viernes, 22 de diciembre de 2017

Cartledge Paul: Los Espartanos VIII Caída y declive, 371-331 a.C.

Este capítulo analizará el catastrófico declive de la suerte de Esparta durante las décadas que siguieron al desastre de Leuctra. Los ilotas mesenios, con la vital ayuda de la democrática Tebas acaudillada por el filósofo y general Epaminondas, volvieron a sublevarse, pero esta vez definitivamente. Mesene, su nueva capital, era el signo exterior y bien visible de la humillación de Esparta. En el espacio de pocos años, la Liga del Peloponeso también se disolvió como instrumento efectivo del poder espartano en el extranjero. El hecho de que, durante estos años, Esparta se sintiera empujada a establecer de nuevo una alianza con Atenas indica el grado de desesperación al que había llegado la ciudad. De este modo quedaba expuesta notoriamente la vacuidad de la corona de Agesilao.
La liberación final de los mesenios no se habría producido sin intervención exterior, una intervención específica emprendida por el general más brillante del mundo griego que era además un hombre de mentalidad filosófica. Epaminondas se hizo famoso sobre todo en el campo de batalla, pero sir Walter Raleigh tuvo buenas razones para considerarlo el más grande de los antiguos griegos, no sólo entre los generales. Fue un liberador de un calibre sin precedentes hasta la fecha. A finales de 370, alentado por divisiones de Arcadia, incómodamente cerca de Esparta, estuvo por fin en condiciones de explotar su formidable victoria en Leuctra y aprovechar todas las repercusiones de la histórica derrota de los espartanos.
Invadió Laconia con una fuerza aliada de entre 30.000 y 40.000 hombres. Fue de cierta ayuda que muchos de los periecos del norte de Laconia ya hubieran desertado, pero si hubieran resistido, sólo habrían frenado un poco, no impedido, la invasión. Llegó cerca de Esparta, lo bastante para que los habitantes de la ciudad sin murallas vieran y olieran las cosechas y los edificios quemándose. Aristóteles, no muy caballeroso, afirmaba que las mujeres espartanas provocaban más tumulto y confusión en las filas espartanas que los propios enemigos, aunque esto probablemente sólo era una manera tendenciosa de decir que las mujeres estaban aterrorizadas ante la imagen totalmente inhabitual de un ejército enemigo concentrado destruyendo propiedades y bienes, incluidos los suyos, delante de sus narices. Sin embargo, Epaminondas no tenía interés en tomar, no digamos ya destruir, Esparta. Marchó por el valle del Eurotas hasta la ciudad portuaria espartana de Giteo, que seguramente sí destruyó, pero por motivos militares además de políticos. A continuación, volvió sobre sus pasos y se dirigió al norte a través de Laconia antes de poner rumbo a Mesenia, su principal objetivo.
Los ilotas ya se habían sublevado, aproximadamente al mismo tiempo que los periecos laconianos del norte; cabe presumir que al menos algunos de los periecos mesenios también se unieron a la revuelta, como habían hecho sus antepasados casi exactamente un siglo antes tras el gran terremoto. El cometido de Epaminondas era procurar que la rebelión no fuera sofocada y que la liberación de los ex ilotas acabara siendo permanente. Lo consiguió supervisando la construcción de la ciudad de Nueva Mesene, cuyo recinto estaba reforzado por unas enormes murallas que aprovechaban ingeniosamente su emplazamiento en la falda del monte Itome. Los restos de estas murallas, que tan poco concordaban con la ausencia de ellas en Esparta, son aún sumamente impresionantes. En cuanto a los ciudadanos de Nueva Mesene, los primeros de la fila eran desde luego los varones adultos entre los residentes ex ilotas, pero pronto se unieron a ellos personas de ascendencia ilota procedentes de la diáspora mesenia, incluidas algunas llegadas de lugares tan lejanos como el norte de África.
Desde el cambio de nombre de la Zancle siciliana por Mesina hacia 490, y la fundación de Naupacto por los atenienses hacia 460, hubo «mesenios» que estaban orgullosos de llamarse así y, en el caso de los naupactianos, de hacer ofrendas descaradas en Olimpia bajo este nombre pese a sus antiguos amos espartanos. La más llamativa de estas ofrendas es el aún en buena medida existente monumento a la Victoria, esculpido por Peonio de Mende, a finales de la década de 420, pero desde 369 en adelante los «mesenios» par excellence fueron los ciudadanos de Nueva Mesene, y como tales fueron objeto de muy acalorados comentarios entre intelectuales de otras partes de Grecia.
Alcidamas, el retórico y sofista de Asia Menor, escribió, en favor de la liberación, que «Dios no ha hecho al hombre esclavo» —dando a entender que la esclavitud era una mera convención humana sin justificación divina y, por tanto, posiblemente sin justificación alguna—. Platón no fue ni mucho menos tan lejos —de hecho, la esclavitud influyó decisivamente en su modo de pensar—; pero sí declaró que el sistema ilota de los espartanos era el modelo esclavista más controvertido de toda Grecia, probablemente porque los ilotas eran griegos, no bárbaros extranjeros como la mayoría de los que carecían de libertad en el mundo griego. De todos modos, el comentario más elocuente sobre los mesenios ex ilotas se lo debemos a Isócrates, profesional rival tanto de Alcidamas como de Platón, en un panfleto disfrazado de discurso pronunciado por el príncipe coronado Arquídamo en el dramático contexto de aproximadamente 366 a.C. Lo que más molestaba al Arquídamo de Isócrates era que los espartanos tuvieran que aguantar a sus antiguos esclavos dándoselas de grandes señores, actuando como ciudadanos libres e independientes en lo que hasta hacía poco había sido su patio trasero.



  ARQUÍDAMO
Arquídamo, hijo de Agesilao y su esposa Cleora, nació probablemente a finales de la década de 400. A finales de la década de 370 o a principios de la de 360 se casó con Dinicha, hija de Eudamidas, destacado comandante que luchaba por poner en marcha políticas impulsadas por Agesilao, y hermano del fallecido (en 378) Febidas, a quien aquél también había favorecido y protegido. Cabe presumir que el matrimonio fue dinástico.
Hace su primera aparición en los registros históricos en 378 como amante del hijo de Esfodrías, intercediendo ante su todopoderoso padre por la vida del padre de su amado. Esfodrías fue perdonado, pero pronto, en 371, moriría en la batalla de Leuctra. Arquídamo no participó en aquel conflicto fatal, quizá porque aún no había engendrado un hijo varón y heredero. Su papel meramente auxiliar consistía en buscar supervivientes en la Megárida y acompañarlos a casa. Tres años después le fue concedido el primero de sus mandos confirmados, en virtud del cual sustituyó a su ahora anciano padre en Arcadia. Aquí ganó lo que se conoció como la batalla Sin Lágrimas porque no se perdieron vidas espartanas, que tan preciadas y escasas se habían vuelto. No menos revelador de la desesperada situación de Esparta es una anécdota conservada bajo el nombre de Arquídamo en la antología plutarquiana de «Dichos de reyes y comandantes»:
Arquídamo, el hijo de Agesilao, cuando vio un proyectil lanzado desde una catapulta traída por primera vez desde Sicilia, exclamó: «¡Por Heracles! ¡El valor del hombre ha muerto!».1
En la crisis posterior a Leuctra, los espartanos se aliaron de buen grado con Dionisio I, tirano de Siracusa desde 405 a 367 (pues vaya con su oposición por principio a la tiranía...), a cambio de haber enviado éste en su ayuda tropas mercenarias y material nuevo al Peloponeso. Entre otras innovaciones de éxito, Dionisio auspició mejoras en artillería que le permitieron, por ejemplo, asediar y tomar Motia, en el oeste de Sicilia, en 398. El comentario de Arquídamo sobre el proyectil de la catapulta que vio a principios de la década de 360 es el equivalente exacto de la observación atribuida por Tucídides a uno de los espartanos capturados en Esfacteria en 425, y llevados como rehenes a Atenas, en el sentido de que las flechas («husos») eran armas de mujeres y no una prueba auténtica de coraje viril en el combate hoplítico, cuerpo a cuerpo, cara a cara. Esto era cierto, con mayor razón, respecto a los proyectiles lanzados por una catapulta de torsión, pero la respuesta horrorizada de Arquídamo también simboliza muy bien una de las principales explicaciones del fracaso militar de la Esparta reaccionaria en las nuevas circunstancias de la guerra en el siglo
Por lo visto, Arquídamo volvió a destacar durante la incursión de Epaminondas de 362, cuando el tebano penetró en la misma ciudad de Esparta. No se le dejó obrar a su antojo hasta la muerte de su padre en 360 o 359, tras la cual, al parecer sin competencia, subió al trono euripóntida como Arquídamo III. Su co-rey agíada Cleomenes II fue un cero a la izquierda (apenas se puede decir que gobernara) desde 370 a 309, sin que quedara constancia en los registros históricos. No obstante, ni siquiera el hábil y activo Arquídamo pudo hacer gran cosa para oponer resistencia a la marea macedónica que avanzaba hacia el sur bajo el mando del rey Filipo II (359-336) o incluso para restablecer la posición de Esparta en el Peloponeso pese al ataque sobre Megalópolis en 352. En 346 ocupó por breve tiempo las Termópilas en favor de los focios en su guerra de diez años con Filipo, pero los fantasmas de sus heroicos antepasados muertos seguramente no se sintieron reconfortados por su ignominiosa retirada.
El punto culminante del triunfante avance de Filipo para someter toda la Grecia continental llegó en la batalla de Queronea, Beocia, en 338, aunque para entonces Esparta estaba demasiado debilitada siquiera para tomar parte en la misma. Cuando tras la victoria Filipo invadió Laconia, como había hecho Epaminondas, tampoco se tomó la molestia de conquistar ni ocupar la ciudad y la dejó a propósito fuera del marco diplomático de su nueva Liga de Corinto. Corinto, sede de la famosa declaración helénica de resistencia a Persia en 481, en otro tiempo había sido el principal aliado de la Liga del Peloponeso espartana, pero esta organización también había quebrado y desaparecido a mediados de la década de 360. Los corintios, al igual que otros antiguos aliados de la Liga, como las nuevas ciudades de Mesene y Megalópolis, y también Argos, prefirieron ponerse del lado de Filipo antes que del de Esparta. El habilísimo y diplomático Filipo, por su parte, sabía que, si excluía a Esparta de la Liga, se aseguraría la lealtad de esas ciudades antiespartanas.
 1 Plutarco, «Dichos de reyes y comandantes», Arquídamo (Moralia, 191e); véase también Moralia, 219a, Arquídamo, n.° 8.El hijo y sucesor de Filipo, Alejandro Magno, mostró con claridad el mensaje de la impotencia internacional de Esparta en dos declaraciones sucintas. Primero, en 334, tras la batalla del río Gránico, mandó a Atenas precisamente trescientas panoplias (armaduras hoplitas completas) para que fueran ofrendadas en la Acrópolis ateniense con la siguiente inscripción:
 Alejandro, hijo de Filipo, y los griegos —excepto los espartanos—ofrendaron este botín tomado a los bárbaros de Asia.2La frase «excepto los espartanos» —para quienes el número 300 estaba grabado indeleblemente en su conciencia nacional colectiva— era un insulto premeditado y un recordatorio públicamente humillante de que no formaban parte de la cruzada panhelénica antipersa dirigida por Alejandro. Segundo, tres años después, en 331, el hijo y sucesor de Arquídamo, Agis III, encabezó una tentativa de revuelta contra la dominación macedonia, pero fue derrotado de forma total y definitiva en Megalópolis. Alejandro se refería a la reyerta con desdén, calificándola de «batalla de ratones».
Para concluir, y volviendo a los memorables episodios de 338, ¿qué pretendía hacer Arquídamo? Estaba lejos, en el extranjero, luchando y muriendo como mercenario a favor de la única colonia verdadera de Esparta, Taras (Tarento), contra los vecinos y nativos lucanianos. No podemos por menos de acordarnos de su padre Agesilao (véase p. 217), ¡y también casi para nada! Aun así, se erigió una estatua de Arquídamo en Olimpia, de la cual quizá tenemos una copia del período romano. Agesilao se habría quedado horrorizado. Para él, eran las hazañas de un hombre, y sólo sus hazañas, lo que debía quedar tras él en su memoria, y no una imagen esculpida falsa y sin ningún valor. Sic transit gloria laconica.
 La fundación de Nueva Mesene no fue el único golpe posterior a Leuctra queEpaminondas fue capaz de asestar a Esparta. Dando otra vuelta de tuerca, supervisó, también en 368, la construcción de Megalópolis («La Ciudad Grande») en el sur de Arcadia, una mezcla de cuarenta comunidades anteriores, algunas de las cuales habían sido periecas laconianas. En Arcadia había habido tendencias federalistas palpables al menos desde principios del siglo V, pero tuvo que ser Epaminondas, ciudadano del Estado democrático federal de Beocia, el encargado de llevarlo todo a buen término convirtiendo Megalópolis en la nueva capital federal de Arcadia. El tamaño de su teatro, el mayor del Peloponeso, era un índice de la importancia de Megalópolis como lugar de reunión federal. Naturalmente, Esparta opuso resistencia a los Estados federales con uñas y dientes y los disolvió siempre que pudo (el beocio en 386 y el calcídico en 379, por ejemplo). Además, el emplazamiento de Megalópolis era tal que amenazaba directamente la travesía al norte de cualquier ejército espartano que quisiera intervenir en otras partes del Peloponeso o al norte del istmo de Corinto. Era una espina que Esparta tenía permanentemente clavada.
 2 Arriano, Anábasis [Las campañas de Alejandro Magno], Libro 1, capítulo 16.Cuando hubo que componer el epigrama funerario de Epaminondas (junto a su estatua en la acrópolis tebana), no sorprende que fueran estas dos ciudades del Peloponeso las que aparecieran de forma señalada:
Esto vino de mis asesores:
 Esparta se ha cortado el pelo de su gloria; Mesene aloja a sus hijos;
 Megalópolis se ha ceñido
 una corona de lanzas de Teba;
 Grecia es libre.3
La referencia a que Esparta se corta el pelo fue muy ingeniosa; cortarse el pelo era una muestra griega universal de duelo, pero los hombres espartanos tenían una cantidad excepcional del mismo. La imagen maternal de Mesene se contraponía implícitamente a la actitud criminal y categóricamente no familiar de Esparta hacia su mano de obra ilota esclavizada. Por último, Megalópolis es presentada como vencedora en los juegos de las coronas gracias a las lanzas de Teba, epónimo de Tebas. En otro tiempo fue la gloriosa «lanza dórica» de Esparta (excelente expresión de Esquilo) la que mantuvo Grecia libre — de los persas—. Ahora el zapato laconiano (al parecer, un tipo de zapatilla bastante extravagante) estaba en el otro pie, es decir, se le había dado la vuelta a la tortilla.
El epigrama funerario de Epaminondas fue escrito sólo seis años después de la fundación de Megalópolis, pues Epaminondas murió, victorioso, en la segunda batalla importante que iba a producirse en Mantinea, en el norte de Arcadia (la primera había sido en 418). En el verano de 362 había invadido el Peloponeso por cuarta vez. Para garantizar que los espartanos no estuvieran presentes en masa en la siguiente batalla decisiva, llevó a cabo una segunda invasión de Laconia, pero esta vez penetró en el propio asentamiento no amurallado de Esparta. Los defensores de la causa prefirieron desviar la atención a un acto individual de heroísmo, realizado por un adolescente de dieciocho o diecinueve años, a extenderse en la impotencia de los espartanos de Agesilao para oponer resistencia a Epaminondas y en la aparición de una disidencia significativa en las filas espartanas.
 3 Pausanias, Guía de Grecia, Libro IX, capítulo 15. Véase Levi, 1971.  ISADAS
La información fiablemente confirmada sobre Isadas se limita a un único fragmento de la Vida de Agesilao, de Plutarco. El contexto del pasaje es la entrada de Epaminondas en Esparta en 362, pero, aunque el contexto es claramente crítico, de ningún modo se agota el interés y la importancia del texto:
Isadas, hijo de Febidas, a mi juicio ofreció un espectáculo soberbio de bravura no sólo a sus conciudadanos sino también a sus enemigos. Pues era excepcional tanto por su belleza como por su tamaño, y se hallaba en esa fase de la vida entre la niñez y la edad adulta, cuando las personas florecen con extrema dulzura. Iba completamente desnudo, desprovisto tanto de armas como de ropa protectora, pues había acabado de darse aceite, sin embargo, con una lanza en una mano y una espada en la otra, salió corriendo de la casa. Se lanzó en medio del enemigo, abatiendo un adversario tras otro. No fue herido por ninguno de ellos, fuera esto porque algún dios estuviera protegiéndolo debido a su valentía, fuera porque al enemigo le parecía que era algo mayor y más poderoso que un simple mortal. Según se dice, primero los éforos lo coronaron y luego lo sancionaron con 1.000 dracmas porque había arriesgado insensatamente la vida al luchar sin atuendo protector.4
Febidas, padre de Isadas, no era un espartano corriente: desmesuradamente ambicioso incluso para un espartano. En 382, ocupó y guarneció Tebas ilegalmente en tiempos de paz, pese a lo cual Agesilao respaldó la acción posteriormente, al margen de que él la hubiera impulsado u ordenado o no con antelación. El hermano de Febidas, Eudamidas, tío de Isadas, fue asimismo un comandante distinguido en la campaña de Esparta contra Olinto (381-379); y quizás a finales de la década de 370 o principios de la de 360, el hijo de Agesilao, Arquídamo, se casó con la hija de Eudamidas, sin duda por las habituales razones económicas y políticas. Febidas, sin embargo, murió en 378, mientras desempeñaba el alto mando de Beocia, por lo que Isadas, nacido a finales de la década de 380, creció huérfano de padre, si bien con el recuerdo consciente de un padre que había sido un héroe espartano.
En 362, cuando Epaminondas invadió Esparta, Isadas se encontraba en una etapa de la vida que, en el caso de los varones, los espartanos denominaban técnicamente paidiskos, «juvenil», esto es, entre el estatus de un chico (pais, de los siete a los dieciocho años) y el de un guerrero adulto formado (anêr, de veinte años para arriba). Se trataba de la fase intermedia en la que ciertos jóvenes especialmente destacados eran seleccionados para la Cripteia perseguidora de ilotas, o brigada de servicios secretos, cuando eran enviados al campo armados sólo con un puñal y sin otros víveres que lo que pudieran recoger o robar por sí mismos. A modo de prueba de hombría o ritual de iniciación, se les exigía que «se iniciaran en la sangre», matando a todos los ilotas que se encontraran —o quizá mejor a ilotas que fueran alborotadores conocidos—. La desnudez de Isadas corresponde a esta fase preadulta, efébica, de su vida, pero el hecho de que hubiera acabado de ungirse con aceite tal vez quiere sugerir que había estado haciendo ejercicio. Fueron los espartanos, nos cuenta Tucídides, quienes introdujeron en Grecia la práctica de untarse con aceite, sin duda en parte debido a la abundancia de aceite de oliva producido en las favorables condiciones laconianas y mesenias; recordamos además el asombro del explorador de Jerjes al ver que los espartanos de las Termópilas hacían enérgicos ejercicios gimnásticos mientras se preparaban para luchar y morir (véase p. 111).
 4 Plutarco, Agesilao, 30. Véase también Shipley, 1997.En consecuencia, fue quizás el recuerdo de la vida heroica de su padre y de otros héroes espartanos, como los de las Termópilas, lo que inspiró a Isadas para comportarse así. No obstante, su conducta fue también críticamente poco adulta en el hecho de que combatió solo, no como miembro de una falange disciplinada, y lo hizo con una especie de frenesí —quizás un poco como Aristodemo en Platea en 479, a quien los espartanos no concedieron el premio al valor porque les pareció que no había demostrado una valentía adecuadamente controlada, sino que había exteriorizado más bien una pulsión de muerte—. Probablemente es por eso por lo que los éforos, en una mezcla típicamente espartana de legalismo y pragmatismo, coronaron a Isadas, como si fuera un atleta victorioso en los juegos, y luego le impusieron una sanción fuerte —y reveladoramente monetaria.
Tras amarrar a Agesilao a Esparta, Epaminondas regresó al norte. Antes tuvo lugar una escaramuza de caballería en la que murió Grillo, hijo de Jenofonte, que había sido educado en la Agoge como invitado extranjero de honor. Lo más importante se produjo poco después. Como enfrentamiento hoplítico de manual, la segunda batalla de Mantinea siguió las mismas pautas que la de Leuctra y tuvo el mismo resultado, aunque en esta ocasión los espartanos recibieron ayuda de sus aliados de Atenas.
Lo que sobrevino a continuación fue una Paz Común firmada realmente en el campo de batalla, ¿o fue más bien una confusión común? Esta última era la opinión del historiador de la época, Jenofonte, antiguo cliente de Agesilao y exiliado pro espartano, para entonces quizá reconciliado de nuevo con su ciudad natal. En cuanto a Agesilao, en esta desesperada situación de su ciudad no concibió acción más útil que partir hacia el norte de África, aun habiendo rebasado ya los ochenta años, como comandante de mercenarios. Su principal objetivo era ganar rápidamente un montón de dinero en Egipto con la finalidad de volver a llenar las menguadas arcas de Esparta, pero murió cuando regresaba a casa en un lugar conocido como el Puerto de Menelao, en la actual Libia.
El nombre del lugar de su muerte era perfectamente adecuado para un rey espartano, pero su forma de morir puso un final triste a un reinado que había comenzado cuando Esparta al parecer ocupaba la cúspide del éxito y el poder, tanto en su territorio como fuera de él. El tribunal de los expertos modernos aún está debatiendo sobre el grado de responsabilidad de Agesilao en el hundimiento de Esparta, pero mi propio parecer es que tanto desde el punto de vista positivo, porque Agesilao siguió con demasiado ahínco una política imperialista sistemáticamente equivocada, como desde el negativo, pues fracasó estrepitosamente a la hora de abordar los subyacentes y viejos problemas económicos, sociales, políticos y militares de Esparta, le corresponde una buena parte de la culpa. Fue, en efecto, una realeza lisiada.



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