jueves, 14 de diciembre de 2017

66. ÉACO

a. El dios fluvial Asopo —al que algunos llaman hijo de Océano y Tetis, otros de Posidón y Pero y otros más de Zeus y Eurínome— se casó con Metope, hija del río Ladón, la cual le dio dos hijos y doce o veinte hijas[1].
b. Varias de éstas fueron raptadas y violadas en diversas ocasiones por Zeus, Posidón o Apolo, y cuando Egina, la más joven de ellas, hermana melliza de Tebe y una de las víctimas de Zeus, también desapareció, Asopo salió a buscarla. En Corinto se enteró de que Zeus era una vez más el culpable, lo persiguió para vengarse y lo encontró abrazado a Egina en un bosque. Zeus, que estaba desarmado, huyó ignominiosamente a través del bosque y, cuando ya no podía verle, se transformó en una roca hasta que hubo pasado Asopo; inmediatamente después volvió furtivamente al Olimpo y desde la seguridad de sus murallas le arrojó rayos. Asopo todavía se mueve lentamente a causa de las heridas que recibió entonces y a menudo se extraen trozos de carbón quemado del lecho de su río[2].
c. Habiéndose librado así del padre de Egina, Zeus la llevó en secreto a la isla llamada luego Enone o Enopia, donde se acostó con ella en la forma de un águila, o de una llama, y los cupidos revoloteaban sobre su cama administrando los dones del amor[3]. Al cabo de algún tiempo Hera descubrió que Egina había dado a Zeus un hijo llamado Éaco, y, furiosa, resolvió exterminar a todos los habitantes de Enone, de la que era ahora rey. Introdujo en uno de sus arroyos una serpiente que ensució el agua y puso millares de huevos, de modo que una multitud de serpiente empezó a deslizarse y a retorcerse por los campos introduciéndose en todos los otros arroyos y ríos. Una densa oscuridad y un calor soporífero se extendieron por la isla, a la que Éaco había dado el nuevo nombre de Egina, y el pestilente viento sur sopló durante no menos de cuatro meses. Las mieses y los pastos se secaron y siguió el hambre, pero los isleños sufrían principalmente de sed, y cuando se les acabó el vino tenían que arrastrarse hasta el arroyo más cercano, donde morían al beber su agua venenosa.
d. Las apelaciones a Zeus eran inútiles; los suplicantes extenuados y sus animales para el sacrificio caían muertos ante sus mismos altares, hasta que apenas quedó viva una sola criatura de sangre caliente[4].
e. Un día el trueno y el rayo respondieron a las plegarias de Éaco. Animado por ese agüero favorable, pidió a Zeus que volviese a poblar el territorio vacío, dándole tantos súbditos como el número de hormigas que subían por una cocina cercana llevando granos de cereal. El árbol, nacido de una bellota de Dodona, estaba consagrado a Zeus; ante la súplica de Éaco tembló y en sus extensas ramas se produjo un susurro que no había causado viento alguno. Éaco, aunque estaba aterrado, no huyó, sino que repetidamente besó el tronco del árbol y la tierra en que se alzaba. Esa noche soñó que veía caer al suelo desde el árbol sagrado una lluvia de hormigas y que éstas se transformaban en hombres. Cuando despertó descartó el sueño como una fantasía engañosa, pero de pronto su hijo Telamón le hizo salir para que viese una multitud de hombres que se acercaban y reconoció los rostros que había visto en su sueño. La plaga de serpientes había desaparecido y la lluvia caía sin cesar.
f. Éaco dio las gracias a Zeus y repartió la ciudad y los campos desiertos entre sus nuevos súbditos, a los que llamó mirmidones, es decir «hormigas», y cuyos descendientes todavía muestran una frugalidad, una paciencia y una tenacidad parecidas a las de las hormigas. Más tarde esos mirmidones siguieron a Peleo cuando fue desterrado de Egina y combatieron junto a Aquiles y Patroclo en Troya[5].
g. Pero algunos dicen que a los mirmidones aliados de Aquiles se los llamaba así en honor del rey Mirmidón cuya hija Eurimedusa fue seducida por Zeus en la forma de una hormiga, y que por eso las hormigas son sagradas en Tesalia. Y otros hablan de una ninfa llamada Mirmex, quien, cuando su compañera Atenea inventó el arado, se jactó de que ella había hecho el descubrimiento, y como castigo se la transformó en hormiga[6].
h. Éaco, quien se casó con Endeis de Megara, era muy famoso por su piedad y se le honraba tanto que los hombres anhelaban deleitar sus ojos contemplándolo. Todos los héroes más nobles de Esparta y Atenas deseaban combatir a sus órdenes, aunque él había hecho de Egina la isla de acceso más difícil de todas las del Egeo, rodeándola con escollos sumergidos y arrecifes peligrosos, como protección contra los piratas[7]. Cuando toda Grecia fue afligida por una sequía causada por haber asesinado Pélope al rey arcadio Estínfalo, o, según dicen algunos, por haber asesinado los atenienses a Andrógeno, el oráculo de Delfos aconsejó a los griegos: «¡Pedid a Éaco que ruegue por vuestra liberación!» Inmediatamente cada ciudad envió un heraldo a Éaco, quien ascendió al monte Panheleno, el más alto de su isla, vestido como un sacerdote de Zeus. Allí hizo sacrificios a los dioses y rogó para que terminase la sequía. Respondió a su súplica un fuerte trueno, las nubes oscurecieron el cielo y furiosos chaparrones empaparon todo el territorio de Grecia. El dedicó entonces un templo a Zeus en el Panheleno, y una nube que se posa en la cima de la montaña ha sido siempre desde entonces un infalible augurio de lluvia[8].
i. Apolo y Posidón llevaron a Éaco con ellos cuando construyeron las murallas de Troya, pues sabían que a menos que un mortal participase en su trabajo la ciudad sería inexpugnable y sus habitantes capaces de desafiar a los dioses. Apenas habían terminado la tarea cuando tres serpientes de ojos grises trataron de escalar las murallas. Dos de ellas eligieron la parte que acababan de terminar los dioses, pero cayeron y murieron; la tercera, lanzando un grito, corrió a la parte construida por Éaco y consiguió entrar en la ciudad. Entonces Apolo profetizó que Troya caería más de una vez, y que los hijos de Éaco estarían entre los que la tomarían, tanto en la primera como en la cuarta generación; y eso sucedió realmente en las personas de Telamón y Ayax[9].
j. Éaco, Minos y Radamantis eran los tres hijos de Zeus a los que él más habría deseado evitar la carga de la ancianidad, pero las Parcas no lo permitieron y Zeus, aceptando benignamente su prohibición, dio un buen ejemplo a los demás olímpicos[10].
k. Cuando murió Éaco se convirtió en uno de los tres Jueces del Tártaro, donde dicta leyes a las almas e incluso se apela a él para que arbitre en las disputas que pueden producirse entre los dioses. Algunos añaden que guarda las llaves del Tártaro, impone un portazgo y comprueba si las almas que lleva allá Hermes son las que figuran en las facturas de Atropo[11].

*

1. Las hijas de Asopo violadas por Apolo y Posidón tienen que haber sido colegios de sacerdotisas de la Luna en el valle del Asopo, en el nordeste del Peloponeso, de cuyas fértiles tierras se apoderaron los eolios. La violación de Egina parece relatar una subsiguiente conquista aquea de Flios, ciudad situada en las fuentes del Asopo; y un inútil pedido de ayuda militar hecho por sus vecinos a Corinto. Eurínome y Tetis (véase l.a y l.b), los nombres de la madre de Asopo, eran títulos antiguos de la diosa Luna, y «Pero» indica pera, un saco de cuero (véase 36.1) y por lo tanto la égida de piel de cabra de Atenea, lo mismo que «Egina».
2. Él mito de Éaco se refiere a la conquista de Egina por los mirmidones de Ftiótide, cuyo emblema tribal era una hormiga. Anteriormente, la isla, según parece, estaba en poder de pelasgos que rendían culto a la cabra, y su hostilidad a los invasores queda constatada en el envenenamiento de los arroyos y ríos por Hera. Según Estrabón, quien siempre buscaba explicaciones razonables de los mitos, pero raras veces miraba lo bastante lejos, la tierra de Egina estaba cubierta por una capa de piedras, y sus habitantes se llamaban mirmidones porque, como las hormigas, tenían que excavar antes de poder labrar sus campos, y porque eran trogloditas (Estrabón: viii.6.16). Pero la leyenda tesalia de Mirmex es un simple mito de origen: los mirmidones de Ftiótide pretendían ser autóctonos, como son las hormigas y mostraban tal lealtad a las leyes de su sacerdotisa, la reina Hormiga, que el representante heleno de Zeus que se casó con ella tuvo que hacerse también una hormiga honoraria. Si Mirmex era, en realidad, un título de la diosa Madre de la Grecia septentrional, podía muy bien pretender que había inventado el arado, porque la agricultura había sido establecida por inmigrantes del Asia Menor antes que los helenos llegaran a Atenas.
3. Los colonos ftiótidas de Egina mezclaron posteriormente sus mitos con los de los invasores aqueos provenientes de Flio, junto al río Asopo, y, como estos flianos habían conservado su fidelidad a la encina-oráculo de Dodona (véase 51.a) se describe a las hormigas como cayendo de un árbol en vez de salir de la tierra.
4. En el mito original Éaco provocaba la tormenta de lluvia no apelando a Zeus, sino mediante alguna magia como la que utilizó Salmoneo (véase 68.1). Su legislación en el Tártaro, como la de Minos y Radamantis, indica que se adoptó un código legal egineta en otras partes de Grecia. Probablemente se aplicaba al derecho comercial más bien que al criminal, a juzgar por la aceptación general en la época clásica del talento egineta como peso legal del metal precioso. Era de origen cretense y su peso era de 100 libras inglesas.





[1] Apolodoro: iii.12.6; Diodoro Sículo: iv.72.

[2] Diodoro Sículo: loc. cit.; Píndaro: Odas ístmicas viii.17 y ss.; Calímaco: Himno a Délos 78; Apolodoro: loc. cit.; Lactancio: sobre la Tebaida de Estacio vii.215.

[3] Apolodoro: iii.12.6; Píndaro: loc. cit., Escoliasta sobre la Ilíada de Homero i.7; Píndaro: Odas nemeas viii.6; Ovidio: Metamorfosis vi.113.

[4] Higinio: Fábula 52; Ovidio: Metamorfosis vii.520 y ss.

 

[5] Ovidio: Metamorfosis vii.614 y ss.; Higinio: loc. cit.; Apolodoro: loc. cit.; Pausanias: ii.29.2; Estrabón: viii.6.16 y ix.5.9.

[6] Servio sobre la Eneida de Virgilio ii.7 y iv.402; Clemente de Alejandría: Alocución a los gentiles ii.39.6.

[7] Apolodoro: iii.12.6; Píndaro: Odas nemeas viii.8 y ss.; Pausanias: ii.29.5.

[8] Diodoro Sículo: iv.61.1; Clemente de Alejandría: Stromateis vi.3.28; Pausanias: ii.30.4; Teófrasto: Señales del tiempo i.24.

[9] Píndaro: Odas olímpicas viii.30 y ss., con escoliasta.

[10] Ovidio: Metamorfosis ix.426 y ss.

[11] Ibid.: xiii.25; Píndaro: Odas ístmicas viii.24; Apolodoro: iii.12.6; Luciano: Diálogos de los muertos xxi.l; Caronte 2; y Viaje abajo iv.

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