domingo, 24 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual Capítulo 44 Pérgamo y otros reinos helenísticos

Mucho tiempo antes de la expedición de Alejandro, la situación general de Asia Menor se caracterizaba por una enorme heterogeneidad y complejidad poblacional, favorecida por una atormentada orografía que dificultaba las tendencias unitarias. En realidad, Asia Menor nunca fue controlada enteramente por Alejandro y, después de él, buena parte de los pueblos del Norte y centro anatolios lograron constituir varios estados independientes que, lamentablemente, son bastante mal conocidos. Salvo Pérgamo y Gala- cia, estos estados estaban constituidos básicamente por una aristocracia, en algunos casos de origen iranio, que dominaba sobre unas poblaciones nativas sometidas en muchos casos a una situación de dependencia. Durante la época helenística progresó indudablemente la helenización, al menos en los estratos superiores, se crearon póleis y se desarrollaron notablemente los contactos comerciales. De hecho, sus reyes, que no eran de origen griego, adoptaron formas de vida e instituciones griegas. Con todo, estos reinos conservaron cada uno de ellos una fuerte conciencia de identidad y algunos, como el Ponto o Armenia, opusieron una fuerte resistencia a Roma.
A lo largo del período aqueménida, Pérgamo no fue más que un lugar bastante oscuro dentro de la satrapía lidia. Su fortuna comenzó a cambiar cuando, durante la época de los Diádocos, Filetero de Teos (283-263) fue establecido al mando de la guarnición que protegía también un notable tesoro de nueve mil talentos de plata. Bajo el dominio teórico de los seléucidas, Filetero adquirió un enorme grado de autonomía que se convirtió en independencia con su sucesor, Eumenes I (263-241), el cual logró derrotar a los seléucidas en las cercanías de Sardes en 261. Atalo I (241-197) hizo frente a los gálatas y a las ambiciones de Antíoco Hierax, el hermano de Seleuco II, que trataba de hacerse con un reino propio en Asia Menor. En medio de la lucha se proclamó rey en 237 y sus victorias le permitieron adquirir nuevas posesiones en la costa. Durante la Primera Guerra Macedónica (215-205) Pérgamo se alió con Roma y, en el reinado de Eumenes II (197-157), la victoria romana sobre los seléucidas (189-188) le permitió alcanzar el límite de Cilicia.
Pérgamo quedó entonces como la principal potencia de Asia Menor, enfrentada a los reinos de Bitinia y el Ponto. Sin embargo, después de la Paz de Apamea las relaciones entre Pérgamo y Roma se enfriaron notablemente. Desde 168, con el final del reino mace-donio, Pérgamo dejó de ser un aliado vital para Roma. En 133, Atalo III (138-133) legó su reino a Roma que, tras una revuelta protagonizada por Aristónico-Eumenes III, lo transformó en la provincia romana de Asia (129).
Pérgamo constituye en sí mismo un resumen de las características generales de los reinos helenísticos y de las condiciones de vida en Asia Menor. El reino comprendía grosso modo la ciudad de Pérgamo, las ciudades griegas y las aldeas y los templos del interior. Sus monarcas, de origen griego, fueron los principales difusores del helenismo y reprodujeron las instituciones políticas fundamentales de los otros reinos. A la cabeza de la administración se encontraba el "encargado de los asuntos". Tenemos atestiguados también a los syntrophoi (compañeros educados con el rey), a los syngeneis (parientes reales) y a los philoi (amigos), títulos honoríficos sin un particular significado administrativo pero de los que los reyes extraían sus principales colaboradores. Otros cargos importantes eran el portador del sello real y los generales (strategoi) que mandaban los ejércitos del rey y gobernaban territorios lejanos. Además de las ciudades griegas preexistentes, los monarcas atrajeron también a numerosos habitantes griegos propiciando la fundación de ciudades (Atalea) y de cleru- quías rurales militares (katoikiai). De este modo, el reino adquirió una notable densidad de poblamiento griego y, si bien algunos indígenas, especialmente en las montañas, nunca fueron helenizados, el helenismo progresó de manera considerable. Las ciudades gozaban de un régimen democrático aunque fuertemente sujetas al rey. En Pérgamo, la capital, los magistrados principales formaban un colegio de cinco estrategos nombrados por el rey y en las demás un epístata, designado por el rey, cuidaba de los intereses del monarca. El interior era rico en suelo cultivable y pastos y los campesinos vivían en comunidades de aldeas ancestrales, muchas de ellas propiedad del rey. Además de las propiedades reales, de las póleis y de los clerucos, existían también propiedades templarias y privadas. En las montañas, los monarcas explotaron la plata, el cobre y la madera y organizaron producciones artesanales como el pergamino y el brocado aunque no es posible hablar de monopolios. El puerto de Elea conectaba Pérgamo con el comercio egeo y, a través de él, se exportaban lanas, tejidos, alfombras, pergaminos, ovejas y caballos.

La ciudad de Pérgamo, una de las metrópolis fundamentales del Helenismo, era un ejemplo de prodigiosa adaptación de la arquitectura a una topografía bastante tortuosa. Pérgamo se disponía en tres diferentes niveles superpuestos, la ciudad baja, circunvalada por un majestuoso muro construido por Eumenes II, incluía un Asclepeo extramuros, una monumental puerta de entrada (la Puerta Sur) y un ágora de 64 por 34 metros cerrada por pórticos dóricos. La ciudad media, rodeada por una muralla elevada por Atalo I, comprendía tres gimnasios en las diferentes terrazas que separaban esta parte de la ciudad de la acrópolis y un templo dedicado a Deméter obra de Filetero y posteriormente agrandado. La acrópolis o ciudad alta constituía el centro administrativo y religioso del reino. En la ladera quedaba el teatro, en el lado septentrional el palacio real con los arsenales y cuarteles, al lado del teatro se localizaba el santuario de Atenea Nicéfora y la Gran Biblioteca y en la parte meridional se situaban el ágora y el altar de Zeus. La obra cumbre del arte pergameno era el famoso Altar de Pérgamo, elevado por Eumenes II, que medía 120 metros por 2,28 de altura, estaba consagrado a Atenea, junto con Zeus, la divinidad tutelar de Pérgamo, y representaba una Gigantomaquia que era una alusión a la victoria pergamena sobre los gálatas.

En el noroeste de Frigia, se encontraba Galacia, una zona interior, bastante pobre y aislada, llamada así porque en ella se asentaron parte de los gálatas (galos) que invadieron Grecia a principios del siglo III y que fueron empujados hacia esta zona por seléucidas y pergamenos. Estos gálatas se hallaban divididos en tres confederaciones tribales (Tolistoagios, Tectosages y Trocmios) y, aunque adoptaron algunos elementos anatolios, permanecieron al margen del helenismo al menos hasta época romana (su organización como provincia romana data del año 25 a. C.). Durante el período helenístico los gálatas conservaron una organización tribal o gentilicia, fundada sobre comunidades de estirpe, con una base también territorial con reyes tribales y tetrarcas (jefes de clanes), comitivas militares de dependientes y latifundios trabajados por campesinos indígenas dependientes. Quizá sus lugares de habitación puedan asimilarse a oppida (phrouria) fortificados. Ciertamente en su territorio existían importantes santuarios y ciudades como Ancira, Pesinunte –con su gran santuario dedicado a la diosa Cibeles– y Gordio, pero los gálatas no se adaptaron a la vida urbana, se contentaron probablemente con percibir tributos y no interfirieron en la vida de ciudades y santuarios. Por último, el predominio aristocrático, los vínculos militares de dependencia y el acaparamiento de tierras favorecieron también la emigración y su empleo como mercenarios en los diferentes ejércitos helenísticos.
En la costa noroeste de Asia Menor se situaba Bitinia, una región fértil, dotada de extensos pastos, de buena madera y piedra (mármol) y de notables puertos y comunicaciones terrestres. El reino de Bitinia era rico en árboles y en canteras y se había abierto a la navegación y a los mercaderes griegos desde mucho tiempo atrás. Aunque existían ciudades griegas en la costa, las aldeas en el interior, los latifundios reales y de la aristocracia permanecieron, en mayor medida y a diferencia del reino pergameno, como unidades básicas de producción. Al menos parte de su población era de origen tracio. Los bitinios habían logrado escapar al control persa y tampoco fueron sometidos por Alejandro. Zipoetes I (328- 280) logró mantener su Estado independiente, rechazó primero a Lisímaco y luego a Antíoco I y en 297 tomó el título de rey (en este año comienza la era real bitinia). Su sucesor, Nicomedes I (279-250), fundó una nueva capital, Nicomedia (en la actual Izmit), emprendió una política de helenización y buscó, con su orientación marítima, la apertura del reino a los intercambios comerciales. Zialeas (255/4-c. 230) estableció una alianza con los tolomeos como un medio para frenar la presión seléucida y extendió el reino hacia el Este. Con Prusias I (c. 230-182) el reino alcanzó su apogeo, aunque su política llevó a Bitinia, fatalmente, al lado antirromano. El Estado bitinio sobrevivió todavía una centuria hasta que Nicomedes IV (c. 94-74) rindió definitivamente el reino a los romanos.
Capadocia ocupaba la parte central y oriental de Asia Menor. Se trataba de un país pobre y accidentado que quedó sometido primero a varios de los Diádocos y luego a los seléucidas. Hacia 255, Ariarates III se proclamó rey y mantuvo su Estado independiente, si bien aliado de los seléucidas hasta la Paz de Apamea. Capadocia ocupaba una importante situación estratégica para los seléucidas en las rutas que unían el núcleo de su imperio en Siria con sus posesiones en Asia Menor y éstos se preocuparon por mantener una relación cordial con sus homónimos capadocios. Aunque su capital, Mazaca, daba mues tras de helenismo, el reino contaba con pocas ciudades griegas y se caracterizaba por la fuerte pervivencia de la aristocracia, irania en una gran parte, la existencia de extensos santuarios y una débil helenización. Con Pompeyo quedó como Estado cliente de Roma y fue transformada en provincia en 18 d. C.
El reino de El Ponto (la antigua Capadocia póntica) se extendía a lo largo de buena parte de la costa norte de Asia Menor en un área fértil y boscosa con ricos recursos metalíferos en las montañas del interior y, especialmente, en las áreas de Sínope y Trapezun- te. El reino contaba además con numerosos rebaños de ovejas y caballos y un apreciable excedente en uvas y aceitunas. Aquí, como en muchas zonas anatolias, una aristocracia de origen iranio dominaba sobre un campesinado dependiente enormemente heterogéneo (se dice que se hablaban no menos de veintidós lenguas diferentes) y existían también poderosos estados templarios prácticamente autónomos. Mitrídates I (301-266) rechazó a Antígono y a los seléucidas y se proclamó rey en 281. Estableció asimismo la capital del reino en Amasia, capitalidad que se trasladaría a Sínope a principios del siglo II. Sus sucesores obtuvieron el reconocimiento del reino en el contexto de los estados helenísticos, lo fortalecieron y trataron de extenderlo a toda la costa del Mar Negro. Mitrídates V (c. 150-120), tras el final del reino de Pérgamo, se convirtió en el monarca más poderoso de Asia Menor. Su sucesor, Mitrídates VI (120-63) protagonizó un largo conflicto con Roma y, aunque fue el Estado helenístico que mayor resistencia opuso, fue derrotado finalmente por Pompeyo en 66, que repartió el reino entre las provincias romanas de Bitinia y El Ponto.
El reino de Armenia situado al este del reino del Ponto y se encontraba, desde antes de la presencia griega, gobernado por una dinastía de origen iranio. Sometida primero a los seléucidas, Artajerjes se proclamó rey en 188. Tras una nueva etapa de dependencia seléucida con Antíoco IV, Armenia quedó, en 97, bajo la influencia parta. El reino alcanzó notoriedad con Tigranes I, que comenzó a reinar en 95 como cliente de los partos pero que se comportó en la práctica como un rey independiente. En 83 aceptó el reino seléucida que le ofrecían los antioquenos, aunque no sabemos si se proclamó rey o lo convirtió en una simple provincia unida a su reino. Aliado del Ponto, compartió su destino en la lucha contra Roma. Así, tras la derrota de los armenios a manos de Pompeyo en 66 el reino fue desmembrado, algunas partes fueron incluidas en las provincias romanas de Capadocia y Siria y su núcleo quedó convertido en un reino cliente de Roma con la finalidad de servir de defensa contra los partos.
Más allá de Irán, en el éste, la densidad del asentamiento de grecomacedonios fue capaz de dar vida a varios estados en los que los helenos constituyeron un estrato dominante que imperaba sobre una mayoría de origen iranio con una penetración importante del pensamiento budista (véase mapa del capítulo 39). Hacia 240, Diódoto se proclamó rey en la Bactriana si bien aliado y sometido a los seléucidas al menos hasta la Paz de Apamea (188). El reino englobaba Sogdiana, Bactriana, Margiana y Aria y tenía su capital en Bactra (Zaraspia). A principios del siglo II se extendió a la Drangiana, Aracosia y quizá también ocupara la Gedrosia. El Estado se mantuvo hasta el 135, fecha en la que sucumbió a la invasión de los nómadas tocarios y se desintegró en pequeños núcleos sometidos a los tocarios. Otro Estado Griego, el reino grecoindio, se creó al sur del Hindu Kush, en Parapomisos y Gandara, en la India. Menandro, su monarca más importan te, que vivió en la segunda mitad del siglo II, llevó a cabo una serie de campañas en el valle del Ganges que extendieron el reino. A su muerte, el Estado se fragmentó y toda- vía quedaban reinos grecoindios en los primeros años del siglo I d. C.

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