Alejandro III de Macedonia, que
la posteridad conocerá con el nombre de Alejandro Magno, nació en el verano de
356 hacia la época en que se celebraba la 106.a Olimpiada. Ya desde sus
primeros años destacó por su carácter apasionado propenso a los arrebatos de
furia o de afecto y generosidad, por su voluntad de imponerse a los demás y por
su valor y sus ansias de gloria. Educado en palacio hasta los catorce años, a
partir de entonces (342) se formó en la Escuela de Pajes (véase el capítulo
anterior), donde estudió bajo la tutela de Aristóteles y recibió entrenamiento
físico e instrucción militar durante cuatro años. En 340 fue nombrado regente mientras
su padre estaba en la Propóntide y realizó una campaña contra los medios en el
Alto Estrimón; en 339 combatió en el Norte con su padre y en 338 participó en
la batalla de Queronea (véase mapa capítulo anterior). Tras el asesinato de
Filipo en octubre de 336, Alejandro, que entonces contaba veinte años, se
aseguró el trono con el apoyo de sus amigos y de Antípatro y Parme- nio, los
viejos generales de Filipo, y consiguió librarse de varios de sus enemigos y de
los demás pretendientes a la corona.
Sin embargo, la muerte de Filipo
alentó las sublevaciones de algunos pueblos ilirios y de varios estados griegos
que podían arruinar la hegemonía macedonia en Grecia (se pensaba que Alejandro
sería incapaz de estar a la altura de las circunstancias). Pero el joven rey,
moviéndose con gran rapidez, en pleno invierno de 336 y a pesar de las amenazas
que se cernían sobre las fronteras septentrionales del reino, entró en Tesalia
y se hizo elegir arconte de la Confederación tesalia, luego reunió el Consejo
anfíctiónico de Delfos y aseguró su dominio en Grecia central y, finalmente,
fue nombrado en Corinto estratego con plenos poderes por el Consejo de la Liga
de Corinto y, por tanto, comandante de los ejércitos panhelénicos que habrían
de luchar en Asia contra el Imperio persa.
De regreso a Macedonia, en la
primavera de 335, Alejandro emprendió una expedición contra los pueblos ilirios
que se preparaban para invadir Macedonia. Los derrotó obligándoles a aceptar el
predominio de Macedonia y a pagar tributos. Con todo, no pudo explotar
completamente sus éxitos en el Norte a causa del estallido de una revuelta en
Grecia fomentada por Tebas y Atenas y generosamente financiada por el dinero
persa. Desde Iliria a marchas forzadas Alejandro se presentó ante Tebas,
mientras los atenienses, aterrorizados, se mantuvieron quietos, aunque se
habían comprometido a ayudar alos tebanos (obtuvieron luego el perdón de
Alejandro). Tebas fue tomada al asalto, los hombres adultos fueron pasados por
las armas, las mujeres y niños esclavizados y la ciudad arrasada. Las victorias
en el Norte y la destrucción de Tebas acabaron con toda la agitación
antimacedonia por lo que, tras dos años de luchas (336-335), la situación era
propicia para emprender la campaña contra Persia.
Alejandro desembarcó en Asia en
la primavera de 334 al mando de unos cuarenta mil hombres de los que menos de
la mitad eran macedonios. El ejército comprendía doce mil infantes macedonios
(con seis regimientos de falangitas –cada uno de los cuales contaba con mil
quinientos hombres– y tres mil hipaspistas, batallones de élite, en los que se
incluía también la guardia real o agenta –véase
el capítulo anterior–), mil ochocientos jinetes de los Compañeros (hetairoi), además de novecientos
infantes ligeros del interior de Macedonia, seis o siete mil de las tribus del
Norte (epirotas, ilirios, tríbalos, peonios y tracios); mil ochocientos jinetes
tesalios; cinco mil mercenarios griegos, y un contingente relativamente pequeño
de la Liga de Corinto, siete mil hoplitas y seiscientos jinetes, lo que muestra
probablemente el escaso entusiasmo que despertaba en Grecia la expedición de
Alejandro. A todos ellos hay que añadir la flota con ciento setenta trirremes y
unos cuarenta mil hombres entre remeros y hoplitas de las naves. A Alejandro se
le unieron los ocho mil mercenarios griegos que estaban ya en Asia bajo el
mando de Parmenio y que habían conseguido asegurar una cabeza de puente en la
orilla asiática del Helespon- to. En Macedonia quedaron doce mil infantes y mil
doscientos jinetes bajo el mando de Antípatro, gobernador del reino en ausencia
del monarca.
Tras el desembarco, Alejandro
llegó a Troya (Ilión) y desde aquí marchó contra el ejército persa que había
sido reclutado por los sátrapas de Asia Menor. En el río Gráni- co (mayo o junio
de 334) el rey obtuvo una gran victoria que le abrió Asia Menor. En realidad la
infantería y caballería pesadas de los macedonios y la combinación de
infantería pesada, caballería e infantería ligera resultaban irresistibles para
los ejércitos persas compuestos de tropas ligeramente armadas y de hoplitas
griegos mercenarios. Luego de la batalla, Alejandro marchó hacia Sardes y
Éfeso, que se rindieron sin lucha. De las ciudades griegas sólo Mileto y
Halicarnaso resistieron pero fueron neutralizadas. Después, Alejandro se
dirigió a Caria al tiempo que Parmenio penetraba en la Gran Frigia y ocupaba la
altiplanicie de Anatolia. En este invierno (334) fue abortada también una
conspiración contra la vida del monarca y se arrestó a Alejandro, un príncipe
de la Alta Macedonia.
En la primavera de 333 Alejandro
conquistó primero Licia. Ocupó luego Caria y desde aquí marchó al Norte hacia
Frigia. Conquistó la Pisidia y se reunió con Parmenio en Gordio (abril-mayo de
333). En julio tomó Ancira, los paflagonios se le sometieron e invadió
Capadocia. Finalmente, entró en Tarso, la capital de Cilicia. Tras quince meses
de campaña en Asia, aunque aún quedaban zonas sin someter o sin pacificar en
Paflagonia, Capadocia y Frigia (no tenía medios ni tiempo para controlar completamente
toda Anatolia), Alejandro dominaba la mayor parte de Asia Menor y contaba con
suficientes puntos de apoyo que garantizaban sus comunicaciones con Macedonia y
su aprovisionamiento. A lo largo de este tiempo, la estrategia del rey persa,
Darío III, se había mostrado inconsistente; primero había confiado en la flota,
que obtuvo bastantes éxitos, pero después pensó en dar una batalla terrestre
decisiva, por lo que debilitó la armada reti-rándole contingentes y luego tardó
demasiado en reunir un ejército, lo que entregó Asia Menor a Alejandro.
Desde Tarso, Alejandro cruzó el
Tauro para enfrentarse a Darío. En la batalla de Isos (noviembre de 333)
Alejandro logró un resonante triunfo. Entonces el rey pensó en conquistar la
costa mediterránea para privar a la flota persa de sus bases antes de emprender
una expedición contra Persia. Ocupó Siria y Fenicia, donde sólo Tiro resistió.
La ciudad fue sometida a un duro asedio que se prolongó durante siete meses y
que acabó con la masacre de la población tiria (julio de 332). Al mismo tiempo
la flota macedonia se hizo con el control del Egeo, Antígono invadió Paflagonia
y Capadocia en Asia Menor y Parmenio ocupó Damasco. Luego de la toma de Tiro,
Alejandro alcanzó Gaza en la ruta que conducía a Egipto y considerada
inexpugnable. Fue sitiada y conquistada en dos meses (noviembre de 332).
Tras Gaza, siguiendo la costa de
la península del Sinaí, Alejandro entró en Egipto sin encontrar resistencia,
donde fue acogido como libertador. Desde Pelusio fue a Menfls mientras la flota
macedonia remontaba el Nilo. En este invierno se sometió Cirene, con lo que
Alejandro controlaba ya toda la costa del Mediterráneo oriental. Después visitó
el oasis de Amón en Siwa, que los griegos identificaban con una variante de
Zeus, una visita que causó en el rey una profunda impresión. Con su visita a
Menfis y al oasis de Siwa Alejandro trataba de ganarse a los dioses y al clero
egipcio para legimitar su dominio sobre Egipto. Fundó también Alejandría a
principios de 331, que habría de convertirse en una metrópoli económica,
política y cultural del mundo helenístico. Alejandro cuidó de manera especial a
Egipto. Respetó su religión y tradiciones y su división provincial. Encomendó
la administración civil a un egipcio y a un persa y dejó dos comandantes
macedonios al mando de cuatro mil hombres y un almirante a la cabeza de una
flotilla de veinte trirremes.
Al llegar la primavera de 331
Alejandro emprendió la marcha hacia Mesopotamia con la intención de enfrentarse
nuevamente a Darío III, que desde Isos había estado reuniendo un poderoso
ejército. El macedonio describió una amplia curva por el norte de la Alta
Mesopotamia, lo que engañó a Darío, logrando así franquear el Eufrates y el
Tigris sin dificultad. En Gaugamela (octubre de 331) Alejandro triunfó
nuevamente. Pero esta vez la victoria era decisiva: para los persas y su rey
Darío la guerra estaba perdida.
Después de Gaugamela, Babilonia y
Susiana se rindieron. Mientras Darío estaba en Ecbatana, los persas se
aprestaban a defender Pérside y Media pero una rápida marcha de Alejandro,
atravesando las Puertas Persas, desbarató toda resistencia. El rey alcanzó
Pasargadas y luego tomó Persépolis, que fue incendiada. Más tarde entró en
Ecbatana, de donde Darío había huido. Tras ello Alejandro franqueó las Puertas
Caspias al tiempo que Darío era asesinado por su sátrapa Besos, que tomó el
título de Artajerjes IV (julio de 330). A partir de este momento Alejandro se
proclamó Rey de reyes y, como vengador de Darío, emprendió la persecución de
Besos. Sometió Hicarnia y luego, desviado por una sublevación, penetró en Aria,
donde fundó Alejandría de Aria (Herat). Después descendió hacia Drangiana y se
detuvo en Proftasia (Farah, en la actual Afganistán). En octubre de 330, en el
curso de una nueva conspiración contra Alejandro, Filotas, el comandante de la
caballería y su padre, el general Parmenio, fueron ejecutados. También se
diomuerte a Alejandro el Lincesta, aquel que protagonizara la conjura del
invierno de 334/3. Partiendo de Proftasia el rey ocupó Aracosia, fundando
Alejandría en Aracosia (Kanda- har), y después alcanzó Kabul, donde invernó a
los pies del Hindú Kush (330/29). En la primavera de 329 ocupó la Bactriana
mientras Besos huía en dirección a Sogdiana, la satrapía más septentrional del
Imperio persa, donde entró Alejandro. Los sogdianos le entregaron a Besos, que
fue ejecutado. En Sogdiana Alejandro fortificó Maracanda (Samarcanda) y fundó,
en el límite septentrional de su expansión, Alejandría Eschaté (de los confines, hoy Jondjend). En el otoño de 328 en
Samarcanda murió Clito a mano de Alejandro en el transcurso de una violenta
discusión en medio de una borrachera. Clito el Negro, que había salvado la vida
del rey en el Gránico, había protestado por la política de orientalización de
Alejandro. Finalmente, después de tres años de agotadoras campañas todo el Irán
quedó pacificado (328/7). En Bactra, en la primavera de 327 tuvo lugar la
llamada conspiración de los pajes reales posiblemente promovida por el
creciente despotismo del rey plasmado en el intento de introducir la proskynesis (postración persa ante el
rey). En la represión de la conspiración se detuvo también a Calístenes, el
sobrino de Aristóteles e historiador oficial de la expedición. Aunque estaba
muy vinculado a los pajes, no parece que estuviera implicado en la conjura,
pero sus críticas al comportamiento de Alejandro atrajeron las sospechas.
En esta misma primavera (327)
Alejandro emprendió una expedición en la antigua India, que en la Antigüedad
coincidía básicamente con la actual Pakistán y que, a diferencia del Imperio
persa carecía de un poder centralizado y se encontraba, en cambio, repartida en
múltiples pueblos y reinos. Llegó primero a Taxila en Gandara, penetró en el
valle del Indo en el actual Punjab, cruzó el río Hidaspes y derrotó al rey
Poros. Por fin alcanzó el río Hifasis, el brazo más oriental del Indo y el
límite del mundo conocido hasta entonces: había recorrido dieciséis mil
kilómetros desde su punto de partida en Macedonia. En este momento el
descontento de los macedonios le obligó a regresar. Así volvió al Hidaspes
(finales de 326) y se encaminó hacia el Sur por el valle del Indo hasta Patala
venciendo a cuantos pueblos le salieron al paso. Desde aquí el ejército regresó
en tres columnas separadas: el grueso, comandado por Cratero atravesó Drangiana
y Aracosia; la armada, bajo el mando de Nearco de Creta, costeó el litoral
iraní del Golfo Pérsico, flanqueada por vía terrestre por Alejandro. En 324
Alejandro estaba ya en Persépolis y en 323 se había establecido en Babilonia,
desde donde había enviado expediciones a Armenia, recababa informes sobre el
Mar Caspio y el Golfo Pérsico y pensaba en una expedición a Arabia y quizá en
un regreso triunfal a la costa del Mediterráneo en 322.
En la organización de su imperio
Alejandro respetó básicamente la estructura persa, su jerarquía y la
tributación. En la elección de sus gobernadores la consideración fundamental
fue, antes que la etnia de pertenencia, la lealtad; y, así, en ocasiones el
sátrapa retenía los poderes civiles o militares y podía ser un macedonio
(Antígono en la Gran Frigia) o un persa (Media, Partía o Aria), en otras el
sátrapa o un dinasta local tenían la administración civil con un comandante
militar macedonio (Caria) y en otras existía un sátrapa civil nativo, un jefe
militar macedonio y comandantes de guarnición autónomos (Sardes, Babilonia,
Susa), incluso creó cargos específicos para los asuntos fiscales (Sardes,
Babilonia). Alejandro fundó también numerosas ciudades. Los nuevos
asentamientos, normalmente mixtos de grecomacedonios e indígenas, destinados
estos últimos a trabajar los campos aledaños, no tenían la finalidad principal
de extender la civilización griega, sino que sirvieron a su estrategia de
conquista, a la necesidad de situar guarniciones en puntos fortificados y, a
veces, de sedentarizar y fijar a los nativos para controlar mejor determinadas
zonas y favorecer la recaudación de impuestos.
La divinización y la
orientalización de Alejandro son dos de los aspectos más controvertidos de una
política que se desarrolla especialmente a partir de 330. Ciertamente durante
su vida se desplegó un ceremonial y una propaganda que tendieron a situar a
Alejandro por encima de la realeza acostumbrada en el mundo griego, pero no se
desarrolló un culto divino. Quizá Alejandro pretendiera situarse en un estadio
intermedio, como el héroe que se encontraba entre los mortales y los dioses y
no llegara a culminar en vida su proceso de divinización. Alejandro se enfrentó
también a la tarea de controlar un imperio desmesurado, para lo que necesitaba
la colaboración y aceptación de sus nuevos súb- ditos. Como no bastaba con
presentarse como rey de Macedonia, pensó en mostrarse como sucesor de los
aqueménidas, adoptó la tiara y el ceremonial persas, en particular la proskynesis. Dentro de esta línea de
actuación comenzó desde 328/7 a reclutar orientales y trató de ganarse a la
aristocracia irania, manteniendo a muchos sátrapas en sus cargos y casándose
con Roxana, hija de Oxiartes, un noble sogdiano. Llegó a imponer una política
de unión entre persas y macedonios que culminó en las Bodas de Susa (324),
donde hizo contraer matrimonio a muchas parejas mixtas; él mismo se casó con
Estati- ra y Parisites, hijas de Darío III y de Artajerjes III respectivamente.
Semejante actuación provocó fuertes resistencias entre los macedonios y griegos
y Alejandro se hizo cada vez más inflexible con los que se le oponían.
Alejandro murió en Babilonia en
junio de 323 víctima de la tensión y el cansancio acumulado en trece años de
incesante batallar, de dramáticas marchas a través de espacios casi infinitos,
de pesadas responsabilidades y también del abuso de la bebida y de una crisis
final de paludismo. Su figura ha suscitado juicios encontrados: ha sido
presentado alternativamente como el vengador de los griegos, el rey de los
macedonios vinculado estrechamente a su pueblo, el conquistador cruel que
impone férreamente su voluntad o el constructor de un imperio universal que
uniera y permitiera vivir en concordia a todos los pueblos. Apasionado y
calculador, generoso y cruel, genial general, político extraordinario,
Alejandro representa, quizá llevadas a sus extremos confines, las
contradicciones que encierra el alma humana. Por eso mismo su personalidad
permanece tan inaprensible como nosotros a nosotros mismos. Si bien es cierto
que su figura no ha despertado unánime admiración, la trascendencia de su obra
difícilmente puede ser puesta en cuestión. La prodigiosa aventura de Alejandro
(y de cuantos con él fueron al Asia) cambió radicalmente el mundo de su tiempo
y abrió una nueva etapa histórica que llamamos mundo helenístico.
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