En el año 334 Alejandro inicia su
guerra contra el imperio de Darío III; un par de años después ya se encuentra
en posesión de la costa fenicia, tras el largo asedio de la ciudad de Tiro;
tras su caída se dirige a Egipto y, tras entrar en Pelusio, que se le rindió,
se dirigió río arriba en dirección a Menfis, la vieja capital de los faraones,
para agradecer allí a los dioses egipcios su rápida conquista de Egipto y
celebrar festivales en acción de gracias. Esta estancia en Menfis hay que
entenderla como restauración de la legitimidad que Alejandro pretende dar a su
conquista mediante el expediente de propiciarse a los dioses egipcios, lo que
reforzará poco después en su visita al oasis de Siwah, donde el dios Amón le
reconocería tal legitimidad. Tras las celebraciones en Menfis, y antes de
partir hacia este viaje al interior del desierto, Alejandro decide fundar la
ciudad; era el 20 de enero del año 331.
La ciudad habría de levantarse en
la llanura litoral que había frente a la isla de Faro, cerca de la
desembocadura occidental del Nilo o canóbica, y separada del interior por el
gran lago Mareotis. Se pretendía que fuera una ciudad grande, griega y populosa
y en todas las fuentes literarias queda claro el deseo personal de Alejandro en
la fundación, así como en el nombre que debería llevar la nueva ciudad, que
sería el suyo. El propio Alejandro, acompañado de sus ingenieros y arquitectos,
en especial Dinócrates de Rodas, habría trazado en el suelo, con harina, los
ejes principales de la ciudad, que se cruzaban entre sí en ángulo recto, indicando
también dónde irían los principales edificios. Aunque el emplazamiento de la
misma no es, en principio, demasiado favorable, está ubicada en una de las
pocas áreas de Egipto aptas para establecer ciudades y, sobre todo, está junto
al mar; aunque los griegos estaban presentes en Egipto desde había ya bastante
tiempo, las autoridades egipcias les habían concedido lugares para comerciar,
pero bastante alejados del mar y fuertemente controlados, como era el caso de
Náucratis. Por ello, cuando Alejandro se convierte en el primer gobernante
extranjero de Egipto, parece poco dudoso que los griegos pidiesen, y
consiguiesen, una ciudad propia a la orilla del mar. El interior de Egipto no
era demasiado atractivo para los griegos y tampoco permitía el establecimiento
de ciudades de tipo griego. Una ciudad de nueva planta, fundada en un
territorio conquistado, debía estar junto al mar; los griegos, por fin dueños
de Egipto, no podían conformarse con menos. Alejandro, el conquistador del
país, no podía dejar de ser sensible a estas inquietudes. Por tanto, el porqué
de la fundación y el porqué del lugar elegido se combinaban en el emplazamiento
que Alejandro y sus consejeros determinaron.
El nuevo centro griego de
Alejandría superaba así a Náucratis por su inmediatez al mar, sin estar, por
otro lado, aislado de Egipto, ya que la red de canales que unían la ciudad con
el Nilo garantizaban una permanente relación con el interior del país y, sobre
todo, su aprovisionamiento de alimentos, puesto que el área en la que se
asentaba Alejandría no era muy apta para la agricultura. La estrechez de la
lengua de tierra que separaba el mar del lago Mareotis, en la que tenía que
establecerse la ciudad, dictó en buena parte la forma general de la misma, un
rectángulo cuyos lados largos discurrían más o menos paralelos a esta lengua de
tierra, en dirección grosso modo este-oeste,
mientras que los lados cortos se disponían en dirección norte-sur. Por ende,
esta disposición permitía que las dos áreas portuarias que podían definirse, al
sudeste y sudoeste de la isla de Faros, sirviesen de límite septentrional de la
ciudad. Las medidas que dan los autores antiguos muestran ya el tamaño de la
ciudad: en dirección este- oeste mediría treinta estadios (algo más de cinco
kilómetros) y de norte a sur entre siete y ocho estadios (entre uno y medio y
dos kilómetros); su perímetro abarcaría ochenta estadios (cerca de quince
kilómetros).
En Alejandría se fue concentrando
a lo largo del tiempo una gran población; en el siglo I se contaban trescientos
mil hombres libres (Diod., 17.52.5-6), lo que elevaría el total de población
(personas no libres, así como mujeres y quizá niños) al menos al doble. Allí
vivían, pues, ciudadanos alejandrinos, en su mayoría de origen griego o mace-
donio, pero había también gentes de origen egipcio, quizá con derechos
restringidos. Del mismo modo, griegos de otras procedencias, pero no ciudadanos
y una cantidad importante de individuos que provenían de mezclas entre esas
poblaciones tan diversas, junto con emigrantes de otros puntos del
Mediterráneo, que no eran griegos. A ello habría que añadir la población
esclava. En su mayoría, las gentes del mismo origen solían agruparse en los
mismos barrios.
Un símbolo de esa mezcla de
población lo representa, en cierto modo, la divinidad tutelar de la ciudad,
Serapis, que surgirá durante el reinado de Tolomeo I Soter. Se trata de un dios
de nueva creación, en el que se dan rasgos de divinidades egipcias, como Osi-
ris y Apis, pero que muestra también elementos procedentes de Zeus, Asclepio y
Dioniso. Será venerado más allá de la ciudad en casi todo el Mediterráneo
helenístico. Su santuario, uno de los pocos monumentos de la Alejandría
tolemaica identificados, se hallaba en la parte suroccidental de la ciudad, en
una pequeña elevación del terreno, mucho más pronunciada en la Antigüedad que
hoy día. Se construyó en época de Tolomeo I pero los reyes sucesivos siguieron
levantando nuevos edificios y mejorando los ya existentes, siendo objeto de
reparaciones también en época romana. En él había una biblioteca, menor que la
gran biblioteca sobre la que volveremos más adelante, pero que contenía cerca
de 43.000 rollos.
El eje principal de la ciudad lo
constituía la que se conocería como Vía Canópica, que atravesaba la ciudad de
este a oeste, uniendo sus dos puertas principales, por un recorrido de cuarenta
estadios (unos siete kilómetros), siendo su anchura de un pletro (entre
veinticinco y treinta metros). En toda su extensión había un gran número de
templos y edificios lujosísimos (D.S., 17.52.3). No obstante, y aunque quizá
Cleómenes de Náu- cratis, uno de los responsables de la construcción de la
ciudad, y futuro sátrapa de Egipto, debió de proseguir la construcción de la
ciudad tras la partida de Alejandro, no será hasta la época de Tolomeo I Soter
cuando se finalice la construcción de la muralla, así como la consagración de
los distintos templos (Tac., Hist., 4.83.1).
Estas calles, algunas de ellas de un tamaño y un esplendor sobresalientes,
serían el escenario idóneo para las grandes procesiones que con frecuencia
recorrerían la ciudad; se agruparían en barrios, cuyos límites y nombres habría
establecido también Alejandro. Monumentos y edificios surgirían por doquier en
la ciudad, y algunos de ellos han podido ser estudiados desde el punto de vista
arqueológico, así como algunas áreas residenciales, aunque no de la época de la
fundación, sino de momentos posteriores.
Un papel importante en la
planificación de la nueva ciudad lo desempeñaron las obras hidráulicas. De un
área construida a propósito en el puerto occidental salía un gran canal (Str.,
17.1.10) que comunicaba el mar con el lago Mareotis y, desde allí, con el Nilo.
Este canal fue objeto de gran número de atenciones y reparaciones, atestiguadas
por la epigrafía, hasta época tardorromana y todavía en época del emperador
Justiniano Procopio lo considera indispensable para la existencia de la ciudad
(Procop., Aed. 6.1.1-5). En efecto,
los canales son uno de los rasgos más destacables de la topografía alejandrina
y su importancia es grande debido a la ubicación algo marginal de la ciudad con
respecto a Egipto y, sobre todo, por la ausencia casi total de agua en el
emplazamiento de la ciudad, lo que obligaba a traerla del Nilo.
Del canal principal, que procedía
del Nilo, derivaban canales secundarios, muchos de ellos siguiendo el trazado
de las calles de la ciudad, que eran los que abastecían las cisternas. Así
ambos tipos de obras hidráulicas, los canales y las cisternas, en buena medida
comunicados entre sí, formaban una parte importante de las infraestructuras de
la ciudad.
Un rasgo importante de la ciudad,
quizá ya desde los primeros momentos, fue la construcción de un dique de siete
estadios (de ahí su nombre, el Heptastadion) que unía la ciudad con la isla de
Faros, y separaba el puerto oriental o Gran Puerto del occidental o Eunosto.
Parece que el principal objetivo de este dique fue interrumpir la fuerte
corriente occidental que recorre la costa norte de Egipto y hacer mucho más
protegido el puerto oriental. Un par de aberturas permitían la comunicación
entre ambos puertos. Sin duda, en su construcción los ingenieros de Alejandro
debieron de aprovechar los conocimientos adquiridos durante la construcción de
un dique semejante para poder conquistar la isla de Tiro y, como en esta última
ciudad, la acumulación de arenas arrastradas por la corriente ha formado un
amplio tómbolo que ha acabado uniendo la isla a tierra firme.
Un lugar destacado dentro de la
ciudad, y en las proximidades del gran puerto venía representado por los
palacios. Estrabón (17.1.8) puede decir que en su época la extensión que ocupan
los palacios constituye la tercera o cuarta parte de la superficie de la
ciudad, debido sobre todo a la práctica seguida por los diferentes reyes de ir
añadiendo nuevas estancias y nuevos edificios a los ya existentes. Habría sido
Alejandro quien habría ordenado construir un primer palacio que sobresaliese
por sus dimensiones y la calidad de sus obras, si bien los siguientes reyes
continuaron aumentando y enriqueciendo esta parte de la ciudad.
De todo el conjunto de
construcciones del barrio palacial destaca el Museo y lo que, sin duda,
constituía un anexo o una parte integrante del mismo, la Biblioteca,
establecida en el reinado de Tolomeo I Soter. Su fundador y los sucesivos reyes
se habrían encargado de reunir todo tipo de obras y se habrían preocupado de
hacer traducir al griego textos procedentes de otras culturas. Al frente de la
Biblioteca había un director nombrado por el rey y que solía desempeñar también
la función adicional de ser el tutor de sus hijos. Entre los directores de la
Biblioteca se conoce a Zenódoto de Éfeso (el primero de todos), Calimaco,
Eratóstenes de Cirene, Apolonio de Rodas y Aristarco de Samotracia, que fueron
también tutores de los hijos del rey y Aristófanes de Bizancio, que desempeñó
el puesto de director pero que no está atestiguado como tutor.
La Biblioteca y el Museo se
convirtieron en los auténticos motores de la ciencia alejandrina, responsable
de una amplia labor de codificación de los conocimientos, pero también de
importantes innovaciones en varios campos: matemáticas (Eratóstenes, Eudoxo de
Cnido), astronomía (Eratóstenes, Aristarco), geografía (Eratóstenes), geometría
(Euclides, Eratóstenes), mecánica (Arquímedes), medicina (Herófilo, Era- sístrato).
Durante los últimos Tolomeos el nivel adquirido durante los siglos III y II fue
decayendo y el incendio de 48, durante la Guerra Alejandrina de César, en el
que se quemarían cuatrocientos mil rollos, supondría un durísimo golpe para la
institución aunque el asunto del incendio de la Biblioteca es otro más de los
problemas que plantea la historia y la topografía de Alejandría. En todo caso,
y perdido en época romana el papel político que tuvo la ciudad que la
albergaba, la historia de la Biblioteca de Alejandría desde ese momento, será
la de un lento y constante declive, con algunos breves momentos de nuevo
brillo.
Pasemos ahora a la problemática
cuestión de la ubicación de la tumba de Alejandro; el testimonio de Estrabón
sugiere su relación con el área próxima al Gran Puerto, y dentro del conjunto
palaciego. Tolomeo IV Filopátor (221-205) construyó un mausoleo llamado Sema,
en el centro de la ciudad, para enterrar a sus antepasados y a Alejandro de
Macedonia, momento tras el cual la primitiva tumba de Alejandro habría dejado
de tener interés. El cadáver conoció varios traslados previos, pues primero
habría sido enterrado en Menfis por orden de Tolomeo I Soter y, más adelante,
Tolomeo II Filadelfo le habría trasladado a Alejandría. En todo caso, parece probable
que es este Sema, compartido por Alejandro y los Tolomeos, el que menciona
Estrabón, y el que visitaría César en 48, Augusto en el año 30 (D. C., 51.16.5;
Suet., Aug., 18), Septimio Severo
hacia 199-200 (D. C., 75.13.2) y Caracalla en 215 (Hdn., 4.8.9).
De gran interés es la topografía
portuaria de la ciudad, con los dos puertos ya mencionados, separados por el
Heptastadion. El Gran Puerto estaba flanqueado según se entraba a él por el
promontorio Loquias a la izquierda y por la isla de Faros a la derecha. En ese
mismo lugar se alzaba el faro, al que aludiremos a continuación. Dentro del
puerto había toda una serie de obras, desde el puerto artificial de los
Tolomeos, un saliente dedicado a Poseidón, un gran muelle, construido por Marco
Antonio, con una residencia real llamada Timonion, otro gran edificio concluido
por Octavio, llamado Caesareum, el emporion
o lugar de descarga de las mercancías, así como un gran número de
astilleros y almacenes. También había una pequeña isla dentro del puerto que se
llamaba Anti- rrodos y en la que había también un pequeño puerto y un palacio
real (Str., 17.1.9).
Por lo que se refiere al puerto
de Eunostos, también había astilleros y obras portuarias artificiales, entre
ellas el llamado Kibotos (la Caja); de este último salía un canal que
comunicaba Alejandría con el lago Mareotis (Str., 17.1.10) y, desde allí, a
través de una compleja red de canales, con el río. Parte de las estructuras
portuarias se han identificado en recientes investigaciones submarinas.
Ni que decir tiene que el
elemento más vistoso y atractivo de todo el conjunto portuario era el Faro,
situado en el extremo oriental de la isla homónima, a la entrada del gran
puerto. Parece que la iniciativa de su construcción se debió al primero de los
Tolomeos, hacia 290, si bien se concluiría bajo el reinado de su hijo Tolomeo
II Filadelfo diez o doce años después. El constructor del faro habría sido el
arquitecto Sóstrato de Cnido. Su altura total debía de oscilar entre los cien y
los ciento veinte metros y permaneció en pie hasta la primera mitad del siglo
XIV. Gran cantidad de restos del faro se han localizado en las recientes
excavaciones subacuáticas. La luz que emitía podía verse a muchísimos
kilómetros mar adentro y era un elemento clave para la orientación de los
barcos que se dirigían a Egipto.
Fuera de los límites de la ciudad
se hallaban los cementerios; el occidental se llamaba, precisamente,
"Necrópolis" y las excavaciones antiguas y recientes han sacado a la
luz gran cantidad de tumbas de muy diversos tipos, y en las que se perciben
interesantes elementos de contactos culturales entre gentes griegas, fenicias y
de muchos otros orígenes, prueba de la gran mezcla humana que poblaba las
abigarradas calles de la ciudad que fue la capital de Egipto durante trescientos
años.
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