jueves, 14 de diciembre de 2017

42. HELIO

a. Helio, hijo de Eurifesia o Tía, la de ojos de vaca, y el Titán Hiperión, es hermano de Selene y Eos. Despertado por el canto del gallo, que le está consagrado, y anunciado por Eos, recorre diariamente el firmamento en su carro tirado por cuatro caballos desde un palacio magnífico en el lejano oriente, cerca de Cólquide, hasta un palacio igualmente magnífico situado en el lejano oeste, donde sus caballos desenganchados pacen en las Islas de los Bienaventurados[1]. Navega de vuelta a su hogar a lo largo del océano que fluye alrededor del mundo, embarcando su carro y sus caballos en un transbordador dorado hecho para él por Hefesto y duerme durante toda la noche en un camarote cómodo[2].
b. Helio puede ver todo lo que sucede en la tierra, pero no es muy buen observador; en una ocasión ni siquiera advirtió el robo de su ganado sagrado por los compañeros de Odiseo. Tiene varios rebaños de ese ganado, cada uno de los cuales se compone de trescientas cincuenta cabezas. Los que están en Sicilia se hallan a cargo de sus hijas Faetusa y Lampecia, pero mantiene su rebaño mejor en la isla española de Eriteya[3]. Rodas es su dominio absoluto. Sucedió que cuando Zeus otorgaba islas y ciudades a los diversos dioses se olvidó de incluir a Helio entre ellos y exclamó: «¡Ay!, ahora tendré que comenzar todo de nuevo».
—No, señor —le replicó Helio cortésmente—, hoy he observado señales de una nueva isla que emerge del mar al sur del Asia Menor. Ya me contentaré con eso.
c. Zeus llamó a la parca Láquesis para que fuese testigo de que la nueva isla pertenecería a Helio[4], y cuando Rodas emergió claramente de las aguas, Helio la reclamó y engendró allí siete hijos y una hija con la ninfa Rodo. Algunos dicen que Rodas existía antes de esa época y volvía a emerger de las aguas después de haber sido sumergida por el gran diluvio enviado por Zeus. Los telquines eran sus habitantes aborígenes y Posidón se enamoró de uno de ellos, la ninfa Halia, con quien engendró a Rodo y seis hijos. Esos seis hijos insultaron a Afrodita cuando pasó de Citera a Pafos, y ella hizo que enloquecieran; violaron a su madre y cometieron otros delitos tan detestables que Posidón los hundió bajo tierra y se convirtieron en los Demonios Orientales. Pero Halia se arrojó al mar y fue deificada como Leucótea, aunque la misma fábula se relata de Ino, madre del corintio Melicertes. Los telquines, previendo el diluvio, se alejaron por el mar en todas direcciones, especialmente con destino a Licia, y abandonaron sus derechos sobre Rodas. En consecuencia, la ninfa Rodo quedó como la única heredera y los siete hijos que tuvo con Helio gobernaron la isla después de su reaparición. Llegaron a ser astrónomos famosos y tenían una hermana llamada Electriona que murió virgen y ahora se le rinde culto como semidiosa. Uno de ellos, llamado Actis, fue desterrado por fratricidio y huyó a Egipto, donde fundó la ciudad de Heliópolis y fue el primero que enseñó a los egipcios la astrología, inspirado por su padre Helio. Los rodios construyeron entonces el Coloso, de setenta codos de altura, en su honor. Zeus agregó también a los dominios de Helio la nueva isla de Sicilia, que había sido un proyectil lanzado en la guerra con los gigantes.
d. Una mañana Helio cedió a los ruegos de su hijo Faetonte quien le molestaba constantemente pidiéndole permiso para conducir el carro del Sol. Faetón te quería mostrar a sus hermanas Proto y Clímene que era un muchacho estupendo; y su cariñosa madre Rodo (cuyo nombre es inseguro porque se la ha llamado con los nombres de sus dos hijas y el de Rodo) le animó a hacerlo. Pero como no era lo bastante fuerte como para frenar la carrera de los caballos blancos que sus hermanas habían uncido al carro, Faetonte los condujo primeramente a tan gran altura sobre la tierra que todo el mundo se puso a temblar, y luego tan cerca de la tierra que abrasó los campos. Zeus, en un arrebato de ira, lo mató con un rayo y cayó en el río Po. A sus afligidas hermanas las transformó en álamos que se alzan en sus orillas y lloran lágrimas de ámbar; o, según dicen algunos, en alisos[5].

*

1. La subordinación del Sol a la Luna, hasta que Apolo usurpó el puesto de Helio e hizo de él una deidad intelectual, es una característica notable del mito griego primitivo. Helio no era ni siquiera un olímpico, sino un simple hijo de un Titán; y, aunque Zeus tomó luego ciertas características solares del dios hitita y corintio Tesup (véase 67.1) y de otros dioses orientales, éstas carecían de importancia en comparación con su dominio del trueno y el rayo. El número de animales vacunos de los rebaños de Helio —la Odisea lo llama Hiperión (véase 170.t)— es un recuerdo de la tutela que ejercía sobre él la Gran Diosa: era el número de días que abarcaban doce lunaciones completas, como en el año numano (Censorino: xx) menos los cinco días consagrados a Osiris. Isis. Set, Horus y Neftis. Es también un múltiplo de los números lunares cincuenta y siete. Las llamadas hijas de Helio son en realidad sacerdotisas de la Luna, pues las reses vacunas son animales lunares más bien que solares en el mito europeo primitivo; y la madre de Helio, la Eurifesia (véase p. 177) de los ojos de vaca, es la diosa Luna misma. La alegoría de un carro del sol que recorre el firmamento tiene carácter helénico, pero Nilsson, en su Primitive Time Reckoning (1920), ha demostrado que los cultos de los clanes ancestrales inclusive de la Grecia clásica, se regulaban por la luna únicamente, lo mismo que la economía agrícola de la Beocia de Hesíodo. Un anillo de oro de Tirinto y otro de la Acrópolis de Micenas prueban que la diosa gobernaba tanto a la luna como al sol, que aparecen colocados sobre su cabeza.
2. En la fábula de Faetonte, que es otro nombre de Helio (Homero: Ilíada xi.735 y Odisea v.479), se ha injertado una fábula instructiva sobre la alegoría del carro, y la moraleja es que los padres no deben echar a perder a sus hijos atendiendo los consejos femeninos. Esta fábula, sin embargo, no es tan simple como parece: tiene una importancia mítica en su referencia al sacrificio anual de un príncipe real, en el único día calculado como perteneciente al año terrestre y no al sideral, a saber el que seguía al día más corto. El rey sagrado simulaba morir a la puesta del sol; al muchacho interrex se le investía inmediatamente con sus títulos, dignidades e implementos sagrados, se casaba con la reina y le mataban veinticuatro horas después; en Tracia le despedazaban mujeres disfrazadas de caballos (véase 27.d y 130.1), pero en Corinto y en otras partes era arrastrado por un carro del sol tirado por caballos enloquecidos, hasta que moría deshecho. Inmediatamente el viejo rey salía de la tumba donde había estado oculto (véase 41.1) como sucesor del muchacho. Los mitos de Glauco (véase 71.a), Pélope (véase 109.j) e Hipólito («estampida de caballos»; véase 101.g), se refieren a esta costumbre, que parece haber sido llevada a Babilonia por los hititas.
3. Los álamos negros estaban consagrados a Hécate, pero los blancos prometían la resurrección (véase 31.5 y 134.f); por lo tanto, la transformación de las hermanas de Faetonte en álamos indica una isla sepulcral donde un colegio de sacerdotisas oficiaba en el oráculo del rey tribal. El que se dijera que se habían transformado también en alisos apoya esta opinión, pues los alisos bordeaban la Eea («lamento») de Circe, isla sepulcral situada en la parte superior del Adriático, no lejos de la desembocadura del Po (Hornero: Odisea v. 64 y 239). Los alisos estaban consagrados a Foroneo, el héroe oracular e inventor del fuego (véase 57.1). El valle del Po era el término meridional de la ruta de la Edad de Bronce por la que se llevaba el ámbar, consagrado al Sol, desde el Baldeo hasta el Mediterráneo (véase 148.9).
4. Rodas era propiedad de la diosa Luna Dánae —llamada Camíro, Yálisa y Linda (véase 60.2)— hasta que fue expulsada por el dios Sol hitita Tesup, adorado como toro (véase 93.1).A Dánae se la puede identificar con Halla («del mar»), Leucótea («diosa blanca») y Electriona («ámbar»). Los seis hijos y una hija de Posidón y los siete hijos de Helio indican una semana de siete días regida por potencias planetarias, o Titanes (véase 1.3). Actis no fundó Heliópolis —Onn o Aunis—, una de las ciudades más antiguas de Egipto; y la pretensión de que enseñó a los egipcios la astrología es ridícula. Pero después de la guerra de Troya los radios fueron durante un tiempo los únicos mercaderes marítimos reconocidos por los Faraones y parecen haber tenido antiguos vínculos religiosos con Heliópolis, el centro del culto de Ra. El «Zeus hieropolitano», que tiene bustos de las siete potencias planetarias como ornamentos frontales, puede ser de inspiración radia, como estatuas análogas encontradas en Tortosa, España, y en Biblos, Fenicia (véase 1.4).




[1] Himno homérico a Helios 2 y 9-16; Himno homérico a Atenea 13; Hesíodo: Teogonía 371-4; Pausanias: v.25.5; Nono: Dionisíacas xii.l; Ovidio: Metamorfosis ii.l y ss. y 106 y ss.; Higinio: Fábula 183; Ateneo: vii.296.

[2] Apolodoro: ii.5.10; Ateneo: xi.39.

[3] Homero: Odisea xii.323 y 375; Apolodoro: i.6.1; Teócrito: Idilios xxv.130.

[4] Píndaro: Odas olímpicas vii.54 y ss.

[5] Escoliasta sobre Odas olímpicas de Píndaro vi.78; Tzetzes: Millares iv.137; Higinio: Fábulas 52, 152 y 154; Eurípides: Hipólito 737; Apolonio de Rodas: iv.598 y ss.; Luciano: Diálogos de los Dioses 25; Ovidio: Metamorfosis i.755 y ss.; Virgilio: Églogas vi.62; Diodoro Sículo: v.3; Apolodoro: i.4.5.

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