a. Éneo, rey de Calidonia en la Etolia, se casó con
Altea. Ella le dio en primer lugar a Toxeo, a quien Éneo mató con sus propias
manos por haber saltado groseramente por encima
del foso excavado para defensa de la ciudad. Luego le dio a Meleagro, de quien
se dice que era en realidad hijo de Ares. Cuando Meleagro tenía siete días de
edad, las Parcas se presentaron en el dormitorio de Altea y le anunciaron que
su hijo viviría solamente mientras no se quemara cierto tizón que había en el hogar.
Inmediatamente ella sacó el tizón del fuego, lo apagó con un jarro de agua y lo
ocultó en un cofre.
b. Meleagro creció y llegó a ser un guerrero audaz e
invulnerable y el mejor lanzador de venablos de Grecia, como lo demostró en los
juegos fúnebres de Acasto. Habría podido seguir viviendo de no haber sido por
una indiscreción que cometió Éneo, quien, un verano, se olvidó de incluir a
Artemis en sus sacrificios anuales a los doce dioses del Olimpo. Cuando Helio
informó a Artemis de ese descuido, ella envió a un jabalí gigantesco para que
matara al ganado y los peones de Éneo y destruyese sus mieses; pero Éneo
despachó heraldos para que invitasen a los guerreros más valientes de Grecia a
cazar el jabalí, prometiéndoles que quien los matase recibiría su piel y sus
colmillos.
c. Muchos respondieron a su invitación, entre ellos
Castor y Pólux de Esparta, Idas y Linceo de Mesena, Teseo de Atenas y Pirítoo
de Larisa, Jasón de Yolco y Admeto de Feras, Néstor de Pilos, Peleo y Euritión
de Ftia, Ificles de Tebas, Anfiarao de Argos, Telamón de Salamis, Ceneo de
Magnesia y finalmente Anceo y Cefeo de Arcadia, seguidos por su compatriota, la
casta Atalanta de pies rápidos, hija única de Yaso y Clímene[1]. Yaso deseaba un heredero
varón y el nacimiento de Atalanta le decepcionó tan cruelmente que la abandonó
en el Monte Paternio, cerca de Calidón, donde la amamantó una osa que Artemis
envió para socorrerla. Atalanta se hizo mujer entre un clan de cazadores que la
encontraron y criaron, pero conservó su virginidad y siempre
iba armada. En una ocasión llegó desfallecida por la sed a Cifanta y allí,
invocando a Ártemis y golpeando una roca con la punta de su lanza, hizo que
fluyera una corriente de agua. Pero todavía no se había reconciliado con su
padre[2].
d. Éneo agasajó regiamente a los cazadores durante
nueve días; y aunque Anceo y Cefeo se negaron al principio a cazar en compañía
de una mujer, Meleagro declaró, en nombre de Éneo, que a menos que retirasen su
objeción cancelaría por completo la cacería. La verdad era que Meleagro se
había casado con Cleopatra, la hija de Idas, pero ahora se había enamorado
repentinamente de Atalanta y deseaba congraciarse con ella. Sus tíos, los
hermanos de Altea, sintieron una aversión inmediata por la muchacha, convencidos
de que su presencia sólo podía ocasionar problemas, pues él no hacía sino
suspirar profundamente y exclamar: «¡Ah, qué feliz será el hombre con quien
ella se case!». Por lo tanto, la cacería comenzó bajo malos auspicios, Ártemis
se había ocupado de ello.
e. Anfiarao y Atalanta estaban armados con arcos y
flechas; y los otros con jabalinas, venablos y hachas, y todos se sentían tan
ansiosos de conseguir la piel que descuidaron la disciplina propia de la caza.
Por indicación de Meleagro avanzaron desplegados en media luna, con algunos
pasos de intervalo, a través del bosque donde tenía su guarida el jabalí.
f. La primera sangre derramada fue humana. Cuando
Atalanta se apostó en la extremidad del flanco derecho a cierta distancia de
los otros cazadores, dos centauros. Hileo y Reco, que se habían agregado a la
cacería, decidieron violarla, cada uno de ellos ayudando por turno al otro.
Pero tan pronto como corrieron hacia ella, Atalanta los mató con sus flechas y
siguió cazando al lado de Meleagro.
g. Poco después el jabalí salió de
un arroyo cubierto de sauces. Se acercó saltando, mató a dos de los cazadores,
desjarretó a otro y obligó a Néstor, quien más tarde luchó en Troya, a subirse
a un árbol. Jasón y varios otros lanzaron contra el jabalí venablos mal
dirigidos y sólo Ificles consiguió rozarle el brazuelo. Luego Telamón y Peleo
le atacaron temerariamente con jabalinas, pero Telamón tropezó con la raíz de
un árbol y mientras Peleo le ayudaba a levantarse el jabalí los vio y embistió.
Atalanta disparó una flecha oportuna que fue a clavarse detrás de la oreja del
jabalí y lo puso en fuga. Anceo hizo un gesto de desprecio y exclamó: «¡Esa no
es una manera de cazar! ¡Observadme!». Lanzó su hacha de combate contra el
jabalí cuando éste atacaba, pero no lo hizo con la rapidez suficiente: un
instante después yacía castrado y destripado. En su excitación, Peleo mató a
Euritión con un venablo dirigido al jabalí, al que Anfiarao había conseguido
cegar con una flecha. Luego corrió hacia Teseo, cuyo venablo no dio en el blanco,
pero Meleagro disparó también y traspasó el costado derecho del animal, y
cuando éste empezó a dar vueltas dolorido, tratando de extraer el proyectil, le
clavó su lanza de caza profundamente bajo el omóplato izquierdo hasta el
corazón.
El jabalí cayó muerto por fin.
Meleagro lo desolló inmediatamente y ofreció la piel
a Atalanta diciendo: «Tú has derramado la primera sangre y si hubiéramos dejado
al animal solo, pronto habría sucumbido a tu flecha.»
h. Sus tíos se sintieron muy agraviados. El mayor,
Plexipo, alegó que Meleagro mismo había ganado la piel y que, si él se negaba a
recibirla, se le debía dar a la más ilustre de las personas presentes, es decir
a él mismo como cuñado de Éneo. El hermano menor de Plexipo le apoyó alegando
que Ificles y no Atalanta había derramado la primera sangre. Meleagro, con la
ira de un enamorado, mató a los dos.
i. Altea, al ver los cadáveres que llevaban de
vuelta, echó una maldición sobre Meleagro, que le impidió defender a Calidón
cuando sus dos tíos sobrevivientes declararon la guerra a la ciudad y mataron a
muchos de sus defensores. Por fin su esposa
Cleopatra le convenció para que tomase las armas, y él mató a sus dos tíos, a
pesar de que éstos contaban con el apoyo de Apolo; inmediatamente las Furias
ordenaron a Altea que sacara el tizón del cofre y lo arrojara al fuego.
Meleagro sintió de pronto que le quemaban las entrañas y los enemigos vencieron
con facilidad. Altea y Cleopatra se ahorcaron y Ártemis transformó a todas menos
dos de las chillonas hermanas de Meleagro en gallinas de Guinea y las llevó a
su isla de Leros, la residencia de los malvivientes[3].
j. Complacido con el triunfo de Atalanta, Yaso la
reconoció por fin como hija, pero cuando ella llegó al palacio sus primeras palabras
fueron: «Hija mía, prepárate para tomar marido», anuncio desagradable, pues el
oráculo de Delfos le había advertido contra el matrimonio. Atalanta contestó:
«Padre, consiento con una condición. Cualquier pretendiente a mi mano debe
vencerme en una carrera pedestre o permitir que le mate.» «Así sea», dijo Yaso.
k. Muchos príncipes infortunados perdieron la vida
como consecuencia, pues ella era la mortal más rápida, pero Melanión, hijo del
arcadio Anfidamante, invocó la ayuda de Afrodita. Ésta le dio tres manzanas de
oro y le dijo: «Demora a Atalanta dejando caer, una tras otra, estas manzanas
durante la carrera.» La estratagema dio resultado. Atalanta se detuvo para
recoger cada manzana y llegó a la meta inmediatamente después de Melanión.
l. La boda se celebró, pero la
advertencia del oráculo estaba justificada, porque un día, cuando pasaban junto
a un recinto de Zeus, Melanión indujo a Atalanta a entrar y acostarse con él
allí. Irritado porque habían profanado su recinto, Zeus transformó a ambos en
leones, pues los leones no se aparean con leones, sino sólo con leopardos, y
así les impidió que volvieran a disfrutar de su unión. Este fue el castigo de
Afrodita en primer lugar por la obstinación de Atalanta en permanecer virgen, y
en segundo lugar por no haberse mostrado agradecida por la manzanas de oro[4]. Pero algunos dicen que
con anterioridad Atalanta había sido infiel a Melanión y que le había dado a
Meleagro un hijo llamado Partenopeo, al que abandonó en la misma montaña en que
la había amamantado la osa. También él sobrevivió y posteriormente venció a
Idas en Jonia y marchó con los siete paladines contra Tebas. Según otros, Ares,
y no Meleagro, fue el padre de Partenopeo[5]; el marido de Atalanta no
era Melanión, sino Hipómenes; y ella era hija de Esqueneo, quien gobernaba en
Onquesto, Beocia. Se añade que ella y él profanaron un templo, no de Zeus, sino
de Cibeles, quien los convirtió en leones y los unció a su carro[6].
*
1. Los médicos griegos atribuían al malvavisco (althaia, de althainein «curar») virtud curativa y como era la primera flor
primaveral en la que libaban la miel las abejas, tenía casi la misma
importancia mítica que la flor de hiedra, la última. La cacería calidonia es
una saga heroica que se basa quizás en una famosa cacería del jabalí y en una
enemistad entre clanes etolios ocasionada por ella. Pero la muerte del rey
sagrado atacado por un jabalí —cuyos colmillos curvos lo dedicaban a la luna—
es un mito antiguo (véase 18.3) y explica la introducción en esta teoría de
héroes de diferentes Estados griegos que habían sufrido ese destino. El jabalí
era peculiarmente el emblema de Calidón (véase 106.c) y estaba consagrado a
Ares, el padre putativo de Meleagro.
2. El salto de Toxeo por encima del foso es análogo
al salto de Remo por encima de la pared de Rómulo; indica la difundida costumbre
de sacrificar a un príncipe real en la fundación de una ciudad (1 Reyes xvi.34). El tizón de Meleagro
recuerda varios mitos celtas: la muerte de un héroe se produce cuando es
destruido algún objeto externo: un fruto, un árbol o un animal.
3. A Ártemis se le rendía culto como una meleagris, o pintada, en la isla de
Leros y en la acrópolis de Atenas; el culto es de origen africano oriental, a
juzgar por esta variedad particular de gallina de Guinea —que tenía barba azul,
a diferencia de la barba roja del ave italiana introducida desde Numidia— y sus
extraños cloqueos eran interpretados como gemidos de duelo. Quienes no rendían
culto a Ártemis ni a Isis podían comer gallinas de Guinea. La reputación de
malvivir de los lerianos podía deberse a su conservadurismo religioso, como la
reputación de mentirosos de los cretenses (véase 45.2).
4. Las osas estaban consagradas a Ártemis (véase
22.4) y la carrera de Atalanta contra Melanión ha sido deducida, probablemente,
de una ilustración gráfica en la que aparecía el rey condenado, con las
manzanas de oro en la mano (véase 32.1 y 53.5), perseguido a muerte por la
diosa. Otra ilustración compañera mostraría una imagen de Ártemis apoyada por
dos leones, como en la puerta de Micenas y en varios sellos micénicos y cretenses.
La segunda versión del mito parece ser más antigua, aunque sólo sea porque
Esqueneo, el padre de Atalanta, está en lugar de Esquénide, un título de
Afrodita, y porque Zeus no figura en ella.
5. Por qué fueron castigados los amantes —y aquí los
mitógrafos se refieren equivocadamente a Plinio, aunque Plinio dice, al
contrario, que los leones castigan enérgicamente a las leonas por ayuntarse con
leopardos (Historia natural viii.17)—
es un problema que tiene un interés mucho mayor que el que le concede Sir James
Frazer en sus notas sobre Apolodoro. Parece referirse a una vieja disposición
exogámica según la cual los miembros del mismo clan totémico no podían casarse
entre ellos, ni podían los miembros del clan del león casarse con miembros del
clan del leopardo, que pertenecía a la misma sub-fratría; así como los miembros
de los clanes del cordero y la cabra no podían casarse unos con otros en Atenas
(véase 97.3).
6. Éneo no fue el único rey heleno que omitió un
sacrificio a Ártemis (véase 69.b y 72.i). Las exigencias de esa diosa eran
mucho más severas que las de los otros dioses olímpicos,
e inclusive en la época clásica incluían holocaustos de animales vivos. Éneo
difícilmente le habría negado éstos, pero la práctica arcadia y beocia
consistía en sacrificar al rey mismo, o a un sustituto, como el ciervo Acteón
(véase 22.1); y Éneo pudo muy bien haberse negado a que lo descuartizaran.
[1]
Eliano: Varia historia xiii.l; Calímaco: Himno a Ártemisa 216.
[2]
Apolodoro: iii.9.2.
[3]
Homero: Ilíada ix.527-600; Apolodoro: i.8.2-3;
Higinio: Fábulas 171, 174 y 273;
Ovidio: Metamorfosis viii.270-545;
Diodoro Sículo: iv.48; Pausanias: iv.2.5; viii.4.7 y x.31.2; Calímaco: Himno a Ártemisa 220-24; Antoninus
Liberalis 2; Ateneo: xiv.71.
[4]
Apolodoro: iii.9.2;
Higinio: Fábula 185; Servio sobre la Eneida de Virgilio iii.113; Primer
Mitógrafo Vaticano: 39.
[5] Higinio: Fábulas 70.99 y 270; Primer Mitógrafo Vaticano:
174.
[6]
Apolodoro: iii.9.2,
citando Meleagro de Eurípides; Ovidio: Metamorfosis
x.565 y ss.; Tzetzes: Milenios
xiii.453; Lactancio sobre la Tebaida
de Estacio vi.563; Higinio: Fábula
185.
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