jueves, 14 de diciembre de 2017

75. BELEROFONTE

a. Belerofonte, hijo de Glauco y nieto de Sísifo, salió de Corinto caído en desgracia después de matar a un tal Belero —que le valió su apodo de Belerofonte, abreviado en Belerofón— y luego a su propio hermano, llamado habitualmente Delíades[1]. Huyó como suplicante a ver a Preto, rey de Tirinto; pero (así lo quiso la suerte) Antea, la esposa de Preto a la que algunos llaman Este-nebea, se enamoró de él a primera vista. Al ver que él rechazaba sus requerimientos, ella le acusó de haber tratado de seducirla y Preto, que lo creyó, se enfureció. Sin embargo, no se atrevió a exponerse a la venganza de las Furias asesinando directamente a un suplicante y por lo tanto lo envió al padre de Antea, Yóbates, rey de Licia, con una carta sellada que decía: «Te ruego que elimines de este mundo al portador; ha tratado de violar a mi esposa, tu hija».
b. Yóbates, igualmente renuente a maltratar a un huésped regio, pidió a Belerofonte que le hiciera el servicio de dar muerte a la Quimera, monstruo femenino que arrojaba fuego y tenía cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente. «Es —le explicó— una hija de Equidna, a la que mi enemigo, el rey de Caria, ha convertido en su perrito faldero». Antes de emprender esa tarea Belerofonte consultó con el adivino Poliido, quien le aconsejó que primero cogiese y domase al caballo alado Pegaso, amado por las Musas del monte Helicón, para las que había creado el pozo Hipocrene golpeando la tierra con su casco en forma de luna[2].
c. Pegaso estaba ausente del Helicón, pero Belerofonte lo encontró bebiendo en Pirene, en la acrópolis de Corinto, otro de sus pozos, y arrojó sobre su cabeza una brida de oro que muy oportunamente le había regalado Atenea. Pero algunos dicen que Atenea dio a Belerofonte el caballo ya embridado; y otros que Posidón, que era realmente el padre de Belerofonte, fue quien lo hizo. Sea como fuere, Belerofonte venció a la Quimera volando sobre ella montado en Pegaso, atravesándola con sus flechas y luego introduciendo entre sus mandíbulas un trozo de plomo que había fijado a la punta de su lanza. El aliento ígneo de la Quimera fundió el plomo, que se deslizó por su garganta y le quemó los órganos vitales[3].
d. Sin embargo, Yóbates, lejos de recompensar a Belerofonte por su audaz hazaña, lo envió inmediatamente contra los belicosos solimos y sus aliadas, las Amazonas; y a ambos los venció remontándose sobre ellos, muy fuera del alcance de las flechas, y dejando caer sobre sus cabezas grandes piedras. Luego, en la Llanura de Janto, en Licia, derrotó a una banda de piratas carios encabezados por un tal Quimárroo, un guerrero feroz y jactancioso que navegaba en un barco adornado con un mascarón de proa en forma de león y una popa en forma de serpiente. Al ver que Yóbates no se mostraba agradecido ni siquiera entonces, sino que, por el contrario, envió a los guardias del palacio para que le tendieran una emboscada a su regreso, Belerofonte desmontó de Pegaso y rogó que, mientras él avanzaba a pie, Posidón inundase tras él la Llanura del Janto. Posidón escuchó su súplica y envió grandes olas que avanzaban lentamente mientras Belerofonte se acercaba al palacio de Yóbates, y, como ningún hombre podía inducirle a retirarse, las mujeres jantias se levantaron las faldas hasta la cintura y corrieron hacia él para ofrecérsele con tal que se aplacase. El pudor de Belerofonte era tan grande que les volvió la espalda y echó a correr y las olas se retiraron con él.
e. Convencido ahora de que Preto se había equivocado respecto al atentado contra la virtud de Antea, Yóbates mostró la carta y pidió una explicación exacta de lo ocurrido. Cuando supo la verdad imploró el perdón de Belerofonte, le concedió la mano de su hija Filónoe y le nombró heredero del trono de Licia. También elogió a las mujeres jantias por su ingeniosidad y ordenó que en el futuro todos los jantios reconociesen la ascendencia materna y no la paterna.
f. Belerofonte, en la cumbre de su fortuna, emprendió presuntuosamente un vuelo al Olimpo, como si fuera inmortal, pero Zeus envió un tábano que picó a Pegaso bajo la cola y le hizo encabritarse y arrojar A Belerofonte ignominiosamente a la tierra. Pegaso terminó el vuelo al Olimpo, donde Zeus lo utiliza ahora como animal de carga para conducir los rayos, Belerofonte, que había caído en un matorral de espinos, erró por la tierra rengo  ciego, solitario y maldito, evitando siempre los caminos de los hombres, hasta que le llegó la hora de la muerte[4].

*

1. La tentativa de Antea de seducir a Belerofonte es análoga a otras de la mitología griega (véase 70.2) y a una palestina en la fábula de José y la esposa de Putifar, y también a una egipcia en El cuento de los dos hermanos. La procedencia del mito es insegura.
2. La hija de Equidna, la Quimera, que está representada en un edificio hitita de Karkemish, era un símbolo del Año Sagrado tripartito de la Gran Diosa: el león simbolizaba a la primavera, la cabra al verano y la serpiente al invierno. Una placa de vidrio rota, que fue descubierta en Dendra, cerca de Micenas, muestra a un héroe forcejeando con un león, detrás del cual sale lo que parece ser la cabeza de una cabra; la cola es larga y serpentina. Como la placa data de un período en que la diosa todavía conservaba la supremacía, esta imagen —análoga a la de un fresco etrusco de Tarquinia, aunque en éste el héroe aparece montado, como Belerofonte— se la debe interpretar como el combate de coronación de un rey contra hombres disfrazados, de animales (véase 81.2 y 123.1) que representan las diferentes estaciones del año. Después de la revolución religiosa aquea que subordinó la diosa Hera a Zeus, la imagen se hizo ambivalente: se la podía interpretar también como un recuerdo de la supresión por invasores helenos del antiguo calendario cario.
3. La doma por Belerofonte de Pegaso, el caballo Luna utilizado para producir la lluvia, con una brida proporcionada por Atenea, indica que el candidato al reinado sagrado recibía el encargo de la triple Musa («diosa de la montaña»), o su representante, de capturar un caballo salvaje; así Heracles cabalgó más tarde sobre Arión («criatura lunar en lo alto») cuando tomó posesión de Elide (véase 138.g). A juzgar por la práctica danesa e irlandesa primitiva, la carne de este caballo era comida sacramentalmente por el rey después de su renacimiento simbólico de la diosa de la montaña con cabeza de yegua. Pero esta parte del mito es igualmente ambivalente: se la puede interpretar también como refiriéndose a la toma por invasores helenos de los altares de la diosa de la Montaña en Ascra, en el monte Helicón, y en Corinto. Un acontecimiento análogo recuerda la violación por Posidón de la Deméter arcadia con cabeza de yegua (véase 16.f), con la que engendró a Pegaso (véase 73.h); lo que explica la intrusión de Posidón en la fábula de Belerofonte. La humillación de Belerofonte por Zeus es una anécdota moral que tenía por finalidad desalentar la rebelión contra la religión olímpica; Belerofonte, el portador de dardos que vuela por el firmamento, es el mismo personaje que su abuelo Sísifo, o Tesup (véase 67.1), un héroe solar cuyo culto fue reemplazado por el del Zeus solar; así pues, se le da un final igualmente desafortunado, que recuerda el de Faetonte, el hijo de Helio (véase 42.2).
4. Los enemigos de Belerofonte, los solimos, eran hijos de Salma. Como todas las ciudades y cabos que comienzan con la sílaba salm, tienen una situación oriental; ella era probablemente la diosa del Equinoccio Primaveral; pero pronto se masculinizó como el dios Sol Sólimo o Selim, Salomón o AbSalom, que dio su nombre a Jerusalén. Las Amazonas eran las sacerdotisas combatientes de la diosa Luna (véase 100.1).
5. La retirada de Belerofonte ante las mujeres jantias puede haber sido deducida de una representación gráfica en la que aparecían las mujeres furiosas enloquecidas con hipómanes —una hierba, o el humor de la vulva de la yegua en celo, o la membrana negra cortada de la parte delantera de un potrillo recién nacido— cercano al rey sagrado en la orilla del mar al final de su reinado. Tienen levantadas las faldas, como en el culto erótico del Apis egipcio (Diodoro Sículo: 1.85), para que al descuartizarlo la sangre que salpicaba vivificase sus úteros. Puesto que Janto («amarillo») es el nombre de uno de los caballos de Aquilea, y de otro perteneciente a Héctor y del que dio Posidón a Peleo, esas mujeres quizá llevaban máscara rituales de caballo con crines de color amarillo-luna, como las de los palominos, pues unas yeguas salvajes habían devorado al padre de Belerofonte, Glauco, en la costa de Corinto (véase 71.1). Sin embargo, este mito reformado conserva un elemento primitivo: la aproximación de mujeres desnudas del clan del caudillo, con las que estaba prohibido el trato sexual, le obligaría a retirarse y a taparse la cara, y en la leyenda irlandesa se empleó la misma treta contra Cuchulain cuando su furor no se pudo contener de otro modo. A la explicación del reconocimiento de la descendencia matrilineal de los jantios se le ha dado el sentido contrario: fueron los helenos los que consiguieron imponer el reconocimiento de la descendencia patrilineal a todos los carios, con excepción de los conservadores jantios.
6. El nombre de Quimárroo se deriva de chimaros o chimaera («cabra») y tanto su carácter feroz como su barco con el mascarón de proa con figura de león y la popa en forma de serpiente han sido introducidos en la fábula de Belerofonte por algún evemerista para explicar la respiración ígnea de la Quimera. El monte Quimera («montaña de la cabra») era también el nombre de un volcán en actividad situado cerca de Faselis, en Licia (Plinio: Historia natural ii.106 y v.27), lo que explica el aliento ígneo.



[1] Apolodoro: i.9.3; Homero: Ilíada vi.15.5.

[2] Homero: Ilíada vi.160; Eustacio sobre el mismo texto; Apolodoro: ii.3.1; Antoninus Liberalis: 9; Homero: Ilíada xv.328 y ss

[3] Hesíodo: Teogonía 319 y ss.; Apolodoro: ii.3.2; Píndaro: Odas olímpicas xiii.63 y ss.; Pausanias: ii.4.1; Higinio: Fábula 157; Escoliasta sobre la Ilíada de Homero vi.155; Tzetzes: Sobre Licofrón 17.

[4] Píndaro: Odas olímpicas xiii.87-9; Odas ístmicas vii.44; Apolodoro: loc. cit.; Plutarco: Sobre las virtudes de las mujeres 9; Homero: Ilíada vi.155-203 y xvi.328; Ovidio: Metamorfosis ix.646; Tzetzes: Sobre Licofrón 838.

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