jueves, 14 de diciembre de 2017

31. LOS DIOSES DEL MUNDO SUBTERRÁNEO

a. Cuando las almas descienden al Tártaro, cuya entrada principal se halla en un bosque de álamos negros junto al océano, los piadosos parientes proveen a cada una con una moneda que colocan bajo la lengua de su cadáver. Así pueden pagar a Caronte, el avaro que los transporta en una embarcación desvencijada al otro lado del Estigia. Este río aborrecible linda con el Tártaro por el lado occidental[1] y tiene como tributarios el Aqueronte, el Flegetonte, el Cacito, el Aornis y el Lete. Las almas pobres tenían que esperar eternamente en la orilla más cercana, a menos que eludieran a Hermes, su conductor, y se deslizaran por una entrada trasera, como la del Ténaro laconio[2] o la del Aornis tesproto. Un perro de tres cabezas o, según dicen algunos, de cincuenta, llamado Cerbero, guarda la orilla opuesta del Estigia, dispuesto a devorar a los intrusos vivientes o a las almas fugitivas[3].
b. La primera región del Tártaro contiene los tristes Campos de Asfódelos, donde las almas de los héroes vagan sin propósito entre las multitudes de muertos menos distinguidos que se agitan como murciélagos y donde solamente Orion tiene todavía valor para cazar a los ciervos espectrales[4]. No hay uno solo que no prefiriese vivir esclavo de un campesino pobre a gobernar en todo el Tártaro. Su único placer consiste en las libaciones de sangre que les proporcionan los vivientes; cuando las beben vuelven a sentirse casi hombres. Más allá de esas praderas se hallan el Erebo y el palacio de Hades y Perséfone. A la izquierda del palacio, según se acerca a él, un ciprés blanco da sombra al estanque del Lete, adonde van para beber las almas comunes. Las almas iniciadas evitan ese agua, y prefieren beber, en cambio, en el estanque del Recuerdo, sombreado por un álamo [?] blanco, lo que les da cierta ventaja sobre sus compañeros[5]. En las cercanías, las almas recién llegadas son juzgadas a diario por Minos, Radamantis y Éaco en un lugar donde confluyen tres caminos. Radamantis juzga a los asiáticos y Éaco a los europeos, pero ambos remiten los casos difíciles a Minos, A medida que se dicta cada sentencia las almas son conducidas por uno de los tres caminos: el que lleva de vuelta a las Praderas de Asfódelos, si no son virtuosas ni malas; el que lleva al campo de castigos del Tártaro si son malas; y el que lleva a los jardines del Elíseo si son virtuosas.
c. El Elíseo, gobernado por Crono, se halla cerca de los dominios de Hades y su entrada está próxima al estanque del Recuerdo, pero no forma parte de ellos; es una región feliz donde el día es perpetuo, sin frío ni nieve; donde nunca cesan los juegos, la música y los jolgorios, y donde los habitantes pueden elegir su renacimiento en la tierra en cualquier momento que lo deseen. En las cercanías están las Islas de los Bienaventurados, reservadas para quienes han nacido tres veces y han alcanzado tres veces el Elíseo[6]. Pero algunos dicen que hay otra Isla de los Bienaventurados llamada Leuce en el Mar Negro, frente a la desembocadura del Danubio, arbolada y llena de animales salvajes y domesticados, donde las ánimas de Helena y Aquiles viven en una fiesta constante y declaman versos de Hornero a los héroes que tomaron parte en los acontecimientos celebrados por él[7].
d. Hades, que es feroz y celoso de sus derechos, rara vez visita el aire superior, excepto por asuntos de trabajo o cuando de pronto se siente dominado por la lujuria. En una ocasión deslumbró a la ninfa Mente con el esplendor de su carro de oro y sus cuatro caballos negros, y la habría seducido sin dificultad si la reina Perséfone no hubiese aparecido a tiempo y metamorfoseado a Mente en una menta fragante. En otra ocasión Hades trató de violar a la ninfa Leuce, que se transformó igualmente en el álamo blanco que se alza junto al estanque del Recuerdo[8]. Se complace en no permitir que ninguno de sus súbditos, y pocos de los que visitan el Tártaro vuelvan vivos para describirlo, lo que le hace el más odiado de los dioses.
e. Hades nunca sabe lo que está sucediendo en el mundo superior ni en el Olimpo[9], excepto la información fragmentaria que le llega cuando los mortales golpean sus manos en la tierra y le invocan con juramentos y maldiciones. Su pertenencia más apreciada es el yelmo de la invisibilidad que le dieron como muestra de agradecimiento los Cíclopes cuando consintió en ponerlos en libertad por orden de Zeus. Todas las riquezas en joyas y metales preciosos ocultas bajo la tierra son suyas, pero no posee nada sobre ella, con excepción de ciertos templos lóbregos en Grecia y, probablemente, un rebaño de ganado vacuno en la isla de Eriteya, que, según dicen algunos, pertenece realmente a Helio[10].
f. La reina Perséfone, no obstante, puede ser benigna y misericordiosa. Es fiel a Hades, pero no tiene hijos con él y prefiere la compañía de Hécate, diosa de las brujas, a la de él[11]. El propio Zeus honra a Hécate tanto que nunca le niega la antigua facultad de la que ha gozado siempre: la de conceder o negar a los mortales cualquier don que deseen. Tiene tres cuerpos y tres cabezas: de león, perro y yegua[12].
g. Tisífone, Alecto y Megera, las Erinias o Furias, viven en el Erebo y son más viejas que Zeus o que cualquiera de los otros olímpicos. Su tarea consiste en oír las quejas de los mortales contra la insolencia de los jóvenes con los ancianos, de los hijos con los padres, de los huéspedes con los anfitriones, y de los amos de casa o ayuntamientos con los suplicantes, y castigar esos delitos acosando a los culpables implacablemente, sin descanso ni pausa, de ciudad en ciudad y de país en país. Esas Erinias son viejas, con serpientes por cabellera, cabezas de perro, cuerpos negros como el carbón, alas de murciélago y ojos inyectados de sangre. Llevan en las manos azotes tachonados con bronce y sus víctimas mueren atormentadas[13]. Es imprudente mencionarlas por su nombre en la conversación; de aquí que se las llame habitualmente Euménides, que significa «las bondadosas», así como a Hades se le llama Plutón o Pluto, «el Rico».

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1. Los mitógrafos hicieron un esfuerzo audaz para con- . ciliar las visiones contradictorias del otro mundo que tenían los habitantes primitivos de Grecia. Una de ellas era que las almas vivían en sus tumbas, o en cavernas o grietas subterráneas, donde podían tomar la forma de serpientes, ratones o murciélagos, pero nunca se reencarnaban como seres humanos. Otra era que las almas de los reyes sagrados se paseaban visiblemente en las islas sepulcrales donde habían sido enterrados sus cuerpos. Una tercera era que las ánimas podían volver a ser hombres si entraban en habichuelas, nueces o peces y las comían sus futuras madres. Una cuarta era que iban al Lejano Norte, donde nunca brilla el sol, y volvían, si lo hacían, sólo como vientos fertilizantes. Una quinta era que iban al Lejano Oeste, donde el sol se pone en el océano, y formaban un mundo de los espíritus muy parecido al presente. Una sexta era que el alma era castigada de acuerdo con la vida que había llevado. A éstas agregaron finalmente los órficos la teoría de la metempsicosis, o sea la transmigración de las almas, proceso que en cierto grado podía ser dirigido mediante el empleo de fórmulas mágicas.
2. Perséfone y Mecate representaban la esperanza de regeneración pre-helénica; mientras que Hades era el concepto helénico de la inevitabilidad, lo inevitable de la muerte. Crono, a pesar de sus antecedentes sanguinarios, seguía gozando de los placeres del Elíseo, puesto que ése había sido siempre el privilegio de un rey sagrado, y a Menelao (Odisea iv.561) se le prometió el mismo goce, no porque hubiese sido particularmente virtuoso o valiente, sino porque se había casado con Helena, la sacerdotisa de la diosa Luna espartana (véase 159.1). El adjetivo homérico asphodelos, aplicado solamente a leimónes («praderas»), significa probablemente «en el valle de lo que no se reduce a cenizas» (de a = no, spodos = ceniza, elos = valle), o sea el alma del héroe después de haber sido quemado su cuerpo; excepto en la Arcadia, donde se comían bellotas, las raíces y semillas de asfódelo, ofrecidas a esas almas, constituían la dieta griega corriente antes de la introducción del cereal. Los asfódelos se dan en abundancia incluso en las islas que carecen de agua, y las almas, como los dioses, son conservadoras en su régimen alimenticio. Elíseo parece significar «tierra de manzanas» —alisier es una palabra pre-gala con que se denomina a la serba—, lo mismo que la arturiana «avalen» y la latina «avernus» o «avolnus», ambas formadas con la raíz indo-europea abol, que significa manzana.
3. Cerbero era el equivalente griego de Anubis, el hijo de la cabeza de perro de Nephthys, la diosa de la Muerte libia, quien conducía a las almas al mundo subterráneo. En el folklore europeo, que es en parte de origen libio, las almas de los condenados eran perseguidas hasta el Infierno Septentrional por una jauría aulladora de sabuesos —los sabuesos de Annwm, Herne, Arthur o Gabriel— mito derivado de la ruidosa emigración estival de los gansos silvestres a sus lugares de cría en el círculo ártico. Cerbero teñía al principio cincuenta cabezas, como la jauría espectral que destruyó a Acteón (véase 22.1); pero después tres cabezas, como su ama Hécate (véase 134.1).
4. Estigia («odiado») es un pequeño arroyo de Arcadia cuyas aguas se suponía que eran mortalmente venenosas, y sólo los mitógrafos posteriores lo ubicaron en el Tártaro. Aqueronte («corriente de dolor») y Cocito («lamento») eran nombres fantásticos para describir la calamidad de la muerte. Aornis («sin aves») es una traducción griega errónea de la palabra italiana «Avernus». Lete significa «olvido»; y Erebo «cubierto». Flegetonte («ardiente») se refiere a la costumbre de la cremación, pero también, quizás, a la teoría de que los pecadores eran quemados en corrientes de lava. Tártaro parece ser una reduplicación de la palabra pre-helena tar, que se da en los nombres de lugares situados al oeste; su significado de infierno lo recibe posteriormente.
5. Los álamos negros estaban consagrados a la diosa Muerte (véase 51.7 y 170.1) y los álamos blancos, o temblones, bien a Perséfone como diosa de la Regeneración, o bien a Heracles por haber rastrillado el Infierno (véase 134.f). Cofias doradas de hojas de álamo temblón se han encontrado en cementerios mesopotámicos del cuarto milenio a. de C. Las tablillas órficas no nombran al árbol situado junto al estanque del Recuerdo; es probablemente el álamo blanco en que se transformó Leuce, pero posiblemente un avellano, el emblema de la Sabiduría (véase 86.1). La madera de ciprés blanco, considerada como anticorruptiva, era utilizada para hacer arcas caseras y ataúdes.
6. Hades tenía un templo al pie del monte Mente en Elide, y su violación de Mente («menta») probablemente ha sido deducida del empleo de la menta en los ritos fúnebres, juntamente con el romero y el mirto, para neutralizar el olor de descomposición. El agua de cebada de Deméter que se bebía en Eleusis estaba condimentada con menta (véase 24.e). Aunque se le concedió el ganado del sol en Eriteya («tierra roja») porque allí era donde el Sol moría todas las noches, a Hades se lo llama más comúnmente Crono, o Geriones en este contexto (véase 132.4).
7. La información que da Hesíodo sobre Hécate demuestra que ésta era la diosa triple original, suprema en el cielo, la tierra y el Tártaro; pero los helenos destacaban sus poderes destructores a expensas de los creadores, hasta que por fin sólo se la invocaba en los ritos clandestinos de la magia negra, especialmente en los lugares donde confluían tres caminos. Que Zeus no le negase la antigua facultad de conceder a los mortales lo que deseaban es un tributo a las brujas tesalias, a las que todos temían. El león, el perro y el caballo, sus cabezas, se refieren evidentemente al antiguo año tripartito, ya que el perro es la estrella-perro Sirio; lo mismo sucede con las cabezas de Cerbero.
8. Las compañeras de Hécate, las Erinias, eran la personificación de los remordimientos de conciencia después de haber violado una prohibición, al principio sólo la prohibición de insultar, desobedecer o hacer violencia a una madre (véase 105.k y 114.1). Los suplicantes y los huéspedes quedaban bajo la protección de Hestia, diosa del Hogar (véase 20.c) y maltratarlos equivalía a desobedecerle e insultarle a ella.
9. Leuce, la isla más grande del Mar Negro, pero muy pequeña no obstante, es ahora una colonia penal rumana sin árboles.



[1] Pausanias: x .28.1.
[2] Apolodoro: ii.5.2; Estrabón: viii.5.1.
[3] Homero: Ilíada viii.368; Teogonía 311; Apolodoro: loe. cit.; Eurípides: Heracles 24.
[4] Homero: Odisea xi.539; xi.572-5; xi.487-91.

[5] Tablilla órfica de Petelia.

[6] Platón: Gorgias 168; Píndaro: Odas olímpicas ii.68-80; Hesíodo: Trabajos y Días 167ff.

[7] Pausanias: iii.19-11; Heroica x.32-40.

[8] Estrabón: viii.3.14; Servio sobre Églogas de Virgilio vii.61.

[9] Homero: Ilíada ix.158-9; xx.61.

[10] Homero: Ilíada ix.567 y ss.; Apolodoro: ii.5.10; Escoliasta sobres las Odas ístmicas de Píndaro vi.32.

[11] Apolonio de Rodas: iii.529; Ovidio: Metamorfosis xiv.405; Escoliasta sobre los Idilios de Teócrito: ii.12.

[12] Hesíodo: Teogonía 411-52.

[13] Apolodoro: i.1.4; Homero: Ilíada ix.454-7; xv.204; xix.259; Odisea ii.135 y xvii.475; Esquilo: Euménides 835 y Portadores de libaciones 290 y 924; Eurípides: Orestes 317 y ss.; Himno órfico lxviii.5.


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