La ciudad de Atenas se encuentra
situada a unos pocos kilómetros de la costa occidental de la península del
Ática, junto al río Iliso y próxima a su confluencia con el Cefi- so, agrupada
en torno a una pequeña elevación del terreno, la acrópolis, y controlando una
fertílisima llanura enmarcada por una serie de elevaciones montañosas, de este
a oeste, el Himeto, el Pentélico, el Parnes y el Egáleo. Este círculo montañoso
aislaba en cierto modo a la ciudad del resto del territorio ático que se
volcaba, bien hacia el Golfo Sarónico (Eleusis), bien hacia las aguas del Egeo
(de Ramnunte y Maratón hasta Sunio). Durante la época micénica el Ática estuvo
ocupada como muestran los diferentes hallazgos realizados en diversas partes
del territorio, siendo el lugar principal la acrópolis de Atenas, donde parece
haber existido un palacio, conservándose aún algunos restos de fortificación
ciclópea de esa época así como un pozo excavado en la roca para alcanzar las
capas freáticas y surtir de agua a la misma en caso de peligro. Sin embargo,
las grandes obras desarrolladas en ella durante la época arcaica y, sobre todo,
durante la clásica, han hecho desaparecer la mayoría de esos restos.
El período que siguió al final
del mundo micénico afectó también al Ática, aunque no parece haber habido, como
sí ocurrió en otras zonas, discontinuidad en el poblamiento de Atenas, si bien
el panorama en el resto del territorio es más problemático. La población de
época submicénica parece haber seguido concentrada a los pies de la acrópolis,
sobre todo en sus laderas meridional y oriental, como sugiere también un texto
de Tucí- dides (2.15), mientras que sus cementerios seguían estando en una gran
área ubicada al noroeste de la acrópolis donde, con el tiempo, surgiría el
ágora de época tardoarcaica y clásica, aunque también se amplió el área
funeraria para abarcar un territorio situado más al occidente, en lo que luego
sería el Cerámico. En cualquier caso, la acrópolis siguió siendo el principal
espacio que articulaba el poblamiento de Atenas.
Es muy poco lo que conocemos de
las áreas de habitación de la ciudad de Atenas hasta una época bastante
posterior, en parte debido a lo ininterrumpido de la ocupación humana en esas
zonas, aunque las fuentes literarias nos hablan de la existencia de un ágora,
así como de una serie de lugares de culto y santuarios y de la sede de las
magistraturas (el Pri- taneo). No obstante, de ninguno de esos lugares tenemos
constancia material. A pesar de ello, sí podemos hacernos una idea de la
sociedad ateniense arcaica a través sobre todo de las tumbas, que en gran
cantidad se han hallado tanto en el Cerámico como en el área de la posterior
ágora. Muchas de esas tumbas eran bastante ricas, con diversas joyas de oro y
artículos importados desde las costas sirio-palestinas así como unos vasos
cerámicos de calidad sobresaliente, lo que muestra que, ya al menos para el
siglo IX, existía un grupo social al que podemos considerar aristocrático; esto
viene ratificado, además, por el hallazgo de armas en algunas de esas tumbas.
Del mismo modo, el incremento del número de tumbas indica que se está
produciendo un paulatino aumento de población. Caben pocas dudas de que un
factor importante en el surgimiento de estos fenómenos hay que buscarlo en los
beneficios obtenidos del cultivo de la rica tierra de la llanura ática.
A partir del siglo VIII, en el
cementerio del Cerámico empiezan a aparecer, como señalizadores de tumbas, una
serie de vasos cerámicos, ánforas y cráteras, de extraordinaria calidad, que
presentan las primeras representaciones figuradas del arte ático, en su mayor
parte aludiendo a los ritos debidos al difunto, bien a la exposición (prothesis), bien al traslado (ekphora) hacia la tumba así como escenas
de duelo, combate, procesiones de carros u otro tipo. El siglo VIII parece
haber sido un momento de esplendor en Atenas, pero también en el resto del
Ática. Durante este siglo parece proseguir un proceso iniciado ya durante el
siglo anterior de repoblación y reocupación del Ática desde la ciudad de
Atenas; ésta no enviará expediciones coloniales en estos momentos, a diferencia
de lo que harán muchos de sus vecinos, pero sí parece haber fomentado un
proceso de ocupación o reocupación de territorios poco densamente poblados con
anterioridad, en parte tal vez porque gentes áticas parecen haber participado,
junto con otros griegos, en los procesos migratorios que permitieron la
ocupación de la costa jonia.
Otro rasgo interesante del
desarrollo histórico ateniense en estos años es que todo el territorio del
Ática parece haberse integrado en la naciente pólis ateniense, manteniendo no sólo la unidad sino una igualdad de
derechos y obligaciones. Las tradiciones atenienses aludían a momentos en los
que habían existido entidades políticas independientes, pero todas ellas
aludían a épocas antiquísimas para su proceso de integración política o
sinecismo, que solían remontarse al mítico rey Teseo, que habría sido
responsable de la creación de una pólis unificada
en lo político, aunque con una gran cantidad de unidades de habitación
dispersas por el territorio (Th., 2.15; Plu., Thes., 24-25). Aunque toda el Ática estaba jalonada de santuarios,
algunos de ellos de gran importancia, como el de Deméter en Eleusis o el de
Ártemis en Braurón, el centro cultual de Atenas se situaba en el santuario de
Atenea Polias, la divinidad epónima, ubicado en la acrópolis al menos ya desde
la época geométrica. Como ya hemos visto a propósito de los restos de época
micénica apenas conocemos nada de este santuario antes de la gran labor de
embellecimiento de este espacio que tuvo lugar durante la segunda mitad del
siglo VI. Sabemos, sin embargo, que ya había un lugar de culto dedicado a
Atenea en la acrópolis hacia el último tercio del siglo VII (Hdt., 5.71; Th.,
1.126).
Atenas fue una pólis en la que los aristócratas,
responsables en último término de la configuración de la misma, exhibieron un
gran poder, como ya vimos, durante los siglos IX y VIII; sus formas de vida debieron de ser bastante refinadas, a
juzgar por las ricas tumbas a las que ya hemos aludido. Ellos se repartían el
poder y ejercían los cargos de acuerdo con criterios como la riqueza y el buen
nacimiento (Aris., Ath. 3). Poco a
poco estas magistraturas fueron pasando de ser vitalicias a ser decenales para,
al final, convertirse en anuales, tal vez como medio de dar más participación a
los miembros de las familias dirigentes, que configuraron el grupo privilegiado
de los Eupátridas. La situación de Atenas durante el siglo VII es poco
conocida, tanto desde el punto de vista histórico como desde el arqueológico.
Lo poco que sabemos es que Atenas se había convertido en un productor
importante de aceite de oliva, que era exportado a buena parte del Mediterráneo
y, a su vez, en un gran receptor de cerámicas corintias, que en ese momento
eran las más difundidas. Da también la impresión de que las familias
aristocráticas pasaban buena parte del tiempo en sus propiedades rurales, donde
disponían de los servicios de sus esclavos pero, también, de campesinos libres
que, poco a poco, se habían ido endeudando y debían aportar una parte
sustancial de sus ingresos, además de su fuerza de trabajo, en beneficio de sus
acreedores aristócratas. Estos individuos son llamados hectémoros en nuestras
fuentes (Arist., Ath., 2; Plu., Sol., 13); la vida política en la ciudad
no debe de haber sido demasiado intensa y quizá fruto de ello sea la escasa
consistencia de los restos materiales de esas épocas que han llegado hasta
nosotros.
Según nos vamos aproximando al
final del siglo VII esta vida política empieza a entrar en un nuevo momento;
hacia 632 un miembro relevante de la aristocracia ática, Cilón, que se hallaba
emparentado con el tirano Teágenes de la vecina Mégara, da un golpe de Estado,
apoderándose de la acrópolis y haciéndose fuerte en ella. Aunque es enseguida
desalojado, muchos de sus partidarios encuentran la muerte y este episodio da
un giro importante al desarrollo político de la ciudad. No es casual que cerca
de diez años después de este intento se le encomiende a Dracón la promulgación
de una legislación escrita que debía de regular multitud de aspectos de las
relaciones entre la aristocracia dirigente y el resto de la población, aunque
la única parte de su legislación que sobrevivió se dedicaba a legislar sobre el
homicidio. No cabe duda de que Dracón consolidó aún más el régimen aristocrático
introduciendo muchos más supuestos que ataban a los deudores a sus acreedores y
consagrando, con mucha probabilidad, la conversión en esclavos de quienes no
podían hacer frente al pago de sus deudas.
Los efectos que la sangrienta
represión de la revuelta de Cilón y la legislación de Dracón tuvieron en las
relaciones de Atenas con sus vecinos megáreos no son fáciles de percibir pero
parece que éstos utilizaron la primera como pretexto y aprovecharon la segunda
como muestra de debilidad ateniense. De tal modo, parece que tanto Eleusis como
la isla de Salamina entraron en disputa entre las dos póleis vecinas, sin que Atenas pudiese hacer frente de modo
adecuado a la agresiva política megárea. Los problemas de reclutamiento de
tropas de infantería pesada para hacer frente a las pretensiones de Mégara eran
un síntoma de la debilidad del cuerpo político ateniense, atenazado por su
situación de dependencia endémica de los ricos aristócratas que, a su vez, eran
incapaces de proteger la frontera occidental del Ática frente al pujante
ejército de Mégara. Éste y otros motivos están detrás del inicio de la
actividad política de Solón de Atenas.
Solón, de familia distinguida,
pero fuera de los círculos de poder de Atenas, había expresado, mediante poemas
de los que él mismo era autor, su descontento y el de muchos otros por la
situación a la que estaba llegando Atenas, y cuya prueba más evidente había
sido la pérdida de Salamina y, tal vez, de la propia Eleusis. Sus poemas
propugnaban un golpe de timón que devolviese la dignidad a los desposeídos, sin
que ello implicara tampoco una revolución que acabase con todos los privilegios
de los poderosos. El fracaso de la gestión de los aristócratas y la presión de
grupos comprometidos con un nuevo orden convergieron para convertir a Solón en
arconte, nombre que se aplicaba a la máxima magistratura ateniense, en el año
594. Desde su nuevo cargo Solón puso en marcha un ambicioso plan de reformas,
destacando entre ellas, en primer término, la abolición de las deudas y la
prohibición en lo sucesivo de tomar préstamos con garantías personales. Por
otro lado, modificó la composición de las magistraturas, convirtiéndolas en
colegiadas y dando entrada en un viejo consejo nobiliario, el Areópago, a
quienes las hubiesen desempeñado. Además, modificó los criterios de acceso a
los cargos políticos introduciendo un principio como el económico por encima
del nacimiento, lo que podría dar cabida a gentes que, como él mismo, gozaban
de una buena posición social y económica pero no pertenecían al círculo de los
Eupátridas. A tal efecto, dividió a la población en cuatro grupos atendiendo a
sus rentas anuales, a saber, pentacosiomedimnos, caballeros o hippeis, zeugitas y thetes. Los cargos se repartirían, de mayor a menor, entre esos
grupos, si bien a los thetes sólo les
correspondería formar parte de la asamblea (ekklesiá)
y de los tribunales de justicia (heliaiá). Por fin, abolió la legislación de
Dracón, con excepción de lo relativo a los homicidios, y elaboró una nueva que
recogía un gran abanico de disposiciones sobre casi cualquier aspecto de la
vida política y económica. Es también en época de Solón cuando la zona al
noroeste de la acrópolis parece empezar a adquirir un nuevo papel dentro del
urbanismo ateniense, puesto que allí empiezan a trasladarse algunos de los
nuevos espacios de poder, incluyendo la nueva ágora de la que se dotará Atenas.
La labor de Solón, que no parece
haber satisfecho en su totalidad a casi ningún grupo, fue no obstante respetada
durante bastante tiempo, abriendo el paso a la participación política de grupos
que con anterioridad habían estado excluidos de la misma. Su labor permitió,
asimismo, que un nuevo sentido de identidad política se desarrollara en todo el
territorio ático, cuyos habitantes, por primera vez, se sentían partícipes de
la marcha de la pólis. Parece haber
sido este nuevo sentimiento el que empujó a gentes que no vivían en la llanura
a reclamar su parte de poder en el Estado, lo que desencadenó un nuevo período
de conflictos. Pisístrato, aprovechando los descontentos existentes, acabará
por dar un golpe de Estado haciéndose con la tiranía hacia 561; tras dos
expulsiones y ulteriores reocupaciones del poder, se mantendrá en el cargo
hasta 527, año de su muerte. Le sucederán sus hijos, que acabarán siendo expulsados
por los espartanos hacia 510.
A los tiranos corresponde el primer proyecto urbano
conjunto que experimentará Atenas; la zona de la nueva ágora será objeto de
atención preferente para convertirla en el nuevo centro político de la ciudad.
A través de ella pasaba la vía de las Panateneas, fiesta que, o bien introdujo
Pisístrato, o bien revitalizó, y uno de cuyos actos principales era una
procesión desde la entrada a la ciudad por el Cerámico hasta la acrópolis. En
el ágora surgirán algunos edificios administrativos, un altar dedicado a los
doce dioses y una fuente pública, con todas sus canalizaciones, que garantizaba
el suministro de agua corriente a la ciudad. Por su parte, la acrópolis fue
también objeto de atención y conocemos los restos escultóricos de un gran
templo dedicado a Atenea así como otra serie de edificios menores decorados,
asimismo, con riquísimos relieves escultóricos. También se preocuparon por
dotar a la acrópolis de una entrada monumental y, en la ciudad baja, iniciaron
la construcción de un gigantesco templo dedicado a Zeus Olímpico.
El final de la tiranía supuso un
nuevo período de conflictos políticos que, a la postre, propiciaron el ascenso
de Clístenes, miembro de una prestigiosa familia ateniense, los Alcmeónidas.
Este personaje introdujo un nuevo orden político en el que, al fin, se lograba
la plena integración de todos los territorios del Ática, así como de nuevos
individuos en la ciudadanía. Con Clístenes se quiebra de forma definitiva el
viejo orden aristocrático, puesto que la participación política de los
ciudadanos vendrá garantizada por la residencia en cualquier parte del Ática;
los ciudadanos, agrupados en sus pueblos o en sus barrios (demos), serán
distribuidos en treinta estructuras intermedias (tritties), a razón de diez
urbanas, diez del interior y diez de la costa. Por fin, creará diez tribus
agrupando en cada una, por sorteo, una trittys
de la ciudad, otra de la costa y otra del interior con el objetivo de que
toda la población del Ática quedase representada en el nuevo sistema;
potenciará la ekklesia y creará un
nuevo órgano intermedio, la Boulé de
los Quinientos, con cincuenta miembros de cada tribu, encargados de preparar y
debatir con anterioridad los asuntos que se van a discutir en la asamblea. Del
mismo modo, el ejército se reclu- tará sobre esta nueva base tribal,
eligiéndose a diez generales, uno de cada tribu. Para evitar el regreso de la
tiranía habría instituido el ostracismo, procedimiento mediante el cual los
ciudadanos decidían el exilio, sin ningún otro castigo accesorio, de aquellos
individuos sospechosos de connivencia con los tiranos; en el futuro el
mecanismo se emplearía para librarse de sujetos considerados peligrosos para el
pueblo.
El final del siglo VI es un
momento de gran efervescencia constructiva en Atenas; se edifica un nuevo
templo a Atenea en la acrópolis y su explanada empieza a llenarse de ofrendas
de todo tipo, mientras que el ágora recibe nuevos monumentos: un bouleuterio, un altar dedicado a los
dioses tutelares de las nuevas tribus y la estoa real, la sede del arconte basileus, que entendía de asuntos
religiosos y leyes, entre otros. La mayoría de estos y otros monumentos serían
arrasados hasta los cimientos como consecuencia de la invasión persa de 480.
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