miércoles, 27 de diciembre de 2017

Donald Kagan.- La guerra del Peloponeso Capítulo 2 «Un conflicto en un país lejano» (436-433)

EPIDAMNO

«Epidamno es una ciudad situada al este del mar Jónico. Los taulantios, bárbaros de estirpe iliria, habitan en sus cercanías» (I, 24, 1) (Véase mapa[8a]). Tucídides empieza la narración de los acontecimientos que condujeron a la guerra con esta explicación porque pocos de sus compatriotas griegos sabían dónde estaba Epidamno, e incluso es probable que ni siquiera conociesen su existencia. En el año 436, una guerra civil había expulsado de la población al partido aristocrático; sus integrantes unieron sus fuerzas a las de los ilirios, bárbaros de descendencia no griega que vivían en las montañas colindantes, y atacaron la ciudad. Durante el asedio, los demócratas de Epidamno pidieron ayuda a Corcira, territorio fundador de la ciudad, que a su vez había sido fundada por Corinto. Los corcireos, que habían practicado una política de aislamiento respecto al grupo de colonos corintios, así como del resto de ciudades-estado, se negaron. Entonces, los demócratas de Epidamno se dirigieron a Corinto, a la que ofrecieron convertirse en una de sus colonias a cambio de ayuda. Como era costumbre, el fundador del asentamiento había sido impuesto por Corinto, y fue esta ciudad-estado la que otorgó ese derecho a Corcira, una ciudad filial. Sin embargo, las relaciones entre Corinto y Corcira eran excepcionalmente malas. Durante siglos, las dos ciudades se habían enfrentado frecuentemente por el control de alguna colonia que ambas reclamaban.
Así pues, los corintios, plenamente conscientes de que su participación irritaría a los corcireos probablemente hasta el punto de iniciar una guerra, aceptaron con entusiasmo la invitación de Epidamno. Enviaron un contingente para apoyar a los demócratas de la ciudad, al que acompañó un gran número de pobladores permanentes para restablecer la colonia. Realizaron el viaje por la ruta terrestre, más complicada, «por temor a que, si hacían la travesía por mar, los corcireos se lo impedirían» (I, 26, 2). Los historiadores no han podido encontrar razón alguna que explique la decisión de Corinto de entrar en la refriega, aunque Tucídides ofrece una explicación en otros términos: al parecer, los corintios actuaron así por despecho, ante la irreverente actitud de su colonia. «En las celebraciones comunes, no les otorgaban los privilegios acostumbrados, ni comenzaban los sacrificios rituales a la manera corintia como hacían otras colonias, sino que más bien los despreciaban» (I, 25, 4).
No cabe duda de que la decisión corintia también se debía a la disputa continuada que mantenían por ciertas colonias, una forma de competición imperial también habitual entre los Estados europeos a finales del siglo XIX. Hace tiempo que ha quedado claro que muchos de los imperios europeos no eran rentables desde el punto de vista material, y que las razones prácticas ofrecidas para su creación no son explicaciones probadas, sino excusas. Los verdaderos motivos eran a menudo psicológicos e irracionales, más que económicos o funcionales; es decir, emanaban de cuestiones de honor y prestigio.
Éste fue el caso de los corintios, quienes estaban decididos a consolidar un área de influencia en la Grecia noroccidental. Ello les condujo a entrar en conflicto con Corcira, cuyo poder había aumentado a la vez que disminuía el de Corinto. Los corcireos habían reunido una flota de ciento veinte barcos de guerra, la segunda en importancia tras la de Atenas, y durante años habían desafiado la hegemonía corintia en la región. Los insultos públicos padecidos por los corintios fueron sin duda la última provocación que pudieron aguantar, por lo que decidieron aprovechar la oportunidad que les proporcionaba la invitación de Epidamno.
La intervención de Corinto puso fin a la indiferencia de Corcira respecto a los sucesos de Epidamno. De inmediato, la armada corcirea entregó con insolencia un ultimátum a la ciudad: los demócratas debían despedir al contingente armado y a los colonos enviados por Corinto, y volver a admitir a los aristócratas exiliados. Ni Corinto podía acatar tales términos sin caer en la vergüenza, ni los demócratas de Epidamno aceptar la pérdida de refuerzos sin poner en peligro su propia integridad.
La arrogancia y confianza de Corcira descansaban en su poder naval, mientras que Corinto no contaba con naves de combate dignas de mención. Los corcireos enviaron cuarenta embarcaciones a sitiar Epidamno, al tiempo que los exiliados aristocráticos y sus aliados ilirios la cercaban por tierra. Sin embargo, la confianza de los corcireos era injustificada, ya que ignoraban el hecho de que Corinto era una ciudad próspera y enojada, y, como miembro de la Liga del Peloponeso, aliada de Esparta. En el pasado, los corintios habían sido capaces de utilizar esas alianzas en su propio beneficio, y en estos momentos esperaban hacerlo de nuevo contra Corcira.
Así pues, Corinto anunció la fundación de una colonia enteramente nueva en Epidamno, y atrajo a pobladores de toda Grecia. Éstos fueron enviados a la región acompañados por treinta barcos corintios y tres mil soldados. Otras ciudades ofrecieron fondos adicionales y naves, entre ellas, los grandes estados de Megara y Tebas, también miembros de la alianza espartana. Aunque el envío de una pequeña flota por parte de los espartanos habría intimidado a los corcireos, Esparta no ofreció ayuda alguna, tal vez consciente del peligro que la expedición corintia entrañaba.
Los corcireos, irritados por estas respuestas, enviaron negociadores a Corinto «con embajadores de Esparta y de Sición invitados por ellos» (I, 28, 1). La buena disposición espartana por tomar parte en las conversaciones demostraba claramente su deseo de una solución pacífica. En la conferencia, los corcireos expusieron de nuevo su petición de una retirada de los corintios: si esto fallaba, Corcira estaba dispuesta a someter la disputa al arbitraje de cualquier ciudad-estado del Peloponeso aceptada por ambas partes o, en caso de preferirlo los corintios, al oráculo de Delfos. Los corcireos buscaban sinceramente alcanzar un arreglo, sabedores de que habían subestimado el poder latente de Corinto. A su vez, tenían poco que temer del arbitraje, porque todas las partes sugeridas en el dictamen estarían bajo la influencia de Esparta y, sin lugar a dudas, requerirían de los corintios que ellos y sus pobladores dejaran el asentamiento, condición ésta que satisfaría a los de Corcira. Si los corintios rechazaban una propuesta así e insistían en ir a la guerra, Corcira se vería forzada a solicitar ayuda en otra parte. La amenaza era inequívoca: si era necesario, buscarían una alianza con Atenas.
CORINTO

Un incidente menor en un remoto rincón del mundo griego había producido una crisis que comenzaba ahora a sacudir su propia estabilidad de conjunto. Mientras el asunto sólo implicó a Epidamno y Corcira, el problema fue meramente local, puesto que no pertenecían a ninguna de las dos alianzas internacionales que dominaban Grecia. Sin embargo, cuando Corinto se inmiscuyó y comenzó a implicar a los miembros de la alianza espartana, Corcira buscó el apoyo de Atenas, y empezó a perfilarse en el horizonte una guerra de gran envergadura. La constatación de este peligro motivó que los espartanos acordasen unirse a los negociadores de Corcira, y utilizar su influencia para el apaciguamiento del conflicto.
Sin embargo, los corintios no pensaban dar su brazo a torcer. Como un rechazo tajante habría sido de hecho un desafío a Esparta, hicieron una contraoferta: si los corcireos retiraban sus naves de Epidamno y los ilirios la abandonaban, ellos considerarían la propuesta de Corcira.
Una propuesta así habría permitido que las fuerzas corintias cosecharan una ventaja estratégica en Epidamno al fortalecer su control de la ciudad, abastecerla y reforzar sus defensas contra el asedio. La proposición corintia no era aceptable, pero ni siquiera entonces se rompieron las negociaciones; en vez de eso, los corcireos solicitaron una retirada común de las tropas o una tregua, mientras ambas partes negociaban. Los corintios se negaron de nuevo, y esta vez respondieron con una declaración de guerra y con el envío a Epidamno de una flota de setenta y cinco barcos con dos mil efectivos de infantería. Durante la travesía, los interceptó un contingente corcireo de ochenta naves, y en la batalla de Leucimna los corintios fueron completamente derrotados. Ese mismo día, Epidamno se rendía al asedio de los corcireos. Ahora Corcira dominaba el mar y la ciudad en disputa.
Ardiendo en deseos de venganza, los corintios invirtieron los dos años siguientes en la construcción de la mayor flota jamás vista hasta entonces, y contrataron los servicios de remeros experimentados llegados de toda Grecia, incluidas algunas ciudades-estado del Imperio ateniense. Los atenienses, por el momento sin pretensiones de entrar en el conflicto, no se opusieron, lo que debió de alentar la creencia corintia de que los corcireos no obtendrían ayuda de Atenas.

Finalmente, a la vista de tal jactancia, los corcireos enviaron una embajada a Atenas para tratar de lograr una alianza contra Corinto. Cuando los corintios se enteraron, también enviaron a sus embajadores a Atenas, «para evitar que la flota ateniense se sumara a la de Corcira, lo que impediría su victoria» (I, 31, 3). La crisis original, un pequeño nubarrón en el cielo azul del lejano noroeste, una disputa más en la larga serie habida entre los colonos de Corcira y la ciudad-estado corintia, era ahora una amenaza que se cernía sobre toda Grecia, al involucrar, al menos, a una de las máximas potencias del mundo griego.

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