a. El dios fluvial Asopo —al que algunos llaman hijo
de Océano y Tetis, otros de Posidón y Pero y otros más de Zeus y Eurínome— se
casó con Metope, hija del río Ladón, la cual le dio dos hijos y doce o veinte
hijas[1].
b. Varias de éstas fueron raptadas y violadas en
diversas ocasiones por Zeus, Posidón o Apolo, y cuando Egina, la más joven de
ellas, hermana melliza de Tebe y una de las víctimas de Zeus, también
desapareció, Asopo salió a buscarla. En Corinto se enteró de que Zeus era una
vez más el culpable, lo persiguió para vengarse y lo encontró abrazado a Egina
en un bosque. Zeus, que estaba desarmado, huyó ignominiosamente a través del
bosque y, cuando ya no podía verle, se transformó en una roca hasta que hubo
pasado Asopo; inmediatamente después volvió furtivamente al Olimpo y desde la
seguridad de sus murallas le arrojó rayos. Asopo todavía se mueve lentamente a
causa de las heridas que recibió entonces y a menudo se extraen trozos de
carbón quemado del lecho de su río[2].
c. Habiéndose librado así del padre de Egina, Zeus
la llevó en secreto a la isla llamada luego Enone o Enopia, donde se acostó con
ella en la forma de un águila, o de una llama, y los cupidos revoloteaban sobre
su cama administrando los dones del amor[3]. Al cabo de algún tiempo Hera descubrió que Egina había dado a Zeus
un hijo llamado Éaco, y, furiosa, resolvió exterminar a todos los habitantes de
Enone, de la que era ahora rey. Introdujo en uno de sus arroyos una serpiente
que ensució el agua y puso millares de huevos, de modo que una multitud de
serpiente empezó a deslizarse y a retorcerse por los campos introduciéndose en
todos los otros arroyos y ríos. Una densa oscuridad y un calor soporífero se
extendieron por la isla, a la que Éaco había dado el nuevo nombre de Egina, y
el pestilente viento sur sopló durante no menos de cuatro meses. Las mieses y
los pastos se secaron y siguió el hambre, pero los isleños sufrían
principalmente de sed, y cuando se les acabó el vino tenían que arrastrarse
hasta el arroyo más cercano, donde morían al beber su agua venenosa.
d. Las apelaciones a Zeus eran inútiles; los
suplicantes extenuados y sus animales para el sacrificio caían muertos ante sus
mismos altares, hasta que apenas quedó viva una sola criatura de sangre
caliente[4].
e. Un día el
trueno y el rayo respondieron a las plegarias de Éaco. Animado por ese agüero
favorable, pidió a Zeus que volviese a poblar el territorio vacío, dándole
tantos súbditos como el número de hormigas que subían por una cocina cercana
llevando granos de cereal. El árbol, nacido de una bellota de Dodona, estaba
consagrado a Zeus; ante la súplica de Éaco tembló y en sus extensas ramas se
produjo un susurro que no había causado viento alguno. Éaco, aunque estaba
aterrado, no huyó, sino que repetidamente besó el tronco del árbol y la tierra
en que se alzaba. Esa noche soñó que veía caer al suelo desde el árbol sagrado
una lluvia de hormigas y que éstas se transformaban en hombres. Cuando despertó
descartó el sueño como una fantasía engañosa, pero de pronto su hijo Telamón le
hizo salir para que viese una multitud de hombres que se acercaban y reconoció
los rostros que había visto en su sueño. La plaga de serpientes había
desaparecido y la lluvia caía sin cesar.
f. Éaco dio las gracias a Zeus y repartió la ciudad
y los campos desiertos entre sus nuevos súbditos, a los que llamó mirmidones,
es decir «hormigas», y cuyos descendientes todavía muestran una frugalidad, una
paciencia y una tenacidad parecidas a las de las hormigas. Más tarde esos
mirmidones siguieron a Peleo cuando fue desterrado de Egina y combatieron junto
a Aquiles y Patroclo en Troya[5].
g. Pero algunos dicen que a los mirmidones aliados
de Aquiles se los llamaba así en honor del rey Mirmidón cuya hija Eurimedusa
fue seducida por Zeus en la forma de una hormiga, y que por eso las hormigas
son sagradas en Tesalia. Y otros hablan de una ninfa llamada Mirmex, quien,
cuando su compañera Atenea inventó el arado, se jactó de que ella había hecho
el descubrimiento, y como castigo se la transformó en hormiga[6].
h. Éaco, quien
se casó con Endeis de Megara, era muy famoso por su piedad y se le honraba
tanto que los hombres anhelaban deleitar sus ojos contemplándolo. Todos los
héroes más nobles de Esparta y Atenas deseaban combatir a sus órdenes, aunque
él había hecho de Egina la isla de acceso más difícil de todas las del Egeo,
rodeándola con escollos sumergidos y arrecifes peligrosos, como protección
contra los piratas[7]. Cuando toda Grecia fue
afligida por una sequía causada por haber asesinado Pélope al rey arcadio
Estínfalo, o, según dicen algunos, por haber asesinado los atenienses a
Andrógeno, el oráculo de Delfos aconsejó a los griegos: «¡Pedid a Éaco que
ruegue por vuestra liberación!» Inmediatamente cada ciudad envió un heraldo a
Éaco, quien ascendió al monte Panheleno, el más alto de su isla, vestido como
un sacerdote de Zeus. Allí hizo sacrificios a los dioses y rogó para que terminase
la sequía. Respondió a su súplica un fuerte trueno, las nubes oscurecieron el
cielo y furiosos chaparrones empaparon todo el territorio de Grecia. El dedicó
entonces un templo a Zeus en el Panheleno, y una nube que se posa en la cima de
la montaña ha sido siempre desde entonces un infalible augurio de lluvia[8].
i. Apolo y Posidón llevaron a Éaco con ellos cuando
construyeron las murallas de Troya, pues sabían que a menos que un mortal
participase en su trabajo la ciudad sería inexpugnable y sus habitantes capaces
de desafiar a los dioses. Apenas habían terminado la tarea cuando tres
serpientes de ojos grises trataron de escalar las murallas. Dos de ellas
eligieron la parte que acababan de terminar los dioses, pero cayeron y
murieron; la tercera, lanzando un grito, corrió a la parte construida por Éaco
y consiguió entrar en la ciudad. Entonces Apolo profetizó que Troya caería más
de una vez, y que los hijos de Éaco estarían entre los que la tomarían, tanto
en la primera como en la cuarta generación; y eso sucedió realmente en las
personas de Telamón y Ayax[9].
j. Éaco, Minos y Radamantis eran los tres hijos de
Zeus a los que él más habría deseado evitar la carga de la ancianidad, pero las
Parcas no lo permitieron y Zeus, aceptando
benignamente su prohibición, dio un buen ejemplo a los demás olímpicos[10].
k. Cuando murió Éaco se convirtió en uno de los tres
Jueces del Tártaro, donde dicta leyes a las almas e incluso se apela a él para
que arbitre en las disputas que pueden producirse entre los dioses. Algunos
añaden que guarda las llaves del Tártaro, impone un portazgo y comprueba si las
almas que lleva allá Hermes son las que figuran en las facturas de Atropo[11].
*
1. Las hijas de Asopo violadas por Apolo y Posidón
tienen que haber sido colegios de sacerdotisas de la Luna en el valle del
Asopo, en el nordeste del Peloponeso, de cuyas fértiles tierras se apoderaron
los eolios. La violación de Egina parece relatar una subsiguiente conquista
aquea de Flios, ciudad situada en las fuentes del Asopo; y un inútil pedido de
ayuda militar hecho por sus vecinos a Corinto. Eurínome y Tetis (véase l.a y
l.b), los nombres de la madre de Asopo, eran títulos antiguos de la diosa Luna,
y «Pero» indica pera, un saco de
cuero (véase 36.1) y por lo tanto la égida de piel de cabra de Atenea, lo mismo
que «Egina».
2. Él mito de Éaco se refiere a la conquista de
Egina por los mirmidones de Ftiótide, cuyo emblema tribal era una hormiga.
Anteriormente, la isla, según parece, estaba en poder de pelasgos que rendían
culto a la cabra, y su hostilidad a los invasores queda constatada en el
envenenamiento de los arroyos y ríos por Hera. Según Estrabón, quien siempre
buscaba explicaciones razonables de los mitos, pero raras veces miraba lo
bastante lejos, la tierra de Egina estaba cubierta por una capa de piedras, y
sus habitantes se llamaban mirmidones porque, como las hormigas, tenían que
excavar antes de poder labrar sus campos, y porque eran trogloditas (Estrabón:
viii.6.16). Pero la leyenda tesalia de Mirmex es un simple mito de origen: los
mirmidones de Ftiótide pretendían ser autóctonos, como son las hormigas y mostraban
tal lealtad a las leyes de su sacerdotisa, la reina Hormiga, que el representante
heleno de Zeus que se casó con ella tuvo que hacerse también una hormiga
honoraria. Si Mirmex era, en realidad, un título de la diosa Madre de la Grecia
septentrional, podía muy bien pretender que había inventado el arado, porque la
agricultura había sido establecida por inmigrantes del Asia Menor antes que los
helenos llegaran a Atenas.
3. Los colonos ftiótidas de Egina mezclaron
posteriormente sus mitos con los de los invasores aqueos provenientes de Flio,
junto al río Asopo, y, como estos flianos habían conservado su fidelidad a la
encina-oráculo de Dodona (véase 51.a) se describe a las hormigas como cayendo
de un árbol en vez de salir de la tierra.
4. En el mito original Éaco provocaba la tormenta de
lluvia no apelando a Zeus, sino mediante alguna magia como la que utilizó
Salmoneo (véase 68.1). Su legislación en el Tártaro, como la de Minos y
Radamantis, indica que se adoptó un código legal egineta en otras partes de
Grecia. Probablemente se aplicaba al derecho comercial más bien que al
criminal, a juzgar por la aceptación general en la época clásica del talento
egineta como peso legal del metal precioso. Era de origen cretense y su peso
era de 100 libras inglesas.
[1]
Apolodoro: iii.12.6;
Diodoro Sículo: iv.72.
[2]
Diodoro Sículo: loc. cit.; Píndaro: Odas ístmicas viii.17 y ss.; Calímaco: Himno a Délos 78; Apolodoro: loc.
cit.; Lactancio: sobre la Tebaida
de Estacio vii.215.
[3]
Apolodoro: iii.12.6;
Píndaro: loc. cit., Escoliasta sobre
la Ilíada de Homero i.7; Píndaro: Odas nemeas viii.6; Ovidio: Metamorfosis vi.113.
[4] Higinio: Fábula 52; Ovidio: Metamorfosis vii.520 y ss.
[5]
Ovidio: Metamorfosis vii.614 y ss.; Higinio: loc. cit.; Apolodoro: loc. cit.; Pausanias: ii.29.2; Estrabón:
viii.6.16 y ix.5.9.
[6]
Servio sobre la Eneida de Virgilio ii.7 y iv.402;
Clemente de Alejandría: Alocución a los
gentiles ii.39.6.
[7]
Apolodoro: iii.12.6;
Píndaro: Odas nemeas viii.8 y ss.;
Pausanias: ii.29.5.
[8]
Diodoro Sículo: iv.61.1;
Clemente de Alejandría: Stromateis
vi.3.28; Pausanias: ii.30.4; Teófrasto: Señales
del tiempo i.24.
[9]
Píndaro: Odas olímpicas viii.30 y ss., con
escoliasta.
[10]
Ovidio: Metamorfosis ix.426 y ss.
[11]
Ibid.: xiii.25; Píndaro: Odas ístmicas viii.24; Apolodoro:
iii.12.6; Luciano: Diálogos de los
muertos xxi.l; Caronte 2; y Viaje abajo iv.
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