Este
capítulo analizará el catastrófico declive de la suerte de Esparta durante las
décadas que siguieron al desastre de Leuctra. Los ilotas mesenios, con la vital
ayuda de la democrática Tebas acaudillada por el filósofo y general
Epaminondas, volvieron a sublevarse, pero esta vez definitivamente. Mesene, su
nueva capital, era el signo exterior y bien visible de la humillación de
Esparta. En el espacio de pocos años, la Liga del Peloponeso también se
disolvió como instrumento efectivo del poder espartano en el extranjero. El
hecho de que, durante estos años, Esparta se sintiera empujada a establecer de
nuevo una alianza con Atenas indica el grado de desesperación al que había
llegado la ciudad. De este modo quedaba expuesta notoriamente la vacuidad de la
corona de Agesilao.
La
liberación final de los mesenios no se habría producido sin intervención
exterior, una intervención específica emprendida por el general más brillante
del mundo griego que era además un hombre de mentalidad filosófica. Epaminondas
se hizo famoso sobre todo en el campo de batalla, pero sir Walter Raleigh tuvo
buenas razones para considerarlo el más grande de los antiguos griegos, no sólo
entre los generales. Fue un liberador de un calibre sin precedentes hasta la
fecha. A finales de 370, alentado por divisiones de Arcadia, incómodamente
cerca de Esparta, estuvo por fin en condiciones de explotar su formidable
victoria en Leuctra y aprovechar todas las repercusiones de la histórica
derrota de los espartanos.
Invadió
Laconia con una fuerza aliada de entre 30.000 y 40.000 hombres. Fue de cierta
ayuda que muchos de los periecos del norte de Laconia ya hubieran desertado,
pero si hubieran resistido, sólo habrían frenado un poco, no impedido, la
invasión. Llegó cerca de Esparta, lo bastante para que los habitantes de la
ciudad sin murallas vieran y olieran las cosechas y los edificios quemándose.
Aristóteles, no muy caballeroso, afirmaba que las mujeres espartanas provocaban
más tumulto y confusión en las filas espartanas que los propios enemigos,
aunque esto probablemente sólo era una manera tendenciosa de decir que las
mujeres estaban aterrorizadas ante la imagen totalmente inhabitual de un
ejército enemigo concentrado destruyendo propiedades y bienes, incluidos los
suyos, delante de sus narices. Sin embargo, Epaminondas no tenía interés en
tomar, no digamos ya destruir, Esparta. Marchó por el valle del Eurotas hasta
la ciudad portuaria espartana de Giteo, que seguramente sí destruyó, pero por
motivos militares además de políticos. A continuación, volvió sobre sus pasos y
se dirigió al norte a través de Laconia antes de poner rumbo a Mesenia, su
principal objetivo.
Los
ilotas ya se habían sublevado, aproximadamente al mismo tiempo que los periecos
laconianos del norte; cabe presumir que al menos algunos de los periecos
mesenios también se unieron a la revuelta, como habían hecho sus antepasados
casi exactamente un siglo antes tras el gran terremoto. El cometido de
Epaminondas era procurar que la rebelión no fuera sofocada y que la liberación
de los ex ilotas acabara siendo permanente. Lo consiguió supervisando la
construcción de la ciudad de Nueva Mesene, cuyo recinto estaba reforzado por
unas enormes murallas que aprovechaban ingeniosamente su emplazamiento en la
falda del monte Itome. Los restos de estas murallas, que tan poco concordaban
con la ausencia de ellas en Esparta, son aún sumamente impresionantes. En
cuanto a los ciudadanos de Nueva Mesene, los primeros de la fila eran desde luego
los varones adultos entre los residentes ex ilotas, pero pronto se unieron a
ellos personas de ascendencia ilota procedentes de la diáspora mesenia,
incluidas algunas llegadas de lugares tan lejanos como el norte de África.
Desde
el cambio de nombre de la Zancle siciliana por Mesina hacia 490, y la fundación
de Naupacto por los atenienses hacia 460, hubo «mesenios» que estaban
orgullosos de llamarse así y, en el caso de los naupactianos, de hacer ofrendas
descaradas en Olimpia bajo este nombre pese a sus antiguos amos espartanos. La
más llamativa de estas ofrendas es el aún en buena medida existente monumento a
la Victoria, esculpido por Peonio de Mende, a finales de la década de 420, pero
desde 369 en adelante los «mesenios» par excellence fueron los ciudadanos de
Nueva Mesene, y como tales fueron objeto de muy acalorados comentarios entre
intelectuales de otras partes de Grecia.
Alcidamas,
el retórico y sofista de Asia Menor, escribió, en favor de la liberación, que
«Dios no ha hecho al hombre esclavo» —dando a entender que la esclavitud era
una mera convención humana sin justificación divina y, por tanto, posiblemente
sin justificación alguna—. Platón no fue ni mucho menos tan lejos —de hecho, la
esclavitud influyó decisivamente en su modo de pensar—; pero sí declaró que el
sistema ilota de los espartanos era el modelo esclavista más controvertido de
toda Grecia, probablemente porque los ilotas eran griegos, no bárbaros
extranjeros como la mayoría de los que carecían de libertad en el mundo griego.
De todos modos, el comentario más elocuente sobre los mesenios ex ilotas se lo
debemos a Isócrates, profesional rival tanto de Alcidamas como de Platón, en un
panfleto disfrazado de discurso pronunciado por el príncipe coronado Arquídamo
en el dramático contexto de aproximadamente 366 a.C. Lo que más molestaba al
Arquídamo de Isócrates era que los espartanos tuvieran que aguantar a sus
antiguos esclavos dándoselas de grandes señores, actuando como ciudadanos
libres e independientes en lo que hasta hacía poco había sido su patio trasero.
ARQUÍDAMO
Arquídamo,
hijo de Agesilao y su esposa Cleora, nació probablemente a finales de la década
de 400. A finales de la década de 370 o a principios de la de 360 se casó con
Dinicha, hija de Eudamidas, destacado comandante que luchaba por poner en
marcha políticas impulsadas por Agesilao, y hermano del fallecido (en 378)
Febidas, a quien aquél también había favorecido y protegido. Cabe presumir que
el matrimonio fue dinástico.
Hace
su primera aparición en los registros históricos en 378 como amante del hijo de
Esfodrías, intercediendo ante su todopoderoso padre por la vida del padre de su
amado. Esfodrías fue perdonado, pero pronto, en 371, moriría en la batalla de
Leuctra. Arquídamo no participó en aquel conflicto fatal, quizá porque aún no
había engendrado un hijo varón y heredero. Su papel meramente auxiliar
consistía en buscar supervivientes en la Megárida y acompañarlos a casa. Tres
años después le fue concedido el primero de sus mandos confirmados, en virtud
del cual sustituyó a su ahora anciano padre en Arcadia. Aquí ganó lo que se
conoció como la batalla Sin Lágrimas porque no se perdieron vidas espartanas,
que tan preciadas y escasas se habían vuelto. No menos revelador de la
desesperada situación de Esparta es una anécdota conservada bajo el nombre de
Arquídamo en la antología plutarquiana de «Dichos de reyes y comandantes»:
Arquídamo,
el hijo de Agesilao, cuando vio un proyectil lanzado desde una catapulta traída
por primera vez desde Sicilia, exclamó: «¡Por Heracles! ¡El valor del hombre ha
muerto!».1
En
la crisis posterior a Leuctra, los espartanos se aliaron de buen grado con
Dionisio I, tirano de Siracusa desde 405 a 367 (pues vaya con su oposición por
principio a la tiranía...), a cambio de haber enviado éste en su ayuda tropas
mercenarias y material nuevo al Peloponeso. Entre otras innovaciones de éxito,
Dionisio auspició mejoras en artillería que le permitieron, por ejemplo,
asediar y tomar Motia, en el oeste de Sicilia, en 398. El comentario de
Arquídamo sobre el proyectil de la catapulta que vio a principios de la década
de 360 es el equivalente exacto de la observación atribuida por Tucídides a uno
de los espartanos capturados en Esfacteria en 425, y llevados como rehenes a
Atenas, en el sentido de que las flechas («husos») eran armas de mujeres y no
una prueba auténtica de coraje viril en el combate hoplítico, cuerpo a cuerpo,
cara a cara. Esto era cierto, con mayor razón, respecto a los proyectiles
lanzados por una catapulta de torsión, pero la respuesta horrorizada de
Arquídamo también simboliza muy bien una de las principales explicaciones del
fracaso militar de la Esparta reaccionaria en las nuevas circunstancias de la
guerra en el siglo
Por
lo visto, Arquídamo volvió a destacar durante la incursión de Epaminondas de
362, cuando el tebano penetró en la misma ciudad de Esparta. No se le dejó
obrar a su antojo hasta la muerte de su padre en 360 o 359, tras la cual, al
parecer sin competencia, subió al trono euripóntida como Arquídamo III. Su
co-rey agíada Cleomenes II fue un cero a la izquierda (apenas se puede decir
que gobernara) desde 370 a 309, sin que quedara constancia en los registros
históricos. No obstante, ni siquiera el hábil y activo Arquídamo pudo hacer
gran cosa para oponer resistencia a la marea macedónica que avanzaba hacia el
sur bajo el mando del rey Filipo II (359-336) o incluso para restablecer la
posición de Esparta en el Peloponeso pese al ataque sobre Megalópolis en 352.
En 346 ocupó por breve tiempo las Termópilas en favor de los focios en su
guerra de diez años con Filipo, pero los fantasmas de sus heroicos antepasados
muertos seguramente no se sintieron reconfortados por su ignominiosa retirada.
El
punto culminante del triunfante avance de Filipo para someter toda la Grecia
continental llegó en la batalla de Queronea, Beocia, en 338, aunque para
entonces Esparta estaba demasiado debilitada siquiera para tomar parte en la
misma. Cuando tras la victoria Filipo invadió Laconia, como había hecho
Epaminondas, tampoco se tomó la molestia de conquistar ni ocupar la ciudad y la
dejó a propósito fuera del marco diplomático de su nueva Liga de Corinto.
Corinto, sede de la famosa declaración helénica de resistencia a Persia en 481,
en otro tiempo había sido el principal aliado de la Liga del Peloponeso
espartana, pero esta organización también había quebrado y desaparecido a
mediados de la década de 360. Los corintios, al igual que otros antiguos
aliados de la Liga, como las nuevas ciudades de Mesene y Megalópolis, y también
Argos, prefirieron ponerse del lado de Filipo antes que del de Esparta. El
habilísimo y diplomático Filipo, por su parte, sabía que, si excluía a Esparta
de la Liga, se aseguraría la lealtad de esas ciudades antiespartanas.
1 Plutarco, «Dichos de reyes y
comandantes», Arquídamo (Moralia, 191e); véase también Moralia, 219a,
Arquídamo, n.° 8.El hijo y sucesor de Filipo, Alejandro Magno, mostró con
claridad el mensaje de la impotencia internacional de Esparta en dos
declaraciones sucintas. Primero, en 334, tras la batalla del río Gránico, mandó
a Atenas precisamente trescientas panoplias (armaduras hoplitas completas) para
que fueran ofrendadas en la Acrópolis ateniense con la siguiente inscripción:
Alejandro, hijo de Filipo, y los griegos
—excepto los espartanos—ofrendaron este botín tomado a los bárbaros de Asia.2La
frase «excepto los espartanos» —para quienes el número 300 estaba grabado
indeleblemente en su conciencia nacional colectiva— era un insulto premeditado
y un recordatorio públicamente humillante de que no formaban parte de la
cruzada panhelénica antipersa dirigida por Alejandro. Segundo, tres años
después, en 331, el hijo y sucesor de Arquídamo, Agis III, encabezó una
tentativa de revuelta contra la dominación macedonia, pero fue derrotado de
forma total y definitiva en Megalópolis. Alejandro se refería a la reyerta con
desdén, calificándola de «batalla de ratones».
Para
concluir, y volviendo a los memorables episodios de 338, ¿qué pretendía hacer
Arquídamo? Estaba lejos, en el extranjero, luchando y muriendo como mercenario
a favor de la única colonia verdadera de Esparta, Taras (Tarento), contra los
vecinos y nativos lucanianos. No podemos por menos de acordarnos de su padre
Agesilao (véase p. 217), ¡y también casi para nada! Aun así, se erigió una
estatua de Arquídamo en Olimpia, de la cual quizá tenemos una copia del período
romano. Agesilao se habría quedado horrorizado. Para él, eran las hazañas de un
hombre, y sólo sus hazañas, lo que debía quedar tras él en su memoria, y no una
imagen esculpida falsa y sin ningún valor. Sic transit gloria laconica.
La fundación de Nueva Mesene no fue el único
golpe posterior a Leuctra queEpaminondas fue capaz de asestar a Esparta. Dando
otra vuelta de tuerca, supervisó, también en 368, la construcción de
Megalópolis («La Ciudad Grande») en el sur de Arcadia, una mezcla de cuarenta
comunidades anteriores, algunas de las cuales habían sido periecas laconianas.
En Arcadia había habido tendencias federalistas palpables al menos desde
principios del siglo V, pero tuvo que ser Epaminondas, ciudadano del Estado
democrático federal de Beocia, el encargado de llevarlo todo a buen término
convirtiendo Megalópolis en la nueva capital federal de Arcadia. El tamaño de
su teatro, el mayor del Peloponeso, era un índice de la importancia de Megalópolis
como lugar de reunión federal. Naturalmente, Esparta opuso resistencia a los
Estados federales con uñas y dientes y los disolvió siempre que pudo (el beocio
en 386 y el calcídico en 379, por ejemplo). Además, el emplazamiento de
Megalópolis era tal que amenazaba directamente la travesía al norte de
cualquier ejército espartano que quisiera intervenir en otras partes del
Peloponeso o al norte del istmo de Corinto. Era una espina que Esparta tenía
permanentemente clavada.
2 Arriano, Anábasis [Las campañas de
Alejandro Magno], Libro 1, capítulo 16.Cuando hubo que componer el epigrama
funerario de Epaminondas (junto a su estatua en la acrópolis tebana), no
sorprende que fueran estas dos ciudades del Peloponeso las que aparecieran de
forma señalada:
Esto
vino de mis asesores:
Esparta se ha cortado el pelo de su gloria; Mesene aloja a sus hijos;
Megalópolis se ha ceñido
una corona de lanzas de Teba;
Grecia es libre.3
Esparta se ha cortado el pelo de su gloria; Mesene aloja a sus hijos;
Megalópolis se ha ceñido
una corona de lanzas de Teba;
Grecia es libre.3
La
referencia a que Esparta se corta el pelo fue muy ingeniosa; cortarse el pelo
era una muestra griega universal de duelo, pero los hombres espartanos tenían
una cantidad excepcional del mismo. La imagen maternal de Mesene se contraponía
implícitamente a la actitud criminal y categóricamente no familiar de Esparta
hacia su mano de obra ilota esclavizada. Por último, Megalópolis es presentada
como vencedora en los juegos de las coronas gracias a las lanzas de Teba,
epónimo de Tebas. En otro tiempo fue la gloriosa «lanza dórica» de Esparta
(excelente expresión de Esquilo) la que mantuvo Grecia libre — de los persas—.
Ahora el zapato laconiano (al parecer, un tipo de zapatilla bastante
extravagante) estaba en el otro pie, es decir, se le había dado la vuelta a la
tortilla.
El
epigrama funerario de Epaminondas fue escrito sólo seis años después de la fundación
de Megalópolis, pues Epaminondas murió, victorioso, en la segunda batalla
importante que iba a producirse en Mantinea, en el norte de Arcadia (la primera
había sido en 418). En el verano de 362 había invadido el Peloponeso por cuarta
vez. Para garantizar que los espartanos no estuvieran presentes en masa en la
siguiente batalla decisiva, llevó a cabo una segunda invasión de Laconia, pero
esta vez penetró en el propio asentamiento no amurallado de Esparta. Los
defensores de la causa prefirieron desviar la atención a un acto individual de
heroísmo, realizado por un adolescente de dieciocho o diecinueve años, a
extenderse en la impotencia de los espartanos de Agesilao para oponer
resistencia a Epaminondas y en la aparición de una disidencia significativa en
las filas espartanas.
3 Pausanias, Guía de Grecia, Libro
IX, capítulo 15. Véase Levi, 1971. ISADAS
La
información fiablemente confirmada sobre Isadas se limita a un único fragmento
de la Vida de Agesilao, de Plutarco. El contexto del pasaje es la entrada de
Epaminondas en Esparta en 362, pero, aunque el contexto es claramente crítico,
de ningún modo se agota el interés y la importancia del texto:
Isadas,
hijo de Febidas, a mi juicio ofreció un espectáculo soberbio de bravura no sólo
a sus conciudadanos sino también a sus enemigos. Pues era excepcional tanto por
su belleza como por su tamaño, y se hallaba en esa fase de la vida entre la
niñez y la edad adulta, cuando las personas florecen con extrema dulzura. Iba
completamente desnudo, desprovisto tanto de armas como de ropa protectora, pues
había acabado de darse aceite, sin embargo, con una lanza en una mano y una
espada en la otra, salió corriendo de la casa. Se lanzó en medio del enemigo,
abatiendo un adversario tras otro. No fue herido por ninguno de ellos, fuera
esto porque algún dios estuviera protegiéndolo debido a su valentía, fuera
porque al enemigo le parecía que era algo mayor y más poderoso que un simple
mortal. Según se dice, primero los éforos lo coronaron y luego lo sancionaron
con 1.000 dracmas porque había arriesgado insensatamente la vida al luchar sin
atuendo protector.4
Febidas,
padre de Isadas, no era un espartano corriente: desmesuradamente ambicioso
incluso para un espartano. En 382, ocupó y guarneció Tebas ilegalmente en
tiempos de paz, pese a lo cual Agesilao respaldó la acción posteriormente, al
margen de que él la hubiera impulsado u ordenado o no con antelación. El
hermano de Febidas, Eudamidas, tío de Isadas, fue asimismo un comandante
distinguido en la campaña de Esparta contra Olinto (381-379); y quizás a
finales de la década de 370 o principios de la de 360, el hijo de Agesilao,
Arquídamo, se casó con la hija de Eudamidas, sin duda por las habituales
razones económicas y políticas. Febidas, sin embargo, murió en 378, mientras
desempeñaba el alto mando de Beocia, por lo que Isadas, nacido a finales de la
década de 380, creció huérfano de padre, si bien con el recuerdo consciente de
un padre que había sido un héroe espartano.
En
362, cuando Epaminondas invadió Esparta, Isadas se encontraba en una etapa de
la vida que, en el caso de los varones, los espartanos denominaban técnicamente
paidiskos, «juvenil», esto es, entre el estatus de un chico (pais, de los siete
a los dieciocho años) y el de un guerrero adulto formado (anêr, de veinte años
para arriba). Se trataba de la fase intermedia en la que ciertos jóvenes
especialmente destacados eran seleccionados para la Cripteia perseguidora de
ilotas, o brigada de servicios secretos, cuando eran enviados al campo armados
sólo con un puñal y sin otros víveres que lo que pudieran recoger o robar por
sí mismos. A modo de prueba de hombría o ritual de iniciación, se les exigía
que «se iniciaran en la sangre», matando a todos los ilotas que se encontraran
—o quizá mejor a ilotas que fueran alborotadores conocidos—. La desnudez de
Isadas corresponde a esta fase preadulta, efébica, de su vida, pero el hecho de
que hubiera acabado de ungirse con aceite tal vez quiere sugerir que había
estado haciendo ejercicio. Fueron los espartanos, nos cuenta Tucídides, quienes
introdujeron en Grecia la práctica de untarse con aceite, sin duda en parte
debido a la abundancia de aceite de oliva producido en las favorables
condiciones laconianas y mesenias; recordamos además el asombro del explorador
de Jerjes al ver que los espartanos de las Termópilas hacían enérgicos
ejercicios gimnásticos mientras se preparaban para luchar y morir (véase p.
111).
4 Plutarco, Agesilao, 30. Véase
también Shipley, 1997.En consecuencia, fue quizás el recuerdo de la vida
heroica de su padre y de otros héroes espartanos, como los de las Termópilas,
lo que inspiró a Isadas para comportarse así. No obstante, su conducta fue
también críticamente poco adulta en el hecho de que combatió solo, no como
miembro de una falange disciplinada, y lo hizo con una especie de frenesí
—quizás un poco como Aristodemo en Platea en 479, a quien los espartanos no
concedieron el premio al valor porque les pareció que no había demostrado una
valentía adecuadamente controlada, sino que había exteriorizado más bien una
pulsión de muerte—. Probablemente es por eso por lo que los éforos, en una
mezcla típicamente espartana de legalismo y pragmatismo, coronaron a Isadas,
como si fuera un atleta victorioso en los juegos, y luego le impusieron una
sanción fuerte —y reveladoramente monetaria.
Tras
amarrar a Agesilao a Esparta, Epaminondas regresó al norte. Antes tuvo lugar
una escaramuza de caballería en la que murió Grillo, hijo de Jenofonte, que
había sido educado en la Agoge como invitado extranjero de honor. Lo más
importante se produjo poco después. Como enfrentamiento hoplítico de manual, la
segunda batalla de Mantinea siguió las mismas pautas que la de Leuctra y tuvo
el mismo resultado, aunque en esta ocasión los espartanos recibieron ayuda de
sus aliados de Atenas.
Lo
que sobrevino a continuación fue una Paz Común firmada realmente en el campo de
batalla, ¿o fue más bien una confusión común? Esta última era la opinión del
historiador de la época, Jenofonte, antiguo cliente de Agesilao y exiliado pro
espartano, para entonces quizá reconciliado de nuevo con su ciudad natal. En
cuanto a Agesilao, en esta desesperada situación de su ciudad no concibió
acción más útil que partir hacia el norte de África, aun habiendo rebasado ya
los ochenta años, como comandante de mercenarios. Su principal objetivo era
ganar rápidamente un montón de dinero en Egipto con la finalidad de volver a
llenar las menguadas arcas de Esparta, pero murió cuando regresaba a casa en un
lugar conocido como el Puerto de Menelao, en la actual Libia.
El
nombre del lugar de su muerte era perfectamente adecuado para un rey espartano,
pero su forma de morir puso un final triste a un reinado que había comenzado
cuando Esparta al parecer ocupaba la cúspide del éxito y el poder, tanto en su
territorio como fuera de él. El tribunal de los expertos modernos aún está
debatiendo sobre el grado de responsabilidad de Agesilao en el hundimiento de
Esparta, pero mi propio parecer es que tanto desde el punto de vista positivo,
porque Agesilao siguió con demasiado ahínco una política imperialista
sistemáticamente equivocada, como desde el negativo, pues fracasó
estrepitosamente a la hora de abordar los subyacentes y viejos problemas
económicos, sociales, políticos y militares de Esparta, le corresponde una
buena parte de la culpa. Fue, en efecto, una realeza lisiada.
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