domingo, 24 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual Capítulo 29 La religión y los templos

La religión griega, como conjunto de creencias, de normas morales y, sobre todo, de prácticas rituales, cumplía un decisivo papel como factor de cohesión de la comunidad y de integración en ella de cada uno de sus miembros. Desde tiempos muy remotos, al menos desde la época micénica, se fueron configurando una explicación cosmogónica, que incidía en el origen divino del cosmos, y una jerarquización del panteón politeísta con un sistema de dioses mayores. Ambos aspectos se encuentran ya plenamente definidos en el momento en que Hesíodo, en el siglo VII, compuso su Teogonía. Así, mucho tiempo antes de la época clásica, los dioses más importantes de la religión griega, posiblemente de origen muy diverso, quedaron limitados a doce (aunque en realidad son trece los que compiten por verse incluidos entre ellos). Son los Dioses Olímpicos, los Inmortales que habitaban las cumbres del monte Olimpo: Zeus, el padre de los dioses y señor del cielo; sus hermanos Posidón, el dios del mar, y Hades, que reinaba en el infierno; Hera, la esposa de Zeus; Ares, dios de la guerra; Vesta, diosa del fuego; Atenea, divinidad de la sabiduría; Hefesto, dios del fuego; Afrodita, la diosa de la belleza y del amor; Apolo, deidad de la luz y las artes; Artemisa, señora de los bosques y de los montes, de la caza y de los animales salvajes; Hermes, el dios del comercio y el mensajero de los dioses, y Deméter, la divinidad de la agricultura y el grano. Aunque no propiamente olímpicas, otras divinidades eran también muy importantes como Dioniso, un dios agrario que nace y muere cada año, a quien están consagrados también el vino y los espectáculos teatrales, o Asclepio, el dios de la salud. Además, los griegos rendían culto a toda una multitud de divinidades menores como sátiros, ninfas, musas, héroes y semidioses.
Desconocemos el aspecto que tenían los dioses en la Edad del Bronce. Al menos desde la Época Oscura poseían forma humana y gozaban de determinadas cualidades exclusivas: mayor fuerza y estatura que un simple mortal, eterna juventud, perenne alegría e inmortalidad. Pero por lo demás eran prácticamente iguales a los hombres en todo: estaban sujetos a los mismos defectos y a las mismas virtudes, amaban, odiaban, eran pendencieros y apasionados. Carecían, en definitiva, de un comportamiento que podríamos llamar moral. Por esto mismo, una conquista no menor de la Época Arcaica fue precisamente la purificación y moralización de la concepción de la divinidad que es, en realidad, una cierta racionalización de lo religioso. A partir de entonces, los dioses se diferencia
ron de los mortales también por su ética superior y por un sentido de la justicia que contrastaba con las injusticias que tenían lugar en la esfera humana.
Junto a la religión oficial o políada y muchas veces incluidos en ella, existían toda una serie de cultos mistéricos, de conocimiento secreto y exclusivo para una minoría de iniciados, aunque sus fiestas se difundieran a toda la comunidad. Los cultos mistéricos se relacionaban con las divinidades agrarias, especialmente en su carácter de fuerzas que hacían posible el renacimiento de la vida después del invierno. Por analogía, dichos cultos aseguraban a sus iniciados una vida feliz en el más allá. Entre ellos destacaban el culto dionisíaco e íntimamente relacionado con él, el orfismo, un complejo entramado de conceptos morales y ritos destinados a garantizar al hombre la salvación y la felicidad en el mundo de ultratumba. En Atenas tenían una especial relevancia los Misterios de Eleusis consagrados a Deméter y Core. Deméter, la madre, enseñó a los hombres el cultivo de grano y Core, la hija, identificada con Perséfone, simbolizaba la semilla que renace del regazo de su madre. Además del componente agrario, existía en el mito una preocupación por la resurrección y la vida en el más allá: ambas diosas garantizaban el acceso de las almas al Hades o mundo inferior, de modo que su culto mistérico tenía como finalidad esencial guiar al alma de los iniciados para que, tras la muerte, pudieran gozar de la felicidad en el más allá.
Otros rasgos principales de la religión griega eran, por un lado, el desarrollo de un pujante culto doméstico y privado en torno al hogar familiar, que tenía como finalidad las buenas cosechas, la fecundidad de las mujeres, la salud y la supervivencia de los miembros de la familia, y, por otro, la importancia del culto funerario a los antepasados. En el mundo griego las almas de los muertos no son seres poderosos capaces de vengarse de los hombres, sino tenues espectros que vagan por un mundo infernal, muchas veces frío y triste. Su culto trataba de conferirles un poco de energía vital y de alegría.
En general, la religión griega carecía prácticamente de dogmas establecidos y de nuestro concepto de demonio. Naturalmente la impiedad y el ateísmo, si eran expuestos públicamente, eran castigados en tanto que atentaban contra la religión oficial y contra las bases mismas de la comunidad, pero la religión era sobre todo una cuestión de procedimiento, de observancia del culto. Los dioses, junto al destino de cada uno, gobernaban la vida de los mortales y los hombres necesitaban, por tanto, que los dioses fueran propicios y favorables. A esta finalidad fundamental atendía el culto con sus ritos, ofrendas y plegarias. En consecuencia, una de las características de la religión griega era precisamente lo que podríamos llamar el legalismo, esto es, antes que la fe en una serie de dogmas, se hacía hincapié en el cumplimiento formal de unos determinados códigos de leyes y conductas y en los ritos y cultos que granjeaban la protección divina.

El desarrollo de la pólis y la propia evolución de las creencias religiosas contribuyeron a un grado de publicidad y transparencia desconocidas en otras culturas. El templo es, sensu stricto, la casa del dios y el culto se realizaba fuera de él, en altares al aire libre y a la vista de todos. En la medida en que la religión se hizo políada, es decir, de toda la comunidad, toda la pólis tomaba parte en el culto, controlaba estrechamente los sacerdocios y participaba plenamente en las fiestas y procesiones. De esta manera, salvo excepciones, el sacerdocio griego era muy diferente a los sacerdocios oriental y egipcio y muy distinto también del posterior romano. De hecho, los sacerdotes griegos no estaban organizados en colegios ni contaban con una jerarquía claramente definida. En muchos casos estaban asimilados a las magistraturas de la propia pólis (y no de las más importantes) o se movían en una esfera puramente privada. En la religión griega no era necesaria ni la instrucción religiosa ni la existencia de un cuerpo jerarquizado que velara por la correcta conservación e interpretación de la fe y señalara y reprimiera las desviaciones heréticas. Los sacerdotes no formaban, pues, un estamento separado y no poseyeron en cuanto tales influencia y poder en la vida política. En lo básico eran oficiantes del culto, fuera público o privado, que actuaban en nombre de la comunidad.

A lo largo de la época clásica la religión olímpica y políada alcanzó un punto culminante y no parece que se viera afectada en su esencia por el agnosticismo de algunos filósofos o el desarrollo de cultos místicos u orientales (Bendis, Sabazio, Adonis). En un panteón politeísta adogmático la introducción de nuevos dioses no atacaba necesariamente las creencias tradicionales. A lo largo de la época helenística la religión tradicional no perdió vigor y junto a los cultos tradicionales se desarrollaron otros nuevos. Así, los dioses egipcios e indígenas fueron protegidos y no perseguidos por los monarcas, especialmente aquellos que eran susceptibles de una cierta asimilación e interpretación griega como Osiris, que tenía ciertas similitudes con Dioniso. Otros dioses cobraron un auge espectacular como Dioniso, Isis y Serapis y los sirios Cibeles, Atis y Adonis. La preocupación por el contacto personal con la divinidad y el deseo de salvación individual se hicieron especialmente patentes e incidieron en la difusión de los cultos mistéricos, en los que los fieles entraban en un estado de trance en su comunicación con la deidad y cuyos ritos aseguraban la felicidad en el más allá. Finalmente, otra de las características más acusadas de la religión helenística fue la extensión de las asociaciones religiosas, consagradas al culto de determinada divinidad y que tenían una organización interna muy similar a las ciudades con sus magistrados, asamblea, estatutos y cajas dinerarias.
Durante la Época Oscura y los comienzos del Arcaísmo los templos griegos eran pequeños edificios de planta preferentemente absidal, con cimientos de piedra, alzado de adobe o de piedras, apenas desbastadas, y cubierta de madera. Solían contar también con un pequeño pórtico sustentado por dos columnas de madera. A partir del siglo VII comenzaron a construirse los primeros templos en piedra, se impuso la planta rectangular y se definieron los más importantes órdenes arquitectónicos. Por último, desde del siglo V se construyeron algunos templos de planta circular, rodeados de columnas, que se denominan tolos.
Los templos griegos eran normalmente rectangulares y se alzaban sobre un basamento (crepidoma), formado normalmente por una triple escalinata que los rodeaba completamente. En planta, el templo solía dividirse en tres habitaciones y contaba usualmente con dos pisos. El pronao es el vestíbulo abierto flanqueado por la prolongación de los muros laterales. Dichos muros laterales se remataban con pilastras (antas) que dejaban entre ellos un espacio para la disposición de dos o más columnas (llamadas entre las antas o in antis). A través del pronao se accedía a la cella o nao, la estancia principal y el lugar donde se depositaba la estatua de la divinidad. El opistodomo era la habitación posterior situada detrás de la cella, normalmente sin acceso a ella y con una disposición similar al pronao. Finalmente, el muro del templo se denominaba sekos.
El tipo más sencillo de planta es el templo in antis pero normalmente se anteponían una o dos filas de columnas. De este modo, podemos clasificar los templos griegos atendiendo al lado que ocupan dichas columnas y a su número en el frente principal. Si tienen columnas únicamente en la fachada principal son próstilos; si en sus dos fachadas menores, anfipróstilos; si la columnata rodea completamente el templo se denominan perípteros y, si esta columnata es doble, dípteros. Según el número de columnas que se disponían en la fachada principal un templo podía ser también tetrástilo (de cuatro columnas, como el templo de Atenea Niké en la Acrópolis ateniense), hexástilo (el tipo más usual), octástilo (como el Partenón), etc.
El plano de sustentación de las columnas se denominaba estilóbato y sobre él se elevaban los órdenes arquitectónicos, que se refieren a la sucesión de las partes que iban desde el estilóbato a la techumbre. El mundo griego conoció tres tipos fundamentales de órdenes arquitectónicos: dórico, jónico y corintio.
En el orden dórico, cuyos primeros ejemplos en piedra se remontan a la segunda mitad del siglo VII (el templo de Atenea Pronea en Delfos), el fuste de la columna arranca directamente del estilóbato (esto es, carece de basa) y estaba dividido longitudinalmente en veinte estrías en arista viva. En la parte superior del fuste tres líneas horizontales rehundidas se denomina collarino. El capitel dórico está formado por el equino, la moldura convexa y el ábaco o paralepípedo de base cuadrada que servía de remate. Sobre el capitel se apoyaba la techumbre o entablamento que se dividía a su vez en tres cuerpos: arquitrabe, friso y cornisa. El arquitrabe es liso y se sustenta directamente sobre el ábaco. El friso se compone de los triglifos, las estrías o molduras longitudinales que figuran las antiguas cabezas de las vigas de madera, y de las metopas, el espacio liso que incluye normalmente decoración escultórica. Entre el arquitrabe y el friso se dispone un estrecho filete o listel (tenia) que se dobla debajo de los triglifos. De esta tenia doble penden seis gotas que figuran las cabezas de los clavos de los viejos templos líg- neos. La cornisa comprende el geison, o cornisa volada sobre el friso, y la moldura curva que lo remata (cima).
En el orden jónico, que comienza a emplearse entre la segunda mitad del siglo VII (el segundo Hereo de Samos) y principios del VI (la columna de los Naxios en Delfos), el fuste se apoya sobre una basa que le separa del estilóbato. La basa se compone de una losa cuadrada o plinto y de varias circulares, cóncavas (toros) y convexas (escocias). El fuste cuenta asimismo con veinticuatro estrías longitudinales en arista muerta. El capitel comprende el llamado cimacio jónico decorado con ovas y flechas y una almohadilla terminada en volutas, su elemento más característico. El entablamento consta igualmente de tres partes: un arquitrabe de tres fajas en avance progresivo, coronada la superior por un listel de perlas y ovas; un friso liso rematado por otro listel decorado y, por último, una cornisa tripartita con un cuerpo de dentellones, uno intermedio liso y una cima decorada de sección curva.
El orden corintio, que aparece en la última parte del siglo V (templo de Apolo en Basas), se diferencia del jónico únicamente por su capitel, que está formado por una doble hilera de hojas de acanto o cardo y unos tallos en las esquinas que se doblan hasta formar volutas.
Los templos griegos tenían la cubierta a dos aguas, lo cual dejaba en cada lado menor un espacio triangular o frontón cuyo fondo se denomina tímpano. Los vértices del frontón se remataban con decoraciones figuradas (palmetas, animales, figuras fantásticas) llamadas acróteras. El resto del borde del tejado se finalizaba con las antefijas, ornamentaciones que ocultaban el borde de las tejas. Todo el templo griego era polícromo en colores planos de gran viveza, así los triglifos eran azules, las metopas poseían un fondo rojo, la decoración escultórica estaba igualmente pintada y todo o buena parte del templo podía recibir un barniz dorado.
En época helenística, dentro del barroquismo y colosalismo propios del período, se desarrollaron varios aspectos propios. De esta manera, se aumentó en ocasiones el número de columnas rodeando los templos de un doble peristilo (como el Artemisio de Éfeso), se alargaron las columnas dóricas y jónicas y se introdujo una ingente cantidad de hojas de acanto en los capiteles corintios.

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