domingo, 24 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual Capítulo 26 Población y sociedad

De las propias fuentes griegas y de la extrapolación de algunos datos que proceden del mundo romano y de otras sociedades preindustriales europeas se puede afirmar, siempre con la debida reserva, que el mundo griego poseía una elevada tasa de nacimientos, próxima al máximo biológico de cuarenta por mil, tasa que se hallaba limitada, a su vez, por una fuerte tasa de mortalidad cercana al treinta y seis por mil. En consecuencia, el crecimiento vegetativo, incluso en épocas de aumento demográfico, era modesto y giraba en torno al 0,25% anual. Asimismo, la mortalidad infantil era muy alta, probablemente la mitad de los nacidos vivos no llegaba a alcanzar los cinco años, y existía también una elevada mortalidad posparto de la madre. La esperanza media de vida se situaba en torno a los treinta y cinco años. Como consecuencia de ello, era normal que uno o ambos progenitores no llegaran a ver a sus hijos alcanzar la edad adulta. Ciertamente las familias griegas parecen haber sido numéricamente escasas, formadas por dos o tres hijos e hijas, lo que se relacionaba también con el deseo de limitar la fragmentación de la propiedad por la herencia, pero hay que tener en cuenta que, para que dos o tres niños alcanzaran la adolescencia, era necesaria quizá una media de cinco o seis partos. Como ciclo demográfico antiguo, la pirámide de edades era de base muy ancha; de manera hipotética y en general, se puede considerar que los menores de dieciocho años suponían más del 40% de la población total y eran pocos los que llegaban a vivir por encima de los sesenta años (c. 8%).
El lugar que ocupaba una persona en las diferentes sociedades griegas venía determinado no sólo por su riqueza individual sino por la reunión de una serie de condicionantes y criterios clasificatorios que tenían trascendencia social. Así, además del nivel de renta, es necesario incluir el estatus o categoría jurídica de una persona, es decir, la posesión o no de determinados derechos o privilegios; el nacimiento y el origen familiar, que separaba a los ciudadanos de otros sectores o a los aristócratas del común; el sexo, puesto que sólo a los hombres les era posible acceder a la plena ciudadanía (las mujeres carecían de buena parte de los derechos); la edad, puesto que los ciudadanos van adquiriendo derechos en relación con ella, en el caso de los hombres normalmente a los dieciocho años, y la residencia, pues sólo era ciudadano aquel que permanecía en su comunidad de origen.
En cada Estado griego sólo los ciudadanos, una parte minoritaria del conjunto de la población, gozaban de una plenitud de derechos definidos jurídicamente, varios de los cuales se disfrutaban de manera exclusiva: derechos políticos como la capacidad de ser elector y elegible, de presentar propuestas, debatir y decidir sobre ellas, de tomar parte de las magistraturas y de las diversas instituciones políticas y de ejercer un control sobre los magistrados; derechos judiciales y civiles como la posibilidad de participar directamente en la vida judicial, ya sea como jurado, acusador o acusado, o de contraer matrimonio con una ciudadana; y derechos económicos como la posesión de propiedades inmuebles (terrenos o casas), la capacidad de comprar y vender dichos bienes y de establecer préstamos que tuvieran como aval los mismos o de acceder a los repartos en dinero o en especie realizados por el Estado. Niños, adolescentes y mujeres se consideran parte de la comunidad ciudadana, pero en un sentido vago, ya que se encontraban sometidos a la tutela de un ciudadano adulto y tenían, por tanto, limitados sus derechos y su capacidad de actuación.
La práctica totalidad de los estados griegos distribuían a sus ciudadanos según su nivel de renta en una serie de clases censales, que tenían como finalidades básicas la milicia y la contribución fiscal. Así, según la capacidad de los ciudadanos para armarse, se repartían al menos en jinetes, hoplitas y aquellos que no tenían el nivel de renta suficiente para dotarse de una panoplia hoplítica y figuraban en las filas de la infantería ligera o entre los remeros de la flota. Como contribuyentes, los ricos aportaban la mayor parte de los impuestos regulares o extraordinarios (los pobres estaban exentos) y todas las liturgias, esto es, la financiación de determinados gastos públicos como el mantenimiento de un trirreme (trierarquía) o una representación teatral (coreguía). En Atenas, desde los días de Solón (594), los ciudadanos se distribuían en cuatro clases censatarias: pentaco- siomedimnos, hippeis, zeugitas y thetes (véase el capítulo correspondiente). En 431, los ciudadanos ricos (pentacosiomedimnos e hippeis) podían sumar el 4% de la población masculina ciudadana por encima de los dieciocho años; el sector medio de los zeugitas podía representar en torno al 40% y los más pobres, los thetes, se situarían en torno al 50%. Porcentajes similares debían de ser la norma en la mayor parte del mundo griego. Algunos ricos eran hombres nuevos que debían su fortuna a la artesanía y el comercio pero, incluso en Atenas, su número era pequeño en comparación con los grandes propietarios que constituían la aristocracia griega. El estrato medio estaba formado por aquellos que disponían de armamento hoplítico. Ciertamente había entre ellos mercaderes y artesanos, pero la inmensa mayoría eran medianos propietarios bastante homogéneos. Los más pobres normalmente poseían un pequeño terreno que no era capaz de sostenerles y se empleaban como braceros agrícolas o desempeñaban las más diversas ocupaciones en el campo o en la ciudad.

La clasificación censal condicionaba los derechos políticos de un ciudadano. Incluso las democracias reservaban algunas magistraturas e instituciones a los ricos. Las oligarquías establecían un límite de renta para acceder a la participación política, que coincidía muchas veces con la capacidad para dotarse de una panoplia hoplítica. Por consiguiente, en los estados oligárquicos existía una categoría de ciudadanos desprivilegiados, los más pobres, que habían perdido sus derechos políticos, mientras que conservaban todos o parte de sus derechos civiles: propiedad inmueble, matrimonio y acceso a los tribunales, etc. En estos estados el cuerpo cívico era siempre más amplio que el cuerpo político.
En las sociedades patriarcales griegas, de acendrado predominio masculino, las mujeres ocupaban un lugar postergado en la comunidad, inferior legalmente, que podemos asimilar a una categoría social dependiente. De esta manera, a lo largo de toda su vida la mujer estaba sometida a un tutor (kyrios) que ejercía sobre ella una autoridad que cabe calificar de soberana. Exentas del servicio militar en una sociedad que vinculaba estrechamente la participación en la milicia con los derechos, las mujeres recibían una educación elemental, reducida prácticamente a saber leer, escribir, hacer cuentas y al conocimiento de sus obligaciones domésticas, carecían de derechos políticos y tenían limitadas sus capacidades económicas y civiles.
La mujer se integraba en la vida comunitaria mediante el matrimonio, que concertaban los hombres, y la religión, ámbito en el que se la considera ciudadana con plenos derechos. En el matrimonio imperaba una doble moral sexual, de modo que a las mujeres no les estaba permitido el adulterio mientras que los hombres podían tener relaciones extraconyugales con ambos sexos (siempre y cuando no fuera con una ciudadana casada). No debemos imaginarnos a las mujeres griegas recluidas completamente en el gineceo. Sus salidas, por varios motivos, visita a una vecina o pariente, determinadas fiestas o un funeral, parecen frecuentes. Las mujeres nobles no vivían desde luego encerradas y muchas de clase baja compraban y vendían en el ágora y desempeñaban los más variados oficios como taberneras, panaderas, vendedoras de frutas y hortalizas, etc. En relación con la propiedad la situación de la mujer era muy variada. En Atenas las mujeres no podían ser propietarias de bienes inmuebles ni de talleres artesanales con esclavos; por el contrario en Beocia, al menos en época helenística, y en Esparta accedieron a la plena propiedad.
Los metecos eran los extranjeros residentes en un Estado griego, fueran ellos mismos griegos o no. Podían ser también esclavos manumitidos. Como estaban sometidos a obligaciones militares y fiscales, el Estado les censaba. Los metecos gozaban de libertad pero carecían de derechos políticos, de la posibilidad de adquirir bienes inmuebles y de casarse con una ciudadana. Además ante los tribunales debían ser representados por un ciudadano (próstates) y estaban obligados a pagar un pequeño impuesto directo anual (metoikion) que tenía como finalidad esencial marcar su estatus inferior.
En un buen número de estados griegos, como en Lacedemonia, Élide, Creta o Tesalia, era posible hallar comunidades periecas. A pesar de la variedad de sus estatutos, los periecos eran siempre inferiores a los ciudadanos pero, con todo, no pueden ser equiparados a metecos ni a esclavos u otros sectores dependientes. Los periecos disfrutaban, en el seno de sus comunidades, de autonomía interna y poseían plenitud de derechos, pero carecían de una política exterior independiente y de derechos políticos dentro del Estado en el que estaban incluidos, al cual estaban subordinados y debían aportar contingentes militares y pagar un tributo.
La esclavitud era una situación ampliamente extendida en el mundo griego. En algunos casos los esclavos procedían de guerras o de la piratería pero normalmente se adquirían por compra. Obviamente su precio variaba mucho en función de su edad, vigor y competencia. La mayoría eran bárbaros que procedían de las costas del Mar Negro (Tracia y Escitia) o del Asia Menor interior (Caria, Licia, Paflagonia, Frigia, etc.). Desgraciadamente, es ilusorio acercarse al número de esclavos que existía en cada estado griego y a su importancia. Los esclavos no servían en el ejército ni contribuían económicamente, por tanto, el Estado no sintió la necesidad de censarlos y ningún griego supo nunca cuántos había en su comunidad, aunque consideraban, ciertamente, que su número era superior al de ciudadanos y metecos.
Los esclavos eran propiedad de su amo como cualquier otro bien y eran tratados como propiedades: podían ser vendidos, donados, alquilados, etc. El esclavo estaba desposeído de la práctica totalidad de los derechos y carecía de libertad de movimientos. La unión entre esclavos no tenía ningún valor legal y los hijos pertenecían a su amo (eran los "nacidos en la casa" u oikogeneis). Con todo, disponían de algunas posibilidades y protecciones. Podían acumular algún capital al objeto de comprar su libertad. El esclavo liberado se convertía en meteco. Ante los malos tratos infligidos por su amo, el esclavo podía acogerse a algún santuario que tuviera reconocido el derecho de asilo en el que el sacerdote decidía si lo volvía a entregar a su amo o lo vendía a uno nuevo. Tampoco se les podía dar muerte impunemente. En Atenas el asesinato de un esclavo se penaba con el exilio, castigo igual a la muerte involuntaria de un ciudadano. Los esclavos tomaban parte en todas las actividades económicas pero también en bastantes de ellas concurrían ciudadanos y metecos. Desconocemos, pues, la importancia del trabajo esclavo en relación con el total de la mano de obra pero resulta muy azaroso y posiblemente erróneo afirmar que la economía griega se basaba en la explotación de la mano de obra esclava. Un griego medio (del estrato hoplítico) podía poseer uno o dos esclavos pero era difícil ir más allá: eran caros de adquirir y costosos de mantener. Finalmente, debido a su variada procedencia y a la enorme diversidad de ocupaciones y situaciones, los esclavos nunca se unieron ni tuvieron conciencia de pertenecer a una misma clase con intereses comunes, no plantearon conjuntamente reivindicaciones ni se rebelaron.
En buena parte del mundo griego existía un sector de población diferente a los esclavos propiamente dichos que llamamos dependientes: aquellos que en mayor o menor medida tenían limitadas su libertad de elección y actuación (literalmente, según los griegos, estaban "entre la esclavitud y la libertad"). Normalmente se trataba de campesinos adscritos hereditariamente a la tierra de un propietario, que no podían ser desvinculados de ella ni vendidos en el extranjero (hilotas de Esparta, penestas tesalios, clarotas de Creta, los mariandinos de Heraclea del Ponto y los cilirios de Siracusa). Como poseían un mismo origen y estatus e idéntico trabajo, conservaron una cierta conciencia de solidaridad y, a diferencia de los esclavos, lucharon por alcanzar su independencia y convertirse en ciudadanos.
Las condiciones particulares del período helenístico dieron lugar al nacimiento o la consolidación de determinados sectores privilegiados formados en su mayor parte por gre- comacedonios. En primer lugar la familia real y su círculo de consejeros y amigos, además de los funcionarios de la administración, el clero indígena, que servía de apoyo esencial a la monarquía, los emigrantes helenos y los soldados, ya fueran mercenarios o ligados a la tierra por un cleruco, y también los griegos latifundistas, los poseedores de grandes talleres, mercaderes o banqueros. Con todo, se mantuvieron en gran medida las estructuras sociales anteriores caracterizadas en general por el predominio de situaciones de dependencia con labradores vinculados de alguna manera a la tierra.
Asimismo, las relaciones entre griegos e indígenas en el período helenístico fueron de una complejidad infinita y variaron según el lugar y la época y, de este modo, encontramos asimilaciones más o menos completas y también fuertes resistencias. No hubo una política consciente ni de fusión ni de segregación pero en todas partes los griegos tendieron a mantener su originalidad y quizá predominara, con un agudo sentimiento de superioridad por su parte, una coexistencia pacífica unida al deseo de mantener las distancias.

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