La religión griega, como conjunto
de creencias, de normas morales y, sobre todo, de prácticas rituales, cumplía
un decisivo papel como factor de cohesión de la comunidad y de integración en
ella de cada uno de sus miembros. Desde tiempos muy remotos, al menos desde la
época micénica, se fueron configurando una explicación cosmogónica, que incidía
en el origen divino del cosmos, y una jerarquización del panteón politeísta con
un sistema de dioses mayores. Ambos aspectos se encuentran ya plenamente
definidos en el momento en que Hesíodo, en el siglo VII, compuso su Teogonía. Así, mucho tiempo antes de la
época clásica, los dioses más importantes de la religión griega, posiblemente
de origen muy diverso, quedaron limitados a doce (aunque en realidad son trece
los que compiten por verse incluidos entre ellos). Son los Dioses Olímpicos,
los Inmortales que habitaban las cumbres del monte Olimpo: Zeus, el padre de
los dioses y señor del cielo; sus hermanos Posidón, el dios del mar, y Hades,
que reinaba en el infierno; Hera, la esposa de Zeus; Ares, dios de la guerra;
Vesta, diosa del fuego; Atenea, divinidad de la sabiduría; Hefesto, dios del
fuego; Afrodita, la diosa de la belleza y del amor; Apolo, deidad de la luz y
las artes; Artemisa, señora de los bosques y de los montes, de la caza y de los
animales salvajes; Hermes, el dios del comercio y el mensajero de los dioses, y
Deméter, la divinidad de la agricultura y el grano. Aunque no propiamente
olímpicas, otras divinidades eran también muy importantes como Dioniso, un dios
agrario que nace y muere cada año, a quien están consagrados también el vino y
los espectáculos teatrales, o Asclepio, el dios de la salud. Además, los
griegos rendían culto a toda una multitud de divinidades menores como sátiros,
ninfas, musas, héroes y semidioses.
Desconocemos el aspecto que
tenían los dioses en la Edad del Bronce. Al menos desde la Época Oscura poseían
forma humana y gozaban de determinadas cualidades exclusivas: mayor fuerza y
estatura que un simple mortal, eterna juventud, perenne alegría e inmortalidad.
Pero por lo demás eran prácticamente iguales a los hombres en todo: estaban
sujetos a los mismos defectos y a las mismas virtudes, amaban, odiaban, eran
pendencieros y apasionados. Carecían, en definitiva, de un comportamiento que
podríamos llamar moral. Por esto mismo, una conquista no menor de la Época
Arcaica fue precisamente la purificación y moralización de la concepción de la
divinidad que es, en realidad, una cierta racionalización de lo religioso. A
partir de entonces, los dioses se diferencia
ron de los mortales también por
su ética superior y por un sentido de la justicia que contrastaba con las
injusticias que tenían lugar en la esfera humana.
Junto a la religión oficial o
políada y muchas veces incluidos en ella, existían toda una serie de cultos
mistéricos, de conocimiento secreto y exclusivo para una minoría de iniciados,
aunque sus fiestas se difundieran a toda la comunidad. Los cultos mistéricos se
relacionaban con las divinidades agrarias, especialmente en su carácter de
fuerzas que hacían posible el renacimiento de la vida después del invierno. Por
analogía, dichos cultos aseguraban a sus iniciados una vida feliz en el más
allá. Entre ellos destacaban el culto dionisíaco e íntimamente relacionado con
él, el orfismo, un complejo entramado de conceptos morales y ritos destinados a
garantizar al hombre la salvación y la felicidad en el mundo de ultratumba. En
Atenas tenían una especial relevancia los Misterios de Eleusis consagrados a Deméter
y Core. Deméter, la madre, enseñó a los hombres el cultivo de grano y Core, la
hija, identificada con Perséfone, simbolizaba la semilla que renace del regazo
de su madre. Además del componente agrario, existía en el mito una preocupación
por la resurrección y la vida en el más allá: ambas diosas garantizaban el
acceso de las almas al Hades o mundo inferior, de modo que su culto mistérico
tenía como finalidad esencial guiar al alma de los iniciados para que, tras la
muerte, pudieran gozar de la felicidad en el más allá.
Otros rasgos principales de la
religión griega eran, por un lado, el desarrollo de un pujante culto doméstico
y privado en torno al hogar familiar, que tenía como finalidad las buenas
cosechas, la fecundidad de las mujeres, la salud y la supervivencia de los
miembros de la familia, y, por otro, la importancia del culto funerario a los
antepasados. En el mundo griego las almas de los muertos no son seres poderosos
capaces de vengarse de los hombres, sino tenues espectros que vagan por un mundo
infernal, muchas veces frío y triste. Su culto trataba de conferirles un poco
de energía vital y de alegría.
En general, la religión griega
carecía prácticamente de dogmas establecidos y de nuestro concepto de demonio.
Naturalmente la impiedad y el ateísmo, si eran expuestos públicamente, eran
castigados en tanto que atentaban contra la religión oficial y contra las bases
mismas de la comunidad, pero la religión era sobre todo una cuestión de
procedimiento, de observancia del culto. Los dioses, junto al destino de cada
uno, gobernaban la vida de los mortales y los hombres necesitaban, por tanto,
que los dioses fueran propicios y favorables. A esta finalidad fundamental
atendía el culto con sus ritos, ofrendas y plegarias. En consecuencia, una de
las características de la religión griega era precisamente lo que podríamos
llamar el legalismo, esto es, antes que la fe en una serie de dogmas, se hacía
hincapié en el cumplimiento formal de unos determinados códigos de leyes y
conductas y en los ritos y cultos que granjeaban la protección divina.
El desarrollo de la pólis y la propia evolución de las
creencias religiosas contribuyeron a un grado de publicidad y transparencia
desconocidas en otras culturas. El templo es, sensu stricto, la casa del dios y el culto se realizaba fuera de
él, en altares al aire libre y a la vista de todos. En la medida en que la
religión se hizo políada, es decir, de toda la comunidad, toda la pólis tomaba parte en el culto,
controlaba estrechamente los sacerdocios y participaba plenamente en las
fiestas y procesiones. De esta manera, salvo excepciones, el sacerdocio griego
era muy diferente a los sacerdocios oriental y egipcio y muy distinto también
del posterior romano. De hecho, los sacerdotes griegos no estaban organizados
en colegios ni contaban con una jerarquía claramente definida. En muchos casos
estaban asimilados a las magistraturas de la propia pólis (y no de las más importantes) o se movían en una esfera
puramente privada. En la religión griega no era necesaria ni la instrucción
religiosa ni la existencia de un cuerpo jerarquizado que velara por la correcta
conservación e interpretación de la fe y señalara y reprimiera las desviaciones
heréticas. Los sacerdotes no formaban, pues, un estamento separado y no
poseyeron en cuanto tales influencia y poder en la vida política. En lo básico
eran oficiantes del culto, fuera público o privado, que actuaban en nombre de
la comunidad.
A lo largo de la época clásica la
religión olímpica y políada alcanzó un punto culminante y no parece que se
viera afectada en su esencia por el agnosticismo de algunos filósofos o el
desarrollo de cultos místicos u orientales (Bendis, Sabazio, Adonis). En un
panteón politeísta adogmático la introducción de nuevos dioses no atacaba
necesariamente las creencias tradicionales. A lo largo de la época helenística
la religión tradicional no perdió vigor y junto a los cultos tradicionales se
desarrollaron otros nuevos. Así, los dioses egipcios e indígenas fueron
protegidos y no perseguidos por los monarcas, especialmente aquellos que eran
susceptibles de una cierta asimilación e interpretación griega como Osiris, que
tenía ciertas similitudes con Dioniso. Otros dioses cobraron un auge
espectacular como Dioniso, Isis y Serapis y los sirios Cibeles, Atis y Adonis.
La preocupación por el contacto personal con la divinidad y el deseo de
salvación individual se hicieron especialmente patentes e incidieron en la
difusión de los cultos mistéricos, en los que los fieles entraban en un estado
de trance en su comunicación con la deidad y cuyos ritos aseguraban la
felicidad en el más allá. Finalmente, otra de las características más acusadas
de la religión helenística fue la extensión de las asociaciones religiosas,
consagradas al culto de determinada divinidad y que tenían una organización
interna muy similar a las ciudades con sus magistrados, asamblea, estatutos y
cajas dinerarias.
Durante la Época Oscura y los
comienzos del Arcaísmo los templos griegos eran pequeños edificios de planta
preferentemente absidal, con cimientos de piedra, alzado de adobe o de piedras,
apenas desbastadas, y cubierta de madera. Solían contar también con un pequeño
pórtico sustentado por dos columnas de madera. A partir del siglo VII
comenzaron a construirse los primeros templos en piedra, se impuso la planta
rectangular y se definieron los más importantes órdenes arquitectónicos. Por
último, desde del siglo V se construyeron algunos templos de planta circular,
rodeados de columnas, que se denominan tolos.
Los templos griegos eran
normalmente rectangulares y se alzaban sobre un basamento (crepidoma), formado
normalmente por una triple escalinata que los rodeaba completamente. En planta,
el templo solía dividirse en tres habitaciones y contaba usualmente con dos
pisos. El pronao es el vestíbulo abierto flanqueado por la prolongación de los
muros laterales. Dichos muros laterales se remataban con pilastras (antas) que
dejaban entre ellos un espacio para la disposición de dos o más columnas
(llamadas entre las antas o in antis).
A través del pronao se accedía a la cella
o nao, la estancia principal y el lugar donde se depositaba la estatua de
la divinidad. El opistodomo era la habitación posterior situada detrás de la cella, normalmente sin acceso a ella y
con una disposición similar al pronao. Finalmente, el muro del templo se
denominaba sekos.
El tipo más sencillo de planta es
el templo in antis pero normalmente
se anteponían una o dos filas de columnas. De este modo, podemos clasificar los
templos griegos atendiendo al lado que ocupan dichas columnas y a su número en
el frente principal. Si tienen columnas únicamente en la fachada principal son
próstilos; si en sus dos fachadas menores, anfipróstilos; si la columnata rodea
completamente el templo se denominan perípteros y, si esta columnata es doble,
dípteros. Según el número de columnas que se disponían en la fachada principal
un templo podía ser también tetrástilo (de cuatro columnas, como el templo de
Atenea Niké en la Acrópolis ateniense), hexástilo (el tipo más usual),
octástilo (como el Partenón), etc.
El plano de sustentación de las
columnas se denominaba estilóbato y sobre él se elevaban los órdenes
arquitectónicos, que se refieren a la sucesión de las partes que iban desde el
estilóbato a la techumbre. El mundo griego conoció tres tipos fundamentales de
órdenes arquitectónicos: dórico, jónico y corintio.
En el orden dórico, cuyos
primeros ejemplos en piedra se remontan a la segunda mitad del siglo VII (el
templo de Atenea Pronea en Delfos), el fuste de la columna arranca directamente
del estilóbato (esto es, carece de basa) y estaba dividido longitudinalmente en
veinte estrías en arista viva. En la parte superior del fuste tres líneas
horizontales rehundidas se denomina collarino. El capitel dórico está formado
por el equino, la moldura convexa y el ábaco o paralepípedo de base cuadrada
que servía de remate. Sobre el capitel se apoyaba la techumbre o entablamento
que se dividía a su vez en tres cuerpos: arquitrabe, friso y cornisa. El
arquitrabe es liso y se sustenta directamente sobre el ábaco. El friso se
compone de los triglifos, las estrías o molduras longitudinales que figuran las
antiguas cabezas de las vigas de madera, y de las metopas, el espacio liso que
incluye normalmente decoración escultórica. Entre el arquitrabe y el friso se
dispone un estrecho filete o listel (tenia) que se dobla debajo de los
triglifos. De esta tenia doble penden seis gotas que figuran las cabezas de los
clavos de los viejos templos líg- neos. La cornisa comprende el geison, o cornisa volada sobre el friso,
y la moldura curva que lo remata (cima).
En el orden jónico, que comienza
a emplearse entre la segunda mitad del siglo VII (el segundo Hereo de Samos) y
principios del VI (la columna de los Naxios en Delfos), el fuste se apoya sobre
una basa que le separa del estilóbato. La basa se compone de una losa cuadrada
o plinto y de varias circulares, cóncavas (toros) y convexas (escocias). El
fuste cuenta asimismo con veinticuatro estrías longitudinales en arista muerta.
El capitel comprende el llamado cimacio jónico decorado con ovas y flechas y
una almohadilla terminada en volutas, su elemento más característico. El
entablamento consta igualmente de tres partes: un arquitrabe de tres fajas en
avance progresivo, coronada la superior por un listel de perlas y ovas; un friso
liso rematado por otro listel decorado y, por último, una cornisa tripartita
con un cuerpo de dentellones, uno intermedio liso y una cima decorada de
sección curva.
El orden corintio, que aparece en
la última parte del siglo V (templo de Apolo en Basas), se diferencia del
jónico únicamente por su capitel, que está formado por una doble hilera de
hojas de acanto o cardo y unos tallos en las esquinas que se doblan hasta
formar volutas.
Los templos griegos tenían la
cubierta a dos aguas, lo cual dejaba en cada lado menor un espacio triangular o
frontón cuyo fondo se denomina tímpano. Los vértices del frontón se remataban
con decoraciones figuradas (palmetas, animales, figuras fantásticas) llamadas
acróteras. El resto del borde del tejado se finalizaba con las antefijas,
ornamentaciones que ocultaban el borde de las tejas. Todo el templo griego era
polícromo en colores planos de gran viveza, así los triglifos eran azules, las
metopas poseían un fondo rojo, la decoración escultórica estaba igualmente
pintada y todo o buena parte del templo podía recibir un barniz dorado.
En época helenística, dentro del
barroquismo y colosalismo propios del período, se desarrollaron varios aspectos
propios. De esta manera, se aumentó en ocasiones el número de columnas rodeando
los templos de un doble peristilo (como el Artemisio de Éfeso), se alargaron
las columnas dóricas y jónicas y se introdujo una ingente cantidad de hojas de
acanto en los capiteles corintios.
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