La derrota de Maratón no disuadió
a los persas de su intención de obtener el control de una gran parte de Grecia
continental, lo que aseguraría su dominio en el Mediterráneo oriental. De
hecho, Darío comenzó a preparar una nueva expedición (Hdt., 7.1-2), pero el
estallido de revueltas en Egipto (487/6) y Babilonia (486/5) le obligaron a
abandonar sus planes. Tras la muerte de Darío (diciembre de 486), su sucesor,
Jerjes, logró sofocar estas sublevaciones y, en 484, pudo reemprender los
preparativos para una invasión a gran escala, bajo el mando del propio monarca,
con el fin de convertir la Grecia que mira al Egeo en una nueva satrapía del
Imperio persa (Hdt., 7.8-11).
Jerjes empezó, pues, a reclutar
tropas, mandó tender dos puentes sobre el Helespon- to, para que el ejército
pudiera pasar a Europa, dispuso depósitos de víveres y pertrechos a lo largo de
toda la costa tracia, ponteó el río Estrimón y ordenó excavar un canal en el
Atos, la península más septentrional de la Calcídica, al objeto de evitar la
peligrosa circunnavegación de este promontorio, batido por violentas
tempestades. Al mismo tiempo, la diplomacia persa logró ganar para su causa a
Delfos y a varios estados y facciones griegas. Así, después de estos años de
metódica preparación, en la primavera de 480, Jerjes concentró en Asia Menor un
gran ejército, compuesto por ciento ochenta mil infantes y entre setenta mil y
ochenta mil jinetes y una flota de seiscientas naves de guerra con un número
similar de buques de transporte.
La actitud de los griegos, una
vez que tuvieron conciencia de la nueva invasión persa (quizá hacia 483), varió
enormemente: algunos estados se sometieron, otros se declararon hostiles o neutrales,
y otros se mostraron simplemente indiferentes. Finalmente, todos aquellos
estados que estaban dispuestos a luchar contra Persia se reunieron en el templo
de Posidón, en el istmo de Corinto, en el otoño de 481, donde constituyeron la
Liga Helénica, una alianza militar multilateral, ofensiva y defensiva dirigida
contra los persas. Ciertamente la nueva Liga comprendía una parte considerable
del mundo griego puesto que incluía Atenas, Esparta y los miembros de la Liga
del Peloponeso, los aliados de Corinto en el golfo homónimo, algunos isleños,
los tesalios, los beocios y otros pueblos de Grecia central pero faltaban
también muchos otros: Argos, todos los griegos occidentales, la mayor parte de
las islas del Egeo y todos los griegos de Asia Menor. Por esto mismo, las
Guerras Médicas no pueden presentarse como la lucha de Oriente con
tra Occidente, ni siquiera de
Grecia contra Persia, sino que deben entenderse únicamente como el
enfrentamiento de algunos estados
griegos contra el Imperio persa. Los miembros de la Liga Helénica designaron
como hegemón, por tierra y por mar, para la dirección de todas las operaciones
militares, a Esparta (no sin la protesta de Atenas que aspiraba al mando naval)
y se dotaron asimismo de un Consejo de aliados, en el que todos los estados
estaban representados de manera igualitaria, cada uno con un voto
independientemente de su importancia, y en cuyo seno se decidiría la estrategia
bélica y la política general que se debía seguir. Los aliados acordaron,
además, la suspensión de hostilidades interhelénicas mientras se prolongara la
amenaza persa y se comprometieron a respetar a quienes se declararan neutrales.
Sin embargo, aquellos estados que, formando parte de la alianza, se pasaran a
los persas (esto es, medizaran) en el
curso de la lucha, serían castigados.
En Atenas, tras la victoria de
Maratón, prosiguieron los enfrentamientos entre líderes y facciones que habían
marcado el período anterior a dicha batalla. Al año siguiente de Maratón (489),
Milcíades, el héroe de Maratón, fue juzgado y condenado a pagar una gruesa
multa. Murió al poco tiempo, probablemente en 488 (Hdt., 6.136; Nepote, Milcíades, 7.1-6). Hiparco, un propersa,
fue ostraquizado en 487 e igual destino siguieron, en 486/5, Megacles, un
alcmeónida quizá partidario de contemporizar con los persas, y en 485/4, Jan-
tipo, el padre de Pericles, que estaba también emparentado con los alcmeónidas.
Al mismo tiempo continuó el desarrollo del sistema democrático. Así, desde 487,
los arcontes, viejos magistrados aristocráticos, pasaron a sortearse entre los
previamente elegidos por los demos y perdieron gran parte de sus poderes
(Arist., Ath., 22). A partir de
entonces, el Areópago, que se nutría de exarcontes, fue siendo ocupado
paulatinamente por personajes de menor relevancia política y la estrategia,
para la que cabía la reelección sin límites, se convirtió en la magistratura
más influyente.
Estos ostracismos confirmaron el
triunfo de los sentimientos antipersas en Atenas y dejaron frente a frente a
Temístocles, antiguo arconte en 493/2, y a Arístides, uno de los estrategos de
Maratón, y a sus facciones respectivas. Temístocles consiguió convencer al
pueblo ateniense (483/2) para que dedicara los beneficios de las minas de plata
del Laurio, en la región del Sureste del Ática, y que debían repartirse entre
los ciudadanos, a la construcción de cien nuevos trirremes (Arist., Ath., 22). Después de esto, la flota
ateniense, compuesta por doscientas naves, se convirtió en la más poderosa de
toda Grecia. Ahora bien, el desarrollo de la armada acrecentaba de manera
decisiva el peso político y social de los thetes,
los atenienses más pobres, que formaban parte de los remeros, frente a los
sectores aristocráticos y a los hoplitas. Debido a ello, Arístides se opuso a
esta medida pero fue ostraquizado (483/2), lo que significó, en la práctica, la
victoria de Temístocles. Con todo, en 480, en el mismo momento de la invasión,
los atenienses concedieron a los desterrados la posibilidad de regresar y
sumarse a la lucha que se avecinaba.
En la primavera de 480 el
ejército persa cruzó los puentes del Helesponto y, flanqueado por la flota,
avanzó por las costas de Tracia y Macedonia, territorios que se hallaban bajo
el dominio persa desde finales del siglo VI. Por su parte, los griegos desplazaron
al estrecho valle del Tempe en Tesalia (Hdt., 7.173; D.S., 11.2.5; Plu., Them., 7) unos diez mil soldados. Junto
al valle, en la costa, se dispuso también la escuadra griega. Sin embargo, una
vez en el Tempe, los griegos se dieron cuenta de que podían ser fácilmente
rodeados por los persas y abandonaron Tesalia (julio de 480), cuyos habitantes
se pasaron a los persas (Hdt., 7.174).
Luego del fracaso de la
expedición en el Tempe, los griegos se apostaron en el desfiladero de las
Termópilas, un angosto paso entre el norte y el centro de Grecia. El
contingente griego estaba compuesto por unos seis mil hombres al mando del rey
espartano Leónidas. Cerca de las Termópilas, en el cabo Artemisio, en el norte
de la isla de Eubea, ancló la flota griega que contaba con doscientas sesenta
naves de guerra. Posiblemente, como había ocurrido en el Tempe, la posición
conjunta del ejército y la flota trataba de conciliar las estrategias ateniense
y espartana, que eran en realidad contrapuestas. De este modo, en opinión de
los atenienses, la infantería contendría a los persas el tiempo suficiente para
que la flota griega, batiéndose en un lugar estrecho que compensara el número y
la maniobrabilidad de los barcos persas, obtuviera una victoria naval decisiva.
Por el contrario, para los espartanos, ambos contingentes retrasarían el avance
persa hasta que estuviera construido el muro del istmo que defendía el
Peloponeso, donde los espartanos pensaban dar la batalla terrestre decisiva que
derrotara a los persas.
Mientras el cuerpo expedicionario
griego estaba en las Termópilas, las flotas de ambos bandos se enfrentaron en
el Artemisio y, aunque el resultado fue indeciso, los persas obligaron a las
naves griegas a retirarse a través del canal del Euripo. Sin embargo, a la altura
de Calcis, el paso se estrechaba de tal manera, que una galopada de la
caballería persa podía fácilmente desde tierra cortar la retirada de la flota y
aniquilarla. Si tal cosa acontecía, aunque no finalizada, la guerra podía darse
por perdida: sólo la defensa de las Termópilas podía evitar la destrucción de
la flota. Entre tanto el ejército persa llegó a las Termópilas. Tras el segundo
día de combates, los persas descubrieron el sendero de Anopea por el que se
podía flanquear la posición griega. De esta forma, al amanecer del tercer día
los persas atacaron de frente las Termopilas mientras un contingente forzaba el
sendero de Anopea. Ante la inminencia del final, Leónidas ordenó marchar a los
pelo- ponesios y quedó en el desfiladero con los trescientos espartiatas de la
guardia real y mil cien beocios. Rodeados completamente, Leónidas y la mayor
parte de los suyos fueron aniquilados, pero su sacrificio no fue inútil: su
resistencia permitió a la escuadra griega atravesar el estrecho de Calcis y
salvarse (agosto de 480, Plu., Them.,
8-9; Nep., Them., 3.2-4). Después de
esto, la mayoría de los pueblos de Grecia central se pasaron a los persas
(excepto los focidios y entre los beocios, los plateos y tespieos). El grueso
del ejército griego se replegó al Peloponeso y los atenienses hubieron de
evacuar Atenas, que fue tomada y destruida por Jerjes.
Mientras el ejército griego
continuaba fortificando el Istmo, la flota, que contaba con trescientas ochenta
naves, se estacionó entre la isla de Salamina y el Ática. No sin fuertes
discusiones entre los generales griegos, Temístocles impuso su estrategia y
logró atraer a Jerjes al estrecho de Salamina, donde las naves persas, apiñadas
y desorganizadas por su gran número, fueron embestidas y destrozadas por los
barcos griegos (septiembre de 480; Esquilo. Los
Persas. 353-514). Como pensara Temístocles, la victoria de Salamina decidió
la suerte de la guerra. Los restos de la armada persa se replegaron a Samos, en
la costa de Asia Menor, y Jerjes, ante el temor de que los griegos cortaran los
puentes del Helesponto, regresó por tierra a Asia, si bien dejó en Tesalia un
ejército de unos ciento treinta mil hombres bajo el mando del persa Mardonio.
Durante el invierno, Mardonio ofreció a los atenienses una alianza en
condiciones ventajosas que fue rechazada. Como represalia, Mardonio ocupó
nuevamente Atenas que fue, una vez más, arrasada.
En 479 los griegos pasaron a la
ofensiva, al tiempo que Mardonio se retiraba hacia Beocia, más apropiada para
la caballería. En Platea, el ejército griego, bajo el mando del regente
espartano Pausanias, con unos treinta y nueve mil hoplitas y unos setenta mil
infantes ligeros, se alineó frente a las tropas de Mardonio. Tras varios días
de escaramuzas, los persas lograron cortar prácticamente el abastecimiento
griego, lo que obligó a Pausanias a buscar una nueva posición algo más al Sur
para asegurar su avituallamiento. En medio del desorden con el que se llevó a
cabo la maniobra de repliegue, los lace- demonios, secundados por los tegeatas,
se impusieron al núcleo selecto del ejército enemigo formado por los persas,
medas y sacas (el propio Mardonio cayó en la lucha) y dieron la victoria los
griegos; los atenienses a su vez aniquilaron a los tebanos (agosto de 479;
Hdt., 9.19-75). Los supervivientes del ejército persa se retiraron
apresuradamente hacia el Norte y lograron pasar a Asia.
Por su parte, la armada griega
navegó rumbo a las costas de Asia Menor. En Mícale, un promontorio cercano a
Mileto, hacia la misma época en que tenía lugar la batalla de Platea, los
griegos destrozaron la flota y el ejército persas que defendían Asia.
Inmediatamente después de Mícale, las islas del Egeo y los griegos de Asia
Menor se sacudieron el dominio persa. La caída de Sesto, en el otoño o invierno
de 479/8, marcó el final de la Segunda Guerra Médica.
En conclusión, las Guerras
Médicas mostraron, en primer lugar, las profundas debilidades del ejército
persa que se componía de un conjunto enormemente heterogéneo de pueblos, cada
uno armado según su propia tradición, con tendencia a desbandarse y que se
sentían poco entusiasmados por una posible victoria persa. Los mejores
contingentes, persas y medas, constituían únicamente una pequeña minoría.
Además, la mayoría de los soldados estaban armados con lanzas más cortas que
las griegas, arcos y escudos de mimbre y pocos llevaban coraza. Infantes y
jinetes ligeros a los ojos de los griegos, acostumbrados a luchar desde lejos,
no podían resistir a los hoplitas griegos pesadamente armados. Ni su
superioridad numérica ni los griegos que figuraron en los ejércitos persas
pudieron compensar estas carencias. Por si ello fuera poco, confiando
excesivamente en una presunta superioridad militar, despreciando las
posibilidades del enemigo, el alto mando persa tuvo casi siempre una incorrecta
apreciación del desarrollo de las operaciones y se equivocó en los momentos
decisivos.
Los griegos tuvieron que hacer
frente también a dificultades enormes. Muchos estados griegos medizaron y se
pasaron a los persas y la contraposición entre las estrategias espartana y
ateniense obstaculizó gravemente el curso de la guerra. Pese a todo, los
hoplitas griegos poseían un armamento homogéneo y superior a sus enemigos, si
la falange griega mantenía su formación era prácticamente invulnerable y, si
llegaban al cuerpo a cuerpo, la victoria se hacía prácticamente inevitable. Las
disensiones internas fueron también aprovechadas por los griegos para confundir
el mando persa y sembrar la duda sobre los propios griegos que luchaban en el
ejército persa. Finalmente, la estrategia ateniense era acertada y logró
imponerse.
La dura prueba de las Guerras
Médicas profundizó la separación entre griegos y bárbaros y creó un sentimiento
de superioridad de los primeros frente a los segundos; eneste sentido, las
Guerras Médicas reforzaron el Panhelenismo, entendido como conciencia de unidad
de civilización en los aspectos de cultura, lengua, costumbres, religión y modo
de vida, que podían desarrollarse ahora sin la mediatización de los persas.
Pero el Panhelenismo no significaba unidad política y, al mismo tiempo, las
Guerras Médicas dividieron también a buena parte del mundo griego en dos
alianzas militares antagónicas: la Liga del Peloponeso, vertebrada en torno a
Esparta, y la Liga de Delos, cuya potencia principal era Atenas. Tal división
traería funestas consecuencias en el futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario