domingo, 24 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual Capítulo 14 Corinto

El istmo de Corinto fue, a lo largo de toda la historia de Grecia, un punto clave porque unía los territorios de la Grecia central con el Peloponeso; no tenemos más que leer a Tucí- dides cuando asegura que "Corinto, por estar en el istmo, fue siempre plaza comercial, pues antiguamente los griegos... se comunicaban unos con otros más por tierra que por mar, a través del territorio de aquéllos, y eran poderosos por su riqueza" (Th., 1.13.7). Además lo estrecho del mismo (unos seis kilómetros) lo hacía el punto idóneo para cruzar desde el golfo Sarónico al golfo de Corinto sin tener que bordear toda la península del Peloponeso. La ciudad que se estableciera en este punto vital tendría garantizado un futuro esplendoroso. Corinto fue esta ciudad y su importancia a lo largo de diferentes períodos históricos le garantizó los epítetos de Afortunada (olbiá) y Opulenta (aphneia), que le tributó el poeta Píndaro (O., 13.4 y Frag. 122,2 Snell, respectivamente; cf. Th., 1.13.5).
La ciudad de Corinto se organiza en torno a su acrópolis, llamada Acrocorinto, una poderosa roca de casi seiscientos metros de altura, que permitía el control visual de casi todo el territorio corintio y en cuya cima se hallaba un santuario de Afrodita de fama extendida por todo el mundo griego. A sus pies, al norte, se desarrollaba la ciudad baja y, algo más allá, estaba el mar y uno de los dos puertos de Corinto, el Lequeo; el otro, Cencreas, miraba al golfo Sarónico, en el lado opuesto del istmo. El territorio de Corinto había estado ocupado durante época micénica e, incluso, en el mismo se conoce parte de un inmenso muro datable entre los años finales del siglo XIII e inicios del XII que se construyó, tal vez por parte de los palacios de la Argólide (Micenas entre otros) para proteger el Peloponeso de incursiones de gentes del Norte. En todo caso, después del final del mundo micénico, aunque quizá el área donde luego surgiría la ciudad no se despoblase por completo, la densidad de población parece haber sido pequeña. Habrá que esperar al siglo IX, a finales del Protogeométrico, para ver incrementarse poco a poco la población en el área, sobre todo en torno a la fuente Pirene, que proporcionaba agua durante todo el año. Sin embargo, para los momentos más antiguos, y como suele ser frecuente, los testimonios arquitectónicos son bastante escasos y lo que se conoce son, sobre todo, tumbas, aunque tampoco dan un panorama demasiado preciso del asentamiento.
La ruta que conducía al Lequeo parece haber constituido un eje importante de comunicación de la ciudad, en torno al cual pudo agruparse la población y, por supuesto, en torno a la colina de los templos, donde se alzaba el templo de Apolo. El edificio que hoy se conserva corresponde a mediados del siglo VI pero en su lugar había ya un edificio del siglo VII. Hay también restos que corresponden a otros santuarios en esta área central de la ciudad, aunque el momento del auge de algunos monumentos en la zona central de la misma corresponde al período tiránico, sobre el que volveremos más adelante. Las fuentes, Pirene y Glauce, fueron objeto de atención preferente por la utilidad que reportaban a la ciudad. Sin embargo, no hay demasiados indicios sobre el emplazamiento del ágora ni de que fuese objeto de monumentalización antes de un momento bastante tardío. Toda la zona sirvió para emplazar el foro de la ciudad romana el cual, así como el trazado general de la urbe en este momento, han contribuido a hacer apenas reconocible el trazado de la ciudad de época arcaica y clásica.
El territorio de Corinto, que se hallaba limitado al este por la Megáride y al oeste por la Sicionia, dispuso de dos importantes áreas sacras dentro del mismo. Por un lado, en la península de Perácora, en el extremo oriental de la corintia, se hallaba un santuario de Hera junto al mar que era el punto focal de una riquísima área. Todo este distrito parece haber sido objeto de disputa por Corinto y por Mégara durante la primera mitad del siglo VIII, momento en que las dos póleis estaban iniciando la configuración de sus áreas de influencia respectiva. Al final, la zona quedó bajo la soberanía de Corinto y eso se tradujo en un progresivo declive del primer santuario a Hera, bajo la advocación de Aerea, esto es, protectora del promontorio, frente al auge rápido de un nuevo templo que surge a mediados del siglo VIII dedicado a Hera Limenia, es decir, protectora del puerto. El templo de Hera Limenia fue un centro cultual de importancia durante el período arcaico, en relación con las importantes actividades marítimas de la ciudad. Entre las ofrendas más antiguas, tras la asunción por Corinto de su control, hay artículos de importación oriental, que atestiguan los contactos a larga distancia que la ciudad mantenía ya con el Levante mediterráneo en los años finales del siglo VIII. Por tanto, Corinto puede haber llevado a cabo, al tiempo, una unificación de las poblaciones del territorio así como una política de anexión territorial para lograr la posesión de una rica área agrícola y portuaria.
El otro gran santuario extraurbano de los corintios se hallaba cerca de la costa del golfo Sarónico, en la localidad de Istmia, y estaba dedicado a Posidón. Los restos de actividades cultuales en la zona remontan al siglo X o, incluso, algo antes, aunque será a partir del siglo VIII cuando las huellas de sacrificios y festines rituales vayan en aumento. Será a principios del siglo VII cuando se inicie la construcción del primer templo que, con diversas remodelaciones sucesivas, sobreviviría hacia 470, cuando fue destruido por un incendio. Durante el siglo VI se construyó en el recinto sacro un estadio destinado a la celebración de los Juegos ístmicos que, a partir de 582/581, tenían lugar allí cada dos años, circunstancia que contribuyó de forma notable a incrementar el prestigio de la pólis corintia.

Corinto fue gobernada desde el siglo VIII al menos por un clan aristocrático, los Baquíadas, cuyos intereses eran tanto agrícolas como comerciales, siguiendo una pauta bastante extendida entre las aristocracias griegas. Ya de estos momentos data el inicio de los intereses ultramarinos corintios, que además de frecuentar otras rutas marítimas, que llevaban hacia el Oriente, iniciaron la exploración de las aguas y los territorios del mar Jonio. Un excelente marcador de las empresas náuticas de los corintios, pero no sólo de ellos, viene marcado por la extraordinaria difusión de su cerámica. Los alfareros corintios habían desarrollado, ya desde el inicio del Geométrico (principios del siglo IX) una cerámica de alta calidad y motivos decorativos de una gran finura. La estratégica posición de la ciudad del istmo hizo que estos productos fueran adquiridos y comercializados no sólo por los corintios sino por todos aquellos que atravesaban el istmo en sus navegaciones hacia occidente, cada vez más numerosos según iba avanzando el siglo VIII. Es seguro que no era ése el único producto que podían adquirir en la ciudad (habría que mencionar bronces, textiles, perfumes), pero sí es el que ha permanecido en el registro arqueológico a través de los siglos y puede, por ello, ser recuperado y valorado. En este camino que corintios y otros emprenden hacia el Occidente, el santuario de Delfos desempeñará un papel importante; situado a poca distancia de la costa norte del golfo de Corinto, se convirtió en punto obligado de paso y de consulta para todas aquellas naves que iban a internarse en mares poco conocidos y, al tiempo, cuando esas naves regresaban en santuario en el que agradecer al dios Apolo el éxito en el viaje.

En el camino hacia occidente la isla de ítaca tenía un interesante papel como punto de aprovisionamiento y parece seguro que en la misma existió algún punto de control corintio. Será sobre todo durante la segunda mitad del siglo VIII cuando la aristocracia baquíada, quizá presionada por una ciudadanía que reclamaba tierras, organice dos importantes empresas colonizadoras que acabarían con la fundación de Siracusa (hacia 733) y de Corcira (la actual Corfú) hacia el final del siglo. En ambos casos conocemos el nombre de los fundadores (Arquias y Quersícrates) y los dos pertenecían a esta familia gobernante. Las fundaciones de estirpe corintia se sucederán tanto en Sicilia (Acras, Cas- menas y Camarina) como en las costas del Jonio y los accesos al Adriático (Ambracia, Anactorio, Epidamno) e, incluso, aunque sólo en un caso, en la Calcídica (Potidea). Esta política colonial, propiciada en parte por las colonias ya existentes, pero a la que en muchos casos no fue ajena la propia Corinto, prosiguió tras el derrocamiento de los Baquíadas.
Fue hacia 655 cuando los Baquíadas tuvieron que ceder el poder a Cípselo, que se convirtió así en el primer tirano de Corinto y, quizá, de toda Grecia. La madre de Cípselo pertenecía a la familia Baquíada, pero no el padre, lo que quizá predestinaba a Cípselo a no alcanzar la cima del poder en la ciudad, aunque sí tuvo acceso a magistraturas importantes (Hdt., 5.92). El régimen de los Baquíadas se había ido convirtiendo en impopular en buena medida por su carácter cerrado y exclusivista, que impedía el acceso al poder al resto de los ciudadanos de Corinto; del mismo modo, el control que ejercían sobre la expansión ultramarina y los beneficios de la posición de Corinto revertirían de forma abrumadora sobre el restringido grupo Baquíada, y aunque la ciudad parece haber gozado de prosperidad en el momento del golpe de Cípselo, no cabe duda de que los Baquíadas eran mucho más prósperos que los demás.
El golpe parece haber sido violento y los Baquíadas que escaparon parecen haberse dispersado por buena parte del Mediterráneo; sus tierras y sus bienes habrían sido redistribuidos por el nuevo tirano. No se conocen con demasiado detalle las medidas de Cípselo más allá de haber establecido una serie de tasas e impuestos, que su sucesor Periandro habría abolido. Éste era el hijo de Cípselo y habría sucedido a su padre hacia 625; ha pasado a la tradición como un tirano cruel y sanguinario aunque los datos sobre él son contradictorios puesto que llegó a incluírsele dentro de ese grupo de hombres virtuosos que la tradición conoce con el nombre de los Siete Sabios. Como decíamos, abolió buena parte de las tasas que impuso su padre y se conformó con recaudar impuestos sobre el ágora y sobre los puertos. Durante su tiranía, Corinto gozó de una grandísima proyección exterior, garantizada por las continuas y numerosas ofrendas que Periandro dedicaba en múltiples santuarios griegos (Arist., Pol., 1313b 22), entre ellos Delfos y Olimpia. Su labor se caracterizó también por el embellecimiento de Corinto; a su época parece corresponder la monumentalización de la fuente Pirene y quizá la construcción de Glauce, así como la erección de varios santuarios entre ellos el de Deméter y Core en las faldas del Acrocorinto, monumentalizando un espacio sacro ya preexistente. También se preocupó por la seguridad de la ciudad y parece haber construido una muralla que circundaba Corinto, quizá siguiendo en eso a su padre.
Del mismo modo, y con toda seguridad como medio para fomentar la orientación comercial de Corinto así como las facilidades para el mismo, Periandro construyó un puerto artificial en el Lequeo y, tras haber abandonado un proyecto para excavar un canal a través del istmo de Corinto, edificó una calzada de piedra que permitía que los barcos fueran transportados a través del mismo desde el golfo Sarónico hasta el de Corinto, a la que se conoce con el nombre de diolkos. Esta costosa inversión debió de ser bastante rentable si tenemos en cuenta que a las tasas que creó sobre el comercio se le sumarían las tarifas por el tránsito a través de este camino, que facilitaba no ya que las mercancías sino los barcos enteros evitasen la peligrosa navegación costera por el Peloponeso. Con estas infraestructuras, Corinto se convierte, durante la primera parte del siglo VI, en uno de los centros más vanguardistas de toda la Hélade. A ello se unió la política colonizadora que, siguiendo la estela iniciada por los Baquíadas, tendía a incrementar la presencia de los intereses corintios más allá de sus propias fronteras; en efecto, da la impresión de que con Periandro Corinto iniciará una tendencia novedosa dentro del proceso colonial griego y que trataba de que las nuevas fundaciones no se convirtiesen en nuevas ciudades desvinculadas de la metrópoli, sino que siguieran conservando vínculos de dependencia con la misma. Aunque sus funciones siguen siendo aún objeto de debate, lo cierto es que todavía en el último tercio del siglo V la ciudad de Potidea, fundada por Corinto en época de Periandro, seguía recibiendo un magistrado corintio anual llamado epide- miurgo (Th., 1.56.2) lo que muestra un grado de dependencia o, al menos, de relación con la metrópoli desacostumbrado en otras colonias griegas.
Signo también del papel que el mar desempeña en la política de los tiranos serían las innovaciones en las técnicas de construcción naval que se les atribuyen; así, parece bastante seguro que fue bajo Cípselo cuando se inventó un nuevo tipo de barco, el trirreme (Th., 1.13.2) aun cuando todavía las batallas navales seguirían dominadas durante bastante tiempo por el pentecóntero. De cualquier modo, la proyección marítima de la Corinto de Periandro quizá tenga que ver con su nuevo poderío naval y, además de la política colonizadora, facilitada por la existencia de una flota poderosa, Corinto interviene con frecuencia en territorios muy alejados del suyo. Periandro tenía buenas relaciones con las ciudades de Jonia, sobre todo con Mileto, pero quizá también con la rival de ésta, Samos. Eso le abriría al tirano el mercado egipcio y no es casual que su sobrino y futuro sucesor recibiese el nombre egipcio de Psamético.
Éste gobernaría, a la muerte de su tío, tan sólo durante tres años (587-584), tras los cuales fue asesinado. La ciudadanía recuperó el poder, aunque el sistema político adoptado fue una oligarquía moderada de cuyo funcionamiento no conocemos muchos detalles aunque sí sabemos que se mantuvo sin demasiados cambios hasta el siglo IV. Del resto de la historia arcaica de Corinto es poco lo que sabemos; es posible que a mediados del siglo VI se integrase en la alianza con Esparta que conocemos como Liga del Peloponeso; sus intereses navales fueron en aumento como mostraría su participación hacia el año 525 al lado de su nueva aliada, en la fallida campaña ultramarina para deponer al tirano Polícrates de Samos (Hdt., 3.46-56). El período arcaico se cierra para Corinto con la participación de cuatrocientos de sus ciudadanos en la batalla de las Termópilas (Hdt., 7.202) pero sobre todo con su flota, la más grande después de la de Atenas, en Artemisio (Hdt., 8.1), en Salamina (Hdt., 8.43) y en Micale (Hdt., 9.90-105). Por fin, en Platea combatieron 5.000 hoplitas corintios (Hdt., 9.28), que constituyeron el tercer contingente más numeroso (tras espartanos y atenienses). Estos datos presentan a Corinto, al final del arcaísmo, como una gran potencia en Grecia por el número de infantes que podían aportar en la batalla y por la cantidad de naves que podían armar. Ya para esos momentos se había convertido en una ciudad clave en la historia de Grecia, papel que los siglos siguientes no harían sino confirmar.

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