domingo, 24 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual Capítulo 35 La Grecia de Occidente en el siglo IV


El siglo IV en el Occidente helénico es un período de gran intensidad y rico en acontecimientos y fenómenos históricos de gran relevancia. Al tiempo, es la época en la que las amenazas que plantean las poblaciones indígenas y los cartagineses acaban por modificar de forma fundamental el aspecto general de la presencia griega en la Magna Grecia y Sicilia. Aunque ambos territorios mantendrán frecuentes interrelaciones durante este período, abordaremos de manera autónoma cada uno de los mismos.
Empezaremos nuestro análisis por Sicilia. El tránsito del siglo V al IV es un período de grandes convulsiones en Sicilia. Pocos años después del fracaso de la invasión ateniense de la isla y la guerra contra Siracusa, Sicilia se ve sacudida por las campañas que Cartago desencadena contra los griegos. Entre los años 409 y 405 los cartagineses destruyen gran número de ciudades griegas, masacrando a sus habitantes y produciendo gran número de refugiados. Selinunte, Hímera, Agrigento, Gela y Camarina son conquistadas y destruidas. Sólo Siracusa se mantiene, pero el precio que tiene que pagar para su supervivencia es, de nuevo, la tiranía. Dionisio I o Dionisio el Viejo retendrá el poder sobre Siracusa entre 405 y 367 y su enérgica política no sólo salvará a la ciudad de caer en manos de Cartago sino que, incluso, le permitirá recobrar parte del territorio perdido y derrotar a los cartagineses, llegando a tomar y destruir la ciudad fenicia más occidental de Sicilia, Motia. Llevará a cabo una política de fortificación de Siracusa, reforzando las murallas que habían resistido a los atenienses e incluyendo dentro del recinto de la ciudad la meseta de las Epípolas con un complejo sistema defensivo que hacía a la ciudad casi inexpugnable.
Dionisio crea un poder de tipo personal, y hereditario, y se rodea de un consejo compuesto por sus amigos más directos, con los que gobierna Siracusa y ejerce su hegemonía sobre buena parte de la Sicilia oriental, aquella que ha quedado fuera del dominio cartaginés, que se afianza sobre la parte occidental de la isla; la masa de refugiados que huyeron de sus ciudades tras la conquista cartaginesa encontró acomodo en Siracusa, así como concesiones de ciudadanía y donaciones por parte de Dionisio, lo que contribuyó a crear un demos dócil, dispuesto a apoyar al tirano en todas sus decisiones.
Pero sus miras no se sitúan sólo en Sicilia, sino que a traves de una estudiada política matrimonial, incluyendo la bigamia, afianza su relación con la Magna Grecia, en especial con Locris Epicefiria, con una de cuyas mujeres de más noble cuna se casa, el mismo día en que también lo hace con otra mujer siracusana. La mujer locria será la madre de su futuro sucesor Dionisio II o el Joven; mantuvo además excelentes relaciones con Esparta, que le auxilió en su lucha contra Cartago. En Italia, Dionisio favoreció a Locris, incrementando su territorio con el de otras ciudades vencidas por él, como Caulonia e Hiponio, mientras que Regio se mantenía hostil, y acabaría siendo tomada por el tirano; del mismo modo, Dionisio parece haber disuelto la Liga italiota, que unía a varias ciudades magnogrecas como medio para debilitar su resistencia. Es destacable, asimismo, la política adriática de Dionisio, cuya finalidad última era garantizar para Siracusa el control de las rutas comerciales y de los puertos principales de esa región, en los que Atenas hacía largo tiempo que había mantenido intereses importantes. En las costas ilíricas, Dionisio lleva a cabo también una política colonial, con la fundación de Liso e Isa en algún momento de los primeros años del siglo IV. En la zona más septentrional del Adriático, en torno a la desembocadura del Po, su política se vio favorecida por la invasión de los galos que acabó con el predominio etrusco en la zona; la presencia siracusana en Ancona y en Adria muestra su interés por las costas italianas del Adriático así como el deseo de controlar el canal de Otranto (aparentemente sin la oposición de Tarento) y tal vez el deseo de garantizarse una posición sólida de cara al Epiro; habría fundado o propiciado también algunas colonias en las costas ilíricas (como Isa, Faros o Corcira Negra). Por lo que se refiere al Tirreno, también Dionisio muestra una política agresiva, puesto que dispone una importante campaña contra las ciudades etruscas, a las que acusaba de practicar la piratería; así, destruye y saquea el emporio de Pirgi y se dirige asimismo hacia Córcega, donde parece haber instalado una base (quizá en Aleria) y habría atacado también Cerdeña.
Por medio de estas campañas ultramarinas, acompañadas de resurgimientos esporádicos del conflicto con Cartago en Sicilia, Dionisio adquiere una posición sobresaliente no sólo en la Grecia de Occidente, sino también en la propia Grecia, en especial entre los espartanos, a los que prestará y de los que recibirá apoyo militar en diversas ocasiones. Hasta su corte acude el propio filósofo Platón, que viajará en otras ocasiones a la isla, aunque no siempre con éxito, en parte para intentar influir en la educación del hijo y sucesor de Dionisio.
En el año 367 muere el tirano y su hijo hereda el poder, apoyado por el demos sira- cusano, así como sus guerras con Cartago, pero también su política expansionista en los mares itálicos. Se refuerzan las relaciones con Tarento, gobernada entonces por el filósofo pitagórico Arquitas; este ambiente favorecerá la llegada de nuevo de Platón a Siracusa, que buscaba poner en práctica sus ideas sobre el Estado ideal, transformando a Dionisio II de tirano en rey. En todo el proceso desempeña un papel importante Dión, hermano de la esposa siracusana de Dionisio el Viejo y cuñado del propio Dionisio II, que era discípulo de Platón y se mostraba crítico con el tirano. Su alejamiento de Sicilia le hace ganar popularidad en Grecia mientras conspira contra Dionisio. Al final, Dión desembarca en Minoa, en la costa meridional de la isla, y tras una audaz marcha conquista Siracusa en 357 en ausencia del tirano que, incapaz de recuperar el poder, se retira a Locris, donde se asegura que ejerció una tiranía crudelísima. El asesinato de Dión en 354 permite el retorno de Dionisio a Sicilia unos años después (en torno al 346), permanecien-do en el poder hasta su exilio con dirección a Corinto en 343, una vez que rindió Ortigia a Timoleón.
La situación en Sicilia era cada vez peor; distintos tiranos han ido surgiendo, que se enfrentan contra sus oponentes anti-tiránicos y se ve cada vez más probable que Cartago aproveche esa situación para reanudar la guerra contra los griegos. Es en esta coyuntura cuando los siracusanos piden ayuda a su metrópoli, Corinto, que les envía a un general, Timoleón, para acabar con la tiranía y defender a los griegos del inminente ataque de Cartago (344). El corintio tiene éxito en ambos objetivos; en 338 derrotó a un imponente ejército cartaginés en el Crimiso, lo que provocó el final de la amenaza púnica durante un tiempo y su política antitiránica le llevó a acabar con todas ellas, a establecer una nueva constitución democrática en Siracusa que garantizaba también a la ciudad la hegemonía sobre la Sicilia griega. Realizado esto, promovió una política de recolonización de Sicilia con gentes de Grecia, en especial del Peloponeso, que parece haber tenido un gran éxito al acudir miles de nuevos colonos a repoblar la isla.
Los años posteriores a la muerte de Timoléon (336) ven de nuevo el surgimiento de luchas políticas en Siracusa y en Sicilia que, como había ocurrido en otras ocasiones, favorecerán al final el surgimiento de un nuevo personaje, Agatocles (317- 289), con el que Sicilia entrará de lleno dentro del mundo de las monarquías helenísticas.
La Magna Grecia de fines del siglo V se ve afectada, por un lado, por el inicio de la potencia lucana, pueblos de estirpe osea que comienzan por esos años una serie de movimientos desde las regiones montañosas del interior itálico hacia la costa presionando a las ciudades griegas costeras y a sus territorios y, por otro, por conflictos políticos internos, a los que se añadirá pronto la amenaza procedente de la Sicilia de Dionisio el Viejo. Además, algunas de las ciudades griegas de Italia habían dejado de serlo al ser conquistadas por poblaciones campanas o lucanas; sería el caso de Cumas que cae en 421 o Neápolis, que tiene que acoger también a campanos, o Posidonia, que cae en poder luca- no a fines del siglo V, así como las antiguas colonias sibaritas en el Tirreno (Laos, Escidro, Pisunte). Esos factores provocarán que las ciudades de origen aqueo (Crotona, Caulonia y Síbaris del Traente) formen una Liga Aquea a fines del siglo V, que parece haber sido sobre todo una alianza militar (symmachiá) que pronto habría perdido su personalidad. Será hacia 393 y también en función anti-lucana y anti-dionisiana cuando, tomando como centro a Crotona, surgirá la llamada primera Liga Italiota, que duraría hasta el año 378 o poco después, en que Dionisio ataca Crotona. Formarían parte de esta alianza Crotona, Caulonia, Turios, Hiponio, Elea y Regio. Su centro religioso se establece en el santuario de Hera Lacinia, en el territorio crotoniata y Diodoro la define como una symmachia (Diod., 14.91.1). Como veíamos antes, la existencia de esta Liga ponía en peligro el expansionismo siracusano en Italia, así como la independencia de Locris, aliada de Dionisio y una de cuyas colonias, Hiponio, era miembro de la Liga. No es por ello extraño que tras sus éxitos militares el tirano siciliano aboliese dicha Liga, algunos de cuyos miembros, por otra parte, contaban con la alianza cartaginesa para combatir al enemigo común, Dionisio
En el extrema oriental de la Magna Grecia, la ciudad de Tarento habia quedado al margen de la expansion dionisiana porque parece haber mantenido, en general, buenas relaciones con Siracusa, a l0 que no debio de ser ajena la amistad entre esta y Esparta a pesar de que en algún momento pudo haber algún conato de hostilidad entre ambas. La figura de Arquitas, político y filósofo, parece haber sido decisiva en la creación de la llamada segunda Liga Italiota hacia 367, centrada en torno a Tarento e incluyendo a ciudades como su propia colonia Heraclea, tal vez a Turios y sobre todo a Metaponto que, a pesar de su origen aqueo, no había participado en las Ligas promovidas por Crotona; es llamada por las fuentes koinon ton Italioton (Suda, s.v. Archytas) y sus reuniones tendrían lugar en Heraclea (Str., 6.3.4). Su principal objetivo no era el enfrentamiento con Siracusa (con la que parece haber colaborado) sino sobre todo la protección frente a los Lucanos y otras poblaciones no griegas; la impronta de Arquitas fue considerable pues junto a sus éxitos militares parece haber empleado, frente a las poblaciones itálicas, la diplomacia a veces basada en la penetración del pitagorismo entre las élites lucanas y samnitas. A partir de mediados del siglo IV el final de la tiranía siracusana y la desaparición de Arquitas de la escena política provocan importantes cambios en el panorama. Sobre la importancia que Siracusa tuvo como aglutinante del helenismo italiota (incluso a pesar de ellos), ya hemos hablado; por su parte, y tras el cese de esa presión siracusana sobre las poblaciones no griegas del sur de Italia, Tarento volverá su vista a Grecia en busca de apoyo militar en una larga serie de conflictos que enfrentarán a la ciudad, bien como centro de la Liga Italiota bien ya como ciudad aislada, a lucanos, mesapios, bru- cios y, por fin, romanos. Figuras como el rey espartano Arquidamo III (342-338), que murió luchando contra lucanos y mesapios en Manduria, o Alejandro el Moloso, tío de Alejandro Magno (334-331), que reconquistó algunas de las antiguas ciudades griegas, pero que murió a manos de los brucios, jalonan el siglo IV espartano en una dinámica que proseguirá aún en el III con el general Cleónimo y con el rey Pirro del Epiro y, entre medias, con el rey siracusano Agatocles.
Tanto en Sicilia como en la Magna Grecia el siglo IV supone el final de las dinámicas en las que habían estado inmersos esos territorios helénicos. Siracusa, que ya en el siglo V había mostrado sus ambiciones imperialistas, manifiesta durante el siglo IV con toda su amplitud esta política. La lucha contra Cartago, los indígenas sicilianos y las ciudades griegas insumisas serán los hitos primeros del dominio de Dionisio pero tras ello, como hemos visto, amplía su radio de acción a muy diversos territorios; la valoración histórica que los dos Dionisios han merecido en las fuentes literarias es bastante negativa aunque no puede dudarse de que sus políticas iban dirigidas a consolidar el helenismo occidental, mucho más amenazado que el de la Grecia propia por enemigos no tanto internos como externos. El problema era que la política de los dos Dionisios implicaba la sumisión de ciudades griegas que habían gozado hasta entonces de independencia política, ya que el esquema de poder diseñado por los dos tiranos no implicaba por lo general alianzas militares en pie de igualdad, ni tan siquiera hegemónicas, sino un dominio completo, aunque a veces revestido de fórmulas tradicionales. Del mismo modo que las ciudades de la propia Grecia se debaten, hasta la batalla de Queronea, entre su adscripción a alianzas ofensivo-defensivas y el dominio excesivo que a veces ejercen las ciudades hegemónicas, las ciudades del occidente griego tuvieron que conjugar los deseos de seguridad frente a la amenaza de las poblaciones no griegas con la pérdida de su libertad política. La decisión no era fácil y, en muchas ocasiones, fueron los hechos los que determinaron la aceptación de una política impuesta.
Por lo que se refiere a la Magna Grecia, las tradiciones asociativas entre ciudades eran muy débiles aún en el siglo V y sólo el efímero intento de la Liga Aquea merece ser destacado. Sin embargo, y como también hemos visto, la presión indígena, pero también la amenaza que otros griegos, como Dionisio, suponían, forzó a Crotona a organizar una alianza defensiva. No obstante, y aunque no sin dificultades, fue barrida por Dionisio que no tenía las limitaciones políticas y económicas que podían atenazar a las ciudades mag- nogrecas. Igual que los espartanos por los mismos años, Dionisio proclama la autonomía de las ciudades o, lo que es lo mismo, la abolición de cualquier estructura que amplíe el cada vez más restringido marco de la polis. Quizá con el beneplácito de Siracusa, Tarento creará el koinon de los italiotas que no supondrá riesgo alguno para ella, y aunque durante el mandato de Arquitas Tarento parece haber logrado éxitos importantes, los aliados no tendrán fuerzas suficientes para resistir la cada vez mayor presión indígena.

La segunda mitad del siglo IV ve la intervención directa de individuos llegados de Grecia para resolver los problemas del mundo colonial. Ya sea Timoleón en Sicilia o Arquidamo y Alejandro el Moloso en Italia, el Occidente griego parece haber perdido la iniciativa, acaso por el agotamiento de unos recursos (humanos y materiales) limitados tras decenios de luchas ininterrumpidas. Eso lo vio bien Timoleón cuando propició una recolonización de Sicilia como medio de repoblar ciudades abandonadas y de ofrecer una sólida resistencia contra el peligro cartaginés. Sin embargo, cuando acaba el siglo IV un nuevo peligro empieza a hacerse ya patente para el helenismo occidental: Roma, que ya en los primeros decenios del siglo III habrá completado su control de la península italiana (272 rendición de Tarento) y se lanzará contra Sicilia, que se convertirá en uno de los principales escenarios de la Primera Guerra Púnica (264- 241). A pesar de algunos intentos por evitar lo inevitable las dos grandes ciudades del helenismo occidental, Siracusa y Tarento, trataron de sacudirse el yugo romano pero fueron conquistadas, saqueadas y arrasadas por Roma casi al tiempo, la primera en 212 y la segunda en 209.

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