domingo, 24 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual Capítulo 47 Ciencia y técnica

Teniendo siempre presentes los precedentes y las influencias orientales y egipcias, cabe decir que el nacimiento de la ciencia griega se remonta al pensamiento y la filosofía jonias. Fueron, en efecto, estos primeros pensadores jonios, que se llamaron a sí mismos físicos, quienes dieron los primeros pasos en la adquisición de un pensamiento científico basado, por un lado, en la capacidad de discriminar los juicios efectivos y controlables de los emotivos y tradicionales y, por otro, en la especulación racional y abstracta, asentada, ciertamente, más en la argumentación, el conocimiento y la elaboración de principios generales y menos sobre la práctica y los problemas técnicos particulares.
El punto de partida residió en la íntima convicción de que el universo era racional y que, por tanto, al haber excluido a los dioses de toda explicación natural, era posible deducir partiendo de lo particular algunos principios universales, que podían ser concebidos mediante la lógica y la demostración (menos a través de la experimentación); con ello, los jonios crearon también un método y un lenguaje científico. En su intento de explicar el origen, evolución y estructura del cosmos los primeros desarrollos científicos tuvieron lugar en los campos de las Matemáticas, la Física y la Astronomía. Tales de Mileto (620-570) introdujo las primeras nociones en aritmética y geometría. Anaximandro (610-545) pretendió medir las distancias de la tierra a las estrellas, la luna y el sol, expresadas en unidades de diámetro terrestre. Empédocles de Agrigento (490-430) demostró que el aire, aunque invisible, era una sustancia material. Por último, Pitágoras de Samos (c. 570-500) argumentó que el número y la Geometría constituían las claves para entender una armonía universal que se basaba precisamente en las relaciones entre números y formas geométricas; asimismo, descubrió los números irracionales y sentó las bases de las matemáticas y la física.
Durante la época clásica a la vez que prosiguieron los avances en los campos antedichos se abrieron otros nuevos: la Música, la Botánica, la Zoología y la Medicina. En primer lugar Leucipo de Mileto (c. 475) y luego Demócrito de Abdera (460-370) formularon la famosa teoría atomista. Tras el descubrimiento de los números irracionales los matemáticos se concentraron sobre el estudio de las líneas y áreas. Teodoro de Cirene (c. 470) investigó el cuadrado y estableció la irracionalidad de las raíces cuadradas de los números impares hasta el diecisiete. Hipócrates de Quíos (c. 450) especuló sobre la cuadratura del círculo y la duplicación del cubo y descubrió arcos que podían medirse. Hipaso de Metapontio (520-480) se preocupó de la armonía de los acordes musicales y de la inconmensurabilidad; Arquitas de Tarento (430-360) estudió los armónicos, la esfera y el cilindro. Eudoxo de Cnido (408-355) elaboró la teoría de las esferas concéntricas para explicar el movimiento de los planetas cada uno rotando sobre un eje fijo y descubrió nuevos métodos para medir áreas y sólidos curvilíneos. Filolao de Crotona (c. 470-399) realizó estudios de astronomía, sobre los elementos finitos e infinitos y sobre los números pares e impares. Menéstor de Síbaris avanzó en el campo de la botánica indagando las causas y diferencias en el crecimiento de las plantas. Heráclides Póntico (c. 370) elaboró una teoría del geocentrismo según la cual la tierra, en revolución sobre su eje, constituía el centro del universo y en torno a ella giraban la luna y el sol mientras que los demás planetas giraban en torno al sol y no a la tierra. Platón introdujo la Música, las Matemáticas y la Geometría como disciplinas esenciales de la Academia. Su sucesor, Espeusipo, entre 347 y 338, desarrolló las Matemáticas y elaboró un sistema de clasificaciones que prefiguraba el trabajo aristotélico. Aristóteles, por último, dio un paso decisivo ya que trató de condensar todas las adquisiciones culturales de la civilización griega y transmitirlas a la posteridad, clasificó todas las cosas y seres agrupándolos según su afinidad o disparidad, criterio todavía en uso, trabajó en Zoología y Botánica de acuerdo con la idea de que todo en la naturaleza tiende a su perfección y, así, se podía discriminar la naturaleza en reinos: mineral, vegetal, animal y finalmente el hombre, el ser más perfecto. Por último, estableció la Física como la base para comprender el mundo, afirmando que el conocimiento de la naturaleza de cada cosa, objeto de la investigación científica, llevaba a entender su comportamiento normal.
Desde siempre existió en el mundo griego una medicina, si merece este nombre, primitiva, basada en prácticas populares, en la magia y en la creencia en la divinidad. Estas prácticas se habían desarrollado de manera especial en los santuarios de divinidades salutíferas, principalmente de Asclepio, donde los sacerdotes contaban con una larga experiencia, que aunaba la aplicación de remedios empíricos y la emoción religiosa de los enfermos. Es precisamente en el ámbito de estos santuarios donde nacieron en el siglo VI las primeras escuelas médicas, que rápidamente se independizaron, separando la fe en la divinidad de una práctica racional y técnica.

La medicina científica griega tuvo su origen en Asia Menor en conexión también con la filosofía física, en un ambiente intelectual que unía la investigación filosófica y las doctrinas fisiológicas y clínicas. Tuvo, luego, un especial desarrollo entre los pitagóricos de la escuela de Crotona, en la Magna Grecia. Entre los médicos crotoniatas destacó Alcmeón (c. 520), que elaboró la doctrina de la isonomía según la cual el hombre se caracterizaba por el equilibrio de contrarios y la enfermedad se debía a la ruptura de este equilibrio en el interior del cuerpo humano que la medicina debía restablecer. Alcmeón defendió también la primacía de la investigación científica y el examen de los síntomas concretos de la enfermedad. De este modo, la Medicina se definía como una manera racional de curar que se basaba en el conocimiento de la physis y se separaba de la voluntad de los dioses. En un orden más práctico, Alcmeón fue el primero en asignar al cerebro el papel central que posee y no al corazón, en intuir la función del sistema nervioso y en diseccionar animales. Además de Alcmeón, Eurifonte, en la primera mitad del siglo V, estudió la anatomía del cuerpo humano y el problema de la fiebre y, sobre la misma época, Heródico de Selimbria defendió una terapia basada en la dieta que incluía alimentación, ejercicios físicos y modo de vida sano.
El método de Alcmeón fue adoptado y desarrollado por Hipócrates (c. 470-360), que creó una de las más famosas escuelas médicas de la Antigüedad, cuya sede principal se encontraba en el santuario de Asclepio en Cos. Aunque es muy difícil aislar su obra original dentro de lo que la tradición ha compendiado en el Corpus Hippocraticum, cincuenta y tres tratados repartidos en setenta y dos libros (c. 430- 300), sí es posible establecer algunas de las direcciones y orientaciones generales de su enseñanza. Parte de la doctrina hipocrática se fundamentaba en la teoría de los humores como equilibrio entre sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra que se corresponden con determinadas cualidades: caliente, frío, húmedo y seco. Pero su pensamiento y su método nacían en lo esencial de la investigación de la fisiología humana y del conocimiento de la salud y no de una abstracta enunciación de principios. Así, la constitución de cada persona, su propia naturaleza, es ordenada y regular y puede comprenderse racionalmente sin acudir a explicación sobrenatural alguna. Era necesario en primer lugar el análisis racional y científico de las causas y los síntomas de la enfermedad. Después se pasaba a la prognosis: la previsión que se basaba en el recuerdo del pasado de cada individuo (sus costumbres y enfermedades anteriores –anamnesis–), la observación del presente y la experiencia y las características de enfermedades similares. Llegaba entonces la diagnosis, la identificación correcta de la enfermedad y, finalmente, la terapia curativa que era esencialmente farmacológica. Hipócrates dotó también a la práctica médica de una dignidad y un sentido de la responsabilidad profesional que se plasmó en el famoso Juramento. Con la escuela hipocrática, la Medicina había nacido definitivamente como un saber racional organizado, destinado a conocer las causas de las enfermedades y a procurar su curación, con posibilidad, además, de transmitir estos conocimientos a otros. Finalmente, junto a la Anatomía y la Fisiología se desarrolló a partir del siglo V la Cirugía, aunque la creencia popular tendía a considerarla una simple técnica operatoria. Este prejuicio llevó a que algunos médicos abandonaran la cirugía en manos de técnicos que poseían una formación esencialmente práctica.
A lo largo de la época helenística, la ciencia persiguió los mismos objetivos que se habían definido ya en el período anterior. Fue, en sus comienzos, una época brillante de racionalismo científico donde se produjeron avances decisivos en Matemáticas, Astronomía, Fisiología y Mecánica y también se realizaron trabajos importantes en química y Agricultura práctica. Euclides (c. 300) en Matemáticas y Geometría asentó definitivamente un sistema orgánico de deducciones axiomáticas y la superioridad de la lógica deductiva sobre la inductiva. Arquímedes de Siracusa (287-212) mejoró el conocimiento del valor del número Π para encontrar la fórmula de volúmenes y superficies de la esfera, cilindros y otros sólidos, introdujo el cálculo infinitesimal y estableció algunos principios esenciales de la Física en los terrenos de la estática (las condiciones bajo las cuales las fuerzas se equilibran) y la hidrostática, capaz de determinar la densidad de un cuerpo. Asimismo, avanzó en el terreno de la mecánica con las poleas compuestas y el famoso tornillo de Arquímedes para bombear agua. Apolonio de Perge (c. 220) estudió las secciones cónicas como la elipse, la hipérbola y la parábola. Aristarco de Samos (310-220) trató de medir los diámetros del sol y la luna, sus distancias respecto de la tierra y la revolución de la tierra alrededor del sol. A pesar de su prestigio, su teoría heliocéntrica tuvo escasa repercusión. Eratóstenes de Cirene (276-194) fue capaz de medir el meridiano terrestre y la circunferencia terráquea. Sus investigaciones fueron el origen de la geografía matemática fundada en el establecimiento de coordenadas racionales. Hiparco de Nicea (194-120) investigó los equinoccios, las anomalías en los movimientos de la tierra y otros planetas y los principios de la trigonometría; llevó a cabo el primer catálogo estelar que conocemos e inventó los principales instrumentos (como el astrolabio) que serían usados en los dos milenios siguientes. En neumática, Ctesibio de Alejandría (c. 250) realizó estudios sobre el aire comprimido y el vapor. En Medicina, Herófilo de Calcedonia (c. 300) indagó la trayectoria de las venas y arterias, comprendió la función del sistema nervioso, descubrió buena parte de la estructura del cerebro, la forma del hígado y del intestino delgado y estableció la medición del pulso como una forma de diagnosticar patologías. Erasístrato de Quíos (c. 280) descubrió el cerebelo, comprendió las circunvoluciones del cerebro y estudió el aparato cardiovascular. En el tránsito del siglo III al II, Serapión de Alejandría y Glaucias de Tarento establecieron la escuela empírica según la cual la Medicina debía basarse exclusivamente en la observación de los enfermos y en aquellas experiencias que habían reunido los médicos anteriores, lo que significó también un avance en la Cirugía y en el estudio y la aplicación de fármacos. A partir del siglo I la Medicina griega triunfó en el mundo romano y toda la vasta erudición médica fue finalmente incorporada en la obra de Galeno de Pérgamo (130-200 d. C.), quizá el último gran médico de la Antigüedad.
Sin embargo, hacia finales del siglo II el movimiento científico griego se detuvo. Podemos enumerar varias causas de este estancamiento. La ciencia permaneció demasiado ligada al pensamiento filosófico, que le impuso sus directrices y preocupaciones; los instrumentos de medida con la ausencia de un equipo experimental eran sumamente imperfectos; además, los pensadores poseían un carácter demasiado polifacético, que los hacía poco especializados y dispersaba sus energías, y tendían a razonar por deducción y no por experimentación, a una observación pasiva y no a la reproducción artificial de los fenómenos en un laboratorio un número infinito de veces con la capacidad de modificarlos y medirlos. A todo ello hay que sumar el avance del escepticismo, que con la suspensión de todo juicio afectó especialmente al campo científico; la primacía y el prestigio social del rétor frente al científico; el relativo desprecio hacia las ciencias y técnicas que requerían manipulación y la convivencia de explicaciones como la astrología, el esoterismo, la magia y la pura superstición, modos de conocimiento inmediato, que trataban de dominar el medio físico y el porvenir humano a través de métodos irracionales.

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