a. La gloria de Hestia consiste en que es la única
de los grandes olímpicos que nunca interviene en guerras o disputas. Además,
como Artemis y Atenea, ha resistido siempre todas las invitaciones amorosas de
los dioses, Titanes y otros, pues después del destronamiento de Crono, cuando
Posidón y Apolo surgieron como pretendientes rivales, juró por la cabeza de
Zeus permanecer siempre virgen. Por ello Zeus, agradecido, le concedió la
primera víctima en todos los sacrificios públicos[1], pues había mantenido la
paz del Olimpo.
b. Príapo, borracho, trató en una ocasión de
violarla en una fiesta campestre a la que asistían los dioses, cuando todos se
habían quedado dormidos por hallarse ahítos; pero un asno rebuznó fuertemente,
Hestia se despertó, gritó al ver que Príapo estaba a punto de echarse sobre
ella y le hizo huir corriendo presa de un terror cómico[2].
c. Es la diosa del Hogar y en todas las viviendas
particulares y casas municipales protege a los suplicantes que acuden a ella en
busca de protección. Hestia es objeto de una veneración universal, no sólo por
ser la deidad más benigna, recta y caritativa de todas las olímpicas, sino también
por haber inventado el arte de la construcción de casas; su fuego es tan
sagrado que si se enfría un hogar, ya sea por accidente o en señal de duelo, se
reavivan las llamas con la ayuda de una rueda de encender[3].
*
1. El centro de la vida griega —incluso en Esparta,
donde la familia estaba subordinada al Estado— era el hogar doméstico,
considerado también como altar de los sacrificios. Hestia, como su diosa,
representaba la seguridad y la felicidad personales y el sagrado deber de la
hospitalidad. El relato de las ofertas de casamiento que le hicieron Posidón y
Apolo quizá se haya deducido del culto conjunto de esos dioses en Delfos. La
tentativa de Príapo de violarla es una amonestación anecdótica contra el mal
trato sacrílego de las mujeres huéspedes que se ponían bajo la protección del
hogar doméstico o público; el asno, símbolo de lujuria (véase 35.4), proclama
el desatino criminal de Príapo.
2. La arcaica imagen anicónica blanca de la Gran
Diosa, en uso en todo el Mediterráneo Oriental, parece haber representado un
montón de carbón de leña ardiente que se mantenía encendido cubriéndolo con
ceniza blanca, y que constituía la manera más agradable y económica de
calefacción en la 'antigüedad; no producía humo ni llamas y formaba el centro
natural de las reuniones de la familia o el clan. En Delfos el montón de carbón
de leña fue trasladado a un recipiente de piedra caliza para el uso al aire
libre y se convirtió en el omphalos, o protuberancia del ombligo, que aparece
con frecuencia en las pinturas de los jarrones griegos y señalaba el supuesto
centro del mundo. Este objeto sagrado, que ha sobrevivido a la ruina del
santuario, tiene inscrito el nombre de la Madre Tierra y mide once pulgadas y
cuarta de altura por quince y media de anchura, más o menos el tamaño y la
forma del fuego de carbón de leña necesario para calentar una gran habitación.
En la época clásica la Pitonisa tenía un sacerdote ayudante que provocaba su
estado de arrobamiento quemando granos de cebada, cáñamo y laurel sobre una
lámpara de aceite en un espacio cerrado y luego interpretaba lo que ella decía.
Pero es probable que en otro tiempo se pusieran el cáñamo, el laurel y la
cebada sobre las cenizas calientes del montón de carbón vegetal, un modo más
sencillo y eficaz de producir vapores narcóticos (véase 51.b). Numerosos
cucharones triangulares o en forma de hoja, de piedra o arcilla, se han
encontrado en santuarios cretenses y micénicos, algunos de ellos con señales de
gran calor, y parecen haber sido utilizados para cuidar el fuego sagrado. El
montón de carbón se formaba a veces en una mesa de arcilla redonda y de tres
patas pintadas de rojo, blanco y negro, que son los colores de la luna (véase
90.3); se han encontrado ejemplos en el Peloponeso, Creta y Délos, uno de
ellos, de una rumba de Zafer Papoura, cerca de Cnosos, tenía todavía amontonado
sobre ella el carbón de leña.
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