinada no tanto a aumentar la velocidad
sino a facilitar el timoneo.
El buque contaba con una
tripulación compuesta por doscientos hombres que incluían al trierarco, que
mandaba la nave, otros cuatro oficiales, diez hoplitas, cuatro arqueros, un
flautista para llevar el ritmo de la boga, una decena de marineros y ciento
setenta remeros dispuestos en tres hileras horizontales superpuestas u órdenes
por cada costado de la nave: cincuenta y cuatro en la parte baja (talamitas,
veintisiete por cada lado), cincuenta y cuatro en la parte media (zigitas,
igualmente veintisiete por cada costado) y sesenta y dos en la parte superior
(tranitas, treinta y uno por banda). Para evitar que el tercer banco o superior
de remeros hiciera el casco demasiado pesado y profundo, esta última hilera se
dispuso en un pescante que sobresalía unos 60 centímetros por
la borda del costado de la nave. Los remos medían unos cuatro metros y se
aseguraban a los toletes (palo inserto en el borde del portillo) por medio de
unas tiras de cuero que impedían que cayeran al agua. El buque poseía una
cubierta sin amura o barandilla y en la proa llevaba un espolón de dos o tres
puntas. Como era habitual, la proa se remataba en forma de cuerno en S y poseía
dos grandes ojos pintados mientras que la popa terminaba en forma de penacho de
madera. El trirreme era un buque de línea extraordinariamente rápido y ligero y
su andar máximo podía alcanzar los ocho o nueve nudos. Dicho de una manera
sencilla, su habilidad técnica no se superó hasta el siglo XVI.
En pleno predominio del trirreme,
a principios del siglo IV, comenzaron a construirse nuevos tipos de barcos, si
bien éstos no se generalizaron hasta la última parte de dichacenturia. Se abrió
así un período de unos dos siglos que puede considerarse la gran época de la
invención y el desarrollo naval de la Antigüedad.
Estos nuevos tipos se conocían
con los nombres de cuatro (tetreres,
cuadrirreme; Pli- nio, NH., 7.56.207),
cinco (penteres, quinquerreme;
Diod.14.41.3, 42.2, 44.7) y seis (hexe-
res, sexirreme; Eliano, VH.6.12).
Como no son posibles los barcos de cuatro o más órdenes superpuestos (el barco
podría escorarse peligrosamente y los remeros de las filas superiores
realizarían un esfuerzo excesivo), su denominación debe referirse al número de remeros situados en cada fila
vertical lo que equivale, ciertamente, a afirmar que varios remeros iban
sentados en el mismo banco y manejaban el mismo remo. Así, empezando a contar
por el orden superior, un cuatro sería un 2/2 (dos hileras superpuestas con dos
remeros en cada remo), un cinco sería un 2/2/1 y un seis un 2/2/2.
Los sucesores de Alejandro
hicieron un amplio uso de estos nuevos barcos y desarrollaron otros más
pesados. De este modo, entre finales del siglo IV y principios del III, bajo el
impulso de Demetrio Poliorcetes, se construyeron barcos de las clases siete a
dieciséis (excepto los tipos ocho y catorce). Por la misma época, Lisímaco, el
rey de Tracia (306-281), botó el gigantesco Leontóforo (Menón, FGrH, 434 F8) movido por mil seiscientos
remeros. El Leontóforo debía ser un barco de tipo catamarán, esto es, dotado de
dos cascos de la clase ocho unidos por una gigantesca cubierta. Se trataría,
pues, de un 4/4 con dos hileras superpuestas en cada uno de los cuatro costados
de la nave y con cuatro remeros bogando en cada remo. A mediados del siglo III,
Antígono II Gónatas, el rey de Macedonia, construyó dieciochos y Tolomeo II
veintes y treintas. Como está demostrado que no es posible que más de ocho
remeros boguen a la vez en el mismo banco y con el mismo remo, todos los buques
a partir de la clase diecisiete debían ser del tipo catamarán. La construcción
de estas verdaderas fortalezas navales culminó durante el reinado de Tolomeo IV
(221-203) con un gigantesco cuarenta (Ateneo, 5.203 E-204 A ; Plu., Dem., 43), que fue el barco más grande
de la Antigüedad. El cuarenta medía ciento veintinueve metros de eslora y
albergaba cuatro mil remeros, cuatrocientos marineros y dos mil ochocientos
cincuenta soldados. Era un catamarán colosal dotado de tres hileras de remeros
superpuestas por cada costado de la nave (un 8/7/5 o un 7/7/6). Es posible que
todas estas naves dispusieran de tres palos, artemón, mayor y mesana, lo que
supondría otra de las grandes innovaciones de la época helenística.
Como es fácil imaginar, los
nuevos barcos eran pesados y lentos y no hubieran podido hacer frente a los
espolones de los trirremes de no haber dispuesto sobre cubierta de catapultas.
La catapulta fue inventada en Siracusa a principios del siglo IV. Entonces no
era más que una enorme ballesta que lanzaba flechas gigantescas. A lo largo del
siglo se alcanzó el límite de sus posibilidades de diseño y, al menos en vida
de Filipo, el arco fue sustituido por la torsión de fibras, esto es, las
catapultas fueron provistas de dos ovillos de fibra o pelo de gran elasticidad
que se tensaban retorciéndolos. Disponía también de un larguero por el cual el
proyectil salía despedido e iba montada sobre una base regulable para favorecer
la corrección del tiro. Hacia 332, en época de Alejandro, se consiguió adaptar
la catapulta para el lanzamiento de piedras. En torno a 270 los ingenieros
alejandrinos culminaron su desarrollo. Quedaron definidos así los dos modelos
característicos del mundo griego: la catapulta lanzadora de flechas (katapeltes u oxybolos) y la lanzadora de piedras (balista, lithobolos o petrobolos).
Una catapulta podía lanzar dardos de 5,5 metros de longitud o piedras de unos 80 kilogramos , a unos
doscientos metros de distancia y con gran poder de penetración. En los últimos
años del siglo IV, Demetrio Poliorcetes dispuso catapultas sobre la cubierta de
sus naves: había nacido la artillería naval (Diod., 20.83.1) capaz de
contrarrestar los ataques con el espolón.
Al mismo tiempo que se construían
barcos gigantescos, aparecieron nuevos buques más ligeros que estaban por
debajo de la clase del trirreme. Así, en el siglo IV surcó los mares la
hemiolía, el uno y medio, un barco dotado de un solo nivel con uno o dos
remeros por remo según fueran dispuestos respectivamente en la proa o en la
popa del barco. Hacia el 300 los rodios botaron la trihemiolía, quizá un buque
de tres niveles con veinticuatro remeros en el orden inferior, otros
veinticuatro en el medio y sólo doce en el superior. La trihemiolía se mostró
una nave muy veloz y extraordinariamente eficaz contra la piratería. Mientras
que en el trirreme, a la hora de entablar combate, era necesario desprenderse
previamente del aparejo y depositarlo en una playa cercana, en las hemiolías y
trihemiolías era posible retirar el aparejo al tiempo que se bogaba y
almacenarlo en el puente. Esto explica el menor número de remeros del orden
superior.
A finales del siglo III y
principios del II, los grandes mastodontes desaparecieron de la superficie de
los mares dando paso al predominio de navios más pequeños. De hecho, las flotas
de este período estaban compuestas por un núcleo de quinquerremes y cuadri-
rremes y tenían como navío más pesado, caso de la armada egipcia, la clase
diez. Asimismo poseían un gran número de buques menores como trirremes y
trihemiolías. Las causas del retroceso de los buques más pesados deben buscarse
en su enorme coste, que hizo insostenible tal carrera naval, y en la política
de los grandes estados helenísticos que, absorbidos en problemas más
acuciantes, se retiraron prácticamente del Mediterráneo. Después de Accio (31 a . C.) el poder de Roma era
indiscutible y, por consiguiente, no fueron necesarios navios tan pesados. De
esta manera, las dos grandes flotas romanas, que tenían su base en Nápoles y en
Rávena, tuvieron respectivamente como buque insignia la primera un seis y la
segunda un cinco.
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