domingo, 24 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual Capítulo 28 El teatro griego

El teatro, esto es, la representación y recitación por parte de actores de actos y palabras que se le atribuyen a un personaje, real o mitológico, tiene en Grecia claras connotaciones religiosas. Aunque celebraciones más o menos dramatizadas pudieran formar parte de los ritos de diversas divinidades, en Atenas, que parece haber desempeñado un papel importante en el surgimiento del teatro, era el dios Dioniso quien era objeto principal de celebraciones que incluían danzas y coros en varias ocasiones, en las Dionisias Rurales, en las Antesterias, en las Leneas y en las Grandes Dionisias. Estas últimas se celebraban, a partir sobre todo de la época de Pisístrato, en el recinto de Dioniso Eleuterio, que el propio tirano habría mandado construir al pie de la esquina suroriental de la Acrópolis para celebrar el inicio de la primavera y solían consistir en la actuación de coros que cantaban y bailaban, un tipo de ritual muy frecuente en toda una serie de cultos agrarios griegos. Será sobre todo en este marco en el que surgirá el teatro, aunque también otros festivales de Dioniso incluirán representaciones.
Se le atribuye al ateniense Tespis la representación de la primera tragedia hacia 534; en ella, un actor dialogaba con el coro y, caracterizado con máscaras y ropajes, incorporaba diferentes personajes. Poco a poco se fue aumentando el número de actores hasta llegar a tres y fue regulándose la sucesión de piezas; hacia finales del siglo VI ya se representaban tres tragedias seguidas y una obra satírica, llamada así porque los miembros del coro iban disfrazados de sátiros. Hacia 486, las comedias con su propio coro y actores pasaron a formar parte del programa de las Grandes Dionisias. La celebración de los festivales estaba encomendada al arconte, que era quien seleccionaba las obras que se iban a representar, pero quienes sufragaban las representaciones eran ciudadanos particulares que, de su propio dinero, pagaban toda la producción del espectáculo, desde el autor hasta el vestuario y el salario de los actores y del coro. Estos individuos, llamados coregos, eran seleccionados por el arconte de entre toda una serie de aspirantes; como el poder sufragar una obra teatral no estaba al alcance de cualquiera, era éste un medio más para que los más ricos de Atenas pudiesen darse a conocer entre sus conciudadanos y, como también importaba la calidad de la representación, jurados nombrados por el arconte decidían cuál de las obras presentadas cada año merecía un premio. Los coregos victoriosos solían erigir monumentos con trípodes en la parte vieja de la ciudad de Atenas, precisa mente en la llamada "Calle de los Trípodes"; de ellos se conserva, aún in situ, la llamada "Linterna de Lisícrates", de hacia 334 y, en lo más alto del teatro de Dioniso, el monumento de Trasilo de hacia 320, así como restos de otras construcciones de este tipo. Del mismo modo, se solían realizar epígrafes que daban cuenta de las diferentes celebraciones teatrales que se realizaban en la ciudad, indicando los nombres tanto de los coregos como de los correspondientes vencedores en cada uno de los certámenes, lo que indica que las actividades teatrales tenían un fuerte sentido cívico. Durante el auge de Atenas como potencia imperial, en el siglo V, a las Dionisias acudían también representantes de todos los estados aliados o sometidos a Atenas, por lo que las representaciones teatrales eran un medio muy importante para difundir el mensaje que la ciudad (no se olvide que era el arconte quien seleccionaba las obras que se iban a representar) quería transmitir a aquellos estados sobre los que ejercía su autoridad.

Aunque entre las primeras tragedias podían representarse temas tanto míticos como reales, con el tiempo fueron los primeros los que acabaron dominando. No obstante, sabemos que hacia 493 fue tal la conmoción que provocó una tragedia de Frínico titulada La caída de Mileto, que describía el cruel destino de la ciudad tras su derrota en la revuelta jonia, que las autoridades impusieron a su autor una elevadísima multa junto con la prohibición de volver a representarla (Hdt., 6.21). La primera tragedia conservada íntegra, Los Persas de Esquilo, representada por vez primera en 472, describía la derrota persa en la batalla de Salamina y parece haber sido la última que trataba de acontecimientos reales. A partir de entonces el mito se convertirá en un filón casi sin límite para, por transposición, reflexionar sobre los males que aquejaban a la pólis e inducir a la emoción e, incluso, a la purificación (katharsis) de los ciudadanos ante la contemplación de las penalidades que héroes del pasado experimentaban; no perdamos de vista que, para los griegos, la distinción entre mito e historia no existía. Los mitos les hablaban de su más remoto pasado, lo que explica el interés que para ellos tenían puesto que remitían a sus más antiguos ancestros. Sin duda, los espectadores se sumergían en la trama, sufrían con los protagonistas, aprendían los mensajes que se les hacía llegar pero, al final, liberados por el hecho de que lo que les apenaba era ficción, podían tratar de evitar que su ciudad se viese arrastrada a los profundos conflictos que los poetas trágicos habían desplegado ante ellos. Los grandes trágicos atenienses del siglo V son Esquilo (525-456), Sófocles (496-406) y Eurípides (485-406). Del mismo modo, las comedias, aunque en tono más relajado y haciendo uso de personajes arquetípicos que representan individuos comunes, no dejan de mostrar una serie de críticas hirientes hacia la situación política de Atenas, hacia algunos de sus gobernantes o hacia determinadas costumbres. Será Aristófanes (mediados del siglo V-ca. 380) uno de los más grandes comediógrafos antiguos, al menos a juzgar por el hecho de que conocemos varias de sus obras completas; la más antigua, Los Acarnienses, data de 424, más de sesenta años después de la introducción de este género en el programa de las Grandes Dionisias. Después de este autor, cuya última comedia conservada data de 388 (Pluto), habrá que volver a esperar hasta fines del siglo IV para poder disponer de nuevo de un repertorio importante de obras completas con Menandro. Entre Aristófanes y Menandro sólo conocemos nombres de poetas cómicos y algunos fragmentos de sus obras que apenas nos permiten seguir la evolución de la comedia entre esos dos autores tan representativos del género.

Todas estas obras siguieron, en mayor o menor medida, representándose mucho tiempo después del momento de su composición, como sabemos por las fuentes literarias, pero también por la iconografía de los vasos cerámicos que, aún en el siglo IV, muestran con bastante frecuencia escenas correspondientes a las obras de esos grandes dramaturgos áticos del siglo V que seguían rivalizando con obras más recientes que continuaron componiéndose y representándose durante esas épocas. Será sobre todo en las cerámicas fabricadas en Italia y en Sicilia donde encontremos el repertorio más rico de temas vinculados al teatro; esos vasos, con frecuencia de gran tamaño y con decoraciones exuberantes, son una de las principales fuentes visuales de que disponemos para entender cómo se producían las representaciones teatrales y, sobre todo, cómo eran percibidas por los contemporáneos. Al tiempo, nos habla de la popularidad de esas obras en ambientes diversos y alejados del mundo ateniense del siglo V, al que remiten las más importantes de esas producciones. Además, estas iconografías, o la proliferación de terracotas representando actores nos muestran la popularidad creciente del teatro en el siglo IV, momento al que por otro lado corresponden la mayoría de los edificios teatrales que conocemos; sin duda se han ido produciendo cambios, entre ellos la mayor popularidad de la comedia, que a su vez se va convirtiendo en una obra de situación, con personajes cada vez más estereotipados que representan tipos más que individualidades (el amo, el esclavo, la nodriza, el viajero, etc.). Sin embargo, la producción se va complicando, demandando cada vez más recursos escénicos y se van introduciendo poco a poco las complejidades de tramas y argumentos propias de la Comedia Nueva que será la que, en su momento, pasará a Roma de la mano de autores como Plauto o Terencio. Por lo que se refiere a la tragedia, aunque se sigan escribiendo nuevas, da la impresión de que son las escritas en el siglo V por los tres grandes dramaturgos a los que ya hemos aludido las que siguen siendo representadas (sobre todo las de Eurípides), y no ya sólo en Atenas sino en todo el mundo griego, donde el teatro es apreciado.
El lugar donde se realizaban las representaciones teatrales era el teatro, el cual se convierte, sobre todo a partir de la época clásica, en un edificio casi imprescindible en muchas ciudades griegas, tanto de la Grecia propia como de las colonias; nos referimos, claro está, a un teatro permanente realizado en piedra. La forma canónica del teatro se alcanza en la época clásica avanzada y consta, en líneas generales, de un espacio destinado a acoger al público, con su graderío correspondiente (koilon). Esta estructura puede estar construida ex profeso o, como suele ser más frecuente, aprovecha alguna ladera natural. En el plano que aquí presentamos, el del teatro de Dioniso en Atenas en su fase del último tercio del siglo IV (época del político Licurgo), es esta última disposición la que se emplea, aunque en su momento pudiesen complementarse las áreas laterales con estructuras construidas. La forma del koilon, en los ejemplos de época clásica, es la de un semicírculo, aunque a veces se prolonga el mismo por los lados casi hasta tocar la escena. Antes de esa forma hay indicios de que los teatros podían haber tenido graderíos rectilíneos, con o sin alas laterales, aunque acabará por predominar el aspecto semicircular. Los asientos se realizan de piedra o, cuando se quiere dar al edificio una mayor prestancia, de mármol. Las primeras filas suelen reservarse a magistrados, sacerdotes o a aquellos invitados ilustres a quien la ciudad quiere agasajar; esta zona recibe el nombre de proedria y con el tiempo los asientos serán tallados en forma de trono para resaltar la figura de las personas que se sientan en este lugar de privilegio; en el teatro de Dioniso de Atenas, el trono que se ubicaba en la parte central de la proedria correspondía, como no podía ser de otra manera, al sacerdote de Dioniso Eleuterio. Para facilitar la circulación en el interior del graderío suele haber escaleras radiales cada cierto intervalo y, en ocasiones, un pasillo que sigue la dirección del círculo (diazoma).
En la parte baja, y adyacente al graderío, se encontraba la orchestra, que pasó por diversas formas (rectangular, trapezoidal, semicircular) hasta alcanzar la forma circular que será la habitual a partir del final del período clásico. Éste era el espacio destinado para que el coro realizase sus evoluciones y sus cantos. Cerrando el espacio se hallaba la escena, que por lo general es también una estructura construida en la que se abren tres puertas para que por ellas penetren los actores en los distintos momentos de la acción; suele representar la fachada de un palacio real, que acostumbra a ser el ambiente típico para representar la tragedia. Los sucesos trágicos suelen ocurrir dentro, fuera de la vista de los espectadores, aunque es en el exterior, ante el público, donde se relata lo que allí ha ocurrido. También se fueron introduciendo otros mecanismos, con un aparato giratorio que permitía también ver escenas que ocurrían en el interior (ekkyklema), o la grúa (mechane), que posibilitaba con mucha frecuencia que los dioses se aparecieran desde lo alto para acabar solucionando los problemas humanos.
Unos edificios, como los teatros, de tanta capacidad (el de Dioniso en Atenas se calcula que podía albergar entre quince y diecisiete mil espectadores) no se empleaban sólo durante las fiestas que implicaban representaciones teatrales, sino que las ciudades les daban usos alternativos. Entre ellos estaba el de servir de sede de las asambleas políticas sobre todo en ciudades que, a diferencia de Atenas, no tenían lugares específicos destinados a tal fin aun cuando sabemos que también en determinadas ocasiones la asamblea ateniense se reunía en el teatro de Dioniso. En otras ciudades, como Siracusa, hay constancia de que su gran teatro sirvió también para estos fines.
Además de los teatros que existen en las ciudades, también los había vinculados a los grandes santuarios. Sin lugar a duda los más representativos son el del santuario de Ascle- pio en Epidauro, el de Posidón en Istmia, el de Apolo en Delfos o el de Zeus en Dodona. Su función, más que "teatral" en sentido estricto, era celebrar los festivales propios de las divinidades en cuyo santuario se ubicaban y que no siempre implicaban representaciones teatrales sino otros tipos de celebraciones públicas, por ejemplo, competiciones de música y canto.
El impacto social y cívico que tuvo el teatro en Grecia resulta a veces difícil de percibir en sociedades como las contemporáneas con tantos y tan variados medios de comunicación de masas. En la Grecia antigua la población se reunía en el teatro en ocasiones determinadas, señaladas por un calendario religioso que marcaba los ritmos de la vida de los individuos; allí, igual que en la asamblea, se presentaban ante sus ojos problemas de todo tipo. Mientras que en la asamblea de la Atenas democrática el ciudadano era capaz de afrontar esos problemas y, con su voto, darles una u otra solución, en el teatro no podía poner en práctica su capacidad política directa pero no obstante era capaz de percibir las profundas complejidades y dilemas que se les planteaban a los personajes así como las soluciones que el autor daba a los mismos. Durante unas horas, el ciudadano, el hombre político, dejaba de lado su participación activa en la vida política para recibir unos mensajes determinados, siempre acordes con la doctrina política que Atenas impulsaba. Por fin, y tras la serie de tres tragedias, la comedia le enfrentaba con otro talante a problemas no siempre diferentes, aunque en este caso la solución podía ir del disparate a la más pura utopía. Pero tanto en la asamblea como en el teatro (celebradas a veces en el mismo espacio físico) participaba de una representación pública, en la que el centro, real y simbólico, que la propia arquitectura del teatro propiciaba, se convertía en el punto principal de su atención. El punto secundario lo constituía la propia concentración de sus conciudadanos que, de forma activa o pasiva, eran ahora actores ahora espectadores de lo que se trataba en el centro del espacio público en el que se reunían.
Pero la tragedia y la comedia áticas tenían una potencialidad aún mayor, ya que contenían valores universales. Eso queda claro cuando observamos que muchas otras ciudades griegas se nutrieron de forma casi exclusiva de funciones concebidas para el público ateniense pero que podían ser entendidas y apreciadas en toda la Hélade y se pone de manifiesto también cuando, año tras año, y en todo el mundo, esas mismas tragedias y comedias siguen atrayendo a un público que no ve en ellas reliquias de un pasado ya periclitado sino un pretexto para seguir reflexionando sobre los mismos o parecidos problemas con los que se enfrentaban los atenienses de la época clásica.

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