La época helenística, que se
caracteriza en buena medida por la extensión de la cultura griega, habría de
durar, desde el punto de vista político, tres siglos. Alejandro murió sin
nombrar sucesor y sin haber establecido una línea de sucesión clara, lo que iba
a ser apro vechado por sus compañeros de armas, los Diádocos (o sucesores),
para disputarse el dominio de todo o parte de su imperio. La muerte de
Alejandro dio paso, pues, a un período turbulento y cambiante de guerras
constantes, que se cerrará en 276 cuando la dinastia de los Antigónidas se
establezca definitivamente en Macedonia.
Ante la falta de un sucesor directo,
la asamblea de los macedonios llegó a una solución de compromiso entre los pezhetairoi (infantes), que apoyaban la
designación de Filipo III Arrideo, un hijo de Filipo mentalmente incapacitado,
y los hetairoi (jinetes), que se
inclinaban por aguardar al nacimiento del hijo que esperaba Roxana, la esposa
de Alejandro. Si Roxana daba a luz un varón, lo que efectivamente sucedió con
el nombre de Alejandro IV, ambos reinarían. El acuerdo salvaba teóricamente la
unidad del imperio. Crátero fue nombrado regente pero se estableció un sistema
de reparto de responsabilidades que hacía imposible en la práctica la regencia.
Antípatro conservó Macedonia como estratego de Europa; Perdicas, con el título
de quiliarco, quedó asimilado a un gobernador general de toda Asia, encargado
de todos los asuntos con autoridad sobre los demás jefes. Los tres fueron
nombrados además tutores del rey. Los Diádocos procedieron también a repartirse
las satrapías (Diod., 18.3): Tolomeo obtuvo la satrapía de Egipto; Eumenes,
Paflagonia y Capadocia; Antígono, Panfilia, Licia y Frigia, y Lisímaco, Tracia.
Seleuco quedó como comandante de la caballería real sin ninguna asignación
territorial. Persas e iranios fueron apartados del poder, y conservaron
únicamente algunas satrapías en la Alta Asia y en los confines de la India. Se
dio así por terminada la política de fusión de Alejandro (Reparto de Babilonia,
323).
Una vez que la muerte de
Alejandro fue conocida, los griegos, liderados por Atenas, se alzaron contra
Antípatro, le derrotaron y le asediaron en la fortaleza de Lamía, en Grecia
Central, de ahí el nombre de Guerra Lamíaca (323-322) con que se conoce al
conflicto. Sin embargo, la llegada de refuerzos macedonios invirtió la
situación y obligó a los griegos a levantar el sitio de Lamía. Luego, la flota
macedonia derrotó a la armada griega en Amorgos, al tiempo que Antípatro vencía
por tierra en Cranón, en Tesalia(Diod., 18.9-13, 17-18; Justino, 13.5).
Antípatro ocupó Atenas, lo que significó el final de la guerra, donde instauró
un régimen oligárquico promacedonio e introdujo una guarnición en El Pireo. Los
líderes democráticos fueron perseguidos, Demóstenes se suicidó cuando iba a ser
apresado e Hipérides fue detenido y ejecutado. Finalmente, la Liga de Corinto
fue disuelta. Poco después, Perdicas se enfrentó a Lisímaco, Tolomeo y
Antípatro, que se habían coaligado contra él ante el temor de que el primero se
hiciera con la herencia de Alejandro. Perdicas invadió Egipto pero, tras cruzar
el Nilo de manera imprudente, provocando la muerte de muchos de sus soldados,
fue ejecutado por sus propios hombres.
El final de Perdicas dio lugar a
un nuevo reparto entre los Diádocos (Reordenación de Triparadisos, 321) por el
que se reconocía nuevamente la unidad del imperio. Antípatro conservaba Europa,
recibía la regencia y la custodia de Filipo III y de Alejandro IV y se
convertía en el líder principal; Antígono era nombrado estratego del ejército
real mientras que Casandro, el hijo de Antípatro, ostentaría la quiliarquía
como adjunto de Antígono. Seleuco asumía la satrapía de Babilonia y Tolomeo y
Lisímaco retenían respectivamente Egipto y Tracia.
Dos años después del acuerdo de
Triparadisos murió Antípatro y los problemas relativos a su sucesión en
Macedonia desestabilizaron la situación. Antípatro había designado sucesor a
Poliperconte, un viejo general, apartando del poder a su propio hijo Casandro
(Diod., 18.48), pero los Diádocos no aceptaron su nombramiento y se aliaron con
Casandro contra Poliperconte. Este último extendió su influencia en buena parte
de Grecia, buscó la colaboración de Olimpíade, exiliada en el Épiro desde los
tiempos de Antípatro, y de Eumenes, que se mantenía en Capadocia y que, como
partidario de Perdicas, había sido excluido de los acuerdos de Triparadisos.
Olimpíade logró dar muerte a Filipo III y a su esposa Eurídice. Sin embargo,
Casandro se impuso rápidamente en Macedonia (317/6), capturó a Olimpíade y la
hizo condenar a muerte por el ejército. Luego, conquistó Atenas, donde instauró
una tiranía bajo Demetrio de Falero que perduraría hasta el 307 y, al mismo
tiempo, ocupó Corinto, Demetríade (en Tesalia) y Calcis (en Eubea), que
defendían la estratégica ruta naval que enlazaba Macedonia con el resto de
Grecia.
Por su parte, Antígono venció a
Eumenes (316) y, secundado por su hijo Demetrio Poliorcetes, pretendió reunir
el imperio de Alejandro. Se volvió primero contra Seleuco, al que expulsó de
Babilonia y le obligó a refugiarse en Egipto. El resto de los Diádocos,
Casandro, Tolomeo y Lisímaco, se aliaron contra Antígono (Diod., 19.57). Tras
varios años de enfrentamiento, se llegó a un acuerdo (Paz de 311) que
restablecía el statu quo anterior a
la guerra y concedía a Casandro la regencia de Macedonia y la tutela de
Alejandro IV, mientras durara la minoría de edad del joven monarca. Casi de
forma inmediata (310) Casandro dio muerte a Roxana y a Alejandro IV, un acto
que no suscitó protesta alguna por parte de los Diádocos, puesto que ninguno de
ellos estaba interesado en ver a Alejandro IV reclamando la herencia de su
padre.
En realidad la paz no satisfizo a
nadie, especialmente a Antígono, que deseaba para sí la unidad del imperio y a
quien el acuerdo no le reconocía supremacía alguna. En Grecia, Poliperconte se
reconcilió con Casandro (310) y le cedió todos sus poderes. En 307, Demetrio
Poliorcetes, el hijo de Antígono, tomó Atenas, organizó una nueva Liga de
Corinto dirigida contra Casandro, y venció a Tolomeo en la batalla naval de
Salamina de Chipre (306). Sin embargo, finalmente, Tolomeo ocupó la Celesiria y
Casandro, Lisímaco y Seleuco reunieron sus tropas y derrotaron decisivamente a
Antígono en la batalla de Ipso (301), en la Gran Frigia, donde el propio
Antígono encontró la muerte (Plu., Demetrio.,
28-29). La batalla de Ipso supuso la consolidación del reino seléucida mientras
que Casandro y Tolomeo vieron confirmados sus dominios respectivos (salvo la
Celesiria, que pasó a Seleuco). Aparentemente el más favorecido por la victoria
fue Lisímaco, que reinaba en Tracia y que ocupó todo el Asia Menor hasta la
cordillera del Tauro. En el curso de estos años los Diádocos asumieron también
el título de reyes, abandonando así la ficción de unidad del imperio.
En 298/7, Casandro murió y
Demetrio Poliorcetes aprovechó la ocasión para hacerse con el trono de
Macedonia (294). Años después (286), los ataques combinados de Pirro, el rey
del Épiro, y Lisímaco expulsaron de Macedonia a Demetrio, que se entregó a
Seleuco (murió cautivo en 283). Lisímaco se hizo con el control de buena parte
de Macedonia y de Grecia, pero su poder provocó la reacción de Seleuco que, con
la colaboración de Tolomeo y Pirro, invadió Asia Menor, derrotó y dio muerte a
Lisímaco en la batalla de Corupedio en Lidia (281). Casi inmediatamente Seleuco
fue asesinado cuando trataba de hacerse con la corona de Macedonia. Antíoco I,
su hijo, sucedió a su padre en el imperio seléucida, mientras en Macedonia la
situación no se estabilizó hasta que, en 276, Antígono Gónatas, el hijo de
Demetrio Poliorcetes, fue proclamado rey. A partir de esta fecha (276) quedaron
constituidos los tres principales poderes helenísticos: los Antigó- nidas en
Macedonia, los Seléucidas en el Oriente y los Lágidas (de Lago, el padre de
Tolo- meo) en Egipto.
Entre la desaparición de los
Diádocos (276) y la irrupción de Roma en el mapa político del Helenismo (200)
el mundo helenístico vivió un período de cierta estabilidad no exento en todo
caso de numerosas guerras y enfrentamientos.
Hasta 204 el Reino lágida gozó de
una época de estabilidad interna y externa basada en la continuidad dinástica,
el fuerte control sobre la población indígena, la buena administración y el
dominio de varias áreas exteriores (Cirenaica, Celesiria, Chipre y algunas
zonas del Egeo), que servían de glacis defensivo
al propio valle del Nilo. La posesión de Celesiria, indispensable para la
seguridad de Egipto, dio lugar a una serie de guerras contra los seléucidas que
conocemos con el nombre de Guerras Sirias. En las tres primeras (274-271, c.
259-253 y 246-241), los Lágidas lograron conservar esta región.
En el imperio seléucida, Seleuco
renunció (c. 305) al Alto Indo, Parapomisos y la Aracosia oriental, que pasaron
a manos del imperio maurya y su rey Chandragupta (Estrab., 15.2.9) y se
independizó también la Media Atropatena. Después de la muerte de Seleuco I,
Antíoco I (281-261) y Antíoco II (261-246) lograron mantener la unidad del
imperio pero a la muerte de este último monarca se abrió un período de crisis.
El imperio fue dividido entre sus hijos Seleuco II (246-226) y Antíoco Hiérace,
lo que provocó una guerra fratricida que sólo acabará en 226-225 con la
desaparición de este último. Al mismo tiempo se separaron Pérgamo, donde Atalo
I se proclamó rey (240/39), Bitinia y el Ponto. En Partía se establecieron los
nómadas parnos (c. 239/8) que tomaron el nombre de partos (Estrab., 11.9.2-3;
Justino, 41.4.7). Estos últimos quedaron, sin embargo, hasta mediados del siglo
II, bajo soberanía seléucida. Hacia 245 se creó también el reino
greco-bactriano, fundado por Diódoto I (Justino.41.4.5), y sometido igualmente
a los seléucidas. Tras el asesinato de Seleuco III (226-223), Antíoco III
(223-187) protagonizó un período de esplendor. Acabó con dos usurpadores, Molón
en Media y Aqueo en Asia Menor, aunque fue derrotado por Tolomeo IV en la
batalla de Rafia (217), durante la Cuarta Guerra Siria (219-216). En 212
emprendió su Anábasis (212- 205), una larga expedición en el Oriente del reino,
que reafirmó la presencia seléucida en las satrapías superiores (Media, Partia,
Bactriana). A su regreso, firmó un pacto con Filipo V de Macedonia (203/2) para
repartirse las posesiones lágidas (Plb., 3.2.8,15.20; Livio, 31.14). Luego
invadió y ocupó toda la Celesiria (Quinta Guerra Siria, 202/1-200). Sin
embargo, la restauración seléucida fue cortada de raíz por Roma, que derrotó a
Antíoco III en Magnesia del Sipilo (189) y limitó el reino al otro lado de la
línea del Tauro (Paz de Apamea de 188). En suma, a pesar de algunas pérdidas
territoriales se puede afirmar que, hasta la muerte de Antíoco III (187), desde
los límites del actual Pakistán hasta la Anatolia central, el imperio seléucida
se mantuvo bastante incólume.
En Macedonia (véase mapa capítulo
40), Antígono II Gónatas (276-239) se libró al principio de su reinado de
varios pretendientes y de la amenaza de Pirro, muerto en272. Después, sometió
la Peonía en el norte del reino y recobró Tesalia, al sur de Macedonia. Luego
extendió la influencia macedonia en Grecia estableciendo distintas guarniciones
(Demetríade, Calcis, Acrocorinto, Atenas, etc.) y favoreciendo la llegada al
poder de varios tiranos promacedonios como Aristodemo en Megalópolis o Aristipo
en Argos. La recuperación macedonia suscitó contra Antígono una coalición
liderada por Tolomeo II de la que formaron parte Atenas, Esparta y las ciudades
cretenses. El conflicto, conocido con el nombre de Guerra de Cremónides
(268/7-261), por el nombre del demagogo ateniense proegipcio, acabó con una
resonante victoria macedonia. Sin embargo, a partir de esta fecha el poder
macedonio en Grecia declinó. En el Peloponeso, Arato de Sición revitalizó la
antigua Confederación'aquea y fue conquistando una tras otra las ciudades
peloponesias partidarias de Macedonia. En 243, Acrocorinto se entregó a los
aqueos. El sucesor de Antígono Gónatas, Demetrio II (239-229) se batió con
escaso éxito contra aqueos y etolios y perdió el Épiro. Murió cuando se hallaba
en camino para enfrentarse a los dardanios, un pueblo ilirio del Norte, que
habían invadido el reino. La asamblea macedonia nombró entonces a Antígono III
Dosón (229- 221), un hermanastro de Antígono Gónatas, regente del joven Filipo,
hijo de Demetrio II, que contaba entonces con ocho años. Posteriormente accedió
al trono adoptando a Filipo. Antígono Dosón expulsó a los dardanios, frenó a
los etolios y firmó una alianza con los aqueos, que se hallaban preocupados por
la expansión del rey Cleómenes III de Esparta, que unía, a sus ambiciones
políticas, medidas de revolución social. Antígono Dosón conquistó Acrocorinto y
las tropas macedonias aplastaron a los espartanos en la batalla de Selasia
(222). Tras la muerte de Antígono III Dosón, Filipo V (221- 179) ascendió al
trono de Macedonia. Como una guerra entre etolios y aqueos (221-220) acabó
desastrosamente para los aqueos y éstos solicitaron la ayuda de Macedonia.
Filipo V organizó entonces la Liga Helénica, una alianza militar dirigida
contra los etolios, que elevó la influencia macedonia en Grecia a los primeros
tiempos de Antígono Gónatas. Pero la guerra contra los etolios (Guerra de los
aliados, 220/19-217) resultó bastante infructuosa. Después, Filipo V rechazó un
ataque de los dardanios y más tarde reanudó la guerra con los etolios (Segunda
Guerra Macedónica, 200-196). Al principio, Filipo V batió a los etolios, pero
éstos solicitaron la ayuda de Roma, que derrotó decisivamente a Macedonia
(batalla de Cinoscéfalas en 197 y la subsiguiente Paz del Tempe en 196).
En el occidente griego, después
de la obra restauradora de Timoleonte (344-337), Siracusa volvió a hundirse en
un período de lucha interna en medio de la cual Agatocles se hizo con la
tiranía. En 311, Agatocles emprendió una guerra contra los cartagineses y, en
309, llegó a desembarcar en Africa con la intención de tomar Cartago. Habiendo
fracasado en Africa, firmó un tratado con los cartagineses por el que conservó
buena parte de Sicilia, regresó a Siracusa y se proclamó rey (306/5), imitando
así a otros comandantes helenísticos. Más tarde, combatió en la Península
Itálica contra brucios y lucanios en ayuda de los griegos de la Magna Grecia.
Sin embargo, su obra fue efímera; a su muerte en 289, los cartagineses
volvieron a ocupar la mayor porción de Sicilia.
En la Magna Grecia, Tarento, la
ciudad griega más importante, recurrió a Pirro en 281 para hacer frente a la
amenaza romana. Pirro se presentó más como conquistador del Oeste al modo de
Alejandro que como aliado y derrotó a los romanos en Heraclea del Siris (280) y
en Ausculum (Apulia, 276). Habiendo alejado brevemente la amenaza romana, pasó
a Sicilia para enfrentarse a los cartagineses. Conquistó la práctica totalidad
de la isla (278-276), pero su gobierno despótico le granjeó la enemistad de los
griegos de la isla. Regresó a Italia y fue vencido por Roma en Benevento en 275
(Plu., Pirro, 22-25). En otoño de
este mismo año volvió al Épiro. Su marcha dejó las manos libres a los romanos
que sometieron toda la Magna Grecia (Tarento cayó en 272).
En Siracusa, Hierón fue elegido
general poco tiempo después de la partida de Pirro y luego se proclamó rey. En
263 Hierón se alió con Roma, alianza que permitió a Siracusa vivir un último
período de paz y prosperidad que habría de perdurar hasta215. En este año,
murieron Hierón y su hijo Gelón y su nieto Hierónimo pactó con Cartago la
entrega de toda Sicilia a Siracusa en el caso de una victoria cartaginesa en la
Segunda Guerra Púnica. Una revuelta acabó con la monarquía y llevó al
establecimiento de una democracia pero no varió la actitud procartaginesa de
Siracusa. En consecuencia, los romanos asediaron Siracusa, que cayó en 211.
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