sábado, 23 de diciembre de 2017

Canfora Luciano.-El mundo de Atenas: VII. EL DIÁLOGO TERRIBLE

El agujero negro: Milo


César Borgia pasaba por cruel, y su crueldad, no obstante, fue la que reparó los males de la Romaña, extinguió sus divisiones, restableció allí la paz, y consiguió que el país le fuese fiel […]. Y es que al príncipe no le conviene dejarse llevar por el temor de la infamia inherente a la crueldad, si necesita de ella para conservar unidos a sus gobernados e impedirles faltar a la fe que le deben.

MAQUIAVELO, El príncipe, cap. 17

VII. EL DIÁLOGO TERRIBLE

 

 

El asedio de Milo (verano de 416) viene precedido —en la historia de Tucídides— del relato, en forma de diálogo, de las negociaciones entre los embajadores atenienses y los magistrados de Milo (V, 85-113). Este diálogo, de insólita extensión, da enorme relieve al episodio.
Es insólita asimismo la forma literaria: «en lugar de un discurso se atrevió a componer un diálogo», anota el escolio a V, 85. La singularidad del diálogo de los melios y los atenienses consiste en la sucesión dramática de las intervenciones como en un texto para la escena. Las primeras dos intervenciones (V, 85-86) ocupan el lugar de la habitual didascalia; las siguientes veinticinco se suceden como en un texto teatral (87-111). Hay además un segundo coloquio, de dos intervenciones conclusivas (112-113), precedidos de didascalias.
No se le escapa a los modernos el «arte mayor» de este diálogo respecto incluso de las más complejas de las demegorias (Blass), y se exaltó su carácter sofístico: «eine Diskussion peri dikaiou» según Wolf Aly; «Antilogie zwischen logos dikaios und adikos» según Wilhelm Schmid.
En la conclusión del capítulo sobre los años de la paz de Nicias, George Grote no sólo encontraba «at suprising lenght» el diálogo, sino que lo definía «the thucydidean dramatic fragment —Melou halosis if we may parody the title of the lost tragedy of Phrynichus The capture of Miletus».[410] Esta intuición no se le escapó a Georg Busolt, según el cual el diálogo «podría definirse como un fragmento de Melou halosis».[411] En 1916 Karl Julius Beloch, quien opinaba que el diálogo fue compuesto bajo la impresión inmediata de los acontecimientos, observó que «Tucídides o bien su editor» debieron de introducir el diálogo «in das Gesamtwerk».[412] En 1968 Henry Dickinson Westlake lanzó nuevamente la hipótesis de que el diálogo no fue escrito originariamente para su contexto actual, sino que fue pensado como «a separate minor work».[413] El año anterior Kurt von Fritz había revelado la discrepancia entre el diálogo y su correspondiente marco narrativo. Como ha observado Antony Andrewes, «to record a conversation at such lenght was isolated thucydidean experiment».[414]
Los embajadores enviados por los estrategos a tratar con los melios hablan como filósofos de la historia y como expertos teóricos de la Realpolitik. Pero no son más que sujetos anónimos, como los que hablaban en el congreso de Esparta en el primer libro. (También allí es curiosa la intervención: ¿a título de qué los embajadores atenienses, que están de paso,[415] intervienen en una reunión de la liga peloponesia?). Esta intervención «asegura» a los estrategos: no son ellos quienes desarrollan esos razonamientos, esa extrema dureza no se les podrá imputar. Pero hay más. Los embajadores habían sido enviados a negociar con otro mandato: debían hablar frente al pueblo, evidentemente para desplegar unos razonamientos bien distintos y adoptar un tono completamente opuesto. Entonces ese espectacular viraje oratorio en otra dirección, en el que los embajadores atenienses pasan de «seductores» a maquiavélicos desmitificadores de la moral corriente, tuvo que ser una iniciativa completamente propia. Cosa que resulta difícil de creer. Es precisamente aquí, en esta inverosímil iniciativa autónoma de los embajadores, donde se revela con mayor claridad la invención de Tucídides, que, entonces, no puede sino tener un objetivo preciso.
Por tanto, no sólo es fruto de la fantasía el diálogo como tal, sino que lo es aún más la circunstancia en que éste puede haber tenido lugar en esa forma (una vez que los embajadores atenienses se encontraron frente a la sorpresa de tener que hablar a unos pocos oligarcas [ἐν ὀλίγοις] y a puertas cerradas, en lugar de hablar al pueblo en la plaza). Y también el hecho de que los embajadores tomaran por su propia cuenta la iniciativa de un completo cambio de registro y de partitura una vez puestos frente a la nueva situación.
La invención se vuelve menos desconcertante, e incoherente, respecto del programa de «verdad» que Tucídides expone desde el principio, si se considera que el diálogo —aunque fácilmente separable del contexto en el que ha terminado e incluso no perfectamente encastrado en él— es en realidad otra obra (respecto del relato del contexto, y por tanto respecto de la obra historiográfica); otra obra con otro destino, génesis y fruición (además de función).
En efecto, precisamente debido a que es un verdadero diálogo, construido con técnica dramática (las réplicas se suceden sin didascalias preparatorias y se distinguen sólo en cuanto recitadas/pronunciadas por voces diferentes), justamente por esta evidente naturaleza estructural, el diálogo melio-ateniense es obra destinada a la recitación. Si hiciera falta una prueba, está el hecho de que el diálogo —una vez incorporado en la obra historiográfica y leído como prosa, no ya recitado— ha sufrido erróneas subdivisiones y atribuciones de las réplicas, exactamente como ha sucedido con los textos para la escena. Lo demuestra el amplio comentario de Dionisio de Halicarnaso (Sobre Tucídides, 38), en cuyo ejemplar la réplica de los atenienses «Bueno, si habéis venido a este coloquio para formular suposiciones, etc.». (V, 87) era atribuida a los melios y en consecuencia la siguiente —«Es natural y merece disculpa el hecho de que personas en una situación como la nuestra, etc.». (V, 88)— era atribuida a los atenienses en lugar de a los melios. Es precisamente esta peculiaridad macroscópica lo que nos hace entender que su destino en cuanto diálogo era otro, que se trataba en efecto de otra obra, insertada por el editor póstumo de los papeles tucidídeos, es decir, por Jenofonte, allí donde la leemos. El injerto se realizó con dos sencillas conexiones sintácticas, la segunda de las cuales revela claramente su naturaleza como tal.[416] Tucídides, por su parte, dice con claridad (I, 22) que la suya no es una obra destinada al recitado (ἀγώνισμα ἐς τὸ παραχρῆμα). Es precisamente esa declaración lo que nos da la certeza de los destinos divergentes del relato historiográfico por un lado y del diálogo dramático por otro.
No conocemos la forma (ni el momento) en que Jenofonte tomó posesión de este Nachlass tucidídeo, o si le fue confiado; por tanto, no sabremos nunca si la decisión de insertar el diálogo —nacido para otra finalidad y otro uso— en el contexto de la breve, muy sumaria y fría noticia sobre la toma de Milos tiene su origen en la voluntad del propio Tucídides. Si la insistencia, en Helénicas, II, 2-3; 10, en el temor de los atenienses asediados, en 404, de «terminar como los melios», de «sufrir todo lo que ellos le habían infligido a una pequeña ciudad, cuya única culpa era no haber querido combatir a su lado», etc., son conceptos que se remontan a ese Nachtlass tucidídeo que Jenofonte publicó, se podría deducir también que la opción de destacar con una dramaturgia altamente patética el episodio de Milos, como «culpa» de la que se debe pagar el precio, tiene su origen en el propio Tucídides, y que por tanto la decisión de incorporar el diálogo, nacido como obra autónoma, en la narración podría ser suya. Pero no es una deducción obligatoria; bastaba en todo caso haber escrito ese diálogo en caliente, bajo la impresión de la represión ejercida contra los melios, para asumir o hacer propio, en el lugar del relato de la capitulación de Atenas, el motivo del insoslayable y merecido châtiment que venía a igualar las cuentas entre verdugos y víctimas. Está claro que la decisión editorial puede atribuirse a Jenofonte, cuya familiaridad con el género de los diálogos políticos estaba verificada tanto por el prolongado trato socrático como por la vinculación con Critias.
Tucídides y Critias fueron, ambos, autores de diálogos políticos, un «género» muy practicado en los ambientes oligárquicos y por la élite ateniense. Sólo si se sitúa a Tucídides en tales ambientes se comprende plenamente su obra y el sentido y el fin de la misma.[417]

[410] History of Greece, V, Murray, Londres, 18622, p. 102. <<
[411] Griechische Geschichte, III.2, Perthes, Gotha, 1904, p. 674. <<
[412] Griechische Geschichte, II, 2, p. 14. <<
[413] Individuals in Thucydides, Cambridge University Press, Cambrige, 1968, p. 317, n.º 1. <<
[414] A Historical Commentary on Thucydides, IV, Clarendon Press, Oxford, 1970, p. 159. <<
[415] «Estaban allí por casualidad», escribe Tucídides (I, 72, 1). <<
[416] V, 114, 1: Καὶ οἱ μὲν Ἀθηναίων πρέσβεις ἀνεχώρησαν ἐς τὸ στράτευμα. Οἱ δὲ στρατηγοὶ αὐτῶν [sic] κτλ. Es absurdo decir «los estrategos de los embajadores», como sin embargo es inevitable traducir, dada esa sucesión de palabras. No vale optar por «sus estrategos» (es decir, de los atenienses), groseramente tautológico, visto que aquéllos son los únicos estrategos en el lugar. <<
[417] Entre los innumerables autores que han afrontado el problema de la «política de Tucídides» destaca Wilhelm Roscher (1817-1894), discípulo, en Berlín, de Ranke, Niebuhr y Carl Ritter, además de fundador de la Nationalökonomie en Alemania. Debutó en 1842 con un magnífico (y olvidado) libro sobre Tucídides, su «maestro» y su «autor», con la divisa dantesca en la portada: Leben, Werk und Zeitalter des Thukydides. Como se ha dicho (más arriba, Primera parte, cap. IV, n.º 19), en este estudio, lleno de experiencia política actual, Roscher hace casi abiertamente suya la sugerencia de que Tucídides pudo ser el autor de la fuertemente antidemocrática Athenaion Politeia que se conservó entre los papeles de Jenofonte (p. 252), y en el mismo contexto rechaza con vigor el mito de la «imparcialidad» de Tucídides. Esta última consideración —que está estrechamente conectada con la otra— puede valer también, como veremos en el siguiente capítulo, para el modo en que Tucídides ha presentado el episodio de la represión ateniense contra Milo. Aquí, en cambio, reduce el diálogo inventado por Tucídides esencialmente a un perplejo ejercicio sofístico peri dikaiou (Wolf Aly, recordado más arriba, en sus «Formprobleme der frühgriechischen Prosa», Philologus, supl. XXI, 1929, pp. 95-96) que presta atención a la forma y pierde de vista la sustancia. <<

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