a. Narciso era tespio, hijo de la ninfa azul
Liríope, a la que el dios fluvial Cefiso había rodeado en una ocasión con las
vueltas de su corriente y luego violado. El adivino Tiresias le dijo a Liríope,
la primera persona que consultó con él: «Narciso vivirá hasta ser muy viejo con
tal que nunca se conozca a sí mismo.» Cualquiera podía excusablemente haberse
enamorado de Narciso, incluso cuando era niño, y cuando llegó a los dieciséis
años de edad su camino estaba cubierto de numerosos amantes de ambos sexos
cruelmente rechazados, pues se sentía tercamente orgulloso de su propia
belleza.
b. Entre esos amantes se hallaba la ninfa Eco, quien
ya no podía utilizar su voz sino para repetir tontamente los gritos ajenos, lo
que constituía un castigo por haber entretenido a Hera con largos relatos
mientras las concubinas de Zeus, las ninfas de la montaña, eludían su mirada
celosa y hacían su escapatoria. Un día en que Narciso salió para cazar ciervos,
Eco le siguió a hurtadillas a través del bosque sin senderos con el deseo de
hablarle, pero incapaz de ser la primera en hablar. Por fin Narciso, viendo que
se había separado de sus compañeros, gritó:
—¿Está alguien por aquí?
—¡Aquí! —repitió Eco, lo que sorprendió a Narciso,
pues nadie estaba a la vista.
—¡Ven!
—¡Ven!
—¿Por qué me eludes?
—¿Por qué me eludes?
—¡Unámonos aquí!
— ¡Unámonos aquí! —repitió Eco, y corrió alegremente
del lugar donde estaba oculta a abrazar a Narciso. Pero él sacudió la cabeza
rudamente y se apartó:
—¡Moriré antes de que puedas yacer conmigo! —gritó.
—Yace conmigo —suplicó Eco.
Pero Narciso se había ido, y ella pasó el resto de
su vida en cañadas solitarias, consumiéndose de amor y mortificación, hasta que
sólo quedó su voz[1].
c. Un día Narciso envió una
espada a Aminias, uno de sus pretendientes más insistentes, y cuyo nombre lleva
el río Aminias, tributario del río Helisón, que desemboca en el Alfeo. Aminias
se mató en el umbral de Narciso pidiendo a los dioses que vengaran su muerte.
d. Ártemis oyó la súplica e hizo que Narciso se
enamorase, pero sin que pudiera consumar su amor. En Donacón, Tespia, llegó a
un arroyo, claro como si fuera de plata y que nunca alteraban el ganado, las
aves, las fieras, ni siquiera las ramas que caían de los árboles que le daban sombra, y cuando se tendió, exhausto, en su orilla herbosa
para aliviar su sed, se enamoró de su propio reflejo. Al principio trató de
abrazar y besar al bello muchacho que veía ante él, pero pronto se reconoció a
sí mismo y permaneció embelesado contemplándose en el agua una hora tras otra.
¿Cómo podía soportar el hecho de poseer y no poseer al mismo tiempo? La
aflicción le destruía, pero se regocijaba en su tormento, pues por lo menos
sabía que su otro yo le sería siempre fiel pasara lo que pasase.
e. Eco, aunque no había perdonado a Narciso, le
acompañaba en su aflicción, y repitió compasivamente sus «¡Ay! ¡Ay!» mientras
se hundía la daga en el pecho, y también el final «¡Adiós, joven, amado
inútilmente!» cuando expiró. Su sangre empapó la tierra y de ella nació la
blanca flor del narciso con su corolario rojo, de la que se destila ahora en
Queronea un ungüento balsámico. Éste es recomendado para las afecciones de los
oídos (aunque puede producir dolores de cabeza), como un vulnerario y para curar
la congelación[2].
*
1. El «narciso» utilizado en la antigua corona de
Deméter y Perséfone (Sófocles: Edipo en
Colona 682-4), llamado también leirion,
era la flor de lis o iris azul de tres pétalos consagrada a la diosa triple y
que se llevaba como guirnalda cuando se aplacaba a las Tres Solemnes (véase
115.c) o Erinias. Florece a fines del otoño, poco antes que el «narciso del
poeta», que es quizá por lo que se ha descrito a Liríope como madre de Narciso.
Este cuento moral fantástico —que explica incidentalmente las propiedades
medicinales del aceite de narciso, narcótico muy conocido, como implica la
primera sílaba de «Narciso»— puede haberse deducido de una ilustración que
representaba al desesperado Alcmeón (véase 107.e), u Orestes (véase 114.a)
tendido, coronado con lirios, junto a un estanque en el que ha tratado
inútilmente de purificarse después de asesinar a su madre; pues las Erinias se
han negado a ser aplacadas. En esa ilustración Eco representaría el ánima
burlona de su madre, y Amenio a su padre asesinado.
2. Pero issus,
como inthus, es una terminación
cretense, y tanto Narciso como Jacinto parecen haber sido nombres del héroe de
la floración primaveral cretense cuya muerte lamenta la diosa en el anillo de
oro encontrado en la acrópolis micénica; en otras partes se le llama Anteo
(véase 159.4), sobrenombre de Dioniso. Además, el lirio era el emblema real del
rey de Cnosos. En un relieve pintado que se encontró entre las ruinas del
palacio aparece caminando, con el cetro en la mano, por una pradera de lirios,
y lleva una corona y un collar de flores de lis.
[1]
Ovidio: Metamorfosis iii.341-401.
[2]
Pausanias: viii.29.4 y
ix.31.6; Ovidio: Metamorfosis
402-510; Conon: Narraciones 24;
Plinio: Historia natural xxi.75.
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