jueves, 14 de diciembre de 2017

38. EL DILUVIO DE DEUCALION

a. El Diluvio de Deucalión, llamado así para distinguirlo del de Ogigia y otros diluvios, fue causado por la ira de Zeus contra los impíos hijos de Licaón, el hijo de Pelasgo. Licaón fue el primero que civilizó Arcadia e instituyó el culto de Zeus Licio, pero enojó a Zeus al sacrificarle un niño. En consecuencia fue transformado en lobo y su casa destruida por el rayo. Licaón tenía, según algunos, veintidós hijos y según otros, cincuenta[1].
b. La noticia de los crímenes cometidos por los hijos de Licaón llegó al Olimpo y Zeus fue personalmente a visitarlos, disfrazado como un viajero pobre. Ellos tuvieron la desvergüenza de servirle una copa de menudos en la que habían mezclado las entrañas de su hermano Níctimo con las de ovejas y cabras. Zeus no se engañó y, derribando la mesa en que le habían servido el repugnante banquete —el lugar recibió luego el nombre de Trapezo— convirtió a todos ellos, con excepción de Níctimo, a quien devolvió la vida, en lobos[2].
c. A su regreso al Olimpo, Zeus, disgustado, desencadenó un gran diluvio sobre la tierra, con el propósito de destruir a toda la raza humana; pero Deucalión, rey de Fría, advirtió a su padre el Titán Prometeo, a quien había visitado en el Caucase, que construyera un arca, la abasteciera y se instalase en ella con su esposa Pirra, hija de Epimeteo. Luego sopló el Viento Sur, comenzó a llover y los ríos corrieron con estruendo al mar, que creció con asombrosa rapidez, arrasando todas las ciudades de la costa y la llanura, hasta que quedó inundado el mundo entero, con excepción de unas pocas cimas de montañas, y todas las criaturas mortales parecían haber muerto, con excepción de Deucalión y Pirra. El arca se mantuvo a flote durante nueve días, hasta que al fin bajaron las agua y fue a posarse en el monte Parnaso o, según dicen algunos, en el monte Etna, o el Atos, o el Otris, en Tesalia. Se dice que a Deucalión le confirmó la terminación del diluvio una paloma que había enviado en vuelo exploratorio[3].
d. Después de haber desembarcado a salvo, ofrecieron un sacrificio al Padre Zeus, preservador de los fugitivos, y fueron a orar en el templo de Temis, junto al río Cefiso, donde el techo estaba cubierto con algas marinas y el altar frío. Suplicaron humildemente que la humanidad fuese renovada, y Zeus, que oía sus voces desde lejos, envió a Hermes para asegurarles que cualquier pedido que hicieran les sería concedido inmediatamente. Temis se presentó personalmente y dijo: «Cubrios la cabeza y arrojad hacia atrás los huesos de vuestra madre.» Como Deucalión y Pirra tenían diferentes madres, ambas ya difuntas, decidieron que la Titanide se refería a la Madre Tierra, cuyos huesos eran las rocas que había en la orilla del río. Por lo tanto, se agacharon con las cabezas cubiertas, levantaron las rocas y las arrojaron por encima del hombro; las rocas se convirtieron en hombres o mujeres según las hubiese arrojado Deucalión o Pirra. Así se renovó la humanidad y desde entonces «un pueblo» (laos) y «una piedra» (loas) han significado casi lo mismo en muchos idiomas[4].
e. Sin embargo, resultó que Deucalión y Pirra no eran los únicos sobrevivientes del Diluvio, pues Megaro, un hijo de Zeus, se había levantado de su cama atraído por los gritos de las grullas que le llamaban a la cumbre del monte Gerania, lugar que se salvó de las aguas. Otro que se libró del diluvio fue Cerambo de Pellón, a quien las ninfas transformaron en escarabajo pudiendo así volar a la cumbre del Parnaso[5].
f. Igualmente, a los habitantes de Parnaso —ciudad fundada por Parnaso, hijo de Posidón, que inventó el arte del augurio— les despertó el aullido de unos lobos, a los que siguieron a la cima de la montaña. Llamaron a su nueva ciudad Licorea, en recuerdo de los lobos[6].
g. Por lo tanto, el diluvio sirvió de poco, pues algunos de los parnasianos emigraron a Arcadia y repitieron las abominaciones de Licaón. Todavía hoy se sacrifica un niño a Zeus Liceo y se mezclan sus entrañas con otras en una sopa que luego se sirve a una multitud de pastores junto a un río. El pastor que come las entrañas del niño (que le tocan echando suertes) aulla como un lobo, cuelga sus ropas de un roble, nada a través del arroyo y se convierte en licántropo. Durante ocho años vive con los lobos, pero se abstiene de devorar hombres durante ese período, puede volver a su término, cruzar a nado el arroyo y ponerse otra vez sus ropas. No hace mucho un habitante de Parrasia llamado Damarco pasó ocho años con los lobos, recuperó su humanidad y luego, en el décimo año, tras una severa práctica en el gimnasio, ganó el premio de boxeo en los Juegos Olímpicos[7].
h. Este Deucalión era hermano de la cretense Ariadna y padre de Oresteo, rey de los locrios ozolianos, en cuya época una perra blanca parió una estaca que plantó Oresteo y se convirtió en una vid. Otro de sus hijos, Anfictión, hospedó a Dioniso y fue el primer hombre que mezcló el vino con el agua. Pero su hijo mayor y más famoso era Heleno, padre de todos los griegos[8].

*

1. La fábula de Zeus y las entrañas del niño no es tanto un mito como una anécdota moral que. expresa el desagrado que se sentía en las partes más civilizadas de Grecia por las antiguas prácticas caníbales de Arcadia, que todavía se realizaban en nombre de Zeus, por considerarlas «bárbaras y antinaturales» (Plutarco: Vida de Pelópidas). Cécrope, el virtuoso ateniense contemporáneo de Licaón (véase 25.d) sólo ofrecía tortas de cebada y se abstenía incluso de los sacrificios animales. Los ritos licaonios que según el autor, jamás recibieron la aprobación de Zeus, tenían, al parecer, por finalidad impedir que los lobos hicieran presa en los rebaños y ganados enviándoles un rey humano. «Licio» significa «de la loba», pero también «de la luz», y el relámpago en el mito de Licaón demuestra que el Zeus arcadio comenzó siendo un rey sagrado hacedor de lluvia al servicio de la Loba divina, la Luna, a la que aullan las manadas dé lobos.
2. Un Año Grande de cien meses, u ocho años solares, se dividía igualmente entre el rey sagrado y su sucesor; y los cincuenta hijos de Licaón —uno por cada mes del reinado del rey sagrado— eran sin duda los que comían la sopa. La cifra de veintidós, a menos que se llegara a ella mediante el recuento de las familias que pretendían descender de Licaón y tenían que participar en el banquete, se refiere probablemente a los veintidós lustros de cinco años que componían un ciclo; el ciclo de 110 años constituía el reinado de una línea particular de sacerdotisas.
3. El mito del Diluvio de Deucalión, al parecer llevado por los hélades desde Asia, tiene el mismo origen que la leyenda bíblica de Noé. Pero aunque la invención del vino por Noé es el tema de una fábula moral hebrea, en la que se justifica incidentalmente el esclavizamiento de los cananeos por sus conquistadores casitas y semitas, la pretensión de Deucalión de haberlo inventado fue suprimida por los griegos en favor de Dioniso. A Deucalión se le describe, no obstante, como hermano de Ariadna, que era la madre, por Dioniso, de varias tribus que rendían culto al vino (véase 21.8) y ha conservado su nombre «marinero del vino nuevo» (de deucos y halieus). En el mito de Deucalión queda registrado un diluvio mesopotamio del tercer milenio a. de C., pero también evoca la fiesta del Nuevo Año otoñal de Babilonia, Siria y Palestina. Esta fiesta celebraba la entrega por Parnapishtim de vino nuevo dulce a los constructores del arca, en la que (según la epopeya babilonia de Gilgamesh) él y su familia habían sobrevivido al diluvió enviado por la diosa Ishtar. El arca era un barco lunar (véase 123.5) y la fiesta se celebraba en la luna nueva más próxima al equinoccio otoñal, como un medio para provocar las lluvias invernales. Ishtar, en el mito griego, se llama Pirra, el nombre de la diosa-madre de los puresati (filisteos), pueblo cretense que fue a Palestina pasando por Cilicia hacia el año 1200 a. de C. En griego pyrrha significa «rojo ardiente» y es un adjetivo aplicado al vino.
4. Xisuthros era el héroe de la leyenda sobre el diluvio armenio, anotada por Beroso, y su arca fue a posarse en el monte Ararat. Todas estas arcas estaban hechas con madera de acacia, que también utilizó Isis para construir la barcaza mortuoria de Osiris.
5. El mito de un dios airado que decide castigar la maldad de los hombres con un diluvio parecen haberlo tomado posteriormente los griegos de los fenicios o judíos, pero el número de diferentes montañas de Grecia, Tracia y Sicilia en las que se dice que desembarcó Deucalión indica que un mito del diluvio antiguo se ha superpuesto a una leyenda posterior de un diluvio en la Grecia septentrional. En la versión griega primitiva del mito, Temis renueva la raza humana sin obtener antes el consentimiento de Zeus; por lo tanto es lógico que a ella, y no a él, se le atribuya el Diluvio, como en Babilonia.
6. La transformación de piedras en personas es, quizás, otro préstamo tomado por los helenos del Oriente; San Juan Bautista se refirió a una leyenda análoga en un juego de palabras con las hebreas banim y abanim al declarar que Dios «puede, aun de estas piedras, levantar hijos a Abraham» (Mateo iii.3-9, y Lucas iii.8).
7. Que una perra blanca, la diosa-Luna Hécate, pariera una cepa en el reinado del hijo de Deucalión, Oresteo, es probablemente el más antiguo de los mitos griegos sobre el vino. Se dice que el nombre ozoliano se deriva de ozoi, «sarmientos» (véase 147.7). Uno de los malvados hijos de Licaón se llamaba también Oresteo, lo que puede explicar la relación forzada que los autógrafos han establecido entre el mito de la sopa de menudos y el Diluvio de Deucalión.
8. Anfictión, el nombre de otro de los hijos de Deucalión, es una forma masculina de Anfictinis, la diosa en cuyo nombre se fundó la famosa confederación del norte, la Liga Anfictiónica; según Estrabón, Calímaco y el escoliasta sobre el Orestes de Eurípides, la reglamentó Acrisio de Argos (véase 73.a). Los griegos civilizados, a diferencia de los tracios disolutos, no bebían vino puro, y su costumbre de aguarlo en la conferencia de los Estados miembros, que se realizaba en la estación de la vendimia en Antela, cerca de las Termopilas, sería una precaución para evitar las disputas sanguinarias.
9. El hijo de Deucalión llamado Heleno era el antepasado epónimo de toda la raza helena (véase 43.b); su nombre indica que era un representante regio de la sacerdotisa de Hele, o Helén, o Helena, o Selene, la Luna. Según Pausanias (iii.20.6), la primera tribu llamada de los helenos provenía de Tesalia, donde se rendía culto a Hele (véase 70.8).
10. Aristóteles (Meteorológica i.14) dice que el Diluvio de Deucalión tuvo lugar «en la Grecia antigua, a saber, en el distrito de los alrededores de Dodona y el río Aqueloo». Graeci significa «adoradores de la Vieja», probablemente la diosa Tierra de Dodona que aparecía en tríada como las Grayas (véase 33.c); se ha sugerido que los aqueos se vieron obligados a invadir el Peloponeso porque lluvias inusitadamente copiosas habían empantanado sus dehesas. El culto de Hele (véase 62.5, 70.8 y 159.1) parece haber desalojado el de las Grayas.
11. El escarabajo era un emblema de inmortalidad en el Bajo Egipto porque sobrevivía a los desbordamientos del Nilo —el Faraón como Osiris se embarcó en su nave del sol en la forma de un escarabajo— y su uso sagrado se extendió a Palestina, el Egeo, Etruria y las islas Baleares. Antoninus Liberalis menciona también el mito de Cerambo, o Terambo, citando a Nicandro.





[1] Apolodoro: iii.8.1; Pausanias: viii.2.1; Escoliasta sobre Aratea de César Germánico 89; Ovidio: Metamorfosis i.230 y ss.

[2] Apolodoro: loc. cit.; Tzetzes: Sobre Licofrón 481; Pausanías: viii.3.1; Ovidio: Metamorfosis i.230 y ss.

[3] Ovidio: Ibíd. i.317; Escoliasta sobre Orestes de Eurípides 1095; Higinio: Fábula 153; Servio sobre las Églogas de Virgilio vi.41; Escoliasta sobre las Odas olímpicas de Píndaro ix.42; Plutarco: ¿Qué animales son más astutos? 13.

[4] Apolodoro: i.7.2; Ovidio: Metamorfosis i.260-415.

[5] Pausanias: i.40,1; Ovidio: Metamorfosis vii.352-6.

[6] Pausanias: x.6.1-2.

[7] Pausanias: viii.2.3 y vi.8.2; Plinio: Historia natural viii.34; Platón: República viii.16.

[8] Pausanias: x.38.1; Eustacio sobre Homero: p.1815; Apolodoro: i.7.2.

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