sábado, 23 de diciembre de 2017

Las mocedades de Alejandro: La iniciación

Una vez culminados sus estudios superiores (probablemente a la edad de quince años) Alejandro y su pandilla ingresaron en el ejército, pues los cadetes o escuderos reales debían servir como guardias del monarca macedonio apenas se “graduaran”, en cuanto fueran consagrados como guerreros y ordenados escoltas reales. Tales deberes incluían asistir “a los miembros de la familia real que por ley debían cazar a caballo”, dice Hammond. No fue una experiencia del todo nueva, pues Filipo era un rey guerrero, y su corte era al mismo tiempo un cuartel. En consecuencia, Alejandro se familiarizó con los soldados y comandantes macedonios aún antes de aprender a caminar o hablar. Con toda probabilidad el ejército contempló por primera vez a su príncipe cuando aún era un bebé, a lo mejor llevado en los brazos del mismo rey. Como era un chico precioso, despierto y muy indagador, resulta fácil deducir que Alejandro gozaba de las simpatías de los soldados y oficiales con anterioridad a su designación como escudero real.

Así mismo, el vigor físico, la agilidad y valentía del hijo de Filipo ya eran célebres con anterioridad a su ingreso en el ejército. Como su astucia. Para ese entonces, Alejandro había obtenido prestigio gracias a su popular doma de Bucéfalo, el magnífico semental de guerra. Como las fuentes sobre los años previos a la ascensión del Magno al trono son escasas y poco rigurosas, inclusive en lo referente a la cronología, se ignora la fecha exacta en que el príncipe logró su hazaña. Fue la primera vez que Alejandro logró lo que los expertos consideraban imposible, y superaba de esta manera a su propio padre. Para regocijo de toda Macedonia, que ya empezaba a ver a Alejandro como el digno sucesor de Filipo. Hammond dice de la primera proeza del Magno:

“En su manejo de la situación Alejandro mostró una independencia de criterio, una comprensión del animal, y un grado de coraje notable en un joven de su edad. No es de extrañar que los espectadores experimentaran un gran temor, ya que Alejandro estaba arriesgando su vida. Una medida de esa aprensión fueron las lágrimas de alegría que, según se dice, derramó Filipo cuando regresó su hijo triunfante. Para aquéllos que vivieron para ver a Alejandro en Asia, este acontecimiento presagió muchas ocasiones en las cuales su independencia, inteligencia y coraje trajeron un triunfo tras otro… Alejando se esforzaba por competir con su padre y estaba dispuesto a arriesgar su vida hasta las últimas consecuencias.”

La disciplina del ejército macedónico era de hierro. Los azotes y demás reprimendas eran frecuentes. Se sabe que Filipo en una ocasión ejecutó a un escudero por desobedecer una orden del soberano macedonio. Con todo, como Alejandro estaba acostumbrado al rigor de Leónidas, su desempeño como guardia real fue impecable. El debut guerrero del Magno es el colmo de la hazaña de un soldado: El muchacho salvó la vida de su general. La fuente es Curcio:

“Cuando estalló una reyerta entre soldados macedonios y mercenarios griegos, Filipo recibió un mal golpe, cayó y no pudo más que fingirse muerto; Alejandro cubrió con su escudo el cuerpo inerte del padre y mató con su propia mano a los hombres que lo atacaron. Todo lo cual su padre nunca fue hombre suficiente para reconocer, pues no estaba dispuesto a deberle la vida a su hijo.”

Se ignoran las circunstancias y detalles en que se verificaron los anteriores acontecimientos. Lo mejor es mostrarse escéptico ante la leyenda de ingratitud de Filipo hacia su hijo, pues acontecimientos previos y posteriores demuestran que entre el rey y el príncipe hubo amor, confianza y admiración mutua. Para despecho de Olimpia. Como consuelo, esta temible mujer se debió solazar con la idea de que la fulgurante carrera de su hijo implicó un prestigio especial para ella, que de ser una esposa más se convirtió gracias a Alejandro en la reina madre de Macedonia.

Con semejante hazaña, la valoración de Filipo hacia su hijo creció. Mientras el padre se comprometía en un complicado asedio en Tracia, designó a Alejandro regente. Plutarco cuenta que los maidoi o medios al ver que sólo un muchachuelo estaba encargado del trono, se rebelaron. Alejandro tendría unos dieciséis años. Al frente de las milicias o reservas que Filipo dejó en Pella, la capital (ciertamente que los mejores soldados estaban en ese entonces en Tracia, con el rey) Alejandro se enfrentó y derrotó a los insurrectos. Como anotó Asimov, los medios se equivocaron, y juzgaron mal al muchacho. Desgraciadamente, se desconocen los detalles de la primera campaña del Magno como general. A manera de precedente de lo que haría como señor del mundo, el imberbe regente de Macedonia (como digno alumno de Aristóteles y Filipo) asentó una colonia de veteranos en el lugar de la victoria, fundando así su primera ciudad: Alejandrópolis. Dieciséis años tenía el Magno cuando logró su primera gesta como general y estadista. Renault comenta de semejante proeza:

“La primera «colonia» de Alejandro fue, sin lugar a dudas, una simple aldea en una colina. Su padre había fundado Filipópolis en Tracia; sólo posteriormente se revelaría el orgullo que el joven debió de sentir por ese acto de emulación. Pero es más significativo el hecho de que a los dieciséis años estaba en condiciones de convocar al ejército permanente de Macedonia, de hacerse seguir incondicionalmente hasta las fortalezas de los bárbaros y de ser obedecido en una dura campaña de montaña. Sería interesante saber dónde y cómo llegaron previamente (los soldados) a confiar en él.”

Como la precoz hazaña del Magno neutralizó una invasión que de haber salido exitosa habría traído nefastas consecuencias para Macedonia, el rey recompensó a su más joven general confiándole la reconquista de algunas plazas rebeldes a la autoridad de Filipo en el sur de Tracia. Esta cordialidad del padre hacia el hijo demuestra el aprecio mutuo existente entre estos dos genios, realidad que la propaganda antimacedónica pasa por alto.

Mientras Alejandro asumía con éxito las misiones encargadas por Filipo, éste probaba de nuevo la hiel de la derrota en los sitios de Perinto y Bizancio, plazas que recibieron el apoyo de Atenas y Persia. Esta última maniobra de Demóstenes hartó al soberano macedonio. Hasta la fecha, el “tirano” Filipo se había comportado más gallardamente que la arrogante Atenas. Por puro respeto hacia la capital espiritual de la Hélade, el monarca macedonio se había abstenido de emplear la fuerza armada contra Demóstenes. Pero este hábil intrigante había propinado más de un golpe certero contra Filipo, a través de sus aliados: Hermias, el sátrapa amigo de Aristóteles, fue delatado ante el Gran Rey y atrozmente torturado para que confesara sus relaciones secretas con Filipo. El amigo de Aristóteles demostró ser tan valiente como cultivado, y se abstuvo de traicionar a su aliado macedonio. La trágica muerte de Hermias a manos del emperador persa tuvo mucho que ver con el espíritu xenófobo del gran filósofo.

Más de un autor sospecha que la propia Olimpia haya delatado a Hermias. Si bien a la presente fecha no hay una prueba contundente que permita demostrar la veracidad de tales acusaciones, los acontecimientos posteriores indican una relación entre Demóstenes y cierto sector de la nobleza macedónica, hostil a Filipo. Olimpia bien pudo hacer parte de tales intrigas.

Así pues, la paciencia de Filipo se vio colmada con sus fracasos ante Perinto y Bizancio. En consecuencia, ordenó a su general Alejandro que tomara su victorioso ejército de Tracia y lo alistara para una próxima campaña contra los atenienses. Para no alertarlos, el rey macedonio proclamó que pensaba invadir el territorio de los ilirios. El plan le salió tan bien, que hasta los ilirios se creyeron el cuento y tomaron la ofensiva. Alejandro se vio obligado a expulsarlos del norte de Macedonia. Esta nueva campaña del hijo de Filipo (la tercera) se vio igualmente coronada por la victoria. El Magno tendría unos diecisiete años. Faure por su parte, anota que estas expediciones tienen otra importancia histórica adicional: Alejandro estableció una estrecha amistad con Lambaro, príncipe de los leales agrianos, una de las numerosas tribus que habitaban al pie del Estrimón, y la futura crema de las tropas auxiliares del ejército alejandrino.

En vista de que los falsos rumores podían volverse en contra de Filipo, éste cambió de estrategia. Mediante hábiles manejos diplomáticos, provocó que la Liga Sagrada (una especie de Vaticano de los Griegos) le declarara la guerra a los Anfisos. La astuta maniobra tendía a que la Liga solicitara la intervención armada de Macedonia en Grecia.

A pesar de las medidas de Demóstenes, Filipo insistió en una solución diplomática, pues su sueño era ser un segundo Agamenón, no un nuevo Jerjes. Por tal razón, al acceder a las peticiones de la Liga Sagrada, el monarca macedonio se mostró magnánimo en la victoria, lo cual implicó un revés para Demóstenes, quien cometió un nuevo error político a la hora de devolverle el golpe a su odiado rival: Convenció a la asamblea ateniense de abstenerse de enviar delegados a la siguiente reunión de la Liga, y sin voces que se opusieran, ésta volvió a solicitar la ayuda de Filipo.

Demóstenes reaccionó solicitando una alianza militar con Tebas, que hasta ese entonces poseía el mejor ejército del mundo, desde la época de Epaminondas. Filipo mantuvo sus intenciones de llegar a una paz negociada, y envió sus propios diputados a Tebas. La ciudad recibió las embajadas ateniense y macedónica el mismo día. Demóstenes hizo a los tebanos una oferta que éstos no pudieron rechazar,  magistralmente descrita por Renault:

“… entregar a Tebas dos pueblos protegidos por solemnes promesas atenienses: los beocios del campo circundante, sostenidos contra el gobierno tebano en el sagrado nombre de la democracia, y, por si eso fuera poco, los habitantes de Platea. A esta tribu fronteriza, única aliada de Atenas en la heroica defensa de Maratón, se le había concedido a perpetuidad la ciudadanía ateniense honoraria. Los tebanos dudaban. Demóstenes, que jamás había pisado un campo de batalla, les echó en cara su cobardía. Este recurso sencillo tuvo un éxito total.”

A pesar de tales provocaciones, Filipo se abstuvo una vez más de marchar contra Atenas. Se limitó a cumplir los encargos de la Liga Sagrada, y a derrotar los ejércitos de mercenarios enviados por los atenienses. El santuario de Delfos honró públicamente a Filipo, lo cual supuso otro fuerte revés contra Demóstenes. Fue así como los acontecimientos desembocaron en la batalla de Queronea.

La coalición tebano-ateniense esperó a Filipo en un terreno flanqueado por montes y ríos, para neutralizar así cualquier maniobra envolvente de la caballería macedónica, al tiempo que estaría en un terreno elevado. Fiel a la costumbre ancestral, el ala derecha pertenecería a las mejores tropas, a los imbatibles guerreros de la Hueste Sagrada tebana, mientras que la izquierda sería ocupada por los atenienses. En el centro estaban aqueos, corintios y demás hoplitas de otras ciudades. La superioridad numérica, aunque escasa, pertenecía a este bando.

El ejército macedonio tenía en su ala derecha al rey Filipo, es decir que sería el propio monarca quien se enfrentaría a los atenienses. En el centro estaría el general más veterano de Filipo, el gran Parmenión. Y el encargado de hacer frente a la invencible Hueste Sagrada sería el propio Alejandro, quien para ese entonces tendría como máximo dieciocho años. Si Filipo era un nuevo Agamenón, su comandante de caballería tenía que ser un segundo Aquiles, desde luego.

Filipo retrocedió, fingiendo debilidad ante los atenienses. Y éstos mordieron el anzuelo, y efectuaron un temerario avance sin contar con sus aliados tebanos, por lo que se creó una profunda brecha. El comandante tebano Teágenes se vio obligado a disminuir la profundidad de su ejército para llenar el vacío generado por los atenienses. Ése fue el momento en que Alejando -cabalgando a Bucéfalo- encabezó una furiosa carga de caballería contra el batallón sagrado. Hammond lo explica mejor:

“Cuando las tácticas de su padre abrieron una brecha en la falange adversaria, Alejandro avanzó sobre la misma y condujo el ataque sobre la banda sagrada de 300 tebanos. La victoria macedonia fue total.”

Como era la costumbre en esa época, el general combatía en primera fila, por lo que Alejandro fue el primer caballero de la cuña macedónica que cargó contra la Hueste Sagrada. Una cosa era atacar desde un corcel a otro jinete, pero cuando una fuerza de caballería arremetía contra un destacamento disciplinado de infantería, lo normal es que el infante derrotase al jinete, tal y como ya lo ha explicado en esta web J. I. Lago. Como Filipo era consciente de esta realidad, designó a su principal general de caballería, con el objetivo de que éste supiera sortear el peligro. Y la solución fue genial: Alejandro comandó un ataque de flanco, para así poder derrotar a la fuerza de infantería más disciplinada y temible de la época. Es por esto por lo que el maestro Lago expone que el Magno  demostró ser el mejor comandante de caballería del mundo.

A pesar de la derrota, la Hueste Sagrada se negó a rendirse, y combatió con un valor que cautivó a los mismos dioses. La lucha fue titánica, y sólo acabó cuando la caballería de Alejandro aniquiló hasta el último hombre.

Para desconcierto de los atenienses, el vencedor Filipo se abstuvo de invadir el Ática, y demostró que el monstruo retratado por Demóstenes sólo existía en la mente de este político, pues en vez de ver soldados macedonios, los centinelas atenienses divisaron a un compatriota que había sobrevivido a la batalla, liberado por el mismísimo soberano macedónico en calidad de embajador. Este enviado contó que el padre de Alejandro trató generosamente a los atenienses que se habían rendido, al tiempo que honró los cadáveres de los caídos, dedicándoles las debidas exequias. Igualmente, el guerrero redimido contó que Demóstenes había huido de la batalla.

La asamblea ateniense decidió enviar una embajada a Filipo, y solicitar las condiciones del vencedor. Éste envió a su comandante de caballería, al hombre que había decidido la victoria macedónica. Fue así como Alejandro y Bucéfalo, y probablemente el resto de la pandilla de Mieza, conocieron Atenas.

Filipo sabía lo que hacía. El carisma de Alejandro sedujo igualmente a los atenienses, quienes le rindieron todo tipo de honores, y hasta levantaron estatuas en honor del nuevo Agamenón y su hijo, e igualmente les concedieron la ciudadanía. Esto es lo que el pueblo ateniense de aquel entonces opinó del bárbaro macedonio retratado por Demóstenes. Y aprovechando el golpe de popularidad que Alejandro había logrado, Filipo convocó un congreso en la ciudad de Corinto, en donde se reunieron todos los representantes de las polis griegas, con excepción de Esparta. Una vez allí, proclamó el proyecto que constituía el sueño de helenos sensatos como Isócrates: La unión de todos los griegos para combatir al enemigo secular, al imperio persa, quien desde las guerras del Peloponeso no hacía otra cosa que aprovecharse de las interminables contiendas fratricidas entre griegos, y liberar así mismo a los helenos habitantes de la Grecia asiática (Jonia) El soberano macedonio fue elegido Hegemón (comandante en jefe) de la nueva alianza helénica.

Probablemente fue este proyecto el que decidió la muerte de Filipo. Como sus enemigos no pudieron derrotarlo con la espada, recurrieron al puñal, a semejanza de lo que le ocurrió a César.

La estrecha amistad que unía a Alejandro con su padre habría de deteriorarse igualmente. Filipo decidió casarse una vez más. Esto de ninguna manera significaba que se divorciaba de Olimpia, pues los reyes macedonios eran polígamos, como se indicó anteriormente. Sin embargo, durante la fiesta de bodas, el nuevo suegro de Filipo (llamado Atalo) hizo una acotación que daría origen al fin de las buenas relaciones habientes entre Alejandro y su padre. Este noble efectuó un brindis pidiendo que por fin Filipo engendrara un hijo legítimo, digno heredero del trono. No eran pocos los macedonios que veían a Alejandro como un mestizo, medio moloso, hijo de una hechicera extranjera. El ataque al hijo de Filipo era evidente.

El Magno, lívido de ira, arrojó su copa contra la cara de Atalo, al tiempo que le vociferaba: “¡Canalla! ¿Y yo qué soy? ¿Acaso un bastardo?” Como era típico en los festines macedónicos, la fiesta primero degeneró en borrachera, y luego en tragedia. La agresión de Alejandro contra Atalo provocó una reyerta, en la que Filipo -igualmente ebrio- se dirigió a su hijo. Éste le replicó de tal manera, que el rey se enfureció y desenfundando su espada se encaminó contra Alejandro. Afortunadamente, Filipo tropezó y cayó cuan largo era. El Magno, probablemente dolido por sentir que su padre se había puesto del lado de Atalo, exclamó estas amargas palabras: “He ahí al hombre que pretende pasar de Europa al Asia, y no puede ir de una litera a la otra sin caerse.” Acto seguido, Alejandro abandonó la fiesta. Y a Macedonia también. Olimpia le siguió. De ser cierto este relato, lo más probable es que la pandilla de Mieza igualmente escoltara a su líder. Aquiles disputaba con Agamenón nuevamente.

Alejandro instaló a su madre en el Epiro, y se dirigió a Iliria. Renault considera probable que durante su estancia en Dodona -la capital de Epiro- el Magno haya visitado el célebre oráculo de esa ciudad, casi tan prestigioso como el de Delos o Delfos. Es factible, si se tiene en cuenta la conducta desplegada por Alejandro en Egipto, y que antes de morir el conquistador del mundo haya proyectado construir magníficos templos en las ciudades anteriormente mencionadas.

Que Alejandro haya sido recibido hospitalariamente en Iliria dice mucho de sus anteriores campañas en aquella zona. Renault apunta: “Hacía menos de dos años que (Alejandro) había repelido al derrotado ejército ilirio, devolviéndolo a esas tierras belicosas. El hecho de que pudiera presentarse y ser recibido como invitado demuestra con qué decencia libró la campaña y cuánto respeto suscitó.”

Filipo debió haber lamentado profundamente su actitud durante la fiesta de bodas. Su mejor general había sido recibido como un huésped de honor por sus enemigos más temibles en el norte, mientras que la implacable Olimpia hacía de las suyas en Epiro, cuya amistad con Macedonia quedaba en entredicho gracias al impasse diplomático del Hegemón de Grecia. En estas condiciones sería una temeridad adelantar la proyectada campaña sobre Asia. El Magno jugó bien sus cartas, y pronto un amigo de Filipo (Demarato de Corinto) visitó a Alejandro en Iliria. La leyenda se repetía, y Agamenón enviaba una embajada al furibundo Aquiles. Al poco, padre e hijo se reconciliaban. El Magno no era ningún Alcibíades. Hammond por su parte, considera que la disputa entre Alejandro y su padre durante la fiesta de bodas no es más que exageración, y que lo más probable es que Alejandro haya ido a Iliria en calidad de embajador de Filipo.

Unas fuentes dicen que Olimpia se quedó en el Epiro. Tal versión resulta poco creíble. Es probable que Filipo prefiriera tener al enemigo cerca, donde podía ser controlado, en vez de dejarle en condiciones de convertir un país aliado en enemigo. Alejandro por su parte también vería que el retorno de Olimpia a Macedonia restituiría su honor mancillado. Con todo, la  brecha entre padre e hijo estaba creada, y Atalo se dedicó a aprovecharla al máximo.

Plutarco cuenta que la tormenta volvió a estallar cuando Filipo proyectó un enlace matrimonial entre su hijo ilegítimo Arrideo, y la hija de un sátrapa persa. Según este relato Alejandro sospechó que Filipo quería entronizar a Arrideo como heredero de la corona, y decidió enviar a su amigo Tésalo (famoso actor de teatro) al Asia, para contarle al gobernador asiático que Filipo le estaba engañando, pues Arrideo era retrasado mental, y que en cambio el propio Alejandro se ofrecía para el proyectado enlace. Al enterarse de esto (Renault conjetura que Filotas fue el delator) Filipo recriminó ásperamente al Magno, y le censuró su injusta desconfianza. Como castigo, Tésalo fue conducido a Macedonia encadenado (lo cual debió atormentar a Alejandro) y los mejores amigos del Magno, los miembros de la pandilla con la que andaba desde la época de Mieza, fueron desterrados, a excepción de Hefestión, Casandro y Filotas, estos dos últimos hijos de Antípatro y Parmenión respectivamente. Si bien se criaron desde la infancia con Alejandro, acontecimientos posteriores demuestran que no fueron verdaderos amigos del Magno.

Con todo, Hammond se muestra escéptico ante el relato de Plutarco, por varios motivos: “Los asuntos de la realeza eran entonces, como ahora, del mayor interés para los escritores, para quienes lucrar con el escándalo era más importante que informar con veracidad.” Así mismo, el mejor historiador de Alejandro explica que Arrideo era un hijo extramatrimonial y encima tenía serios problemas mentales, por lo que nadie lo consideraba como un aspirante al trono, mucho menos el propio Filipo. Alejandro de tonto no tenía un pelo, y en consecuencia debía ser plenamente consciente de esta realidad. De igual manera, Hammond recuerda que un sátrapa no era más que un súbdito del emperador persa y que así cualquier alianza con uno de estos gobernadores debería ser secreta (como pasó con Hermias, el amigo de Aristóteles) por lo que un matrimonio no serviría de nada.

Con todo, el destierro de los mejores amigos del Magno es histórico, por lo que algo debió acontecer, que disgustara profundamente a Filipo. Que éste haya permitido que Hefestión -el mejor amigo de Alejandro-  se quedara, significa indudablemente que el padre, excelente juez del alma humana, veía en el “Patroclo” del Magno una buena influencia. En este sentido Renault apunta que Aristóteles se escribía con Hefestión, lo cual indica que era uno de los alumnos favoritos del gran filósofo. Igualmente, a propósito del futuro lugarteniente de Alejandro, esta historiadora comenta:

“(Hefestión) Inició su carrera militar como compañero (es decir, miembro del regimiento de caballería del propio monarca) y fue ascendido, evidentemente por méritos propios, hasta los más altos rangos civil y militar… jamás fue derrotado en ninguno de sus encargos de gran responsabilidad; cumplió de manera impecable múltiples misiones diplomáticas de importancia decisiva, e intercambió correspondencia con dos filósofos… Apenas se sustentan las teorías que sostienen que fue un mero compañero de cama o un amigo íntimo apreciado por su devoción absoluta.”

Poco después del destierro de la mayoría de los amigos de Alejandro, Filipo dio inicio a la guerra contra Persia: el rey destacó una vanguardia encargada de hacer una cabeza de puente, bajo las órdenes de Parmenión. Atalo estaba con esa columna.

Antes de dejar Europa, Filipo decidió garantizar definitivamente la lealtad de Epiro, y dispuso que su hija (la inteligente Cleopatra) se casara con el rey Alejandro de Epiro, hermano de Olimpia. Esto implica que el tío se casaría con su sobrina, lo cual no tenía ningún inconveniente en aquella época. Como Filipo era el nuevo Agamenón de Grecia, y todos los ojos estaban fijados en Macedonia, las bodas se celebraron por lo alto. Durante estas fiestas, ante todos los espectadores, el comandante de la guardia real (llamado Pausanias) apuñaló al Hegemón de la alianza helénica. 

Los escoltas reales reaccionaron con la disciplina de siempre. Mientras un grupo rodeaba al propio Alejandro, el resto persiguió al asesino. Cuando el regicida estaba a punto de llegar a los caballos previamente ubicados para facilitar la huída, Pausanias tropezó y cayó. Los guardias reales Leonatos y Pérdicas alcanzaron al delincuente, y al parecer lo mataron inmediatamente. Los detractores de Alejandro sugieren que estos soldados fueron cómplices del Magno en el complot contra Filipo. Tal planteamiento olvida que en primer lugar, los mejores amigos de Alejandro habían sido desterrados, y que el único que pudo haber actuado como cómplice del Magno (Hefestión) se abstuvo de perseguir y dar muerte al asesino, y probablemente optó por ir a proteger a su amigo. La fuente que permite esgrimir este argumento es Arriano, quien a propósito aclara:

“Cuando Filipo aún era rey, Harpalo estaba exiliado porque era leal a Alejandro. Tolomeo, hijo de Lago, Nearco, hijo de Andrótimo, Erigio, hijo de Larico, y Laomedón su hermano fueron acusados del mismo cargo, porque existía recelo entre Filipo y Alejandro cuando el primero se casó con Eurídice deshonrando a la madre de Alejandro, Olimpia. A la muerte de Filipo regresaron del exilio en el que habían incurrido por su falta.”

La asamblea, a instancias de los lugartenientes y amigos de Filipo (Parmenión desde Asia y Antípatro en Macedonia) eligió rey a Alejandro, quien inmediatamente llamó a su maestro Aristóteles y le encargó que investigara las ramificaciones que tuvo el asesinato de su padre. Las indagaciones permitieron concluir que la casa noble de los Lincéstidas estaba implicada en el complot. Pronto aflorarían más nombres, a los que Alejandro habría de pasar la correspondiente cuenta de cobro.

Poco antes del asesinato de Filipo, el temible Ocos era igualmente asesinado por su Gran Visir, el eunuco Bagoas, quien se encargó de que el artero Darío Codomano sucediera a Ocos, asesinando igualmente al legítimo heredero del cruel emperador. El veneno jugaba en Persia el mismo papel que el puñal en Macedonia.

Tanto Leonatos como Pérdicas fueron sospechosos de participar en la conjura, al haberle quitado la vida al individuo que sabía quiénes planearon la muerte de Filipo. Sin embargo, las pesquisas de Aristóteles constataron que estos hombres actuaron al calor de la ira al matar -y vengar- al asesino de su rey, impidiendo que aquel huyera. A partir de entonces, estos guardias de élite gozaron de la estima del propio Alejandro, quien los incluyó en su círculo de amigos. Otra medida acertada, pues ambos se comportaron con un talento y lealtad admirables, llegando a ser generales y gobernadores del Magno. De hecho, Leonatos le salvaría la vida a Alejandro en la India, mientras que Pérdicas sería el sucesor de Hefestión como lugarteniente del Magno en Asia.

Así mismo, el informe que Aristóteles presentó a Alejandro, manifestó que “Pausanias asesinó a Filipo porque éste toleró el abuso sexual que había padecido por parte de criados de Atalo.” Por su parte Atalo -el último suegro de Filipo- injurió de esta manera a Pausanias por un asunto de celos entre éste y un escudero real amigo o pariente de Atalo, que terminó suicidándose, debido a ciertas burlas del futuro asesino material de Filipo. Luego de ser violado, Pausanias acudió al rey, quien le ascendió en la guardia real, pero se abstuvo de castigar a Atalo, y por el contrario le convirtió en su suegro. Así las cosas, el asesinato de Filipo fue un acto de venganza.

Los sospechosos mencionados en el informe de Aristóteles fueron juzgados por la asamblea. El líder de los Lincéstidas (igualmente llamado Alejandro) fue exonerado por el Magno debido a que fue el primer macedonio en aclamar al hijo de Filipo como rey. Renault considera que el primogénito de los Lincéstidas nada tuvo que ver en la muerte de Filipo. El resto de acusados fueron condenados. A pesar de todo, Alejandro el Lincesta sería posteriormente procesado por conspirar con Darío para tratar de asesinar al Magno. Según algunas fuentes, por lo menos uno de los líderes del clan de los Lincéstidas habría huido y obtenido asilo en la corte de Darío. Acontecimientos posteriores evidencian que más de un macedonio combatiría en el bando persa.

Los cadáveres de Pausanias y los Lincéstidas ejecutados fueron enterrados al pie de la magnífica tumba que Alejandro levantó en honor de Filipo. El Magno prometió públicamente que haría realidad el sueño de su padre. No fue un juramento en vano. La observancia de la palabra empeñada por Alejandro III, nuevo rey de Macedonia, redundaría en un aporte colosal para la humanidad. En la campaña de conquistas más espectacular de toda la historia.


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