De las propias fuentes griegas y
de la extrapolación de algunos datos que proceden del mundo romano y de otras
sociedades preindustriales europeas se puede afirmar, siempre con la debida
reserva, que el mundo griego poseía una elevada tasa de nacimientos, próxima al
máximo biológico de cuarenta por mil, tasa que se hallaba limitada, a su vez,
por una fuerte tasa de mortalidad cercana al treinta y seis por mil. En
consecuencia, el crecimiento vegetativo, incluso en épocas de aumento
demográfico, era modesto y giraba en torno al 0,25% anual. Asimismo, la
mortalidad infantil era muy alta, probablemente la mitad de los nacidos vivos
no llegaba a alcanzar los cinco años, y existía también una elevada mortalidad
posparto de la madre. La esperanza media de vida se situaba en torno a los
treinta y cinco años. Como consecuencia de ello, era normal que uno o ambos
progenitores no llegaran a ver a sus hijos alcanzar la edad adulta. Ciertamente
las familias griegas parecen haber sido numéricamente escasas, formadas por dos
o tres hijos e hijas, lo que se relacionaba también con el deseo de limitar la
fragmentación de la propiedad por la herencia, pero hay que tener en cuenta
que, para que dos o tres niños alcanzaran la adolescencia, era necesaria quizá
una media de cinco o seis partos. Como ciclo demográfico antiguo, la pirámide
de edades era de base muy ancha; de manera hipotética y en general, se puede
considerar que los menores de dieciocho años suponían más del 40% de la
población total y eran pocos los que llegaban a vivir por encima de los sesenta
años (c. 8%).
El lugar que ocupaba una persona
en las diferentes sociedades griegas venía determinado no sólo por su riqueza
individual sino por la reunión de una serie de condicionantes y criterios
clasificatorios que tenían trascendencia social. Así, además del nivel de
renta, es necesario incluir el estatus o categoría jurídica de una persona, es
decir, la posesión o no de determinados derechos o privilegios; el nacimiento y
el origen familiar, que separaba a los ciudadanos de otros sectores o a los
aristócratas del común; el sexo, puesto que sólo a los hombres les era posible
acceder a la plena ciudadanía (las mujeres carecían de buena parte de los
derechos); la edad, puesto que los ciudadanos van adquiriendo derechos en
relación con ella, en el caso de los hombres normalmente a los dieciocho años,
y la residencia, pues sólo era ciudadano aquel que permanecía en su comunidad
de origen.
En cada Estado griego sólo los
ciudadanos, una parte minoritaria del conjunto de la población, gozaban de una
plenitud de derechos definidos jurídicamente, varios de los cuales se disfrutaban
de manera exclusiva: derechos políticos como la capacidad de ser elector y
elegible, de presentar propuestas, debatir y decidir sobre ellas, de tomar
parte de las magistraturas y de las diversas instituciones políticas y de
ejercer un control sobre los magistrados; derechos judiciales y civiles como la
posibilidad de participar directamente en la vida judicial, ya sea como jurado,
acusador o acusado, o de contraer matrimonio con una ciudadana; y derechos
económicos como la posesión de propiedades inmuebles (terrenos o casas), la
capacidad de comprar y vender dichos bienes y de establecer préstamos que
tuvieran como aval los mismos o de acceder a los repartos en dinero o en
especie realizados por el Estado. Niños, adolescentes y mujeres se consideran parte
de la comunidad ciudadana, pero en un sentido vago, ya que se encontraban
sometidos a la tutela de un ciudadano adulto y tenían, por tanto, limitados sus
derechos y su capacidad de actuación.
La práctica totalidad de los
estados griegos distribuían a sus ciudadanos según su nivel de renta en una
serie de clases censales, que tenían como finalidades básicas la milicia y la
contribución fiscal. Así, según la capacidad de los ciudadanos para armarse, se
repartían al menos en jinetes, hoplitas y aquellos que no tenían el nivel de
renta suficiente para dotarse de una panoplia hoplítica y figuraban en las
filas de la infantería ligera o entre los remeros de la flota. Como
contribuyentes, los ricos aportaban la mayor parte de los impuestos regulares o
extraordinarios (los pobres estaban exentos) y todas las liturgias, esto es, la
financiación de determinados gastos públicos como el mantenimiento de un
trirreme (trierarquía) o una representación teatral (coreguía). En Atenas,
desde los días de Solón (594), los ciudadanos se distribuían en cuatro clases
censatarias: pentaco- siomedimnos, hippeis,
zeugitas y thetes (véase el capítulo
correspondiente). En 431, los ciudadanos ricos (pentacosiomedimnos e hippeis) podían sumar el 4% de la
población masculina ciudadana por encima de los dieciocho años; el sector medio
de los zeugitas podía representar en torno al 40% y los más pobres, los thetes, se situarían en torno al 50%.
Porcentajes similares debían de ser la norma en la mayor parte del mundo
griego. Algunos ricos eran hombres nuevos que debían su fortuna a la artesanía
y el comercio pero, incluso en Atenas, su número era pequeño en comparación con
los grandes propietarios que constituían la aristocracia griega. El estrato
medio estaba formado por aquellos que disponían de armamento hoplítico.
Ciertamente había entre ellos mercaderes y artesanos, pero la inmensa mayoría
eran medianos propietarios bastante homogéneos. Los más pobres normalmente
poseían un pequeño terreno que no era capaz de sostenerles y se empleaban como
braceros agrícolas o desempeñaban las más diversas ocupaciones en el campo o en
la ciudad.
La clasificación censal
condicionaba los derechos políticos de un ciudadano. Incluso las democracias
reservaban algunas magistraturas e instituciones a los ricos. Las oligarquías
establecían un límite de renta para acceder a la participación política, que
coincidía muchas veces con la capacidad para dotarse de una panoplia hoplítica.
Por consiguiente, en los estados oligárquicos existía una categoría de ciudadanos
desprivilegiados, los más pobres, que habían perdido sus derechos políticos,
mientras que conservaban todos o parte de sus derechos civiles: propiedad
inmueble, matrimonio y acceso a los tribunales, etc. En estos estados el cuerpo
cívico era siempre más amplio que el cuerpo político.
En las sociedades patriarcales
griegas, de acendrado predominio masculino, las mujeres ocupaban un lugar
postergado en la comunidad, inferior legalmente, que podemos asimilar a una
categoría social dependiente. De esta manera, a lo largo de toda su vida la
mujer estaba sometida a un tutor (kyrios)
que ejercía sobre ella una autoridad que cabe calificar de soberana. Exentas
del servicio militar en una sociedad que vinculaba estrechamente la
participación en la milicia con los derechos, las mujeres recibían una
educación elemental, reducida prácticamente a saber leer, escribir, hacer
cuentas y al conocimiento de sus obligaciones domésticas, carecían de derechos
políticos y tenían limitadas sus capacidades económicas y civiles.
La mujer se integraba en la vida
comunitaria mediante el matrimonio, que concertaban los hombres, y la religión,
ámbito en el que se la considera ciudadana con plenos derechos. En el
matrimonio imperaba una doble moral sexual, de modo que a las mujeres no les
estaba permitido el adulterio mientras que los hombres podían tener relaciones
extraconyugales con ambos sexos (siempre y cuando no fuera con una ciudadana
casada). No debemos imaginarnos a las mujeres griegas recluidas completamente
en el gineceo. Sus salidas, por varios motivos, visita a una vecina o pariente,
determinadas fiestas o un funeral, parecen frecuentes. Las mujeres nobles no
vivían desde luego encerradas y muchas de clase baja compraban y vendían en el
ágora y desempeñaban los más variados oficios como taberneras, panaderas,
vendedoras de frutas y hortalizas, etc. En relación con la propiedad la
situación de la mujer era muy variada. En Atenas las mujeres no podían ser
propietarias de bienes inmuebles ni de talleres artesanales con esclavos; por
el contrario en Beocia, al menos en época helenística, y en Esparta accedieron
a la plena propiedad.
Los metecos eran los extranjeros
residentes en un Estado griego, fueran ellos mismos griegos o no. Podían ser
también esclavos manumitidos. Como estaban sometidos a obligaciones militares y
fiscales, el Estado les censaba. Los metecos gozaban de libertad pero carecían
de derechos políticos, de la posibilidad de adquirir bienes inmuebles y de
casarse con una ciudadana. Además ante los tribunales debían ser representados
por un ciudadano (próstates) y
estaban obligados a pagar un pequeño impuesto directo anual (metoikion) que tenía como finalidad
esencial marcar su estatus inferior.
En un buen número de estados
griegos, como en Lacedemonia, Élide, Creta o Tesalia, era posible hallar
comunidades periecas. A pesar de la variedad de sus estatutos, los periecos
eran siempre inferiores a los ciudadanos pero, con todo, no pueden ser
equiparados a metecos ni a esclavos u otros sectores dependientes. Los periecos
disfrutaban, en el seno de sus comunidades, de autonomía interna y poseían
plenitud de derechos, pero carecían de una política exterior independiente y de
derechos políticos dentro del Estado en el que estaban incluidos, al cual
estaban subordinados y debían aportar contingentes militares y pagar un
tributo.
La esclavitud era una situación
ampliamente extendida en el mundo griego. En algunos casos los esclavos
procedían de guerras o de la piratería pero normalmente se adquirían por
compra. Obviamente su precio variaba mucho en función de su edad, vigor y
competencia. La mayoría eran bárbaros que procedían de las costas del Mar Negro
(Tracia y Escitia) o del Asia Menor interior (Caria, Licia, Paflagonia, Frigia,
etc.). Desgraciadamente, es ilusorio acercarse al número de esclavos que
existía en cada estado griego y a su importancia. Los esclavos no servían en el
ejército ni contribuían económicamente, por tanto, el Estado no sintió la
necesidad de censarlos y ningún griego supo nunca cuántos había en su comunidad,
aunque consideraban, ciertamente, que su número era superior al de ciudadanos y
metecos.
Los esclavos eran propiedad de su
amo como cualquier otro bien y eran tratados como propiedades: podían ser
vendidos, donados, alquilados, etc. El esclavo estaba desposeído de la práctica
totalidad de los derechos y carecía de libertad de movimientos. La unión entre
esclavos no tenía ningún valor legal y los hijos pertenecían a su amo (eran los
"nacidos en la casa" u oikogeneis).
Con todo, disponían de algunas posibilidades y protecciones. Podían acumular
algún capital al objeto de comprar su libertad. El esclavo liberado se
convertía en meteco. Ante los malos tratos infligidos por su amo, el esclavo
podía acogerse a algún santuario que tuviera reconocido el derecho de asilo en
el que el sacerdote decidía si lo volvía a entregar a su amo o lo vendía a uno
nuevo. Tampoco se les podía dar muerte impunemente. En Atenas el asesinato de
un esclavo se penaba con el exilio, castigo igual a la muerte involuntaria de
un ciudadano. Los esclavos tomaban parte en todas las actividades económicas
pero también en bastantes de ellas concurrían ciudadanos y metecos.
Desconocemos, pues, la importancia del trabajo esclavo en relación con el total
de la mano de obra pero resulta muy azaroso y posiblemente erróneo afirmar que
la economía griega se basaba en la explotación de la mano de obra esclava. Un
griego medio (del estrato hoplítico) podía poseer uno o dos esclavos pero era
difícil ir más allá: eran caros de adquirir y costosos de mantener. Finalmente,
debido a su variada procedencia y a la enorme diversidad de ocupaciones y
situaciones, los esclavos nunca se unieron ni tuvieron conciencia de pertenecer
a una misma clase con intereses comunes, no plantearon conjuntamente reivindicaciones
ni se rebelaron.
En buena parte del mundo griego
existía un sector de población diferente a los esclavos propiamente dichos que
llamamos dependientes: aquellos que en mayor o menor medida tenían limitadas su
libertad de elección y actuación (literalmente, según los griegos, estaban
"entre la esclavitud y la libertad"). Normalmente se trataba de
campesinos adscritos hereditariamente a la tierra de un propietario, que no
podían ser desvinculados de ella ni vendidos en el extranjero (hilotas de
Esparta, penestas tesalios, clarotas de Creta, los mariandinos de Heraclea del
Ponto y los cilirios de Siracusa). Como poseían un mismo origen y estatus e
idéntico trabajo, conservaron una cierta conciencia de solidaridad y, a
diferencia de los esclavos, lucharon por alcanzar su independencia y
convertirse en ciudadanos.
Las condiciones particulares del
período helenístico dieron lugar al nacimiento o la consolidación de
determinados sectores privilegiados formados en su mayor parte por gre-
comacedonios. En primer lugar la familia real y su círculo de consejeros y
amigos, además de los funcionarios de la administración, el clero indígena, que
servía de apoyo esencial a la monarquía, los emigrantes helenos y los soldados,
ya fueran mercenarios o ligados a la tierra por un cleruco, y también los
griegos latifundistas, los poseedores de grandes talleres, mercaderes o
banqueros. Con todo, se mantuvieron en gran medida las estructuras sociales
anteriores caracterizadas en general por el predominio de situaciones de dependencia
con labradores vinculados de alguna manera a la tierra.
Asimismo, las relaciones entre
griegos e indígenas en el período helenístico fueron de una complejidad
infinita y variaron según el lugar y la época y, de este modo, encontramos
asimilaciones más o menos completas y también fuertes resistencias. No hubo una
política consciente ni de fusión ni de segregación pero en todas partes los
griegos tendieron a mantener su originalidad y quizá predominara, con un agudo
sentimiento de superioridad por su parte, una coexistencia pacífica unida al
deseo de mantener las distancias.
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