a. Orfeo, hijo del rey tracio Eagro y la musa
Calíope, fue el poeta y músico más famoso de todos los tiempos. Apolo le regaló
una lira y las Musas le enseñaron a tocarla, de tal modo que no sólo encantaba
a las fieras, sino que además hacía que los árboles y las rocas se movieran de
sus lugares para seguir el sonido de su música. En Zona, Tracia, algunos de los
antiguos robles de la montaña se alzan todavía en la posición de una de sus
danzas, tal como él los dejó[1].
b. Después de una visita a Egipto, Orfeo se unió a
los argonautas, con quienes se embarcó para Cólquide, y su música les ayudó a
vencer muchas dificultades. A su regreso se casó con Eurídice, a quien algunos
llaman Agríope, y se instaló entre los cicones salvajes de Tracia[2].
c. Un día, en
las cercanías de Tempe, en el valle del río Peneo, Eurídice se encontró con
Aristeo, quien trató de forzarla. Ella pisó una serpiente al huir y murió a
causa de la mordedura, pero Orfeo descendió audazmente al Tártaro, con la
esperanza de traerla de vuelta. Utilizó el pasaje que se abre en Aorno, en Tesprótide,
y, a su llegada, no sólo encantó al barquero Caronte, el perro Cerbero y los
tres Jueces de los Muertos con su música melancólica, sino que además suspendió
por el momento las torturas de los condenados; de tal modo ablandó el cruel
corazón de Hades que éste concedió su permiso para que Eurídice volviera al
mundo superior. Hades puso una sola condición: que Orfeo no mirase hacia atrás
hasta que ella estuviera de nuevo bajo la luz del sol. Eurídice siguió a Orfeo
por el pasaje oscuro guiada por el son de su lira, y sólo cuando él llegó de
nuevo a la luz del día se dio la vuelta para ver si ella lo seguía, con lo que
la perdió para siempre[3].
d. Cuando Dioniso invadió Tracia, Orfeo no le rindió
los honores debidos, sino que enseñó otros misterios sagrados y predicó a los
hombres de Tracia, quienes le escucharon reverentemente, lo pernicioso que era
el homicidio en los sacrificios. Todas las mañanas se levantaba para saludar a
la aurora en la cumbre del monte Pangeo y predicaba que Helio, al que llamaba Apolo,
era el más grande de todos los dioses. Ofendido por ello, Dioniso hizo que le
atacaran las Ménades de Deyo, Macedonia. Esperaron a que los maridos entraran
en el templo de Apolo, donde Orfeo oficiaba como sacerdote, y luego se
apoderaron de las armas dejadas afuera, entraron, mataron a sus maridos y
desmembraron a Orfeo. Arrojaron su cabeza al río Hébro, pero quedó flotando y
siguió cantando hasta llegar al mar, que la condujo a la isla de Lesbos[4].
e. Las Musas, llorando, recogieron sus miembros y
los enterraron en Liebetra, al pie del monte Olimpo, donde hoy día los ruiseñores
cantan más armoniosamente que en ninguna otra parte del mundo. Las Ménades
trataron de limpiarse de la sangre de Orfeo en el río
Helicón, pero el dios fluvial se metió bajo tierra y desapareció a lo largo de
casi cuatro millas, para volver a salir a la superficie con otro nombre, el
Bafira. Así evitó ser cómplice del asesinato[5].
f. Se dice que Orfeo había censurado la promiscuidad
de las Ménades y predicado el amor homosexual, por lo que Afrodita estaba no
menos irritada que Dioniso. Sin embargo, sus colegas olímpicos no podían estar
de acuerdo con que el asesinato tenía justificación y Dioniso salvó la vida de
las Ménades transformándolas en encinas que quedaron arraigadas en la tierra.
Los tracios que habían sobrevivido a la matanza decidieron tatuar a sus esposas
como una advertencia contra el asesinato de sacerdotes, y la costumbre
sobrevive al presente[6].
g. En cuanto a la cabeza de Orfeo, después de ser
atacada por una serpiente lemniana celosa (a la que Apolo transformó inmediatamente
en piedra), fue guardada en una cueva de Antisa, consagrada a Dioniso. Allí
profetizaba día y noche, hasta que Apolo, viendo que sus oráculos de Delfos,
Grineo y Claro habían sido abandonados, fue allá y se colocó sobre la cabeza y
exclamó: «¡Deja de entrometerte en mis asuntos! ¡Ya he tenido bastante paciencia
contigo y con tus cantos!» En adelante la cabeza guardó silencio[7]. La lira de Orfeo había
ido también a la deriva hasta Lesbos y había sido guardada en un templo de
Apolo, por cuya intercesión y la de las Musas fue colocada en el cielo como una
constelación[8].
h. Algunos relatan de una manera completamente
distinta la muerte de Orfeo; dicen que Zeus lo mató con un rayo por divulgar los secretos divinos. En verdad, había instituido
los Misterios de Apolo en Tracia, los de Hécate en Egina y los de Deméter Subterránea
en Esparta[9].
*
1. La cabeza cantante de Orfeo recuerda la del
decapitado rey de los alisos Eran, la cual, según el Mabinogion, cantaba melodiosamente en la roca de Harlech en el
norte de Gales; quizá se trata de una fábula basada en los caramillos fúnebres
hechos con corteza de aliso. Por lo tanto, el nombre de Orfeo, si significa ophruoeis, «en la orilla del río», puede
ser un título del equivalente griego de Bran, Foroneo (véase 57.2), o Crono, y
referirse a los alisos «que crecen en las orillas del» Peneo y otros ríos. El
nombre del padre de Orfeo, Eagro («de la serba silvestre»), indica el mismo
culto, pues la serba (en francés alisier)
y el aliso (en español) llevan ambos el nombre de la diosa-río pre-helénica
Halys, o Alys, o Elis, reina de las Islas Elíseas, adonde fueron Foroneo, Crono
y Orfeo después de la muerte. Aorno es Averno, en variante itálica del Avalon
celta («isla de los manzanos»; véase 31.2).
2. Diodoro Sículo dice que Orfeo empleaba el antiguo
alfabeto de trece consonantes y la leyenda de que hacía que se movieran los
árboles y encantaba a las fieras se refiere, al parecer, a su serie de árboles
y animales simbólicos correspondientes a las estaciones (véase 53.3; 132.3 y
5). Como rey sagrado fue herido por un rayo —es decir, muerto con un hacha
doble— en un robledal en el solsticio de verano, y luego desmembrado por las
Ménades del culto del toro, como Zagreo (véase 30.a); o del culto del ciervo,
como Acteón (véase 22.i). Las Ménades, en realidad, representaban a las Musas.
En la Grecia clásica la práctica del tatuaje se limitaba a los tracios, y en la
pintura de un ánfora referente a la muerte de Orfeo, una Ménade tiene tatuado
en el antebrazo un cervatillo. Este Orfeo no entró en conflicto con el culto de
Dioniso; era Dioniso, y tocaba el tosco caramillo de aliso y no la lira
civilizada. Así Proclo (Comentario sobre
Política de Platón: p. 398) escribe: «Orfeo, porque era el principal en los
ritos dionisíacos, se dice que sufrió la misma suerte que el dios», y Apolodoro
(i.3.2) le atribuye la invención de los Misterios de Dioniso.
3. El nuevo culto del Sol como Padre de Todos parece
haber sido llevado al Egeo septentrional por los sacerdotes fugitivos del
monoteísta Akhenaton, en el siglo xiv
a. de C., e injertado en los cultos locales; de aquí la supuesta visita de
Orfeo a Egipto, Testimonios de esta religión se encuentran en Sófocles (Fragmentos 523 y 1017), donde llama al
sol «la llama primogénita, amada por los jinetes tracios», y «el señor de los dioses y padre de todas las cosas». Parece haber sido resistido mediante la fuerza por los tracios más conservadores y reprimido sangrientamente en algunas partes del país.
Pero los sacerdotes órficos posteriores, que llevaban la
vestimenta egipcia, llamaban al semidiós cuya carne de toro cruda comían
«Dioniso» y reservaban el nombre de Apolo para el Sol inmortal, distinguiendo a
Dioniso, el dios de los sentidos, de Apolo, el dios de la inteligencia. Esto
explica por qué la cabeza de Orfeo era guardada en el santuario de Dioniso y la
lira en el de Apolo. Se dice que tanto la cabeza como la lira llegaron a la
deriva a Lesbos, que era la sede principal de la
música lírica; Terpandro, el músico histórico más
antiguo, era de Antisa. El ataque de la serpiente a la cabeza de Orfeo
representa la protesta de un héroe oracular anterior contra la intrusión de
Orfeo en Antisa, o bien la del Apolo pitio que registró Filóstrato en un lenguaje
más directo.
4. La muerte de Eurídice a consecuencia de la
mordedura de una serpiente y el subsiguiente fracaso de Orfeo en su intento de
sacarla a la luz del sol figuran únicamente en el mito posterior. Parecen haber
sido deducidos equivocadamente de pinturas que muestran la acogida de Orfeo en
el Tártaro, donde su música encantó a la diosa-serpiente Hécate, o Agríope
(«rostro salvaje»), e hizo que concediera privilegios especiales a todas las
ánimas iniciadas en los Misterios Órficos, y de otras pinturas que mostraban a
Dioniso, cuyo sacerdote era Orfeo, descendiendo al Tártaro en busca de su madre,
Semele (véase 27.k). De mordeduras de serpiente morían las víctimas de
Eurídice, y no ella (véase 33.1).
5. El mes de los alisos es el cuarto de la serie de
árboles y precede al mes de los sauces, asociado con la magia acuática sagrada
de la diosa Hélice («sauce»; véase 44.1); los sauces dieron también su nombre
al río Helicón, que rodea el Parnaso y está consagrado a las Musas: la triple
diosa de la inspiración montañesa. De aquí que se mostrara a Orfeo en la
pintura de un templo de Delfos (Pausanias: x.30.3) apoyado contra un sauce y
tocando sus ramas. El culto griego del aliso fue suprimido en una época muy
primitiva, pero subsisten sus vestigios en la literatura clásica: los alisos
circundan la isla de la muerte de la diosa hechicera Circe (Homero: Odisea v. 64 y 239), quien también tenía
un cementerio con un bosquecillo de sauces en Cólquida (Apolonio de Rodas:
iii.200; véase 152.b) y, según Virgilio, las hermanas de Faetón te fueron
metamorfoseadas en un soto de alisos (véase 42.3).
6. Con esto no se insinúa que la decapitación de
Orfeo nunca fue más que una metáfora aplicada a la rama de aliso podada. Un rey
sagrado sufría necesariamente el desmembramiento, y los tracios pueden muy bien
haber tenido la misma costumbre que los Iban Dayacs de la Sarawak moderna.
Cuando los hombres regresan de una cacería de cabezas afortunada, las mujeres
ibanas utilizan el trofeo como un medio de fertilizar la siembra de arroz
mediante la invocación. Se hace que la cabeza cante, se lamente y responda a
preguntas y se la acaricia tiernamente en el regazo de cada una hasta que por
fin consiente en entrar en un templo oracular, donde aconseja en todas las
ocasiones importantes y, como las cabezas de Euristeo, Bran y Adán, rechaza las
invasiones (véase 146.2).
[1]
Píndaro: Odas Píticas iv.176, con Escoliasta;
Esquilo: Agamenón 1629-30; Eurípides:
Bacantes 561-4; Apolonio de
Rodas-i28-31.
[2]
Diodoro Sículo: iv.25;
Higinio: Fábula 164; Ateneo: xiii.7.
[3]
Higinio: loc. cit.;
Diodoro Sículo: loc. cit.; Pausanias: ix.30.3; Eurípides: Alcestes 357, con Escoliasta.
[4]
Aristófanes: Las ranas 1032; Ovidio: Metamorfosis xi.1-85; Conon: Narraciones 45.
[5] Esquilo:
Basárides, citado por Eratóstenes; Catasterismoi 24; Pausanias: ix.30.3-4.
[6] Ovidio:
loc. cit.; Conon: loc. cit.; Plutarco: Sobre la lentitud de la venganza divina
12.
[7] Luciano: Contra los incultos ii; Filóstrato: Heroica v.704; Vida de Apolonio de Tiana iv.14.
[8] Luciano: loc. cit.; Eratóstenes: Catasterismoi 24; Higinio: Astronomía poética ii.7.
[9]
Pausanias: ix.30.3;
ii.302; iii.14.5.
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