domingo, 24 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual Capítulo 13 Atenas en época arcaica

La ciudad de Atenas se encuentra situada a unos pocos kilómetros de la costa occidental de la península del Ática, junto al río Iliso y próxima a su confluencia con el Cefi- so, agrupada en torno a una pequeña elevación del terreno, la acrópolis, y controlando una fertílisima llanura enmarcada por una serie de elevaciones montañosas, de este a oeste, el Himeto, el Pentélico, el Parnes y el Egáleo. Este círculo montañoso aislaba en cierto modo a la ciudad del resto del territorio ático que se volcaba, bien hacia el Golfo Sarónico (Eleusis), bien hacia las aguas del Egeo (de Ramnunte y Maratón hasta Sunio). Durante la época micénica el Ática estuvo ocupada como muestran los diferentes hallazgos realizados en diversas partes del territorio, siendo el lugar principal la acrópolis de Atenas, donde parece haber existido un palacio, conservándose aún algunos restos de fortificación ciclópea de esa época así como un pozo excavado en la roca para alcanzar las capas freáticas y surtir de agua a la misma en caso de peligro. Sin embargo, las grandes obras desarrolladas en ella durante la época arcaica y, sobre todo, durante la clásica, han hecho desaparecer la mayoría de esos restos.
El período que siguió al final del mundo micénico afectó también al Ática, aunque no parece haber habido, como sí ocurrió en otras zonas, discontinuidad en el poblamiento de Atenas, si bien el panorama en el resto del territorio es más problemático. La población de época submicénica parece haber seguido concentrada a los pies de la acrópolis, sobre todo en sus laderas meridional y oriental, como sugiere también un texto de Tucí- dides (2.15), mientras que sus cementerios seguían estando en una gran área ubicada al noroeste de la acrópolis donde, con el tiempo, surgiría el ágora de época tardoarcaica y clásica, aunque también se amplió el área funeraria para abarcar un territorio situado más al occidente, en lo que luego sería el Cerámico. En cualquier caso, la acrópolis siguió siendo el principal espacio que articulaba el poblamiento de Atenas.
Es muy poco lo que conocemos de las áreas de habitación de la ciudad de Atenas hasta una época bastante posterior, en parte debido a lo ininterrumpido de la ocupación humana en esas zonas, aunque las fuentes literarias nos hablan de la existencia de un ágora, así como de una serie de lugares de culto y santuarios y de la sede de las magistraturas (el Pri- taneo). No obstante, de ninguno de esos lugares tenemos constancia material. A pesar de ello, sí podemos hacernos una idea de la sociedad ateniense arcaica a través sobre todo de las tumbas, que en gran cantidad se han hallado tanto en el Cerámico como en el área de la posterior ágora. Muchas de esas tumbas eran bastante ricas, con diversas joyas de oro y artículos importados desde las costas sirio-palestinas así como unos vasos cerámicos de calidad sobresaliente, lo que muestra que, ya al menos para el siglo IX, existía un grupo social al que podemos considerar aristocrático; esto viene ratificado, además, por el hallazgo de armas en algunas de esas tumbas. Del mismo modo, el incremento del número de tumbas indica que se está produciendo un paulatino aumento de población. Caben pocas dudas de que un factor importante en el surgimiento de estos fenómenos hay que buscarlo en los beneficios obtenidos del cultivo de la rica tierra de la llanura ática.
A partir del siglo VIII, en el cementerio del Cerámico empiezan a aparecer, como señalizadores de tumbas, una serie de vasos cerámicos, ánforas y cráteras, de extraordinaria calidad, que presentan las primeras representaciones figuradas del arte ático, en su mayor parte aludiendo a los ritos debidos al difunto, bien a la exposición (prothesis), bien al traslado (ekphora) hacia la tumba así como escenas de duelo, combate, procesiones de carros u otro tipo. El siglo VIII parece haber sido un momento de esplendor en Atenas, pero también en el resto del Ática. Durante este siglo parece proseguir un proceso iniciado ya durante el siglo anterior de repoblación y reocupación del Ática desde la ciudad de Atenas; ésta no enviará expediciones coloniales en estos momentos, a diferencia de lo que harán muchos de sus vecinos, pero sí parece haber fomentado un proceso de ocupación o reocupación de territorios poco densamente poblados con anterioridad, en parte tal vez porque gentes áticas parecen haber participado, junto con otros griegos, en los procesos migratorios que permitieron la ocupación de la costa jonia.
Otro rasgo interesante del desarrollo histórico ateniense en estos años es que todo el territorio del Ática parece haberse integrado en la naciente pólis ateniense, manteniendo no sólo la unidad sino una igualdad de derechos y obligaciones. Las tradiciones atenienses aludían a momentos en los que habían existido entidades políticas independientes, pero todas ellas aludían a épocas antiquísimas para su proceso de integración política o sinecismo, que solían remontarse al mítico rey Teseo, que habría sido responsable de la creación de una pólis unificada en lo político, aunque con una gran cantidad de unidades de habitación dispersas por el territorio (Th., 2.15; Plu., Thes., 24-25). Aunque toda el Ática estaba jalonada de santuarios, algunos de ellos de gran importancia, como el de Deméter en Eleusis o el de Ártemis en Braurón, el centro cultual de Atenas se situaba en el santuario de Atenea Polias, la divinidad epónima, ubicado en la acrópolis al menos ya desde la época geométrica. Como ya hemos visto a propósito de los restos de época micénica apenas conocemos nada de este santuario antes de la gran labor de embellecimiento de este espacio que tuvo lugar durante la segunda mitad del siglo VI. Sabemos, sin embargo, que ya había un lugar de culto dedicado a Atenea en la acrópolis hacia el último tercio del siglo VII (Hdt., 5.71; Th., 1.126).

Atenas fue una pólis en la que los aristócratas, responsables en último término de la configuración de la misma, exhibieron un gran poder, como ya vimos, durante los siglos IX y VIII; sus formas de vida debieron de ser bastante refinadas, a juzgar por las ricas tumbas a las que ya hemos aludido. Ellos se repartían el poder y ejercían los cargos de acuerdo con criterios como la riqueza y el buen nacimiento (Aris., Ath. 3). Poco a poco estas magistraturas fueron pasando de ser vitalicias a ser decenales para, al final, convertirse en anuales, tal vez como medio de dar más participación a los miembros de las familias dirigentes, que configuraron el grupo privilegiado de los Eupátridas. La situación de Atenas durante el siglo VII es poco conocida, tanto desde el punto de vista histórico como desde el arqueológico. Lo poco que sabemos es que Atenas se había convertido en un productor importante de aceite de oliva, que era exportado a buena parte del Mediterráneo y, a su vez, en un gran receptor de cerámicas corintias, que en ese momento eran las más difundidas. Da también la impresión de que las familias aristocráticas pasaban buena parte del tiempo en sus propiedades rurales, donde disponían de los servicios de sus esclavos pero, también, de campesinos libres que, poco a poco, se habían ido endeudando y debían aportar una parte sustancial de sus ingresos, además de su fuerza de trabajo, en beneficio de sus acreedores aristócratas. Estos individuos son llamados hectémoros en nuestras fuentes (Arist., Ath., 2; Plu., Sol., 13); la vida política en la ciudad no debe de haber sido demasiado intensa y quizá fruto de ello sea la escasa consistencia de los restos materiales de esas épocas que han llegado hasta nosotros.


Según nos vamos aproximando al final del siglo VII esta vida política empieza a entrar en un nuevo momento; hacia 632 un miembro relevante de la aristocracia ática, Cilón, que se hallaba emparentado con el tirano Teágenes de la vecina Mégara, da un golpe de Estado, apoderándose de la acrópolis y haciéndose fuerte en ella. Aunque es enseguida desalojado, muchos de sus partidarios encuentran la muerte y este episodio da un giro importante al desarrollo político de la ciudad. No es casual que cerca de diez años después de este intento se le encomiende a Dracón la promulgación de una legislación escrita que debía de regular multitud de aspectos de las relaciones entre la aristocracia dirigente y el resto de la población, aunque la única parte de su legislación que sobrevivió se dedicaba a legislar sobre el homicidio. No cabe duda de que Dracón consolidó aún más el régimen aristocrático introduciendo muchos más supuestos que ataban a los deudores a sus acreedores y consagrando, con mucha probabilidad, la conversión en esclavos de quienes no podían hacer frente al pago de sus deudas.

Los efectos que la sangrienta represión de la revuelta de Cilón y la legislación de Dracón tuvieron en las relaciones de Atenas con sus vecinos megáreos no son fáciles de percibir pero parece que éstos utilizaron la primera como pretexto y aprovecharon la segunda como muestra de debilidad ateniense. De tal modo, parece que tanto Eleusis como la isla de Salamina entraron en disputa entre las dos póleis vecinas, sin que Atenas pudiese hacer frente de modo adecuado a la agresiva política megárea. Los problemas de reclutamiento de tropas de infantería pesada para hacer frente a las pretensiones de Mégara eran un síntoma de la debilidad del cuerpo político ateniense, atenazado por su situación de dependencia endémica de los ricos aristócratas que, a su vez, eran incapaces de proteger la frontera occidental del Ática frente al pujante ejército de Mégara. Éste y otros motivos están detrás del inicio de la actividad política de Solón de Atenas.
Solón, de familia distinguida, pero fuera de los círculos de poder de Atenas, había expresado, mediante poemas de los que él mismo era autor, su descontento y el de muchos otros por la situación a la que estaba llegando Atenas, y cuya prueba más evidente había sido la pérdida de Salamina y, tal vez, de la propia Eleusis. Sus poemas propugnaban un golpe de timón que devolviese la dignidad a los desposeídos, sin que ello implicara tampoco una revolución que acabase con todos los privilegios de los poderosos. El fracaso de la gestión de los aristócratas y la presión de grupos comprometidos con un nuevo orden convergieron para convertir a Solón en arconte, nombre que se aplicaba a la máxima magistratura ateniense, en el año 594. Desde su nuevo cargo Solón puso en marcha un ambicioso plan de reformas, destacando entre ellas, en primer término, la abolición de las deudas y la prohibición en lo sucesivo de tomar préstamos con garantías personales. Por otro lado, modificó la composición de las magistraturas, convirtiéndolas en colegiadas y dando entrada en un viejo consejo nobiliario, el Areópago, a quienes las hubiesen desempeñado. Además, modificó los criterios de acceso a los cargos políticos introduciendo un principio como el económico por encima del nacimiento, lo que podría dar cabida a gentes que, como él mismo, gozaban de una buena posición social y económica pero no pertenecían al círculo de los Eupátridas. A tal efecto, dividió a la población en cuatro grupos atendiendo a sus rentas anuales, a saber, pentacosiomedimnos, caballeros o hippeis, zeugitas y thetes. Los cargos se repartirían, de mayor a menor, entre esos grupos, si bien a los thetes sólo les correspondería formar parte de la asamblea (ekklesiá) y de los tribunales de justicia (heliaiá). Por fin, abolió la legislación de Dracón, con excepción de lo relativo a los homicidios, y elaboró una nueva que recogía un gran abanico de disposiciones sobre casi cualquier aspecto de la vida política y económica. Es también en época de Solón cuando la zona al noroeste de la acrópolis parece empezar a adquirir un nuevo papel dentro del urbanismo ateniense, puesto que allí empiezan a trasladarse algunos de los nuevos espacios de poder, incluyendo la nueva ágora de la que se dotará Atenas.
La labor de Solón, que no parece haber satisfecho en su totalidad a casi ningún grupo, fue no obstante respetada durante bastante tiempo, abriendo el paso a la participación política de grupos que con anterioridad habían estado excluidos de la misma. Su labor permitió, asimismo, que un nuevo sentido de identidad política se desarrollara en todo el territorio ático, cuyos habitantes, por primera vez, se sentían partícipes de la marcha de la pólis. Parece haber sido este nuevo sentimiento el que empujó a gentes que no vivían en la llanura a reclamar su parte de poder en el Estado, lo que desencadenó un nuevo período de conflictos. Pisístrato, aprovechando los descontentos existentes, acabará por dar un golpe de Estado haciéndose con la tiranía hacia 561; tras dos expulsiones y ulteriores reocupaciones del poder, se mantendrá en el cargo hasta 527, año de su muerte. Le sucederán sus hijos, que acabarán siendo expulsados por los espartanos hacia 510. A los tiranos corresponde el primer proyecto urbano conjunto que experimentará Atenas; la zona de la nueva ágora será objeto de atención preferente para convertirla en el nuevo centro político de la ciudad. A través de ella pasaba la vía de las Panateneas, fiesta que, o bien introdujo Pisístrato, o bien revitalizó, y uno de cuyos actos principales era una procesión desde la entrada a la ciudad por el Cerámico hasta la acrópolis. En el ágora surgirán algunos edificios administrativos, un altar dedicado a los doce dioses y una fuente pública, con todas sus canalizaciones, que garantizaba el suministro de agua corriente a la ciudad. Por su parte, la acrópolis fue también objeto de atención y conocemos los restos escultóricos de un gran templo dedicado a Atenea así como otra serie de edificios menores decorados, asimismo, con riquísimos relieves escultóricos. También se preocuparon por dotar a la acrópolis de una entrada monumental y, en la ciudad baja, iniciaron la construcción de un gigantesco templo dedicado a Zeus Olímpico.
El final de la tiranía supuso un nuevo período de conflictos políticos que, a la postre, propiciaron el ascenso de Clístenes, miembro de una prestigiosa familia ateniense, los Alcmeónidas. Este personaje introdujo un nuevo orden político en el que, al fin, se lograba la plena integración de todos los territorios del Ática, así como de nuevos individuos en la ciudadanía. Con Clístenes se quiebra de forma definitiva el viejo orden aristocrático, puesto que la participación política de los ciudadanos vendrá garantizada por la residencia en cualquier parte del Ática; los ciudadanos, agrupados en sus pueblos o en sus barrios (demos), serán distribuidos en treinta estructuras intermedias (tritties), a razón de diez urbanas, diez del interior y diez de la costa. Por fin, creará diez tribus agrupando en cada una, por sorteo, una trittys de la ciudad, otra de la costa y otra del interior con el objetivo de que toda la población del Ática quedase representada en el nuevo sistema; potenciará la ekklesia y creará un nuevo órgano intermedio, la Boulé de los Quinientos, con cincuenta miembros de cada tribu, encargados de preparar y debatir con anterioridad los asuntos que se van a discutir en la asamblea. Del mismo modo, el ejército se reclu- tará sobre esta nueva base tribal, eligiéndose a diez generales, uno de cada tribu. Para evitar el regreso de la tiranía habría instituido el ostracismo, procedimiento mediante el cual los ciudadanos decidían el exilio, sin ningún otro castigo accesorio, de aquellos individuos sospechosos de connivencia con los tiranos; en el futuro el mecanismo se emplearía para librarse de sujetos considerados peligrosos para el pueblo.
El final del siglo VI es un momento de gran efervescencia constructiva en Atenas; se edifica un nuevo templo a Atenea en la acrópolis y su explanada empieza a llenarse de ofrendas de todo tipo, mientras que el ágora recibe nuevos monumentos: un bouleuterio, un altar dedicado a los dioses tutelares de las nuevas tribus y la estoa real, la sede del arconte basileus, que entendía de asuntos religiosos y leyes, entre otros. La mayoría de estos y otros monumentos serían arrasados hasta los cimientos como consecuencia de la invasión persa de 480.

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