Una de las principales
experiencias que requiere el conocimiento geográfico es el viaje, esto es, el
recorrido directo y personal de territorios desconocidos o poco conocidos con
el afán de observar, aprender y entender aquello que se ve. En la Grecia
antigua esa experiencia del viaje en busca más de conocimientos que de otros
bienes más tangibles se atestigua en un momento ya avanzado del desarrollo del
mundo griego. Quizá tengamos que esperar al mundo del Arcaísmo tardío para
empezar a ver la figura del individuo con pretensiones intelectuales que hace
del viaje un medio directo de conocimiento. No obstante, la experiencia del
viaje está presente en el mundo griego desde momentos muy remotos, si bien por
motivos no siempre vinculados a un deseo de conocimiento puro exento de otras
implicaciones. A partir del siglo VIII a las actividades comerciales se le
añaden empresas colonizadoras que aumentarán la extensión geográfica del mundo
griego. Poco a poco, las costas de Sicilia, del sur de Italia, de Tracia, del
Mar Negro o del norte de África serán ocupadas por póleis griegas que se convertirán en los nudos de una gran red de
ciudades griegas en contacto y comunicadas merced al mar.
La geografía es el resultado de
una actividad consciente, lógica diríamos, de reflexión sobre el mundo que nos
rodea con el deseo de mostrar sus principales rasgos físicos, formas,
distancias, población e, incluso, su historia. Ésa es la principal diferencia
entre la geografía, entendida como una actividad racional, y las anteriores
manifestaciones que, en distintos planos, les habían servido a los griegos para
hacerse con una determinada imagen del mundo. Así pues, y puesto que la
geografía y, su hermana, la cartografía, necesitan de un pensamiento lógico y
"científico", no será antes de la aparición de estos conceptos en el
mundo griego cuando podamos empezar a ver cómo va surgiendo aquélla.
Anaximandro de Mileto (primera
mitad del siglo VI), contemporáneo algo más joven del filósofo Tales, fue el
primero en hacer un dibujo del mundo, es decir, el primer mapa. No disponemos
de detalles directos de cómo era el dibujo que preparó Anaximandro pero parece
visualizar un mundo circular, cuyo centro sería Delfos, que en las concepciones
religiosas griegas era el ombligo del mundo. Hecateo de Mileto, que vivió entre
finales del siglo VI e inicios del V, se habría propuesto llenar de contenido
el mapa de Anaximandro, escribiendo una obra (Periegesis) en la que hacía un recorrido de todo el mundo conocido,
empezando por las costas ibéricas para, siguiendo la dirección de las agujas
del reloj, dar un panorama general del mismo.
En Heródoto (segunda mitad del
siglo V) observamos interesantes preocupaciones geográficas que deben mucho a
la investigación de sus predecesores jonios. La visión que da Heródoto del
mundo es de una gran diversidad y complejidad; la descripción de los rasgos
principales del paisaje, seguida de rasgos etnográficos sobre sus habitantes
compone un extraordinario mosaico de pueblos y tierras que dan cuenta de la
gran diversidad de las culturas humanas. Además, y como había sido frecuente
hasta entonces, Heródoto es también un gran viajero y aunque es cierto que no
siempre conoce de primera mano los territorios de los que trata, sus viajes en
busca de información le llevan a muchos lugares en los que, por otra parte, los
griegos no eran unos desconocidos.
Ya en la primera mitad del siglo
IV nos encontramos con Éforo que es, ante todo, un historiador, pero a quien
también le interesan los aspectos geográficos; a él le debemos la descripción
más precisa de lo que, para él, constituían los límites del mundo habitado (lo
que los griegos llamaban oikoumene);
en su esquema han influido también algunas consideraciones de lo que podríamos
llamar geografía matemática, que tendrá gran desarrollo en la época
helenística, pero que en la primera mitad del siglo IV tiene como principal
exponente a Eudoxo de Cnido y que parece haber sido de los primeros en
argumentar el carácter esférico de la tierra. Dentro de ella, la tierra
habitada seguía un esquema cuatripartito y simétrico, basado en los
conocimientos adquiridos hasta entonces, por medios directos o indirectos.
Entre 334 y 323, Alejandro Magno
estuvo dedicado a la empresa de conquistar el Imperio persa. Hasta tal punto
debió de percibir el rey lo trascendental que iba a resultar su empeño, hasta
entonces inédito, que se hizo acompañar por lo más florido de la
intelectualidad griega contemporánea, entre ellos numerosos historiadores que
describían las hazañas del rey y, sobre todo, las situaban en el contexto
geográfico en el que sucedían, y es en esto último donde la originalidad del
trabajo de estos autores es sobresaliente. Frente a los relatos que circulaban
sobre esos territorios, vistos por muy pocos griegos antes de Alejandro, ante
los historiadores se abrían por primera vez regiones antes apenas entrevistas;
nuevos países, nuevos territorios, costumbres desconocidas son descritas,
analizadas e interpretadas por estos testigos privilegiados.
Junto a los historiadores, el
propio Alejandro toma las medidas oportunas para obtener una visión exacta de
su nuevo imperio; los bematistas del rey miden las distancias entre los
distintos puntos del territorio. El rey dispone de gran número de informadores
dentro de su ejército, que van notificándole con puntualidad de sus hallazgos
en las zonas encomendadas. Esos informes son analizados y luego conservados en
la cancillería real y de ellos harán uso autores que, como el general y luego
rey Tolomeo, escribirán su propio relato de la conquista. Esa avalancha de
informaciones, y las que seguirían en los siglos sucesivos, en los que una
parte sustancial de Asia y Egipto estuvieron abiertos a los viajes y al
conocimiento griego, contribuirán a dar la forma definitiva a la geografía
antigua.
Debemos volver la vista a otro
ámbito opuesto, cual es el extremo occidente. Aquí hemos de resaltar las
actividades de Píteas de Masalia, personaje del que no conocemos demasiado pero
que parece haber emprendido, más o menos en la misma época de Alejandro, una
navegación hacia el Atlántico norte consecuencia de la cual fue la redacción de
una obra titulada Sobre el Océano. Aunque
no sabemos todos los detalles concretos de su viaje sí parece cierto que
circunnavegó la isla de Britania, percibió la isla de Irlanda, conoció las
islas Orcadas y Shetland y acaso llegase hasta algún punto de las costas
septentrionales noruegas o, incluso, hasta Islandia. Después descendería por el
mar del Norte y se introduciría por el Báltico donde visitaría sus costas
llegando, tal vez, hasta la desembocadura del Vístula. La experiencia de Píteas
como astrónomo le permitió realizar mediciones, utilizando los astros como
puntos de referencia; además transmitió toda una serie de datos de carácter
geográfico de regiones del Atlántico norte por las que apenas griego alguno se
había internado con anterioridad.
La época helenística es, en la
mayor parte de los campos del saber, la auténtica Edad de Oro de la ciencia
griega. Ahora, más que nunca, el número de intelectuales que se preocupan por
la descripción del mundo, incrementado de forma notable tras las conquistas de
Alejandro, es bastante elevado. Una de las figuras más sobresalientes de toda
la geografía antigua fue Eratóstenes de Cirene, cuya vida ocupa buena parte del
siglo III. Intelectual extraordinario, desempeñó además cargos relevantes al
servicio de los reyes Lágidas de Egipto, lo que le permitió trabajar en la que
en ese momento era la gran capital económica y cultural del mundo griego,
Alejandría. Allí fue tutor, hacia mediados del siglo III del rey Tolomeo III
Evérgetes y llegó a dirigir la Biblioteca de Alejandría. Fue autor de dos
obras, una Sobre las medidas de la tierra
y otra Geografía. Una de las
principales preocupaciones de este autor era establecer, antes que nada, unas
medidas exactas de la tierra como requisito para poder proceder a su
descripción. Sus cálculos le llevan a sugerir que mide doscientos cincuenta y
dos mil estadios, lo que equivale a unos cuarenta mil kilómetros, una cifra muy
próxima a la realidad. Autores posteriores, como Posidonio o Claudio Tolomeo,
emplearán otros cálculos y darán cifras erróneas.
Empleando observaciones de sus
predecesores, así como los cálculos astronómicos de Píteas, Eratóstenes compuso
el primer mapa científico griego, por supuesto con todas las limitaciones de
los medios e instrumentos disponibles. Autores posteriores, como los ya
mencionados Posidonio o Claudio Tolomeo, introducirán algunas correcciones
pero, en otros aspectos, significarán un cierto retroceso.
Ya dentro de la época en la que
Roma ha iniciado su expansión mediterránea, puede mencionarse a Polibio de Megalópolis,
que desarrolla su actividad a mediados del siglo II integrado en el círculo de
la familia de los Escipiones, una de las más sobresalientes de la Roma del
momento y muy implicados en el expansionismo romano de esa época. Su obra es
histórica pero Polibio tiene importantes intereses geográficos, en buena parte
porque, al ser griego, estudia con bastante motivación aquellos territorios que
a los griegos les resultaban poco conocidos (por ejemplo, la propia península
italiana) y, sobre todo, las nuevas regiones que Roma estaba conquistando, como
ocurre con la Península Ibérica. Parece claro que, sin olvidar otras zonas, la
Península Ibérica se convierte en este siglo en una parte que interesa
sobremanera a los geógrafos. Los avances de la conquista romana, que ha
conseguido la pacificación de la mayor parte del país ya en los años finales
del siglo II, así como el inmediato proceso de integración económica y social
dentro del universo romano de estos territorios, van a convertir en algo seguro
y atractivo el viaje hasta la Península. Muestra de ello es que, en el tránsito
entre el siglo II y el II visitan Iberia, al menos, tres escritores con
intereses geográficos: Artemidoro de Éfeso, Posidonio de Apamea y Asclepiades
de Mirlea. Aunque la calidad y las informaciones que proporcionaron no son
equiparables, es significativo que todos ellos se interesaron por visitar la
Península con la finalidad de completar los conocimientos ya existentes acerca
de ella y de su papel en la oikoumene con
los nuevos datos que su apertura al mundo científico proporcionaba.
Artemidoro de Éfeso vive en el
tránsito entre el siglo II y el I; realizó gran número de viajes recorriendo
las costas mediterráneas y llegando, por las atlánticas, hasta el Cabo Sagrado
(cabo de San Vicente) e interesándose por los topónimos y la descripción de
lugares así como por las costumbres de sus habitantes. Le interesó también el
cálculo de las distancias entre diferentes puntos. Posidonio de Apamea es, sin
lugar a dudas, uno de los grandes sabios de su época; vive también en el
tránsito entre el siglo II y el I y es asimismo un gran viajero que aplica los
datos que observa a su gran proyecto científico. En su obra describe todo el
Mediterráneo, pero sus viajes le llevan también hasta Masalia y hasta la
Península Ibérica, llegando hasta Gadir, donde estudiará y buscará
interpretaciones al fenómeno de las mareas. Además del aspecto descriptivo,
Posidonio realizará una nueva medición de la tierra y, aunque llega a unas
medidas que, frente a las de Eratóstenes, resultan incorrectas, serán las suyas
las que acabarán triunfando. Asclepiades de Mirlea presenta, frente a los
anteriores, otra personalidad. Él estaba interesado sobre todo en lo que
nosotros llamaríamos crítica literaria y era muy buen conocedor de la obra de
Homero, sobre la que escribió algunos comentarios, pero también de otros
poetas; asimismo escribió tratados sobre la gramática y los gramáticos y él
mismo enseñó esta disciplina en la Turdetania (Str., 3.4.3).
En muchos campos, pero también en
el geográfico, era la hora de la síntesis. Esta labor la realiza, como nadie,
Estrabón de Amasia (ca. 63 a . C.-ca. 21 d. C.). A Estrabón le interesa la descripción completa de la
oikoumene, que viene a coincidir, en
su mayor parte, con el territorio controlado por Roma; junto a la parte
descriptiva de la obra, Estrabón no pierde ocasión de ir introduciendo en la
misma sus propios criterios geográficos sobre climas, exposición de
territorios, características de sus habitantes, evolución de la imagen geográfica
de esas regiones, etc.
El último gran geógrafo de la
Antigüedad fue Claudio Tolomeo, que vivió durante el siglo II d. C.; por una
parte, este geógrafo se beneficia de las últimas campañas romanas de expansión,
por lo que sus informaciones sobre las regiones más extremas son bastante
buenas. Su obra geográfica combina, por una parte, la exhaustividad, puesto que
en la misma encontramos los nombres de más de ocho mil lugares y, por otro
lado, el deseo de ubicación objetiva de los mismos según un sistema de
coordenadas geográficas, con lo que los mapas serían más fiables.
Para poder definir el sistema de
coordenadas y representar la curvatura de la tierra sobre una superficie plana,
Tolomeo es consciente de que debe aplicar algún tipo de proyección, al tiempo
que definir el primer meridiano y el primer paralelo. Para lo primero, opta por
una proyección cónica y, para lo segundo, establece como primer meridiano el
que se sitúa al este de las Islas Canarias, mientras que el ecuador
constituiría el paralelo de referencia. Todo ello tenía, además, que adecuarse
a la proyección empleada, lo que le lleva también a realizar cálculos relativos
a la altura de las estrellas, así como medi ciones precisas de la duración de
los días en diferentes latitudes. La obra, sin embargo, arrastraba algunos
errores, como el relativo al tamaño de la tierra, donde Tolomeo acepta los
cálculos de Posidonio, que dan unas dimensiones bastante menores que las
reales. Con Tolomeo, pues, asistimos al intento de síntesis de las dos concepciones
geográficas que habían ido desarrollándose en el pasado, la descriptiva y la
matemática, aunque era esta última la que, a juzgar por esta y otras obras, le
preocupaba sobre todo.
Con Tolomeo llegamos al final de
la geografía antigua; no volverá a haber una reflexión sobre la tierra habitada
que intente comprenderla en su conjunto. Los viejos datos, y los nuevos viajes
que, sin duda, no dejan de darse e, incluso, se acrecientan, en especial hacia
Oriente, no dan lugar a un análisis objetivo sino, por el contrario, al
desarrollo de la fabulación. A ello se añaden otros componentes, como el deseo
de conciliar las tradiciones antiguas con el mundo que la Biblia parece
describir.
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