Desde que fuera nombrado sátrapa
en 323 (Diod., 18.3) y más tarde como rey (a partir de 305), Tolomeo, el hijo
de Lago –de aquí el nombre del Estado–, trató de constituir un dominio propio.
De hecho, en pocos años, Tolomeo I creó un reino bastante equilibrado,
emprendió una obra centralizadora, destinada a reforzar la autoridad y la
riqueza de la monarquía y el control burocrático de Egipto, reactivó las
estructuras tradicionales del país, introdujo otras nuevas de corte griego y
organizó con notable éxito la administración, la economía estatal, el ejército
y la flota. Pudo así desplegar una extraordinaria política exterior que llevó a
la constitución de un verdadero imperio y a la emergencia del reino lágida como
potencia predominante en el Egeo.
Egipto formaba obviamente el
centro de las posesiones lágidas y, aunque no fue completamente fiel, sí
conformaba un núcleo rico y estable. Además del país del Nilo, el imperio
tolemaico se cimentaba sobre un primer anillo territorial, que tenía la función
primordial de mantener la seguridad e integridad de Egipto, defendiéndolo por
todos sus lados, y del que formaban parte la Cirenaica, Celesiria y Chipre. Más
allá de esta zona se extendía el círculo externo del imperio en el que se
incluían buen número de islas del Egeo (Tera, Naxos, Lesbos, Quíos, etc.),
unidas muchas de ellas, al menos hasta la segunda mitad del siglo III, en la
Liga de los Nesiotas, y algunas zonas de Asia Menor (Caria, Licia, Panfilia y
Cilicia). La potencia lágida, que habría de perdurar más de un siglo, se basó,
pues, en el control de Egipto y en la simbiosis entre su núcleo y las
posesiones exteriores. Los tolomeos extendieron también su influencia más allá
de los límites de sus dominios. De este modo, enviaron expediciones a Nubia
alcanzando hasta la cuarta catarata, negociaron con los nabateos y fundaron
emporios en el Mar Rojo como Filotera o Berenice con el objeto de favorecer el
comercio con África, Arabia y la India.
Durante el siglo III los
sucesores de Tolomeo I mantuvieron en lo esencial la potencia egipcia y sólo a
partir de los primeros años del siglo II podemos hablar de una reducción
drástica del poder lágida. A partir de entonces, pasamos de un fuerte imperio a
una estructura muy debilitada caracterizada por múltiples problemas. En sus
aspectos exteriores se pierden la mayoría de las posesiones extraegipcias, a
causa de las presiones seléucida y antigónida, y la alianza con Roma significa
dependencia y sometimiento. En 200 los seléucidas ocupan la Celesiria y en 196
los lágidas se retiran de gran parte del Egeo. En 145 se abandona
definitivamente el Egeo, salvo Chipre, y en el siglo I Roma se anexiona la
Cirenaica en 96 y Chipre en 58.
A pesar de ello, el reino aportó todavía importantes
recursos a la política de Cleopatra, que intentaba revivir el imperio lágida y
convertir a Egipto en la potencia hegemónica que aglutinara el Oriente contra
Roma. Su fracaso llevó a la anexión final del reino como provincia romana. En
lo interno la re- currencia de las rivalidades dinásticas y de las guerras
civiles impidieron toda recuperación, promovieron numerosas agitaciones
capitalinas y la corrupción y una cierta desintegración en el aparato
burocrático; los ingresos y las exportaciones descendieron, lo que llevó al
Estado a aumentar la fiscalidad de unos sectores campesinos ya de por sí
abrumados, fuente, a su vez, de revueltas, huidas y bandidaje. Asimismo, desde
el último período del siglo III se produce una toma de conciencia por parte de
la población egipcia que se resiste con mayor fuerza al predominio de los
grecomacedonios. Como síntoma de esto último, entre 207 y 186, la Tebaida formó
un Estado independiente bajo faraones nubios. Incapaces de imponerse, los
lágidas trataron de apaciguar a la población favoreciendo al sacerdocio
egipcio, solución que no sólo no resolvía los problemas estructurales, sino que
además reducía los ingresos de la monarquía y reforzaba a un sector
privilegiado de dudosa fidelidad.
Existió ciertamente una imagen egipcia
de la monarquía lágida, patente en las representaciones de los soberanos
lágidas con los atributos tradicionales de los faraones, dirigida a la
población indígena, pero los lágidas se enorgullecían de su pasado macedonio y
los títulos, la vestimenta, la lengua, la arquitectura del palacio y sobre todo
la legitimidad, que hacía hincapié en el derecho de lanza (o de conquista) y en
la tradición de Alejandro, son de raigambre griega y, aunque subsistieron
elementos egipcios, la administración civil, el ejército y en general muchos
aspectos económicos se vinculan también a un origen griego. La gran mayoría de
los cortesanos eran grecomacedonios y no es posible encontrar más que un
pequeño número de egipcios en su mayor parte helenizados. El rey se rodeaba de
sus amigos y consejeros (philoi tou
basileos) que se distribuían en una serie de rangos o títulos áulicos que,
más allá de los cargos burocráticos que ocuparan, especificaban su cercanía al
monarca y su importancia en la corte. Estos amigos del rey formaban el Sinedrio
o Consejo real que desempeñaba funciones parangonables a los consejos reales de
las monarquías antigónida o seléucida. Conocemos además la presencia de los
pajes reales (basilikoi paides) y de
los syntrophoi, quienes se educaban
con el futuro rey. Algunos testimonios abren la posibilidad de la existencia de
una asamblea de soldados (Plb., 15.26.1, 25.11; Ateneo, 15.25.3), formada por
macedonios y griegos y por los descendientes de ambos, que deben corresponder a
la guardia real de Alejandría.
La administración central estaba
al cargo del dieceta (quizá hubiera varios en algunos momentos), que realizaba
funciones que llamaríamos de primer ministro, y estaba dividida en una rama
civil y otra militar (quizá esto fuera la norma en todos los Estados
helenísticos). El dieceta se encargaba especialmente de los asuntos económicos,
asistido por un contable (eklogistés),
su subordinado inmediato, y varios hipodiecetas, quizá encargados de grupos de nomos o provincias. Un epistológrafo
ejercía de secretario real para los asuntos diplomáticos, y un hipomnematógrafo
era el canciller real (o secretario jefe). Otros cargos importantes eran el
secretario del ejército, los gobernadores militares de Alejandría y de Chipre y
el navarco de la flota. Por último, el director del Museo de Alejandría ocupaba
un puesto de especial distinción. La administración provincial respetaba en
esencia la antiquísima división de Egipto en provincias o nomos bajo el mando cada una de ellas de un nomarco. Un ecónomo se
encargaba de la administración financiera de la provincia y un estratego de la
seguridad y los aspectos militares. Cada provincia se subdividía en toparquías
(distritos) y comarquías (aldeas) al cargo respectivamente de un toparco y un
comarco. Un rango exclusivo lo tenía el epis- tratego de la Tebaida, que
actuaba como un virrey del Alto Egipto con competencias en la frontera nubia y
en el Mar Rojo.
El ejército poseía un armamento y
una organización de tipo macedónica y comprendía, en primer lugar, los mil
hipaspistas que, junto a la llamada therapeia,
quizá con dos mil infantes, debían formar la guardia real o agema; además, dos mil peltastas de
infantería y un cuerpo de caballería de setecientos hombres. Existían también
diversas guarniciones repartidas por Egipto o estacionadas en distintas partes
del imperio. Como era demasiado costoso sostener continuamente un ejército
mercenario y su fidelidad podía ser endeble, se procedió a otorgar tierras a
los soldados (los llamados clerucos), lotes de terrenos dispersos por todo
Egipto, en usufructo y vinculados a las obligaciones militares, lo que
garantizaba una reserva militar permanente y abarataba la paga. Se creó así un
ejército regular (pezoi), la falange
macedonia, reclutada en caso de guerra entre los griegos emigrados y que, por
ejemplo, en la batalla de Rafia (217) contaba con veinte mil infantes. Al mismo
tipo de soldados asentados en un lote de tierra corresponde también la falange
egipcia armada a la macedonia y compuesta por otros veinte mil hombres. En tiempos
de guerra se contrataban además mercenarios griegos, gálatas o tracios. El
imperio egeo sólo podía ser defendido mediante la construcción y el
mantenimiento de una poderosa flota en el Mediterráneo que llegó a contar a
mediados del siglo III con más de trescientos barcos, un tercio de los cuales
eran gigantescos polirremes, buques por encima de los cuadrirremes. A ella hay
que sumar las naves de transporte, la flota fluvial del Nilo y las flotillas
que patrullaban el Mar Rojo. Durante los siglos II y I la armada egipcia disminuyó pero, con todo, alcanzó normalmente
las doscientas unidades.
La política y el Estado lágidas
necesitaban amplios recursos y, con el fin de detraerlos de sus dominios, los
tolomeos aunaron elementos egipcios y griegos. Las bases del Estado se
asentaban sobre la explotación de la tierra, las prestaciones laborales
(denominadas ahora liturgias), que servían especialmente para mantener la
infraestructura de irrigación y el sistema impositivo. Un catastro anual medía
toda la tierra de Egipto y era realizado por el comarco y el escriba de la
aldea bajo la inspección de los escribas reales de los nomos. Posteriormente, los resultados eran tasados fiscalmente por
los topar- eos, pasaban a los nomarcos y de ahí se remitían a Alejandría. Se
registraban igualmente los hombres y los animales. En general, se potenció un
aparato burocrático destinado a la máxima explotación de Egipto que, entre
impuestos en dinero y en especie, prestaciones laborales y rentas sobre
propiedades reales, retiraba en torno al 50% de toda la producción. La tierra,
jurídicamente toda ella propiedad del rey, se dividía en la práctica en dos
partes (aunque es imposible saber en qué porcentaje): la tierra real (ge basiliké) y la tierra otorgada (ge en aphései) que era toda aquella no
explotada directamente por el Estado. La tierra real era cultivada por los
labradores reales (georgoi basilikoi)
bajo la supervisión del comarco y del escriba de la aldea y el Estado tendía a
fijar a los cultivadores a la tierra con arrendamientos a largo plazo.
Asimismo, los tolomeos fueron grandes propietarios de pastizales y mantuvieron
abundantes rebaños. En las propiedades reales se realizaba una evaluación anual
de la producción (diagraphe tou sporou),
que no era una directriz impuesta desde Alejandría sino una estimación
transmitida desde la provincia a los altos funcionarios para el cálculo de la
tasa y su información. Las doreai eran
tierras reales, concedidas en usufructo a altos funcionarios y jefes militares.
Se trataba de concesiones revocables que seguían formando parte del patrimonio
de la monarquía y que estaban obligadas al pago de impuestos. La tierra sagrada
de los templos (ge hiera) era
trabajada por campesinos dependientes (hieródulos) y era, en parte, propiedad
del santuario y, en parte, propiedad de sacerdotes particulares que podían
venderla, arrendarla o legarla. Quizá hubiera en los templos principales un
epístata o delegado del rey. En todo caso el Estado sometía la tierra sagrada a
vigilancia e impuestos. Sin embargo, tras una primera fase de inspección e
intervención estatal, con el deterioro del poder real en el siglo II, el clero
recibió privilegios y tierras y los templos fueron escapando paulatinamente al
control de la corona. Los lágidas distribuyeron también lotes de tierra, de
distinto tamaño según la graduación, llamados cleruquías, a sus soldados como
un medio de asentarlos en el país. La propiedad pertenecía al rey, por lo que
el cle- ruco no tenía derecho a vender o a hipotecar su lote pero, si mantenía
las cargas militares, el terreno se convertía en la práctica en hereditario. En
Egipto existía también la propiedad privada de la tierra (ge idióktetos), sometida al pago de diversos impuestos. Dentro de
esta categoría puede incluirse también la tierra de las póleis (polítike chora),
la mayor parte de la cual era de propiedad privada y que, si bien era
ciertamente escasa en Egipto, era importante en el resto del imperio. Los
lágidas disfrutaban de diversos monopolios como la caza y la pesca por los que
cobraban una tasa al menos del 25%, la banca y las minas, estas últimas
trabajadas por esclavos, prisioneros de guerra y criminales, y las canteras
explotadas a través de contrato. Quizá también ejercieran un monopolio sobre el
comercio de grano comprándolo a los cultivadores a precio fijo. Los talleres
eran probablemente concesiones de modo que los productores privados de lino,
lana, vino y aceite debían contratar con el Estado, a un precio fijado por el
mismo, en torno al 50% de lo que manufacturaban, el resto podía ser
comercializado libremente. El sistema se cerraba con numerosos impuestos como
los derechos de aduanas, que fluctuaban entre el 22 y el 50% según el producto
en cuestión, por entrada en las ciudades, sobre la sal, sobre la venta de
esclavos, etc. Otro de los aspectos más importantes de la economía lágida fue
el prodigioso desarrollo comercial de Alejandría, que se convirtió junto a
Rodas en el centro del tráfico marítimo del Mediterráneo oriental. Egipto
exportaba fundamentalmente grano y también manufacturas como lino, vidrio y
papiro, y productos exóticos como especias, piedras preciosas o marfil del
interior de Africa y del índico. Gracias a ello, los lágidas obtenían la plata
necesaria para cubrir los enormes gastos del Estado, varios recursos imprescindibles
(marinos, soldados, técnicos, madera, otros metales) y diversos productos
mediterráneos como el vino.
Desde el punto de vista social,
los griegos, quizá en torno al 10%, en su abrumadora mayoría llegados con los
tolomeos, constituyeron el estrato dominante y el más firme apoyo de la
monarquía. Eran altos funcionarios, soldados, griegos de las ciudades o
dispersos por Egipto, contratistas, banqueros, mercaderes, campesinos,
trabajadores de todo tipo, que disfrutaban de privilegios específicos otorgados
por el rey y de sus propias instituciones educativas y asociaciones. Entre los
indígenas unos pocos accedieron a altas funciones, la mayor parte de las veces
helenizándose. Obviamente los funcionarios, fuera cual fuese su categoría,
gozaban de una mejor situación que la inmensa mayoría de la población. Los
sacerdotes formaron también un estamento privilegiado que disfrutó de exención
de prestación laboral y de cierto grado de autogobierno y algunos de sus
miembros se enriquecieron en el entorno del templo y gozaron de una importante
influencia política. La mayor parte de la población estaba compuesta por una
masa de campesinos, muchos de ellos sometidos a algún tipo de dependencia o
vínculo, sobre los que recaían con dureza rentas, impuestos y el sistema de
prestación laboral. La monarquía limitó severamente la esclavitud, no sólo se
opuso a la esclavización de los indígenas, sino que gravó con un alto impuesto
la importación de esclavos y, en consecuencia, su importancia social fue menor.
Por último, los tolomeos no practicaron una política consciente de fusión ni de
helenización ni tampoco de segregación: algunos egipcios se helenizaron, otros
resistieron y hubo ciertamente influencias mutuas, sobre todo en los siglos II
y I, pero, en general, se puede afirmar que egipcios y griegos, convencidos
estos últimos de su superioridad cultural, coexistieron sin mezclarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario