a. Cuando Hermes nació en el monte Cilene su madre
Maya lo dejó envuelto en pañales en un bieldo, pero desarrollándose con una
rapidez asombrosa se convirtió en un muchacho, y tan pronto como Maya volvió la
espalda se escapó y fue en busca de aventuras. Llegó a Pieria, donde Apolo
guardaba un hermoso rebaño de vacas, y decidió robarlas. Pero temiendo que lo
descubrieran sus huellas, confeccionó rápidamente herraduras con la corteza de
un roble caído y las ató con hierbas trenzadas a las pezuñas de las vacas, a
las que luego condujo de noche por el camino. Apolo descubrió la pérdida, pero
la treta de Hermes le engañó, y aunque fue hasta Pilos en su búsqueda hacia el
oeste, y hasta Onquesto hacia el este, al final se vio obligado a ofrecer una
recompensa por la captura del ladrón. Sueno y sus sátiros, ansiosos por obtener
la recompensa, se diseminaron en diferentes direcciones para descubrirlo,
durante largo tiempo sin conseguirlo. Finalmente, un grupo de ellos pasó por
Arcadia y oyó el sonido sordo de una música como la que nunca habían oído hasta
entonces, y la ninfa Cilene, desde la entrada de una cueva, les dijo que un
niño de extraordinario talento había nacido allí recientemente y que ella le hacía
de niñera. El niño había construido un ingenioso instrumento musical con la concha
de una tortuga y algunas tripas de vaca, y con ese instrumento había arrullado
a su madre para que se durmiera.
b. «¿Y quién le dio las tripas de vaca?»,
preguntaron los vigilantes sátiros al ver dos cueros extendidos fuera de la
cueva. «¿Acusáis de robo al pobre niño?», preguntó a su vez Cilene, y cambiaron
palabras duras.
c. En aquel momento se presentó Apolo, quien había
descubierto la identidad del ladrón observando el comportamiento sospechoso de
una ave de largas alas. Entró en la cueva, despertó a Maya y le dijo
severamente que Hermes debía devolver las vacas robadas. Maya señaló al niño,
todavía envuelto en sus pañales y que fingía dormir. «¡Qué acusación absurda!»,
exclamó. Pero Apolo había reconocido los cueros. Tomó a Hermes, lo llevó al Olimpo
y allí le acusó formalmente del robo, mostrando los cueros como prueba. Zeus,
poco dispuesto a creer que su hijo recién nacido era ladrón, le instó a que se
declarase inocente, pero Apolo no estaba dispuesto a ceder y al final Hermes
flaqueó y confesó.
—Muy bien, ven conmigo —dijo— y tendrás tu rebaño.
He matados sólo dos y las he dividido en doce partes iguales como sacrificio a
los doce dioses.
—¿Doce dioses? —preguntó Apolo—. ¿Y quién es el
duodécimo?
—Tu servidor, señor —contestó Hermes modestamente—.
No comí más que mi parte, aunque tenia mucha hambre, y lo demás lo quemé
debidamente.
Ahora bien, éste fue el primer sacrificio de carne
que se había hecho hasta entonces.
d. Los dos dioses volvieron al monte Cilene. donde
Hermes saludó a su madre y recuperó algo que había dejado oculto bajo una piel
de oveja.
—¿Qué tienes ahí? —le preguntó Apolo.
En respuesta, Hermes le mostró la lira de concha de
tortuga recién inventada por él, y utilizando el plectro, que también había
inventado, tocó con ella una tonada tan arrebatadora,
al mismo tiempo que cantaba en elogio de la nobleza, la inteligencia y la
generosidad de Apolo, que éste le perdonó inmediatamente. Condujo al
sorprendido y complacido Apolo a Pilos, tocando durante todo el camino, y allí
le entregó lo que quedaba del ganado, que había ocultado en una caverna.
—¡Hagamos un trato! —exclamó Apolo—. Tú te quedas
con las vacas y yo con la lira.
—De acuerdo —contestó Hermes, y se estrecharon las
manos.
e. Mientras las vacas hambrientas pacían, Hermes cortó
unas cañas, hizo con ellas una zampoña y tocó otra tonada. Apolo, complacido de
nuevo, propuso:
—Hagamos otro trato. Si me das esa zampoña yo te
daré este cayado de oro con el que reúno mi ganado, y en el futuro serás el
dios de todos los vaqueros y pastores.
—Mi zampoña vale más que tu cayado —replicó Hermes—,
pero haré el trueque si además me enseñas el augurio, porque parece ser un arte
muy útil.
—No puedo hacer eso —dijo Apolo—, pero si vas a ver
a mis viejas nodrizas, las Trías que viven en el Parnaso, ellas te enseñarán a
adivinar por medio de guijarros.
f. Volvieron a estrecharse las manos y Apolo llevó
al niño nuevamente al Olimpo y le refirió a Zeus todo lo que había sucedido.
Zeus advirtió a Hermes que en adelante debía respetar los derechos de propiedad
y abstenerse de decir mentiras completas, pero no pudo por menos de sentirse
divertido.
—Pareces un diosecillo muy ingenioso, elocuente y
persuasivo —le dijo.
—Entonces, hazme tu heraldo, Padre —contestó Hermes—
y yo me haré responsable de la seguridad de toda la propiedad divina y nunca
diré mentiras, aunque no puedo prometer que diré siempre toda la verdad.
—No te exigiría tanto —dijo Zeus, sonriendo—. Pero
tus deberes incluirán la conclusión de tratados, la promoción del comercio y el
mantenimiento de la libertad de tránsito de los viajeros
por todos los caminos del mundo.
Cuando Hermes aceptó esas condiciones, Zeus le dio
un báculo de heraldo con cintas blancas que todos debían respetar, un sombrero
redondo para que se resguardara de la lluvia y sandalias de oro aladas que lo
llevaban de un lado a otro con la rapidez del viento. Fue recibido
inmediatamente en la familia olímpica, a la que enseñó el arte de hacer fuego
haciendo girar rápidamente una varilla.
g. Luego las Trías enseñaron a Hermes a predecir el
futuro mediante la danza de guijarros en una vasija de agua; él mismo inventó
el juego de la taba y el arte de adivinar por medio de ella. Hades le tomó
también como su heraldo, para llamar a los moribundos con suavidad y
elocuencia, poniendo el báculo de oro sobre sus ojos[1].
h. Luego ayudó a las tres Parcas a componer el
Alfabeto, inventó la astronomía, la escala musical, las artes del pugilato y la
gimnasia, los pesos y medidas (que algunos atribuyen a Palamedes) y el cultivo
del olivo[2].
i. Algunos sostienen que la lira inventada por.
Hermes tenía siete cuerdas; otros que sólo tenía tres, de acuerdo con las
estaciones, o cuatro, de acuerdo con los trimestres del año, y que Apolo aumentó
el número a siete[3].
j. Hermes tuvo
numerosos hijos, entre ellos Equión, el heraldo de los argonautas; Autólico, el
ladrón; y Dafnis, el inventor de la poesía bucólica. Este Dafnis era un bello
joven siciliano al que su madre, una ninfa, abandonó en un bosquecillo de
laureles de la Montaña de Hera; de aquí el nombre que le dieron los pastores,
sus padres adoptivos. Pan le enseñó a tocar la zampoña, Apolo le adoraba y
solía cazar con Ártemis, a quien complacía su música. Prodigaba su cuidado de
los numerosos rebaños de vacas, que eran de la misma raza que los de Helio. Una
ninfa llamada Momia le hijo jurar que nunca le sería infiel bajo pena de quedar
ciego, pero su rival, Quimera, se las ingenió para seducirle cuando estaba
borracho y Momia le cegó en cumplimiento de su amenaza. Dafnis se consoló
durante un tiempo con tristes canciones acerca de la pérdida de la vista, pero
no vivió mucho tiempo. Hermes lo convirtió en una piedra, que se ve todavía en
la ciudad de Cefalenitano, e hizo que brotara una fuente llamada Dafnis en
Siracusa, donde se ofrecen sacrificios anuales[4].
*
1. El mito de la infancia de Hermes se ha conservado
solamente en una forma literaria tardía. Una tradición de los robos de ganado
realizados por los astutos mesemos a costa de sus vecinos (véase 74.g y 171.h),
y de un tratado por el cual quedaron interrumpidos, parece haberse combinado mitológicamente
con un relato acerca de cómo los bárbaros helenos hicieron suya y explotaron,
en nombre de su adoptado dios Apolo, la civilización cretense-heládica que
encontraron en la Grecia central y meridional —el pugilato, la gimnasia, los
pesos y medidas, la música, la astronomía y el cultivo del olivo eran todos
pre-helénicos (véase 162.6)— y aprendieron buenos modales.
2. Hermes evolucionó hasta
convertirse en dios partiendo de los falos de piedra que eran centros locales
de un culto de la fertilidad pre-heleno (véase 15.1) —el relato de su rápido
desarrollo puede ser una obscenidad traviesa de Hornero— pero también del Hijo
Divino del Calendario pre-heleno (véase 24.6, 44.1, 105.1, 171.4, etc.), del egipcio
Thoth, Dios de la Inteligencia, y de Anubis, conductor de las almas al mundo
subterráneo.
3. Las cintas blancas heráldicas del báculo de
Hermes fueron más tarde tomadas equivocadamente por serpientes, porque era
heraldo de Hades, y de aquí el nombre de Equión. Las Trías son la triple Musa
(«diosa de la montaña») del Parnaso y su adivinación por medio de guijarros se
practicaba también en Delfos (Mythographi Graeci: Appendix Narrationum 67). Atenea fue la primera a quien se atribuyó
la invención de los dados adivinatorios hechos con tabas (Zenobio: Proverbios v.75), que llegaron a ser de
uso popular, pero d arte del augurio siguió siendo una prerrogativa aristocrática
tanto en Grecia como en Roma. El «ave de largas alas» de Apolo era
probablemente la propia grulla sagrada de Hermes, pues el sacerdocio de Apolo
invadía constantemente el territorio de Hermes, patrono anterior de la
adivinación, la literatura y las artes, como hacía el sacerdocio de Hermes con
el de Pan, las Musas y Atenea. El invento de hacer fuego era atribuido a Hermes
porque el girar del taladro macho en la base hembra sugería la magia fálica.
4. Sueno y sus hijos, los sátiros, eran personajes
cómicos convencionales en el drama ático (véase 83.5); originalmente habían
sido montañeses primitivos de la Grecia septentrional. A Sueno le llamaban
autóctono o hijo de Pan con una de las ninfas (Nono: Dionisíacas xiv.97; xxix.97; Eliano: Varia Historia iii.18).
5. El relato romántico de Dafnis se formó en torno a
un pilar fálico de Cefalenitano y de una fuente de Siracusa, cada uno de ellos
rodeado probablemente por un bosquecillo de laureles, donde se entonaban
canciones en honor de los muertos ciegos. Se decía que Dafnis era amado por
Apolo, porque había tomado el laurel de la diosa orgiástica de Tempe (véase
21.6).
[1]
Himno homérico a Hermes 1-543; Sófocles: Fragmentos de
Los Sirgadores; Apolodoro: iii.10.2.
[2]
Diodoro Sículo: v.75;
Higinio: Fábula 277; Plutarco: Banquetes ix.3.
[3]
Himno homérico a Hermes 51; Diodoro Sículo: i.16; Macrobio: Saturnaliorum Conviviorum i.19; Calímaco: Himno a Délos 253.
[4]
Diodoro Sículo: iv.84;
Servio sobre las Églogas de Virgilio
v.20; viii.68; x.26; Filargirio sobre las Églogas
de Virgilio v.20; Eliano: Varia Historia
x.18.
No hay comentarios:
Publicar un comentario