El agujero negro: Milo
César Borgia pasaba por cruel, y
su crueldad, no obstante, fue la que reparó los males de la Romaña, extinguió
sus divisiones, restableció allí la paz, y consiguió que el país le fuese fiel
[…]. Y es que al príncipe no le conviene dejarse llevar por el temor de la
infamia inherente a la crueldad, si necesita de ella para conservar unidos a
sus gobernados e impedirles faltar a la fe que le deben.
MAQUIAVELO, El príncipe, cap. 17
VII. EL DIÁLOGO TERRIBLE
El asedio de Milo (verano de 416)
viene precedido —en la historia de Tucídides— del relato, en forma de diálogo,
de las negociaciones entre los embajadores atenienses y los magistrados de Milo
(V, 85-113). Este diálogo, de insólita extensión, da enorme relieve al
episodio.
Es insólita asimismo la forma
literaria: «en lugar de un discurso se atrevió a componer un diálogo», anota el
escolio a V, 85. La singularidad del diálogo de los melios y los atenienses
consiste en la sucesión dramática de las intervenciones como en un texto para
la escena. Las primeras dos intervenciones (V, 85-86) ocupan el lugar de la
habitual didascalia; las siguientes veinticinco se suceden como en un texto
teatral (87-111). Hay además un segundo coloquio, de dos intervenciones
conclusivas (112-113), precedidos de didascalias.
No se le escapa a los modernos el
«arte mayor» de este diálogo respecto incluso de las más complejas de las
demegorias (Blass), y se exaltó su carácter sofístico: «eine Diskussion peri dikaiou» según Wolf Aly; «Antilogie
zwischen logos dikaios und adikos» según Wilhelm Schmid.
En la conclusión del capítulo
sobre los años de la paz de Nicias, George Grote no sólo encontraba «at
suprising lenght» el diálogo, sino que lo definía «the thucydidean dramatic
fragment —Melou halosis if we may
parody the title of the lost tragedy of Phrynichus The capture of Miletus».[410] Esta intuición no se le
escapó a Georg Busolt, según el cual el diálogo «podría definirse como un
fragmento de Melou halosis».[411]
En 1916 Karl Julius Beloch, quien opinaba que el diálogo fue compuesto
bajo la impresión inmediata de los acontecimientos, observó que «Tucídides o
bien su editor» debieron de introducir el diálogo «in das Gesamtwerk».[412]
En 1968 Henry Dickinson Westlake lanzó nuevamente la hipótesis de que el
diálogo no fue escrito originariamente para su contexto actual, sino que fue
pensado como «a separate minor work».[413] El año anterior Kurt von
Fritz había revelado la discrepancia entre el diálogo y su correspondiente marco
narrativo. Como ha observado Antony Andrewes, «to record a
conversation at such lenght was isolated thucydidean experiment».[414]
Los embajadores enviados por los
estrategos a tratar con los melios hablan como filósofos de la historia y como
expertos teóricos de la Realpolitik.
Pero no son más que sujetos anónimos,
como los que hablaban en el congreso de Esparta en el primer libro. (También
allí es curiosa la intervención: ¿a título de qué los embajadores atenienses,
que están de paso,[415] intervienen en una reunión de la liga
peloponesia?). Esta intervención «asegura» a los estrategos: no son ellos
quienes desarrollan esos razonamientos, esa extrema dureza no se les podrá
imputar. Pero hay más. Los embajadores habían sido enviados a negociar con otro
mandato: debían hablar frente al pueblo,
evidentemente para desplegar unos razonamientos bien distintos y adoptar un
tono completamente opuesto. Entonces ese
espectacular viraje oratorio en otra dirección, en el que los embajadores
atenienses pasan de «seductores» a maquiavélicos desmitificadores de la moral
corriente, tuvo que ser una iniciativa
completamente propia. Cosa que resulta difícil de creer. Es precisamente
aquí, en esta inverosímil iniciativa autónoma de los embajadores, donde se
revela con mayor claridad la invención
de Tucídides, que, entonces, no puede sino tener un objetivo preciso.
Por tanto, no sólo es fruto de la
fantasía el diálogo como tal, sino
que lo es aún más la circunstancia en que éste puede haber tenido lugar en esa forma (una vez que los
embajadores atenienses se encontraron frente a la sorpresa de tener que hablar
a unos pocos oligarcas [ἐν ὀλίγοις] y a puertas cerradas, en lugar de hablar al
pueblo en la plaza). Y también el hecho de que los embajadores tomaran por su propia cuenta la iniciativa de un
completo cambio de registro y de partitura una vez puestos frente a la
nueva situación.
La invención se vuelve menos
desconcertante, e incoherente, respecto del programa de «verdad» que Tucídides
expone desde el principio, si se considera que el diálogo —aunque fácilmente
separable del contexto en el que ha terminado e incluso no perfectamente
encastrado en él— es en realidad otra
obra (respecto del relato del contexto, y por tanto respecto de la obra
historiográfica); otra obra con otro destino, génesis y fruición (además de
función).
En efecto, precisamente debido a que es un verdadero diálogo, construido con
técnica dramática (las réplicas se suceden sin didascalias preparatorias y se
distinguen sólo en cuanto
recitadas/pronunciadas por voces diferentes), justamente por esta evidente
naturaleza estructural, el diálogo melio-ateniense es obra destinada a la recitación. Si hiciera falta una prueba, está el
hecho de que el diálogo —una vez incorporado en la obra historiográfica y leído como prosa, no ya recitado— ha
sufrido erróneas subdivisiones y atribuciones de las réplicas, exactamente como
ha sucedido con los textos para la escena. Lo demuestra el amplio comentario de
Dionisio de Halicarnaso (Sobre Tucídides,
38), en cuyo ejemplar la réplica de los atenienses «Bueno, si habéis venido a
este coloquio para formular suposiciones, etc.». (V, 87) era atribuida a los
melios y en consecuencia la siguiente —«Es natural y merece disculpa el hecho
de que personas en una situación como la nuestra, etc.». (V, 88)— era atribuida
a los atenienses en lugar de a los melios. Es precisamente esta peculiaridad
macroscópica lo que nos hace entender que su destino en cuanto diálogo era
otro, que se trataba en efecto de otra obra, insertada por el editor póstumo de
los papeles tucidídeos, es decir, por Jenofonte, allí donde la leemos. El
injerto se realizó con dos sencillas conexiones sintácticas, la segunda de las
cuales revela claramente su naturaleza como tal.[416] Tucídides, por
su parte, dice con claridad (I, 22) que la suya no es una obra destinada al recitado (ἀγώνισμα ἐς τὸ παραχρῆμα). Es
precisamente esa declaración lo que nos da la certeza de los destinos
divergentes del relato historiográfico por un lado y del diálogo dramático por
otro.
No conocemos la forma (ni el
momento) en que Jenofonte tomó posesión de este Nachlass tucidídeo, o si le fue confiado; por tanto, no sabremos
nunca si la decisión de insertar el diálogo —nacido para otra finalidad y otro
uso— en el contexto de la breve, muy sumaria y fría noticia sobre la toma de
Milos tiene su origen en la voluntad del propio Tucídides. Si la insistencia,
en Helénicas, II, 2-3; 10, en el
temor de los atenienses asediados, en 404, de «terminar como los melios», de
«sufrir todo lo que ellos le habían infligido a una pequeña ciudad, cuya única
culpa era no haber querido combatir a su lado», etc., son conceptos que se
remontan a ese Nachtlass tucidídeo
que Jenofonte publicó, se podría deducir también que la opción de destacar con
una dramaturgia altamente patética el episodio de Milos, como «culpa» de la que
se debe pagar el precio, tiene su origen en el propio Tucídides, y que por
tanto la decisión de incorporar el diálogo, nacido
como obra autónoma, en la narración podría ser suya. Pero no es una deducción
obligatoria; bastaba en todo caso haber
escrito ese diálogo en caliente, bajo la impresión de la represión ejercida
contra los melios, para asumir o hacer propio, en el lugar del relato de la
capitulación de Atenas, el motivo del insoslayable y merecido châtiment que venía a igualar las
cuentas entre verdugos y víctimas. Está claro que la decisión editorial puede
atribuirse a Jenofonte, cuya familiaridad con el género de los diálogos
políticos estaba verificada tanto por el prolongado trato socrático como por la
vinculación con Critias.
Tucídides y Critias fueron,
ambos, autores de diálogos políticos, un «género» muy practicado en los
ambientes oligárquicos y por la élite ateniense. Sólo si se sitúa a Tucídides
en tales ambientes se comprende plenamente su obra y el sentido y el fin de la
misma.[417]
[410] History of Greece, V, Murray, Londres, 18622, p. 102. <<
[411] Griechische Geschichte, III.2, Perthes, Gotha, 1904, p. 674. <<
[412] Griechische Geschichte, II, 2, p. 14. <<
[413] Individuals in Thucydides, Cambridge University Press, Cambrige, 1968, p. 317, n.º 1. <<
[414] A Historical Commentary on Thucydides, IV, Clarendon Press, Oxford, 1970, p. 159. <<
[415] «Estaban allí por casualidad», escribe Tucídides (I, 72, 1). <<
[416] V, 114, 1: Καὶ οἱ μὲν Ἀθηναίων πρέσβεις ἀνεχώρησαν ἐς τὸ στράτευμα. Οἱ δὲ στρατηγοὶ αὐτῶν [sic] κτλ. Es absurdo decir «los estrategos de los embajadores», como sin embargo es inevitable traducir, dada esa sucesión de palabras. No vale optar por «sus estrategos» (es decir, de los atenienses), groseramente tautológico, visto que aquéllos son los únicos estrategos en el lugar. <<
[417] Entre los innumerables autores que han afrontado el problema de la «política de Tucídides» destaca Wilhelm Roscher (1817-1894), discípulo, en Berlín, de Ranke, Niebuhr y Carl Ritter, además de fundador de la Nationalökonomie en Alemania. Debutó en 1842 con un magnífico (y olvidado) libro sobre Tucídides, su «maestro» y su «autor», con la divisa dantesca en la portada: Leben, Werk und Zeitalter des Thukydides. Como se ha dicho (más arriba, Primera parte, cap. IV, n.º 19), en este estudio, lleno de experiencia política actual, Roscher hace casi abiertamente suya la sugerencia de que Tucídides pudo ser el autor de la fuertemente antidemocrática Athenaion Politeia que se conservó entre los papeles de Jenofonte (p. 252), y en el mismo contexto rechaza con vigor el mito de la «imparcialidad» de Tucídides. Esta última consideración —que está estrechamente conectada con la otra— puede valer también, como veremos en el siguiente capítulo, para el modo en que Tucídides ha presentado el episodio de la represión ateniense contra Milo. Aquí, en cambio, reduce el diálogo inventado por Tucídides esencialmente a un perplejo ejercicio sofístico peri dikaiou (Wolf Aly, recordado más arriba, en sus «Formprobleme der frühgriechischen Prosa», Philologus, supl. XXI, 1929, pp. 95-96) que presta atención a la forma y pierde de vista la sustancia. <<
No hay comentarios:
Publicar un comentario