En las décadas previas al año 600 a.C., Atenas no era en ningún sentido una
ciudad-estado poco habitual, desde luego no era una de las ciudades-estado
dirigentes o más poderosas en el mundo griego. Sin embargo, en el año 500, poco
más de un siglo después, Atenas era política y culturalmente una de las
ciudades-estado más desarrolladas en el mundo griego, y militarmente una de las
más poderosas e importantes. Obviamente mucho había cambiado a lo largo del
siglo VI, y sin estos cambios es difícilmente imaginable que los atenienses
hubieran podido intentar la resistencia contra el Imperio persa, como realmente
hicieron. Los cimientos de la grandeza ateniense en el siglo V se sentaron en
el siglo VI, en especial en ciertos acontecimientos trascendentales y
transformadores que se produjeron en la última década de ese siglo.
LA ATENAS ARCAICA
En el año 600 los atenienses eran
una comunidad más bien mediana, que destacaba del grupo general de las
ciudades-estado griegas sólo por dos aspectos: la ciudad-estado ateniense en
desarrollo era más grande que todas las ciudades-estado griegas excepto las más
grandes, y a diferencia de muchas de las desarrolladas ciudades-estado griegas,
los atenienses nunca habían sufrido una etapa de gobierno por parte de un
tirano. Con respecto al tamaño, Atenas era el asentamiento más grande en el
territorio del Ática (véase mapa 4), y los atenienses habían conseguido reunir
hacia el año 600 buena parte de toda el Ática en su ciudad-estado, un
territorio de unos 2.400 km2. La unificación del Ática en una sola
ciudad-estado no era una conclusión evidente: la región de Beoda al norte del
Ática, por ejemplo, nunca logró la unificación en una ciudad-estado, y no
existía ninguna razón obvia, geográfica o de otro tipo, por la que las
comunidades del Ática se deberían haber unificado mientras que las de Beocia no
lo hicieron. El Ática podría haber albergado con facilidad cuatro o cinco o
incluso más ciudades-estado independientes y rivales —además de Atenas, por
ejemplo, comunidades como Eleusis, Maratón, Tóricos, y posiblemente incluso
Acarnea y otras, se podrían haber convertido en pequeños estados separados— y
en ese caso la gran ciudad-estado de los atenienses que conocemos nunca hubiera
llegado a existir. Al unificar todo el Ática, los atenienses crearon una
ciudad-estado que igualaba o superaba en tamaño a todas las demás
ciudades-estado griegas, excepto Esparta, y eso convertía a los atenienses
potencialmente en poderosos e importantes. En el año 600, sin embargo, la
unificación del Ática seguía siendo muy frágil e incompleta. La forma en que
los atenienses completaron esta unificación los convirtió en el estado
destacado y poderoso que llegaron a ser, como veremos a continuación.
El hecho de que los atenienses hubiesen evitado el gobierno de un tirano
hasta el año 600 nos puede hacer pensar que fue bueno para ellos, pero no lo
era necesariamente. Los tiranos de la Grecia antigua, como hemos visto en el
capítulo 1, eran dirigentes progresistas y reformadores —al menos los mejores
entre ellos— que ayudaron a sus comunidades a romper con los grupos y las costumbres
anquilosadas que se encontraban en el camino del desarrollo cultural y
político. Excepto en el caso de los espartanos, todas las ciudades-estado más
importantes y más desarrolladas en Grecia habían experimentado tiranías hacia
el año 600 —los corintios, los milesios, los argivos y los sicionios, por
ejemplo— y habían surgido de la experiencia más fuertes y más unificadas. Un
aristócrata poderoso llamado Cilón se intentó convertir en tirano en Atenas,
probablemente en 632, pero no lo pudo conseguir por la oposición de una familia
aristocrática muy influyente conocida como los Alcmeónidas, que contaba con el
apoyo de la mayor parte del pueblo común. La disputa que surgió a raíz de este
episodio también dañó el poder y el estatus de la familia alcmeónida: algunos
de los seguidores de Cilón fueron asesinados a pesar de haber pedido santuario
en uno de los altares o templos de la acrópolis, y el Oráculo de Apolo en
Delfos fue convencido para que colocase a la familia alcmeónida, y a su cabeza,
Megacles, bajo una maldición religiosa, como resultado de esa acción. Esta
«maldición de los Alcmeónidas» iba a tener eco a lo largo de toda la historia
ateniense. Mientras tanto, Atenas seguía siendo hacia el año 600 una comunidad
dominada por una serie de clanes y líderes aristocráticos rivales, y que había
avanzado muy poco hacia instituciones políticas/religiosas centralizadas o para
permitir la participación popular en la vida política para darle cohesión y
fuerza. De hecho, seguía siendo en muchos aspectos una comunidad griega de
estilo antiguo, y esto queda en evidencia por el hecho de que Atenas no produjo
poetas u otras figuras culturales notables antes del año 600, y no jugó ningún
papel en el gran movimiento colonizador que estaba extendiendo los
asentamientos griegos a lo largo de los mares Mediterráneo y Negro.
Sin embargo, de las disputas internas en Atenas después del intento de
tiranía de Cilón surgió un cambio progresivo: los atenienses presionaron con
éxito a las familias aristocráticas que ocupaban el poder —que colectivamente
recibían el nombre de Eupatridai o
«los bien nacidos»— para que aceptasen la redacción de las leyes de la
comunidad y que se publicasen en lugares públicos donde cualquier ciudadano
alfabetizado pudiera leerlas. Según la tradición, esto ocurrió en el año 621, y
fue un aristócrata llamado Dracón el encargado de dar forma escrita a las
leyes. Sus leyes no han sobrevivido, excepto la ley que hace referencia al
homicidio, que tendría una gran influencia en la historia posterior por la distinción
que establecía entre el asesinato deliberado y el homicidio involuntario. Pero
parece que la mayor parte de los atenienses, cuando supieron a través de Dracón
cómo eran sus leyes, se sintieron muy insatisfechos con ellas. Las leyes
tradicionales se consideraban demasiado duras —o «draconianas», como se llama
desde entonces a las leyes duras— y se extendió la agitación para cambiar las
leyes. Poco después del año 600, esta agitación llevó al nombramiento de un
nuevo «legislador», cuya revisión de las leyes de los atenienses, y a través de
ellas de la sociedad y la política atenienses, inició el proceso que convirtió
a los atenienses en el estado más avanzado en Grecia. Su nombre era Solón y fue
nombrado magistrado jefe (o arconté)
de Atenas en 594, revestido de poderes extraordinarios para revisar las leyes y
resolver los conflictos que estaban corroyendo a Atenas. Gracias a su nuevo
código legal, se le reverencia como uno de los «Siete Sabios» de la antigua
Grecia, y como el reformador más importante de la historia ateniense.
La agitación política en Atenas giraba alrededor de dos cuestiones
principales: la participación política y la propiedad de la tierra. Hasta el
arconato de Solón, la participación en la vida política de la comunidad
atenienses había estado limitada o controlada por la aristocracia tradicional,
los Eupatridai. Cada año eran
elegidos —no sabemos con seguridad cómo, pero posiblemente mediante algún tipo
de votación— nueve magistrados, llamados colectivamente los arcontes, y sólo
los hombres de las familias eupátridas eran elegibles para convertirse en
arcontes. Como estos arcontes eran el poder ejecutivo y los jueces principales
de la comunidad, el gobierno cotidiano de la comunidad se encontraba en sus
manos. Tras su año en el cargo, los arcontes se convertían en miembros
vitalicios del Consejo de Estado que recibía el nombre de «Consejo del
Areópago», según la colina del Areópago en la que se reunían, cerca de la
Acrópolis. El Consejo del Areópago parece que fue en efecto el órgano de
gobierno de la comunidad: supervisando a los magistrados anuales, estableciendo
las políticas y actuando como una especie de «corte suprema» que entendía de
cuestiones y pleitos sobre temas políticos y sociales importantes. Como estaba
formado por antiguos arcontes, se trataba de un consejo aristocrático —sus
miembros procedían exclusivamente de familias eupátridas— y eran miembros todos
los políticos destacados y de éxito de la comunidad. Por eso su prestigio era
muy grande. Además, la ciudadanía ateniense, tal como se la consideraba en esa
época, parece que se ejercía a través de la pertenencia a grupos llamados
«fratrías»: inicialmente grupos de parentesco, pero en realidad organizaciones
socio-religiosas a través de las cuales se canalizaba la participación
comunitaria, religiosa y militar, así como la limitada actividad política que
estaba abierta al «pueblo llano»; y la pertenencia a las fratrías aparentemente
estaba controlada por las familias eupátridas. En consecuencia, la aristocracia
tradicional controlaba con firmeza la vida política de la comunidad. Pero
Grecia estaba cambiando económica, social y militarmente, como hemos visto, y
Atenas no era una excepción. Existía una clase sustancial de hombres que no
procedían de familias eupátridas pero que estaban acomodados o incluso eran
ricos —gracias a la agricultura, la manufactura y/o las actividades
comerciales— y que se resentían de su exclusión de las magistraturas y del
Consejo de Estado, y del control eupátrida de la participación política activa.
En cuanto a la propiedad de la tierra, parece ser que era una cuestión
mucho más disputada. Tradicionalmente, se ha supuesto que las familias
aristocráticas poseían la mayor parte de la tierra, que era trabajada para
ellos por aparceros que pagaban de renta la sexta parte de lo que producían, de
manera que estos aparceros se conocían como hektemoroi
o «los hombres de la sexta parte». Bajo esta suposición, la disputa que debía
resolver Solón parecía una demanda de los aparceros o arrendatarios para redistribuir
la tierra, desposeyendo a los Eupatridai
de la mayor parte de sus posesiones y repartiendo la tierra confiscada entre
las familias que las trabajaban; con las familias eupátridas resistiéndose
evidentemente a estas peticiones e insistiendo en que los hektemoroi siguiesen con sus arrendamientos y pagaran sus rentas.
Esta visión del tema considera que la cuestión contemporánea de Solón era muy
similar a las disputas sobre la propiedad de la tierra en el siglo IV a.C. y
con posterioridad, que es lo que nuestras fuentes que escriben en esta época
(en especial Aristóteles) creían que era el caso.
Pero al aceptar este punto de vista, es posible que estemos aceptando una
visión anacrónica de la cuestión y que no se ajusta completamente a algunos
comentarios del propio Solón: Solón fue un poeta además de un reformador y
algunos de sus poemas sobre sus reformas han sobrevivido. La visión
tradicional, en efecto, asume como correcto el concepto de propiedad privada de
la tierra, la tierra como propiedad privada. Pero la propiedad privada de la
tierra —tan natural como pudiera parecer a los griegos en el siglo IV y que nos
pueda parecer a nosotros en la actualidad— no se encuentra en todas las
sociedades humanas y por eso no debería darse por supuesta. Conocemos muchas
sociedades en las que la mayor parte de la tierra se posee de forma
comunitaria, o en las que ni siquiera existe el concepto de propiedad de la
tierra. Por ejemplo, en la Gran Bretaña medieval grandes lotes de tierra eran
«tierras comunales», controladas y utilizadas colectivamente por comunidades
aldeanas; y en América del Norte y Australia antes de la conquista europea,
muchos de los pueblos aborígenes no conocían el concepto de propiedad de la
tierra, sino que simplemente tenían territorios tribales en los que vivían y
cazaban los miembros de la tribu. Vale la pena considerar si y hasta qué punto
la propiedad privada de la tierra estaba ya establecida en el Ática antes de la
época de Solón.
La exploración arqueológica del Ática, y más en general de Grecia, ha
demostrado que la mayoría de los asentamientos en Grecia fueron abandonados al
final de la Edad de Bronce, entre 1100 y 1000 a.C. La población de Grecia, sea
cual sea la razón, se redujo de forma dramática y evidente, y se cree que la
mayor parte de la población restante adoptó un estilo de vida de pastoreo
seminómada que se conoce como pastoreo trashumante: desplazándose cada año
entre pastos de verano en las montañas y pastos de invierno en las llanuras
costeras, y, en consecuencia, sin mantener asentamientos permanentes para vivir
en ellos.
Hacia inicios del año 800 a.C. este estilo de vida fue cambiando hacia la
agricultura y de nuevo a la vida en asentamientos permanentes, que condujo a la
civilización clásica griega de los siglos VI a III a.C. con la que estamos
familiarizados. Esto significa que, en particular, el Ática estaba casi libre
de asentamientos permanentes en una fecha tan tardía como 750 a.C., y los pocos
asentamientos permanentes que quedaban —como la propia Atenas— eran pequeños y
pobres. Bajo estas condiciones, con la mayor parte del Ática utilizada sólo
estacionalmente por pastores trashumantes con sus rebaños, la mayor parte de la
tierra del Ática quedaba desaprovechada, y no era propiedad de nadie. No
resulta del todo obvio o inevitable que, cuando y si grupos de personas se
empezaron a asentar en la tierra del Ática e introdujeron de nuevo su uso
agrícola entre 750 y 600, lo hicieran de entrada estableciendo parcelas de
tierra como propiedad privada. Convertir terrenos baldíos en tierras agrícolas
productivas lleva tiempo y una inversión considerable de esfuerzo y capital. Se
necesitan herramientas, semillas, suministro de comida para alimentar a los que
trabajan hasta que la tierra empiece a producir cosechas. Líderes ricos
pudieron proporcionar parte de este capital y, en consecuencia, pudieron
considerar que tenían un cierto derecho sobre las tierras puestas en cultivo;
pero también es posible que la mayor parte de este proceso se realizase a
través de esfuerzos colectivos y ayuda mutua, y que las tierras que se
convirtieron en cultivos se considerasen inicialmente como tierras comunales
más que como propiedad privada.
En otras palabras, la cuestión a la que se enfrentaba Solón fue muy
probablemente el proceso mediante el cual las tierras agrícolas del Ática se
iban transformando de tierras comunales en propiedades privadas. Solón resolvió
esta parte de su programa de reforma con la seisachtheia,
que parece significar «quitar una carga»; y en uno de sus poemas habla de liberar
la tierra del Ática que había sido esclavizada por agrimensores enviados por
los ricos.
Respecto a esto llamo como testigo en el tribunal del tiempo a la madre de
lo dioses olímpicos, a la más grande y a la mejor, a la negra Tierra en
persona, porque una vez alejé de ella los límites que por todas partes fijaban
en ella: antes, estaba esclavizada; ahora es libre.
El lenguaje de Solón en este y otros poemas, en los que habla de la codicia
excesiva de los ricos, tiene sentido si lo que estaba ocurriendo era que las
ricas familias aristocráticas estaban reclamando que tierras esencialmente
comunales sobre las que, como líderes de la comunidad, tenían un cierto
control, se habían transformado ahora en su propiedad privada; que la «sexta
parte» que pagaban los campesinos no era una contribución a algún tipo de
reserva comunal que se mantenía, por ejemplo, para las fratrías, sino una renta
que se les pagaba a ellos, los «propietarios» aristocráticos; que los hektemoroi eran, en consecuencia, sus
arrendatarios. Haciendo una comparación, se pueden citar las «Leyes de
cercamiento» del siglo XVIII en Inglaterra, con las que la clase alta inglesa
se apropió como propiedad privada de las tierras comunales de Inglaterra; o la
Ley de Parcelación norteamericana, que permitió a los colonos europeos
transformar las tierras comunales tribales controladas por los pueblos nativos
en granjas de propiedad privada. Incluso se puede suponer que el objetivo de
los Eupatridai era convertir a los hektemoroi en una especie de clase
servil no libre, como los ilotas en Esparta y los Penestai en Tesalia. Es contra estas pretensiones de los ricos
aristócratas que podemos ver la resistencia de los hektemoroi, negándose a seguir pagando la sexta parte de sus
cosechas (y siendo esclavizados por ello por los ricos) y argumentando que si
la tierra se tenía que convertir en propiedad privada, debería ser propiedad de
las familias que vivían en ellas y las trabajaban.
Así, Solón se enfrentaba a un dilema: si el Ática se iba a convertir en una
tierra de grandes propiedades en manos de ricos aristócratas y cultivadas por
una clase «servil», o una tierra de pequeñas propiedades en manos y trabajadas
por agricultores independientes y moderadamente acomodados. Escogió esta última
opción y al hacerlo puso las bases de la posterior democracia ateniense, porque
la numerosa, independiente y acomodada clase media de pequeños agricultores que
fue el resultado de esta seisachtheia
formó la espina dorsal del demos
(pueblo) ateniense que acabaría estableciendo el primer sistema de gobierno
democrático del mundo.
Al enfrentarse al tema del acceso a la política y de los ingresos
económicos, la solución de Solón siguió la misma línea: de la misma forma en la
que había bloqueado el intento eupátrida de apropiarse de la propiedad
exclusiva de la tierra, terminó con el control exclusivo de la política por
parte de los eupátridas. En lugar de la norma de que sólo personas
pertenecientes a los linces correctos pudieran participar en política, Solón
instituyó cuatro clases de propietarios —en esencia, los muy ricos, los ricos,
los acomodados y los pobres— y estableció que las dos clases superiores fueran
elegibles para ejercer las magistraturas y de esta forma se convertirían en
miembros del Consejo del Areópago. Esto abría el arconato y el Consejo a los
atenienses que no eran eupátridas pero que tenían suficientes propiedades, y
permitía una movilidad ascendente en la política porque cualquiera que pudiera
acumular suficiente riqueza podía acceder a una de las clases superiores de
propietarios y así convertirse en elegible para las magistraturas y el Consejo.
Había mucho más en el programa de reformas de Solón, pero ésta era la parte
esencial. Con ellas, Solón no creó la democracia, pero hizo posible la
democracia. Si hubiera elegido el lado de los Eupatridai y apoyado sus pretensiones, la Atenas democrática de los
siglos V y IV que conocemos y admiramos como cuna de nuestra cultura y de
nuestras ideas políticas nunca hubiera sido posible.
Parece que el programa de reformas de Solón no satisfizo a nadie. Los Eupatridai estaban furiosos por la
pérdida de sus privilegios exclusivos y por no ver satisfechas sus
reclamaciones sobre la tierra; el resto de los atenienses creía que Solón no
había ido lo suficientemente lejos, dejando a la aristocracia con propiedades
muy importantes, y los ricos seguían manteniendo la posición dominante en la
vida política. En el mismo poema en el que proclama que ha liberado la tierra,
Solón se describe como «un lobo revolviéndose, rodeado de muchos perros»; y en
otro poema habla de haber tomado una posición intermedia, sosteniendo su
poderoso escudo sobre ambas partes, el pueblo y los ricos y poderosos, sin dar
demasiado poder ni privilegios a ningún grupo pero intentando proteger los
derechos legítimos de todos. Pero a pesar de la extensa insatisfacción, la
decisión fundamental de Solón sobre la propiedad de la tierra y la ampliación
de la participación política echó raíces y se convirtió en parte crucial del
orden socio-político de Atenas, convirtiendo a Solón en el pensamiento de los
atenienses posteriores en su legislador más importante y fundador de su sistema
político.
Después de Solón, el problema principal que siguió dificultando el
desarrollo del estado ateniense fue la falta de cohesión, la unificación aún
incompleta del Ática en un solo estado. La vida política en la Atenas posterior
a Solón se movió, según Herodoto y Aristóteles, alrededor de tres facciones que
tenían sus bases en diferentes regiones del Ática, reflejando una tendencia a
situar los lazos y las lealtades regionales por encima de un sentido de
identidad ateniense común. Estas facciones eran: los Pedieis, es decir los hombres que vivían en la llanura ateniense (to pedion) alrededor de la propia
ciudad de Atenas, dirigidos por un eupátrida de nombre Licurgo; los Paralioi, los hombres de la región
costera al sur del Ática (llamada paraliá),
liderados por el cabeza de la familia alemeónida, Megacles (nieto del primer
Megacles); y los Hyperakrioi, los
hombres del este del Ática (desde la perspectiva de Atenas, de «más allá de las
montañas» —la cordillera de Pentele— que es lo que significa hyperakrioi), dirigidos por Pisístrato.
Estas tres facciones compitieron entre ellas durante las décadas de 570 y 560,
con el predominio habitual de Licurgo y los Pedieis,
que contaban con la ventaja de vivir en y alrededor del centro político
(Atenas). Una alianza de corta duración entre Megacles y Pisístrato permitió a
este último hacerse cargo brevemente de Atenas como tirano alrededor del año
560, poco más o menos: encontraron a una mujer excepcionalmente alta y hermosa
llamada Phye, la vistieron con la indumentaria tradicional de la diosa Atenea,
e hicieron ver que era la propia Atenea la que acompañaba a Pisístrato a la
Acrópolis para instalarlo como gobernante.
Un centenar de años más tarde Herodoto aún se reía de la credulidad de los
atenienses que se creyeron semejante patochada. Para fortalecer la alianza,
Pisístrato se casó con una hija de Magacles. Pero el pacto saltó en pedazos cuando
Pisístrato se negó a ser padre de los nietos de Megacles para que fueran sus
herederos, porque ya había criado hijos de su propia estirpe para sucederle, de
manera que «se negó a tener sexo con ella de la forma habitual» como lo expresa
Herodoto con delicadeza. Entonces Megacles se alió con la facción de Licurgo
para expulsar a Pisístrato, y parece que los dos gobernaron Atenas de forma
bastante pacífica durante los diez años siguientes. Pero en 548/547 Pisístrato
regresó con un gran ejército de mercenarios y aliados, derrotó las fuerzas de
sus rivales en Palene en el centro del Ática, donde la carretera de Maratón
desemboca en la llanura de Atenas, y se convirtió en tirano de Atenas hasta su
muerte en 528, siendo sucedido por su hijo Hipias durante otros diecisiete años
más.
Aunque la tiranía de Pisístrato surgió de la desunión regional del Ática y
representó la victoria de una de las facciones regionales, Pisístrato como
tirano se alzó por encima de este regionalismo y convirtió en parte central de
su política trabajar para una unificación más completa del Ática. De hecho, a
pesar de la mala reputación que adquirió la tiranía como sistema de gobierno,
Pisístrato fue recordado como un gobernante moderado y popular que hizo cosas
buenas por Atenas, y con buenas razones. Con la colaboración de sus hijos,
siguió un variedad de políticas que mejoraron las condiciones de vida en Atenas
y el Ática, que fortalecieron la unificación del Ática, y que introdujeron a
Atenas más en la corriente principal de la vida económica y cultural griega.
Por ejemplo, fomentó la agricultura en el Ática, utilizando un impuesto del
cinco por ciento sobre la producción agrícola para establecer un fondo para
proporcionar capital a hombres que quisieran poner en cultivo tierras marginales.
Estableció un sistema imparcial de jueces itinerantes, que iban por los
llamados «demos» (comunidades locales y regiones) del Ática para resolver
pleitos y arbitrar disputas sin que los litigantes tuvieran que incurrir en los
inconvenientes y los gastos de viajar hasta la ciudad de Atenas. Mejoró el
suministro de agua a Atenas, creando una gran fuente y trayendo un curso de
agua abundante hasta el corazón de la ciudad. Utilizó la religión para promover
la unificación, incorporando los cultos locales del Ática —tales como el culto
a Artemisa en Brauron en el Ática oriental, y los misterios de Demeter en
Eleusis al norte del Ática— bajo un control central y convirtiéndolos en cultos
de todos los atenienses. Sobre todo, convirtió el festival de Atenea, el Panathenaia, en un festival unificado
para todos los atenienses.
Además Atenas entró de una forma más completa en el mundo del comercio y la
colonización griegas. Desde finales del siglo VII los atenienses habían
exportado cerámica de lujo y aceite de oliva por todo el mundo griego, pero
bajo Pisístrato y sus hijos los atenienses desarrollaron el interés por el
valioso e importante comercio en el mar Negro. Los productos de esa región
—madera, grano, pieles, esclavos, metales y pescado— tenían gran fama en todo
el mundo griego. A través de la colonización de la costas del mar Negro y sus
zonas limítrofes, las ciudades de Mileto y Megara habían adquirido una posición
dominante en este comercio. Pisístrato fomentó los proyectos de colonización
atenienses en la entrada del Helesponto (los modernos Dardanelos), el primer y
estrecho cuello de botella en la ruta entre los mares Egeo y Negro. En Sigeo,
en la orilla asiática cerca de la antigua Troya, y en una larga península que
marcaba el lado septentrional del Helesponto —llamada por los griegos el
Quersoneso tracio— los asentamientos atenienses establecieron puestos avanzados
a través de los cuales los atenienses garantizaban un acceso seguro al comercio
del mar Negro. A medida que la ciudad de Atenas crecía gracias al estímulo
económico que proporcionaban las políticas de paz y desarrollo de Pisístrato,
resultó cada vez más importante la capacidad de importar grano y madera, y
otras materias primas, de las que la región del mar Negro era una fuente muy
rica.
A través del gobierno de Pisístrato y, después de su muerte, de sus hijos
Hipias e Hiparco, Atenas creció cada vez más unida y próspera y ganó peso en
los asuntos griegos. Pero el mismo éxito de la tiranía empezó a socavarla. A
finales del siglo VI, por todo el mundo griego, la tiranía estaba pasando de
moda, y en la propia Atenas las familias aristocráticas más importantes como
los Alcmeónidas y los Filaidas (la familia del gran Milcíades) estaban
empezando a cansarse del dominio de Pisístrato; y la clase media de los
atenienses se había desarrollado hasta un punto en el que estaba dispuesta a
jugar un papel político activo.
En 514 el hermano del tirano Hipias, Hiparco, fue asesinado como resultado
de una intriga sexual: el famoso escándalo de Harmodio y Aristogitón. En la
típica cultura homoerótica de la clase alta de esta época, relaciones de
patrocinio y de naturaleza sexual eran habituales entre hombres maduros a
finales de la veintena o mayores, y jóvenes bellos al final de la adolescencia
o principios de la veintena. Harmodio era uno de estos jóvenes y bellos
aristócratas, y le cayó en gracia a Hiparco, que se sentía inclinado hacia ese
tipo de relaciones. Pero Harmodio ya tenía un amante mayor, Aristogitón, y
rechazó las insinuaciones de Hiparco. Con la arrogancia de llevar tanto tiempo
en el poder, Hiparco se sintió ofendido y respondió insultando públicamente a
la familia de Harmodio; y el insulto era de tal calibre que Harmodio y
Aristogitón decidieron asesinarle. La muerte de su hermano provocó en Hipias un
ataque de paranoia vengativa: asumió que este asesinato debía formar parte de
una conspiración más amplia contra su gobierno e instituyó algo parecido a un
«reinado del terror» con torturas y ejecuciones de todos aquellos sospechosos
de deslealtad. De esta forma la tiranía popular fundada por Pisístrato se
volvió profundamente impopular; pero seguía siendo una tiranía con raíces
profundas y fuertes que no se podía derrocar con facilidad. Fue el cabeza de la
familia alcmeónida, que se había visto obligado a huir al exilio, el que
encontró la forma de librarse del tirano.
CLÍSTENES Y LA INVENCIÓN DE LA
DEMOCRACIA
Clístenes el alcmeónida merecería
ser mucho más famoso en la civilización occidental de lo que lo es porque fue
Clístenes quien, en primer lugar, provocó la caída de la tiranía pisistrátida y
después —lo que es mucho más importante— estableció el sistema democrático de
gobierno que fue el legado más importante de Atenas al mundo moderno. Hay que
decir que Clístenes fue verdaderamente el inventor de la democracia y a pesar
de eso su nombre es prácticamente desconocido fuera de un estrecho círculo de
estudiosos profesionales de las antiguas Grecia y Roma. Su primera problema era
acabar con la tiranía de Hipias, y sus seguidores y él no tenían la fuerza para
hacerlo a través de una acción militar propia: lo habían intentado en 513, tras
el asesinato de Hiparco, y habían fracasado. Sin embargo, Clístenes tenía una
influencia considerable en el gran Oráculo de Apolo en Delfos, el santuario
religioso más sagrado e importante del mundo griego.
Unas décadas antes un terremoto había destruido el templo de Apolo en
Delfos, y los ricos Alcmeónidas se hicieron cargo del contrato para reconstruir
el templo. Aunque este contrato contemplaba la construcción del templo con
piedra caliza local, los alcmeónidas habían proporcionado a su costa una
fachada de caro mármol de Paros, ganándose con ello la gratitud de lo
sacerdotes del Oráculo. Utilizando esta gratitud, Clístenes persuadió al
Oráculo para que instruyera a los espartanos, siempre que enviaran una
delegación a consultar a Apolo —y los espartanos eran especialmente
escrupulosos en todo lo referente a la religión y la consulta del deseo de los
dioses— que el dios les exigía que liberaran a los atenienses. En 511/510 esta
cantinela reiterada movió finalmente a la acción a los reticentes espartanos:
enviaron una pequeña fuerza expedicionaria al mando de un oficial espartano
menor para que le dijera a Hipias que debía dimitir de su tiranía. Las fuerzas
de Hipias expulsaron con facilidad a los espartanos; pero eso puso en cuestión
el prestigio militar espartano y provocó que los espartanos se tomaran en serio
el derrocamiento de Hipias.
Como consecuencia del golpe a su prestigio, los espartanos enviaron ahora
una expedición más grande bajo el mando del espartano más influyente de esta época,
el rey Cleómenes, para atacar a Hipias y acabar con su gobierno. Los
pisistrátidas y sus seguidores se refugiaron en la Acrópolis y resistieron un
asedio; pero cuando Hipias intentó escabullir a sus nietos hasta un lugar
seguro, fueron interceptados y capturados, y con el fin de que se los
devolvieran sin sufrir ningún daño, Hipias se vio forzado a aceptar la entrega
del poder y a abandonar Atenas con toda su familia. Los pisistrátidas se fueron
al exilio en Sigeo en la Tróade, y Atenas quedó como un estado libre tras
treinta y ocho años de tiranía.
Como Pisístrato nunca abolió y ni siquiera alteró materialmente el sistema
de gobierno de Solón, permitiendo que siguiera funcionando bajo su supervisión
directa, los magistrados y el Consejo del Areópago habían seguido gobernando
Atenas sin ningún impedimento serio. A pesar de eso, después de una tiranía tan
larga, existía la incertidumbre natural de quién gobernaría Atenas a largo
plazo, y cómo. En especial, parece que aparecieron de inmediato las divisiones
entre las familias principales y ricas que habían permanecido tranquilas en
Atenas durante el gobierno pisistrátida, y aquellos que regresaban del exilio
tras la caída de Hipias. Este último grupo se encontraba bajo la dirección de
Clístenes y en la lucha política interna se llevaron al principio la peor
parte. Fue esta derrota en la política aristocrática tradicional en los años
inmediatamente posteriores a Hipias lo que llevó a Clístenes, en 508, a
elaborar una nueva estrategia política. En palabras de Herodoto, incorporó al
pueblo a su facción.
La narración de Herodoto, con su énfasis típico en los líderes individuales
y en sus motivaciones personales, es engañosamente simple. Resulta obvio,
cuando se echa un vistazo a los detalles de las reformas de Clístenes que se
derivan del relato de Aristóteles y del gobierno ateniense de las décadas de
490 y 480, que Clístenes ofreció al demos
(pueblo) ateniense un amplio abanico de propuestas para cambiar el sistema
político ateniense, un abanico de propuesta que difícilmente pudo surgir en el
calor del momento, ni pudo estar motivado simplemente por el deseo de batir a
los oponentes políticos del momento. Y resulta igualmente obvio que, al aceptar
el ofrecimiento de Clístenes y apoyar sus propuestas, el pueblo de Atenas
estaba dispuesto, e incluso deseaba, el cambio. Ante la aceptación de la
propuesta de reforma de Clístenes, el líder de los aristócratas conservadores,
el arconte de 508/507 Iságoras, buscó ayuda en los espartanos. Era amigo
personal del rey espartano Cleómenes y sabía que los básicamente oligárquicos
espartanos no aprobarían las reformas radicales que Clístenes estaba a punto de
implantar en Atenas.
Cleómenes respondió a la petición de Iságoras recurriendo a la antigua
«maldición de los Alcmeónidas», ordenando que los que estuvieran bajo dicha
maldición abandonasen Atenas. En apariencia no queriendo aparecer como la causa
de la intervención militar espartana en Atenas, Clístenes obedeció y abandonó
Atenas. Pero Iságoras y Cleómenes no estaban satisfechos con esta victoria. Por
eso Cleómenes llegó a Atenas con una pequeña fuerza espartana y ordenó que
fueran exiliadas todas las personas relacionadas con los alcmeónidas y su
maldición: se cuenta que 700 familias se vieron obligadas a huir del Ática, y
que incluso los huesos de los muertos fueron desenterrados y alejados del
territorio ateniense. Hasta ese punto no hubo oposición, pero Cleómenes e
Iságoras empezaron a sobrepasar los límites. En su determinación por colocar el
poder en Atenas firmemente en las manos de Iságoras y sus seguidores, ordenaron
que el Consejo de Estado —presumiblemente se referían al Consejo del Areópago—
se disolviera, con la intención no expresada de purgarlo y establecer un
Consejo nuevo y más leal formado por 300 seguidores de Iságoras. Pero el
Consejo se negó a disolverse y en su lugar recurrió al pueblo de Atenas para
que se levantase en apoyo de su Consejo y de sus propios derechos.
Para gran sorpresa y decepción de Iságoras y Cleómenes, el pueblo ateniense
respondió a este llamamiento con fuerza y en gran número. Enfrentados a los
atenienses armados que ocupaban las calles en defensa del Consejo, Cleómenes e
Iságoras y sus seguidores se retiraron a la Acrópolis y se atrincheraron.
Seguramente esperaban que el tumulto público se fuera apagando con cierta
rapidez, a medida que se fuera calmando la ira popular y la gente volviera a
sus casas y a su rutina diaria. Pero ocurrió todo lo contrario: el pueblo
organizó el asedio de la Acrópolis, manteniendo una estrecha vigilancia de las
puertas, y cada vez más hombres se unían al asedio a medida que se extendía la
noticia, incluso acampando durante la noche alrededor de la Acrópolis con las
armas a mano para asegurarse que los sitiados no podrían escapar.
Después de unos cuantos días en esta situación y ante el suministro
inadecuado de agua y la falta de alimentos, Cleómenes se vio forzado a negociar
una retirada de Atenas. Sus espartanos y él debían dejar atrás sus armas y
regresar a Esparta en ignominia, dejando a sus aliados atenienses para que los
juzgase el pueblo de Atenas, aunque Cleómenes consiguió escabullir a su
aterrorizado amigo Iságoras. Clístenes y el resto de los alcmeónidas, así como
sus seguidores, fueron llamados de vuelta a Atenas, y el programa de reformas propuesto
por Clístenes entró en vigor. Este fue el nacimiento de la democracia
ateniense: una paquete de reformas formulado por un aristócrata atrevido y un
levantamiento popular contra aquéllos dentro de Atenas que intentaban impedir
que se pusiera en práctica dicho paquete de reformas.
Las reformas de Clístenes del sistema de gobierno ateniense fueron
complejas, intrincadas y penetraron profundamente en la sociedad ateniense de
formas muy diferentes, y —a pesar de la impresión que ofrecen nuestras fuentes
y que con frecuencia es aceptada sin más por los historiadores— no se pudieron
aprobar y aplicar en cuestión de semanas o meses. Más bien tendríamos que
pensar en un proceso de uno o dos años, quizá más largo, que ha sido resumido
por nuestras fuentes en un único acto de reforma. Sin embargo, el resultado de
toda esta reforma, fuera cual fuese la forma y el tiempo en el que fue
aplicada, no está en duda. Clístenes y el pueblo de Atenas crearon un sistema
de gobierno en el que los habitantes libres del Ática se definían como
ciudadanos de la ciudad-estado de Atenas con idénticos derechos políticos,
deberes y privilegios; y en el cual, como ciudadanos atenienses iguales, el
pueblo gobernaba el estado en el sentido más directo e inmediato. La forma
ateniense de democracia fue lo que se llama una democracia de «participación
directa»: no existía ninguna distinción entre el pueblo y el gobierno, porque
el pueblo era el gobierno. Los
principios básicos del sistema eran dos: la igualdad política fundamental de
todos los ciudadanos, lo que los griegos llamaban isonomia (igualdad ante o bajo la ley); y el derecho de todos los
ciudadanos a reunirse en asambleas para tomar decisiones, y para discutir,
debatir y decidir las políticas públicas con libertad y con una igualdad
esencial en dichas asambleas, lo que los griegos llamaban isegoria (igualdad para reunirse y dirigirse a la asamblea).
El principio de que los ciudadanos eran
el estado y se gobernaban a ellos mismos directamente no era nuevo en la Atenas
democrática: dicha noción, expresada por la forma en que los griegos se
referían siempre a los estados con un nombre colectivo —por ejemplo, los
corintios o los megarenses, nunca Corinto o Megara— ya estaba bien establecida
en la vida política griega. Lo que era nuevo en la Atenas democrática era la
extensión de la ciudadanía, que no convertía a una minoría o a un grupo
elitista en el cuerpo soberano del estado, sino que lo era el pueblo ateniense
en su conjunto (es decir, los habitantes masculinos libres que formaban el
grupo de los ciudadanos). Y ésta es la razón por la que en última instancia fue
el uso del término demokrateia
(gobierno por el pueblo) el que se extendió con mayor amplitud para describir
este sistema. Está claro que la antigua Atenas era, como todas las sociedades
antiguas, una sociedad de propietarios de esclavos y los esclavos —que
prácticamente eran todos importados del extranjero, algunos griegos, pero la
mayoría procedente de pueblos no griegos— no disfrutaban de los derechos de
ciudadanía y por eso no formaban parte del demos,
el pueblo visto como una entidad política. Y también como todas las sociedades
antiguas, Atenas era de naturaleza patriarcal, de manera que las mujeres no
disfrutaban tampoco de derechos activos de ciudadanía. Pero con esto sólo se
quiere decir que Atenas no era una sociedad moderna. El punto de interés
perdurable sobre el estado ateniense era la importante extensión de los
derechos políticos, de manera que las reformas de Clístenes abarcaban
aparentemente a todos los habitantes masculinos nacidos libres; y la forma
completa y activa con la que los ciudadanos participaban en el gobierno de su
comunidad, haciendo que su democracia fuera un caso real de autogobierno por
parte de los ciudadanos.
Por supuesto que establecer el principio de que el demos, el pueblo en su conjunto, debía ser el soberano es una cosa;
implantarlo y ponerlo en práctica, otra muy diferente. Y fue el proceso para
convertir en una realidad el gobierno popular lo que fue complicado y requirió
todo un programa detallado de reformas muy bien pensadas. El elemento crucial
que se debía lograr era incorporar a los ciudadanos como actores políticos y a
los ciudadanos como guerreros en el tejido de la ciudad-estado ateniense de
forma que al mismo tiempo completara la unificación de todo el Ática y de sus
habitantes como la ciudad-estado ateniense.
Esta era una empresa mayor, pero la solución de Clístenes a este problema
fue tan elegante y tuvo tanto éxito, que con posterioridad no se planteó nunca
más la cuestión de cómo se debía definir la ciudadanía en Atenas, ni persistió
ningún rastro de la antigua desunión regionalista. Para lograr este efecto,
Clístenes creó diez nuevas subdivisiones del pueblo ateniense, llamadas phylai (habitualmente, aunque de forma
errónea, se traducen como «tribus») y agrupó a los ciudadanos atenienses en
estas phylai de tal forma que cada
tribu era un microcosmos del Ática y del pueblo ateniense. Cada tribu estaba
dividida en tercios (trittyes en
griego) y un tercio de cada tribu procedía de cada una de las tres regiones del
Ática. Es decir, cada tribu estaba formada por un tercio de hombres de la
llanura de Atenas (Pedieis), un
tercio de hombres de la región costera del sur (Paralioi) y un tercio de hombres del centro y del este del Ática (Hyperakrioi). De esta forma, ciudadanos
de las tres regiones del Ática se veían obligados a trabajar juntos en las
funciones religiosas, políticas y militares del estado. Las phylai jugaban un papel importante en el
culto estatal, eran las unidades organizativas de la falange hoplita ateniense
(es decir, su ejército), y eran una división crucial del pueblo para
importantes propósitos políticos. De esta forma hombres de todos los lugares
del Ática aprendieron a dejar de pensar en ellos mismos como pertenecientes a
tina región en particular, y en su lugar a pensar en ellos simplemente como
atenienses.
Sin embargo, las partes básicas constituyentes de las phylai no eran los trittyes,
sino los «demos» o comunidades locales, a partir de las cuales se constituían
esos «tercios». Por toda el Ática existían numerosos pueblos pequeños, aldeas y
comunidades rurales en las que vivían realmente una parte sustancial de los
«atenienses»; la población de la propia Atenas era menos de la mitad del pueblo
ateniense en esta época. Clístenes designó todas estas comunidades como demos,
y además también dividió la ciudad de Atenas y sus suburbios en una serie de
demos. En cada una de las tres regiones del Ática, los demos locales fueron
divididos en diez grupos de forma que se asegurase que cada grupo tenía más o
menos la misma población. Estos treinta grupos de demos, diez en cada región,
eran por supuesto los trittyes o
tercios de las phylai, y cada una de
estas «tribus» estaba constituida por habitantes de los demos de todas las
regiones del Ática. Y fueron estos demos los que constituyeron la base de la
ciudadanía ateniense.
Cada ateniense libre estaba registrado en un demo local en el que vivía él
y/o su familia, y era responsabilidad de los demos locales mantener la lista de
ciudadanos para el futuro: borrando los nombres de los miembros muertos y
añadiendo los nombres de los hijos de los miembros del demo cuando llegaban a
la edad adulta, siendo la pertenencia a un demo hereditaria sin tener en cuenta
el lugar de residencia. Cada demo tenía su propio gobierno democrático: una
asamblea de miembros del demo y magistrados (demarchoi)
responsables ante la asamblea. De esta forma, el pueblo de Atenas se convertía
en responsable de determinar quién era y quién no era ciudadano ateniense, y de
esta manera quién podía participar en la política y el gobierno de Atenas. Las
fratrías siguieron jugando un papel importante en prestar testimonio de la
idoneidad de sus miembros para obtener el estatus de ciudadano, pero ya no
estaban controladas por la aristocracia, y las asambleas de los demos tenían la
última palabra.
Con todos los habitantes libres del Ática con la categoría de ciudadanos,
eran necesarios mecanismos para establecer firmemente el gobierno de la
comunidad por parte del pueblo. El Consejo de Estado tradicional, el Areópago,
estaba formado por la clase alta, que seguía siendo predominantemente
aristocrática. Siguió reteniendo poderes significativos sobre todo de
naturaleza judicial e investigadora —por ejemplo, examinando la cualificación
para las magistraturas y la mala gestión de los magistrados— pero sus funciones
más importantes del gobierno cotidiano y la supervisión de la comunidad y de
sus asuntos le fueron arrebatadas y entregadas a un nuevo Consejo de Estado, la
Boule (Consejo) de los 500, llamado
así porque tenía quinientos miembros. Esta Boule
fue cuidadosamente diseñada para formar un conjunto representativo del pueblo
ateniense. Estaba constituida por diez grupos de consejeros, cincuenta de cada
una de las diez tribus. Los consejeros eran nombrados por los demos, cada demo
nombraba un número de consejeros proporcional a su población. Todos los
ciudadanos atenienses con buena salud y con más de 30 años podían ser elegidos.
Los nombres de los elegibles y dispuestos a servir se colocaban dentro de una
urna en cada demo, y el número requerido de consejeros era seleccionado al
azar. De esta forma la Boule era una
representación precisa y transversal del pueblo ateniense.
Vale la pena detenerse un momento en el tamaño de la muestra, y un ejemplo
comparativo puede arrojar luz sobre el tema. Los 500 consejeros de Atenas
representaban un cuerpo ciudadano de entre 30.000 y 50.000 hombres, según las
mejores estimaciones de los historiadores de la demografía ateniense. Los Estados
Unidos también tienen un consejo representativo de este tipo, que tiene un
total de 535 miembros: 100 en el Senado y 435 en la Cámara de Representantes.
Pero estos 535 miembros sirven a un cuerpo ciudadano de unos 228 millones
(227.719.424 según la estimación de 2007 de la Oficina del Censo de los Estados
Unidos). Podemos ver que el objetivo de Clístenes al crear un consejo tan
grande, cuidadosamente calculado para dar a cada localidad y comunidad una
representación proporcional, y utilizando el sistema de sorteo para asegurar
que la selección se dejase al azar, era realmente producir un cuerpo que fuera
un conjunto al azar casi perfecto del pueblo ateniense, tanto como fuera
posible crearlo.
Esta Boule democrática
supervisaba el funcionamiento cotidiano del gobierno y de los magistrados, y en
especial discutía los temas de importancia pública de forma preliminar, y sobre
la base que al hacerlo preparaba y establecía el orden del día para las
reuniones de la asamblea popular. Sin embargo, no era un consejo ejecutivo que
tomase decisiones: todas las decisiones importantes debían presentarse y eran
tomadas por la asamblea de los ciudadanos atenienses. Para conseguir que el
funcionamiento del Consejo fuera lo más democrático e igualitario posible, el
trabajo del Consejo estaba estrechamente relacionado con las diez tribus. El
calendario del estado ateniense, que se fundamentaba esencialmente en y
alrededor de los cultos y festivales religiosos, estaba formado por doce meses
lunares que totalizaban 354 días, lo que requería que se intercalase un mes
cada pocos años para ajustar el año lunar con el año solar de 365 días.
Además de este calendario habitual de base religiosa, Clístenes instituyó
un nuevo año político de diez unidades, llamadas «pritanías», cada una de las
cuales estaba asociada con una de las diez tribus. Así, cada una de las diez phylai presidía por turnos el sistema
ateniense durante un «mes político» de 36 días. Esto se veía en particular en
relación con la Boule: los cincuenta
representantes de la tribu que estaba asociada a una pritanía determinada formaban en realidad un comité ejecutivo del
Consejo durante ese período de 36 días. Cada día los cincuenta consejeros que
ocupaban la pritanía elegían a uno de
sus miembros a suertes para presidir el Consejo durante ese período de
veinticuatro horas. Se requería que pasase todo ese período de veinticuatro
horas en el Tholos, un edificio
estatal al lado de la Casa del Consejo al borde del ágora ateniense (la plaza central de la ciudad), y debía seleccionar
a siete u ocho miembros de su contingente tribal para que permanecieran con él
de guardia. De esta forma, en todo momento existía un subcomité de la Boule disponible en el corazón de Atenas
para aceptar y empezar a gestionar cualquier asunto público que pudiese surgir.
Más aún, con el objetivo de asegurar que ninguna tribu mantuviese regularmente
la pritanía durante una parte del año
especialmente ajetreada o importante, el orden de las «pritanías» tribales se
sorteaba cada año.
El papel principal del Consejo era presidir las reuniones regulares de la
asamblea. Las reuniones de la asamblea se celebraban un mínimo de cuatro veces
durante cada «pritanía», es decir, cada nueve días, y era deber del Consejo
establecer el orden del día de cada reunión de la asamblea popular, y el del
contingente tribal que disponía de la «pritanía» presidirla. El orden del día
de cada reunión de la asamblea era anunciado con anterioridad, y propuestas
políticas especialmente importantes o propuestas de leyes eran publicadas con
días de antelación en tablones blancos que eran desplegados para que todos los
ciudadanos los pudieran leer en el ágora
de Atenas, en el monumento delante de la cámara del Consejo que se había
levantado en honor de los diez «héroes tribales». Puesto que Clístenes había
obtenido una sanción divina para su reorganización del cuerpo de ciudadanos
atenienses al enviar al Oráculo de Apolo en Delfos una lisia de cien nombres de
héroes tradicionales de la mitología y del culto atenienses, pidiendo a Apolo que
seleccionase diez héroes que darían su nombre a las nuevas phylai atenienses. En consecuencia, todos los atenienses que tenían
la voluntad y eran libres de hacerlo, se reunían cada nueve días en una
asamblea abierta —o con mayor frecuencia si había algún asunto importante que
no podía esperar hasta la siguiente reunión regular de la asamblea— y allí se
discutía, se debatía y se decidían formalmente todas las cuestiones políticas y
de interés público. El voto del pueblo era vinculante: se requería a los magistrados
que implantasen y se dejasen guiar por la voluntad del pueblo expresada en
público, y la Boule estaba allí para
supervisar a los magistrados y para asegurarse de que se conducían de acuerdo
con la voluntad del pueblo expresada en público.
Para algunos asuntos públicos especialmente importantes, era necesaria la
presencia de al menos 6.000 ciudadanos en la asamblea, indicando que los
atenienses podían o esperaban que la sexta parte o más del cuerpo ciudadano
estuviera presente en la asamblea en cualquier ocasión. Esto representa un
índice de participación muy alto, dado que se celebraban más de cuarenta
reuniones de la asamblea a lo largo del año. En definitiva, bajo el sistema de
Clístenes, los atenienses eran participantes activos en el autogobierno.
Lo mismo se puede decir respecto a la Boule.
El servicio en el Consejo duraba sólo un año y después del año en el Consejo
cada miembro individual no podía ser elegido de nuevo hasta que no hubieran
pasado diez años; y ningún ateniense podía servir en él más de dos veces. Como
se necesitaban 500 consejeros cada año, resulta claro que en el transcurso de
una generación estándar de 25 años, más de doce mil ciudadanos atenienses
debieron servir uno o dos años en el Consejo: más de la cuarta parte de los ciudadanos
disponibles de cualquier generación. Esto significa que existía una gran parte
del cuerpo ciudadano que disponía de una experiencia detallada de los asuntos
públicos por haber servido en el Consejo; y que los ciudadanos atenienses, a
través de la consulta de los tablones blancos junto al Monumento a los Diez
Héroes, llegaban a las reuniones de la asamblea bien informados y bien
preparados para debatir y para votar.
En consecuencia, a través de este Consejo y la reuniones regulares de la
asamblea, Clístenes creó un sistema de gobierno genuinamente popular, uno en el
que el pueblo era literalmente el gobierno en el sentido más completo. Llamar a
este sistema «democracia de participación directa» no es un mal nombre. Hay que
señalar hasta qué punto este sistema se basaba en el sorteo: los atenienses
desconfiaban de las elecciones —porque favorecía a los candidatos ricos y
prominentes por encima del ciudadano medio— e insistían todo lo posible en la
asignación al azar de deberes y responsabilidades. Eventualmente, se formaron
numerosos comités de supervisores para todo tipo de asuntos públicos para
conducir las políticas públicas en Atenas, y hasta donde fue posible siempre se
mantuvo el principio del sorteo. Inicialmente, bajo las leyes de Clístenes, los
nueve arcontes anuales seguían siendo elegidos y seguían manteniendo poderes
importantes, y el Consejo del Areópago seguía ofreciendo un órgano para la
supervisión de los asuntos públicos por parte de la clase superior; pero esto
sufriría un cambio en reformas posteriores en 487 y en la década de 460, como
conocemos por el tratado de Aristóteles sobre la constitución ateniense.
Así la democracia no fue completada por Clístenes, pero no puede existir
ninguna duda de que su constitución fue democrática, y que por eso fue el
inventor de la democracia. Sin embargo, un aspecto importante de la democracia
ateniense creada por Clístenes queda pendiente de analizar. El ciudadano
ateniense no era sólo un participante político y formaba parte de la asamblea
estatal soberana, también era, y éste es un aspecto muy importante, un guerrero
que luchaba en la batalla para proteger y ampliar su estado y sus intereses. La
forma de hacer la guerra griega era, como hemos visto, una guerra de milicias
ciudadanas, y en un sentido importante fue su papel como guerrero que
arriesgaba su vida por el estado lo que justificaba el derecho de los
ciudadanos a disponer de una voz y una participación política igualitaria.
Bajo la
reforma de Clístenes, la falange hoplita ateniense estuvo íntimamente unida al
nuevo sistema de las diez phylai.
Eran las tribus las que mantenían un registro de los ciudadanos elegibles para
el servicio militar, y en especial de aquellos ciudadanos que tenían lo
suficiente para equiparse y servir como guerreros hoplitas. La falange
ateniense, después de Clístenes, estaba formada por diez taxeis (regimientos) proporcionados por las diez phylai. De esta forma los hombres de
cada tribu servían y luchaban juntos, cimentando su cooperación mutua y su
sentido de unidad. Además, Clístenes había creado una nueva magistratura del
estado relacionada con esto: cada tribu elegía anualmente a un strategos (general) para organizar y
mandar la taxis de la tribu que se
integraba en la falange. Los diez strategoi
anuales no sólo mandaban sus regimientos tribales en la guerra, sino que
también formaban el consejo militar del comandante en jefe ateniense, que en
esta época (y hasta 487) seguía siendo el polemarchos
(arconte militar). En las décadas siguientes, de hecho a medida que el
prestigio de los arcontes tradicionales se desvanecía y sus poderes quedaban
recortados, los diez strategoi
ganaron importancia hasta convertirse en los principales magistrados ejecutivos
de la ciudad-estado ateniense. Sirviendo juntos en esta falange hoplita bajo
generales que habían elegido ellos mismos demostró ser uno de los factores
cruciales que unió a los atenienses con su nuevo sistema de gobierno, y les dio
la confianza para convertir el gobierno democrático en una realidad práctica.
Existen otros detalles menores en el sistema de Clístenes, pero un
importante mecanismo de seguridad merece una descripción completa. Las reformas
de Clístenes aparecieron justo después de una tiranía en Atenas de cerca de
cuarenta años, y el peligro de otro líder que intentase alcanzar el poder
autocrático era una gran preocupación. Para evitarlo, Clístenes creó una
institución conocida como ostrakismos,
el origen de la palabra ostracismo.
Cada año, en una reunión específica de la asamblea, los ciudadanos atenienses
reunidos eran preguntados por los consejeros presidentes si, en su opinión,
existía algún líder destacado en Atenas cuyo poder pareciera demasiado grande,
de manera que se pudiera convertir en una amenaza para la democracia, es decir,
fuera un tirano en potencia. Si la respuesta de la asamblea era que sí existía
semejante líder peligroso, se convocaba una reunión especial de la asamblea
para votar sobre la cuestión de quién representaba semejante peligro para el
estado. Esta asamblea especial era una de las que necesitaban un quorum de
6.000 votantes presentes; y si se alcanzaba el quorum, el hombre que recibía la
mayoría de los votos era exiliado de Atenas durante un período de diez años,
pero sin perder las propiedades u otros derechos civiles, ni con deshonor para
él mismo o para su familia. El objetivo era sencillamente apartar del proceso
político a líderes peligrosos durante un período de «enfriamiento» de diez
años. Aunque Aristóteles nos explica que el ostracismo fue instituido por
Clístenes, añade que pasaron más de quince años antes de que los atenienses
condenaran al ostracismo a su primer conciudadano: Hiparco, hijo de Charmos en
487. Algunos historiadores han dudado de que el ostracismo fuera una innovación
de Clístenes, debido al largo intervalo entre su invención y su aplicación, que
consideran poco plausible. Sin embargo, aparte de una oleada de cinco
ostracismos sucesivos en la década de 480 (Hiparco en 487, seguido de Megacles,
Jantipo, un hombre cuyo nombre se ha perdido y Arístides en los años
inmediatamente posteriores), el ostracismo parece que fue bastante raro.
Conocemos el de Temístocles en 472, Cimón en 462, Tucídides hijo de
Melesias hacia 440 e Hipérbolo en 418. Es concebible que un montón de
atenienses sufrieran el ostracismo en los años intermedios de los cuales no nos
hayan llegado noticias, pero parece muy poco probable. De hecho era bastante
raro que los atenienses se pusieran de acuerdo en que existía un líder que
representaba un peligro para la democracia, y que en consecuencia se reunieran
en número suficiente para completar el ostracismo. Por eso no resulta realmente
sorprendente que llevase años para que se produjera el primer ostracismo. Y
existe una tradición tardía que de hecho fue Clístenes el primer ateniense
condenado al ostracismo, una víctima de su propio éxito político y de sus
propias reformas. No podemos estar seguros de que sea verdad, pero podría
explicar la por otro lado sorprendente desaparición de Clístenes de la vida
política ateniense inmediatamente después de sus reformas.
Un último aspecto que vale la pena destacar sobre Clístenes es explicar su
sorprendente oscuridad: ¿por qué el inventor de la democracia no es más famoso
gracias a sus logros? La respuesta se encuentra en la política ateniense de
finales del siglo V. Entre 431 y 404 los atenienses libraron y, como es
conocido, perdieron una gran guerra contra los espartanos y diversos aliados,
la llamada Guerra del Peloponeso. Como parte del acuerdo de paz impuesto por
los espartanos, la democracia ateniense fue derrocada y reemplazada por un
régimen estrechamente oligárquico conocido como los «Treinta Tiranos». Pero al
cabo de sólo un año los atenienses se levantaron, derrocaron a los Treinta y
restituyeron su democracia; y al hacerlo formaron una comisión que revisara las
leyes constitucionales de Atenas para crear una estructura coherente y ordenada
de ley constitucional a partir de las actividades legisladoras de Dracón,
Solón, Clístenes y Efialtes (a finales de la década de 460), y en general a partir
de las numerosas leyes y decretos específicos que el pueblo ateniense se había
dado a lo largo de los años. La constitución establecida por esta comisión en
399 fue en su mayor parte una versión sistematizada de la constitución de
Clístenes tal como la reformó Efialtes: estamos bien informados sobre ella a
través de la «Constitución de los atenienses» de Aristóteles y por fragmentos
inscritos de las propias leyes. Pero una de las críticas que se lanzaron contra
la democracia ateniense durante las últimas décadas del siglo V fue que era
nueva, que se apartaba de la antigua y apropiada patrios politeia (constitución ancestral) de los atenienses.
Las antiguas ciudades-estado griegas, como prácticamente todas las
sociedades humanas, veneraban la tradición, y por eso esta crítica era muy
poderosa. En consecuencia, parecía necesario establecer que la constitución
democrática reestablecida en 399 era la patrios
politeia ateniense, pero las actividades reformadoras de Efialtes (60 años
antes) y Clístenes (cien años antes) eran demasiado recientes para que este
argumento fuera efectivo. Por eso fue la actividad legisladora de Solón, de
unos venerables 200 años antes, la que fue señalada como la clave para el
establecimiento de la democracia en Atenas, y el código constitucional
establecido en 399 recibió el nombre de Solonos
nomoi: las leyes de Solón. De esta forma Solón, cuyo papel fue ciertamente
importante pero que de hecho no creó la democracia, como hemos visto, acabó
siendo reverenciado como el fundador de la democracia, y Clístenes quedó
completamente olvidado.
De hecho, en la época moderna sigue existiendo una tendencia a minimizar la
importancia de Clístenes. Algunos historiadores insisten en que su objetivo era
simplemente ampliar su propio poder político, no crear la democracia. Pero en
ese caso uno se pregunta por qué Clístenes se habría tomado la molestia de
crear las diez nuevas tribus, el Consejo de los 500, estableciendo la necesidad
de cuarenta reuniones al año de la asamblea soberana, y todo lo demás.
Seguramente podría haber ganado popularidad fomentando su propio poder sin
necesidad de instituir unas reformas tan amplias y fundamentales. Por otro
lado, se ha argumentado que su interés principal era unificar el Ática y que la
democracia que surgió de sus reformas fue un efecto colateral. Sin embargo,
también aquí hay que volver a decir que aunque la finalización de la
unificación del Ática era claramente un aspecto importante del programa de
Clístenes, la Boule y las numerosas
reuniones regulares de la asamblea no eran necesarias para unificar el Ática,
sino que tenían el objetivo claro del gobierno popular. Finalmente, es
necesario insistir que Clístenes realmente fue y quiso ser el creador del
sistema de gobierno democrático. Y repetir que las reformas instituidas por
Clístenes no pudieron ser labor de unas pocas semanas o meses. Debió llevar
algunos años realizar todas las tareas necesarias y «poner en marcha» el
sistema. Había que establecer y definir los 139 demos desde el punto de vista
geográfico y en todos los demás, y se debían crear las estructuras de gobierno
del demo local. Los demos tenían que registrar a sus miembros constituyentes, y
así crear el primer registro de los ciudadanos atenienses.
Basándose en este registro de los demos, los demos debían dividirse en trittyes de una forma que fuera
geográficamente asumible, al mismo tiempo que se aseguraban que dichos
«tercios» tenían más o menos el mismo tamaño y la misma población. Después
estos «tercios» se debían asignar a las tribus. Se debía definir el nuevo año
oficial, y las tribus, a través de los demos, debían elegir a sus grupos de 50
consejeros para formar en conjunto la nueva Boule
de los 500. Las phylai debían
establecer listas de membresía a partir de los registros de los demos que las
constituían y determinar qué miembros eran elegibles para el servicio como
hoplitas. Cuando se piensa en todas estas complejas actividades
administrativas, creo que resulta evidente que este proceso debió llevar un
tiempo considerable para trabajar todos los detalles y llevarlo a la práctica:
varios años como mínimo. Los atenienses no pudieron hacer todo esto en paz y
sin molestias.
LA DEFENSA DE EA ATENAS DEMOCRÁTICA
El rey espartano Cleómenes, lívido a
causa de su humillación a manos de los atenienses, llamó al ejército espartano
y convocó a contingentes aliados de todo el Peloponeso con el objetivo de
aplastar la naciente democracia atenienses en la cuna. Además, persuadió a los
rivales regionales de los atenienses, los tebanos y los de Calcis, para que
colaborasen con su proyectada invasión del Ática, invadiendo ellos mismo el
Ática desde el norte y el noreste, respectivamente. En consecuencia, invadida
simultáneamente desde tres direcciones por tres fuerzas enemigas de grandes
dimensiones, el experimento ateniense de la democracia realmente parecía
destinado a terminar antes de que hubiera podido empezar. Los líderes
atenienses valoraron correctamente que el ejército peloponesio que se acercaba
desde el noroeste era el peligro principal, y convocaron a todos los atenienses
que tuvieran la categoría de hoplita a que se reuniesen para detener esta
invasión, saliendo a campo abierto para enfrentarse a los espartanos y a sus
aliados en la llanura de Eleusis. Al mismo tiempo, enviaron mensajeros a Sardes
para contactar con el sátrapa persa, Artafernes, con una petición desesperada
de ayuda: los persas parecían el único poder lo suficientemente fuerte para
ayudarles contra el peligro que se cernía sobre ellos.
Sin embargo, parece que Cleómenes no había explicado a los aliados que
había convocado para unirse a su ejército cuál era su objetivo, ni siquiera
había informado completamente a su co-rey espartano Demarato. Cuando resultó
evidente que el objetivo era atacar a los atenienses y derrocar su nuevo sistema
de autogobierno, estallaron las disensiones en el campamento espartano. Los
aliados de Esparta más fuertes, y por eso más independientes, eran los
corintios; y los corintios mantenían una larga amistad con los atenienses,
basada en la hostilidad común hacia el vecino de ambos, Megara, y el rival
comercial y marítimo de los dos, Egina. Los corintios se negaron a unirse a un
ataque contra Atenas y regresaron a casa. Parece ser que lo hicieron con la
aprobación de Demarato, el co-rey de Cleómenes, que también abandonó la fuerza
expedicionaria y regresó a casa con algunos de los espartanos. Envalentonados
por esto, el resto de los contingentes aliados también decidieron regresar a
sus casas; y ante los ojos sorprendidos de los temerosos atenienses, todo el ejército
peloponesio sencillamente se dispersó sin haber dado ni un solo golpe.
Mientras tanto los aliados de Cleómenes, los tebanos y los de Calcis ya
habían invadido el Ática y estaban saqueando la zona fronteriza al norte y al
nordeste, de manera que los atenienses se dirigieron a detener a estos
enemigos. Su primer movimiento fue enfrentarse con los de Calcis, que
aparentemente habían penetrado con mayor profundidad en el Ática. Sin embargo,
los tebanos se enteraron de sus intenciones y avanzaron en ayuda de los de
Calcis. Enterándose a su vez de este movimiento, los atenienses cambiaron su
ruta para enfrentarse a los tebanos. Se libró una batalla muy dura,
aparentemente a primera hora de la mañana, en la que los atenienses
consiguieron una victoria clara, expulsando en su huida a los tebanos del
Ática, matando a muchos y capturando a más de 700 prisioneros. Entonces se
volvieron por la tarde para enfrentarse a los de Calcis, que escaparon cruzando
el canal de Eubea para regresar a su territorio en la isla de Eubea.
Pero los atenienses querían venganza por el ataque sin provocación previa y
la invasión del Ática. Cruzaron a Eubea en su persecución, obligaron a los de
Calcis a presentar batalla la tarde del mismo día de la batalla tebana, y de
nuevo consiguieron una victoria aplastante, llegando incluso a capturar la
propia ciudad de Calcis. Herodoto, nuestra fuente para todo esto, comenta que
estos acontecimientos demostraban los efectos benéficos de la igualdad política
(isegoria). Antes de esta época, señala,
cuando los atenienses fueron gobernados por tiranos, no destacaban en absoluto
en la guerra; pero ahora que eran libres, eran inmensamente superiores a sus
vecinos en la batalla. Esto demostraba que cuando luchaban por un señor, no
ponían demasiado empeño; pero ahora que eran libres y luchaban por sus propios
intereses, cada hombre realizaba sus mejores esfuerzos y resultaban ser muy
superiores a sus oponentes. Como habían capturado Calcis, los atenienses se
vengaron de la invasión sin provocación del Ática exiliando a la aristocracia
gobernante en Calcis, conocida como los Hippobotai
o «criadores de caballos», confiscaron sus propiedades y dividieron la tierra
en 4.000 parcelas que le fueron entregadas a los atenienses pobres.
Estos 4.000 atenienses viviendo en parcelas en Calcis retuvieron su
ciudadanía ateniense, y de hecho formaron una guarnición ateniense permanente
en Calcis. Allí seguían más de quince años después en la época de la campaña de
Maratón, y aun diez años más tarde durante la época de la invasión de Grecia
por parte de Jerjes en 480. Los numerosos prisioneros de guerra de Tebas y
Calcis fueron rescatados a 200 dracmas por hombre, y del beneficio obtenido los
atenienses construyeron un gran monumento a su primera victoria militar democrática.
Sin embargo, los problemas no habían desaparecido. Cleómenes seguía
enfurecido por su derrota ante los atenienses. Con el objetivo de evitar que
volviera a ocurrir una debacle como la de Eleusis, los espartanos decretaron
que en las operaciones militares futuras sólo uno de los dos reyes iría a la
cabeza de cualquier expedición, evitando el peligro de un mando dividido.
Además, establecieron un sistema para celebrar reuniones de líderes aliados
antes de cualquier operación militar de envergadura, para informar a los
aliados de qué estaba planeado y asegurarse el apoyo aliado.
El primero de estos congresos se celebró ahora, probablemente durante la
primavera de 506, en el que Cleómenes presentó al antiguo tirano ateniense
Hipias y propuso una expedición peloponesia para restaurar a Hipias en el poder
de Atenas, hablando extensamente (según Herodoto) del peligro que suponía la
Atenas democrática, y la estratagema con la que los alcmeónidas, a través del
Oráculo de Delfos, habían inducido erróneamente a los espartanos a derrocar a
Hipias. Al principio ninguno de los aliados se atrevió a objetar nada; pero
finalmente fueron de nuevo los corintios los que apoyaron a sus amigos
atenienses y argumentaron que, entre todos los pueblos, los espartanos cometerían
un error si imponían un tirano a una ciudad griega. Después de que los
corintios se hubieran atrevido a plantear este argumento, el resto de los
aliados se unieron a él, y Cleómenes y los espartanos, con reticencias,
tuvieron que dejar correr el asunto. En consecuencia, por el momento —en parte
gracias a la fuerte amistad de los corintios y en parte gracias a sus propios
esfuerzos militares— los atenienses habían superado las amenazas iniciales a su
nueva democracia. Pero seguía en pie el tema de Persia.
Vale la pena recordar que cuando el Ática fue invadida desde tres
direcciones y parecía que no había esperanza que los atenienses se pudieran
salvar a ellos mismos, habían enviado una embajada al gobernador persa
Artafernes en Sardes pidiendo la ayuda persa. Artafernes había contestado que
los persas estaban dispuestos a ayudar a los atenienses, pero sólo si los
atenienses aceptaban formalmente la soberanía persa ofreciendo al rey Darío las
prendas simbólicas de sumisión: tierra y agua, simbolizando que la tierra y las
aguas del Ática pertenecían al rey. En su desesperación, y según Herodoto por
propia iniciativa, los embajadores atenienses aceptaron la demanda, sólo para
volver a casa y descubrir que la crisis había pasado, Atenas estaba a salvo y
ya no se necesitaba ni deseaba la ayuda persa. El acuerdo de ofrecer sumisión
al rey fue recibido con una tormenta de críticas y fue repudiado. Los
estudiosos han especulado hasta qué punto Clístenes estuvo envuelto en todo
esto: se supone que, como el líder ateniense del momento, debió estar tras la
embajada a Sardes; y que como hombre cosmopolita que había viajado mucho, debía
saber que los persas iban a pedir la tierra y el agua, y debió instruir a los
embajadores para que lo aceptaran. Sin embargo, todo esto son especulaciones:
no sabemos que fuera idea de Clístenes pedir la ayuda persa, no sabemos que
podría haber esperado la exigencia de tierra y agua, y desde luego no sabemos
que fuera él quien instruyó a los embajadores para que aceptaran semejante
demanda si fuera necesario. lodo lo que sabemos es que esta embajada colocó por
primera vez a los atenienses en la órbita de la ambición imperial persa. Cuando
los aliados de Esparta vetaron el proyecto de Cleómenes de restaurar a Hipias
como tirano de Atenas, el anciano se dirigió a Sardes para buscar la ayuda de
Artafernes para recuperar el poder. Y, enojado porque los atenienses habían
repudiado su ofrecimiento de sumisión, Artafernes aceptó ayudar a Hipias.
Cuando llegó una embajada atenienses para excusarse por su cambio de
opinión y pedir al sátrapa que no apoyase a Hipias, Artafernes ordenó a los
atenienses que regresasen con Hipias como su tirano, diciéndoles que sólo de
esta forma podrían tener la amistad de Persia. Los atenienses se negaron a
hacerlo y como consecuencia las relaciones entre el Imperio persa y la nueva
democracia atenienses se volvieron ahora decididamente hostiles. Aun así, no
habría resultado nada de esta hostilidad si poco después no hubiera tenido
lugar la gran revuelta jonia.
En definitiva, en víspera del estallido del conflicto abierto entre Persia
y los griegos, Atenas aparecía como una sociedad reformada con un sistema
político nuevo y que no había sido sometido a prueba. Empezando por las
reformas de Solón a principios del siglo VI, y culminando con las reformas de
Clístenes a finales de siglo, Atenas se había transformado de una comunidad que
no estaba completamente unida y parecía bastante retrasada, sin gran
importancia militar, cultural o política, en un estado que se encontraba en la
avanzadilla del desarrollo político y con un gran poder militar que iba unido a
él. La gran prueba de la democracia ateniense aún estaba por llegar: ¿este
sistema político y social, nuevo y destacable, podría generar la fortaleza, la
resiliencia, la determinación y el liderazgo necesario para oponerse a la
potencia del poderoso Imperio persa? Las circunstancias parecían decididamente
en su contra, pero confiados en sus nuevas libertades, cohesión comunitaria y
aumento de poder, los atenienses estaban dispuestos a pasar la prueba.
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