domingo, 24 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual Capítulo 46 El conocimiento del mundo: viajes, descubrimientos, investigaciones

Una de las principales experiencias que requiere el conocimiento geográfico es el viaje, esto es, el recorrido directo y personal de territorios desconocidos o poco conocidos con el afán de observar, aprender y entender aquello que se ve. En la Grecia antigua esa experiencia del viaje en busca más de conocimientos que de otros bienes más tangibles se atestigua en un momento ya avanzado del desarrollo del mundo griego. Quizá tengamos que esperar al mundo del Arcaísmo tardío para empezar a ver la figura del individuo con pretensiones intelectuales que hace del viaje un medio directo de conocimiento. No obstante, la experiencia del viaje está presente en el mundo griego desde momentos muy remotos, si bien por motivos no siempre vinculados a un deseo de conocimiento puro exento de otras implicaciones. A partir del siglo VIII a las actividades comerciales se le añaden empresas colonizadoras que aumentarán la extensión geográfica del mundo griego. Poco a poco, las costas de Sicilia, del sur de Italia, de Tracia, del Mar Negro o del norte de África serán ocupadas por póleis griegas que se convertirán en los nudos de una gran red de ciudades griegas en contacto y comunicadas merced al mar.
La geografía es el resultado de una actividad consciente, lógica diríamos, de reflexión sobre el mundo que nos rodea con el deseo de mostrar sus principales rasgos físicos, formas, distancias, población e, incluso, su historia. Ésa es la principal diferencia entre la geografía, entendida como una actividad racional, y las anteriores manifestaciones que, en distintos planos, les habían servido a los griegos para hacerse con una determinada imagen del mundo. Así pues, y puesto que la geografía y, su hermana, la cartografía, necesitan de un pensamiento lógico y "científico", no será antes de la aparición de estos conceptos en el mundo griego cuando podamos empezar a ver cómo va surgiendo aquélla.
Anaximandro de Mileto (primera mitad del siglo VI), contemporáneo algo más joven del filósofo Tales, fue el primero en hacer un dibujo del mundo, es decir, el primer mapa. No disponemos de detalles directos de cómo era el dibujo que preparó Anaximandro pero parece visualizar un mundo circular, cuyo centro sería Delfos, que en las concepciones religiosas griegas era el ombligo del mundo. Hecateo de Mileto, que vivió entre finales del siglo VI e inicios del V, se habría propuesto llenar de contenido el mapa de Anaximandro, escribiendo una obra (Periegesis) en la que hacía un recorrido de todo el mundo conocido, empezando por las costas ibéricas para, siguiendo la dirección de las agujas del reloj, dar un panorama general del mismo.
En Heródoto (segunda mitad del siglo V) observamos interesantes preocupaciones geográficas que deben mucho a la investigación de sus predecesores jonios. La visión que da Heródoto del mundo es de una gran diversidad y complejidad; la descripción de los rasgos principales del paisaje, seguida de rasgos etnográficos sobre sus habitantes compone un extraordinario mosaico de pueblos y tierras que dan cuenta de la gran diversidad de las culturas humanas. Además, y como había sido frecuente hasta entonces, Heródoto es también un gran viajero y aunque es cierto que no siempre conoce de primera mano los territorios de los que trata, sus viajes en busca de información le llevan a muchos lugares en los que, por otra parte, los griegos no eran unos desconocidos.
Ya en la primera mitad del siglo IV nos encontramos con Éforo que es, ante todo, un historiador, pero a quien también le interesan los aspectos geográficos; a él le debemos la descripción más precisa de lo que, para él, constituían los límites del mundo habitado (lo que los griegos llamaban oikoumene); en su esquema han influido también algunas consideraciones de lo que podríamos llamar geografía matemática, que tendrá gran desarrollo en la época helenística, pero que en la primera mitad del siglo IV tiene como principal exponente a Eudoxo de Cnido y que parece haber sido de los primeros en argumentar el carácter esférico de la tierra. Dentro de ella, la tierra habitada seguía un esquema cuatripartito y simétrico, basado en los conocimientos adquiridos hasta entonces, por medios directos o indirectos.
Entre 334 y 323, Alejandro Magno estuvo dedicado a la empresa de conquistar el Imperio persa. Hasta tal punto debió de percibir el rey lo trascendental que iba a resultar su empeño, hasta entonces inédito, que se hizo acompañar por lo más florido de la intelectualidad griega contemporánea, entre ellos numerosos historiadores que describían las hazañas del rey y, sobre todo, las situaban en el contexto geográfico en el que sucedían, y es en esto último donde la originalidad del trabajo de estos autores es sobresaliente. Frente a los relatos que circulaban sobre esos territorios, vistos por muy pocos griegos antes de Alejandro, ante los historiadores se abrían por primera vez regiones antes apenas entrevistas; nuevos países, nuevos territorios, costumbres desconocidas son descritas, analizadas e interpretadas por estos testigos privilegiados.
Junto a los historiadores, el propio Alejandro toma las medidas oportunas para obtener una visión exacta de su nuevo imperio; los bematistas del rey miden las distancias entre los distintos puntos del territorio. El rey dispone de gran número de informadores dentro de su ejército, que van notificándole con puntualidad de sus hallazgos en las zonas encomendadas. Esos informes son analizados y luego conservados en la cancillería real y de ellos harán uso autores que, como el general y luego rey Tolomeo, escribirán su propio relato de la conquista. Esa avalancha de informaciones, y las que seguirían en los siglos sucesivos, en los que una parte sustancial de Asia y Egipto estuvieron abiertos a los viajes y al conocimiento griego, contribuirán a dar la forma definitiva a la geografía antigua.

Debemos volver la vista a otro ámbito opuesto, cual es el extremo occidente. Aquí hemos de resaltar las actividades de Píteas de Masalia, personaje del que no conocemos demasiado pero que parece haber emprendido, más o menos en la misma época de Alejandro, una navegación hacia el Atlántico norte consecuencia de la cual fue la redacción de una obra titulada Sobre el Océano. Aunque no sabemos todos los detalles concretos de su viaje sí parece cierto que circunnavegó la isla de Britania, percibió la isla de Irlanda, conoció las islas Orcadas y Shetland y acaso llegase hasta algún punto de las costas septentrionales noruegas o, incluso, hasta Islandia. Después descendería por el mar del Norte y se introduciría por el Báltico donde visitaría sus costas llegando, tal vez, hasta la desembocadura del Vístula. La experiencia de Píteas como astrónomo le permitió realizar mediciones, utilizando los astros como puntos de referencia; además transmitió toda una serie de datos de carácter geográfico de regiones del Atlántico norte por las que apenas griego alguno se había internado con anterioridad.
La época helenística es, en la mayor parte de los campos del saber, la auténtica Edad de Oro de la ciencia griega. Ahora, más que nunca, el número de intelectuales que se preocupan por la descripción del mundo, incrementado de forma notable tras las conquistas de Alejandro, es bastante elevado. Una de las figuras más sobresalientes de toda la geografía antigua fue Eratóstenes de Cirene, cuya vida ocupa buena parte del siglo III. Intelectual extraordinario, desempeñó además cargos relevantes al servicio de los reyes Lágidas de Egipto, lo que le permitió trabajar en la que en ese momento era la gran capital económica y cultural del mundo griego, Alejandría. Allí fue tutor, hacia mediados del siglo III del rey Tolomeo III Evérgetes y llegó a dirigir la Biblioteca de Alejandría. Fue autor de dos obras, una Sobre las medidas de la tierra y otra Geografía. Una de las principales preocupaciones de este autor era establecer, antes que nada, unas medidas exactas de la tierra como requisito para poder proceder a su descripción. Sus cálculos le llevan a sugerir que mide doscientos cincuenta y dos mil estadios, lo que equivale a unos cuarenta mil kilómetros, una cifra muy próxima a la realidad. Autores posteriores, como Posidonio o Claudio Tolomeo, emplearán otros cálculos y darán cifras erróneas.
Empleando observaciones de sus predecesores, así como los cálculos astronómicos de Píteas, Eratóstenes compuso el primer mapa científico griego, por supuesto con todas las limitaciones de los medios e instrumentos disponibles. Autores posteriores, como los ya mencionados Posidonio o Claudio Tolomeo, introducirán algunas correcciones pero, en otros aspectos, significarán un cierto retroceso.
Ya dentro de la época en la que Roma ha iniciado su expansión mediterránea, puede mencionarse a Polibio de Megalópolis, que desarrolla su actividad a mediados del siglo II integrado en el círculo de la familia de los Escipiones, una de las más sobresalientes de la Roma del momento y muy implicados en el expansionismo romano de esa época. Su obra es histórica pero Polibio tiene importantes intereses geográficos, en buena parte porque, al ser griego, estudia con bastante motivación aquellos territorios que a los griegos les resultaban poco conocidos (por ejemplo, la propia península italiana) y, sobre todo, las nuevas regiones que Roma estaba conquistando, como ocurre con la Península Ibérica. Parece claro que, sin olvidar otras zonas, la Península Ibérica se convierte en este siglo en una parte que interesa sobremanera a los geógrafos. Los avances de la conquista romana, que ha conseguido la pacificación de la mayor parte del país ya en los años finales del siglo II, así como el inmediato proceso de integración económica y social dentro del universo romano de estos territorios, van a convertir en algo seguro y atractivo el viaje hasta la Península. Muestra de ello es que, en el tránsito entre el siglo II y el II visitan Iberia, al menos, tres escritores con intereses geográficos: Artemidoro de Éfeso, Posidonio de Apamea y Asclepiades de Mirlea. Aunque la calidad y las informaciones que proporcionaron no son equiparables, es significativo que todos ellos se interesaron por visitar la Península con la finalidad de completar los conocimientos ya existentes acerca de ella y de su papel en la oikoumene con los nuevos datos que su apertura al mundo científico proporcionaba.
Artemidoro de Éfeso vive en el tránsito entre el siglo II y el I; realizó gran número de viajes recorriendo las costas mediterráneas y llegando, por las atlánticas, hasta el Cabo Sagrado (cabo de San Vicente) e interesándose por los topónimos y la descripción de lugares así como por las costumbres de sus habitantes. Le interesó también el cálculo de las distancias entre diferentes puntos. Posidonio de Apamea es, sin lugar a dudas, uno de los grandes sabios de su época; vive también en el tránsito entre el siglo II y el I y es asimismo un gran viajero que aplica los datos que observa a su gran proyecto científico. En su obra describe todo el Mediterráneo, pero sus viajes le llevan también hasta Masalia y hasta la Península Ibérica, llegando hasta Gadir, donde estudiará y buscará interpretaciones al fenómeno de las mareas. Además del aspecto descriptivo, Posidonio realizará una nueva medición de la tierra y, aunque llega a unas medidas que, frente a las de Eratóstenes, resultan incorrectas, serán las suyas las que acabarán triunfando. Asclepiades de Mirlea presenta, frente a los anteriores, otra personalidad. Él estaba interesado sobre todo en lo que nosotros llamaríamos crítica literaria y era muy buen conocedor de la obra de Homero, sobre la que escribió algunos comentarios, pero también de otros poetas; asimismo escribió tratados sobre la gramática y los gramáticos y él mismo enseñó esta disciplina en la Turdetania (Str., 3.4.3).
En muchos campos, pero también en el geográfico, era la hora de la síntesis. Esta labor la realiza, como nadie, Estrabón de Amasia (ca. 63 a. C.-ca. 21 d. C.). A Estrabón le interesa la descripción completa de la oikoumene, que viene a coincidir, en su mayor parte, con el territorio controlado por Roma; junto a la parte descriptiva de la obra, Estrabón no pierde ocasión de ir introduciendo en la misma sus propios criterios geográficos sobre climas, exposición de territorios, características de sus habitantes, evolución de la imagen geográfica de esas regiones, etc.
El último gran geógrafo de la Antigüedad fue Claudio Tolomeo, que vivió durante el siglo II d. C.; por una parte, este geógrafo se beneficia de las últimas campañas romanas de expansión, por lo que sus informaciones sobre las regiones más extremas son bastante buenas. Su obra geográfica combina, por una parte, la exhaustividad, puesto que en la misma encontramos los nombres de más de ocho mil lugares y, por otro lado, el deseo de ubicación objetiva de los mismos según un sistema de coordenadas geográficas, con lo que los mapas serían más fiables.
Para poder definir el sistema de coordenadas y representar la curvatura de la tierra sobre una superficie plana, Tolomeo es consciente de que debe aplicar algún tipo de proyección, al tiempo que definir el primer meridiano y el primer paralelo. Para lo primero, opta por una proyección cónica y, para lo segundo, establece como primer meridiano el que se sitúa al este de las Islas Canarias, mientras que el ecuador constituiría el paralelo de referencia. Todo ello tenía, además, que adecuarse a la proyección empleada, lo que le lleva también a realizar cálculos relativos a la altura de las estrellas, así como medi ciones precisas de la duración de los días en diferentes latitudes. La obra, sin embargo, arrastraba algunos errores, como el relativo al tamaño de la tierra, donde Tolomeo acepta los cálculos de Posidonio, que dan unas dimensiones bastante menores que las reales. Con Tolomeo, pues, asistimos al intento de síntesis de las dos concepciones geográficas que habían ido desarrollándose en el pasado, la descriptiva y la matemática, aunque era esta última la que, a juzgar por esta y otras obras, le preocupaba sobre todo.
Con Tolomeo llegamos al final de la geografía antigua; no volverá a haber una reflexión sobre la tierra habitada que intente comprenderla en su conjunto. Los viejos datos, y los nuevos viajes que, sin duda, no dejan de darse e, incluso, se acrecientan, en especial hacia Oriente, no dan lugar a un análisis objetivo sino, por el contrario, al desarrollo de la fabulación. A ello se añaden otros componentes, como el deseo de conciliar las tradiciones antiguas con el mundo que la Biblia parece describir.

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