Mucho tiempo antes de la
expedición de Alejandro, la situación general de Asia Menor se caracterizaba
por una enorme heterogeneidad y complejidad poblacional, favorecida por una
atormentada orografía que dificultaba las tendencias unitarias. En realidad,
Asia Menor nunca fue controlada enteramente por Alejandro y, después de él,
buena parte de los pueblos del Norte y centro anatolios lograron constituir
varios estados independientes que, lamentablemente, son bastante mal conocidos.
Salvo Pérgamo y Gala- cia, estos estados estaban constituidos básicamente por
una aristocracia, en algunos casos de origen iranio, que dominaba sobre unas
poblaciones nativas sometidas en muchos casos a una situación de dependencia.
Durante la época helenística progresó indudablemente la helenización, al menos
en los estratos superiores, se crearon póleis
y se desarrollaron notablemente los contactos comerciales. De hecho, sus
reyes, que no eran de origen griego, adoptaron formas de vida e instituciones
griegas. Con todo, estos reinos conservaron cada uno de ellos una fuerte
conciencia de identidad y algunos, como el Ponto o Armenia, opusieron una
fuerte resistencia a Roma.
A lo largo del período
aqueménida, Pérgamo no fue más que un lugar bastante oscuro dentro de la
satrapía lidia. Su fortuna comenzó a cambiar cuando, durante la época de los
Diádocos, Filetero de Teos (283-263) fue establecido al mando de la guarnición
que protegía también un notable tesoro de nueve mil talentos de plata. Bajo el
dominio teórico de los seléucidas, Filetero adquirió un enorme grado de
autonomía que se convirtió en independencia con su sucesor, Eumenes I
(263-241), el cual logró derrotar a los seléucidas en las cercanías de Sardes
en 261. Atalo I (241-197) hizo frente a los gálatas y a las ambiciones de
Antíoco Hierax, el hermano de Seleuco II, que trataba de hacerse con un reino
propio en Asia Menor. En medio de la lucha se proclamó rey en 237 y sus
victorias le permitieron adquirir nuevas posesiones en la costa. Durante la
Primera Guerra Macedónica (215-205) Pérgamo se alió con Roma y, en el reinado
de Eumenes II (197-157), la victoria romana sobre los seléucidas (189-188) le
permitió alcanzar el límite de Cilicia.
Pérgamo quedó entonces como la
principal potencia de Asia Menor, enfrentada a los reinos de Bitinia y el
Ponto. Sin embargo, después de la Paz de Apamea las relaciones entre Pérgamo y
Roma se enfriaron notablemente. Desde 168, con el final del reino mace-donio,
Pérgamo dejó de ser un aliado vital para Roma. En 133, Atalo III (138-133) legó
su reino a Roma que, tras una revuelta protagonizada por Aristónico-Eumenes
III, lo transformó en la provincia romana de Asia (129).
Pérgamo constituye en sí mismo un
resumen de las características generales de los reinos helenísticos y de las
condiciones de vida en Asia Menor. El reino comprendía grosso modo la ciudad de Pérgamo, las ciudades griegas y las aldeas
y los templos del interior. Sus monarcas, de origen griego, fueron los
principales difusores del helenismo y reprodujeron las instituciones políticas
fundamentales de los otros reinos. A la cabeza de la administración se
encontraba el "encargado de los asuntos". Tenemos atestiguados
también a los syntrophoi (compañeros
educados con el rey), a los syngeneis (parientes
reales) y a los philoi (amigos),
títulos honoríficos sin un particular significado administrativo pero de los
que los reyes extraían sus principales colaboradores. Otros cargos importantes
eran el portador del sello real y los generales (strategoi) que mandaban los ejércitos del rey y gobernaban
territorios lejanos. Además de las ciudades griegas preexistentes, los monarcas
atrajeron también a numerosos habitantes griegos propiciando la fundación de
ciudades (Atalea) y de cleru- quías rurales militares (katoikiai). De este modo, el reino adquirió una notable densidad de
poblamiento griego y, si bien algunos indígenas, especialmente en las montañas,
nunca fueron helenizados, el helenismo progresó de manera considerable. Las
ciudades gozaban de un régimen democrático aunque fuertemente sujetas al rey.
En Pérgamo, la capital, los magistrados principales formaban un colegio de
cinco estrategos nombrados por el rey y en las demás un epístata, designado por
el rey, cuidaba de los intereses del monarca. El interior era rico en suelo
cultivable y pastos y los campesinos vivían en comunidades de aldeas
ancestrales, muchas de ellas propiedad del rey. Además de las propiedades
reales, de las póleis y de los clerucos,
existían también propiedades templarias y privadas. En las montañas, los
monarcas explotaron la plata, el cobre y la madera y organizaron producciones
artesanales como el pergamino y el brocado aunque no es posible hablar de
monopolios. El puerto de Elea conectaba Pérgamo con el comercio egeo y, a
través de él, se exportaban lanas, tejidos, alfombras, pergaminos, ovejas y
caballos.
La ciudad de Pérgamo, una de las
metrópolis fundamentales del Helenismo, era un ejemplo de prodigiosa adaptación
de la arquitectura a una topografía bastante tortuosa. Pérgamo se disponía en
tres diferentes niveles superpuestos, la ciudad baja, circunvalada por un
majestuoso muro construido por Eumenes II, incluía un Asclepeo extramuros, una
monumental puerta de entrada (la Puerta Sur) y un ágora de 64 por 34 metros cerrada por
pórticos dóricos. La ciudad media, rodeada por una muralla elevada por Atalo I,
comprendía tres gimnasios en las diferentes terrazas que separaban esta parte
de la ciudad de la acrópolis y un templo dedicado a Deméter obra de Filetero y
posteriormente agrandado. La acrópolis o ciudad alta constituía el centro
administrativo y religioso del reino. En la ladera quedaba el teatro, en el
lado septentrional el palacio real con los arsenales y cuarteles, al lado del
teatro se localizaba el santuario de Atenea Nicéfora y la Gran Biblioteca y en
la parte meridional se situaban el ágora y el altar de Zeus. La obra cumbre del
arte pergameno era el famoso Altar de Pérgamo, elevado por Eumenes II, que
medía 120 metros
por 2,28 de altura, estaba consagrado a Atenea, junto con Zeus, la divinidad
tutelar de Pérgamo, y representaba una Gigantomaquia que era una alusión a la
victoria pergamena sobre los gálatas.
En el noroeste de Frigia, se
encontraba Galacia, una zona interior, bastante pobre y aislada, llamada así
porque en ella se asentaron parte de los gálatas (galos) que invadieron Grecia
a principios del siglo III y que fueron empujados hacia esta zona por
seléucidas y pergamenos. Estos gálatas se hallaban divididos en tres
confederaciones tribales (Tolistoagios, Tectosages y Trocmios) y, aunque
adoptaron algunos elementos anatolios, permanecieron al margen del helenismo al
menos hasta época romana (su organización como provincia romana data del año 25 a . C.). Durante el período
helenístico los gálatas conservaron una organización tribal o gentilicia,
fundada sobre comunidades de estirpe, con una base también territorial con
reyes tribales y tetrarcas (jefes de clanes), comitivas militares de
dependientes y latifundios trabajados por campesinos indígenas dependientes.
Quizá sus lugares de habitación puedan asimilarse a oppida (phrouria)
fortificados. Ciertamente en su territorio existían importantes santuarios y
ciudades como Ancira, Pesinunte –con su gran santuario dedicado a la diosa
Cibeles– y Gordio, pero los gálatas no se adaptaron a la vida urbana, se
contentaron probablemente con percibir tributos y no interfirieron en la vida
de ciudades y santuarios. Por último, el predominio aristocrático, los vínculos
militares de dependencia y el acaparamiento de tierras favorecieron también la
emigración y su empleo como mercenarios en los diferentes ejércitos
helenísticos.
En la costa noroeste de Asia
Menor se situaba Bitinia, una región fértil, dotada de extensos pastos, de
buena madera y piedra (mármol) y de notables puertos y comunicaciones
terrestres. El reino de Bitinia era rico en árboles y en canteras y se había
abierto a la navegación y a los mercaderes griegos desde mucho tiempo atrás.
Aunque existían ciudades griegas en la costa, las aldeas en el interior, los
latifundios reales y de la aristocracia permanecieron, en mayor medida y a
diferencia del reino pergameno, como unidades básicas de producción. Al menos
parte de su población era de origen tracio. Los bitinios habían logrado escapar
al control persa y tampoco fueron sometidos por Alejandro. Zipoetes I (328-
280) logró mantener su Estado independiente, rechazó primero a Lisímaco y luego
a Antíoco I y en 297 tomó el título de rey (en este año comienza la era real
bitinia). Su sucesor, Nicomedes I (279-250), fundó una nueva capital, Nicomedia
(en la actual Izmit), emprendió una política de helenización y buscó, con su
orientación marítima, la apertura del reino a los intercambios comerciales.
Zialeas (255/4-c. 230) estableció una alianza con los tolomeos como un medio
para frenar la presión seléucida y extendió el reino hacia el Este. Con Prusias
I (c. 230-182) el reino alcanzó su apogeo, aunque su política llevó a Bitinia,
fatalmente, al lado antirromano. El Estado bitinio sobrevivió todavía una
centuria hasta que Nicomedes IV (c. 94-74) rindió definitivamente el reino a
los romanos.
Capadocia ocupaba la parte
central y oriental de Asia Menor. Se trataba de un país pobre y accidentado que
quedó sometido primero a varios de los Diádocos y luego a los seléucidas. Hacia
255, Ariarates III se proclamó rey y mantuvo su Estado independiente, si bien
aliado de los seléucidas hasta la Paz de Apamea. Capadocia ocupaba una
importante situación estratégica para los seléucidas en las rutas que unían el
núcleo de su imperio en Siria con sus posesiones en Asia Menor y éstos se
preocuparon por mantener una relación cordial con sus homónimos capadocios.
Aunque su capital, Mazaca, daba mues tras de helenismo, el reino contaba con pocas
ciudades griegas y se caracterizaba por la fuerte pervivencia de la
aristocracia, irania en una gran parte, la existencia de extensos santuarios y
una débil helenización. Con Pompeyo quedó como Estado cliente de Roma y fue
transformada en provincia en 18 d. C.
El reino de El Ponto (la antigua
Capadocia póntica) se extendía a lo largo de buena parte de la costa norte de
Asia Menor en un área fértil y boscosa con ricos recursos metalíferos en las
montañas del interior y, especialmente, en las áreas de Sínope y Trapezun- te.
El reino contaba además con numerosos rebaños de ovejas y caballos y un
apreciable excedente en uvas y aceitunas. Aquí, como en muchas zonas anatolias,
una aristocracia de origen iranio dominaba sobre un campesinado dependiente
enormemente heterogéneo (se dice que se hablaban no menos de veintidós lenguas
diferentes) y existían también poderosos estados templarios prácticamente
autónomos. Mitrídates I (301-266) rechazó a Antígono y a los seléucidas y se
proclamó rey en 281. Estableció asimismo la capital del reino en Amasia,
capitalidad que se trasladaría a Sínope a principios del siglo II. Sus sucesores obtuvieron el
reconocimiento del reino en el contexto de los estados helenísticos, lo
fortalecieron y trataron de extenderlo a toda la costa del Mar Negro.
Mitrídates V (c. 150-120), tras el final del reino de Pérgamo, se convirtió en
el monarca más poderoso de Asia Menor. Su sucesor, Mitrídates VI (120-63)
protagonizó un largo conflicto con Roma y, aunque fue el Estado helenístico que
mayor resistencia opuso, fue derrotado finalmente por Pompeyo en 66, que
repartió el reino entre las provincias romanas de Bitinia y El Ponto.
El reino de Armenia situado al
este del reino del Ponto y se encontraba, desde antes de la presencia griega,
gobernado por una dinastía de origen iranio. Sometida primero a los seléucidas,
Artajerjes se proclamó rey en 188. Tras una nueva etapa de dependencia
seléucida con Antíoco IV, Armenia quedó, en 97, bajo la influencia parta. El
reino alcanzó notoriedad con Tigranes I, que comenzó a reinar en 95 como
cliente de los partos pero que se comportó en la práctica como un rey
independiente. En 83 aceptó el reino seléucida que le ofrecían los antioquenos,
aunque no sabemos si se proclamó rey o lo convirtió en una simple provincia
unida a su reino. Aliado del Ponto, compartió su destino en la lucha contra
Roma. Así, tras la derrota de los armenios a manos de Pompeyo en 66 el reino
fue desmembrado, algunas partes fueron incluidas en las provincias romanas de
Capadocia y Siria y su núcleo quedó convertido en un reino cliente de Roma con
la finalidad de servir de defensa contra los partos.
Más allá de Irán, en el éste, la
densidad del asentamiento de grecomacedonios fue capaz de dar vida a varios
estados en los que los helenos constituyeron un estrato dominante que imperaba
sobre una mayoría de origen iranio con una penetración importante del
pensamiento budista (véase mapa del capítulo 39). Hacia 240, Diódoto se
proclamó rey en la Bactriana si bien aliado y sometido a los seléucidas al
menos hasta la Paz de Apamea (188). El reino englobaba Sogdiana, Bactriana,
Margiana y Aria y tenía su capital en Bactra (Zaraspia). A principios del siglo
II se extendió a la Drangiana, Aracosia y quizá también ocupara la Gedrosia. El
Estado se mantuvo hasta el 135, fecha en la que sucumbió a la invasión de los
nómadas tocarios y se desintegró en pequeños núcleos sometidos a los tocarios.
Otro Estado Griego, el reino grecoindio, se creó al sur del Hindu Kush, en
Parapomisos y Gandara, en la India. Menandro, su monarca más importan te, que
vivió en la segunda mitad del siglo II,
llevó a cabo una serie de campañas en el valle del Ganges que extendieron el
reino. A su muerte, el Estado se fragmentó y toda- vía quedaban reinos
grecoindios en los primeros años del siglo I d. C.
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