a. Helio, hijo de Eurifesia o Tía, la de ojos de
vaca, y el Titán Hiperión, es hermano de Selene y Eos. Despertado por el canto
del gallo, que le está consagrado, y anunciado por Eos, recorre diariamente el
firmamento en su carro tirado por cuatro caballos desde un palacio magnífico en
el lejano oriente, cerca de Cólquide, hasta un palacio igualmente magnífico
situado en el lejano oeste, donde sus caballos desenganchados pacen en las
Islas de los Bienaventurados[1]. Navega de vuelta a su
hogar a lo largo del océano que fluye alrededor del mundo, embarcando su carro
y sus caballos en un transbordador dorado hecho para él por Hefesto y duerme
durante toda la noche en un camarote cómodo[2].
b. Helio puede ver todo lo que sucede en la tierra,
pero no es muy buen observador; en una ocasión ni siquiera advirtió el robo de
su ganado sagrado por los compañeros de Odiseo. Tiene varios rebaños de ese ganado,
cada uno de los cuales se compone de trescientas cincuenta cabezas. Los que
están en Sicilia se hallan a cargo de sus hijas Faetusa y Lampecia, pero
mantiene su rebaño mejor en la isla española de Eriteya[3]. Rodas es su dominio absoluto.
Sucedió que cuando Zeus otorgaba islas y ciudades a los diversos dioses se
olvidó de incluir a Helio entre ellos y exclamó: «¡Ay!, ahora tendré que
comenzar todo de nuevo».
—No, señor —le replicó Helio
cortésmente—, hoy he observado señales de una nueva isla que emerge del mar al
sur del Asia Menor. Ya me contentaré con eso.
c. Zeus llamó a la parca Láquesis para que fuese
testigo de que la nueva isla pertenecería a Helio[4], y cuando Rodas emergió claramente
de las aguas, Helio la reclamó y engendró allí siete hijos y una hija con la
ninfa Rodo. Algunos dicen que Rodas existía antes de esa época y volvía a
emerger de las aguas después de haber sido sumergida por el gran diluvio
enviado por Zeus. Los telquines eran sus habitantes aborígenes y Posidón se
enamoró de uno de ellos, la ninfa Halia, con quien engendró a Rodo y seis
hijos. Esos seis hijos insultaron a Afrodita cuando pasó de Citera a Pafos, y
ella hizo que enloquecieran; violaron a su madre y cometieron otros delitos tan
detestables que Posidón los hundió bajo tierra y se convirtieron en los
Demonios Orientales. Pero Halia se arrojó al mar y fue deificada como Leucótea,
aunque la misma fábula se relata de Ino, madre del corintio Melicertes. Los
telquines, previendo el diluvio, se alejaron por el mar en todas direcciones, especialmente
con destino a Licia, y abandonaron sus derechos sobre Rodas. En consecuencia,
la ninfa Rodo quedó como la única heredera y los siete hijos que tuvo con Helio
gobernaron la isla después de su reaparición. Llegaron a ser astrónomos famosos
y tenían una hermana llamada Electriona que murió virgen y ahora se le rinde
culto como semidiosa. Uno de ellos, llamado Actis, fue desterrado por
fratricidio y huyó a Egipto, donde fundó la ciudad de Heliópolis y fue el
primero que enseñó a los egipcios la astrología, inspirado por su padre Helio.
Los rodios construyeron entonces el Coloso, de setenta codos de altura, en su
honor. Zeus agregó también a los dominios de Helio la nueva isla de Sicilia,
que había sido un proyectil lanzado en la guerra con los gigantes.
d. Una mañana Helio cedió a los ruegos de su hijo
Faetonte quien le molestaba constantemente pidiéndole permiso
para conducir el carro del Sol. Faetón te quería mostrar a sus hermanas Proto y
Clímene que era un muchacho estupendo; y su cariñosa madre Rodo (cuyo nombre es
inseguro porque se la ha llamado con los nombres de sus dos hijas y el de Rodo)
le animó a hacerlo. Pero como no era lo bastante fuerte como para frenar la
carrera de los caballos blancos que sus hermanas habían uncido al carro,
Faetonte los condujo primeramente a tan gran altura sobre la tierra que todo el
mundo se puso a temblar, y luego tan cerca de la tierra que abrasó los campos.
Zeus, en un arrebato de ira, lo mató con un rayo y cayó en el río Po. A sus
afligidas hermanas las transformó en álamos que se alzan en sus orillas y
lloran lágrimas de ámbar; o, según dicen algunos, en alisos[5].
*
1. La subordinación del Sol a la Luna, hasta que
Apolo usurpó el puesto de Helio e hizo de él una deidad intelectual, es una
característica notable del mito griego primitivo. Helio no era ni siquiera un
olímpico, sino un simple hijo de un Titán; y, aunque Zeus tomó luego ciertas
características solares del dios hitita y corintio Tesup (véase 67.1) y de
otros dioses orientales, éstas carecían de importancia en comparación con su
dominio del trueno y el rayo. El número de animales vacunos de los rebaños de
Helio —la Odisea lo llama Hiperión
(véase 170.t)— es un recuerdo de la tutela que ejercía sobre él la Gran Diosa:
era el número de días que abarcaban doce lunaciones completas, como en el año
numano (Censorino: xx) menos los cinco días consagrados a Osiris. Isis. Set,
Horus y Neftis. Es también un múltiplo de los números lunares cincuenta y
siete. Las llamadas hijas de Helio son en realidad sacerdotisas de la Luna,
pues las reses vacunas son animales lunares más bien que solares en el mito
europeo primitivo; y la madre de Helio, la Eurifesia (véase p. 177) de los ojos
de vaca, es la diosa Luna misma. La alegoría de un carro del sol que recorre el
firmamento tiene carácter helénico, pero Nilsson, en su Primitive Time Reckoning (1920), ha demostrado que los cultos de
los clanes ancestrales inclusive de la Grecia clásica, se regulaban por la luna
únicamente, lo mismo que la economía agrícola de la Beocia de Hesíodo. Un
anillo de oro de Tirinto y otro de la Acrópolis de Micenas prueban que la diosa
gobernaba tanto a la luna como al sol, que aparecen colocados sobre su cabeza.
2. En la fábula de Faetonte, que es otro nombre de
Helio (Homero: Ilíada xi.735 y Odisea v.479), se ha injertado una
fábula instructiva sobre la alegoría del carro, y la moraleja es que los padres
no deben echar a perder a sus hijos atendiendo los consejos femeninos. Esta
fábula, sin embargo, no es tan simple como parece: tiene una importancia mítica
en su referencia al sacrificio anual de un príncipe real, en el único día
calculado como perteneciente al año terrestre y no al sideral, a saber el que
seguía al día más corto. El rey sagrado simulaba morir a la puesta del sol; al muchacho
interrex se le investía
inmediatamente con sus títulos, dignidades e implementos sagrados, se casaba
con la reina y le mataban veinticuatro horas después; en Tracia le despedazaban
mujeres disfrazadas de caballos (véase 27.d y 130.1), pero en Corinto y en
otras partes era arrastrado por un carro del sol tirado por caballos
enloquecidos, hasta que moría deshecho. Inmediatamente el viejo rey salía de la
tumba donde había estado oculto (véase 41.1) como sucesor del muchacho. Los
mitos de Glauco (véase 71.a), Pélope (véase 109.j) e Hipólito («estampida de
caballos»; véase 101.g), se refieren a esta costumbre, que parece haber sido
llevada a Babilonia por los hititas.
3. Los álamos negros estaban consagrados a Hécate,
pero los blancos prometían la resurrección (véase 31.5 y 134.f); por lo tanto,
la transformación de las hermanas de Faetonte en álamos indica una isla
sepulcral donde un colegio de sacerdotisas oficiaba en el oráculo del rey
tribal. El que se dijera que se habían transformado también en alisos apoya
esta opinión, pues los alisos bordeaban la Eea («lamento») de Circe, isla
sepulcral situada en la parte superior del Adriático, no lejos de la
desembocadura del Po (Hornero: Odisea
v. 64 y 239). Los alisos estaban consagrados a Foroneo, el héroe oracular e
inventor del fuego (véase 57.1). El valle del Po era el término meridional de
la ruta de la Edad de Bronce por la que se llevaba el ámbar, consagrado al Sol,
desde el Baldeo hasta el Mediterráneo (véase 148.9).
4. Rodas era propiedad de la diosa Luna Dánae
—llamada Camíro, Yálisa y Linda (véase 60.2)— hasta que fue expulsada por el
dios Sol hitita Tesup, adorado como toro (véase 93.1).A Dánae se la puede
identificar con Halla («del mar»), Leucótea («diosa blanca») y Electriona
(«ámbar»). Los seis hijos y una hija de Posidón y los siete hijos de Helio
indican una semana de siete días regida por potencias planetarias, o Titanes
(véase 1.3). Actis no fundó Heliópolis —Onn o Aunis—, una de las ciudades más
antiguas de Egipto; y la pretensión de que enseñó a los egipcios la astrología
es ridícula. Pero después de la guerra de Troya los radios fueron durante un
tiempo los únicos mercaderes marítimos reconocidos por los Faraones y parecen
haber tenido antiguos vínculos religiosos con Heliópolis, el centro del culto
de Ra. El «Zeus hieropolitano», que tiene bustos de las siete potencias
planetarias como ornamentos frontales, puede ser de inspiración radia, como
estatuas análogas encontradas en Tortosa, España, y en Biblos, Fenicia (véase
1.4).
[1]
Himno homérico a Helios 2 y 9-16; Himno homérico a
Atenea 13; Hesíodo: Teogonía
371-4; Pausanias: v.25.5; Nono: Dionisíacas
xii.l; Ovidio: Metamorfosis ii.l y
ss. y 106 y ss.; Higinio: Fábula 183;
Ateneo: vii.296.
[2]
Apolodoro: ii.5.10;
Ateneo: xi.39.
[3] Homero: Odisea xii.323 y 375; Apolodoro: i.6.1;
Teócrito: Idilios xxv.130.
[4]
Píndaro: Odas olímpicas vii.54 y ss.
[5]
Escoliasta sobre Odas olímpicas de Píndaro vi.78;
Tzetzes: Millares iv.137; Higinio: Fábulas 52, 152 y 154; Eurípides: Hipólito 737; Apolonio de Rodas: iv.598
y ss.; Luciano: Diálogos de los Dioses
25; Ovidio: Metamorfosis i.755 y ss.;
Virgilio: Églogas vi.62; Diodoro
Sículo: v.3; Apolodoro: i.4.5.
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