lunes, 25 de diciembre de 2017

Werner Jaeger Paideia : Los ideales de la cultura griega Libro cuarto: El conflicto de los ideales de cultura en el siglo IV:I. La medicina griega considerada como paideia.

aunque no hubiese llegado a nosotros nada de la antigua literatura médica de los griegos, serían suficientes los juicios laudatorios de Platón sobre los médicos y su arte para llegar a la conclusión de que el final del siglo ν y el siglo iv a. c. representaron en la historia de la profesión médica un momento culminante de cotización social y espiritual. El médico aparece aquí como representante de una cul­tura especial del más alto refinamiento metódico y es, al propio tiem­po, la encarnación de una ética profesional ejemplar por la proyec­ción del saber sobre un fin ético de carácter práctico, la cual, por tanto, se invoca constantemente para inspirar confianza en la fina­lidad creadora del saber teórico en cuanto a la construcción de la vida humana. Sin exageración puede afirmarse que la ciencia ética de Só­crates, que ocupa el lugar central en los diálogos de Platón, habría sido inconcebible sin el procedimiento de la medicina. De todas las ciencias humanas entonces conocidas, incluyendo la matemática y la física, la medicina es la más afín a la ciencia ética de Sócrates.[1] Sin embargo, la medicina griega no merece ser tenida en cuenta solamente como antecedente de la filosofía socrática, Platónica y aris­totélica en la historia del espíritu, sino además porque por vez pri­mera la ciencia médica, bajo la forma que entonces revestía, traspasa los linderos de una simple profesión para convertirse en una fuerza cultural de primer orden en la vida del pueblo griego. A partir de entonces, la medicina va convirtiéndose más y más, aunque no sin disputa, en parte integrante de la cultura general (εγκύκλιος παιδεία). En la cultura moderna no llegará a recobrar nunca este lugar. La medicina de nuestros días, fruto del renacimiento de la literatura mé­dica de la Antigüedad clásica en la época del humanismo, a pesar de hallarse tan desarrollada, es, por su especialización rigurosamente pro­fesional,[2] algo por completo distinto de la ciencia médica antigua.

La incorporación de la ciencia médica al sistema de cultura de la Antigüedad ya avanzada, tal como la encontramos por lo que se refiere 784 a los griegos en Galeno y en cuanto a los romanos en las obras "enciclopédicas" de Catón, Varrón y Celso,[3] ninguno de los cua­les era médico, significa sencillamente el reconocimiento a posteriori de la posición efectiva de gran potencia que la medicina había sa­bido conquistar durante y a partir de la segunda mitad del siglo v. Posición que debió en primer lugar a la feliz circunstancia de haber encontrado por primera vez en aquella época representantes de un horizonte espiritual universal que la colocaron en el nivel que había de ocupar en todos los tiempos posteriores. El auge de la medicina se explica en segundo lugar por su fecunda colisión con la filosofía, gracias a la cual esclareció ésta su conciencia metódica de sí misma y pudo llegar a adquirir el cuño clásico de su concepto peculiar del saber. Y a ello contribuyó también, por último, y en un grado con­siderable, el hecho de que la cultura griega se hallase de por sí orien­tada tanto hacia la formación del cuerpo como hacia la del espíritu. Esta concepción aparecía simbolizada ya desde el primer momento en la dualidad de gimnasia y música, suma y compendio de la cultura griega antigua. La nueva época se manifiesta en la aparición del médico[4] como figura normal al lado del gimnasta, en lo tocante a la educación física, al paso que en el campo de la educación espiritual surge paralelamente, como personaje descollante al lado del músico y el poeta, el filósofo. La posición única que ocupa el médico en la Grecia de los tiempos clásicos responde principalmente a esta rela­ción en que se halla con la paideia. Hemos examinado todas las fases de desarrollo de la gimnasia a partir de Homero, en la medida en que sus ideales se plasmaban en la gran poesía de cada época y con­quistaban un lugar dentro del panorama de conjunto de la existencia humana. A diferencia de la gimnasia, la medicina produjo ya desde muy pronto una literatura propia que nos revela su esencia y a la que se debe su influjo universal. Al mismo tiempo, tenemos en ella la confirmación de que esta ciencia es en realidad una conquista de la época racionalista, a pesar del elogio homérico[5] del arte del médico, del que dice que "vale por muchos otros hombres".

Al principio, cuando se incorporó a la historia de la cultura grie­ga, la medicina recibió más de lo que aportó. Nada caracteriza mejor su situación espiritual que el hecho de que se halle redactada en prosa jónica toda la literatura médica de los dos siglos clásicos que ha lle­gado a nosotros en obras completas. Aunque algunas de las obras conservadas procedan probablemente de Jonia, su lugar de origen sólo 785 explica en una parte pequeñísima el fenómeno a que aludimos. Hi­pócrates vivió y enseñó en Cos, isla de población y lengua dóricas; el hecho de que tanto él como sus discípulos escribiesen sus obras en jónico, idioma que sería también seguramente el que emplearían en sus conversaciones científicas, sólo puede explicarse por una razón: por la influencia y la superioridad de la cultura y la ciencia jónicas en aquella época.

En todas partes y en todos los tiempos ha habido médicos, pero la medicina griega sólo se convirtió en un arte consciente y metódico bajo la acción de la filosofía jónica de la naturaleza. Y la conciencia de este hecho no debe en modo alguno oscurecerse por la actitud mar­cadamente antifilosófica de la escuela de Hipócrates, en cuyas obras encontramos plasmada por vez primera la medicina griega.[6] La me­dicina jamás habría llegado a convertirse en una ciencia sin las indagaciones de los primeros filósofos jónicos de la naturaleza que buscaban una explicación "natural" de todos los fenómenos; sin su tendencia a reducir todo efecto a una causa, y a descubrir en la rela­ción de causa a efecto la existencia de un orden general y necesario; sin su fe inquebrantable en llegar a encontrar la clave de todos los misterios del mundo mediante la observación imparcial de las cosas y la fuerza del conocimiento racional. Hace algún tiempo que pode­mos consultar los apuntes del colegio de médicos de la corte de los faraones egipcios, procedentes del siglo iii a. c., y en ellos vemos con admiración y asombro el alto grado de capacidad de observación que poseían ya aquellos médicos y comprobamos de vez en cuando ciertos conatos notables de generalizaciones teóricas y razonamientos causales.[7] No puede uno menos que preguntarse: ¿por qué una medicina tan desarrollada como aquélla no llegó a convertirse en una ciencia, tal como nosotros la concebimos? Los médicos egipcios no adolecían ciertamente de falta de especialización, muy acentuada entre ellos, ni de falta de empirismo. La solución del enigma no puede ser más sencilla: estriba pura y simplemente en que aquellos hombres no abrazaban el punto de vista filosófico ante la naturaleza 786 en conjunto que abrazaban los jonios. Hoy sabemos que la medicina egipcia fue ya lo suficientemente fuerte para superar la fase de magia y de brujería que aún conoció la metrópoli griega en el mundo arcaico que rodeaba a Píndaro. Pero fueron los médicos griegos, disciplina­dos por el pensamiento normado de sus precursores filosóficos, los primeros que fueron capaces de crear un sistema teórico que pudiese servir de base de sustentación a un movimiento científico.

Ya en Solón nos encontramos, dentro de la órbita de las influen­cias culturales jónicas, con una visión perfectamente objetiva de las leyes que rigen el curso de las enfermedades y del entronque indi­soluble que existe entre la parte y el todo, la causa y el efecto, visión que por aquel entonces sólo podía darse probablemente, con una claridad tan grande, entre los jonios. Es ella la que en Solón cons­tituye la premisa evidente de su concepción orgánica de las crisis políticas como perturbaciones de salud en la vida de la colectividad humana.[8] La especulación hebdomádica de aquella poesía en que pone de relieve la periodicidad rítmica con que se suceden las distintas edades del hombre revela ya en el siglo vi la tendencia coincidente con el escrito Sobre las hebdómadas, notablemente posterior, y con ciertas partes del corpus hipocrático a reducir este orden regular a cifras uniformes como hacía por la misma época Anaximandro de Mileto y como más tarde harían Pitágoras, originario de Jonia, y sus discípulos.[9] El concepto de lo que es "adecuado" para cada edad y sus fuerzas aparece ya también en Solón. Más tarde nos encontra­mos con él como idea fundamental en que se basa la teoría médica de la dieta.[10] Un eco de la doctrina de la filosofía de la naturaleza, según la cual todo suceso natural representa una especie de compen­sación, nos lo ofrece la medicina con el concepto de la indemnización o reparación de un trastorno, tan frecuente en la explicación concreta de los procesos fisiológicos y patológicos.[11] Una idea estrechamente 787 relacionada con esto es la de la isomoira, es decir, la idea de la pro­porcionalidad entre los elementos fundamentales del organismo o de la naturaleza en conjunto como el estado sano y normal. Con esta idea nos encontramos en los autores médicos de la obra Sobre los vientos, las aguas y las regiones y, en cuanto al sentido, en casi todas partes,[12] mientras que otros conceptos fundamentales de la medicina griega, como el de la mezcla (κράσις) y el de la armonía, no se sabe si proceden de la filosofía de la naturaleza o si, por el contrario, fue­ron tomados por ésta del pensamiento médico.

En cambio, es absolutamente claro el origen del concepto de la naturaleza (φύσις) misma, que domina por sobre todos los demás. Ya al estudiar a los sofistas y su teoría de la educación hubimos de reco­nocer la importancia decisiva que para ellos tenía el concepto de la naturaleza humana como base del proceso educativo.[13] En Tucídides nos encontramos con el mismo concepto aplicado en un sentido his­tórico y vemos cómo su pensamiento histórico responde a la premisa de la existencia de una "naturaleza humana" que en sus rasgos fun­damentales permanece idéntica en todos los tiempos.[14] Tanto los so­fistas como Tucídides se hallaban influidos no pocas veces, en esto como en muchas otras cosas, por la medicina de su tiempo, donde se fraguó para aplicarlo como pauta constante el concepto de la natu­raleza del hombre (fu/sij tou= a)nqrw/pou). Pues bien, en este punto precisamente es donde la medicina se halla influida a su vez por el concepto de la physis en conjunto, de la naturaleza del universo (fu/sij tou= panto/j), concepto forjado y desarrollado por la filosofía jónica de la naturaleza. La conexión entre el pensamiento médico de las obras de Hipócrates y el estudio de la naturaleza en su conjunto en­cuentra una expresión grandiosa ya en la introducción al escrito Sobre los vientos, las aguas y las regiones:

"Quien desee aprender bien el arte del médico deberá proceder así: en primer lugar, deberá tener presentes las estaciones del año y sus efectos, pues no son todas iguales, sino que difieren radicalmente en cuanto a su esencia específica y en cuanto a sus transiciones. Asimismo, deberá observar los vientos calientes y fríos, empezando por los comunes a todos los hombres y siguiendo por los caracterís­ticos de cada región. Deberá tener presentes también los efectos de las diversas clases de aguas. Éstas se distinguen no sólo por su sabor y por su peso, sino también por sus virtudes. Cuando el médico [a 788 quien se considera, como era usual en aquella época, como un médico ambulante] llegue a una ciudad desconocida para él deberá precisar ante todo la posición que ocupa ante las diversas corrientes de aire y ante el curso del sol. . ., así como también observar lo que se refiere a las aguas. . . y a la calidad del terreno. . . Conociendo lo referente al cambio de las estaciones y del clima y a la salida y ocaso de los as­tros. . . conocerá de antemano la calidad del año. . . Puede que alguien opine que todo esto se halla demasiado orientado hacia la ciencia natural, pero quien tal piense puede convencerse, si es capaz de apren­der algo, de que la astronomía puede contribuir esencialmente a la medicina, pues el cambio de las enfermedades del hombre se halla relacionado con el cambio del clima."

Es el sentido para enfocar el conjunto lo que nos da una sensa­ción de superioridad en este modo de concebir el problema de las enfermedades. Las enfermedades no se consideran aisladamente y como un problema especial, sino que el autor se fija con mirada segura en el hombre víctima de la enfermedad con toda la naturaleza que le circunda, con las leyes generales que la rigen y con su calidad individual. Es el mismo espíritu de la filosofía milesia de la natura­leza que inspira las memorables palabras del ensayo Sobre la enfer­medad sagrada (es decir, la epilepsia) que dicen que la tal enferme­dad sagrada no es ni más ni menos divina que cualquiera otra y responde a causas naturales, lo mismo que las demás. Todas las en­fermedades son divinas y humanas.[15] La idea fundamental de las indagaciones presocráticas, el concepto de la physis, no se aplicó ni se desarrolló tan fecundamente en ningún terreno como en la teoría de la naturaleza humana física, que desde entonces había de trazar el derrotero para todas las proyecciones del concepto sobre la naturaleza espiritual del hombre.

En el transcurso del siglo ν empiezan a desplazarse las relaciones entre la filosofía de la naturaleza y la medicina: los filósofos, como Anaxágoras y Diógenes de Apolonia, asimilan a su pensamiento co­nocimientos de medicina y especialmente de fisiología o son al mismo tiempos filósofos y médicos, como ocurre con Alcmeón, Empédocles e Hipón, pertenecientes los tres a la escuela griega occidental. Y esta fusión de intereses no deja de repercutir, a su vez, sobre los médicos, que ahora toman en parte de los filósofos sus teorías físicas siste­máticas como base de sus propias doctrinas, tal como puede obser­varse en algunas de las llamadas obras hipocráticas. Por tanto, a la fase de fructífero acercamiento inicial de dos formas de conocimiento de la naturaleza de modalidad tan distinta sigue un periodo de inge­rencias mutuas y fluctuantes en el que parecen borrarse todas las lindes. Es en este momento, lleno de peligros para la existencia independiente de la medicina, cuando se inicia la más antigua litera­tura médica de los griegos que ha llegado a nosotros.

789

No podemos menos que entrar a examinar aquí brevemente el problema filológico que esta literatura nos plantea. El hecho de que se haya conservado esta masa de escritos, así como también su estilo y el estado peculiar con que nos son trasmitidos, señala claramente su relación con la práctica profesional y docente de la famosa escuela médica que tuvo su sede en la pequeña isla de Cos. El periodo de florecimiento de esta escuela comienza a mediados del siglo ν y va aso­ciado al nombre de su maestro Hipócrates, en quien Platón ve ya a comienzos del siglo IV la personificación de la medicina por anto­nomasia, como Polícleto o Fidias lo son del arte plástico;[16] Aristó­teles lo invoca también como prototipo del gran médico. Cien años más tarde, esta escuela tiene aún por guía a una figura tan importante como Praxágoras, el autor de la teoría del pulso. Las obras médicas de los siglos ν y IV a. c. que han llegado completas a nosotros se colocan sin excepción bajo el nombre de Hipócrates y nos son tras­mitidas bajo la forma de un cuerpo de escritos de la Antigüedad. Las más recientes investigaciones científicas consagradas a ellos han demostrado en gran medida que los escritos que forman esta colección, escritos que en no pocos puntos se contradicen entre sí y hasta se combaten, no pueden proceder del mismo autor, conclusión a que había llegado ya la filología hipocrática de la Antigüedad. Esta filo­logía surgió, al igual que la aristotélica, como un fenómeno conco­mitante del renacimiento espiritual de aquellos dos grandes maestros en el periodo helenístico, y existió mientras la cultura griega y la ciencia médica como parte integrante de ella permanecieron en pie. Los extensos y eruditos comentarios de Galeno a las obras de Hipó­crates y todo lo demás —aportaciones lexicográficas y otros escritos acerca de este autor— que ha llegado a nosotros, fragmentariamente o en su integridad, procedente de esta etapa posterior de la Anti­güedad, proyectan ante nuestros ojos una imagen de aquellas inves­tigaciones sabias que infunde respeto ante su ciencia y su capacidad, pero que al mismo tiempo le hace a uno sentirse escéptico ante su confianza excesiva en poder volver a descubrir el auténtico Hipócrates entre la masa de los escritos hipocráticos. El número de obras sus­ceptibles de ser atribuidas al propio Hipócrates y que la crítica más reciente se ha creído autorizada a desglosar de nuestra colección es cada vez más reducido y su contingente varía según la tendencia que se le achaque, entre las distintas tendencias médicas que pueden distinguirse 790 en este cuerpo de doctrina. Así, pues, el último resultado a que se llega después de toda la serie de esfuerzos emprendidos en este terreno con gran alarde de paciencia y de agudeza, es la resig­nación.[17]

Por otra parte, la abundancia de escritos en esta colección hipocrática es copiosísima y la búsqueda del verdadero Hipócrates pro­yecta involuntariamente una imagen diferenciada del conjunto de la investigación médica en el periodo clásico del espíritu griego. Esta imagen, aunque sólo pueda reconstruirse en sus líneas generales, tiene un encanto extraordinario, pues a través de ella no se revela tan sólo un sistema docente, sino el proceso vivo de toda una ciencia, en todas sus ramificaciones y en todos sus contrastes. Es evidente que los escritos que han llegado a nosotros con el nombre del maestro de Cos no representan precisamente una especie de edición de sus "obras completas" que circulase en el comercio librero de su tiempo, sino la suma de las obras antiguas que los filólogos alejandrinos del siglo ii a. c. encontraron en el archivo de la escuela de medi­cina de Cos, al esforzarse en salvar para la posteridad la herencia literaria de Hipócrates y de los demás clásicos. Indudablemente, estos papeles no habían sido clasificados, ni mucho menos. Junto a obras ya publicadas o preparadas para su publicación, aparecían copiosas recopilaciones de materiales en bruto, o bien materiales elaborados, pero no para fines literarios, sino para ilustración de otros colegas. Entre ellas figuraban también obras que no procedían del mismo círculo médico de la isla de Cos, cosa muy natural, pues la ciencia no habría tardado en estancarse si nadie se hubiese preocupado de saber lo que los demás pensaban y descubrían. La objetividad im­personal que presidía el funcionamiento de la escuela explica por qué estas obras se incluían entre las del círculo hipocrático y por qué no se distinguía cuidadosamente entre los escritos de los discípulos y los del maestro. Además, todo el mundo sabía cuál era el parecer del otro. Es el mismo fenómeno con que nos encontramos cuando se trata de ordenar la herencia literaria de las cabezas de grandes es­cuelas filosóficas como Platón y Aristóteles,[18] aunque en menor grado que con respecto a Hipócrates.

791

El "juramento" hipocrático que debían prestar quienes deseasen ingresar en el gremio contenía, entre otras, la obligación solemne de guardar el secreto de la doctrina. Ésta se trasmitía, por lo general, de padres a hijos, ya que éstos solían suceder a aquéllos en el ejer­cicio de la profesión. Las personas extrañas eran equiparadas a los hijos al ser aceptadas como discípulos. A cambio de ello se obligaban a trasmitir gratuitamente el arte médico a los hijos que su maestro dejase al morir.[19] Otro rasgo típico era también, indudablemente, el de que los discípulos se casasen, como los aprendices, dentro de la corporación. Del yerno de Hipócrates, Polibo, se nos dice expre­samente que era médico. Por cierto que es el único miembro de la escuela de Cos de quien Aristóteles cita nominalmente una detallada descripción del sistema venoso. Esta descripción figura todavía en una de las obras más famosas de nuestro Corpus hipocrático.[20] Este rasgo concreto contribuye a aclarar poderosamente el carácter de toda la colección a que nos estamos refiriendo. Aunque es precisamente en la época de Hipócrates cuando la gran personalidad como tal em­pieza a destacarse en la medicina, como mucho antes se había des­tacado ya en la poesía y en el arte y desde el primer momento en la filosofía, en la profesión de la medicina la solidaridad gremial es aún tan fuerte que en la práctica profesional no es corriente que se haga hincapié en la paternidad individual de determinadas ideas y doctrinas. En la exposición oral de las enseñanzas ante el gran pú­blico era, evidentemente, donde el médico investigador exteriorizaba en su propio nombre sus ideas personales. De este tipo de conferen­cias han llegado varias a nosotros entre las obras de Hipócrates, pero sin los nombres de sus autores. En uno de los escritos hipocráticos se citan, evidentemente, algunas obras de otras escuelas, como las "doctrinas cnídicas", en las que se recogen las concepciones de la an­tigua escuela médica de Cnido en el Asia Menor, escuela que se man­tuvo también floreciente por espacio de varios siglos,[21] pero hasta hoy no se ha conseguido probar de un modo definitivo que algunas de las obras conservadas eran el testimonio auténtico de otra determina­da escuela. La época de alrededor del año 400 dejaba un margen tan amplio a la exteriorización de las opiniones individuales, aun en el terreno de la ciencia, que sería desatentado querer apoyarse en to­das y cada una de las ideas divergentes de la escuela de Cos para inferir, a base de ellas, sin más elementos, la existencia de una escuela distinta. Sin embargo, el hecho de que existieron una escuela médica en Cnido (Asia Menor) y otra escuela helénica-occidental y siciliana,[22] se halla comprobado por las investigaciones del siglo pasado, aunque nuestro conocimiento, por falta de materiales, adolezca de grandes la­gunas en lo que a sus doctrinas se refiere.

La literatura médica es algo perfectamente nuevo en la evolución espiritual del helenismo en el sentido de que, a pesar de su carácter directamente docente, no se dirige en una parte pequeña al hombre como tal, al modo como lo hacían la filosofía y la poesía. La apari­ción de la literatura médica es el ejemplo más importante de un fenómeno de la época que a partir de ahora va atrayendo cada vez más nuestra atención: la tendencia progresiva a dar a la vida un giro técnico y a la creación de profesiones especiales que requieren una especialización basada en altos postulados espirituales y éticos y asequible sólo a un número reducido de personas. Es significativo que las obras de los médicos hablen mucho de "profanos" y "profe­sionales". Es una distinción preñada de consecuencias, con las que nos encontramos aquí por vez primera. La palabra "lego" (''pro­fano") procede del lenguaje medieval de la Iglesia y servía en sus orígenes para designar a los no clérigos y más tarde, en un sentido amplio, a los no profesos; en cambio, el término griego de idiotés, con que se expresa la misma idea, tiene un origen político-social. Designa al individuo que no se halla encuadrado dentro del estado y de la comunidad humana, sino que se mueve a su antojo. Por oposición a él, el médico se siente un demiurgo, es decir, un hombre de actuación pública, nombre que se da también, por lo demás, a todo artesano que se dedica a fabricar zapatos o herramientas para la gente. Los profanos, considerados como objeto de la actividad demiúrgica del médico, suelen designarse también como "miembros del demos" (δημόται). El nombre de demiurgo abarca plásticamente los dos aspectos de la profesión médica, el social y el técnico, mientras 793 que la palabra jónica χειρώναξ, palabra difícilmente traducible que suele emplearse como sinónimo, sólo acentúa el aspecto manual.[23] El médico griego comparte con el artista la carencia de un nombre, que diferencie su alta capacidad de las actividades del artesano en sentido moderno. Por lo demás, la distinción que hoy se establece entre el profesional y el profano, el iniciado y el no iniciado, tiene su paralelo, dentro de la medicina griega, en aquellas hermosas pala­bras finales [24] del Nomos hipocrático: "Las cosas consagradas sólo se revelan a los hombres consagrados; se halla vedado revelárselas a los profanos, mientras no se hallen iniciados en los misterios del saber." Es la idea religiosa de dos series distintas de hombres, sepa­radas por la divisoria rigurosa de una ciencia oculta y asequible sólo a unos cuantos, idea que no enfoca la importancia del profesional únicamente en el aspecto técnico o social, sino que además le infunde una dignidad superior. Este lenguaje solemne constituye un elocuente testimonio del alto nivel ético y de la conciencia propia que tenía en aquella época la profesión médica, si no en el propio Hipócrates, por lo menos en un hombre a quien no se le ocultaba lo que la pose­sión de un conocimiento profundo de la naturaleza hacía de esta profesión. Por lo demás, las palabras citadas indican, desde luego, que se sentía como un problema la posición aislada, aunque elevadísima, que el nuevo tipo de médico ocupaba dentro del conjunto de la comunidad.

En la realidad, la nueva ciencia médica no se halla netamente separada, ni mucho menos, de la vida general del espíritu, sino que procura conquistar un lugar fijo dentro de ella. Aunque se base en un saber especial que diferencia al profesional médico del profano, se esfuerza conscientemente en comunicar a éste sus conocimientos y en encontrar los medios y los caminos necesarios para hacerse inte­ligible a él. Surge así una literatura médica especial, destinada a las personas ajenas a esta profesión. Afortunadamente, ambas clases de literatura, la profesional y la destinada al gran público, han llegado a nosotros. A la primera pertenece la gran masa de las obras médicas que se conservan. Estas obras no pueden ser valoradas aquí, pues nuestro interés recae primordialmente, como es natural, sobre la se­gunda clase de obras, no sólo porque éstas responden a exigencias literarias más altas, sino porque guardan una estrecha relación con lo que los griegos llamaban paideia.[25] En la época en que los médicos 794  empezaban a exponer ante el público sus problemas, siguiendo las huellas de los sofistas, en forma de "conferencias" (e)pidei/ceij) ο de "discursos" (λόγοι) preparados por escrito, no existía aún una idea clara en cuanto a la medida en que un idiotés debía preocuparse de estas cosas. La actuación de los médicos como oradores sofistas am­bulantes representaba un intento de realzar la importancia pública de esta profesión. La energía espiritual de quienes lo afrontaron no sólo despertó un interés transitorio por su causa, sino que creó algo así como el nuevo tipo del "hombre culto en medicina", es decir, del hombre que consagraba a los problemas de esta ciencia un interés especial aunque no profesional y cuyos juicios en materia médica se distinguían de la ignorancia de la gran masa.

La mejor ocasión que podría brindarse para iniciar al profano en los pensamientos médicos era, como es natural, el tratamiento de los enfermos. La diferencia existente entre el médico de los esclavos y el médico formado científicamente que curaba a los hombres libres se revela, según la divertida exposición que hace de esto Platón en las Leyes, en el modo como ambos médicos procedían con sus enfermos. Los médicos de esclavos corren de unos pacientes a otros y dan sus instrucciones sin hablar (aneu lo/gou), es decir, sin pararse a razonar sus actos, a base de la simple rutina y la experiencia. Este médico es un tirano brutal. "Si uno de estos médicos oyese hablar a un médico libre con pacientes libres en términos muy semejantes a los de las con­ferencias científicas (tou= filosofei=n e)ggu/j), exponiendo cómo concibe la enfermedad en su origen y remontándose a la naturaleza de todos los cuerpos, aquél se echaría seguramente a reír y diría lo que la mayo­ría de las gentes llamadas médicos replican de inmediato en tales casos: 'Lo que haces, necio, no es curar a tu paciente, sino enseñarle, como si tu misión no fuese devolverle la salud, sino convertirle en médico'." [26] Platón, por su parte, ve en esta paideia médica, basada en la ilustración a fondo del enfermo, el ideal de la terapéutica cien­tífica. Es una concepción tomada por él de la medicina de su tiempo. En las obras hipocráticas nos encontramos a veces con reflexiones de los médicos acerca del mejor modo de hacer llegar sus conoci­mientos a los profanos. "Esta techné debe estar más atenta que cual­quier otra a la preocupación de hablar en términos inteligibles para los profanos", dice el autor de la obra Sobre la medicina antigua. Para ello se debe tomar como base los padecimientos de la misma gente. Aunque como profanos no estén en condiciones de formarse 795 una idea de sus enfermedades y de las causas y el tratamiento de éstas, no es difícil hacerles comprender que las normas que han de se­guirse en estos casos no son otra cosa que el recuerdo de sus pro­pias experiencias por parte del enfermo. Para el autor de esta obra, el hecho de que sus pareceres como médico se hallen en consonancia con la anamnesia del enfermo constituye ni más ni menos que un cri­terio de verdad.[27]

No hace falta exponer aquí todos los pasajes en que se toca el problema de la iniciación de los profanos o en que los autores hablan directamente a éstos. No todos los médicos, ni mucho menos, proce­den con arreglo al consejo que da el autor de la obra Sobre la medicina antigua de guiarse inductivamente por la experiencia del propio en­fermo. Otros proceden, según sus dotes o según las ocasiones que se les brindan, precisamente en el sentido contrario, y desarrollan ante un auditorio profano teorías de carácter general acerca de la esencia de las enfermedades, como el autor de la obra Sobre la naturaleza del hombre, o, como hace el autor de la obra Sobre el arte, ponen al pú­blico como juez en el problema de si la medicina constituye o no una verdadera techné. En el Simposio de Platón, el médico Erixímaco desarrolla ante los profanos, de sobremesa, una larga e ingeniosa con­ferencia sobre la esencia del eros desde el punto de vista de la medi­cina y de la filosofía de la naturaleza.[28] En los círculos cultos se prestaba gran atención a estos temas. El entronque con la filosofía de la naturaleza que estaba de moda por aquel entonces, era segura­mente lo que les daba interés. Jenofonte pinta en el joven Eutidemo, que más tarde se convertiría en un ardiente partidario de Sócrates, el nuevo tipo de este hombre culto. Sólo mantiene amores espirituales y ha comprado ya toda una biblioteca. Ésta se halla formada por obras de arquitectura, de geometría y astronomía, y sobre todo por mu­chos libros de medicina.[29] Es lógico que un acontecimiento como el de la gran peste que se desató en la guerra del Peloponeso engen­drase toda una literatura médica, afanosamente leída por el gran pú­blico. Esta literatura incitó a un profano en cuestiones de medicina como el historiador Tucídides a describir en su famosa, exposición los síntomas de la enfermedad, moviéndose por entre la muchedum­bre de hipótesis contradictorias acerca de la causa de la epidemia y prescindiendo de toda etiología.[30] Sin embargo, en su informe se advierte hasta en los detalles terminológicos el estudio de la literatura profesional.

Aristóteles comienza su obra Sobre las partes de los animales con estas palabras: [31] "Ante toda ciencia, sea importante o insignificante, caben dos actitudes: una, la que merece el nombre de conocimiento científico, otra, la que podemos designar preferentemente como una  796 especie de cultura (παιδεία). En efecto, lo que caracteriza al hombre culto es el poder juzgar certeramente si el que habla concibe la cosa de un modo exacto o falso. Para nosotros, la esencia del hombre culto en general y el hecho de serlo residen, por tanto, en la capa­cidad para hacer eso, con la diferencia de que por hombre culto en general entendemos aquel hombre que reúne en su persona, por decirlo así, la capacidad de discernir acertadamente acerca de todo, mientras que éstos de que ahora hablamos sólo poseen esa capacidad de discernimiento para un campo especial, pues también dentro de los campos especiales existe indudablemente una forma de hombre culto que corresponde a aquel tipo del hombre culto en general." Esta misma distinción que Aristóteles establece aquí entre el investigador profesional de la naturaleza y la persona simplemente culta en ma­teria de ciencia natural (pues de esto se trata), se señala también de modo expreso en otro pasaje de la Política entre el médico y el hombre culto en materia de medicina. En este pasaje, Aristóteles[32] señala incluso tres etapas del saber: la del médico práctico, la del investigador original, que a su vez trasmite al médico sus conoci­mientos, y el hombre culto en materia de medicina. Y tampoco aquí se olvida de añadir que este tipo de gente existe en todas las especia­lidades. Con este ejemplo se propone dejar sentado que no es sólo el político actuante, sino también el hombre culto en materia de polí­tica, quien puede tener una capacidad de discernimiento; sin embargo, el hecho de que eligiese como ejemplo precisamente al hombre culto en materia de medicina demuestra que este tipo de hombre abunda de modo especial en el campo médico.

La distinción entre el estudio de una materia simplemente para adquirir una cultura personal y el ocuparse profesionalmente de ella se presentaba ya entre los atenienses distinguidos de aquella época, los cuales, aunque asistían con asiduidad a las conferencias de los sofistas distaban mucho de aspirar a convertirse en sabios profesio­nales.[33] Platón caracteriza ingeniosamente en el Protágoras esta re­serva interior que abrigaban hasta los oyentes más entusiastas de los sofistas.[34] Y otro tanto podemos decir, en lo tocante a la medicina, del Eutidemo de Jenofonte, quien, aunque gustaba de leer libros de carácter médico, se echó a temblar cuando Sócrates le preguntó si quería hacerse médico.[35] La variedad de intereses que se refleja en la formación de su biblioteca de amateur corresponde precisamente a la naturaleza de este nuevo tipo de "cultura general". Por eso Je­nofonte pone los diálogos de Eutidemo expresamente bajo la rúbrica de "Actitud de Sócrates ante la paideia".[36] Esto demuestra que dicha  797 palabra va adquiriendo cada vez más este sentido entre ciertas capas sociales. No es nuestra misión investigar aquí una función específica y concreta de la cultura, sino exponer ésta en toda la riqueza de sus manifestaciones. Entre ellas no podía faltar un tipo nuevo y tan lleno de consecuencias como éste. El concepto aristotélico del hombre culto en materia de medicina o de ciencia natural es menos confuso que el tipo descrito por Platón y Jenofonte. Aristóteles entiende por la ca­pacidad de discernimiento que atribuye al hombre culto un cierto sentimiento en cuanto al modo adecuado de tratar un objeto y que no necesita envolver forzosamente el conocimiento de la verdad. Éste sólo lo posee el investigador científico; en cambio, la capacidad de discernimiento puede tenerla también el hombre meramente culto, y no pocas veces el sentimiento de éste es más de fiar que el que abriga el hombre productivo con respecto a su propia obra. La aparición de esta esfera intermedia entre la ciencia profesional pura y el cam­po del profano absoluto es un fenómeno característico de la historia de la cultura griega del periodo postsofístico. Aristóteles la da ya por supuesta como algo evidente por sí mismo. Sus orígenes no se nos revelan en ningún otro campo con tanta claridad como en la antigua literatura médica, tan preocupada del proselitismo. En qué medida los conocimientos profesionales de una ciencia pueden incorporarse a la órbita de la cultura es algo que se halla condicionado por el estándar de lo selecto, frontera que será siempre insuperable. Tam­bién en Aristóteles nos encontramos constantemente con la máxima ética, que le lleva asimismo a amplias consecuencias como político de la cultura, de que una excesiva especialización (a)kri/beia) es in­compatible con una formación libre del hombre y una auténtica kalokagathia.[37] Principio éste de la alta cultura de la nobleza que reapa­rece y se impone hasta en la época del triunfo de las ciencias espe­cializadas.

La situación en que nos encontramos al "arte médica" —como la llamaban los griegos— en la literatura médica más antigua era lo bastante crítica para suscitar en un ambiente como aquél el interés del gran público. Más arriba hemos intentado, mediante deducciones a base del arsenal de conceptos científicos de que disponía la me­dicina en la época de Hipócrates, reconstruir la influencia que la filosofía de la naturaleza ejerció sobre el pensamiento médico y for­marnos una idea de la transformación sufrida gracias a él por la medicina antigua. Es verdad que hace falta tener cierta fantasía histórica 798 para comprender en todo su alcance esta transformación y re­presentarse el abismo inmenso que separa a esta medicina científica de la fase primitiva que la precedió. Sin embargo, esta reflexión es necesaria para no considerar como algo evidente la existencia en el siglo ν de una ciencia médica altamente desarrollada. Es un peligro en que podemos incurrir fácilmente si tenemos en cuenta que las ideas fundamentales de aquella ciencia médica son todavía, en parte, las que imperan hoy. aunque en el detalle la hayamos dejado ya muy atrás desde el siglo pasado. La lucha contra la primacía de las teo­rías de la filosofía de la naturaleza, lucha de la que arranca nuestra tradición histórica en materia de medicina, no es más que un síntoma de las repercusiones de aquella grande y necesaria revolución que por entonces estaba ya terminada, en lo esencial. La medicina se basa desde entonces en el conocimiento de las relaciones, sujetas a leyes, del organismo frente a los efectos de las fuerzas en que se basa todo el proceso de la naturaleza y también, por tanto, la existencia física del hombre, tanto en estado normal como en sus enfermedades. El haber conquistado esta premisa metódica segura abrió nuevas pers­pectivas en todas las direcciones y el espíritu griego, con aquella clara conciencia, aquella agudeza y aquella consecuencia que le eran innatas, se puso a investigar mentalmente hasta el fin cada uno de estos caminos, en la medida en que se lo permitía la experiencia con que contaba. Era perfectamente lógico que al recoger los conceptos decisivos de la filosofía de la naturaleza, irrumpiesen también en la medicina e inquietasen los espíritus de las masas las ideas cosmoló­gicas de esta filosofía.

Ya dijimos que algunos de los nuevos filósofos de la naturaleza como Empédocles derribaron las barreras divisorias y se adueñaron a su vez de la medicina. Se trasluce aquí el mismo rasgo sintético que Empédocles revela al aunar el empirismo filosófico-natural con la actitud de un profeta religioso. Sus éxitos como médico práctico tenían que realzar necesariamente la importancia de sus doctrinas médicas. Su teoría física de los cuatro elementos perdura en la me­dicina de los siglos siguientes como la doctrina de las cuatro cuali­dades fundamentales, lo caliente, lo frío, lo seco y lo húmedo. Se combinan de distintos y curiosos modos con la teoría médica de los humores básicos (χυμοί) y del cuerpo entonces imperante o desplaza incluso toda otra base para convertirse en fundamento exclusivo de la medicina teórica. A la luz de este ejemplo podemos ver clara­mente cómo las concepciones físicas de la filosofía penetran en el campo de la medicina y de qué modos tan distintos reaccionó ésta a aquellas influencias, cómo unos capitularon de modo completo ante el nuevo punto de vista para pensar en lo sucesivo exclusivamente den­tro de los conceptos de caliente y frío, seco y húmedo, mientras que otros intentaban injertar esta nueva teoría de las cualidades en la anterior teoría de los humores y compaginarla con ella, y otros, finalmente, la 799 rechazaban como perfectamente inservible o como de interés secun­dario para el médico. Este ejemplo ilustra claramente la curiosidad espiritual de los médicos y la atención con que seguían cuanto suce­día en todo el ámbito de la ciencia natural. La aplicación precipitada de teorías no suficientemente examinadas para la explicación de fe­nómenos sólo en parte es un defecto achacable a la mentalidad griega, pues debe imputarse principalmente a la escasa experiencia acumulada en aquella época. En lo tocante a la fisiología y a la patología, el pensamiento teórico estaba todavía en mantillas. Y no debe asom­brarnos tanto la tendencia a generalizar demasiado o a esquematizar como la rapidez y la seguridad con que el genio médico, preocupado ante todo de curar a los enfermos y con este objetivo siempre pre­sente, se abstiene de especulaciones estériles por el momento y man­tiene abierto el camino del verdadero progreso.

Con este giro renovado hacia el empirismo y hacia la minuciosa observación de los requisitos de cada caso concreto, el campo de la medicina como un arte independiente se deslinda definitivamente de la simple filosofía de la naturaleza, después de haber alcanzado el rango de ciencia con ayuda de ésta, y se convierte en rigor en una ciencia médica. El desconocido autor de la obra titulada Sobre la me­dicina antigua es, antes que todo, quien propugna de un modo fun­damental por esta orientación. Y seguramente que no se hallaba solo en su época, sino que era el portavoz de lo que en este caso podemos llamar con sinceridad una escuela. Y esta escuela no era otra que la de Hipócrates, aunque éste no fuese personalmente el autor de la obra de referencia, y en este sentido podemos afirmar que la escue­la de Cos fue en realidad la primera fundación de la medicina como una ciencia especial con existencia propia. Claro está que la tesis del autor era precisamente la de que la medicina no necesitaba de una fundamentación nueva, puesto que hacía mucho tiempo que era un arte verdadera y efectiva. Por eso repudia a los médicos para quienes una verdadera techné exige un principio armónico al que puedan reducirse todos los fenómenos concretos, como lo hacen los filósofos con sus sistemas.[38] Según el criterio del autor, este intento no con­duce, como se piensa, a la eliminación de titubeos poco científicos en el modo de concebir las causas de las enfermedades, y menos aún a una terapéutica acertada, sino simplemente a trocar por una hipó­tesis insegura la sólida base de experiencia sobre la que ha descansado siempre la medicina. Es posible que ése sea el único camino para transitar por los oscuros dominios de lo ignoto en que se mueve por tanteos la filosofía. Pero el médico no puede marchar por él sin aban­donar todas las conquistas arrancadas trabajosamente por la expe­riencia médica en siglos y siglos de esfuerzo, desde sus orígenes pri­mitivos. Y el autor traza con rasgos enérgicos esta senda de desarrollo partiendo de la idea primitiva según la cual el médico es el hombre 800     que receta sopas y cucharadas. Poco a poco, el hombre, a fuerza de pruebas, va diferenciando sutilmente su alimento del de los animales y concibiéndolo como algo aparte. Pero el alimento que el médico pres­cribe para el enfermo representa ya una etapa superior, pues la ali­mentación de una persona sana no sería menos perjudicial para el enfermo que la comida de un animal para el hombre sano.[39]

Con este paso la medicina se convierte por vez primera en una verdadera techné, pues nadie se expresaría así tratándose de una cosa conocida hoy de todo el mundo como el arte culinario. Y, sin em­bargo, el principio sobre que descansa la alimentación del hombre sano y del enfermo es el mismo, en el fondo, a saber, el de lo adecuado.[40] Pero el descubrimiento de este criterio no se llevó a cabo por el mero hecho de distinguir entre alimentos pesados y ligeros, sino que abarca­ba también la determinación de la cantidad conveniente para cada cons­titución orgánica. Al enfermo le perjudica no sólo el exceso de co­mida, sino también la escasez de ella. En la dosificación de lo que cada individuo puede soportar es donde se conoce el verdadero mé­dico.[41] Éste es el hombre que sabe aplicar certeramente la medida adecuada en cada caso. No existe una norma susceptible de ser fijada en cifras o en peso y con arreglo a la cual pueda determinarse exacta­mente lo que conviene dar en cada caso. Todo depende, pues, del tacto seguro (ai)/sqhsij), el único que puede suplir la falta de un cri­terio racional.[42] Es aquí, por tanto, donde radica la fuente más im­portante de errores del médico práctico y puede considerarse como un gran maestro en su arte a quien sólo cometa de vez en cuando pequeños errores. La mayoría de los médicos se parecen a los malos navegantes: cuando el tiempo es bueno o tolerable no salen a relucir sus errores de navegación, pero cuando los sorprende una tormenta dura su incapacidad se pone de manifiesto ante todo el mundo.

El autor de esta obra es enemigo de las generalidades. No está de acuerdo con la afirmación de algunos "médicos y sofistas" según los cuales no se puede entender nada de medicina sin saber lo que es el hombre, cómo ha nacido y de qué materias está formado. Des­de un punto de vista teórico, estos investigadores tenían indudablemen­te toda la razón y si de nuestros empíricos dependiese, la química médica jamás habría llegado a descubrirse. Pero desde el punto de vista de la teoría de los elementos reinante a la sazón y que repre­sentaba un conato demasiado tosco todavía, sus reservas dan prácti­camente en el clavo. "Esta doctrina tiende a la filosofía, al modo como Empédocles y otros autores que han escrito sobre la naturaleza." Esto quiere decir que el autor a que nos referimos no ataca a Empédocles, 801 como generalmente se cree, interpretando mal sus palabras, sino que define la palabra "filosofía", que en esta época no tiene aún el sentido que hoy solemos darle.[43] mediante el giro "al modo como Empédocles y otros". Y opone a la tendencia de elevar la medicina al rango pretendidamente superior de la filosofía de la naturaleza estas palabras llenas de orgullo: [44] "Yo entiendo que no es posible llegar a resultados exactos acerca de la naturaleza por otro camino que no sea el de la medicina." Esta tesis, extraña para nosotros hoy, era absolutamente exacta en aquel tiempo. La investigación de la naturaleza no conocía aún, por aquel entonces, la exigencia de la exactitud. La medicina es la ciencia natural que establece esta exi­gencia antes que ninguna otra, ya que para ella todo resultado positivo dependía de la observación exacta de los hechos concretos y lo que en ella se ventilaba era la vida humana. El problema de los problemas, para nuestro autor, no estriba en lo que el hombre de por sí es, sino en "lo que es en relación con lo que come y bebe y a cómo vive y a los efectos que todo esto produce en él".[45] Y precave al médico contra la tendencia a creer que basta con decir: el queso es pesado, pues produce trastornos si se come en exceso. Quiere que se le diga exactamente qué trastornos produce y por qué y con qué partes inte­grantes del organismo humano es incompatible. Por lo demás, afirma que los efectos de este alimento difieren completamente según la natu­raleza del individuo y que las distintas clases de alimentos pesados lo son por distintas razones. En medicina es ridículo, por tanto, ha­blar de "la" naturaleza humana en general.

Los siete libros Sobre las epidemias que han llegado a nosotros trazan el fondo adecuado sobre el que se proyecta esta actitud em­pírica conscientemente sobria, típica de la nueva orientación médica.[46]

802

Contienen en su mayor parte historias clínicas sacadas de una práctica profesional indudablemente amplia que se extiende principalmente a lo largo de los países y las islas del norte de Grecia. Los casos con­cretos se designan muchas veces con nombres de lugares y personas. En ellos vemos brotar directamente de la experiencia concreta de la medicina el edificio de la ciencia médica que nos revela en su con­junto las obras de la escuela hipocrática. La redacción por escrito de estos "puntos de apoyo para la memoria" (u(pomnh/mata) constituye la mejor ilustración del criterio metódico con el que volvemos a en­contrarnos de nuevo en Aristóteles y según el cual el empirismo debe proceder partiendo de las percepciones trasmitidas por los sentidos y mediante el recuerdo. Y sobre los datos empíricos o suministrados por la experiencia se construye la techné, la verdadera teoría. En esta obra Sobre las epidemias colaboraron indudablemente varios autores. Su trabajo da relieve plástico a la grandiosa tesis con que comienzan los aforismos hipocráticos: [47] "La vida es breve, el arte largo, la oca­sión fugaz, el intento arriesgado y el juicio difícil." Sin embargo, tampoco el auténtico investigador se contenta con los detalles, aunque sólo de mala gana se aleje de ellos. La verdad no puede disolverse nunca por entero en la infinitud de los casos concretos y variables, y desde luego una verdad de este tipo no tendría gran valor para el hombre. De aquí que el pensamiento médico de esta época cree por vez primera el concepto de clases (ei)/dh) de naturaleza humana, de tipos, disposiciones, enfermedades, etcétera.[48] El eidos designa en pri­mer lugar, además, la forma, las características formales visibles de un grupo de individuos, comparados con los de otro grupo. Pero luego se hace extensiva a todos los rasgos comunes que de algún modo puedan encontrarse en cualquier pluralidad de fenómenos análogos, adquiriendo, sobre todo en plural, la significación de "tipo" o "clase". Tal es la clase de generalización que admite también el autor con respecto a la medicina antigua.[49] En cambio, se rechazan las afirma­ciones de estilo presocrático, tales como la de que el calor es el prin­cipio de la naturaleza y la causa de toda salud y enfermedad. En el hombre hay, según este autor, lo salado y lo amargo, lo dulce y lo ácido, lo áspero y lo suave y otras innumerables cualidades de distin­tos efectos que, estando mezcladas, no aparecen sueltas y no perjudican 803 tampoco al hombre.[50] Pero tan pronto como alguna de ellas se disocia de las otras y actúa por sí sola, produce efectos perjudiciales. Es la antigua teoría de Alcmeón de Cretona según la cual el imperio exclusivo (μουναρχίη) de una sola fuerza en el organismo es la causa de las enfermedades, y el equilibrio (i)sonomi/h) de las fuerzas la cau­sa de la salud.[51] El autor no admite, no ya la teoría de las cualidades, sino tampoco la famosísima teoría de los cuatro humores, la sangre, el moco, la bilis amarilla y la bilis negra, que más tarde y sobre todo a partir de Galeno se consideraría como la base de la medicina hipo­crática.[52] En esto se opone rígidamente al dogmático y esquemático autor de la obra Sobre la naturaleza del hombre, atribuida durante al­gún tiempo a Hipócrates.

Sin embargo, a pesar de toda la aversión que siente por todo lo que sea filosofía en el sentido de la época, a pesar de la brusquedad con que se presenta como un empírico redomado y con que delibe­radamente quiere desconcertar a la gente, no puede uno menos que asombrarse de la enorme cantidad de atisbos nuevos que se descu­bren en cuanto al pensamiento médico en el autor de la obra Sobre la medicina antigua, atisbos filosóficamente fecundos. Y hasta tiene uno la impresión de que él mismo tenía la conciencia de esto, aunque no apeteciese el título de sofista. Es cierto que nuestros historiadores y filólogos de la medicina, siguiendo las huellas de este autor, suelen entender por médico filósofo precisamente lo contrario de un inves­tigador empírico, así: un hombre con la cabeza llena de teorías cos­mológicas y cuyo lenguaje retumba de frases grandilocuentes tomadas de las obras de los filósofos presocráticos de la naturaleza, al modo del autor de los cuatro libros Sobre la dieta, que tan pronto habla como Heráclito como parece imitar a Anaxágoras o a Empédocles. Sin em­bargo, no era la reproducción servil por parte de algunos médicos de las teorías anteriores sobre la naturaleza lo que era con fecundidad filosófico en la medicina, sino el modo original y verdaderamente creador como los más capaces de ellos se esforzaban en comprender la "naturaleza", partiendo de un fragmento de la naturaleza en con­junto que nadie antes de ellos había escrutado tan profundamente y con una mirada tan clara para descubrir sus leyes peculiares.

Vimos ya que Platón, con su seguro instinto, se plegó estrecha­mente desde el primer momento a la medicina. Pero conviene que antes de seguir nos detengamos a examinar aquí este entronque, pues 804 la acción de la medicina sobre la filosofía de Platón y Aristóteles ilustra mejor que nada la importancia científica del nuevo método y del nuevo modo de pensar de la ciencia médica. Es tanto más oportuno examinar esto aquí cuanto que se trata del problema ver­daderamente central de la paideia. Es perfectamente lógico que Platón, al fundar su ciencia ético-política, no empezase apoyándose ni en la forma matemática del saber ni en la filosofía específica de la naturaleza, sino que tomase por modelo, como nos dice en el Gorgias y en muchos otros lugares, el arte médica. En el Gorgias se esclarece a la luz de la medicina la esencia de una verdadera techné, tal como Platón se la propone, y se derivan de aquélla sus características prin­cipales.[53] La techné consiste en conocer la naturaleza del objeto des­tinado a servir al hombre y que, por tanto, sólo se realiza como tal saber en su aplicación práctica. El médico es. según Platón, el hombre que a base de lo que sabe acerca de la naturaleza del hombre sano conoce también lo contrario de éste, o sea el hombre enfermo, y sabe, por tanto, encontrar los medios y los caminos para restituirlo a su estado normal. A este ejemplo se atiene Platón para trazar su imagen del filósofo, llamado a hacer otro tanto con el alma del hom­bre y su salud. El paralelo que Platón establece entre su ciencia, la "terapéutica del alma" y la ciencia del médico y lo que lo hace posi­ble y fecundo son dos cosas que ambas ciencias tienen de común: ambas clases de saber derivan sus enseñanzas del conocimiento obje­tivo de la naturaleza misma, el médico de su conocimiento de la naturaleza del cuerpo, el filósofo de su comprensión de la naturaleza del alma; pero ambos investigan el campo de la naturaleza a la que se consagran, no como un montón informe de hechos, sino con la mira de descubrir en la estructura natural del cuerpo o del alma el principio normativo que prescribe la conducta de ambos, la del médico y la del filósofo y educador. El médico da a esta norma de la existencia física el nombre de salud y éste es precisamente el aspec­to bajo el cual abordan la ética y la política Platónicas el alma del hombre.

Mientras que en el Gorgias el interés de Platón por la medicina recae principalmente sobre el carácter y la forma de una verdadera techné, en otro pasaje fundamental de sus obras en el que siente la necesidad de manifestarse sobre este punto, en el Fedro, se refiere más bien al método médico. En él Platón afirma que la medicina debiera servir de modelo para una verdadera retórica.[54] Por ello entiende aquí, lo mismo que en el Gorgias su propio "arte" filosófico-político, llamado a encauzar el alma del hombre hacia lo que verdaderamente 805 es mejor para él: ¿pero qué es, en este pasaje, lo decisivo para él en el método de la medicina? Creo que esto se ha pasado siempre por alto ante la seducción de las palabras pasajeras y medio humorísticas de Platón sobre Pericles, del que dice que era un ora­dor y un guía de almas tan formidable porque había aprendido de Anaxágoras aquel torrente sublime de palabras (a)dolesxi/a) sobre la naturaleza. Y como a continuación vuelve a hablar de que "sin la na­turaleza en conjunto" no es posible penetrar en el alma y de que esto lo ilustra la medicina de Hipócrates, que aplica el mismo prin­cipio al conocimiento del cuerpo, se concluía de aquí que Platón consideraba a Hipócrates como el típico médico basado en la filo­sofía de la naturaleza, algo así como el hombre a quien el autor de la obra Sobre la medicina antigua combate como un filosofastro. Pero la descripción tan precisa que Platón traza en seguida del mé­todo de Hipócrates se orienta en una dirección completamente distinta, y lo que aquí dice se destina exclusivamente a servir de modelo para la retórica y su arte de tratar las almas. Hipócrates, nos dice, enseña a preguntar siempre ante todo si la naturaleza del objeto con res­pecto al cual deseamos adquirir un verdadero saber y una verdadera capacidad es simple o multiforme (πολυειδές) y si es simple a seguir investigando hasta qué punto es capaz de influir sobre otro objeto de­terminado o de sufrir la influencia de éste; si, por el contrario, pre­senta múltiples formas (ei)/dh), a enumerar estas formas o tipos y a comprobar respecto a cada una de ellas lo que comprobaríamos si se tratase de un objeto simple, preguntándonos cómo influye sobre otros o cómo es susceptible de ser influido por éstos.

Esta descripción del método hipocrático no encaja en el tipo de médico que empieza el tratamiento de un resfriado con la definición del universo y de su causa primera. Encaja más bien en el procedi­miento seguido por el verdadero observador, procedimiento que en­contramos aplicado siempre en los mejores escritos del Corpus hi­pocrático. Lo afín a la imagen de Hipócrates que traza Platón no es el adversario "filosófico" del autor de la obra Sobre la medicina antigua, que nos habla de la naturaleza del hombre en general, sino por el contrario el autor "empirista" de esta obra, que le objeta a aquél que las naturalezas de los hombres difieren cualitativamente y que, por tanto, los efectos producidos por el queso en sus estómagos respectivos tienen que ser también necesariamente distintos. Claro está que sería precipitado concluir de aquí que el autor de esta obra fue precisamente el propio Hipócrates. En efecto, sus rasgos caracte­rísticos indican, por ejemplo, al autor del escrito Sobre la dieta y también al autor de la obra Sobre las epidemias. El fracaso de los intentos reiterados de desglosar de nuestro Corpus, partiendo de la descripción que Platón hace del método hipocrático, los escritos au­ténticos de Hipócrates, no se debe solamente a la falsa interpretación que se da al pasaje de Platón, sino también a la vaguedad excesiva 806 de la característica contenida en él, que atribuye específicamente a Hipócrates uno de los rasgos muy comunes a la medicina científica de fines del siglo ν y del siglo iv. Puede que Hipócrates fuese el autor de este método, pero entre ¡as obras que han llegado a nos­otros figuran también, probablemente, algunas de otros médicos dis­cípulos suyos. Lo único que cabe afirmar con seguridad es que la medicina del autor de la obra Sobre la naturaleza del hombre, orien­tada hacia generalidades de la filosofía de la naturaleza, al que Galeno aplicaba las palabras de Platón, o del tipo de aquella contra la que polemiza el autor de la obra Sobre la medicina antigua, representa lo contrario de lo que Platón describe como el método propio de Hipó­crates, o sea el método consistente en analizar cuidadosamente la na­turaleza (diele/sqai th\n fu/sin), en enumerar los tipos (a)riqmh/sasqai ta\ ei)/dh) y en determinar lo adecuado para cada uno de ellos (pro-sarmo/ttein e(/kaston e(ka/stw|).

No hace falta conocer a fondo los diálogos Platónicos para com­prender que el método que Platón caracteriza aquí como el propio y peculiar de la medicina no es otro que el seguido por él mismo, sobre todo en las obras de su última época. Leyendo la literatura médica se asombra uno, en efecto, de ver hasta qué punto se refleja en ella el criterio metódico de "Sócrates", tal como Platón lo expone. Ya hemos visto que la medicina empírica, obligada por la práctica, empieza a "enfocar conjuntamente", agrupándolos en tipos o formas (ei)/dh), para decirlo con las palabras de Platón, los casos concretos de las mismas características comprobadas por ella en una larga observación. Cuando se distingue una variedad de estos tipos se ha­bla en medicina de ei)/dh, pero cuando se trata simplemente de la unidad dentro de la variedad, se emplea ya el concepto de "una idea" (mi/a i)de/a), es decir, de un aspecto o de una faz. La investigación de las expresiones eidos e idea y del modo como las emplea Platón ha llegado, sin traer a colación a los médicos, a idéntico resultado.[55] Estos conceptos metódicos, que los médicos empiezan desarrollando con relación al cuerpo y a sus funciones, son trasplantados más tarde por Platón al campo de problemas en que se concentraban sus in­vestigaciones, al campo de la ética y, partiendo de aquí, al de toda su ontología. Ya los médicos habían reconocido como problema la multiformidad de las enfermedades y la posibilidad de establecer entre ellas numerosas divisiones ( πολυτροπίη, πολυσχιδίη), esforzándose en indagar las clases de cada enfermedad,[56] lo mismo que hace Platón 807 con su método dialéctico de la clasificación que él caracteriza también como la disección y división de los conceptos generales en sus diversas clases.[57]

Cuando Platón compara la ciencia médica con la filosofía, lo hace fijándose sobre todo en el carácter normativo de aquélla. Por eso pone como ejemplo de este tipo de saber, al lado del médico, al navegante, y otro tanto hace Aristóteles. Ambos toman este símil de la obra Sobre la medicina antigua, que es la primera que lo emplea en relación con el problema de que estamos tratando.[58] Pero mien­tras que Platón, al recoger esta imagen, piensa más bien en el cono­cimiento de la norma como tal, en Aristóteles el médico es tomado como modelo en otro sentido. Uno de los mayores problemas de la ética aristotélica consiste en saber cómo la norma, aun teniendo un carácter general, puede aplicarse a la vida del individuo y al caso concreto que momentáneamente parece sustraerse a toda reglamen­tación general. Esto tiene una importancia decisiva, en lo que se refiere sobre todo a la educación. De aquí que Aristóteles distinga esencialmente entre la educación individual y la educación colectiva, apoyándose para ello en el ejemplo de la medicina.[59] Pero la medi­cina ayuda también al filósofo a resolver el problema de cómo el individuo ha de encontrar la verdadera pauta de su conducta, ense­ñándole a descubrir el comportamiento ético adecuado como un justo medio entre el exceso y el defecto, por analogía con una dieta física sana.

Para comprender mejor estas expresiones bastará recordar que la ética, según Aristóteles, versa sobre la regulación de los impulsos humanos, del placer y el dolor. Ya Platón había aplicado los con­ceptos médicos de la llenura y el vacío a la teoría de las sensaciones de placer y adscrito ésta al género en que existe "un más o un me­nos" necesitado de regulación.[60] Aristóteles determina este criterio como el del justo medio, pero no concibe éste como un punto mate­mático fijo entre los extremos, ni como el centro absoluto de la escala, sino como el medio justo para el individuo de cuya conducta se trata. Por donde el comportamiento ético es la tendencia a "cen­trarse" en el medio justo para cada cual entre lo mucho y lo poco.[61]

808

Todos los términos empleados aquí por Aristóteles, el concepto del ex­ceso y del defecto, del punto medio y de la medida justa, el del centrarse y el del tacto seguro (ai)/sqhsij), la repudiación de una regla absoluta y el postulado de una norma adecuada a las carac­terísticas del caso concreto, son términos y criterios tomados directa­mente de la medicina y sirviéndose como modelo, concretamente, de la obra Sobre la medicina antigua.[62]

Nos cerraríamos a la comprensión del espíritu griego si quisiése­mos atenuar este hecho, en nombre, por ejemplo, de una "originalidad" interpretada y, por tanto, desvirtuada en un sentido moderno. Es éste un criterio falso que sólo puede servir para extraviarnos. Platón y Aristóteles infunden a su doctrina una autoridad mayor por el hecho de tomar como base una etapa de conocimiento alcanzada ya en un terreno paralelo. En el armazón de la vida griega todo se halla rela­cionado y una piedra descansa sobre la otra. Y es importante ver confirmado este tipo de estructura de la historia del espíritu helénico, que pudimos observar en cada una de las fases anteriores, ante un punto tan decisivo como el de la teoría central Platónica y aristo­télica sobre la areté del hombre. No se trata, sin embargo, como a primera vista podría pensarse, de simples analogías, sino de fundir toda la teoría médica sobre la acertada terapéutica del cuerpo con la teoría socrática sobre el cuidado y la terapéutica certeros del alma, para formar una unidad superior. El concepto Platónico y aristoté­lico de la areté del hombre abarca tanto las aretai del cuerpo como las del alma.[63] De este modo, la medicina se encuadra perfecta­mente dentro de la antropología filosófica de Platón. Y contemplado desde este punto de vista, aparece mucho más claro el problema de si y hasta qué punto la ciencia profesional de la medicina debe figurar en la historia de la paideia. La ciencia médica no sólo fomenta la comprensión de los problemas y del pensamiento de la medicina en amplios círculos, sino que, concentrándose en una órbita parcial de existencia humana, la del cuerpo, obtiene conocimientos de impor­tancia decisiva para la composición filosófica de una nueva imagen de la naturaleza humana y, por tanto, para la más perfecta formación del hombre.

De nada serviría a nuestro propósito examinar con el mismo detalle el contenido de la medicina de los griegos y su carácter. Una gran parte de ella está formada por simples pormenores de tipo profesional que no tienen un interés directo para el fin que nosotros perseguimos. Sin embargo, la medicina de los siglos V y IV trae, 809 aparte de lo dicho anteriormente, al gran proceso espiritual de la formación del hombre helénico una aportación directa cuya impor­tancia sólo ha sido reconocida y desarrollada por la ciencia médica moderna desde hace poco tiempo: la doctrina referente a la conser­vación de la salud del hombre. Es éste el verdadero hecho creador del espíritu hipocrático en materia educativa. Para comprenderlo, tenemos que proyectarlo sobre el fondo de la imagen total de la natu­raleza que trazan las obras de ciencia médica de aquella época. El concepto de la naturaleza es, como veíamos más arriba, un concepto omnipresente en el pensamiento de los médicos griegos. ¿Pero cuál era su contenido concreto? ¿Cómo concebía el espíritu investigador de la escuela hipocrática la acción de lo que se llamaba la physis? Hasta hoy, no se ha hecho ningún intento sistemático de determinar el concepto de la naturaleza en la antigua literatura médica de los griegos, a pesar de lo importante que sería para toda la historia del espíritu del mundo de entonces y de la posteridad. El verdadero mé­dico aparece siempre como el hombre que nunca desliga la parte del todo, sino que la enfoca siempre en sus relaciones de interde­pendencia con el conjunto. Y nuevamente podemos tomar como punto de referencia el juicio emitido sobre Hipócrates en el Fedro.[64] En sus palabras, Platón tiene presente lo que nosotros llamarnos la con­cepción orgánica de la naturaleza. Con su referencia al método de la medicina, se propone poner de relieve la necesidad de que en todos los terrenos se comprenda de un modo certero, primordialmente, la función de la parte dentro del todo, determinando así lo más adecuado para el tratamiento de la parte. Y la medicina es precisamente la ciencia que sirve de modelo para este método de in­vestigación. En el Fedón, Platón censura a la antigua filosofía de la naturaleza[65] por no haber tenido en cuenta el factor de la educación inmanente a un fin dentro del cosmos, factor que se halla relacionado del modo más estrecho con el método orgánico de investigación. Lo que echaba de menos en los filósofos de la naturaleza lo encontraba en la ciencia médica.

Es cierto que la ciencia natural y la medicina del siglo XIX veían de otro modo la medicina griega, y su prejuicio dogmático sirvió a su vez de criterio decisivo en cuanto al modo de abordar este pro­blema en las investigaciones de historia de la medicina realizadas por los filólogos.[66] Se sabía, indudablemente, que en los médicos 810  griegos de una época posterior, y sobre todo Galeno, desempeñaba ya un papel importante la concepción teleológica de los procesos naturales. Pero esto se debía, como a primera vista podía compren­derse, a que la influencia de la filosofía había venido a empañar en este punto el pensamiento médico. Por oposición a Galeno se consi­deraba a Hipócrates como un empírico puro, con lo cual se creía dar ya por sentado que el punto de vista teleológico era incompatible con él. A Hipócrates se le reputaba como uno de los grandes repre­sentantes antiguos de la actitud puramente mecánico-causal ante la naturaleza.[67] La idea de la "medida", imperante en la obra Sobre la medicina antigua y que los médicos griegos consideraban como un criterio obligatorio general, nos lleva a pensar que ese modo de concebir el carácter de la medicina hipocrática es, por lo menos, discutible. Al mismo tiempo, esa idea nos indica en qué sentido po­demos hablar aquí de teleología. El médico es el llamado a restaurar la medida oculta, cuando viene a alterarla la enfermedad. En esta­do de salud es la propia naturaleza la que se encarga de implan­tarla,[68] o bien es ella misma la medida justa. El concepto de "mezcla", tan importante y que representa en realidad una especie de equilibrio justo entre las diversas fuerzas del organismo, se halla estrechamente relacionado con el de la "medida" y el de la "simetría".[69] La natura­leza actúa a tono con esta norma —pues así debemos llamarla— plena de sentido y, desde este punto de vista, se comprende que Platón

hable de la fuerza, la salud y la belleza, concretamente, como de las "virtudes" (a)retai/) del cuerpo, comparándolas con las virtudes éticas del alma. Para él la areté es precisamente la simetría de las partes o de las fuerzas, que constituye en términos médicos el estado normal.[70] Por eso no nos asombra encontrarnos también con la palabra 811 areté en las obras que recogen el pensamiento médico antiguo.[71] Este término no penetra en la medicina bajo la influencia de Platón. Por el contrario, refleja un punto de vista que responde precisamente a la concepción que tenía de la naturaleza la medicina griega antigua. La adecuación a un fin en la acción de la naturaleza se revela de un modo especial en las enfermedades. La función del médico en el tratamiento de los enfermos no consiste en intervenir en contra de la naturaleza. Los síntomas de la enfermedad y, sobre todo, la fiebre representan ya de por sí el comienzo del proceso de restauración del estado normal. Éste se encarga de encauzarlo el propio organismo: el médico se limita a averiguar dónde puede intervenir para ayudar al pro­ceso natural encaminado a la curación. La naturaleza se ayuda a sí misma.[72] Tal es el axioma supremo de la teoría médica hipocrática y al mismo tiempo la expresión más palmaria de la fundamental concep­ción teleológica de Hipócrates.

Dos generaciones más tarde, Aristóteles determina la relación en­tre el arte y la naturaleza, diciendo que no es ésta la que imita al arte, sino que el arte se ha inventado para llenar las lagunas de la naturaleza.[73] Esta concepción presupone que la naturaleza tiene una estructura adecuada enteramente a un fin y ve en ella el proto­tipo del arte. En cambio, la medicina de la época sofística había intentado probar, en parte, la adecuación del organismo humano a un fin comparando las distintas partes del organismo a las herramien­tas e invenciones técnicas y estableciendo las semejanzas existentes entre unas y otras. Un ejemplo de esta concepción teleológica lo te­nemos en Diógenes de Apolonia, que era a la par filósofo de la na­turaleza y médico. Por eso se le atribuye la paternidad de esta teoría.[74] En todo caso, ésta surgió en el campo de la medicina. En el Corpus hipocrático la encontramos sostenida por el autor del escrito Sobre el corazón.[75] En el libro primero de la obra Sobre la dieta tropezamos con otra forma más mística de la concepción teleológica: según ella, todas las artes son imitaciones de la naturaleza del hombre y deben interpretarse partiendo de las analogías ocultas con ella, como el autor intenta demostrar a la luz de una serie de ejemplos traídos de muy lejos.[76] Esto no tiene nada que ver con Aristóteles ni con Diógenes, 812 pero demuestra cuan multiforme era y cuan extendida se hallaba esta idea en la medicina de aquella época. "El arte del médico consiste en eliminar lo que causa dolor y en sanar al hombre alejando lo que le hace sufrir. La naturaleza puede lograr esto por sí misma. Si se sufre de estar sentado, no hay más que levantarse; si se sufre de moverse, basta con echarse a descansar. Y como en este caso, la natu­raleza lleva en sí misma muchas otras cosas del arte del médico." [77] Todo esto no son más que especulaciones personales del autor. Pero también la escuela hipocrática aconseja al médico que sólo asuma un papel de auxiliar y complemento de la naturaleza. Así, leemos, por ejemplo, en la obra Sobre las epidemias: "La naturaleza del paciente es el médico que cura su enfermedad." [78] Y mientras que aquí se concibe la physis individual como un ser que actúa con arreglo a un fin, en la tesis —o mejor diríamos aforismo —siguiente, la consideración del autor recae sobre la physis en general. La natu­raleza encuentra por sí misma los medios y los caminos necesarios sin necesidad de una inteligencia consciente, por ejemplo el pestañear, los movimientos de la lengua y tantas cosas más por el estilo. El problema de la adecuación de la naturaleza a un fin había sido resuelto por la filosofía de la naturaleza en la etapa más reciente —dejándose guiar a su vez, como ya hemos visto, por la medicina— mediante la hipótesis de una razón divina que gobernaba el mundo entero y que lo había ordenado todo de un modo tan racional.[79] Los hipocráticos se abstienen de toda hipótesis metafísica de esta clase, pero admiran la naturaleza que, a pesar de carecer de conciencia, procede de un modo absolutamente teleológico. El moderno vitalismo introduce en este punto como eslabón intermedio entre lo consciente y lo inconsciente el concepto fisiológico del estímulo, como fuente de las reacciones ideológicas del organismo. Este concepto no aparece aún en Aristóteles. La ciencia antigua no llegaba a una conclusión cla­ra en cuanto al modo de realizarse los procesos teleológicos en el orga­nismo, pero sí afirmaba decididamente la existencia del hecho como tal. Para ella, la acción teleológica de la naturaleza se halla vinculada absolutamente a la existencia de los seres animados, los únicos que in­teresan a la medicina.

En el citado pasaje, el autor acuña en relación con esto el con­cepto de una paideia inconsciente por virtud de la cual la naturaleza se encarga de hacer lo que es necesario: eu)pai/deutoj h( fu/sij e(kou=sa, ou) maqou=sa, ta\ de/onta poiei=. Es cierto que en el texto de la edición de Hipócrates por Littré, poco satisfactoria desde un punto de vista crítico aunque extraordinariamente meritoria para su tiempo, y que todavía hoy tenemos que utilizar, pues no existen ediciones mejores de muchas de las obras de este autor, se dice, por el con­trario, que "la naturaleza, aunque sea inculta y no haya aprendido 813 nada, hace lo que se debe hacer". Con una idea negativa semejante a ésta nos encontramos en el autor de la obra rica en aforismos Sobre la dicha, escrita más tarde: [80] "Las naturalezas de las cosas no han tenido ningún maestro." Casi parece como si hubiese conocido y plagiado la variante de nuestro pasaje del libro Sobre las epidemias. Pero en este caso se dejó llevar por un camino falso, pues para el pensamiento de esta época sería demasiado paradójica la idea de que pudiera hacerse lo debido sin paideia alguna. Por tanto, si la naturaleza hace por sí misma lo necesario sin haberlo aprendido es porque encierra la capacidad genial de educarse a sí misma (eu)pai/­deutoj). Su maestría se desarrolla en contacto directo con su misión. Tal es el texto que, aparte de los mejores manuscritos, tuvo también a la vista, evidentemente, el poeta de la colección de los gnomos atri­buidos a Epicarmo. Este poeta explica la sabiduría de la naturaleza exactamente en el mismo sentido, mediante la idea de que se ha edu­cado a sí misma. La razón inconsciente de la naturaleza se inter­preta como algo análogo a la "cultura" consciente del hombre.[81] Esta idea hipocrática cala más hondo que la prueba de los sofistas, que encontraba también eco en el pensamiento médico, según la cual la formación de la naturaleza humana por la paideia tenía su analogía en la agricultura y en la domesticación de animales.[82] En efecto, aquí la paideia se concibe como una disciplina y una domesticación puramente exteriores, mientras que según la concepción hipocrática la paideia tiene ya su avanzada inconsciente y espontánea en la natu­raleza misma y en su acción teleológica. Este punto de vista espiri­tualiza lo natural y naturaliza lo espiritual. De esta raíz es de donde brota el empleo genial de analogías espirituales para explicar lo físico 814 y de analogías físicas para interpretar lo espiritual. El autor del libro Sobre las epidemias estampa, valiéndose de tales analogías, afirmacio­nes tan palmarias y aforísticas como ésta: "El esfuerzo físico es ali­mento para los miembros y la carne, el sueño es alimento para las en­trañas." "El pensar es para el hombre el paseo del alma." [83]

A la luz de esta imagen de la naturaleza como una fuerza espon­tánea e inconscientemente teleológica, podemos comprender la tesis del autor de la obra Sobre la dieta: "La naturaleza se basta en todo y por todo." [84] Pero del mismo modo que el médico, con su arte, facilita la obra de la naturaleza cuando se altera su equilibrio, esta misma concepción imbuye también a este autor el deber de prevenir el peligro que amenaza y de velar por la conservación del estado normal. En la Antigüedad los médicos eran, mucho más que hasta estos últimos tiempos, médicos de sanos más que de enfermos. Esta parte de la medicina se resume bajo el nombre de higiene (ta\ u(gieina/). Los cuidados de la higiene versan sobre la "dieta". Los griegos entienden por "dieta" no sólo la reglamentación de los ali­mentos del enfermo, sino todo el régimen de vida del hombre y especialmente el orden de los alimentos y de los esfuerzos impuestos al organismo. En este aspecto, el punto de vista teleológico en cuan­to al organismo humano debía imponer al médico una gran misión educativa. La sanidad antigua sólo era incumbencia pública en una parte muy pequeña; en lo fundamental dependía del nivel de cul­tura del individuo, de su grado de conciencia, de sus necesidades y de sus medios. Y se hallaba relacionada desde el primer momento, como era natural, con la gimnasia. Ésta ocupaba un lugar importante en los trabajos del hombre griego medio. Descansaba a su vez en una larga experiencia higiénica y exigía un control constante del cuerpo y de sus actos. Se explica, pues, que el gimnasta fuese, como consejero experto en el cuidado del cuerpo, el precursor del médico. Y no fue desplazado, ni mucho menos, al aparecer la teoría de la dieta, sino que mantuvo siempre su posición al lado de aquél. Aunque al principio la medicina intentó invadir el campo de la gimnasia, las obras dietéticas que se han conservado demuestran que no tardó en establecerse una división de jurisdicciones, en la que el médico se remi­tía para ciertas cosas a la autoridad del gimnasta.

A nosotros han llegado los restos de una copiosa literatura médica sobre la dieta adecuada procedente de todos los periodos de la cultura griega, que nos permiten trazar una historia de su desarrollo, la cual ilustra también las vicisitudes de la vida social. Sin embargo, aquí  815 sólo tenemos que ocuparnos de sus comienzos. Las obras más anti­guas sobre higiene se han perdido. Respecto a la época de fines del siglo V y comienzos del iv. en que empezó a desarrollarse este aspecto de la cultura física griega, dispondríamos, si el criterio cronológico imperante fuese cierto, además del breve escrito Sobre un régimen de vida sano, de otros dos testimonios: los cuatro libros Sobre la dieta, una obra famosa en la baja Antigüedad, y los extensos fragmentos conservados por escritores posteriores de la obra perdida del impor­tante médico Diocles de Caristos. Es cierto que ambas obras datan seguramente, como veremos, de tiempos posteriores a lo que general­mente se venía creyendo. No obstante, podemos considerarlas como representantes de una época unitaria, puesto que coinciden en lo típico. Pero como revelan en sus variaciones sobre el tema un cierto desarrollo de esta rama y un grado considerable de individualidad, las caracteri­zaremos por separado. Una historia completa de la dietética en esta época debería tomar en consideración, además, las reglas sobre el ré­gimen de vida de las personas sanas, diseminadas en otros escritos del Corpus hipocrático.

La obra Sobre un régimen de vida sano[85] se propone servir de guía a los profanos sobre la dieta diaria que debe observarse. Com­parte esta mira con el libro Sobre las afecciones, por cuya razón esto ya en la Antigüedad se reproducía en algunos manuscritos inmedia­tamente a continuación de aquella obra. En él se examina, a modo de introducción, el problema de la educación de los profanos y se habla de la cantidad de cultura médica que el profano necesita para su propio uso, para impedir que su enfermedad empeore o, si ello no es posible, por lo menos para entender mejor las indicaciones del médico y coadyuvar a ellas. El libro termina con la exposición de una doctrina dietética para enfermos, de inteligencia general. Con esto, el paralelo entre este escrito y la obra Sobre un régimen de vida sano es perfecto y se comprende que en la Antigüedad ambas obras se atribuyesen al mismo autor. La reglamentación de la dieta para las personas sanas abarca la alimentación y los esfuerzos físicos indi­cados para las diferentes épocas del año y para las distintas comarcas, constituciones, edades y sexos, pero todo en términos muy generales. La idea fundamental del autor podría caracterizarse como una especie de política médica de equilibrio que en las estaciones frías del año prescribe mucho alimento sólido y poco líquido y en las estaciones cálidas lo contrario, para compensar los efectos del invierno aumen­tando la sequedad y el calor y los del verano mediante la humedad y el frío. Por tanto, siempre que haya el peligro de que predomine en el organismo una cualidad, deberá acentuarse la cualidad contra­ria. En efecto, el origen de las enfermedades se debe, según el punto de vista del autor, el cual coincide en esto con la obra Sobre la naturaleza 816 del hombre, al hecho de que el organismo no está formado solamente por un elemento, sino por varios, y a que la proporción adecuada entre éstos puede alterarse fácilmente al aumentar en exceso una de las cuatro cualidades: el calor, el frío, la humedad y la se­quedad. Tal es la teoría que el autor de la obra Sobre la medicina antigua rechaza con razón como demasiado esquemática, pero preci­samente por serlo se comprende que esta teoría se manejase con cier­ta facilidad. Esta dieta constituye una diplomacia relativamente sen­cilla con respecto al propio organismo, ya que sólo tiene que contar con un número relativamente pequeño de factores decisivos. No es aún una doctrina tan intrincada como lo será un siglo más tarde, aproximadamente, en la obra de Diocles. Este autor reglamenta todo el curso del día desde la mañana hasta la noche; en cambio, en aque­lla antigua obra sólo se determinan en cierto modo las variaciones de la dieta en las dos estaciones extremas del año, verano e invierno, y en las dos estaciones de transición, primavera y otoño. El atenerse a sus prescripciones no resulta difícil precisamente porque exige dema­siada precisión, sino a lo sumo, por lo contrario, porque eran excesiva­mente vagas. La relación entre el médico y el gimnasta no se halla todavía deslindada en esta obra. El autor esquematiza también la can­tidad mayor o menor de ejercicio físico con arreglo a la misma idea fundamental, o sea según las estaciones del año, sin preocuparse dema­siado de la opinión del gimnasta.[86]

Carácter completamente distinto tiene la obra en cuatro libros Sobre la dieta, obra verdaderamente enciclopédica que el autor, se­gún sus propias palabras, ha emprendido con el propósito de resumir toda la literatura sobre esta materia, ya muy copiosa en su época, y completarla allí donde fuese necesario.[87] El autor es un filósofo y un sistemático, aunque apenas le caracterizaríamos con justicia califi­cándolo de simple compilador. Es más que dudoso que los intentos hechos hasta ahora para analizar esta obra y que la cortan como con tijeras para atribuir unos trozos a un sofista heraclizante. otros a un discípulo de Anaxágoras y otros al dietético Heródico, repre­senten la solución del enigma.[88] El filósofo de la naturaleza al que se pretende desglosar como segunda fuente fundamental de las partes de la obra de matiz heracliteano sólo es, a su vez, parcialmente anaxagoriano; a ratos tiene destellos que recuerdan completamente a Empédocles o a Diógenes de Apolonia. Indudablemente, no hay más remedio que dar crédito al autor cuando dice que se inspira en las más diversas 817 fuentes y que su doctrina pretende ser también muy amplia en el as­pecto filosófico, al igual que en el aspecto médico. Todo esto parece situarle en una época posterior a la de Hipócrates, razón por la cual es inverosímil de antemano que el autor de la obra Sobre la medicina antigua, escrita en el último tercio del siglo v, se refiriese precisamente a él, con su polémica contra los médicos dados a la filosofía. En cam­bio, el autor de la obra Sobre la dieta parece conocer ya al empírico; en todo caso, se esfuerza en atenerse a sus postulados y en no detener­se en generalidades; más aún, señala expresamente repetidas veces que lo fundamental en medicina es lo individual. También le preocupa el problema de la exactitud. No tiene a juicio suyo ningún valor prescri­bir en términos generales la cantidad de calor y frío que debe sumi­nistrarse para mantener sano el cuerpo, como hace el autor anterior a él de la obra Sobre un régimen de vida sano, sino que debe exigirse una descripción detallada de los efectos que producen todos los alimen­tos. Su obra era famosa en la Antigüedad como un arsenal inagotable de detalles.[89] Galeno entiende que su segundo libro, pese a la abiga­rrada filosofía que impera en el primero y a otros elementos extraños, es digno de Hipócrates, y aunque el autor deba esto en parte a las fuentes utilizadas por él en este libro, todo el mundo debiera reconocer que adopta ya conscientemente una actitud situada más allá de la an­tigua polémica de principios entre la medicina filosófica y la medicina empírica y aspira a conciliar ambas tendencias. Para él, el postulado establecido también por la escuela hipocrática según el cual el médico debe tener en cuenta la constitución total del hombre, su medio am­biente climático y local y el cambio del acontecer cósmico, incluye irre­misiblemente la necesidad de ocuparse teóricamente de la naturaleza toda. El problema que tan importante considera el autor de la obra Sobre la medicina antigua, a saber, el de cuál es la parte del organis­mo que ejerce el predominio en un momento dado, es decisivo tam­bién para el dietético, pero no puede separarse del problema de saber qué partes componen el hombre y le han dado origen.[90] La diagnosis es inseparable de la gnosis, del conocimiento de la naturaleza en su 817 conjunto. A continuación viene el conocimiento de los detalles, em­pezando por el de los alimentos y sus efectos sobre las diversas constituciones, así como también lo referente a los esfuerzos físicos. Este último aspecto es tan importante como el de una alimentación adecuada y, sin embargo, el autor de esta obra, al igual que tantos otros médicos anteriores, no se refiere para nada a él.[91] El dietético preconiza una compensación sistemática y consciente entre los efectos contrapuestos de la alimentación y el esfuerzo. Toma como ideal para ello la simetría, que los antiguos sólo aplicaban en un principio a la alimentación. Según él, este ideal debe hacerse extensivo a los ejer­cicios físicos y a su relación con la nutrición.[92] El autor sigue aquí, probablemente, la teoría de Heródico de Selimbria, el primero que asignó a los ejercicios físicos un puesto de primer plano en la dieta y los desarrolló sistemáticamente.[93] Era paidotribes y buscaba la curación de sus propias enfermedades en la gimnasia, haciendo de ésta una medicina para sí mismo y para otros. Debió de alcanzar cierta celebridad, pues son muchos los que lo citan. El sarcástico autor del sexto libro Sobre las epidemias dice, refiriéndose a él, que mataba a los enfermos de fiebre a fuerza de ejercicios físicos redo­blados y baños de vapor, y Platón se burla de él diciendo que no fue capaz de curarse a sí mismo con su método y que no hizo más que aplazar artificialmente su muerte "martirizándose" años y años. Aristóteles cita un dicho suyo, según el cual hay mucha gente a quien no puede considerarse feliz porque goce de salud, pues sólo conserva ésta a fuerza de privarse de todas las cosas agradables. Este juicio debiera aplicarse en primer término, según Platón, al propio Heródico. Es posible que el postulado de la simetría entre la alimen­tación y los ejercicios físicos que preconiza nuestro autor tuviese ya en cuenta estas críticas, extendidas evidentemente en el siglo IV. Es cierto que él no sostiene el principio de la "autarquía" del arte médica, tan vivamente propugnada por otros médicos, ni para un concepto tan ampliado de la medicina, por entender que no es posi­ble determinar la medida exacta de la alimentación y del esfuerzo para cada individuo. En este punto creo que es clara su actitud polé­mica contra el autor de la obra Sobre la medicina antigua, puesto que aparecen expresamente repetidos y negados todos los conceptos importantes que éste emplea. Es el problema del individuo y de sus necesidades el que hace fracasar, para el dietético, la perfección total del arte de la medicina.[94] Concede en todo caso que el médico podría 819 aproximarse a su meta ideal si constantemente tuviese ante sus ojos al individuo, como lo tiene el gimnasta. Pero esto es imposible.[95]

Para no intervenir, como hacen la mayoría de los médicos, cuando ya se ha declarado la enfermedad, escribe su sistema dietético, cuya aplicación exacta tiende a prevenir las enfermedades. Es a la par un sistema de prodiagnosis y de profilaxia, y en ello precisamente consiste el descubrimiento de este autor. Y responde a la conciencia de que el objetivo de un buen tratamiento individual no puede alcanzarse si no se consigue que el propio individuo coopere en gran parte como factor médico activo y consciente con la función del médico.[96] Des­pués de establecer en el libro primero los fundamentos generales de la filosofía de la naturaleza, el autor empieza describiendo en el segundo los efectos de los diversos climas y comarcas y a continua­ción expone del modo más minucioso los de todos los alimentos vegetales y animales y los de todas las bebidas. De este modo obte­nemos una vista panorámica de la asombrosa riqueza y de la gran variedad que la alimentación de la época brindaba al hombre grie­go culto. La enumeración que hace aquí el médico supera con mucho en variedad a los largos menús de las comedias dórica y ática. Y también en este aspecto procede sistemáticamente. Lo primero que hace es clasificar la enorme masa de alimentos vegetales con que em­pieza su enumeración en cereales y legumbres. Solamente omite las verduras y las frutas. Éstas vienen después de la carne, pues desde el punto de vista dietético están consideradas como postres (o)/yon). Los alimentos animales se dividen en mamíferos, subdivididos a su vez en crías y animales adultos y en aves, pescados y crustáceos. Se exa­minan los diversos efectos de los animales salvajes y los domesticados en lo tocante a la alimentación. Luego vienen los productos animales y sus derivados, los huevos, la leche y el queso. La leche es el úni­co que se trata en relación con las bebidas, a las cuales queda incor­porado.

Bastaría el breve capítulo dedicado al queso para refutar la opi­nión dominante según la cual es contra el autor de esta obra hacia quien se manifiesta con un celo tan violento, censurando su tendencia a las generalizaciones precipitadas, el escrito Sobre la medicina anti­gua. Éste cita como ejemplo de ello precisamente el modo de tratar el queso, diciendo que su autor, acusado de generalizar demasiado, se limita a considerarlo perjudicial. En realidad, nuestro médico observa acertadamente que el queso es pesado, pero lo declara, a pesar de ello, nutritivo.[97] Es necesario invertir el orden cronológico que hasta aquí se venía estableciendo entre ambas obras: es evidente que el dietético 820 utilizó no sólo el libro Sobre la medicina antigua, sino también otros escritos hipocráticos anteriores. Así, por ejemplo, vemos cómo recoge casi al pie de la letra la enumeración de los factores climáticos que en la introducción a la obra Sobre los vientos, las aguas y las regiones se declaran importantes desde el punto de vista de la medicina,[98] y cómo exige que los ejercicios físicos se gradúen con arreglo a ellos. Y tampoco puede descartarse el hecho de que conoce las ideas ex­puestas en el libro Sobre las epidemias, del mismo modo que a su vez la escuela de Cos poseía también, evidentemente, su obra, puesto que ha llegado a nosotros conjuntamente con las obras de los hipo­cráticos. En las Epidemias se califica ingeniosamente al pensar como "el paseo del alma".[99] El dietético, cualquiera que sea el sitio de donde la tome, recoge esta idea y la utiliza a su modo sistemática­mente, clasificando entre los "ejercicios" no sólo el pensar, sino tam­bién la acción de los sentidos y de la palabra. Y contrapone estos "ejercicios", como una categoría especial de esfuerzos que él llama esfuerzos "naturales", a las distintas clases de paseos y ejercicios gim­násticos, que agrupa bajo el nombre de esfuerzos artificiales o "vio­lentos". Y la teoría del movimiento físico que enlaza a esto tiene todo el aire de ser original suya, sobre todo cuando dice que el alma, por su esfuerzo, se acalora y seca y que la absorción de la humedad de la carne conduce al enflaquecimiento del cuerpo.[100]

Tenemos que decidirnos a situar la obra Sobre la dieta, no ya más acá de comienzos de siglo, sino bien avanzado el siglo IV. Aduciremos en apoyo de este criterio un solo hecho, al que podrían añadirse mu­chas otras razones filológicas, estilísticas y materiales. En esta obra leemos, en efecto, que las friegas deben darse con una mezcla de aceite y agua, para evitar que el cuerpo se caliente demasiado (ou) deinw=j) .[101] Pues bien, a nosotros ha llegado un fragmento extenso de una obra de Diocles de Caristos que versa especialmente sobre este tema, obra que lleva el nombre de su padre, el médico Arquidamo, a cuya memoria está dedicada. Este médico era contrario a las frie­gas con aceite, usuales en aquella época, porque calentaban demasiado el cuerpo. Diocles refuta sus razones y propone como solución in­termedia emplear en verano una mezcla de aceite y agua y en invierno aceite solo.[102] La fórmula del aceite y agua mezclados para las friegas y el razonamiento de evitar que el cuerpo se caliente demasiado son tan individuales que la coincidencia de Diocles con el autor de la obra Sobre la dieta no responde evidentemente, en este caso, a una pura  821 casualidad. Y no es necesario pararse a demostrar cuál de los dos se inspira en el otro. La época en que vivió Diocles rebasa, como he demostrado en mi libro sobre este famoso representante de la escuela médica dogmática del año 300 y su apogeo coincide sobre poco más o menos con este año. Es indudable que el autor de la obra Sobre la dieta tuvo que vivir antes; [103] aparte de otras razones, Diocles se halla sepa­rado de él por la influencia de Aristóteles y la escuela peripatética, muy clara y manifiesta por todas partes en el primero. Es, pues, de suponerse que éste conocía ya la repulsa total de las friegas con aceite expresada por Arquidamo, el padre de Diocles, y se oponía a ella por considerarla exagerada. Diocles acepta para el verano su fórmula in­termedia de emplear una mezcla de aceite y agua, mientras que para el invierno se atiene a las friegas con aceite solo.[104] Si esta observación no va descaminada, llegaremos a la conclusión de que su autor fue contemporáneo de Arquidamo, el padre de Diocles. Es la época en que encaja el carácter marcadamente ecléctico de su obra, su gran extensión y la masa de literatura utilizada en ella.

Otro indicio que sitúa la obra en el siglo iv es la manifiesta pre­ferencia que el autor siente por la división sistemática de la materia en géneros y especies, método que tuvo su apogeo precisamente en aquella época. Es cierto que ya en el siglo ν pudimos observar cierta tendencia a la formación de tipos (ei)/dh) en todos los campos de la experiencia médica, pero esta evolución alcanza aquí una etapa su­perior. Esto se ve con especial claridad en la excelente ordenación sistemática que sirve de base a la enumeración completa de las clases de alimentos que hace este autor. Su sistema animal atrajo hace ya varios decenios la atención de los zoólogos.[105] Éstos se resistían a creer que nuestro médico hubiese podido inventar exclusivamente para sus fines dietéticos un sistema como éste, tan afín a la clasificación aristo­télica del reino animal. Se le consideraba demasiado minucioso en los detalles, desde este punto de vista, y demasiado informado por un in­terés zoológico teórico. Por otra parte, no hay la menor noticia de que existiese una zoología prearistotélica como ciencia independiente en el siglo v, época en que se situaba la obra. Ante este dilema, se optaba por admitir la existencia en la escuela hipocrática de amplios estudios zoológicos para fines médicos, aunque no hubiese llegado a nosotros ninguna otra noticia de ellos, y se reconstruía a base de la obra Sobre la dieta un "sistema zoológico de la escuela de Cos". Sin embargo, aun bajo esta forma sigue siendo inverosímil la existencia de un sistema zoológico parecido al de Aristóteles en el siglo v.[106] En  822  cambio, el enigma de sus clasificaciones resulta más fácil de explicar partiendo del supuesto de que la obra a que nos referimos no es an­terior a la época de Platón. Un conocido fragmento del dramaturgo Epícrates procedente de esta época habla de algunos intentos de cla­sificación de todo el mundo vegetal y animal hechos en la Academia, en presencia, entre otros, de un médico siciliano.[107] Y aunque éste da muestras altamente descorteses de aburrimiento, su sola presencia bas­ta para demostrar que esta clase de investigaciones atraía precisamente a los médicos, sin perjuicio de que el método poco empírico seguido en ellas los decepcionase.[108] La escuela de Platón atraía a espíritus muy diversos desde lejanas tierras y el médico siciliano no es, sin duda, más que uno entre muchísimos ejemplos parecidos. Las inves­tigaciones de la Academia sobre la clasificación del reino animal y vegetal se dieron más tarde a la publicidad en las obras de Espeusipo y Aristóteles. Con ambas presenta ciertas semejanzas el sistema zoológico del dietético.[109] Sin embargo, será conveniente examinar tam­bién minuciosamente su sistemática vegetal y su método de clasificación en otros campos antes de aventurarse a emitir un juicio acerca de la relación existente entre nuestro autor y estos intentos de clasificación científica. Lo único que aquí podemos hacer es determinar en general el mundo espiritual dentro del que vivía aquél. No es necesario ad­mitir la prioridad absoluta del intento Platónico de clasificación del mundo animal y vegetal. El propio Platón dice, en aquel pasaje del Fe­dro en que más en detalle habla de su método dialéctico de clasifica­ción, que debiera tomarse como modelo de él el método de Hipócrates.[110] Es cierto que allí no se refiere a su aplicación a otros organismos fuera de los humanos, pero hay razones para creer que en la época de Platón ese método fue hecho extensivo por las mismas escuelas de me­dicina a los animales y a las plantas y, por tanto, para suponer que el interés de los filósofos y de los médicos por este tipo de investigacio­nes era recíproco.

Es sorprendente que la inmensa mayoría de los pasajes en que aparece mencionada la palabra "alma" en los escritos hipocráticos, en los que, como es lógico, esta palabra sólo figura muy raras veces, corresponda precisamente a nuestro autor.[111] Esto no puede ser una pura coincidencia. No puede tampoco explicarse de una manera satis­factoria diciendo que el autor encontró la palabra en la fuente influida por Heráclito de que se sirvió, pues no habla del alma solamente en relación 823 con la ciencia de la naturaleza, sino que alude también a ella en la parte dietética de su obra y, además, dedica todo un libro, el cuarto, a los reflejos psíquicos de los procesos físicos en los sueños. Los numerosos puntos de contacto de su interpretación casuística de las diferentes clases de imágenes proyectadas en los sueños con los libros de sueños indios y babilónicos de una época anterior y posterior han llevado ya a otros investigadores a la conclusión de que estamos ante una influencia directa del Oriente en la ciencia médica de los griegos.[112] Esta influencia oriental pudo haberse producido de por sí también en una época anterior. Pero en ninguna época cuadra me­jor que en el siglo IV, en la Jonia de Eudoxo de Cnido, que trasmitió a la Academia Platónica, entre otras cosas, su conocimiento personal del Oriente.[113] Los griegos no podían ser asequibles a la sabiduría y a la superstición orientales sobre la vida de los sueños antes de que el "alma" se convirtiese para ellos mismos en el centro del pen­samiento, cosa que en esta forma científico-teórica no ocurrió hasta el siglo iv. Y en este punto como en tantos otros, fue en la Academia donde este interés se plasmó del modo más profundo. La teoría Platónica del alma fue la raíz de la que brotó la preocupación filosófica de la Academia por la vida de los sueños del alma y por su signi­ficado de realidad.[114] El joven Aristóteles trata de este problema en varios de sus diálogos. Es posible que el autor de la obra Sobre la dieta, a pesar de la marcada peculiaridad de sus ideas, se halle influido también por la Academia en sus manifestaciones acerca de los sueños.

Lo mismo que Aristóteles en sus diálogos, nuestro autor parte de la idea órfica de que el alma despliega más libremente su actividad cuando el cuerpo duerme, pues entonces se halla concentrada, indi­visa y consagrada por entero a sí misma.[115] Y da a este dogma el giro, peculiar de la medicina, de que el alma, durante el sueño, refleja también con la mayor pureza el estado físico del hombre, sin la in­fluencia perturbadora de ninguna acción del exterior. El escrito de Aristóteles sobre el carácter profético de los sueños, que ha llegado a nosotros, demuestra que el problema del valor de realidad de los sueños reaparece en el siglo iv ya en una fase científica. Aristóteles, en esta obra, reconoce también en los sueños los efectos de la vida real y de las sensaciones reales, sin llegar a creer por ello en una verdadera profecía. Tampoco nuestro autor médico recoge directa­mente la mántica de los sueños, sino que intenta traducirla del campo de lo profético al campo de lo simplemente pronóstico. Lo que ocurre 824 es que se pliega demasiado a su modelo y acaba entregándose casi a la superstición.

También el lenguaje de la obra Sobre la dieta encaja mejor en la época de mediados del siglo iv que en la de comienzos del mismo siglo o en un periodo anterior. Todavía a lo largo de todo el siglo iv se siguió escribiendo en lengua jónica y los periodos, a ratos muy largos, construidos de un modo auténtico e isocólico, indican más bien la época de Isócrates y de su retórica que la de Gorgias. Un estilo como el del dietético es inconcebible al lado de la redacción completamente exenta de retórica y simplista de las obras de medicina profesional que podemos situar con cierta seguridad en la época de Hipócrates o en la generación posterior a él. Y también difieren con­siderablemente las obras de una época anterior dirigidas a un público amplio y fuertemente influidas por la prosa sofística. La variedad estilística, que hasta ahora se venía explicando como una consecuencia de las transcripciones mecánicas, representa más bien, tratándose de un escritor como éste, capaz de escribir con tanto arte, una polifonía conscientemente afectada. Ésta corresponde a la actitud interior cons­cientemente sintética que el autor profesa en la introducción a su obra, donde prevé que la gente pueda tildarle por ello de falta de origina­lidad.[116] Es el arte que conocemos de Isócrates y que ve en la "mez­cla de los tipos formales" el supremo ideal del escritor. A esta época corresponde asimismo la preocupación del autor por la fama de ori­ginalidad, problema que impera con tanta fuerza en el pensamiento de un Isócrates.

En los comienzos y en la primera mitad del siglo iv se suele situar también la personalidad del médico Diocles, que ejercía en Atenas y era originario de Caristos en Eubea, figura íntimamente relacionada por sus concepciones fundamentales con la escuela de medicina hipocrática y con la siciliana. Escribió, entre otras, una famosa obra sobre dietética, de la que se han conservado algunos preciosos fragmentos extensos en la antología médica erudita de Oribasio, médico de cá­mara del emperador romano Juliano.[117] Alguien ha dicho ya breve­mente que el lenguaje de estos fragmentos delata la mano pulida de la escuela isocrática y denota por ciertas señales que proceden más bien de la segunda mitad que de comienzos del siglo IV. Y aunque esta hipótesis haya sido puesta en duda,[118] cabe corroborrarla totalmente 825 por otras observaciones complementarias. Diocles era contemporá­neo, aunque más joven, y discípulo de Aristóteles y pertenece a la generación de Estratón y Teofrasto. Estos dos peripatéticos y compañeros de investigaciones de Diocles son también, por tanto, los primeros testigos de sus actividades con que nos encontramos en la literatura griega.[119] Su lenguaje es, al igual que el del autor hipocrático de la obra Sobre la dieta, muy pulido y tiene pretensiones literarias aun en escritos de carácter puramente científico y profesional, dato elo­cuente para juzgar de la posición espiritual que la medicina ocupaba en el siglo iv. Pero su forma es intencionadamente sencilla, no retó­rica en sentido específico; en esto se halla tal vez influida por un nuevo ideal del estilo científico, que desde Aristóteles estriba única y exclusivamente en la claridad. El más extenso de los fragmentos que se han conservado[120] contiene la teoría de Diocles acerca de la dieta bajo la forma de relato del desarrollo de todo un día. No la expone, pues, como lo hace el autor de la obra Sobre un régimen de vida sano, simplemente a través de las grandes antítesis abstractas de las estaciones del año, ni tampoco en forma de un sistema exhaustivo de los alimentos y los ejercicios físicos como el autor de la obra Sobre la dieta, sino enfocándola plásticamente como un todo y desde un punto de vista humano. El día es la unidad cronológica natural de este drama, aunque el autor distingue siempre entre las diversas eda­des y tiene en cuenta el cambio de las estaciones del año, pues primero se describe detalladamente un día de verano y luego se hacen seguir las prescripciones adecuadas para el invierno y para las demás estacio­nes. No era posible hacerlo de otro modo.[121]

Hemos observado primero la influencia de la antigua filosofía de la naturaleza sobre la medicina del siglo ν y luego la repercusión de la nueva medicina empírica sobre la filosofía de Platón y Aristó­teles. En Diocles, autor que se halla visiblemente influido por las grandes escuelas filosóficas de Atenas, la medicina vuelve a ser la parte que recibe, aunque es cierto que no toma nada sin aportar a su vez algo. La exposición de la dieta bajo la forma del curso típico de un día está manifiestamente influida por el pensamiento Platónico y aristotélico que enfoca siempre el bíos humano como un todo e inculca al hombre como norma la imagen ideal de una vida 826   adecuada. Tampoco otros escritores dietéticos ignoran ciertamente el concepto de la norma, pero éstos se expresan con sencillez en térmi­nos de "se debe" o señalan solamente los efectos que un tipo de alimentación ejerce sobre el organismo, dejando que el lector saque las consecuencias prácticas que de estos postulados se derivan para su persona. Diocles rehuye ambos métodos y en vez de ello establece siempre lo que es adecuado y conveniente para el hombre. El con­cepto de lo "adecuado" domina por igual la ética y la estética del siglo iv. Es la forma bajo la que la necesidad de reglas que normen el modo de vivir del hombre se impone más fácilmente al espíritu superindividualizado, pero exquisito, de esta época. Con el concepto de lo adecuado van rodeando todos los detalles de la existencia como de una red tenue y apenas perceptible: la red del sentido del tacto y de una fina sensibilidad para percibir lo que como más in­dicado debe hacerse en todos los órdenes de la vida diaria. La dieté­tica de Diocles transfiere este modo de pensar a la vida física. Exteriormente esto se clava en el oído por la repetición incesante e insinuantemente pedagógica de la palabra "adecuado" (a(rmo/tton) a pro­pósito de cada nueva prescripción.[122] Otro concepto que aparece rei­teradamente es el de justa medida (su/mmetron, me/trion).[123] Este modo de pensar acerca a Diocles a la ética aristotélica, a la par que en otro aspecto se somete a la analítica de Aristóteles cuando censura la tendencia de los médicos a investigar la causa de todo en vez de pensar que hay ciertos fenómenos generales que deben aceptarse como algo dado que no necesita de argumentación ni de prueba.[124] Hay un hecho que alarma a la conciencia lógica, y es el de que la más ri­gurosa de todas las ciencias en materia de pruebas, la matemática, tie­ne necesariamente que presuponer como factores dados ciertas cualida­des de las magnitudes o de los números. Aristóteles se ocupó a fondo del problema de éstos que los matemáticos llaman axiomas. Su teoría sobre los datos inmediatos y no susceptibles de demostración, que sir­ven de base lo mismo a la filosofía que a las ciencias especiales, pe­netra con Diocles en el campo de la medicina, que en la época helenís­tica había de convertirse en palenque fundamental de la gran guerra de métodos entre el empirismo, el dogmatismo y el escepticismo.
La dieta de Diocles empieza en el momento mismo de despertar;[125] este momento es para él el que precede inmediatamente a la salida del sol, pues en la Antigüedad la vida del hombre se desenvolvía toda ella dentro del marco del día natural. La comida principal, hecha al atardecer, debe tener lugar, si es en el verano, poco antes de la caída del sol; en invierno, naturalmente, después del ocaso. Después 827 de esta comida, las personas de constitución débil deben entregarse inmediatamente al reposo; las personas fuertes sólo lo harán después de dar un paseo corto y lento. En estas condiciones, no es extraño que los griegos fuesen, como indican todos los testimonios, grandes madrugadores. No conviene levantarse inmediatamente después de des­pertar, sino esperar a que la pesadez del sueño se disipe de los miem­bros, friccionando luego la cabeza y el cuello en los sitios que estu­vieron expuestos a la presión de la almohada. Antes de vaciar el intestino se recomienda frotar todo el cuerpo con un poco de aceite, mezclado en verano con algo de agua.[126] Se friccionará el cuerpo de un modo suave y uniforme, haciendo jugar al mismo tiempo todas las articulaciones. No se indica el baño inmediatamente después de levantarse. Deben frotarse la cara y los ojos con agua fría y limpia, lavándose previamente las manos. A esto siguen una serie de detalles precisos sobre el cuidado de los dientes, la nariz, los oídos, el pelo y el cuero cabelludo. Este último debe mantenerse elástico y limpio para la transpiración y al mismo tiempo endurecido. Realizadas todas estas operaciones, el que tenga que hacer se dirigirá a su trabajo después de haber comido algo. Quien disponga de tiempo para ello deberá dar un paseo, ya sea antes o después del desayuno, paseo cuyo carácter y duración se ajustarán a la constitución física y al estado de salud del individuo. Después de hacer algún movimiento, procurando que éste no sea muy largo ni muy rápido si se hace después del desayuno, la persona se sentará a despachar sus asuntos domésticos o sus otras ocupaciones hasta que llegue la hora del ejer­cicio físico. Para practicar éste, los jóvenes se trasladarán al gimnasio y las personas de edad o débiles a un baño o a otro sitio soleado para friccionarse. La cantidad e intensidad de los ejercicios deberán ajus­tarse a la edad del individuo. Tratándose de personas de cierta edad, bastará con que se froten ligeramente el cuerpo y hagan un poco de mo­vimiento, metiéndose luego en el baño. Es preferible frotarse uno mismo que dejarse dar masaje por otros, pues los movimientos propios susti­tuyen la gimnasia.

A los cuidados mañaneros del cuerpo sigue el almuerzo, que de­berá ser muy ligero y no flatulento, para que pueda digerirse antes de la gimnasia de por la tarde. Inmediatamente después del almuer­zo se indica una breve siesta en un sitio oscuro, fresco y en que no haya corrientes de aire; luego algunos trabajos caseros y un paseo y, por último, tras un breve descanso, los ejercicios físicos de la segun­da parte del día. Éste termina con la comida principal. Diocles no habla de los distintos ejercicios y la literatura dietética no nos infor­maría acerca de este punto, el más importante de la cultura física griega, si no fuese por el autor de la obra Sobre la dieta, quien, con­secuente con su método distinto al de los demás, hace seguir la clasificación 828 de las comidas y bebidas de una enumeración de todos los tipos de esfuerzos físicos y psíquicos, incluyendo entre ellos los ejer­cicios gimnásticos. Diocles, por su parte, excluye la gimnasia de su dieta, dejándola por entero a cargo del gimnasta. Sin embargo, cons­truye todo su plan médico diario sobre los dos pilares de los ejerci­cios de mañana y tarde en el gimnasio. Por tanto, en su estampa plástica de la dieta diaria normal se destaca bastante bien el lugar central que la gimnasia ocupaba en la vida de los griegos y que no admite comparación con nada en el mundo. La dietética de este autor podría definirse como una serie de instrucciones para organizar por medio de reglas médicas precisas la parte del día que los ejercicios gimnásticos dejan libres a los griegos y ponerla a tono con ellos.

El fin de la dieta es lograr la mejor dietesis posible para la salud y para cualquier clase de esfuerzo físico. Esto se hace resaltar repe­tidas veces. Sin embargo, Diocles se da cuenta, naturalmente, de que no se mueve en un mundo médico abstracto y no procede, por tanto, como si todos los hombres viviesen preocupados exclusivamente de la conservación de su salud. El autor de la obra Sobre la dieta com­prende también este problema social y la necesidad de llegar a una transacción entre los postulados ideales del médico y las condiciones materiales de vida del paciente. Se las arregla, lo mismo que Diocles, trazando una dieta ideal para la persona que no tiene más que hacer que dedicarse al cultivo de su salud.[127] Luego, va descontando cosas para los que además tienen que trabajar y disponen de poco tiem­po para dedicarlo a los cuidados de su cuerpo. No debe creerse, sin embargo, que los médicos griegos sólo escribían para los ricos. Esto sería falso. También los filósofos de aquella época presuponían un ocio completo para su bíos, dejando que cada cual descontase de este ideal la parte necesaria.

Es posible, sin embargo, que el tipo de vida del ciudadano de los estados-ciudad de la Grecia del siglo IV estuviese realmente organizado de tal modo que dejase al individuo el máximo de tiempo libre nece­sario para dedicarlo al cultivo del espíritu y al cuidado del cuerpo. El ejemplo de la cultura física médica revela precisamente que la polis griega era, aun bajo su forma democrática, una aristocracia social, y así se explica en gran parte el alto nivel de cultura media logrado en esta sociedad. Dentro del marco de este estilo de vida de Grecia no enca­jaría ninguno de los grandes tipos de la vida profesional de nuestro tiempo, ni el comerciante ni el político, el sabio, el obrero ni el cam­pesino. En la medida en que estos tipos existían ya entonces, se salían también de él. Se comprende, en cambio, que la filosofía socrática y el arte polémico de los sofistas surgiesen precisamente en aquellas pa­lestras. Sería equivocado pensar que los kaloi kagathoi se pasaban el día entero en el gimnasio, friccionándose y haciendo ejercicios, depilándose, cubriéndose de arena y volviendo a lavarse, entregados a una actividad que convertía hasta el agón libre en un febril afán deportivo. Platón combina las tres virtudes físicas de la salud, la fuerza y la be­lleza con las virtudes del alma, la piedad, la valentía, la moderación y la justicia, en una unidad armónica. Todas ellas proclaman por igual la simetría "del universo", la cual se refleja en la vida física y espiritual del hombre. La cultura física, tal como la conciben los médicos y gim­nastas griegos, es también algo espiritual. Inculca al hombre como norma suprema la observancia rigurosa del noble y sano equilibrio de las fuerzas físicas. Y como la igualdad y la armonía forman la esencia de la salud y de toda perfección física en general, el concepto de lo "sano" se extiende hasta formar un concepto normativo universal apli­cable al mundo y a cuanto vive en él, pues sus bases, la igualdad y la armonía, son las potencias que, según la concepción de que aquí se parte, crean lo bueno y lo justo en todos los órdenes de la vida al paso que la pleonexia lo destruye. La medicina griega es al mismo tiempo la raíz y el fruto de esta concepción del mundo que constituye su pun­to de mira constante, y ésta es, pese a toda la individualidad espiritual del hombre y de su estirpe, la concepción común al helenismo clásico. Si la medicina pudo conquistar una posición tan representativa dentro del conjunto de la cultura griega, fue porque supo proclamar en el cam­po más próximo a la experiencia inmediata del hombre la vigencia inviolable de esta idea fundamental del alma griega. En este sentido elevado, podemos decir que el ideal helénico de la cultura humana era el ideal del hombre sano.



[1] 1  Cf. supra, p. 409.

[2] 2  Las conocidas obras sobre la historia de la medicina de Hecker, Sprengel y   Rosenbaum  y otros   denotan  también  esta  misma  estrechez  de  horizontes  al enfocar la  posición  que la medicina  ocupa  dentro   del  conjunto   de  la   cultura griega  no  como  un  problema,  sino  considerando  a  ésta   simplemente  como   una "profesión".   Las investigaciones filológicas sobre la  historia  de la medicina  si­guen  en su mayor parte las huellas de esos autores.  (Quienes lean inglés encon­trarán una buena introducción al tema en el ensayo de Charles sinGer, "Medicine", en la colección denominada  The Legacy of Greece, ed. por  R. W.  Livingstone, Oxford,   1923.    Véase  también  W.   heidel,  Hippocratic   medicine,  Nueva  York, 1941.)

[3] 3  Sobre la posición que ocupaba la medicina dentro del sistema de la cultura griega, Cf. los prolegómena de F. marx a su edición de Cornelio Celso, pp. 8ss.

[4] 4  Ejemplos de esto, que podrían multiplicarse: Prot., 313  D;  Gorg., 450 A, 517 E; Sof., 226 E y 228 A; Rep., 289 A.   Cf., especialmente, Gorg., 464 B.   So­bre la unión personal de la medicina y la gimnasia en Heródico, Rep., 406 A.

[5] 5  Ilíada, 11, 514.

[6] 6  Cf. infra, pp. 798 ss.  Antes, la historia de la medicina griega se hacía arran­car, por el contrario,, de Tales, con  arreglo a la teoría de celso   (i  proem. 6), según la cual la filosofía omnicientífica abarcaba primitivamente todas las cien­cias.   Esto es una construcción histórica  romántica de la época helenística.   La medicina era en sus  comienzos un arte  puramente práctica,  aunque fuertemente captada por la nueva concepción de la naturaleza de los investigadores jónicos. La literatura médica de los griegos que ha llegado a nosotros arranca de la reacción producida contra esta influencia.

[7] 7  Cf. J. H. breasted, The Edwin Smith Surgical Papyrus published in Facsí­mile and Hieroglyphic Transliteration with Translation and Commentary (2 vols. Chicago, 1930).  Cf. Abel rey, La Science Oriéntale avant tes Grecs (París, 1930), pp. 314 ss.   Sobre la  literatura acerca del  carácter científico o no científico de esta fase de la medicina, Cf. M. meyerhof, "Ueber den  Papyrus Edwin Smith, das álteste Chirurgiebuch der Welt", en Deutsche Zeitschrift für Chirurgie, t. 231 (1931), pp. 645-690.

[8] 8  Cf. supra, pp. 142 ss.

[9] 9  En supra, p.  156, se describe  el sistema de  tríadas de Anaximandro.   Las especulaciones  hebdomádicas   en   el   Corpus   hipocrático:   De   hebd.,  cap.   5;   De carn.,   caps.   12-13,   construidas   luego   sistemáticamente   en   Diocles   de   Caristos (frag.   177,  Wellmann;   un   extracto  latino   conservado  en  Macrobio).   Cf.   ahora sobre esto la versión griega en W. jaecer,  "Vergessene Fragmente des Peripatetikers   Diokles   von   Karystos",   en   Abhandlugen   der   Berliner   Akademie,   1938, pp.  17-36, con  mis notas sobre la importancia de la teoría de los  periodos tem­porales y  la  doctrina  de los números en la concepción  de  la  naturaleza   de  los griegos.

[10] 10  Cf. solón, frags. 14, 6 y 19, 9.  Sobre el concepto de lo adecuado (αρμοτ-τον)  en los médicos, Cf. infra, p. 826 y mi libro Diokles von Karystos, Die griechische Medizin und die Schule des Aristóteles (Berlín, 1938), pp. 47 ss.

[11] 11  Las palabras τιμωρία y τιμωρείν, por ejemplo, en hip., De victu ac., 15, 17  y  18.   Galeno  y  Erotiano   s.  ν.  τιμωρέουσα  lo  explican   como   βοήθεια,   y bohqei=n,   seguramente  con  razón, aunque  la conexión  con  conceptos  procedentes de la antigua filosofía de la naturaleza tales como di/kh, ti/sij y a)moibh/ aparece muy clara: la causalidad en el campo de la naturaleza se entiende, por analogía con la idea jurídica, como remuneración  (Cf. supra, pp.  158 ss.)    "Debe ayudarse (τιμωρείν) dentro de lo posible a aquel contra quien se comete un desafuero", demócrito, frag. 261. También la palabra bonqei=n tiene sentido jurídico, como se ha visto recientemente.


[12] 11a De aere, xii, donde el imperio de la igualdad (isomoiria) y la ausencia del predominio violento de una sola fuerza se define como la esencia del estado de salud. Cf. también De vet. med., c. 14.

[13] 12  Cf. supra, pp. 280 ss.

[14] 13 Cf. supra, p. 351: concepción médica de la causación en Tucídides: ibid., pp. 353 s., su casi médica actitud ante la historia: ibid., p. 360.

[15] 13a De morbo sacro, caps. 1 y 21.

[16] 14 L. edelstein, Peri\ a)e/ron und die Sammlung der hippokratischen Schriften (Berlin, 1931), pp. 117ss., observa con razón que para Platón y Aristóteles Hipócrates no tenia aún la autoridad infalible que se le reconoció después, en la época de Galeno. Sin embargo, creo que Edelstein exagera un poco en sen­tido contrario cuando intenta demostrar ingeniosamente, pero no sin violencia, que los famosos pasajes de Platón (Prot., 311 B-C; Fedro, 270 C) y Aristóteles (Pol, vii, 4, 1326 a 15), aunque llenos de respeto para Hipócrates, no le ponen por encima de otros médicos. No cabe la menor duda de que Hipócrates era ya, para Platón y Aristóteles, la personificación del arte de la medicina.

[17] 15 El más reciente ensayo crítico encaminado a deslindar los escritos que pueden atribuirse al círculo hipocrático de la primera generacin de la escuela (K. deichgraeber, "Die Epidemien und das Corpus Hippocraticum", en Abhandlugen der Bcrliner Akademie, 1933), toma como punto de partida las partes más antiguas de la obra sobre las epidemias a las que en cierto modo se les puede asignar una fecha. Este autor renuncia a atribuir ciertos escritos al propio Hipó­crates. Este camino, si se anda con prudencia, puede conducir a algunos resul­tados relativamente seguros. El problema principal consiste en abrir a la com­prensión las obras existentes, en su forma filológica y espiritual. Este problema apenas ha sido abordado aun.

[18] 16 Cf. acerca de la unidad del enseñar y el producir en las escuelas cientí­ficas mi Studien zar Entstehunftsgcschichte der Metaphysik des Aristóteles (Ber­lín. 1912), pp. 141 .ss., y Henri alline, Histoire du texto de Platón (París, 1915). pp. 3055. Tampoco en el "Corpus" hipocrático se contiene ningún fraude cons­ciente, como lo admite M. wellmann, en Hermes, 61, 332. Cf. infra, n. 19.


[19] 17 Cf. sobre  el "juramento", Corpus  Medicorum Graecorum   (CMG), i, 1, 4.

[20] 18 aristóteles, Hist. an., iii, 3, 512 b 12-513 a 7. Cf. hip., De nat. hom., 11. La mayoría de los investigadores más recientes, basándose en la coincidencia de esta parte con el extracto de Polibo dado por Aristóteles, atribuyen al primero todo el escrito hipocrático "Sobre la naturaleza del hombre". Sin embargo, las investigaciones hipocráticas de la Antigüedad estaban divididas acerca de este punto. En su comentario a esta obra Galeno (CMG, v, 9, 1), pp. 7 ss., considera los caps. 1-8 auténticamente hipocráticos por la convicción de que la teoría de los cuatro humores (patología humoral) tiene el sello característico del verdadero Hipócrates. En cuanto al resto de la obra no considera como autor ni siquiera a un médico tan próximo al maestro como Polibo. Sabino y la mayoría de los exégetas antiguos consideran a Polibo como su autor (Cf. gal., ob. cit., 87).

[21] 19 Cf. De victu ac., 1, donde se cita también una elaboración más reciente y mejor de las doctrinas de Cnido (Kni/diai gnw~mai). Sus palabras verdaderas son oi( u(/steron diasxena/asantej. Por tanto, este libro, al igual que el de las epidemias, de Hipócrates, no era obra de un individuo, sino de toda una escuela.


[22] 20 Cf. J. ILBERG, "Die Aerzteschule von Knidos", en Berichte der Sachsischen Akademie (1924), y recientemente L. edelstein, ob. cit., p. 154, quien reduce considerablemente el número de los escritos procedentes "de Cnido" dentro del Corpus hiporrático. Véase Max wellmann. Die Fragmente der sikelischen Aerzte (Berlín, 1902), que comete el error de atribuir también a Diocles a la escuela siciliana; y, frente a él, mi libro Diokles von Karystos (Berlín, 1938.)
[23] 21   Sobre i)diw/thj  (= profano), Cf. De victu sal., 1; De aff., i, 33, 45; De victu, III, 6·8.   Δημότης y δημιουργός como  términos contrapuestos, en De  flatibus, 1, De vet.  med.,  1-2.   Ιδιώτης y δημότης empleados como sinónimos en De victu ac., 6: xeifw~nac en De victu ac., 8. esquilo, Prom., 45, llama al arte del herrero una χειρωναξία.
[24] 22  CMG, i, 1, 8.

[25] 23  Hay  que  distinguir  entre  las  conferencias  yatrosofistas   sobre   temas  gene­rales en prosa retórica, como   Peri\ te/knhj  y   Peri\ fusw~n y los escritos  redac­tados en  forma  sobria   y   objetiva,  dirigidos   también   al  gran   público,  como  las obras Sobre lα medicina antigua, Sobre la enfermedad sagrada y Sobre la natu­raleza del hombre. Los cuatro libros Sobre la dieta constituyen también una obra literaria. Esta literatura se dirige a la enseñanza de los profanos y a la propia propaganda, necesaria en un mundo en que no existía una profesión médica autori­zada por el estado. Cf. De vet. mea., 1 y 12; De arte, 1; De victu ac., 8.


[26] 23a platón, Leyes. 857 C-D: ou)k i)areteij to\n nosou=nta a)lla\ sxedo\n παιδεύεις. Cf. Leves, 720 C-D, donde Platón da una descripción similar de los dos tipos.

[27] 24  De vet. med., 2.   Otro ejemplo en De aff., i.   Véase infra, pp. 814 s.

[28] 25  platón, Simp., 186 A-188 E.
[29] 26 jenofonte. Mem., iv, 2. 8-10.
[30] 27 tucídides, ii, 48, 3. 
[31] 28 aristóteles, Part. an., i, 1, 639 a 1.

[32] 29 aristóteles, Pol, iii, 11, 1282 a 1-7.  
[33] 30 Cf. supra, pp. 291 ss.
[34] 31 platón, Prot., 312 A, 315 A.
[35] 32 jenofonte, Mem., iv, 2, 10.
[36] 33 jenofonte, Mem., iv, 2, 1: Toi=j de\ nomi/cousi paidei/aj te th=j a)ri/sthj tetuxhke/nai kai\ me/ga fronou=sin e)pi\ sofi/a w(j prosefe/reto nu=n dihgh/somai. Es el postulado de una cultura nueva y más alta, cuya esencia no se ha esclarecido aún, lo que Jenofonte ve encarnado en Eutidemo. La paideia de Sócrates debe mantenerse, naturalmente, por completo aparte de esto.


[37] 34 aristóteles, PoL, viii, 2, 1337 b 15: )/Esti de\ kai\ tw~n e)leuqeri/wn e)pisthmw~n me/xri me\n tino\j e)ni/wn metexein ou)k a)neleu/qeron, to\ de\ prosedreu/ein li/an pro\j a)kri/beian e)/noxon tai=j ei)rhme/naij bla/baij. (Cf. lo que dice en 1337 b 8 sobre la eficacia del "trabajo banal").

[38] 35 De vet. med., 1 ss. y 12.

[39] 36  Ob. cit., 5 ss. y 8. 
[40] 37 Ob. cit., 4 y 5 final.    
[41] 38 Ob. cit., 8-9.
[42] 39  Ob. cit., 9: Δεί γαρ μέτρου τινός στοχάσασθαι.   μέτρον δε ούτε αριθμόν ούτε  σταqμόν  a)/λλον προς o  αναφερών  είσh   το  ακριβές,   ουκ  αν  ευροις  αλλ' η   του  σώματος  την  αίσqησιν.   También   allí  se  establece   la  comparación   entre el médico y el navegante.

[43] 40  Cf.  De  vet.   med.,  20.    El  error  de  que  esta  polémica  va  especialmente dirigida contra Empédocles y su escuela se manifiesta  a través de toda la lite­ratura.   Con la misma razón podría apuntarse el nombre de Anaxágoras o el de Diógenes.    De   modo   parecido   a   como   Empédocles   explica   aquí    la   palabra filosofi/n ("afán espiritual", "estudio"), que en esta época tiene aún una acep­ción vaga, transcribe Aristóteles (Protr., frag. 5 b, ed. Walzer;  52, ed. Rose)  el concepto de metafísica, para la que no existía aún un término técnico, con el nom­bre  de  sus  representantes  más  conocidos:   "Aquel   tipo   de  investigación   de   la verdad   (a)lhqei/aj fro/nhsij)   introducida por Anaxágoras y Parménides."    Este dato es  importante para la historia  del concepto  de filosofía,  que  se  pretende siempre hacer remontar a los tiempos de Heráclito, Heródoto e incluso de Pitá-goras.   El autor de la obra  Sobre  la  medicina antigua prosigue:  "Al  decir esto (es decir,  al  hablar de filosofía a  l'Empédocles), me  refiero  a  aquel  tipo   de investigación (i(stori/h) que enseña lo que es el hombre, de qué causa nace, etc."

[44] 41  De vet. med., 20.
[45] 42 Ob. cit., 20.
[46] 43 De aquí el título de  )Epidhmi/ai, es decir, "visitas a ciudades extranjeras". El visitar (e)pidhmei=n) no era solamente la forma en que actuaban los sofistas y los literatos, sino también la forma en que ejercían los médicos ambulantes. Cf. platón, Prot., 309 D, 315 C; Parm., 127 A, y la obra autobiográfica del poeta Ión de Quío que lleva el mismo título. Sobre la obra hipocrática, cf. ahora K. deichgraeber, "Die Epidemien und das Corpus Hippocraticum", en Abhandlungen der Berliner Akademie (1938). Los autores de esta obra y de la titulada Sobre la medicina antigua son afines en espíritu, pero difícilmente pueden ser los mismos.


[47] 44  Aphor., i, 1.   demetrio, Sobre el estilo, 4, cita la famosa frase como mo­delo del  estilo  seco  y cortado  cuyo ethos sólo  podría ser comprendido  por los profesionales.

[48] 45  La aparición del concepto de eidos, que aparece con frecuencia, sobre todo en  plural,  y el  concepto  de   idea en  las  obras hipocráticas,  ha sido   investigada por A.  E. taylor,  Varia  Socrática,  pp.  178-267  y recientemente  por G.  else, "The Terminology of the Ideas", en Harvard Studies in Classical Philology, 1936.

[49] 46 Cf. cap.  12, ei)dea, y cap.  23,  είδεα  σχημάτων, etcétera.

[50] 47   Cf. cap. 15 final: lo caliente no tiene tanta fuerza (du/namij)   como se le atribuye.   Y en cap. 14 (segunda parte) : las fuerzas que actúan en el cuerpo, su número, clase, mezcla adecuada y sus alteraciones.

[51] 48  alcmeón, frag. 4 Diels.

[52] 49  Esto  lo  demustra  ya  la   teoría  del   "número  infinito"   de  las   fuerzas  que actúan en el cuerpo.   Contra el aislamiento y la hipóstasis de las cualidades, del calor, del frío, de lo seco y de lo húmedo, usual por aquel entonces, Cf. su polé­mica en el cap. 15.

[53] 50 platón, Gorg., 464 Β ss., especialmente 465 A, 501 A ss.

[54] 51 platón, Fedro, 270 C-D. Cf. la literatura antigua sobre este pasaje en W. capelle, hermes, t. 57, p. 247. Aquí no podemos detenernos a examinar el modo como trata el problema L. edelstein, ob. cit. (Cf. supra, p. 789, n. 14), pp. 118 ss., modo que yo considero acertado en todas sus partes.

[55] 52   C. ritter, Neue Untersuchungen über Platón  (Munich,  1910), pp. 228 ss.

[56] 53   Cf. De victu ac., 3, donde se dice que ya los representantes de la escuela médica  de Cnido daban  importancia  a la  gran  diversidad   (πολυσχιδίη)   de las enfermedades  e  intentaban   establecer  el  número  exacto  de   las formas  de  cada una de  ellas, aunque  dejándose  llevar  demasiado  de la coincidencia en  el  nom­bre.   Aquí se declara, pues, necesario,  agrupar en  un  eidos varias formas de en­fermedad.   El autor de De flatibus, 2, representa el extremo en este sentido: niega la multiformidad  (πολυτροπίη)   de las enfermedades y  afirma que sólo existe un τρόπος, aunque diferenciado en distintos cuadros patológicos por sus diferencias de τόπος.


[57] 53a Hay otro problema que interesa lo mismo a Platón que a los primeros médicos. De vet. med., 15, dice que en la realidad no existe nada que sea de por sí caliente o frío, seco o húmedo y que no guarde relación con ningún otro eidos (mhdeni\ a)/llw| ei)/dei koinwne/on). Cf. platón, Sof., 257 A ss., quien habla también de una κοινωνία de la γένη o del ei)/dh. (Cf. 259 E.)

[58] 53b Por ejemplo platón, Rep., 299 C; aristóteles, Ét. nic., ii, 2, 1104 a 9; iii, 5, 1112 b 5 y De vet. med., 9, segunda mitad.

[59] 53C Cf. aristóteles, Ét. nic., x, 10, 1180 b 7.

[60] 53d platón, Fil., 34 E-35 B ss.

[61] 53e aristóteles, Ét. nic., ii, 5, 1106 a 26-32; b 15; b 27. Cf. De vet. med., 9, citado supra, p. 800, n. 39.

[62] 54 Ecos del pasaje De vet. med., 9, los encontramos también en la literatura médica del siglo iv; Cf. Diocles de Caristos, frag. 138 (ed. Wellmann) y la polé­mica que figura en la obra Sobre la dieta, I, 2 (ed. Littré, t. VI, p. 470, segunda mitad). El autor discute la posibilidad de adaptar con verdadera exactitud la regla general a la naturaleza individual del paciente. Y ve con esto la falla inevi­table de todo el arte de la medicina.
[63] 55 Cf. supra, pp. 421, 534 ss.
[64] 56  platón, Fedro 270 C-D.   Cf. supra, p. 804.

[65] 57   platón, Fedón, 96 A ss.

[66] 58  Esto  no  es  aplicable  solamente  a  la  literatura  sobre   la   medicina  griega, sino  también   a   una  obra  tan   meritoria   y  tan   llena  de   ideas  como   la   de   W. theiler, Geschichte der teleologischen Naturbetrachtung bis auf Aristóteles  (Zurich,  1925).   Esta obra se circunscribe esencialmente  a los filósofos;   por lo que se   refiere   a   los  médicos,   sólo  cita,  aparte   de   la  figura   tardía   de   Erasístrato (apéndice,   p.   102),   ciertos   paralelos  aislados   tomados   del   Corpus   hipocrático. Pero  aparte de  la comparación  de la naturaleza con  el  arte  consciente,   que  en Theiler ocupa aún el primer plano del interés, merece sobre todo un serio es­tudio la acción inconscientemente teleológica de la naturaleza, tal como la profesa la escuela de Hipócrates. Ésta se ha convertido en la forma de teleología más llena de consecuencias para la ciencia moderna, aunque no se explicase todavía en este sentido la palabra telos. Un viraje hacia un enjuiciamiento más ade­cuado de este aspecto de la medicina hipocrática lo tenemos en A. bier, "Beiträge zur Heilkunde", en Münchener Medizinische Wochenschrift, 1931, núms. 9 ss.


[67] 58a T. gomperz, Griechische Denker, t. i (4a ed.), p. 261, a quien hay que reconocer el mérito de haber entroncado a los médicos por vez primera con la evolución de la filosofía griega es, sin embargo, en su modo de enjuiciar los pro­blemas, el representante típico de la época positivista. Esto se revela en el hecho de que establece una conexión estrecha entre Hipócrates y Demócrito. Para ello se remite a la ficticia correspondencia posterior que intenta relacionarlos.

[68] 59 Cf., por ejemplo, De vet. med., 5 (final), 9; De victu, iii, 69 y a través de la generalidad de las prescripciones dietéticas.

[69] 60 Cf. De vet. meó.., 14 (segunda mitad); De aere, xii; De nat. hom., 4; De locis in hom., 26, y otros; sobre el concepto de la armonía, De victu, i, 8-9. Cf. mi libro Diokles von Karystos, p. 47, sobre άρμόττον, μέτριον, σύμμετρον.

[70] 61 platón, Fedón, 93 E; Leyes, 773 A, y Gorg., 504 C, aluden a lo mismo con su definición de la salud como el orden (τάξις) del cuerpo. Cf. aristóteles, frag. 7, p. 16 (ed. Walzer) (45 ed. Rose) acerca de la simetría como causa de la salud, de la fuerza y la belleza del cuerpo.
[71] 62 Cf., por ejemplo, De victu ac., 15 y 17.

[72] 63 La precipitación de la psyche en acudir a la parte del cuerpo herida, que Heráclito, frag. 67 a, compara con la araña que se precipita hacia el sitio de la red rota por la mosca, recuerda la precipitación de la naturaleza para acudir en socorro (bohqei=) del cuerpo contra las enfermedades, según la doctrina de los hipocráticos. Este pasaje produce más bien la impresión de una teoría médica que de un aforismo de Heráclito.

[73] 64 Cf. mi Aristóteles, p. 92.

[74] 65 Cf. últimamente theiler, ob. cit. (supra, n. 58), pp. 13 ss., que pretende atribuir a Diógenes todos los ejemplos de este tipo.

[75] 66 theiler, ob. cit., p. 52, cita un ejemplo tomado de esta obra, la cual se coloca siempre, por lo demás, en este mismo punto de vista.

[76] 67 De victu, i, 11.

[77] 68 De victu, i, 15.
[78] 68a Epid., vi, 5, 1: nou/swn fu/siej i)htroi/

[79] 69 diógenes de apolonia, frag. 5, Diels.   (Cf. también frags. 7 y 8.)

[80] 70  De alim., 39: fu/siej pa/ntwn a)di/daktoi.

[81] 71   epicarmo, frag. 4 Diels:
to\ de\ sofo\n a( fu/sij to/d' oi(den w(j e)/xei mo/na. pepai/deutai ga\r au)tau/taj u(/po.
Se alude a la incubación del huevo por la gallina, que se invoca como ejemplo de la razón natural de todos los seres vivientes. Si fuese auténtico, éste sería si no el testimonio más antiguo con que contaríamos en apoyo del concepto de la παιδεία, por lo menos no muy posterior al de esquilo, Los siete, 18 (Cf. supra, p. 263). Sin embargo, en Esquilo la palabra significa sólo la παίδων τροφή; en Epicarmo esta palabra tiene ya el sentido de la cultura superior, sen­tido que adquiere a través de los sofistas y sobre todo en el siglo IV. Diels cuenta este fragmento entre los pocos que no acusan indicios de proceder de uno de los libros de sentencias atribuidos más tarde a Epicarmo. Sin embargo, la evolución del sentido de la palabra παιδεία nos indica que se trata de una falsificación ni más ni menos que las otras.

[82] 72  Cf.  supra,  pp.   285 ss.    Como   tempranos   ecos   del  paralelo   sofístico   de   la paideia  con  la  agricultura,  de  que   allí  se  habla,   debemos  añadir  hip.,  Nomos 3, donde el concepto de la cultura en general se transfiere a la cultura especial de los médicos, y platón, Timeo, 77 A, donde la comparación se invierte inge­niosamente y la agricultura se presenta como una paideia de la naturaleza.   Lo más probable es que ambas variantes procedan del siglo IV.

[83] 73 Epid., vi, 5, 5. deichcraeber, ob. cit. (supra, p. 790, n. 15), lo interpreta así: "el paseo del alma [por el cuerpo se le representa] al hombre [como] el pensamiento". Pero yuxh=j pei/ratoj fronti\j a)nqrw/poisi no puede significar eso. El pensar (μέριμνα) se incluye también entre los "ejercicios" en De victu, II, 61. La nota nueva consiste en que los "ejercicios" se hagan extensivos del cuerpo al alma.                                                                               

[84] 74 De alim., 15.
[85] 75 T. vi, p. 72  (ed. Littré).

[86] 76   Cf.  las   detalladas  prescripciones  sobre  los   ejercicios  gimnásticos  en   De victu. sal., 7.

[87] 77  De victu, i  (t. vi, p. 466, ed. Littré).

[88] 78  Cf.   sobre  todo  el  trabajo  de  C.   fredrich,   "Hippokratische  Untersuchun-gen", en Philologische Untersuchungen, editado por Kiessling y Wilamowitz, t. 15, Berlín, 1899, pp. 81 ss., en el cual se emprenden caminos nuevos, aunque sus mé­todos en lo que se refiere al análisis de las fuentes son demasiado mecánicos.   So­bre la literatura antigua acerca del tema, Cf. p. 90 de la citada obra.

[89] 79   Pretende describir detalladamente los efectos de todas las comidas y bebi­das y de  todos los ejercicios,  para  que   las prescripciones puedan  adaptarse  a cada ocasión concreta.   La nítida distinción entre lo general (κατά παντός)  y lo especial   (kaq' e(/kaston)   es característica  del método  empleado por este  autor. Cf. acerca de esto sus propias observaciones de principio en II, 37 y 39.   El au­tor de la obra Sobre la medicina antigua no pudo  acusar de incurrir en  vagas generalidades a un médico como éste que rechaza tan enérgicamente el hablar en términos generales y se concentra en el detalle.   La teoría del κατά παντός y del καθόλου lógicos es desarrollada más tarde con mayor precisión por Aristóteles.  Esto constituye un indicio importante para poder situar cronológicamente el origen  de los libros Sobre la dieta.

[90] 80  De victu, i, 2 (comienzo).  Esto parece ir dirigido contra el autor de la obra Sobrp la medicina antigua, que  rechaza  expresamente  este modo  de  plantear el problema  (i(stori/hcon arreglo a la filosofía de la naturaleza.

[91] 81 Es característico de la concepción del autor de la obra Sobre la medicina antigua el hecho de que deriva por entero los orígenes de la medicina del des­arrollo de la dieta para enfermos.

[92] 82 De victu, 1,2  (t. vi, p. 470, ed. Littré).

[93] 82a Sobre Heródico. Cf. platón, Rep., 406 A-B: aristóteles, Ret., i, 5. 1361 b 5: hip.. vi, 3, 18.

[94] 83 De victu, I,2 (t. vi, p. 470, ed. Littré).

[95] 84  Ibid.

[96] 85  De  victu, i, 2   (t.  vi,  p. 472,  ed.  Littré),  donde  aparece  también   el  con­cepto de la "prodiagnosis".   "Profilaxia" es un término posterior, pero que define bastante bien la intención del autor.   Él se propone unir ambas cosas.
[97] 86  Cf. supra. p. 801.   De victu,  ii, 51, se  refiere a  De ret. med., 20.

[98] 87   De victu, i, 2  ít. vi, p. 470, ed. Littré).   Cf. acerca de esto De aere, i-ii. Allí  nos  encontramos,  examinados  por  el  mismo  orden   que   en  el   autor   de  la obra Sobre la dieta, con los  siguientes  factores:  la estación  del año, los vientos la situación  de la ciudad, las enfermedades propias del verano y del invierno, el curso  de los astros, el cambio de las enfermedades.   Lo referente a las aguas es lo único que el dietético omitió al extractar el escrito que tomó como base.

[99] 88  Epid., vi, 5, 5.           
[100] 89 De victu. ii, 61.
[101] 90 De victu, ii, 65 (final).
[102] 91 diocles, frags. 147 y 141  (ed. Wellmann).
[103] 92  Cf. mi libro Diokles von Karystos (Berlín, 1938), pp. 67 s.
[104] 92a Cf. sus observaciones acerca de esto, De victu, I, 1.

[105] 93  Cf.   R.   burckhardt,   "Das   koische  Tiersystem,   eine  Vorstufe  der  zoologischen   Systematik   des   Aristóteles",    en   Verhandlungen   der   Naturforschenden Gesellschaft in Basel, t. xv, 1904, pp. 377 ss.

[106] 94  Sobre la imposibilidad de atribuir la obra Sobre la dieta a la escuela de Cos, Cf. últimamente A. palm, Studien zur hippokratischen Schrift Περί διαίτης (tesis doctoral, Tubinga, 1933), p. 7. Por lo demás, el autor no exterioriza nin­guna duda por lo que se refiere al temprano origen de la obra.


[107] 95 epícrates, frag. 287 (ed. Kock).

[108] 95a Cf. acerca de él M. wellmann, Fragmente der sikelischen Aerzte, p. 69, y mi libro Aristóteles, pp. 26-30.

[109] 96 Cf. A. palm, 06. cit., pp. 8ss., aunque prescinde en su investigación de la botánica del autor de la obra Sobre la dieta.

[110] 97 Cf. supra, p. 804.

[111] 98 Cf. los pasajes en littré, Oeuvres d'Hippocrate, t. x, p. 479.

[112] 98a Cf. ahora A. palm, ob. cit., pp. 43 ss.

[113] 99  Sobre Eudoxo, Cf. mi Aristóteles, pp. 26 y 154 ss.   Ctesias fue médico de la corte del rey Artajerjes hacia 403 (Cf. jenofonte, Anáb., i, 8) : escribió sus obras en el siglo iv.

[114] 100  Cf. mi Aristóteles, pp. 52 ss. y 189, nota 78.

[115] 100a De victu, iv, 1.  Cf. píndaro, frag. 131 y aristóteles, frag. 10 (ed. Rose).

[116] 101   De victu, i, 1.

[117] 102  Los fragmentos de los escritos dispersos de  este  importante médico han sido recosidos y  compilados por M.  wellmann, Die Fragmente der sikelischen Aerzte  (Berlín,  1901), pp.  117 ss.:  forman la parte  más importante  de  lo que Wellmann entiende por escuela siciliana.   En mi libro Diokles von Karystos, Die griechische Medizin und die Schule des Aristóteles (Berlín, 1938) he demostrado que Diocles, aunque se hallase influido por  las doctrinas  de la escuela médica siciliana, no estuvo en relación directa con ella ni vivió en su época.

[118] 103  Cf. mi libro Diokles von Karystos, p. 14.

[119] 104  Cf. sobre la influencia filosófica y científica de Aristóteles sobre Diocles las pruebas detalladas que  figuran  en  mi  citado libro, pp.  16-69 y además  mi ensayo "Vergessene Fragmente des Peripatetikers Diokles von Karystos", con dos apéndices sobre la cronología de la escuela médica dogmática, en Abhandlungen der Berliner Akademie  (1938), en que se trata detenidamente de las relaciones de Diocles con Teofrasto y Estratón, pp. 5 y 10 ss.

[120] 105  Frag. 141  (ed. Wellmann).

[121] 105a Sobre la caracterización del pensamiento médico en Diocles, Cf. en mi libro citado las siguientes secciones: "El eran fragmento metódico", p. 25: a)rxai\ a)napo/deikstoi, ρ. 37; "La dietética de Diocles y la ética aristotélica", p. 45: "Diocles y la teleología aristotélica", p. 51.

[122] 106 Cf. mis datos en Diokles von Karystos, p. 48.

[123] 107 Ob. cit., p. 50.
[124] 108  Cf.   diocles,  frag.   112   (ed.  Wellmann)   y  mi  detallado  estudio  sobre  el fragmento metódico, ob. cit., pp. 25-45.

[125] 109  Cf. sobre lo que sigue diocles, frag. 141 (ed. Wellmann).

[126] 110 Cf. supra, p. 820.

[127] 111 Sobre  estas  premisas sociales de  la medicina  griega, Cf.  edelstein, Die Antike, vol. vii.

No hay comentarios:

Publicar un comentario