Teniendo siempre presentes los
precedentes y las influencias orientales y egipcias, cabe decir que el nacimiento
de la ciencia griega se remonta al pensamiento y la filosofía jonias. Fueron,
en efecto, estos primeros pensadores jonios, que se llamaron a sí mismos
físicos, quienes dieron los primeros pasos en la adquisición de un pensamiento
científico basado, por un lado, en la capacidad de discriminar los juicios
efectivos y controlables de los emotivos y tradicionales y, por otro, en la
especulación racional y abstracta, asentada, ciertamente, más en la
argumentación, el conocimiento y la elaboración de principios generales y menos
sobre la práctica y los problemas técnicos particulares.
El punto de partida residió en la
íntima convicción de que el universo era racional y que, por tanto, al haber
excluido a los dioses de toda explicación natural, era posible deducir
partiendo de lo particular algunos principios universales, que podían ser
concebidos mediante la lógica y la demostración (menos a través de la
experimentación); con ello, los jonios crearon también un método y un lenguaje
científico. En su intento de explicar el origen, evolución y estructura del
cosmos los primeros desarrollos científicos tuvieron lugar en los campos de las
Matemáticas, la Física y la Astronomía. Tales de Mileto (620-570) introdujo las
primeras nociones en aritmética y geometría. Anaximandro (610-545) pretendió
medir las distancias de la tierra a las estrellas, la luna y el sol, expresadas
en unidades de diámetro terrestre. Empédocles de Agrigento (490-430) demostró
que el aire, aunque invisible, era una sustancia material. Por último,
Pitágoras de Samos (c. 570-500) argumentó que el número y la Geometría
constituían las claves para entender una armonía universal que se basaba
precisamente en las relaciones entre números y formas geométricas; asimismo,
descubrió los números irracionales y sentó las bases de las matemáticas y la
física.
Durante la época clásica a la vez
que prosiguieron los avances en los campos antedichos se abrieron otros nuevos:
la Música, la Botánica, la Zoología y la Medicina. En primer lugar Leucipo de
Mileto (c. 475) y luego Demócrito de Abdera (460-370) formularon la famosa
teoría atomista. Tras el descubrimiento de los números irracionales los
matemáticos se concentraron sobre el estudio de las líneas y áreas. Teodoro de
Cirene (c. 470) investigó el cuadrado y estableció la irracionalidad de las
raíces cuadradas de los números impares hasta el diecisiete. Hipócrates de
Quíos (c. 450) especuló sobre la cuadratura del círculo y la duplicación del
cubo y descubrió arcos que podían medirse. Hipaso de Metapontio (520-480) se
preocupó de la armonía de los acordes musicales y de la inconmensurabilidad;
Arquitas de Tarento (430-360) estudió los armónicos, la esfera y el cilindro.
Eudoxo de Cnido (408-355) elaboró la teoría de las esferas concéntricas para
explicar el movimiento de los planetas cada uno rotando sobre un eje fijo y
descubrió nuevos métodos para medir áreas y sólidos curvilíneos. Filolao de
Crotona (c. 470-399) realizó estudios de astronomía, sobre los elementos
finitos e infinitos y sobre los números pares e impares. Menéstor de Síbaris
avanzó en el campo de la botánica indagando las causas y diferencias en el
crecimiento de las plantas. Heráclides Póntico (c. 370) elaboró una teoría del
geocentrismo según la cual la tierra, en revolución sobre su eje, constituía el
centro del universo y en torno a ella giraban la luna y el sol mientras que los
demás planetas giraban en torno al sol y no a la tierra. Platón introdujo la
Música, las Matemáticas y la Geometría como disciplinas esenciales de la
Academia. Su sucesor, Espeusipo, entre 347 y 338, desarrolló las Matemáticas y
elaboró un sistema de clasificaciones que prefiguraba el trabajo aristotélico.
Aristóteles, por último, dio un paso decisivo ya que trató de condensar todas
las adquisiciones culturales de la civilización griega y transmitirlas a la
posteridad, clasificó todas las cosas y seres agrupándolos según su afinidad o
disparidad, criterio todavía en uso, trabajó en Zoología y Botánica de acuerdo
con la idea de que todo en la naturaleza tiende a su perfección y, así, se
podía discriminar la naturaleza en reinos: mineral, vegetal, animal y
finalmente el hombre, el ser más perfecto. Por último, estableció la Física
como la base para comprender el mundo, afirmando que el conocimiento de la
naturaleza de cada cosa, objeto de la investigación científica, llevaba a
entender su comportamiento normal.
Desde siempre existió en el mundo
griego una medicina, si merece este nombre, primitiva, basada en prácticas
populares, en la magia y en la creencia en la divinidad. Estas prácticas se
habían desarrollado de manera especial en los santuarios de divinidades
salutíferas, principalmente de Asclepio, donde los sacerdotes contaban con una
larga experiencia, que aunaba la aplicación de remedios empíricos y la emoción
religiosa de los enfermos. Es precisamente en el ámbito de estos santuarios
donde nacieron en el siglo VI las primeras escuelas médicas, que rápidamente se
independizaron, separando la fe en la divinidad de una práctica racional y
técnica.
La medicina científica griega
tuvo su origen en Asia Menor en conexión también con la filosofía física, en un
ambiente intelectual que unía la investigación filosófica y las doctrinas
fisiológicas y clínicas. Tuvo, luego, un especial desarrollo entre los
pitagóricos de la escuela de Crotona, en la Magna Grecia. Entre los médicos
crotoniatas destacó Alcmeón (c. 520), que elaboró la doctrina de la isonomía
según la cual el hombre se caracterizaba por el equilibrio de contrarios y la
enfermedad se debía a la ruptura de este equilibrio en el interior del cuerpo
humano que la medicina debía restablecer. Alcmeón defendió también la primacía
de la investigación científica y el examen de los síntomas concretos de la
enfermedad. De este modo, la Medicina se definía como una manera racional de
curar que se basaba en el conocimiento de la physis y se separaba de la voluntad de los dioses. En un orden más
práctico, Alcmeón fue el primero en asignar al cerebro el papel central que
posee y no al corazón, en intuir la función del sistema nervioso y en
diseccionar animales. Además de Alcmeón, Eurifonte, en la primera mitad del
siglo V, estudió la anatomía del cuerpo humano y el problema de la fiebre y,
sobre la misma época, Heródico de Selimbria defendió una terapia basada en la
dieta que incluía alimentación, ejercicios físicos y modo de vida sano.
El método de Alcmeón fue adoptado
y desarrollado por Hipócrates (c. 470-360), que creó una de las más famosas
escuelas médicas de la Antigüedad, cuya sede principal se encontraba en el
santuario de Asclepio en Cos. Aunque es muy difícil aislar su obra original
dentro de lo que la tradición ha compendiado en el Corpus Hippocraticum, cincuenta y tres tratados repartidos en
setenta y dos libros (c. 430- 300), sí es posible establecer algunas de las direcciones
y orientaciones generales de su enseñanza. Parte de la doctrina hipocrática se
fundamentaba en la teoría de los humores como equilibrio entre sangre, flema,
bilis amarilla y bilis negra que se corresponden con determinadas cualidades:
caliente, frío, húmedo y seco. Pero su pensamiento y su método nacían en lo
esencial de la investigación de la fisiología humana y del conocimiento de la
salud y no de una abstracta enunciación de principios. Así, la constitución de
cada persona, su propia naturaleza, es ordenada y regular y puede comprenderse
racionalmente sin acudir a explicación sobrenatural alguna. Era necesario en
primer lugar el análisis racional y científico de las causas y los síntomas de
la enfermedad. Después se pasaba a la prognosis:
la previsión que se basaba en el recuerdo del pasado de cada individuo (sus
costumbres y enfermedades anteriores –anamnesis–), la observación del presente y la
experiencia y las características de enfermedades similares. Llegaba entonces
la diagnosis, la identificación
correcta de la enfermedad y, finalmente, la terapia curativa que era
esencialmente farmacológica. Hipócrates dotó también a la práctica médica de
una dignidad y un sentido de la responsabilidad profesional que se plasmó en el
famoso Juramento. Con la escuela hipocrática, la Medicina había nacido
definitivamente como un saber racional organizado, destinado a conocer las
causas de las enfermedades y a procurar su curación, con posibilidad, además,
de transmitir estos conocimientos a otros. Finalmente, junto a la Anatomía y la
Fisiología se desarrolló a partir del siglo V la Cirugía, aunque la creencia
popular tendía a considerarla una simple técnica operatoria. Este prejuicio
llevó a que algunos médicos abandonaran la cirugía en manos de técnicos que poseían
una formación esencialmente práctica.
A lo largo de la época
helenística, la ciencia persiguió los mismos objetivos que se habían definido
ya en el período anterior. Fue, en sus comienzos, una época brillante de
racionalismo científico donde se produjeron avances decisivos en Matemáticas,
Astronomía, Fisiología y Mecánica y también se realizaron trabajos importantes
en química y Agricultura práctica. Euclides (c. 300) en Matemáticas y Geometría
asentó definitivamente un sistema orgánico de deducciones axiomáticas y la
superioridad de la lógica deductiva sobre la inductiva. Arquímedes de Siracusa
(287-212) mejoró el conocimiento del valor del número Π para encontrar la
fórmula de volúmenes y superficies de la esfera, cilindros y otros sólidos,
introdujo el cálculo infinitesimal y estableció algunos principios esenciales de
la Física en los terrenos de la estática (las condiciones bajo las cuales las
fuerzas se equilibran) y la hidrostática, capaz de determinar la densidad de un
cuerpo. Asimismo, avanzó en el terreno de la mecánica con las poleas compuestas
y el famoso tornillo de Arquímedes para bombear agua. Apolonio de Perge (c.
220) estudió las secciones cónicas como la elipse, la hipérbola y la parábola.
Aristarco de Samos (310-220) trató de medir los diámetros del sol y la luna,
sus distancias respecto de la tierra y la revolución de la tierra alrededor del
sol. A pesar de su prestigio, su teoría heliocéntrica tuvo escasa repercusión.
Eratóstenes de Cirene (276-194) fue capaz de medir el meridiano terrestre y la
circunferencia terráquea. Sus investigaciones fueron el origen de la geografía
matemática fundada en el establecimiento de coordenadas racionales. Hiparco de
Nicea (194-120) investigó los equinoccios, las anomalías en los movimientos de
la tierra y otros planetas y los principios de la trigonometría; llevó a cabo el
primer catálogo estelar que conocemos e inventó los principales instrumentos
(como el astrolabio) que serían usados en los dos milenios siguientes. En
neumática, Ctesibio de Alejandría (c. 250) realizó estudios sobre el aire
comprimido y el vapor. En Medicina, Herófilo de Calcedonia (c. 300) indagó la
trayectoria de las venas y arterias, comprendió la función del sistema
nervioso, descubrió buena parte de la estructura del cerebro, la forma del
hígado y del intestino delgado y estableció la medición del pulso como una
forma de diagnosticar patologías. Erasístrato de Quíos (c. 280) descubrió el
cerebelo, comprendió las circunvoluciones del cerebro y estudió el aparato
cardiovascular. En el tránsito del siglo III al II, Serapión de Alejandría y
Glaucias de Tarento establecieron la escuela empírica según la cual la Medicina
debía basarse exclusivamente en la observación de los enfermos y en aquellas
experiencias que habían reunido los médicos anteriores, lo que significó
también un avance en la Cirugía y en el estudio y la aplicación de fármacos. A
partir del siglo I la Medicina griega triunfó en el mundo romano y toda la
vasta erudición médica fue finalmente incorporada en la obra de Galeno de
Pérgamo (130-200 d. C.), quizá el último gran médico de la Antigüedad.
Sin embargo, hacia finales del
siglo II el movimiento científico griego se detuvo. Podemos enumerar varias
causas de este estancamiento. La ciencia permaneció demasiado ligada al
pensamiento filosófico, que le impuso sus directrices y preocupaciones; los
instrumentos de medida con la ausencia de un equipo experimental eran sumamente
imperfectos; además, los pensadores poseían un carácter demasiado polifacético,
que los hacía poco especializados y dispersaba sus energías, y tendían a
razonar por deducción y no por experimentación, a una observación pasiva y no a
la reproducción artificial de los fenómenos en un laboratorio un número
infinito de veces con la capacidad de modificarlos y medirlos. A todo ello hay
que sumar el avance del escepticismo, que con la suspensión de todo juicio
afectó especialmente al campo científico; la primacía y el prestigio social del
rétor frente al científico; el relativo desprecio hacia las ciencias y técnicas
que requerían manipulación y la convivencia de explicaciones como la
astrología, el esoterismo, la magia y la pura superstición, modos de
conocimiento inmediato, que trataban de dominar el medio físico y el porvenir
humano a través de métodos irracionales.
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