jueves, 14 de diciembre de 2017

28. ORFEO

a. Orfeo, hijo del rey tracio Eagro y la musa Calíope, fue el poeta y músico más famoso de todos los tiempos. Apolo le regaló una lira y las Musas le enseñaron a tocarla, de tal modo que no sólo encantaba a las fieras, sino que además hacía que los árboles y las rocas se movieran de sus lugares para seguir el sonido de su música. En Zona, Tracia, algunos de los antiguos robles de la montaña se alzan todavía en la posición de una de sus danzas, tal como él los dejó[1].
b. Después de una visita a Egipto, Orfeo se unió a los argonautas, con quienes se embarcó para Cólquide, y su música les ayudó a vencer muchas dificultades. A su regreso se casó con Eurídice, a quien algunos llaman Agríope, y se instaló entre los cicones salvajes de Tracia[2].
c. Un día, en las cercanías de Tempe, en el valle del río Peneo, Eurídice se encontró con Aristeo, quien trató de forzarla. Ella pisó una serpiente al huir y murió a causa de la mordedura, pero Orfeo descendió audazmente al Tártaro, con la esperanza de traerla de vuelta. Utilizó el pasaje que se abre en Aorno, en Tesprótide, y, a su llegada, no sólo encantó al barquero Caronte, el perro Cerbero y los tres Jueces de los Muertos con su música melancólica, sino que además suspendió por el momento las torturas de los condenados; de tal modo ablandó el cruel corazón de Hades que éste concedió su permiso para que Eurídice volviera al mundo superior. Hades puso una sola condición: que Orfeo no mirase hacia atrás hasta que ella estuviera de nuevo bajo la luz del sol. Eurídice siguió a Orfeo por el pasaje oscuro guiada por el son de su lira, y sólo cuando él llegó de nuevo a la luz del día se dio la vuelta para ver si ella lo seguía, con lo que la perdió para siempre[3].
d. Cuando Dioniso invadió Tracia, Orfeo no le rindió los honores debidos, sino que enseñó otros misterios sagrados y predicó a los hombres de Tracia, quienes le escucharon reverentemente, lo pernicioso que era el homicidio en los sacrificios. Todas las mañanas se levantaba para saludar a la aurora en la cumbre del monte Pangeo y predicaba que Helio, al que llamaba Apolo, era el más grande de todos los dioses. Ofendido por ello, Dioniso hizo que le atacaran las Ménades de Deyo, Macedonia. Esperaron a que los maridos entraran en el templo de Apolo, donde Orfeo oficiaba como sacerdote, y luego se apoderaron de las armas dejadas afuera, entraron, mataron a sus maridos y desmembraron a Orfeo. Arrojaron su cabeza al río Hébro, pero quedó flotando y siguió cantando hasta llegar al mar, que la condujo a la isla de Lesbos[4].
e. Las Musas, llorando, recogieron sus miembros y los enterraron en Liebetra, al pie del monte Olimpo, donde hoy día los ruiseñores cantan más armoniosamente que en ninguna otra parte del mundo. Las Ménades trataron de limpiarse de la sangre de Orfeo en el río Helicón, pero el dios fluvial se metió bajo tierra y desapareció a lo largo de casi cuatro millas, para volver a salir a la superficie con otro nombre, el Bafira. Así evitó ser cómplice del asesinato[5].
f. Se dice que Orfeo había censurado la promiscuidad de las Ménades y predicado el amor homosexual, por lo que Afrodita estaba no menos irritada que Dioniso. Sin embargo, sus colegas olímpicos no podían estar de acuerdo con que el asesinato tenía justificación y Dioniso salvó la vida de las Ménades transformándolas en encinas que quedaron arraigadas en la tierra. Los tracios que habían sobrevivido a la matanza decidieron tatuar a sus esposas como una advertencia contra el asesinato de sacerdotes, y la costumbre sobrevive al presente[6].
g. En cuanto a la cabeza de Orfeo, después de ser atacada por una serpiente lemniana celosa (a la que Apolo transformó inmediatamente en piedra), fue guardada en una cueva de Antisa, consagrada a Dioniso. Allí profetizaba día y noche, hasta que Apolo, viendo que sus oráculos de Delfos, Grineo y Claro habían sido abandonados, fue allá y se colocó sobre la cabeza y exclamó: «¡Deja de entrometerte en mis asuntos! ¡Ya he tenido bastante paciencia contigo y con tus cantos!» En adelante la cabeza guardó silencio[7]. La lira de Orfeo había ido también a la deriva hasta Lesbos y había sido guardada en un templo de Apolo, por cuya intercesión y la de las Musas fue colocada en el cielo como una constelación[8].
h. Algunos relatan de una manera completamente distinta la muerte de Orfeo; dicen que Zeus lo mató con un rayo por divulgar los secretos divinos. En verdad, había instituido los Misterios de Apolo en Tracia, los de Hécate en Egina y los de Deméter Subterránea en Esparta[9].

*

1. La cabeza cantante de Orfeo recuerda la del decapitado rey de los alisos Eran, la cual, según el Mabinogion, cantaba melodiosamente en la roca de Harlech en el norte de Gales; quizá se trata de una fábula basada en los caramillos fúnebres hechos con corteza de aliso. Por lo tanto, el nombre de Orfeo, si significa ophruoeis, «en la orilla del río», puede ser un título del equivalente griego de Bran, Foroneo (véase 57.2), o Crono, y referirse a los alisos «que crecen en las orillas del» Peneo y otros ríos. El nombre del padre de Orfeo, Eagro («de la serba silvestre»), indica el mismo culto, pues la serba (en francés alisier) y el aliso (en español) llevan ambos el nombre de la diosa-río pre-helénica Halys, o Alys, o Elis, reina de las Islas Elíseas, adonde fueron Foroneo, Crono y Orfeo después de la muerte. Aorno es Averno, en variante itálica del Avalon celta («isla de los manzanos»; véase 31.2).
2. Diodoro Sículo dice que Orfeo empleaba el antiguo alfabeto de trece consonantes y la leyenda de que hacía que se movieran los árboles y encantaba a las fieras se refiere, al parecer, a su serie de árboles y animales simbólicos correspondientes a las estaciones (véase 53.3; 132.3 y 5). Como rey sagrado fue herido por un rayo —es decir, muerto con un hacha doble— en un robledal en el solsticio de verano, y luego desmembrado por las Ménades del culto del toro, como Zagreo (véase 30.a); o del culto del ciervo, como Acteón (véase 22.i). Las Ménades, en realidad, representaban a las Musas. En la Grecia clásica la práctica del tatuaje se limitaba a los tracios, y en la pintura de un ánfora referente a la muerte de Orfeo, una Ménade tiene tatuado en el antebrazo un cervatillo. Este Orfeo no entró en conflicto con el culto de Dioniso; era Dioniso, y tocaba el tosco caramillo de aliso y no la lira civilizada. Así Proclo (Comentario sobre Política de Platón: p. 398) escribe: «Orfeo, porque era el principal en los ritos dionisíacos, se dice que sufrió la misma suerte que el dios», y Apolodoro (i.3.2) le atribuye la invención de los Misterios de Dioniso.
3. El nuevo culto del Sol como Padre de Todos parece haber sido llevado al Egeo septentrional por los sacerdotes fugitivos del monoteísta Akhenaton, en el siglo xiv a. de C., e injertado en los cultos locales; de aquí la supuesta visita de Orfeo a Egipto, Testimonios de esta religión se encuentran en Sófocles (Fragmentos 523 y 1017), donde llama al sol «la llama primogénita, amada por los jinetes tracios», y «el señor de los dioses y padre de todas las cosas». Parece haber sido resistido mediante la fuerza por los tracios más conservadores y reprimido sangrientamente en algunas partes del país. Pero los sacerdotes órficos posteriores, que llevaban la vestimenta egipcia, llamaban al semidiós cuya carne de toro cruda comían «Dioniso» y reservaban el nombre de Apolo para el Sol inmortal, distinguiendo a Dioniso, el dios de los sentidos, de Apolo, el dios de la inteligencia. Esto explica por qué la cabeza de Orfeo era guardada en el santuario de Dioniso y la lira en el de Apolo. Se dice que tanto la cabeza como la lira llegaron a la deriva a Lesbos, que era la sede principal de la música lírica; Terpandro, el músico histórico más antiguo, era de Antisa. El ataque de la serpiente a la cabeza de Orfeo representa la protesta de un héroe oracular anterior contra la intrusión de Orfeo en Antisa, o bien la del Apolo pitio que registró Filóstrato en un lenguaje más directo.
4. La muerte de Eurídice a consecuencia de la mordedura de una serpiente y el subsiguiente fracaso de Orfeo en su intento de sacarla a la luz del sol figuran únicamente en el mito posterior. Parecen haber sido deducidos equivocadamente de pinturas que muestran la acogida de Orfeo en el Tártaro, donde su música encantó a la diosa-serpiente Hécate, o Agríope («rostro salvaje»), e hizo que concediera privilegios especiales a todas las ánimas iniciadas en los Misterios Órficos, y de otras pinturas que mostraban a Dioniso, cuyo sacerdote era Orfeo, descendiendo al Tártaro en busca de su madre, Semele (véase 27.k). De mordeduras de serpiente morían las víctimas de Eurídice, y no ella (véase 33.1).
5. El mes de los alisos es el cuarto de la serie de árboles y precede al mes de los sauces, asociado con la magia acuática sagrada de la diosa Hélice («sauce»; véase 44.1); los sauces dieron también su nombre al río Helicón, que rodea el Parnaso y está consagrado a las Musas: la triple diosa de la inspiración montañesa. De aquí que se mostrara a Orfeo en la pintura de un templo de Delfos (Pausanias: x.30.3) apoyado contra un sauce y tocando sus ramas. El culto griego del aliso fue suprimido en una época muy primitiva, pero subsisten sus vestigios en la literatura clásica: los alisos circundan la isla de la muerte de la diosa hechicera Circe (Homero: Odisea v. 64 y 239), quien también tenía un cementerio con un bosquecillo de sauces en Cólquida (Apolonio de Rodas: iii.200; véase 152.b) y, según Virgilio, las hermanas de Faetón te fueron metamorfoseadas en un soto de alisos (véase 42.3).
6. Con esto no se insinúa que la decapitación de Orfeo nunca fue más que una metáfora aplicada a la rama de aliso podada. Un rey sagrado sufría necesariamente el desmembramiento, y los tracios pueden muy bien haber tenido la misma costumbre que los Iban Dayacs de la Sarawak moderna. Cuando los hombres regresan de una cacería de cabezas afortunada, las mujeres ibanas utilizan el trofeo como un medio de fertilizar la siembra de arroz mediante la invocación. Se hace que la cabeza cante, se lamente y responda a preguntas y se la acaricia tiernamente en el regazo de cada una hasta que por fin consiente en entrar en un templo oracular, donde aconseja en todas las ocasiones importantes y, como las cabezas de Euristeo, Bran y Adán, rechaza las invasiones (véase 146.2).

 [1] Píndaro: Odas Píticas iv.176, con Escoliasta; Esquilo: Agamenón 1629-30; Eurípides: Bacantes 561-4; Apolonio de Rodas-i28-31.

[2] Diodoro Sículo: iv.25; Higinio: Fábula 164; Ateneo: xiii.7.

[3] Higinio: loc. cit.; Diodoro Sículo: loc. cit.; Pausanias: ix.30.3; Eurípides: Alcestes 357, con Escoliasta.

[4] Aristófanes: Las ranas 1032; Ovidio: Metamorfosis xi.1-85; Conon: Narraciones 45.

[5] Esquilo: Basárides, citado por Eratóstenes; Catasterismoi 24; Pausanias: ix.30.3-4.
[6] Ovidio: loc. cit.; Conon: loc. cit.; Plutarco: Sobre la lentitud de la venganza divina 12.

[7] Luciano: Contra los incultos ii; Filóstrato: Heroica v.704; Vida de Apolonio de Tiana iv.14.

[8] Luciano: loc. cit.; Eratóstenes: Catasterismoi 24; Higinio: Astronomía poética ii.7.

[9] Pausanias: ix.30.3; ii.302; iii.14.5.

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