El istmo de Corinto fue, a lo
largo de toda la historia de Grecia, un punto clave porque unía los territorios
de la Grecia central con el Peloponeso; no tenemos más que leer a Tucí- dides
cuando asegura que "Corinto, por estar en el istmo, fue siempre plaza
comercial, pues antiguamente los griegos... se comunicaban unos con otros más
por tierra que por mar, a través del territorio de aquéllos, y eran poderosos
por su riqueza" (Th., 1.13.7). Además lo estrecho del mismo (unos seis
kilómetros) lo hacía el punto idóneo para cruzar desde el golfo Sarónico al
golfo de Corinto sin tener que bordear toda la península del Peloponeso. La
ciudad que se estableciera en este punto vital tendría garantizado un futuro
esplendoroso. Corinto fue esta ciudad y su importancia a lo largo de diferentes
períodos históricos le garantizó los epítetos de Afortunada (olbiá) y Opulenta (aphneia), que le tributó el poeta Píndaro (O., 13.4 y Frag. 122,2 Snell, respectivamente; cf. Th., 1.13.5).
La ciudad de Corinto se organiza
en torno a su acrópolis, llamada Acrocorinto, una poderosa roca de casi
seiscientos metros de altura, que permitía el control visual de casi todo el
territorio corintio y en cuya cima se hallaba un santuario de Afrodita de fama
extendida por todo el mundo griego. A sus pies, al norte, se desarrollaba la
ciudad baja y, algo más allá, estaba el mar y uno de los dos puertos de
Corinto, el Lequeo; el otro, Cencreas, miraba al golfo Sarónico, en el lado
opuesto del istmo. El territorio de Corinto había estado ocupado durante época
micénica e, incluso, en el mismo se conoce parte de un inmenso muro datable
entre los años finales del siglo XIII e inicios del XII que se construyó, tal
vez por parte de los palacios de la Argólide (Micenas entre otros) para
proteger el Peloponeso de incursiones de gentes del Norte. En todo caso,
después del final del mundo micénico, aunque quizá el área donde luego surgiría
la ciudad no se despoblase por completo, la densidad de población parece haber
sido pequeña. Habrá que esperar al siglo IX,
a finales del Protogeométrico, para ver incrementarse poco a poco la población
en el área, sobre todo en torno a la fuente Pirene, que proporcionaba agua
durante todo el año. Sin embargo, para los momentos más antiguos, y como suele
ser frecuente, los testimonios arquitectónicos son bastante escasos y lo que se
conoce son, sobre todo, tumbas, aunque tampoco dan un panorama demasiado
preciso del asentamiento.
La ruta que conducía al Lequeo
parece haber constituido un eje importante de comunicación de la ciudad, en
torno al cual pudo agruparse la población y, por supuesto, en torno a la colina
de los templos, donde se alzaba el templo de Apolo. El edificio que hoy se
conserva corresponde a mediados del siglo VI pero en su lugar había ya un
edificio del siglo VII. Hay también restos que corresponden a otros santuarios
en esta área central de la ciudad, aunque el momento del auge de algunos
monumentos en la zona central de la misma corresponde al período tiránico,
sobre el que volveremos más adelante. Las fuentes, Pirene y Glauce, fueron
objeto de atención preferente por la utilidad que reportaban a la ciudad. Sin
embargo, no hay demasiados indicios sobre el emplazamiento del ágora ni de que
fuese objeto de monumentalización antes de un momento bastante tardío. Toda la
zona sirvió para emplazar el foro de la ciudad romana el cual, así como el
trazado general de la urbe en este momento, han contribuido a hacer apenas reconocible
el trazado de la ciudad de época arcaica y clásica.
El territorio de Corinto, que se
hallaba limitado al este por la Megáride y al oeste por la Sicionia, dispuso de
dos importantes áreas sacras dentro del mismo. Por un lado, en la península de
Perácora, en el extremo oriental de la corintia, se hallaba un santuario de
Hera junto al mar que era el punto focal de una riquísima área. Todo este
distrito parece haber sido objeto de disputa por Corinto y por Mégara durante
la primera mitad del siglo VIII, momento en que las dos póleis estaban iniciando la configuración de sus áreas de
influencia respectiva. Al final, la zona quedó bajo la soberanía de Corinto y
eso se tradujo en un progresivo declive del primer santuario a Hera, bajo la
advocación de Aerea, esto es, protectora del promontorio, frente al auge rápido
de un nuevo templo que surge a mediados del siglo VIII dedicado a Hera Limenia,
es decir, protectora del puerto. El templo de Hera Limenia fue un centro
cultual de importancia durante el período arcaico, en relación con las
importantes actividades marítimas de la ciudad. Entre las ofrendas más
antiguas, tras la asunción por Corinto de su control, hay artículos de
importación oriental, que atestiguan los contactos a larga distancia que la
ciudad mantenía ya con el Levante mediterráneo en los años finales del siglo
VIII. Por tanto, Corinto puede haber llevado a cabo, al tiempo, una unificación
de las poblaciones del territorio así como una política de anexión territorial
para lograr la posesión de una rica área agrícola y portuaria.
El otro gran santuario
extraurbano de los corintios se hallaba cerca de la costa del golfo Sarónico,
en la localidad de Istmia, y estaba dedicado a Posidón. Los restos de
actividades cultuales en la zona remontan al siglo X o, incluso, algo antes,
aunque será a partir del siglo VIII cuando las huellas de sacrificios y
festines rituales vayan en aumento. Será a principios del siglo VII cuando se
inicie la construcción del primer templo que, con diversas remodelaciones sucesivas,
sobreviviría hacia 470, cuando fue destruido por un incendio. Durante el siglo
VI se construyó en el recinto sacro un estadio destinado a la celebración de
los Juegos ístmicos que, a partir de 582/581, tenían lugar allí cada dos años,
circunstancia que contribuyó de forma notable a incrementar el prestigio de la pólis corintia.
Corinto fue gobernada desde el
siglo VIII al menos por un clan aristocrático, los Baquíadas, cuyos intereses
eran tanto agrícolas como comerciales, siguiendo una pauta bastante extendida
entre las aristocracias griegas. Ya de estos momentos data el inicio de los
intereses ultramarinos corintios, que además de frecuentar otras rutas
marítimas, que llevaban hacia el Oriente, iniciaron la exploración de las aguas
y los territorios del mar Jonio. Un excelente marcador de las empresas náuticas
de los corintios, pero no sólo de ellos, viene marcado por la extraordinaria
difusión de su cerámica. Los alfareros corintios habían desarrollado, ya desde
el inicio del Geométrico (principios del siglo IX) una cerámica de alta calidad y motivos decorativos de una gran
finura. La estratégica posición de la ciudad del istmo hizo que estos productos
fueran adquiridos y comercializados no sólo por los corintios sino por todos
aquellos que atravesaban el istmo en sus navegaciones hacia occidente, cada vez
más numerosos según iba avanzando el siglo VIII. Es seguro que no era ése el
único producto que podían adquirir en la ciudad (habría que mencionar bronces,
textiles, perfumes), pero sí es el que ha permanecido en el registro
arqueológico a través de los siglos y puede, por ello, ser recuperado y
valorado. En este camino que corintios y otros emprenden hacia el Occidente, el
santuario de Delfos desempeñará un papel importante; situado a poca distancia de
la costa norte del golfo de Corinto, se convirtió en punto obligado de paso y
de consulta para todas aquellas naves que iban a internarse en mares poco
conocidos y, al tiempo, cuando esas naves regresaban en santuario en el que
agradecer al dios Apolo el éxito en el viaje.
En el camino hacia occidente la
isla de ítaca tenía un interesante papel como punto de aprovisionamiento y
parece seguro que en la misma existió algún punto de control corintio. Será
sobre todo durante la segunda mitad del siglo VIII cuando la aristocracia
baquíada, quizá presionada por una ciudadanía que reclamaba tierras, organice
dos importantes empresas colonizadoras que acabarían con la fundación de
Siracusa (hacia 733) y de Corcira (la actual Corfú) hacia el final del siglo. En
ambos casos conocemos el nombre de los fundadores (Arquias y Quersícrates) y
los dos pertenecían a esta familia gobernante. Las fundaciones de estirpe
corintia se sucederán tanto en Sicilia (Acras, Cas- menas y Camarina) como en
las costas del Jonio y los accesos al Adriático (Ambracia, Anactorio, Epidamno)
e, incluso, aunque sólo en un caso, en la Calcídica (Potidea). Esta política
colonial, propiciada en parte por las colonias ya existentes, pero a la que en
muchos casos no fue ajena la propia Corinto, prosiguió tras el derrocamiento de
los Baquíadas.
Fue hacia 655 cuando los
Baquíadas tuvieron que ceder el poder a Cípselo, que se convirtió así en el
primer tirano de Corinto y, quizá, de toda Grecia. La madre de Cípselo
pertenecía a la familia Baquíada, pero no el padre, lo que quizá predestinaba a
Cípselo a no alcanzar la cima del poder en la ciudad, aunque sí tuvo acceso a
magistraturas importantes (Hdt., 5.92). El régimen de los Baquíadas se había
ido convirtiendo en impopular en buena medida por su carácter cerrado y
exclusivista, que impedía el acceso al poder al resto de los ciudadanos de
Corinto; del mismo modo, el control que ejercían sobre la expansión ultramarina
y los beneficios de la posición de Corinto revertirían de forma abrumadora
sobre el restringido grupo Baquíada, y aunque la ciudad parece haber gozado de
prosperidad en el momento del golpe de Cípselo, no cabe duda de que los
Baquíadas eran mucho más prósperos que los demás.
El golpe parece haber sido
violento y los Baquíadas que escaparon parecen haberse dispersado por buena
parte del Mediterráneo; sus tierras y sus bienes habrían sido redistribuidos
por el nuevo tirano. No se conocen con demasiado detalle las medidas de Cípselo
más allá de haber establecido una serie de tasas e impuestos, que su sucesor
Periandro habría abolido. Éste era el hijo de Cípselo y habría sucedido a su
padre hacia 625; ha pasado a la tradición como un tirano cruel y sanguinario
aunque los datos sobre él son contradictorios puesto que llegó a incluírsele
dentro de ese grupo de hombres virtuosos que la tradición conoce con el nombre
de los Siete Sabios. Como decíamos, abolió buena parte de las tasas que impuso
su padre y se conformó con recaudar impuestos sobre el ágora y sobre los
puertos. Durante su tiranía, Corinto gozó de una grandísima proyección
exterior, garantizada por las continuas y numerosas ofrendas que Periandro
dedicaba en múltiples santuarios griegos (Arist., Pol., 1313b 22), entre ellos Delfos y Olimpia. Su labor se
caracterizó también por el embellecimiento de Corinto; a su época parece
corresponder la monumentalización de la fuente Pirene y quizá la construcción
de Glauce, así como la erección de varios santuarios entre ellos el de Deméter
y Core en las faldas del Acrocorinto, monumentalizando un espacio sacro ya
preexistente. También se preocupó por la seguridad de la ciudad y parece haber
construido una muralla que circundaba Corinto, quizá siguiendo en eso a su
padre.
Del mismo modo, y con toda
seguridad como medio para fomentar la orientación comercial de Corinto así como
las facilidades para el mismo, Periandro construyó un puerto artificial en el
Lequeo y, tras haber abandonado un proyecto para excavar un canal a través del
istmo de Corinto, edificó una calzada de piedra que permitía que los barcos
fueran transportados a través del mismo desde el golfo Sarónico hasta el de
Corinto, a la que se conoce con el nombre de diolkos. Esta costosa inversión debió de ser bastante rentable si
tenemos en cuenta que a las tasas que creó sobre el comercio se le sumarían las
tarifas por el tránsito a través de este camino, que facilitaba no ya que las
mercancías sino los barcos enteros evitasen la peligrosa navegación costera por
el Peloponeso. Con estas infraestructuras, Corinto se convierte, durante la
primera parte del siglo VI, en uno de los centros más vanguardistas de toda la
Hélade. A ello se unió la política colonizadora que, siguiendo la estela
iniciada por los Baquíadas, tendía a incrementar la presencia de los intereses
corintios más allá de sus propias fronteras; en efecto, da la impresión de que
con Periandro Corinto iniciará una tendencia novedosa dentro del proceso
colonial griego y que trataba de que las nuevas fundaciones no se convirtiesen
en nuevas ciudades desvinculadas de la metrópoli, sino que siguieran
conservando vínculos de dependencia con la misma. Aunque sus funciones siguen
siendo aún objeto de debate, lo cierto es que todavía en el último tercio del
siglo V la ciudad de Potidea, fundada por Corinto en época de Periandro, seguía
recibiendo un magistrado corintio anual llamado epide- miurgo (Th., 1.56.2) lo
que muestra un grado de dependencia o, al menos, de relación con la metrópoli
desacostumbrado en otras colonias griegas.
Signo también del papel que el
mar desempeña en la política de los tiranos serían las innovaciones en las
técnicas de construcción naval que se les atribuyen; así, parece bastante
seguro que fue bajo Cípselo cuando se inventó un nuevo tipo de barco, el
trirreme (Th., 1.13.2) aun cuando todavía las batallas navales seguirían
dominadas durante bastante tiempo por el pentecóntero. De cualquier modo, la
proyección marítima de la Corinto de Periandro quizá tenga que ver con su nuevo
poderío naval y, además de la política colonizadora, facilitada por la
existencia de una flota poderosa, Corinto interviene con frecuencia en
territorios muy alejados del suyo. Periandro tenía buenas relaciones con las
ciudades de Jonia, sobre todo con Mileto, pero quizá también con la rival de
ésta, Samos. Eso le abriría al tirano el mercado egipcio y no es casual que su
sobrino y futuro sucesor recibiese el nombre egipcio de Psamético.
Éste gobernaría, a la muerte de
su tío, tan sólo durante tres años (587-584), tras los cuales fue asesinado. La
ciudadanía recuperó el poder, aunque el sistema político adoptado fue una
oligarquía moderada de cuyo funcionamiento no conocemos muchos detalles aunque
sí sabemos que se mantuvo sin demasiados cambios hasta el siglo IV. Del resto de la historia arcaica de
Corinto es poco lo que sabemos; es posible que a mediados del siglo VI se
integrase en la alianza con Esparta que conocemos como Liga del Peloponeso; sus
intereses navales fueron en aumento como mostraría su participación hacia el
año 525 al lado de su nueva aliada, en la fallida campaña ultramarina para
deponer al tirano Polícrates de Samos (Hdt., 3.46-56). El período arcaico se
cierra para Corinto con la participación de cuatrocientos de sus ciudadanos en
la batalla de las Termópilas (Hdt., 7.202) pero sobre todo con su flota, la más
grande después de la de Atenas, en Artemisio (Hdt., 8.1), en Salamina (Hdt.,
8.43) y en Micale (Hdt., 9.90-105). Por fin, en Platea combatieron 5.000
hoplitas corintios (Hdt., 9.28), que constituyeron el tercer contingente más
numeroso (tras espartanos y atenienses). Estos datos presentan a Corinto, al
final del arcaísmo, como una gran potencia en Grecia por el número de infantes
que podían aportar en la batalla y por la cantidad de naves que podían armar.
Ya para esos momentos se había convertido en una ciudad clave en la historia de
Grecia, papel que los siglos siguientes no harían sino confirmar.
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