El siglo IV en el Occidente
helénico es un período de gran intensidad y rico en acontecimientos y fenómenos
históricos de gran relevancia. Al tiempo, es la época en la que las amenazas
que plantean las poblaciones indígenas y los cartagineses acaban por modificar
de forma fundamental el aspecto general de la presencia griega en la Magna
Grecia y Sicilia. Aunque ambos territorios mantendrán frecuentes
interrelaciones durante este período, abordaremos de manera autónoma cada uno
de los mismos.
Empezaremos nuestro análisis por
Sicilia. El tránsito del siglo V al IV es un período de grandes convulsiones en
Sicilia. Pocos años después del fracaso de la invasión ateniense de la isla y
la guerra contra Siracusa, Sicilia se ve sacudida por las campañas que Cartago
desencadena contra los griegos. Entre los años 409 y 405 los cartagineses
destruyen gran número de ciudades griegas, masacrando a sus habitantes y
produciendo gran número de refugiados. Selinunte, Hímera, Agrigento, Gela y
Camarina son conquistadas y destruidas. Sólo Siracusa se mantiene, pero el
precio que tiene que pagar para su supervivencia es, de nuevo, la tiranía.
Dionisio I o Dionisio el Viejo retendrá el poder sobre Siracusa entre 405 y 367
y su enérgica política no sólo salvará a la ciudad de caer en manos de Cartago
sino que, incluso, le permitirá recobrar parte del territorio perdido y
derrotar a los cartagineses, llegando a tomar y destruir la ciudad fenicia más
occidental de Sicilia, Motia. Llevará a cabo una política de fortificación de
Siracusa, reforzando las murallas que habían resistido a los atenienses e
incluyendo dentro del recinto de la ciudad la meseta de las Epípolas con un
complejo sistema defensivo que hacía a la ciudad casi inexpugnable.
Dionisio crea un poder de tipo
personal, y hereditario, y se rodea de un consejo compuesto por sus amigos más
directos, con los que gobierna Siracusa y ejerce su hegemonía sobre buena parte
de la Sicilia oriental, aquella que ha quedado fuera del dominio cartaginés,
que se afianza sobre la parte occidental de la isla; la masa de refugiados que
huyeron de sus ciudades tras la conquista cartaginesa encontró acomodo en
Siracusa, así como concesiones de ciudadanía y donaciones por parte de
Dionisio, lo que contribuyó a crear un demos
dócil, dispuesto a apoyar al tirano en todas sus decisiones.
Pero sus miras no se sitúan sólo
en Sicilia, sino que a traves de una estudiada política matrimonial, incluyendo
la bigamia, afianza su relación con la Magna Grecia, en especial con Locris
Epicefiria, con una de cuyas mujeres de más noble cuna se casa, el mismo día en
que también lo hace con otra mujer siracusana. La mujer locria será la madre de
su futuro sucesor Dionisio II o el Joven; mantuvo además excelentes relaciones
con Esparta, que le auxilió en su lucha contra Cartago. En Italia, Dionisio
favoreció a Locris, incrementando su territorio con el de otras ciudades
vencidas por él, como Caulonia e Hiponio, mientras que Regio se mantenía
hostil, y acabaría siendo tomada por el tirano; del mismo modo, Dionisio parece
haber disuelto la Liga italiota, que unía a varias ciudades magnogrecas como
medio para debilitar su resistencia. Es destacable, asimismo, la política
adriática de Dionisio, cuya finalidad última era garantizar para Siracusa el
control de las rutas comerciales y de los puertos principales de esa región, en
los que Atenas hacía largo tiempo que había mantenido intereses importantes. En
las costas ilíricas, Dionisio lleva a cabo también una política colonial, con
la fundación de Liso e Isa en algún momento de los primeros años del siglo IV.
En la zona más septentrional del Adriático, en torno a la desembocadura del Po,
su política se vio favorecida por la invasión de los galos que acabó con el
predominio etrusco en la zona; la presencia siracusana en Ancona y en Adria
muestra su interés por las costas italianas del Adriático así como el deseo de
controlar el canal de Otranto (aparentemente sin la oposición de Tarento) y tal
vez el deseo de garantizarse una posición sólida de cara al Epiro; habría
fundado o propiciado también algunas colonias en las costas ilíricas (como Isa,
Faros o Corcira Negra). Por lo que se refiere al Tirreno, también Dionisio
muestra una política agresiva, puesto que dispone una importante campaña contra
las ciudades etruscas, a las que acusaba de practicar la piratería; así,
destruye y saquea el emporio de Pirgi y se dirige asimismo hacia Córcega, donde
parece haber instalado una base (quizá en Aleria) y habría atacado también
Cerdeña.
Por medio
de estas campañas ultramarinas, acompañadas de resurgimientos esporádicos del
conflicto con Cartago en Sicilia, Dionisio adquiere una posición sobresaliente
no sólo en la Grecia de Occidente, sino también en la propia Grecia, en
especial entre los espartanos, a los que prestará y de los que recibirá apoyo
militar en diversas ocasiones. Hasta su corte acude el propio filósofo Platón,
que viajará en otras ocasiones a la isla, aunque no siempre con éxito, en parte
para intentar influir en la educación del hijo y sucesor de Dionisio.
En el año 367 muere el tirano y
su hijo hereda el poder, apoyado por el demos
sira- cusano, así como sus guerras con Cartago, pero también su política
expansionista en los mares itálicos. Se refuerzan las relaciones con Tarento,
gobernada entonces por el filósofo pitagórico Arquitas; este ambiente
favorecerá la llegada de nuevo de Platón a Siracusa, que buscaba poner en
práctica sus ideas sobre el Estado ideal, transformando a Dionisio II de tirano
en rey. En todo el proceso desempeña un papel importante Dión, hermano de la
esposa siracusana de Dionisio el Viejo y cuñado del propio Dionisio II, que era
discípulo de Platón y se mostraba crítico con el tirano. Su alejamiento de
Sicilia le hace ganar popularidad en Grecia mientras conspira contra Dionisio.
Al final, Dión desembarca en Minoa, en la costa meridional de la isla, y tras
una audaz marcha conquista Siracusa en 357 en ausencia del tirano que, incapaz
de recuperar el poder, se retira a Locris, donde se asegura que ejerció una
tiranía crudelísima. El asesinato de Dión en 354 permite el retorno de Dionisio
a Sicilia unos años después (en torno al 346), permanecien-do en el poder hasta
su exilio con dirección a Corinto en 343, una vez que rindió Ortigia a
Timoleón.
La situación en Sicilia era cada
vez peor; distintos tiranos han ido surgiendo, que se enfrentan contra sus
oponentes anti-tiránicos y se ve cada vez más probable que Cartago aproveche
esa situación para reanudar la guerra contra los griegos. Es en esta coyuntura
cuando los siracusanos piden ayuda a su metrópoli, Corinto, que les envía a un
general, Timoleón, para acabar con la tiranía y defender a los griegos del
inminente ataque de Cartago (344). El corintio tiene éxito en ambos objetivos;
en 338 derrotó a un imponente ejército cartaginés en el Crimiso, lo que provocó
el final de la amenaza púnica durante un tiempo y su política antitiránica le
llevó a acabar con todas ellas, a establecer una nueva constitución democrática
en Siracusa que garantizaba también a la ciudad la hegemonía sobre la Sicilia
griega. Realizado esto, promovió una política de recolonización de Sicilia con
gentes de Grecia, en especial del Peloponeso, que parece haber tenido un gran
éxito al acudir miles de nuevos colonos a repoblar la isla.
Los años posteriores a la muerte
de Timoléon (336) ven de nuevo el surgimiento de luchas políticas en Siracusa y
en Sicilia que, como había ocurrido en otras ocasiones, favorecerán al final el
surgimiento de un nuevo personaje, Agatocles (317- 289), con el que Sicilia
entrará de lleno dentro del mundo de las monarquías helenísticas.
La Magna Grecia de fines del
siglo V se ve afectada, por un lado, por el inicio de la potencia lucana,
pueblos de estirpe osea que comienzan por esos años una serie de movimientos
desde las regiones montañosas del interior itálico hacia la costa presionando a
las ciudades griegas costeras y a sus territorios y, por otro, por conflictos
políticos internos, a los que se añadirá pronto la amenaza procedente de la
Sicilia de Dionisio el Viejo. Además, algunas de las ciudades griegas de Italia
habían dejado de serlo al ser conquistadas por poblaciones campanas o lucanas;
sería el caso de Cumas que cae en 421 o Neápolis, que tiene que acoger también a
campanos, o Posidonia, que cae en poder luca- no a fines del siglo V, así como
las antiguas colonias sibaritas en el Tirreno (Laos, Escidro, Pisunte). Esos
factores provocarán que las ciudades de origen aqueo (Crotona, Caulonia y
Síbaris del Traente) formen una Liga Aquea a fines del siglo V, que parece
haber sido sobre todo una alianza militar (symmachiá)
que pronto habría perdido su personalidad. Será hacia 393 y también en función
anti-lucana y anti-dionisiana cuando, tomando como centro a Crotona, surgirá la
llamada primera Liga Italiota, que duraría hasta el año 378 o poco después, en
que Dionisio ataca Crotona. Formarían parte de esta alianza Crotona, Caulonia,
Turios, Hiponio, Elea y Regio. Su centro religioso se establece en el santuario
de Hera Lacinia, en el territorio crotoniata y Diodoro la define como una symmachia (Diod., 14.91.1). Como veíamos
antes, la existencia de esta Liga ponía en peligro el expansionismo siracusano
en Italia, así como la independencia de Locris, aliada de Dionisio y una de
cuyas colonias, Hiponio, era miembro de la Liga. No es por ello extraño que
tras sus éxitos militares el tirano siciliano aboliese dicha Liga, algunos de
cuyos miembros, por otra parte, contaban con la alianza cartaginesa para
combatir al enemigo común, Dionisio
En el extrema oriental de la
Magna Grecia, la ciudad de Tarento habia quedado al margen de la expansion
dionisiana porque parece haber mantenido, en general, buenas relaciones con
Siracusa, a l0 que no debio de ser ajena la amistad entre esta y Esparta a
pesar de que en algún momento pudo haber algún conato de hostilidad entre
ambas. La figura de Arquitas, político y filósofo, parece haber sido decisiva
en la creación de la llamada segunda Liga Italiota hacia 367, centrada en torno
a Tarento e incluyendo a ciudades como su propia colonia Heraclea, tal vez a
Turios y sobre todo a Metaponto que, a pesar de su origen aqueo, no había
participado en las Ligas promovidas por Crotona; es llamada por las fuentes koinon ton Italioton (Suda, s.v. Archytas) y sus reuniones tendrían
lugar en Heraclea (Str., 6.3.4). Su principal objetivo no era el enfrentamiento
con Siracusa (con la que parece haber colaborado) sino sobre todo la protección
frente a los Lucanos y otras poblaciones no griegas; la impronta de Arquitas
fue considerable pues junto a sus éxitos militares parece haber empleado,
frente a las poblaciones itálicas, la diplomacia a veces basada en la
penetración del pitagorismo entre las élites lucanas y samnitas. A partir de
mediados del siglo IV el final de la tiranía siracusana y la desaparición de
Arquitas de la escena política provocan importantes cambios en el panorama.
Sobre la importancia que Siracusa tuvo como aglutinante del helenismo italiota
(incluso a pesar de ellos), ya hemos hablado; por su parte, y tras el cese de
esa presión siracusana sobre las poblaciones no griegas del sur de Italia,
Tarento volverá su vista a Grecia en busca de apoyo militar en una larga serie
de conflictos que enfrentarán a la ciudad, bien como centro de la Liga Italiota
bien ya como ciudad aislada, a lucanos, mesapios, bru- cios y, por fin,
romanos. Figuras como el rey espartano Arquidamo III (342-338), que murió
luchando contra lucanos y mesapios en Manduria, o Alejandro el Moloso, tío de
Alejandro Magno (334-331), que reconquistó algunas de las antiguas ciudades
griegas, pero que murió a manos de los brucios, jalonan el siglo IV espartano
en una dinámica que proseguirá aún en el III con el general Cleónimo y con el
rey Pirro del Epiro y, entre medias, con el rey siracusano Agatocles.
Tanto en Sicilia como en la Magna
Grecia el siglo IV supone el final de las dinámicas en las que habían estado
inmersos esos territorios helénicos. Siracusa, que ya en el siglo V había
mostrado sus ambiciones imperialistas, manifiesta durante el siglo IV con toda
su amplitud esta política. La lucha contra Cartago, los indígenas sicilianos y
las ciudades griegas insumisas serán los hitos primeros del dominio de Dionisio
pero tras ello, como hemos visto, amplía su radio de acción a muy diversos
territorios; la valoración histórica que los dos Dionisios han merecido en las
fuentes literarias es bastante negativa aunque no puede dudarse de que sus
políticas iban dirigidas a consolidar el helenismo occidental, mucho más
amenazado que el de la Grecia propia por enemigos no tanto internos como
externos. El problema era que la política de los dos Dionisios implicaba la
sumisión de ciudades griegas que habían gozado hasta entonces de independencia
política, ya que el esquema de poder diseñado por los dos tiranos no implicaba
por lo general alianzas militares en pie de igualdad, ni tan siquiera
hegemónicas, sino un dominio completo, aunque a veces revestido de fórmulas
tradicionales. Del mismo modo que las ciudades de la propia Grecia se debaten,
hasta la batalla de Queronea, entre su adscripción a alianzas
ofensivo-defensivas y el dominio excesivo que a veces ejercen las ciudades
hegemónicas, las ciudades del occidente griego tuvieron que conjugar los deseos
de seguridad frente a la amenaza de las poblaciones no griegas con la pérdida
de su libertad política. La decisión no era fácil y, en muchas ocasiones,
fueron los hechos los que determinaron la aceptación de una política impuesta.
Por lo que se refiere a la Magna
Grecia, las tradiciones asociativas entre ciudades eran muy débiles aún en el
siglo V y sólo el efímero intento de la Liga Aquea merece ser destacado. Sin
embargo, y como también hemos visto, la presión indígena, pero también la
amenaza que otros griegos, como Dionisio, suponían, forzó a Crotona a organizar
una alianza defensiva. No obstante, y aunque no sin dificultades, fue barrida
por Dionisio que no tenía las limitaciones políticas y económicas que podían
atenazar a las ciudades mag- nogrecas. Igual que los espartanos por los mismos
años, Dionisio proclama la autonomía de las ciudades o, lo que es lo mismo, la
abolición de cualquier estructura que amplíe el cada vez más restringido marco
de la polis. Quizá con el beneplácito
de Siracusa, Tarento creará el koinon de
los italiotas que no supondrá riesgo alguno para ella, y aunque durante el
mandato de Arquitas Tarento parece haber logrado éxitos importantes, los
aliados no tendrán fuerzas suficientes para resistir la cada vez mayor presión
indígena.
La segunda mitad del siglo IV ve
la intervención directa de individuos llegados de Grecia para resolver los
problemas del mundo colonial. Ya sea Timoleón en Sicilia o Arquidamo y
Alejandro el Moloso en Italia, el Occidente griego parece haber perdido la
iniciativa, acaso por el agotamiento de unos recursos (humanos y materiales)
limitados tras decenios de luchas ininterrumpidas. Eso lo vio bien Timoleón
cuando propició una recolonización de Sicilia como medio de repoblar ciudades
abandonadas y de ofrecer una sólida resistencia contra el peligro cartaginés.
Sin embargo, cuando acaba el siglo IV un nuevo peligro empieza a hacerse ya
patente para el helenismo occidental: Roma, que ya en los primeros decenios del
siglo III habrá completado su control de la península italiana (272 rendición
de Tarento) y se lanzará contra Sicilia, que se convertirá en uno de los
principales escenarios de la Primera Guerra Púnica (264- 241). A pesar de
algunos intentos por evitar lo inevitable las dos grandes ciudades del
helenismo occidental, Siracusa y Tarento, trataron de sacudirse el yugo romano
pero fueron conquistadas, saqueadas y arrasadas por Roma casi al tiempo, la
primera en 212 y la segunda en 209.
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