a. Apolo, el hijo que tuvo Zeus con Leto, era
sietemesino, pero los dioses se desarrollan rápidamente. Temis le alimentó con
néctar y ambrosía y cuando amaneció el cuarto día pidió un arco y flechas, que
Hefesto le proporcionó inmediatamente. Dejó Délos y se dirigió directamente al
monte Parnaso, donde acechaba la serpiente Pitón, enemiga de su madre, y la
hirió gravemente con sus flechas. Pitón huyó al Oráculo de la Madre Tierra en
Delfos, ciudad llamada así en honor del monstruo Delfine, su compañero, pero
Apolo se atrevió a seguirlo al interior del santuario y allí lo mató, junto al
precipicio sagrado[1].
b. La Madre Tierra informó de ese ultraje a Zeus,
quien no sólo ordenó que Apolo fuese a Tempe para purificarse, sino que además
instituyó los Juegos Píticos en honor de Pitón, los cuales debía presidir como
penitencia. Sin alterarse en lo más mínimo, Apolo obedeció la orden de Zeus de
ir a Tempe y, en cambio, fue a Agila para purificarse, acompañado de Ártemis;
luego, como no le agradaba el lugar, se embarcó para Tarra en Creta, donde el
rey Carmanor realizó la ceremonia[2].
c. Cuando regresó a Grecia Apolo fue en busca de
Pan, el desacreditado y viejo dios arcadio de patas de cabra y, después de
engatusarle para que le revelara el arte de la profecía, se apoderó del Oráculo
de Delfos y retuvo a su servicio a su sacerdotisa, llamada la Pitonisa.
d. Leto, cuando se enteró de ello, fue con Artemis a
Delfos, donde se desvió para realizar cierto rito privado en una cueva sagrada.
El gigante Ticio interrumpió sus devociones y trataba de violarla, cuando Apolo
y Ártemis, al oír gritos, corrieron y mataron al gigante con una descarga de flechas,
venganza que Zeus, el padre del gigante, tuvo a bien considerar piadosa. En el
Tártaro atormentaron a Ticio extendiéndolo con los brazos y las piernas
clavados a la tierra; la extensión que abarcaba no bajaba de nueve acres y dos
buitres le comían el hígado[3].
e. Luego Apolo mató al sátiro Marsias, acompañante
de la diosa Cibeles. Así fue como sucedió: Un día Atenea hizo una flauta doble
con huesos de ciervo y la tocó en un banquete de los dioses. No podía
comprender al principio por qué Hera y Afrodita se reían silenciosamente
tapándose el rostro con las manos, pues su música parecía complacer a los otros
dioses; en consecuencia se dirigió sola a un bosque frigio, tomó otra vez la
flauta junto a un arroyo y contempló su imagen en el
agua mientras tocaba. Inmediatamente se dio cuenta de lo ridícula que le hacía
parecer el rostro azulado y los carrillos hinchados, por lo que arrojó la
flauta y maldijo a quienquiera que la recogiera.
f. Marsias fue la víctima inocente de esa maldición.
Tropezó con la flauta, que tan pronto como se la llevó a los labios empezó a
tocar por sí sola, inspirada por el recuerdo de la música de Atenea; recorrió
Frigia con ella en el séquito de Cibeles, deleitando a los campesinos
ignorantes. Éstos decían que ni Apolo mismo podía haber hecho mejor música, ni
siquiera con su lira, y Marsias fue lo bastante insensato como para no
contradecirles. Por supuesto, esto provocó la ira de Apolo, quien le invitó a
un certamen en el que el vencedor podría imponer el castigo que quisiese al perdedor.
Marsias accedió y Apolo eligió a las Musas como jurado. Los dos quedaron
igualados, pues a las Musas les encantaban ambos instrumentos, hasta que Apolo
le gritó a Marsias: «Te desafío a que hagas con tu instrumento lo que yo puedo
hacer con el mío. Ponlo al revés y toca y canta al mismo tiempo.»
g. Con una flauta eso era manifiestamente imposible
y Marsias no logró hacer frente al desafío. Pero Apolo invirtió la lira y cantó
himnos tan deliciosos en honor de los dioses olímpicos que las Musas no pudieron
menos de sentenciar en su favor. Luego, a pesar de su supuesta bondad, Apolo se
vengó cruelmente de Marsias: lo desolló vivo y clavó su piel a un pino (o, como
dicen algunos, a un plátano), junto a la fuente del río que ahora lleva su
nombre[4].
b. Más tarde Apolo ganó un segundo certamen musical
presidido por el rey Midas; esta vez venció a Pan. Convertido en el reconocido
dios de la Música, desde entonces toca su lira de siete cuerdas durante los
banquetes de los dioses. Otro de sus deberes fue en un
tiempo el cuidado de los rebaños y manadas que tenían los dioses en Pieria,
pero posteriormente delegó esta tarea en Hermes[5].
i. Aunque Apolo se negaba a atarse con los lazos del
matrimonio, dejó encinta a muchas ninfas y mujeres mortales, entre ellas Ftia,
con quien engendró a Doro y sus hermanos; la musa Talía, con quien engendró a
los Coribantes; Corónide, con quien engendró a Asclepio; Aria, con quien
engendró a Mileto; y Cirene, con quien engendró a Aristeo[6].
j. También sedujo a la ninfa Dríope, que guardaba
los rebaños de su padre en el monte Eta en compañía de sus amigas las Hamadríades.
Apolo se transformó en una tortuga, con la que jugaron todas ellas, y cuando
Dríope la puso en su pecho se convirtió en una serpiente silbante que hizo huir
asustadas a las Hamadríades, y entonces gozó a Dríope. Ésta le dio a Anfiso,
quien fundó la ciudad de Eta y construyó un templo a su padre; allí actuó
Dríope como sacerdotisa hasta que un día las Hamadríades la robaron y dejaron
un álamo en su lugar[7].
k. Apolo no fue siempre afortunado en el amor. En
una ocasión trató de robarle Marpesa a Idas, pero ella permaneció fiel a su marido.
En otra, persiguió a Dafne, la ninfa montañesa sacerdotisa de la Madre Tierra e
hija del río Penco en Tesalia, pero cuando la alcanzó, ella llamó a la Madre
Tierra, quien la hizo desaparecer justo a tiempo y se la llevó a Creta, donde
llegó a ser conocida con el nombre de Pasífae. La Madre Tierra dejó un laurel
en su lugar, y con sus hojas Apolo hizo una guirnalda para consolarse[8].
l. Hay que añadir que su atentado
contra Dafne no obedeció a un impulso súbito. Hacía mucho tiempo que estaba
enamorado de ella, y había causado la muerte de su rival Leucipo, hijo de Enómao,
quien se disfrazó de muchacha y participó en las orgías montañesas de Dafne.
Apolo se enteró de eso por adivinación y aconsejó a las ninfas de la montaña
que se bañaran desnudas, para asegurarse así de que todas las que les
acompañaban eran mujeres; la impostura de Leucipo se descubrió inmediatamente y
las ninfas lo destrozaron[9].
m. Eso fue también lo que sucedió con el bello joven
Jacinto, príncipe espartano, de quien no sólo se enamoró el poeta Támiris —el
primer hombre que cortejo a uno de su sexo—, sino también el propio Apolo, el
primer dios que lo hizo. Para Apolo Támiris no resultó ser un rival serio; le
oyó jactarse de que podía superar a las Musas en el canto y les informó de ello
maliciosamente, por lo que ellas en seguida privaron a Támiris de la vista, la
voz y su memoria para tañer el arpa. Pero el Viento del Oeste también se había
encaprichado de Jacinto y se sentía locamente celoso de Apolo. Un día en que
Apolo le estaba enseñando al muchacho a lanzar un disco, el Viento del Oeste se
apoderó del disco en el aire, lo lanzó contra el cráneo de Jacinto y lo mató. De
su sangre brotó la flor del jacinto, en la que se ven todavía sus letras iniciales[10].
n. Apolo mereció
la ira de Zeus sólo en una ocasión después de la famosa conspiración para
destronarlo. Eso sucedió cuando su hijo Asclepio, el médico, cometió la temeridad
de resucitar a un muerto y robar con ello un súbdito a Hades, quien, como es
natural, presentó su queja en el Olimpo. Zeus mató a Asclepio con un rayo y
Apolo, en venganza, mató a los Cíclopes. A Zeus le irritó la pérdida de sus
armeros y habría desterrado a Apolo al Tártaro para siempre si Leto no le
hubiera suplicado el perdón, comprometiéndose a que enmendaría sus costumbres.
La sentencia se redujo a un año de trabajos forzados, que Apolo debía cumplir
en los rediles del rey Admeto de Peres. Obedeciendo el consejo de Leto, Apolo
no sólo cumplió la sentencia humildemente, sino que otorgó grandes beneficios a
Admeto[11].
o. Habiendo aprendido su lección, en adelante
predicó la moderación en todas las cosas; las frases: «Conócete a ti mismo» y
«Nada con exceso» estaban constantemente en sus labios. Trasladó a las Musas de
su residencia en el monte Helicón a Delfos, suavizó su turbulento frenesí y las
dirigía en sus danzas ceremoniosas y decorosas[12].
*
1. La historia de Apolo es
confusa. Los griegos le hicieron hijo de Leto, diosa conocida como Lat en la
Palestina meridional (véase 14.2), pero era también un dios de los Hiperbóreos
(«hombre de más allá del Viento Norte») a los que Hecateo (Diodoro Sículo:
ii.47) identificó claramente con los británicos, aunque Píndaro (Odas píticas x.50-55) los consideraba
libios. Délos era el centro de este culto hiperbóreo, el cual, según parece, se
extendía al sudeste hasta Nabatea y Palestina, al noroeste hasta Bretaña, e incluía
a Atenas. Constantemente se cambiaban visitas entre los estados unidos en este
culto (Diodoro Sículo: loc. cit.).
2. Apolo, entre los Hiperbóreos, sacrificó
hecatombes de asnos (Píndaro: loc. cit.), lo que lo identifica con el «Niño
Horus», cuya victoria sobre su enemigo Set celebraban anualmente los egipcios
arrojando onagros por un precipicio (Plutarco: sobre Isis y Osiris 30). Horus vengaba el asesinato de su padre
Osiris por Set. Osiris era el rey sagrado, amado por Isis o Lat, la triple
diosa Luna, y a quien su sucesor sacrificaba en el solsticio estival y en el
solsticio invernal y del que el propio Horus era la reencarnación. El mito de
la persecución de Leto por Pitón es análogo al de la persecución de Isis por
Set (durante los setenta y dos días más calurosos del año). Además, Pitón se identifica
con Tifón, el Set griego (véase 36.1), en el Himno homérico a Apolo y por el escoliasta sobre Apolonio de Rodas.
El Apolo Hiperbóreo es, en realidad, un Horus griego.
3. Pero al mito se le ha dado un carácter político:
se dice que Pitón fue enviado contra Leto por Hera, quien le había dado a luz
partenogenéticamente, para mortificar a Zeus
(Himno homérico a Apolo 305); y
Apolo, después de matar a Pitón (y probablemente también a su compañero Delfine),
se apodera del templo oracular de la Madre Tierra en Delfos, pues Hera era la
Madre Tierra o Delfine en su aspecto profético. Parece que ciertos helenos del
norte, aliados con los tracio-libios, invadieron la Grecia central y el
Peloponeso, donde se les opusieron los adoradores pre-helenos de la diosa Tierra,
pero se apoderaron de sus principales templos oraculares. En Delfos destruyeron
la sagrada serpiente oracular —una serpiente análoga se mantenía en el Erecteón
de Atenas (véase 25.2)— y se hicieron cargo del oráculo en nombre de su dios
Apolo Esminteo. Esminteo («ratón»), al igual que Esmun, el dios cananeo de la
curación, tenía como emblema un ratón sanativo. Los invasores convinieron en
identificarlo con Apolo, el Horus Hiperbóreo, adorado por sus aliados. Para
aplacar a la opinión local de Delfos se instituyeron juegos fúnebres regulares
en honor del héroe muerto Pitón y mantuvieron en su puesto a su sacerdotisa.
4. La diosa Luna de Délos, Brizo («apaciguadora»),
indistinguible de Leto, puede ser identificada con la triple diosa hiperbórea
Brigit, cristianizada posteriormente como Santa Brígida. Brigit era patrona de
todas las artes y Apolo siguió su ejemplo. El atentado del gigante Ticio contra
Leto indica un levantamiento fracasado de los montañeses de Fócide contra los
invasores.
5. Las victorias de Apolo sobre Marsias y Pan
conmemoran las conquistas helenas de Frigia y Arcadia, y el consiguiente
reemplazo en esas regiones de los instrumentos de viento por otros de cuerda,
excepto entre los campesinos. El castigo de Marsias puede referirse al desuello
ritual de un rey sagrado, del mismo modo que Atenea despojó a Palas de su égida
mágica (véase 9.a) o a la costumbre de quitar toda la corteza a un retoño de
aliso para hacer una zampoña de pastos, pues el aliso se personificaba como un
dios o semidiós (véase 28.1 y 57.1). Se consideraba a Apolo como un antepasado
de los griegos dorios y de los milesios, quienes le tributaban honores
especiales. A los coribantes, quienes danzaban en el festival del solsticio
invernal, los consideraba hijos suyos y de la musa Talía, porque era el dios de
la música.
6. Su persecución de Dafne, la ninfa de la montaña,
hija del río Penco, y sacerdotisa de la Madre Tierra, se refiere, al parecer, a
la toma por los helenos de Tempe, donde la diosa
Dafne («la sanguinaria») era adorada por un colegio de Ménades orgiásticas que
masticaban laurel (véase 46.2 y 51.2). Después de suprimir el colegio —la
relación de Plutarco sugiere que las sacerdotisas huyeron a Creta, donde la
diosa Luna se llamaba Pasífae (véase 88.e)— Apolo se hizo cargo del laurel, el
que más adelante sólo podía masticar la Pitonisa. Dafne debía tener cabeza de
yegua en Tempe, lo mismo que en Figalia (véase 16.5); Leucipo («caballo
blanco») era el rey sagrado del culto del caballo local, y anualmente lo
despedazaban las mujeres desenfrenadas, quienes se bañaban después de
asesinarlo para purificarse, pero no antes (véase 22.1 y 150.1).
7. La seducción de Dríope por Apolo en el Eta tal
vez sea un testimonio del reemplazo local del culto de la encina por el culto
de Apolo, a quien estaba consagrado el álamo (véase 42.d); como lo es su
seducción de Aria. Su transformación en tortuga es una referencia a la lira que
había adquirido de Hermes (véase 17.d). El nombre de Ftia indica que ésta era
un aspecto otoñal de la diosa. El fracasado intento contra Marpesa
(«arrebatadora») parece recordar el fracaso de Apolo en apoderarse de un templo
mesenio: el de la diosa del Grano como Cerda (véase 74.4). La servidumbre de
Apolo con Admeto de Feres puede recordar un acontecimiento histórico: la humillación
del sacerdocio de Apolo en castigo por haber exterminado a una corporación de
herreros pre-helénica que gozaba de la protección de Zeus.
8. El mito de Jacinto, que a primera vista no parece
más que una fábula sentimental para explicar la marca del jacinto griego (véase
165.; y 2) se relaciona con el héroe-flor cretense Jacinto (véase 159.4),
llamado también, al parecer, Narciso (véase 85.2), cuyo culto fue introducido
en la Grecia micénica y que dio el nombre al último mes del verano en Creta,
Rodas, Cos, Tera y Esparta. El Apolo dorio usurpó el nombre de Jacinto en Tarento,
donde tenía una tumba de héroe (Polibio: viii.30), y en Amiclas, ciudad
micénica, otra «tumba de Jacinto» se convirtió en el fundamento del trono de
Apolo. Apolo ya era un inmortal por aquel entonces y Jacinto sólo reinaba
durante una estación; su muerte por un disco recuerda la de su sobrino Acrisio
(véase 73.3).
9. Corónide («cuervo»), madre de Asclepio por Apolo,
era probablemente un título de Atenea (véase 25.5), pero los atenienses negaron siempre que ella tuviera hijos y desfiguraron el
mito (véase 50.b).
10. En la época clásica la música, la poesía, la
filosofía, la astronomía, las matemáticas, la medicina y la ciencia se hallaban
bajo la dirección de Apolo. Como enemigo de la barbarie, defendía la moderación
en todas las cosas, y las siete cuerdas de su lira estaban relacionadas con las
siete vocales del alfabeto griego posterior (véase 52.8), tenían significado
místico y se las utilizaba en la música terapéutica. Finalmente, a causa de su
identificación con el niño Horus, concepto solar, se le adoraba como el sol, de
cuyo culto corintio se había apoderado el Zeus Solar, y su hermana Artemis era
identificada justamente con la luna.
11. Cicerón, en su ensayo Sobre la naturaleza de los Dioses (iii.23), hace a Apolo, hijo de
Leto, sólo el cuarto de una serie antigua; distingue a Apolo hijo de Hefesto,
Apolo padre de los coribantes cretenses y el Apolo que dio a Arcadia sus leyes.
12. La muerte de Pitón por Apolo no es, sin embargo,
un mito tan simple como parece a primera vista, porque la piedra omphalos en
que se sentaba la Pitonisa era tradicionalmente la tumba del héroe encarnado en
la serpiente y cuyos oráculos ella pronunciaba (Hesiquio sub el Túmulo de Arcos; Varrón: Sobre
los idiomas latinos vii.17). El sacerdote heleno de Apolo usurpó las
funciones del rey sagrado, quien, legítima y ceremonialmente, había dado muerte
siempre a su predecesor, el héroe. Esto lo demuestra el rito de las Estepterias
del que queda constancia en Por qué los
oráculos guardan silencio (15) de Plutarco. Cada nueve años se construía en
la era de trilla de Delfos una choza que representaba la morada de un rey y una
noche la atacaban de pronto los... [aquí
hay un vacío en el relato]... Derribaban la mesa de las primicias, prendían
fuego a la choza y los portadores de las antorchas huían del santuario sin
mirar hacia atrás. Luego los jóvenes que habían tomado parte en el acto iban a
Tempe para purificarse y volvían de allí en triunfo, coronados y portando una
rama de laurel.
13. El súbito ataque concertado al residente en la
choza recuerda el asesinato misterioso de Rómulo por sus compañeros. Recuerda
también el sacrificio anual que se hacía en Atenas en la fiesta de las
Eufonías, cuando los sacerdotes que habían matado al buey Zeus con un hacha
doble huían sin mirar hacia atrás (véase 53.7); luego
comían la carne en un banquete público, representaban mímicamente la
resurrección del buey y sometían el hacha a juicio bajo la acusación de sacrilegio.
14. En Delfos, así como en Cnosos, el rey sagrado
debió reinar hasta el noveno año (véase 88.6). El muchacho iba a Tempe sin duda
porque el culto de Apolo había tenido allí su origen.
[1]
Higinio: Fábula 140; Apolodoro: i.4.1; Himno homérico a Apolo 300-306; Escoliasta
sobre Apolonio de Rodas: ii.706.
[2]
Eliano Varía Historia iii.l; Plutarco: Cuestiones griegas 12; Por qué guardan silencio los oráculos
15; Pausanias: u.7.7; x16.3.
[3]
Apolodoro: i.4.1;
Pausanias: ii.30.3 y x.6.5; Plutarco: Cuestiones
griegas 12; Higinio: Fábula 55;
Homero: Odisea xi.576 y ss.; Píndaro:
Odas píticas iv.90 y ss.
[4]
Diodoro Sículo: iii.58-9;
Higinio: Fábula 165; Apolodoro:
i.4.2; Segundo Autógrafo Vaticano: 115; Plinio: Historia natural xvi.89.
[5]
Higinio: Fábula 55; Homero: Ilíada i.603.
[6]
Apolodoro: i.7.6; iii.10.3;
iii.1.2; Pausanias: x.17.3.
[7]
Antoninus Liberalis: 32;
Estéfano de Bizancio sub Dríope;
Ovidio: Metamorfosis ix.325 y ss.
[8] Apolodoro:
i.7.9; Plutarco: Agís 9.
[9]
Higinio: Fábula 203; Pausanias: viii.202; x.5.3;
Partenio: Erótica 15; Tzetzes: Sobre Licofrón 6.
[10]
Homero: Ilíada ii.595-600; Luciano: Diálogos de los Dioses 14; Apolodoro:
i.3.3; Pausanias: iii.1.3.
[11]
Apolodoro: iii.10.4;
Diodoro Sículo: iv.71.
[12]
Homero: Ilíada i.603-4; Plutarco: Sobre los oráculos pitios 17.
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