Una vez
culminados sus estudios superiores (probablemente a la edad de quince años)
Alejandro y su pandilla ingresaron en el ejército, pues los cadetes o escuderos
reales debían servir como guardias del monarca macedonio apenas se “graduaran”,
en cuanto fueran consagrados como guerreros y ordenados escoltas reales. Tales
deberes incluían asistir “a los miembros de la familia real que por ley debían
cazar a caballo”, dice Hammond. No fue una experiencia del todo nueva, pues
Filipo era un rey guerrero, y su corte era al mismo tiempo un cuartel. En
consecuencia, Alejandro se familiarizó con los soldados y comandantes
macedonios aún antes de aprender a caminar o hablar. Con toda probabilidad el
ejército contempló por primera vez a su príncipe cuando aún era un bebé, a lo
mejor llevado en los brazos del mismo rey. Como era un chico precioso,
despierto y muy indagador, resulta fácil deducir que Alejandro gozaba de las
simpatías de los soldados y oficiales con anterioridad a su designación como
escudero real.
Así mismo, el
vigor físico, la agilidad y valentía del hijo de Filipo ya eran célebres con
anterioridad a su ingreso en el ejército. Como su astucia. Para ese entonces,
Alejandro había obtenido prestigio gracias a su popular doma de Bucéfalo, el
magnífico semental de guerra. Como las fuentes sobre los años previos a la
ascensión del Magno al trono son escasas y poco rigurosas, inclusive en lo
referente a la cronología, se ignora la fecha exacta en que el príncipe logró
su hazaña. Fue la primera vez que Alejandro logró lo que los expertos
consideraban imposible, y superaba de esta manera a su propio padre. Para
regocijo de toda Macedonia, que ya empezaba a ver a Alejandro como el digno
sucesor de Filipo. Hammond dice de la primera proeza del Magno:
“En
su manejo de la situación Alejandro mostró una independencia de criterio, una
comprensión del animal, y un grado de coraje notable en un joven de su edad. No
es de extrañar que los espectadores experimentaran un gran temor, ya que
Alejandro estaba arriesgando su vida. Una medida de esa aprensión fueron las
lágrimas de alegría que, según se dice, derramó Filipo cuando regresó su hijo
triunfante. Para aquéllos que vivieron para ver a Alejandro en Asia, este
acontecimiento presagió muchas ocasiones en las cuales su independencia,
inteligencia y coraje trajeron un triunfo tras otro… Alejando se esforzaba por
competir con su padre y estaba dispuesto a arriesgar su vida hasta las últimas
consecuencias.”
La disciplina
del ejército macedónico era de hierro. Los azotes y demás reprimendas eran
frecuentes. Se sabe que Filipo en una ocasión ejecutó a un escudero por
desobedecer una orden del soberano macedonio. Con todo, como Alejandro estaba
acostumbrado al rigor de Leónidas, su desempeño como guardia real fue impecable.
El debut guerrero del Magno es el colmo de la hazaña de un soldado: El muchacho
salvó la vida de su general. La fuente es Curcio:
“Cuando estalló una reyerta entre soldados macedonios
y mercenarios griegos, Filipo recibió un mal golpe, cayó y no pudo más que
fingirse muerto; Alejandro cubrió con su escudo el cuerpo inerte del padre y
mató con su propia mano a los hombres que lo atacaron. Todo lo cual su padre
nunca fue hombre suficiente para reconocer, pues no estaba dispuesto a deberle
la vida a su hijo.”
Se ignoran las circunstancias y
detalles en que se verificaron los anteriores acontecimientos. Lo mejor es
mostrarse escéptico ante la leyenda de ingratitud de Filipo hacia su hijo, pues
acontecimientos previos y posteriores demuestran que entre el rey y el príncipe
hubo amor, confianza y admiración mutua. Para despecho de Olimpia. Como
consuelo, esta temible mujer se debió solazar con la idea de que la fulgurante
carrera de su hijo implicó un prestigio especial para ella, que de ser una
esposa más se convirtió gracias a Alejandro en la reina madre de Macedonia.
Con semejante
hazaña, la valoración de Filipo hacia su hijo creció. Mientras el padre se
comprometía en un complicado asedio en Tracia, designó a Alejandro regente.
Plutarco cuenta que los maidoi o medios al ver que sólo un muchachuelo estaba
encargado del trono, se rebelaron. Alejandro tendría unos dieciséis años. Al
frente de las milicias o reservas que Filipo dejó en Pella, la capital
(ciertamente que los mejores soldados estaban en ese entonces en Tracia, con el
rey) Alejandro se enfrentó y derrotó a los insurrectos. Como anotó Asimov, los
medios se equivocaron, y juzgaron mal al muchacho. Desgraciadamente, se
desconocen los detalles de la primera campaña del Magno como general. A manera
de precedente de lo que haría como señor del mundo, el imberbe regente de
Macedonia (como digno alumno de Aristóteles y Filipo) asentó una colonia de
veteranos en el lugar de la victoria, fundando así su primera ciudad:
Alejandrópolis. Dieciséis años tenía el Magno cuando logró su primera gesta
como general y estadista. Renault comenta de semejante proeza:
“La primera «colonia» de Alejandro fue, sin lugar a
dudas, una simple aldea en una colina. Su padre había fundado Filipópolis en
Tracia; sólo posteriormente se revelaría el orgullo que el joven debió de
sentir por ese acto de emulación. Pero es más significativo el hecho de que a
los dieciséis años estaba en condiciones de convocar al ejército permanente de
Macedonia, de hacerse seguir incondicionalmente hasta las fortalezas de los
bárbaros y de ser obedecido en una dura campaña de montaña. Sería interesante
saber dónde y cómo llegaron previamente (los soldados) a confiar en él.”
Como la precoz
hazaña del Magno neutralizó una invasión que de haber salido exitosa habría
traído nefastas consecuencias para Macedonia, el rey recompensó a su más joven
general confiándole la reconquista de algunas plazas rebeldes a la autoridad de
Filipo en el sur de Tracia. Esta cordialidad del padre hacia el hijo demuestra
el aprecio mutuo existente entre estos dos genios, realidad que la propaganda
antimacedónica pasa por alto.
Mientras
Alejandro asumía con éxito las misiones encargadas por Filipo, éste probaba de
nuevo la hiel de la derrota en los sitios de Perinto y Bizancio, plazas que
recibieron el apoyo de Atenas y Persia. Esta última maniobra de Demóstenes
hartó al soberano macedonio. Hasta la fecha, el “tirano” Filipo se había
comportado más gallardamente que la arrogante Atenas. Por puro respeto hacia la
capital espiritual de la Hélade, el monarca macedonio se había abstenido de
emplear la fuerza armada contra Demóstenes. Pero este hábil intrigante había
propinado más de un golpe certero contra Filipo, a través de sus aliados:
Hermias, el sátrapa amigo de Aristóteles, fue delatado ante el Gran Rey y
atrozmente torturado para que confesara sus relaciones secretas con Filipo. El
amigo de Aristóteles demostró ser tan valiente como cultivado, y se abstuvo de
traicionar a su aliado macedonio. La trágica muerte de Hermias a manos del
emperador persa tuvo mucho que ver con el espíritu xenófobo del gran filósofo.
Más de un autor
sospecha que la propia Olimpia haya delatado a Hermias. Si bien a la presente
fecha no hay una prueba contundente que permita demostrar la veracidad de tales
acusaciones, los acontecimientos posteriores indican una relación entre
Demóstenes y cierto sector de la nobleza macedónica, hostil a Filipo. Olimpia
bien pudo hacer parte de tales intrigas.
Así pues, la
paciencia de Filipo se vio colmada con sus fracasos ante Perinto y Bizancio. En
consecuencia, ordenó a su general Alejandro que tomara su victorioso ejército
de Tracia y lo alistara para una próxima campaña contra los atenienses. Para no
alertarlos, el rey macedonio proclamó que pensaba invadir el territorio de los
ilirios. El plan le salió tan bien, que hasta los ilirios se creyeron el cuento
y tomaron la ofensiva. Alejandro se vio obligado a expulsarlos del norte de
Macedonia. Esta nueva campaña del hijo de Filipo (la tercera) se vio igualmente
coronada por la victoria. El Magno tendría unos diecisiete años. Faure por su
parte, anota que estas expediciones tienen otra importancia histórica
adicional: Alejandro estableció una estrecha amistad con Lambaro, príncipe de
los leales agrianos, una de las numerosas tribus que habitaban al pie del
Estrimón, y la futura crema de las tropas auxiliares del ejército alejandrino.
En vista de que
los falsos rumores podían volverse en contra de Filipo, éste cambió de
estrategia. Mediante hábiles manejos diplomáticos, provocó que la Liga Sagrada
(una especie de Vaticano de los Griegos) le declarara la guerra a los Anfisos.
La astuta maniobra tendía a que la Liga solicitara la intervención armada de
Macedonia en Grecia.
A pesar de las
medidas de Demóstenes, Filipo insistió en una solución diplomática, pues su
sueño era ser un segundo Agamenón, no un nuevo Jerjes. Por tal razón, al
acceder a las peticiones de la Liga Sagrada, el monarca macedonio se mostró
magnánimo en la victoria, lo cual implicó un revés para Demóstenes, quien
cometió un nuevo error político a la hora de devolverle el golpe a su odiado
rival: Convenció a la asamblea ateniense de abstenerse de enviar delegados a la
siguiente reunión de la Liga, y sin voces que se opusieran, ésta volvió a
solicitar la ayuda de Filipo.
Demóstenes
reaccionó solicitando una alianza militar con Tebas, que hasta ese entonces
poseía el mejor ejército del mundo, desde la época de Epaminondas. Filipo
mantuvo sus intenciones de llegar a una paz negociada, y envió sus propios
diputados a Tebas. La ciudad recibió las embajadas ateniense y macedónica el
mismo día. Demóstenes hizo a los tebanos una oferta que éstos no pudieron
rechazar, magistralmente descrita por Renault:
“… entregar a Tebas dos pueblos protegidos por solemnes
promesas atenienses: los beocios del campo circundante, sostenidos contra el
gobierno tebano en el sagrado nombre de la democracia, y, por si eso fuera
poco, los habitantes de Platea. A esta tribu fronteriza, única aliada de Atenas
en la heroica defensa de Maratón, se le había concedido a perpetuidad la
ciudadanía ateniense honoraria. Los tebanos dudaban. Demóstenes, que jamás
había pisado un campo de batalla, les echó en cara su cobardía. Este recurso
sencillo tuvo un éxito total.”
A pesar de
tales provocaciones, Filipo se abstuvo una vez más de marchar contra Atenas. Se
limitó a cumplir los encargos de la Liga Sagrada, y a derrotar los ejércitos de
mercenarios enviados por los atenienses. El santuario de Delfos honró
públicamente a Filipo, lo cual supuso otro fuerte revés contra Demóstenes. Fue
así como los acontecimientos desembocaron en la batalla de Queronea.
La coalición
tebano-ateniense esperó a Filipo en un terreno flanqueado por montes y ríos,
para neutralizar así cualquier maniobra envolvente de la caballería macedónica,
al tiempo que estaría en un terreno elevado. Fiel a la costumbre ancestral, el
ala derecha pertenecería a las mejores tropas, a los imbatibles guerreros de la
Hueste Sagrada tebana, mientras que la izquierda sería ocupada por los
atenienses. En el centro estaban aqueos, corintios y demás hoplitas de otras
ciudades. La superioridad numérica, aunque escasa, pertenecía a este bando.
El ejército macedonio tenía en su
ala derecha al rey Filipo, es decir que sería el propio monarca quien se
enfrentaría a los atenienses. En el centro estaría el general más veterano de
Filipo, el gran Parmenión. Y el encargado de hacer frente a la invencible
Hueste Sagrada sería el propio Alejandro, quien para ese entonces tendría como
máximo dieciocho años. Si Filipo era un nuevo Agamenón, su comandante de
caballería tenía que ser un segundo Aquiles, desde luego.
Filipo retrocedió, fingiendo
debilidad ante los atenienses. Y éstos mordieron el anzuelo, y efectuaron un
temerario avance sin contar con sus aliados tebanos, por lo que se creó una
profunda brecha. El comandante tebano Teágenes se vio obligado a disminuir la
profundidad de su ejército para llenar el vacío generado por los atenienses.
Ése fue el momento en que Alejando -cabalgando a Bucéfalo- encabezó una furiosa
carga de caballería contra el batallón sagrado. Hammond lo explica mejor:
“Cuando
las tácticas de su padre abrieron una brecha en la falange adversaria,
Alejandro avanzó sobre la misma y condujo el ataque sobre la banda sagrada de
300 tebanos. La victoria macedonia fue total.”
Como era la costumbre en esa
época, el general combatía en primera fila, por lo que Alejandro fue el primer
caballero de la cuña macedónica que cargó contra la Hueste Sagrada. Una cosa
era atacar desde un corcel a otro jinete, pero cuando una fuerza de caballería
arremetía contra un destacamento disciplinado de infantería, lo normal es que
el infante derrotase al jinete, tal y como ya lo ha explicado en esta web J. I.
Lago. Como Filipo era consciente de esta realidad, designó a su principal
general de caballería, con el objetivo de que éste supiera sortear el peligro.
Y la solución fue genial: Alejandro comandó un ataque de flanco, para así poder
derrotar a la fuerza de infantería más disciplinada y temible de la época. Es
por esto por lo que el maestro Lago expone que el Magno demostró ser el
mejor comandante de caballería del mundo.
A pesar de la derrota, la Hueste
Sagrada se negó a rendirse, y combatió con un valor que cautivó a los mismos
dioses. La lucha fue titánica, y sólo acabó cuando la caballería de Alejandro
aniquiló hasta el último hombre.
Para desconcierto de los
atenienses, el vencedor Filipo se abstuvo de invadir el Ática, y demostró que
el monstruo retratado por Demóstenes sólo existía en la mente de este político,
pues en vez de ver soldados macedonios, los centinelas atenienses divisaron a
un compatriota que había sobrevivido a la batalla, liberado por el mismísimo
soberano macedónico en calidad de embajador. Este enviado contó que el padre de
Alejandro trató generosamente a los atenienses que se habían rendido, al tiempo
que honró los cadáveres de los caídos, dedicándoles las debidas exequias.
Igualmente, el guerrero redimido contó que Demóstenes había huido de la
batalla.
La asamblea ateniense decidió
enviar una embajada a Filipo, y solicitar las condiciones del vencedor. Éste
envió a su comandante de caballería, al hombre que había decidido la victoria
macedónica. Fue así como Alejandro y Bucéfalo, y probablemente el resto de la
pandilla de Mieza, conocieron Atenas.
Filipo sabía lo que hacía. El
carisma de Alejandro sedujo igualmente a los atenienses, quienes le rindieron
todo tipo de honores, y hasta levantaron estatuas en honor del nuevo Agamenón y
su hijo, e igualmente les concedieron la ciudadanía. Esto es lo que el pueblo
ateniense de aquel entonces opinó del bárbaro macedonio retratado por
Demóstenes. Y aprovechando el golpe de popularidad que Alejandro había logrado,
Filipo convocó un congreso en la ciudad de Corinto, en donde se reunieron todos
los representantes de las polis griegas, con excepción de Esparta. Una vez
allí, proclamó el proyecto que constituía el sueño de helenos sensatos como
Isócrates: La unión de todos los griegos para combatir al enemigo secular, al
imperio persa, quien desde las guerras del Peloponeso no hacía otra cosa que
aprovecharse de las interminables contiendas fratricidas entre griegos, y
liberar así mismo a los helenos habitantes de la Grecia asiática (Jonia) El
soberano macedonio fue elegido Hegemón (comandante en jefe) de la nueva alianza
helénica.
Probablemente fue este proyecto
el que decidió la muerte de Filipo. Como sus enemigos no pudieron derrotarlo
con la espada, recurrieron al puñal, a semejanza de lo que le ocurrió a César.
La estrecha amistad que unía a
Alejandro con su padre habría de deteriorarse igualmente. Filipo decidió
casarse una vez más. Esto de ninguna manera significaba que se divorciaba de
Olimpia, pues los reyes macedonios eran polígamos, como se indicó
anteriormente. Sin embargo, durante la fiesta de bodas, el nuevo suegro de
Filipo (llamado Atalo) hizo una acotación que daría origen al fin de las buenas
relaciones habientes entre Alejandro y su padre. Este noble efectuó un brindis
pidiendo que por fin Filipo engendrara un hijo legítimo, digno heredero del
trono. No eran pocos los macedonios que veían a Alejandro como un mestizo,
medio moloso, hijo de una hechicera extranjera. El ataque al hijo de Filipo era
evidente.
El Magno, lívido de ira, arrojó
su copa contra la cara de Atalo, al tiempo que le vociferaba: “¡Canalla! ¿Y yo
qué soy? ¿Acaso un bastardo?” Como era típico en los festines macedónicos, la
fiesta primero degeneró en borrachera, y luego en tragedia. La agresión de
Alejandro contra Atalo provocó una reyerta, en la que Filipo -igualmente ebrio-
se dirigió a su hijo. Éste le replicó de tal manera, que el rey se enfureció y
desenfundando su espada se encaminó contra Alejandro. Afortunadamente, Filipo
tropezó y cayó cuan largo era. El Magno, probablemente dolido por sentir que su
padre se había puesto del lado de Atalo, exclamó estas amargas palabras: “He
ahí al hombre que pretende pasar de Europa al Asia, y no puede ir de una litera
a la otra sin caerse.” Acto seguido, Alejandro abandonó la fiesta. Y a
Macedonia también. Olimpia le siguió. De ser cierto este relato, lo más
probable es que la pandilla de Mieza igualmente escoltara a su líder. Aquiles
disputaba con Agamenón nuevamente.
Alejandro instaló a su madre en
el Epiro, y se dirigió a Iliria. Renault considera probable que durante su
estancia en Dodona -la capital de Epiro- el Magno haya visitado el célebre
oráculo de esa ciudad, casi tan prestigioso como el de Delos o Delfos. Es
factible, si se tiene en cuenta la conducta desplegada por Alejandro en Egipto,
y que antes de morir el conquistador del mundo haya proyectado construir
magníficos templos en las ciudades anteriormente mencionadas.
Que Alejandro haya sido recibido
hospitalariamente en Iliria dice mucho de sus anteriores campañas en aquella
zona. Renault apunta: “Hacía menos de dos años que (Alejandro) había repelido
al derrotado ejército ilirio, devolviéndolo a esas tierras belicosas. El hecho
de que pudiera presentarse y ser recibido como invitado demuestra con qué
decencia libró la campaña y cuánto respeto suscitó.”
Filipo debió haber lamentado
profundamente su actitud durante la fiesta de bodas. Su mejor general había
sido recibido como un huésped de honor por sus enemigos más temibles en el
norte, mientras que la implacable Olimpia hacía de las suyas en Epiro, cuya
amistad con Macedonia quedaba en entredicho gracias al impasse diplomático del
Hegemón de Grecia. En estas condiciones sería una temeridad adelantar la
proyectada campaña sobre Asia. El Magno jugó bien sus cartas, y pronto un amigo
de Filipo (Demarato de Corinto) visitó a Alejandro en Iliria. La leyenda se
repetía, y Agamenón enviaba una embajada al furibundo Aquiles. Al poco, padre e
hijo se reconciliaban. El Magno no era ningún Alcibíades. Hammond por su parte,
considera que la disputa entre Alejandro y su padre durante la fiesta de bodas
no es más que exageración, y que lo más probable es que Alejandro haya ido a
Iliria en calidad de embajador de Filipo.
Unas fuentes dicen que Olimpia se
quedó en el Epiro. Tal versión resulta poco creíble. Es probable que Filipo
prefiriera tener al enemigo cerca, donde podía ser controlado, en vez de
dejarle en condiciones de convertir un país aliado en enemigo. Alejandro por su
parte también vería que el retorno de Olimpia a Macedonia restituiría su honor
mancillado. Con todo, la brecha entre padre e hijo estaba creada, y Atalo
se dedicó a aprovecharla al máximo.
Plutarco cuenta que la tormenta
volvió a estallar cuando Filipo proyectó un enlace matrimonial entre su hijo
ilegítimo Arrideo, y la hija de un sátrapa persa. Según este relato Alejandro
sospechó que Filipo quería entronizar a Arrideo como heredero de la corona, y
decidió enviar a su amigo Tésalo (famoso actor de teatro) al Asia, para
contarle al gobernador asiático que Filipo le estaba engañando, pues Arrideo
era retrasado mental, y que en cambio el propio Alejandro se ofrecía para el
proyectado enlace. Al enterarse de esto (Renault conjetura que Filotas fue el
delator) Filipo recriminó ásperamente al Magno, y le censuró su injusta desconfianza.
Como castigo, Tésalo fue conducido a Macedonia encadenado (lo cual debió
atormentar a Alejandro) y los mejores amigos del Magno, los miembros de la
pandilla con la que andaba desde la época de Mieza, fueron desterrados, a
excepción de Hefestión, Casandro y Filotas, estos dos últimos hijos de
Antípatro y Parmenión respectivamente. Si bien se criaron desde la infancia con
Alejandro, acontecimientos posteriores demuestran que no fueron verdaderos
amigos del Magno.
Con todo, Hammond se muestra
escéptico ante el relato de Plutarco, por varios motivos: “Los asuntos de la
realeza eran entonces, como ahora, del mayor interés para los escritores, para
quienes lucrar con el escándalo era más importante que informar con veracidad.”
Así mismo, el mejor historiador de Alejandro explica que Arrideo era un hijo
extramatrimonial y encima tenía serios problemas mentales, por lo que nadie lo
consideraba como un aspirante al trono, mucho menos el propio Filipo. Alejandro
de tonto no tenía un pelo, y en consecuencia debía ser plenamente consciente de
esta realidad. De igual manera, Hammond recuerda que un sátrapa no era más que
un súbdito del emperador persa y que así cualquier alianza con uno de estos
gobernadores debería ser secreta (como pasó con Hermias, el amigo de Aristóteles)
por lo que un matrimonio no serviría de nada.
Con todo, el destierro de los
mejores amigos del Magno es histórico, por lo que algo debió acontecer, que
disgustara profundamente a Filipo. Que éste haya permitido que Hefestión -el
mejor amigo de Alejandro- se quedara, significa indudablemente que el
padre, excelente juez del alma humana, veía en el “Patroclo” del Magno una
buena influencia. En este sentido Renault apunta que Aristóteles se escribía
con Hefestión, lo cual indica que era uno de los alumnos favoritos del gran
filósofo. Igualmente, a propósito del futuro lugarteniente de Alejandro, esta
historiadora comenta:
“(Hefestión) Inició su carrera militar como compañero
(es decir, miembro del regimiento de caballería del propio monarca) y fue
ascendido, evidentemente por méritos propios, hasta los más altos rangos civil
y militar… jamás fue derrotado en ninguno de sus encargos de gran
responsabilidad; cumplió de manera impecable múltiples misiones diplomáticas de
importancia decisiva, e intercambió correspondencia con dos filósofos… Apenas
se sustentan las teorías que sostienen que fue un mero compañero de cama o un
amigo íntimo apreciado por su devoción absoluta.”
Poco después del destierro de la
mayoría de los amigos de Alejandro, Filipo dio inicio a la guerra contra
Persia: el rey destacó una vanguardia encargada de hacer una cabeza de puente,
bajo las órdenes de Parmenión. Atalo estaba con esa columna.
Antes de dejar Europa, Filipo
decidió garantizar definitivamente la lealtad de Epiro, y dispuso que su hija
(la inteligente Cleopatra) se casara con el rey Alejandro de Epiro, hermano de
Olimpia. Esto implica que el tío se casaría con su sobrina, lo cual no tenía
ningún inconveniente en aquella época. Como Filipo era el nuevo Agamenón de
Grecia, y todos los ojos estaban fijados en Macedonia, las bodas se celebraron
por lo alto. Durante estas fiestas, ante todos los espectadores, el comandante
de la guardia real (llamado Pausanias) apuñaló al Hegemón de la alianza
helénica.
Los escoltas reales reaccionaron
con la disciplina de siempre. Mientras un grupo rodeaba al propio Alejandro, el
resto persiguió al asesino. Cuando el regicida estaba a punto de llegar a los
caballos previamente ubicados para facilitar la huída, Pausanias tropezó y cayó.
Los guardias reales Leonatos y Pérdicas alcanzaron al delincuente, y al parecer
lo mataron inmediatamente. Los detractores de Alejandro sugieren que estos
soldados fueron cómplices del Magno en el complot contra Filipo. Tal
planteamiento olvida que en primer lugar, los mejores amigos de Alejandro
habían sido desterrados, y que el único que pudo haber actuado como cómplice
del Magno (Hefestión) se abstuvo de perseguir y dar muerte al asesino, y
probablemente optó por ir a proteger a su amigo. La fuente que permite esgrimir
este argumento es Arriano, quien a propósito aclara:
“Cuando Filipo aún era rey, Harpalo estaba exiliado
porque era leal a Alejandro. Tolomeo, hijo de Lago, Nearco, hijo de Andrótimo,
Erigio, hijo de Larico, y Laomedón su hermano fueron acusados del mismo cargo,
porque existía recelo entre Filipo y Alejandro cuando el primero se casó con
Eurídice deshonrando a la madre de Alejandro, Olimpia. A la muerte de Filipo
regresaron del exilio en el que habían incurrido por su falta.”
La asamblea, a instancias de los
lugartenientes y amigos de Filipo (Parmenión desde Asia y Antípatro en
Macedonia) eligió rey a Alejandro, quien inmediatamente llamó a su maestro
Aristóteles y le encargó que investigara las ramificaciones que tuvo el
asesinato de su padre. Las indagaciones permitieron concluir que la casa noble
de los Lincéstidas estaba implicada en el complot. Pronto aflorarían más
nombres, a los que Alejandro habría de pasar la correspondiente cuenta de
cobro.
Poco antes del asesinato de Filipo,
el temible Ocos era igualmente asesinado por su Gran Visir, el eunuco Bagoas,
quien se encargó de que el artero Darío Codomano sucediera a Ocos, asesinando
igualmente al legítimo heredero del cruel emperador. El veneno jugaba en Persia
el mismo papel que el puñal en Macedonia.
Tanto Leonatos como Pérdicas
fueron sospechosos de participar en la conjura, al haberle quitado la vida al
individuo que sabía quiénes planearon la muerte de Filipo. Sin embargo, las
pesquisas de Aristóteles constataron que estos hombres actuaron al calor de la
ira al matar -y vengar- al asesino de su rey, impidiendo que aquel huyera. A
partir de entonces, estos guardias de élite gozaron de la estima del propio
Alejandro, quien los incluyó en su círculo de amigos. Otra medida acertada,
pues ambos se comportaron con un talento y lealtad admirables, llegando a ser
generales y gobernadores del Magno. De hecho, Leonatos le salvaría la vida a
Alejandro en la India, mientras que Pérdicas sería el sucesor de Hefestión como
lugarteniente del Magno en Asia.
Así mismo, el informe que
Aristóteles presentó a Alejandro, manifestó que “Pausanias asesinó a Filipo
porque éste toleró el abuso sexual que había padecido por parte de criados de
Atalo.” Por su parte Atalo -el último suegro de Filipo- injurió de esta manera
a Pausanias por un asunto de celos entre éste y un escudero real amigo o
pariente de Atalo, que terminó suicidándose, debido a ciertas burlas del futuro
asesino material de Filipo. Luego de ser violado, Pausanias acudió al rey, quien
le ascendió en la guardia real, pero se abstuvo de castigar a Atalo, y por el
contrario le convirtió en su suegro. Así las cosas, el asesinato de Filipo fue
un acto de venganza.
Los sospechosos mencionados en el
informe de Aristóteles fueron juzgados por la asamblea. El líder de los
Lincéstidas (igualmente llamado Alejandro) fue exonerado por el Magno debido a
que fue el primer macedonio en aclamar al hijo de Filipo como rey. Renault
considera que el primogénito de los Lincéstidas nada tuvo que ver en la muerte
de Filipo. El resto de acusados fueron condenados. A pesar de todo, Alejandro
el Lincesta sería posteriormente procesado por conspirar con Darío para tratar
de asesinar al Magno. Según algunas fuentes, por lo menos uno de los líderes
del clan de los Lincéstidas habría huido y obtenido asilo en la corte de Darío.
Acontecimientos posteriores evidencian que más de un macedonio combatiría en el
bando persa.
Los cadáveres de Pausanias y los
Lincéstidas ejecutados fueron enterrados al pie de la magnífica tumba que
Alejandro levantó en honor de Filipo. El Magno prometió públicamente que haría
realidad el sueño de su padre. No fue un juramento en vano. La observancia de
la palabra empeñada por Alejandro III, nuevo rey de Macedonia, redundaría en un
aporte colosal para la humanidad. En la campaña de conquistas más espectacular
de toda la historia.
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