a. Hipseo, un rey supremo de los lapitas, hijo de la
náyade Creúsa y el dios fluvial Peneo, se casó con Clidánope, otra náyade, y
tuvo con ella una hija, Cirene. Cirene despreciaba el hilado, el tejido y otros
trabajos domésticos parecidos, y en cambio prefería cazar fieras en el monte
Pelión durante todo el día y la mitad de la noche, dando como explicación que
los rebaños y vacadas de su padre necesitaban protección. Apolo presenció en
una ocasión su lucha con un poderoso león; llamó al centauro Quirón para que
fuese testigo del combate (del que Cirene, como de costumbre, salió triunfante)
y le preguntó su nombre y si sería una novia apropiada para él. Quirón se echó
a reír. Sabía que Apolo no sólo conocía su nombre, sino que además había tomado
ya la decisión de raptarla, bien cuando la vio guardando los rebaños de Hipseo
junto al río Peneo, o bien cuando ella recibió dos perros de caza de sus manos
como premio por haber ganado la carrera pedestre en los juegos fúnebres de
Pelias[1].
b, Quirón profetizó además que Apolo llevaría a
Cirene allende el mar al jardín más fértil de Zeus y la haría reina de una gran
ciudad, después de reunir a una población isleña alrededor de una colina que se
elevaba en una llanura. Recibida por Libia en un palacio de oro, conquistaría
un reino igualmente beneficioso para los cazadores y los agricultores y allí
daría un hijo a Apolo. Hermes actuaría como comadrón y llevaría al niño,
llamado Aristeo, ante los tronos de las Horas y de la Madre Tierra y les
suplicaría que le alimentasen con néctar y ambrosía. Cuando Aristeo llegara a
la edad viril obtendría los títulos de «Zeus inmortal», «Apolo Puro» y
«Guardián de los Rebaños»[2].
c. A su tiempo Apolo llevó a Cirene en su carro de
oro al lugar donde se halla ahora la ciudad de Cirene; Afrodita esperaba para
darle la bienvenida y los acostó sin demora en la cámara dorada de Libia. Aquella
noche Apolo prometió a Cirene una larga vida en la que podría satisfacer su
pasión por la caza y reinar en un país fértil. Luego la dejó al cuidado de
ciertas ninfas-mirtos, hijas de Hermes, en las colinas cercanas, donde dio a
luz a Aristeo y, después de una segunda visita de Apolo, al adivino Idmón. Pero
una noche ella yació también con Ares y dio a luz al tracio Diomedes, dueño de
las yeguas comedoras de hombres[3].
d. Las ninfas-mirtos apodaron a Aristeo «Agreo» y
«Nomio», le enseñaron a cuajar la leche para hacer queso, a construir colmenas
y a hacer que el oleastro produjera el olivo cultivado. Transmitió esas artes
útiles a otros, que en agradecimiento le rindieron honores divinos. Desde Libia
se embarcó para Beocia, después de lo cual Apolo lo llevó a la cueva de Quirón
para que éste le instruyera en ciertos misterios.
e. Cuando Aristeo llegó a la edad viril, las Musas
le casaron con Autónoe, por quien se hizo padre del malhadado Acteón y de Macris,
nodriza de Dioniso. También le enseñaron el arte de la curación y de la
profecía, y le enviaron a que vigilara sus ovejas que pacían en la Llanura
Atamantiana de Ftiótide, en los alrededores del monte Otrís y en el valle del
río Apidano. Fue allí donde Aristeo perfeccionó el arte de la caza que le había
enseñado Cirene[4].
f. Un día fue a consultar el oráculo de Delfos, el
cual le dijo que fuese a la isla de Cos, donde le rendirían grandes honores.
Aristeo se dirigió allá inmediatamente y se encontró con que el abrasador Sirio
había causado una peste entre los isleños, para vengar a Icario, cuyos asesinos
desconocidos se refugiaban entre ellos. Aristeo convocó a los habitantes,
erigió un gran altar en la montaña y en él ofreció sacrificios a Zeus,
propiciando al mismo tiempo a Sirio con la condena a muerte de los asesinos.
Zeus se sintió satisfecho y ordenó a los Vientos Etesios que en el futuro
enfriasen a toda Grecia y sus islas adyacentes durante cuarenta días a partir
de la salida de Sirio. Así terminó la peste, y los habitantes de la isla no
sólo se mostraron muy agradecidos a Aristeo, sino que además siguen propiciando
a Sirio todos los años antes de su aparición[5].
g. Luego visitó Arcadia y más
tarde fijó su residencia en Tempe. Pero allí murieron todas sus abejas y, muy
afligido, fue a un profundo estanque del río Peneo donde sabía que estaría
Cirene con sus hermanas náyades. Su tía Aretusa oyó su voz implorante a través
del agua, asomó la cabeza, reconoció a Aristeo y le invitó a descender al
maravilloso palacio de las Náyades. Éstas le lavaron con agua tomada de una
fuente perpetua y, después de un banquete sacrificial, Cirene le aconsejó: «Ata
a mi primo Proteo y oblígale a explicar por qué enfermaron tus abejas.»
h. Proteo dormía la siesta en una cueva de la isla
de Faros, a cubierto del calor de Sirio, y Aristeo, después de dominarlo a pesar
de sus transformaciones, supo por él que la enfermedad de sus abejas era su
castigo por haber causado la muerte de Eurídice; y era cierto que, cuando él le
había hecho el amor a la orilla del río cerca de Tempe, ella había huido de él
y le había mordido una serpiente.
i. Aristeo volvió al palacio de las Náyades, donde
Cirene le ordenó que erigiese cuatro altares en los bosques a las Dríades,
compañeras de Eurídice, y sacrificase cuatro toros jóvenes y cuatro novillas, y
luego hiciera una libación de sangre, dejando las reses muertas donde estaban;
y finalmente que volviera por la mañana, nueve días más tarde, trayendo
adormideras del olvido, un becerro cebado y una oveja negra para propiciar al
ánimo de Orfeo, que entonces se había reunido en el infierno con Eurídice.
Aristeo obedeció y en la novena mañana un enjambre de abejas salió de las reses
muertas y podridas y se posó en un árbol. Él se apoderó del enjambre, que puso
en una colmena; y los arcadios le rinden honores como Zeus por haberles
enseñado ese método de criar nuevos enjambres de abejas[6].
j. Posteriormente, afligido por la muerte de su hijo
Acteón, la que suscitó en él el odio a Beocia, navegó con sus partidarios a
Libia, donde pidió a Cirene una flota en la que pudieran emigrar. Ella accedió
de buena gana y Aristeo estuvo pronto otra vez en el mar, con rumbo al
noroeste. Encantado con la belleza salvaje de Cerdeña, que es donde hizo su
primera recalada, se dedicó a cultivarla; allí engendró dos hijos y no tardó en
unírsele Dédalo; pero se dice que no fundó ninguna ciudad en esa isla[7].
k. Aristeo visitó otras islas lejanas y pasó algunos
años en Sicilia, donde recibió honores divinos, especialmente por parte de los
cultivadores de olivos. Finalmente fue a Tracia y complementó su educación
interviniendo en los Misterios de Dioniso. Después de vivir un tiempo en las
cercanías del monte Hemo y de fundar la ciudad de Aristea, desapareció sin
dejar huellas y ahora le adoran como un dios tanto los tracios bárbaros como
los griegos civilizados[8].
*
1. Píndaro adornó retóricamente los orígenes de
Aristeo para halagar a un descendiente de Bato que en 691 a. de C. llevó una
colonia de Tera a Libia, donde fundó Cirene y fue el primer rey de una larga
dinastía. Los ciréneos consideraban a Aristeo su antecesor —según Justino
(xiii.7), Bato («que tiene impedimento en el habla») era solamente su apodo—
como hijo de Apolo, porque a Apolo se le rendía culto en Tera; y en
consecuencia al puerto de Cirene se le llamó Apolonia. Pero Cirene era una
figura mitológica mucho antes de la época de Bato. Su asociación con los
Centauros demuestra que era la diosa de un culto magnesio del caballo importado
en Tera, pues el nombre de Quirón aparece también en las primitivas inscripciones
en las rocas de Tera. El mito del nacimiento de Idmón de Cirene y Ares se
refiere a esa diosa anterior.
2. El mirto es originalmente un árbol de la muerte
(véase 109.4) y las ninfas-mirtos eran, por tanto, profetisas capaces de
instruir al joven Aristeo; pero se convirtió en un símbolo de colonización
porque los emigrantes llevaban ramas de mirto para demostrar que habían puesto
fin a una época.
3. Aristeo era un título del culto que se rendía al
Zeus arcadio y ceano; y en otras partes a Apolo y Hermes. Según Servio (sobre
las Geórgicas de Virgilio i. 14),
Hesíodo llamaba a Aristeo «un Apolo pastoral». En Tanagra, Beocia (Pausanias:
ix.22.1) a Hermes se le llamaba «portador del morueco», y los peces le estaban
consagrados en Farees, Acaya (Pausanias: vii.22.2). Por esto la pintura de una
tumba de Cirene muestra a «Aristeo» rodeado de ovejas y peces llevando un
carnero. Sus andanzas tienen por finalidad explicar el título de Aristeo que se
da en el culto de Sicilia, Cerdeña, Ceos, Beocia, Tesalia, Macedonia y Arcadia.
Sirio es el dios egipcio Thoth, identificado con Hermes, y al que los ceanos
llamaban Aristeo.
4. Virgilio relata equivocadamente el episodio de
las abejas que nacen de las reses muertas. Salieron más bien del león que mató
Cirene o que fue sacrificado en su honor. Este mito, como el de las abejas de
Sansón que salieron del cadáver de un león, parece haber sido deducido de una
ilustración primitiva en la que se veía una mujer desnuda forcejeando amorosamente
con un león mientras una abeja revoloteaba sobre el cadáver de otro león. La
mujer desnuda es la diosa León Cirene, o la hitita Hepatu, o la siria Anata, o
Hera, la diosa León de Micenas, y su compañero es el rey sagrado, quien debe
morir bajo el signo del solsticio estival Leo, representado por un cuchillo en
el zodíaco egipcio. Como Teseo o Heracles, lleva máscara y piel de león y le
anima el espíritu muerto, su predecesor, el cual aparece como abeja (véase
90.3). Es la primavera, cuando las abejas enjambran por primera vez, pero
luego, como diosa Abeja del solsticio estival, le matará picándole y le
castrará (véase 18.3). El león que mató el propio rey sagrado —como hicieron
Heracles y su amigo Filio (véase 153.e-f) en el Peloponeso; o Cícico en el
monte Díndimo del Mar de Mármara (véase 149.h); o Sansón en Filistia (Jueces xiv.6); o David en Belén (1 Samuel xvii.34)— era uno de los animales
que le desafiaban a un combate ritual en su coronación.
5. El relato que hace Virgilio de la visita de
Aristeo al río Peneo constituye un ejemplo del empleo irresponsable del mito:
Proteo, quien vivía en Faros frente al delta del Nilo, ha sido incluido en la
fábula caprichosamente. Había en Tempe un famoso oráculo de Apolo al que su
hijo Aristeo habrá consultado, naturalmente; Aretusa, un arroyo del Peloponeso,
nada tiene que ver con el Peneo; y a Aristeo le muestran diferentes
habitaciones en el palacio de las Náyades, donde se guardan las fuentes del
Tíber, el Po, el Anio, el Fasis y otros ríos muy distanciados unos de otros, lo
que constituye una concepción mitológicamente absurda.
6. La exportación de aceite a Sicilia sería para los
cretenses más provechosa que la de injertos de olivo, pero una vez que se
fundaron colonias helenas en la costa meridional a fines de la época micénica,
se estableció allí el cultivo del olivo. El Aristeo que hizo una visita a
Sicilia puede ser identificado con Zeus Morio, responsable de la distribución
de
injertos de los olivos sagrados descendientes del
plantado por Atenea en la Acrópolis de Atenas (véase 16.c). También pudo haber
introducida la ciencia de la apicultura que llegó a Atenas de la Creta minoica,
donde los apicultores profesionales tenían como divisa comercial una abeja y un
guante y utilizaban colmenas de terracota. La palabra griega para el polen
almacenado por las abejas, cerinthos,
es cretense; y así deben serlo todas las palabras relacionadas, como cerion, «panal de miel»; cerinas, «de cera», y ceraphis, «mariposa de colmenar», una
especie de langosta. En realidad, Cer, cuyo nombre (que también se escribe Car o Q're) llegó a significar en general «suerte», «hado» o «destino»
—multiplicado en ceres, «rencores, plagas o males invisibles»—, tiene que haber
sido la diosa Abeja cretense, una diosa de la Muerte en Vida. Por eso llama Esquilo (Los siete contra Tebas 777) a
la diosa Esfinge de Tebas «la Cer que arrebata hombres».
[1]
Píndaro: Odas píticas ix.5 y ss.; Apolonio de
Rodas: ii.500 y ss.; Calímaco: Himno a
Ártemisa 206.
[2]
Píndaro: loc. cit.
[3]
Diodoro Sículo: iv.81;
Píndaro: loc. cit., Apolonio de
Rodas: loc. cit.; Higinio: Fábula 14; Apolodoro: ii.5.8.
[4]
Diodoro Sículo: loc. cit.; Apolodoro: iii.4.4; Apolonio
de Rodas: iv.1131 y ii.500 y ss.; Píndaro: loc.
cit.
[5]
Apolonio de Rodas: ii.500
y ss.; Diodoro Sículo: ív.82; Higinio: Astronomía
poética ii.4.
[6]
Virgilio: Geórgicas iv.317-558; Píndaro, citado
por Servio sobre Geórgicas de
Virgilio i.14.
[7]
Servio: loc. cit.
[8]
Diodoro Sículo: loc. cit.; Pausanias: x.17.3.
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