lunes, 25 de diciembre de 2017

Werner Jaeger Paideia : Los ideales de la cultura griega Libro primero :VII La autoeducación del individuo en la poesía Jónico-Eólica.

(117) la nueva estructuración del estado, sobre la base común del dere­cho para todos, creó un nuevo tipo de hombre, el ciudadano, e hizo de la acuñación de una norma universalmente válida para la vida ciudadana la necesidad más apremiante para la nueva comunidad. Pero así como el ideal de la primitiva sociedad noble halló en la epopeya su expresión objetiva, y formularon, Hesíodo la sabiduría práctica de la ética campesina y la ética del trabajo, y Tirteo las severas exigencias del estado espartano, no hallamos a primera vista una expresión análoga del nuevo ideal del ciudadano en la poesía de su tiempo. Como vimos, la cultura de la ciudad aceptó gustosa los estadios anteriores de la educación y, con ello, puso a su servicio la alta poesía como medio de expresión de sus propios ideales, del mismo modo que la música y la gimnasia de la antigüedad aristo­crática. No existe, pues, una creación poética que incorpore su natu­raleza peculiar y que pueda competir con la poesía del pasado deve­nida ya clásica. Podemos mencionar tan sólo las historias relativas a la fundación de determinadas ciudades, redactadas en un estilo épico convencional. Pero ninguna de estas obras de la cultura ciudadana primitiva, ya escasas en número, se eleva a la significación de una verdadera epopeya del estado, como lo fue, entre los romanos, la Eneida de Virgilio, la última de las grandes obras de este género.
El ethos del nuevo estado halló su verdadera expresión revolucio­naria no en la forma poética, sino más bien en la creación de la prosa. Nada menos que esto significa la promulgación de leyes es­critas. La característica del nuevo estadio de desarrollo de la comu­nidad humana se halla en el hecho de que la lucha para llegar a la sumisión de la vida y la acción a normas ideales rigurosas y justas, se abre paso con la mayor resolución mediante la consignación de sus preceptos en proposiciones claras y universalmente válidas. La vehe­mencia con que fue sentida esta exigencia moral relegó, al principio, a un segundo término la necesidad de una expresión intuitiva y artís­tica del nuevo hombre. El estado legal nace ya del espíritu racional y no tiene, por tanto, ningún parentesco originario con la poesía. Los momentos poéticamente fecundos de la vida de la ciudad se hallan ya agotados en Homero, Calinos y Tirteo. La vida cotidiana de los ciu­dadanos, en toda su amplitud, permanece necesariamente inaccesible a la elevación poética. Y el heroísmo de la vida política interna de So­lón, que debía convertirse en la fuente de una nueva alta poesía, no fue captado por ningún escritor jónico o eolio.
En cambio, la esfera de la intimidad personal del hombre, completamente (118) alejada de la vida política, abre a la poesía un nuevo mundo de experiencias, cuyas profundidades explora ávidamente. En este mundo nos introduce la poesía elegiaca y yámbica de los jonios y la lírica eólica La dinámica de la voluntad individual de vivir, cuya manifestación podemos perseguir, de un modo indirecto, en las transformaciones del estado, por la acción de aquélla en la vida de la comunidad, se nos revela aquí mediante la expresión de sus movi­mientos en la intimidad inmediata. Sin la percepción de esta expe­riencia espiritual nos faltaría lo más esencial para llegar a la com­prensión de las transformaciones políticas. Las conexiones causales entre lo espiritual y lo material permanecen en la mayor oscuridad por la falta completa de tradición alguna relativa a las condiciones económicas de la época. Pero, para la historia de la educación, nos importa más la forma espiritual a que llegó el hombre de la nueva edad y la huella que, mediante ella, imprimió en la evolución poste­rior. Y esta huella del espíritu jónico es de la mayor importancia para la historia de los griegos y de la humanidad. Los poetas expre­san por primera vez, en nombre propio, sus propios sentimientos y opiniones. La existencia en común permanece, para ellos, totalmente en segundo término. Incluso cuando se refieren a la política, lo cual ocurre con frecuencia, no pretenden dictar normas universales e im­perativas, como Hesíodo, Calinos, Tirteo y Solón, sino expresar su pasión personal partidista, como Alceo, o reclamar sus derechos indi­viduales, como Arquíloco. Incluso los animales, en las querellas de las fábulas, reclaman recíprocamente "sus derechos", en humorística imi­tación de las relaciones humanas. Sin embargo, la abierta expresión de las ideas propias del poeta presupone siempre la polis y su estruc­tura social. El individuo descansa en la ciudad, en su sujeción y en su libertad, lo mismo cuando esta relación permanece sin ser expre­sada que cuando se dirige expresamente a sus conciudadanos me­diante su opinión personal, como ocurre en Arquíloco.
Es altamente significativo que el género de individualidad que por primera vez se manifiesta en estas poesías, con asombrosa indepen­dencia, no se exprese, a la manera moderna, como la simple expe­riencia de la sensibilidad del yo, íntimamente intuida en relación con su dependencia e independencia del mundo, como un puro desbor­damiento sentimental. Este tipo moderno de individualidad poética no es sino una vuelta a las formas primitivas y naturales del arte, a la simple exteriorización ingenua de los sentimientos individua­les, tal como lo hallamos en los hombres de las más distintas épo­cas y razas y de un modo evidente ya en los primeros estadios de la cultura. Nada más insensato que pensar que los griegos hayan traído por primera vez al mundo el sentimiento y el pensamiento in­dividual. Por el contrario, este tipo de pensamiento y de sensibilidad llena, casi exclusivamente, el mundo entero. Tampoco fueron los úni­cos ni los primeros en dar forma artística a esta individualidad, que (119) se muestra de un modo tan impresionante en la lírica china, tan pro­fundamente emparentada con la moderna. Precisamente ello nos per­mite percibir su diferencia esencial de la primitiva individualidad griega.
El pensamiento y el sentimiento del poeta griego permanecen siem­pre, aun dentro de la esfera del yo nuevamente descubierta, someti­dos, en algún modo, a una norma y a un deber ser. Lo explicaremos con más detalle y rigor. No es fácil para nosotros, desde largo tiempo impregnados de aquella idea, concebir, de un modo claro y preciso, qué entendieron por individualidad Arquíloco y otros poetas de su género. No es ciertamente el sentimiento cristiano y moderno del yo, del alma individual consciente de su íntimo y propio valer. El yo se halla, para los griegos, en íntima y viva conexión con la totalidad del mundo circundante, con la naturaleza y con la sociedad humana; no separado y aislado. Las manifestaciones de la individualidad no son nunca exclusivamente subjetivas. Podríamos decir, más bien, que en una poesía como la de Arquíloco el yo individual trata de expresar y representar en sí la totalidad del mundo objetivo y sus leyes. El individuo griego alcanza su libertad y la amplitud de movimientos de su conciencia, no mediante el simple desbordamiento de la subjetivi­dad, sino mediante su propia objetivación espiritual. Y en la medida en que se contrapone a un mundo exterior, regido por leyes propias, descubre sus propias leyes internas.
Explicaremos este fenómeno, cuya importancia para la historia de las formas del espíritu occidental salta a la vista, mediante un ejemplo. Hemos observado ya en otro lugar un fenómeno paralelo con el naci­miento de la elegía de Calinos y de Tirteo. Allí establecimos el im­portante hecho de la historia de la educación de que el ideal del estado espartano halla su expresión poética en la transferencia de la parénesis homérica, que enardecía el valor de los héroes, a la actua­lidad real y vivida. Lo que ocurría allí con la ciudad entera, con el ejército de los espartanos, se repite en Arquíloco con la persona indi­vidual del poeta. En las elegías aparece constantemente él mismo o su contorno como portador de las figuras y los destinos homéricos. En estas transposiciones de contenido y de forma, aparece palpable y claro el gran proceso educador que se realiza entonces mediante la íntima apropiación del espíritu de la epopeya por la personalidad. In­cluso la elevación del individuo a un mayor grado de libertad, en la vida y en el espíritu, se debe, en primer término, al influjo formador de Homero.
Cuando Arquíloco se presenta a sí mismo como "servidor del im­perante Enyalios" y, al mismo tiempo, como entendido en el "amable don de las musas",[1] comprendemos lo decisivo y nuevo que hay en la atrevida conciencia de este yo que con razón se siente, en su doble (120) calidad de guerrero y de poeta, como algo inusitado y único. Pero debemos recordar, al mismo tiempo, que existe un proceso de autoformación espiritual que se revela cuando el poeta se viste con el ro­paje heroico de la forma épica o cuando habla con orgullo de las batallas contra los "señores de Eubea, famosos en el manejo de la lanza", en las cuales sirvió como soldado: del "tumulto de Ares" y de la "quejumbrosa obra de la espada".[2] Bebe su vino y come su pan en la actitud de los héroes homéricos, "apoyado en la lanza", mediante la cual se sustenta.[3] Todo esto afirma de sí mismo un hom­bre que no es de noble estirpe. La épica presta su estilo a su vida entera, a su acción y a su pensamiento.
Cierto es que no siempre se siente a la altura de este importante papel. La individualidad de Arquíloco no se manifiesta sólo por el hecho de elevar su personalidad empírica a las normas ideales de Homero y formarla de acuerdo con ellas. Al compararse a sí mismo con aquel ideal, la penetrante objetividad de la mirada griega lo lleva, necesariamente, a ver hasta qué punto la pesada y arcaica ar­madura de los héroes es inadecuada para la vacilante osamenta de su propia e insuficiente humanidad. Este conocimiento de los propios límites no quebranta, sin embargo, la invencible jovialidad de Arquí­loco. Lo convierte, por el contrario, en un motivo de expresión y de humorística afirmación de sí mismo, aun frente a las inaccesibles exigencias de los ideales tradicionales. Los héroes homéricos hubieran sentido la pérdida de su escudo como la muerte de su honor y hu­bieran preferido sacrificar su vida antes que sufrir semejante afrenta. En este punto el nuevo héroe de Paros hace sus reservas y está seguro de provocar la risa de sus contemporáneos cuando dice: "Un saio enemigo se regocija ahora con mi escudo, una armadura intachable que he abandonado sin querer tras una mata. Sin embargo, yo he escapado a la muerte, que es el fin de todo. ¡Que se pierda este escudo! Compraré uno mejor."[4] La deliciosa mezcla del moderno humor naturalista, ajeno a toda clase de ilusiones, según el cual aun un héroe sólo tiene una vida que perder, con la noble resonancia de la retórica épica, que nos habla de "una armadura intachable" y de la muerte que "es el fin de todo", es fuente de indefectibles efectos cómicos. Bajo su amparo puede el esforzado desertor aventurar su insolente conclusión y afirmar con desconcertante sinceridad: "¡Me compraré simplemente uno mejor! ¡Qué es, es definitiva, un escudo sino un pedazo de piel de buey curtida, con unos ornamentos de me­tal brillante!"
Semejante transformación del heroísmo en algo natural, demasia­do natural, parece algo atrevido e increíble. Sin embargo, aun en (121) esto halla Arquíloco su precedente en la épica tardía. No otra cosa es la escena del final de la Ilíada, cuando Aquiles invita al afligido Príamo, tras la entrega del cadáver de su hijo, a comer y a beber y cita el ejemplo de Niobe, afligida por el más profundo dolor ma­terno: "Aun Niobe, saturada en llanto, debió de pensar en la comida." [5] Todos somos hombres. También el heroísmo tiene sus límites. Aquí lo trágico, en Arquíloco, lo cómico de la naturaleza humana, rompen las severas normas de lo heroico. Sin embargo, como quiera que sea, el pensamiento griego se eleva a la norma justa y se enfrenta con ella, ya afirmando frente a la naturaleza la validez de lo más alto, ya haciendo valer los derechos de la naturaleza frente al ideal. Sin embargo, media una gran distancia entre estas manifestaciones pri­merizas del aflojamiento de las rigurosas trabas de la convención ca­balleresca y del honor de clase, que no valían ya para los soldados, y la revolución filosófica del pensamiento moral que erige a la "natu­raleza" en única y verdadera norma de la conducta. Pero en la osa­da afirmación personal de Arquíloco frente a los límites del decoro tradicional, y en la abierta decisión con que la mantiene, se halla ya implícita la conciencia de poder ser, no sólo más desvergonzado, sino también más natural y sincero que quien está sometido al código mo­ral con mayor rigor.
Con frecuencia, lo que a primera vista aparece como una opinión puramente subjetiva de Arquíloco, no es sino la manifestación de un cambio general en la concepción de lo decente y lo indecoroso y una rebelión, en este caso justificada, contra los dioses aceptados por la opinión pública y contra la fuerza de la tradición. No se trata tan sólo de una cómoda desobediencia a las normas recibidas, sino de una seria lucha para llegar a la implantación de otras nuevas. En el antiguo orden social no había más instancia superior, para juz­gar al hombre, que la fama pública. Era simplemente inapelable. Coinciden, en su respeto a ella, el mundo de la nobleza homérica y la moral campesina y artesana de Hesíodo.[6] Arquíloco, al sentirse completamente libre de los juicios del demos sobre lo justo y lo in­justo, lo honorable y lo vergonzoso, señala una etapa más libre de la evolución.[7] "Si nos afligimos por la maledicencia de la gente no gozamos de la gracia de la vida." El abandono y la comodidad de la naturaleza humana han tenido ciertamente un papel no despreciable en este proceso de emancipación. Su justificación apunta, evidente­mente, en ese sentido. Una cierta indulgencia fue la consecuencia de la nueva libertad y naturalidad. Pero la oposición contra la fuerza (122) de la pública opinión ciudadana no se fundaba sólo en motivos hedonistas. La crítica de Arquíloco se eleva a una penetrante lucha de principios. Se decía que la polis mantenía en su memoria y honraba el nombre de los que la habían servido, aun después de la muerte —así lo anunciaban todos los poetas, desde Homero, como segura recompensa al servicio prestado. Pero, en verdad, "después de la muerte nadie es honrado o famoso en la memoria de sus conciudada­nos; toda la vida nos afanamos por conseguir el favor de los vivos: pero a los muertos los hacen trizas".[8] Otro fragmento muestra claramente lo que esto quiere significar. Piensa el poeta en la baja male­dicencia que persigue, aun en los rincones más escondidos, a aquel que no es necesario temer ya. "Innoble es injuriar a los muertos."[9] Quien así penetra en la psicología de la fama y conoce la bajeza de la gran masa, pierde todo respeto a la voz de la generalidad. Ya Homero enseñaba que el espíritu del hombre es tan mudable como los días que Zeus alumbra. Arquíloco aplica esta sabiduría homérica al mundo de la vida en torno.[10] ¿Qué cosa grande puede esperarse de semejantes criaturas de un día? La ética de la antigua nobleza vene­raba la Fama como una fuerza superior porque entendía por ella algo distinto: el honor de los grandes hechos y su gozoso reconocimiento en el círculo de los espíritus nobles. Transferido a la masa envidiosa, que mide todo lo grande con su propia y mezquina medida, pierde todo sentido. Así, el nuevo espíritu de la polis da lugar a la crítica pública, como una prevención necesaria contra el mayor desenfreno de la palabra y de la acción.
No es pura casualidad que Arquíloco sea el primero y más gran­de representante del ψόγος en la poesía, el temido censor.[11] Con al­guna precipitación se ha atribuido la totalidad de la poesía yámbica, de contenido en gran parte censorio, a condiciones personales de ca­rácter. En éste, como en cualquier otro género de poesía griega, se cree justificado pensar en una explicación puramente psicológica y comprender la poesía como resultado de la expansión inmediata de la subjetividad, del enojo subjetivo de su creador. Con ello se olvida que la aspiración de la sátira literaria en la vida de la primitiva ciudad griega es un fenómeno característico de la época en que se des­arrolla la creciente importancia del demos. El yambo era, originariamente, de uso corriente en las fiestas públicas de Dionisos y res­pondía más bien a la explosión de un sentimiento popular que a la expresión de un rencor personal. Prueba de ello es que el espíritu del yambo se incorpora con la mayor fidelidad y prosigue en la an­tigua comedia ática, en la cual el poeta aparece notoriamente como el portavoz de la crítica posible. Nada implica contra esto el hecho, asimismo cierto, de que Arquíloco no sea sólo el portavoz, sino tam­bién el contradictor de la opinión común. Ambas cosas se hallan en (123) íntima conexión con su vocación de publicidad. Si fuera verdad que el yambo respondía tan sólo a la expresión de los sentimientos del yo, independientemente de toda consideración al mundo, no sería ex­plicable que el yambo filosófico de Semónides y los consejos políticos de Solón procedieran de la misma raíz. Si lo consideramos con mayor precisión, nos daremos cuenta de que la poesía yámbica de Arquíloco tiene también al lado de su aspecto satírico y crítico un aspecto parenético, y que uno y otro se hallan en íntima conexión.
Verdad es que no hallamos en él ningún ejemplo o paradigma mítico, como en la parénesis de la epopeya. Pero introduce otra for­ma de ejemplo didáctico altamente significativo para la esfera de la cual procede: la fábula. "Quiero contaros una fábula..." comienza la historia del mono y el zorro.[12] Del mismo modo empieza la fábula del zorro y el águila: "Existe una fábula entre los hombres que dice así. . ." [13] No hallamos las fábulas en las elegías de estilo heroico de Arquíloco, sino sólo en los yambos. Al hablar de los Erga de Hesíodo vimos ya cómo la fábula es una pieza constitutiva de la tradición didáctica popular.[14] La corriente de esta parénesis desem­boca evidentemente en la poesía yámbica de Arquíloco, de fuente asi­mismo popular. Aun otro caso nos permite concluir, de la confluencia del yambo con Hesíodo, a la forma originaria de la sátira: la censura contra las mujeres de Semónides de Amorgos, un poeta contemporá­neo, pero de valor artístico muy inferior al de Arquíloco.[15] Del hecho de hallarse repetidamente en Hesíodo el tema, se ha querido deducir su hostilidad a las mujeres y cierta novela personal, cuyas amargas experiencias se reflejaron así.[16] Pero la burla contra las mujeres y contra el sexo femenino es uno de los motivos más antiguos de la sá­tira popular en las reuniones públicas. Su repetición en Semónides no es sólo una débil imitación de Hesíodo, sino que se enlaza con el antiguo y auténtico yambo que no consistió nunca meramente en la denostación y pública difamación de una persona malquista. Am­bos elementos, el denuesto personal y la sátira contra un grupo entero, como las holgazanas e inútiles mujeres —su contrario correspondien­te, la sátira contra los hombres, no faltó tampoco, pero no lo hallamos en la poesía hasta Aristófanes— tuvieron su lugar en el antiguo yambo.[17]
La esencia de la auténtica sátira popular sólo puede ser inferida con extremada prudencia de las elaboraciones literarias posteriores que se conservan. Pero no cabe duda de que tuvo originariamente una función social que es posible todavía discriminar con claridad. No es la censura moral, en nuestro sentido, ni la simple expansión del (124) rencor personal y arbitrario sobre una víctima inocente. Impide esta interpretación el carácter público del ataque, que es la presuposición evidente de su eficacia y de su justificación. El cosmos de Dionisos, en el cual se desatan todas las lenguas, fue la ocasión para que salie­ran a la luz sangrientas verdades notorias. Contra el abuso de esta libertad, tan pronto como se manifestó, reaccionó, con sano instinto, la sensibilidad pública. ¿Y qué valor ideal o artístico podía tener la simple explosión del odio o de la rabia personal, aun expresándose en la forma más bella? Ciertamente, no se hubiera dejado oír la voz de Arquíloco, largos siglos más tarde, al lado de Homero en todos los concursos musicales, ni se le hubiera considerado como maestro de los griegos, como lo atestigua Heráclito,[18] ni se le hubiera per­cibido esta íntima relación de sus poemas con la conciencia general del mundo circundante. Prueba de ello es, también, la repetida ape­lación a los conciudadanos, que hallamos en los yambos. Los yambos de Catulo y de Horacio, cuya crítica implacable se dirigía también contra los escándalos públicos de su tiempo y, aun cuando atacaban con sus burlas a personas individuales, especialmente odiosas, presu­ponían, al menos, una comunidad ideal, y deben servir de base para completar nuestro cuadro sobre los escasos fragmentos de Arquíloco.[19] La evolución entera del yambo a partir de Arquíloco, en la primitiva poesía griega, no nos permite dudar de que en estas manifestaciones críticas relativas a los hombres y a sus opiniones y tendencias, que por una razón cualquiera han excitado la atención pública, se mani­fiesta no un sentimiento subjetivo sin importancia, sino la voz de un superior reconocido.
La poderosa influencia de esta nueva poesía surgió de una pro­funda necesidad de los tiempos. Por primera vez aparece en la poesía griega un elemento que contrasta en forma extraña con el elevado estilo de la forma épica tal como todavía se muestra en las elegías de Arquíloco. Este nuevo género es un tributo del estilo poético al espíritu de la polis, cuyas poderosas pasiones no podían ser domi­nadas por la sola presencia del epainos de la educación aristocrática que hallamos en Homero. Ya los antiguos habían observado que la "naturaleza común" del hombre responde mejor al aguijón de la cen­sura que a la alabanza. La aprobación y el éxito que obtuvo Arquílo­co nos hace sentir la popularidad del empleo de la censura. Se dirige a las más altas autoridades de la ciudad, a los estrategas y a los demagogos (125) y está previamente cierto del eco favorable de sus críticas. Incluso en la historia de su boda con Neóbule y en los apasionados e irónicos ataques a su padre Licambes, que ha rechazado las preten­siones del poeta, es evidente que piensa en la ciudad entera para que le sirva de público testimonio. El poeta es, al mismo tiempo, acusador y juez. "Padre Licambes, ¿quién te ha trastornado el entendimiento? Eras antes perfectamente cuerdo; ahora eres el hazmerreír de toda la gente de la ciudad." Aun aquí adquiere la censura la forma parenética.[20]
Verdad es que la sátira contra los enemigos personales era una fuerte tentación de dar rienda suelta a los sentimientos subjetivos. El largo yambo hallado en un papiro hace algunas décadas, atribuido con razón al gran rencoroso,[21] muestra la libre expansión de esta fuerza en la minuciosa pintura que hace de los sufrimientos que desea para su enemigo. Píndaro, el maestro de la educación mediante la alabanza de las virtudes nobles, dice: "Vi a lo lejos desamparado y en la mayor indigencia al satírico Arquíloco, celándose con las más duras y ofensivas enemistades." [22] Pero, incluso aquel poema de puro odio, resulta, como lo muestra la sorprendente conclusión, de un odio justificado o tenido como tal por el poeta: "Quisiera ver todo esto para el hombre que fue injusto conmigo y pisoteó nuestros juramen­tos, habiendo sido antes mi amigo. . ." Un verso que se ha conservado suelto, hace un reproche a la persona a la cual se dirige: "No tienes hiel que queme tu hígado. . ." [23] El verso, cuyo contexto nos es des­conocido, se refiere a una cualidad insoportable para Arquíloco: la incapacidad para la justa cólera, que, como es sabido, aparece, poste­riormente, en la ética peripatética como una falla moral.[24] El pasaje arroja clara luz sobre la totalidad de la poesía rencorosa de Arquílo­co. Y confirma, como la conclusión del poema contra el falso amigo, que los yambos de Arquíloco contienen un fuerte elemento normativo. Precisamente, el hecho de aplicar a las personas que censura una me­dida de valor sobreindividual, le confiere la capacidad de expresarse tan libremente. Esto explica la facilidad con que el yambo pasa de la poesía satírica a la poesía didáctica y reflexiva.
Veamos ahora los fragmentos didácticos y reflexivos. Lo que he­mos dicho antes de su relación con Homero se confirma en estos poemas reveladores de la concepción del mundo de Arquíloco. Exhorta a sus amigos a resistir paciente y virilmente el infortunio y aconseja ofrendarlo todo a los dioses. Tyché y Moira dan al hombre cuanto tiene.[25] A menudo la divinidad levanta de improviso al hombre, (126) aplastado por el infortunio, o tiene a sus pies al que se halla firme. Son frases que hallamos con frecuencia en el pensamiento griego pos­terior cuando se habla de la fuerza de tyché. La religiosidad de Arquíloco tiene su raíz en el problema de tyché. Su experiencia de Dios es la experiencia de tyché. El contenido de estas consideracio­nes, y aun en parte su letra, proceden de Homero. Pero la lucha del hombre contra el destino es transferida del elevado mundo de los hé­roes a la región de la vida cotidiana. La escena del drama es la vida del poeta que, a ejemplo de la épica, siente su personalidad humana activa y doliente y llena su propia existencia con la imagen de la concepción épica del mundo. Cuanto más libre y consciente­mente aspira a gobernar el yo humano los pasos de su pensamiento y de su acción, más firmemente se siente encadenado por el problema del destino.
Desde entonces el desarrollo de la idea de tyché entre los griegos sigue los mismos pasos que el desarrollo del problema de la libertad humana. El esfuerzo por alcanzar la independencia significa, en una gran medida, la renuncia a mucho de lo que el hombre ha recibido, como don, de tyché. Y no es casual que por primera vez en Arquíloco hallemos con plena claridad la confesión personal de que sólo es posible un hombre íntimamente libre en una forma de vida elegida y determinada por sí mismo. En unos famosos versos nos habla de una justa "elección de vida", en la cual se renuncie a las riquezas de Giges, no se superen, mediante el deseo, los límites entre el hom­bre y Dios y no se tienda la mano a la fuerza del tirano.[26] Todo ello "se halla lejos de mis ojos". La única alocución que el que habla se dirige a sí mismo muestra de qué clase de experiencia brota este orgulloso comedimiento. Este primer gran monólogo de la literatura griega surge de la transferencia de la exhortación a otra persona, tal como es usual en la elegía y en el yambo, a persona propia del que habla que así se desdobla y es. de una parte, orador y, de otra parte, espíritu que piensa y quiere. También de esto hallamos un ejemplo en la Odisea del cual dependen las ideas y la situación de Arquíloco.[27] Veamos, empero, qué es lo que ha hecho con las palabras tantas veces citadas de Odiseo: "¡Aguarda paciente, corazón mío, ya has soportado lo más vergonzoso!" Hace un llamamiento a su valor en el torbellino de sufrimientos en que se halla sumergido, para ofrecer el pecho al enemigo y resistir firme y seguro. "Ni debes pavonearte ante el mundo como vencedor ni hundirte y lamentarte como venci­do; alégrate con lo que es digno de alegría, no te rindas con exceso ante la desventura, conoce el ritmo que mantiene a los hombres en sus limites."
La concepción de donde brota este ethos soberano se eleva por encima del consejo puramente práctico de mantener la moderación (127) en la vida cotidiana, hasta la intuición de un "ritmo" en la totalidad de la existencia humana.[28] En ella funda Arquíloco su exhortación al propio control y la advertencia ante todo desbordamiento sentimen­tal, en la alegría y en la pena, es decir, ante toda constricción exte­rior, ante la felicidad o la desdicha provenientes del destino. En este "ritmo" es acaso posible percibir ya algo del espíritu de la filosofía natural y del pensamiento histórico que, por primera vez, avanza hacia la intuición objetiva de una legalidad en el curso natural de la exis­tencia. Heredóto habla derechamente de los "ciclos de las cosas huma­nas" y por ello entiende, ante todo, los altos y bajos de la fortuna.[29]
Ello no debe conducirnos, sin embargo, a pensar el ritmo de Ar­quíloco como algo fluyente, que es la consecuencia natural de lo rítmico para el sentimiento moderno, que suele apoyarse en una de­rivación etimológica de la palabra, de re/w, "fluir". La historia real de la palabra se opone claramente a esta interpretación. La aplica­ción de la palabra al movimiento de la danza y la música, de la cual deriva nuestra palabra, es secundaria y oculta la significación funda­mental. Debemos, ante todo, preguntarnos cómo entendieron los grie­gos la esencia de la danza y de la música. Y esto se halla brillante­mente ilustrado por la significación fundamental tal como se muestra ya en el verso de Arquíloco. El hecho de que el ritmo "mantenga" al hombre —he traducido antes los "mantiene en sus límites"— ex­cluye ya toda idea de un flujo de las cosas. Pensemos en el Prometeo de Esquilo que se halla sujeto, inmóvil en su roca, con grillos de hierro y dice: me hallo encadenado aquí, en este "ritmo"; o en Jerjes, del cual dice Esquilo que ha encadenado el flujo del Helesponto y ha "dado otra forma (ritmo) al curso del agua", es decir, lo ha transformado en un puente y lo ha sujetado con firmes ataduras.[30] Ritmo es aquí lo que impone firmeza y límites al movimiento y al flujo. Y esto es únicamente lo que significa para Arquíloco. También Demócrito habla del ritmo del átomo en el antiguo y auténtico sentido y entiende por ello no su movimiento, sino, como ya Aristóteles cer­teramente lo interpretó, su "esquema".[31] Y así entendieron también los intérpretes antiguos las palabras de Esquilo. Evidentemente, cuan­do los griegos hablan del ritmo de un edificio o de una estatua no se trata de una transposición metafórica del lenguaje musical. Y la intuición originaria que se halla en el fondo del descubrimiento griego del ritmo, en la danza y en la música, no se refiere a su fluencia, sino, por el contrario, a sus pausas y a la constante limitación del mo­vimiento.
Vemos en Arquíloco la maravilla  de una nueva educación personal, (128) fundada en el conocimiento reflexivo de una forma natural y última, fundamental e idéntica, de la vida humana. Se revela una autosujeción consciente a los propios límites, libre de la autoridad de la pura tradición. El pensamiento humano se hace dueño de sí mis­mo, y así como aspira a someter a leyes universalmente válidas  la vida entera de la polis, penetra más allá de estos límites en la esfera de la interioridad humana y somete también a límites el caos de las pasiones. En los siglos siguientes la escena de esta lucha es la poesía, pues la filosofía no participa en ella hasta más tarde y en segunda línea. El magisterio espiritual de Arquíloco nos permite percibir cla­ramente el camino de la poesía a partir de Homero. La poesía de la nueva época nace de la necesidad que siente el individuo libre de se­parar progresivamente lo humano del contenido mítico de la epopeya, en la cual, hasta entonces, se había expresado. Cuando el poeta "se hace propios", en el verdadero sentido de la palabra, las ideas y los problemas de la epopeya, éstos adquieren independencia en nuevas formas poéticas, tales como la elegía y el yambo, y se transforma en la vida personal.
De la poesía jónica del siglo y medio posterior a Arquíloco. se conserva lo suficiente para ver que sigue el mismo camino, aun cuan­do ninguna adquiere la importancia espiritual de su gran iniciador. Los poetas posteriores se hallan sobre todo influidos por la forma reflexiva del yambo y de la elegía de Arquíloco. Los yambos que se conservan en Semónides de Amorgos son de carácter didáctico. El primero muestra claramente la intención inmediata educadora del gé­nero: [32] "Hijo mío. Zeus tiene en sus manos el fin de todas las cosas y las dispone como quiere. El hombre no tiene conocimiento alguno de ellas. Criaturas de un día, vivimos como los animales en el prado, ignorantes de la manera que usará la divinidad para conducir cada cosa a su fin. Vivimos todos de la esperanza y de la ilusión, pero sus designios nos son inaccesibles. La vejez, la enfermedad, la muerte en el campo de batalla o sobre las olas del mar, alcanzan a los hombres antes de que hayan logrado su fin. Otros acaban sus vidas mediante el suicidio." Como Hesíodo. se lamenta el poeta de que ningún infor­tunio perdona al hombre.[33] Innumerables espíritus malignos, dolores y penas sin cuento lo cercan. "Si quisierais oírme, no amaríamos nuestras propias desventuras —esto también recuerda a Hesíodo[34] — ni nos atormentaríamos buscando dolores fatales."
La parte final de este poema se ha perdido. Pero en una elegía que trata casi el mismo tema que este yambo, se pone en claro la advertencia que dirigía Semónides a los hombres.[35] ''La base de su (129) ciega persecución del infortunio se halla en la esperanza sin freno en una vida sin fin." "El hombre de Quío ha dicho la cosa más bella: la generación de los hombres es como la de las hojas. Sin embargo, acogen esta advertencia con los oídos, pero no la aceptan en su co­razón. Todos conservan las esperanzas que brotan en el corazón de los jóvenes. En tanto dura la flor de los años tienen los mortales el corazón ligero y trazan mil planes irrealizables. Nadie piensa en la ve­jez ni en la muerte. Y en tanto tienen salud no cuidan de la enfer­medad. Insensatos los que así piensan y no saben que para los mor­tales sólo dura breve tiempo la juventud y la existencia. Aprende tú esto y, pensando en el fin de la vida, deja a tu alma gozar de algo agradable." La juventud aparece aquí como la fuente de todas las ilusiones exageradas y de todas las empresas excesivas, porque no tie­ne presente la sabiduría de Homero cuando recuerda la brevedad de la vida. Singular y nueva resulta la consecuencia que saca el poeta de esta afirmación, exhortación a gozar de los placeres de la vida cuando es tiempo. Esto no se halla en Homero. Es la solución de una generación para la cual las altas exigencias de los tiempos heroicos han perdido mucho de su profunda seriedad y escoge de las doctrinas de la Antigüedad aquello que mejor conviene a su concepción de la vida. Así, la lamentación sobre la brevedad de la vida humana. Esta concepción, transportada del mundo de los mitos heroicos al mundo más natural en que vivía el poeta, debió de producir, en lugar de un trágico heroísmo, una sed abrasadora de vida.
A medida que aumentaba el rigor con que la polis sometía a la ley la vida de los ciudadanos, con mayor fuerza debió de sentir el "bios político" la necesidad de comprobar aquella rigidez mediante la li­bertad de la vida privada. Esto es lo que expresa Pericles en su oración fúnebre.[36] cuando describe las características ideales del esta­do ateniense y contrapone la libre humanidad ática a la sujeción espartana: "No escatimamos a nuestros conciudadanos los placeres ni se los hacemos expiar con faz airada." Esta libertad de movi­mientos era el complemento necesario que dejaba la rigurosa legalidad de la polis a los impulsos vitales de los ciudadanos. Y es "demasiado humano" que el impulso hacia la dilatación del espacio de la exis­tencia individual se convirtiera, en aquel tiempo, para la gran masa, en una vigorosa demanda de mayores placeres. No se trata propia­mente de un individualismo. No entra en conflicto con las fuerzas sobreindividuales. Pero, dentro de sus límites, se ensancha sensible­mente la esfera a que se extienden las necesidades de felicidad indi­vidual. El peso de su interés cae con más fuerza que antes en el platillo de la vida. En la cultura ática del tiempo de Pericles eran reconocidos por el estado y por la opinión pública los límites de am­bas esferas. Pero fue precisa una lucha para llegar a su reconoci­miento y esta lucha tuvo lugar en Jonia. Allí surgió, por primera (130) vez, una poesía hedonista que proclama con energía apasionada los derechos a la felicidad y la belleza sensual y la falta de valor de una vida que carezca de estos bienes.
Como Semónides de Amorgos, se levanta Mimnermo de Colofón, en sus elegías, como maestro del goce pleno de la vida. Lo que en Arquíloco actúa más bien como un desbordamiento accidental de una naturaleza fuerte y de un sentimiento personal y momentáneo, se con­vierte para sus sucesores en la sabiduría entera de la vida y se traduce en una exigencia para todos, en el ideal de una vida en la cual quie­ren que participen todos los hombres. "¡Sin la dorada Afrodita no hay vida ni placer! Mejor quisiera estar muerto, proclama Mimner­mo, si no tuviera que gozar más de ella." [37] Nada sería más erróneo que figurarse a un poeta como Mimnermo como un sensual voluptuoso y decadente. No conocemos bastante de Semónides para formarnos una imagen cabal de su personalidad. Algunos poemas de Mimnermo tienen un tono político y guerrero y testifican, en sus versos homéri­cos, vigorosos y tensos, una conciencia y una tradición caballeresca.[38] Pero el hecho de que la poesía acepte en sus límites la esfera de los goces individuales, es algo nuevo y de la mayor importancia para la educación humana. La creciente pesadumbre del hombre bajo la dependencia del destino, de los "dones de los dioses", que deben ser aceptados tal como el hado los depara, así como las lamentaciones cada día más vigorosas de la poesía posterior a Homero, sobre la brevedad de la vida y la fugacidad de los placeres sensuales, demues­tran de un modo patente que las cosas se consideraban cada vez más desde el punto de vista de los derechos de la vida individual. Pero a medida que aumentan las exigencias de la naturaleza y que el hom­bre se sumerge en su goce, mayor es la resignación que lo embarga. La muerte, la vejez, la enfermedad, el infortunio y todos los peligros que lo acechan, crecen como amenazas gigantescas y quien trate de evitarlos mediante los placeres del momento, lleva, sin embargo, ince­santemente, el aguijón en el corazón.[39]
Desde el punto de vista histórico, la poesía hedonista es uno de los momentos críticos más importantes de la evolución griega. Sólo es preciso recordar que el pensamiento griego planteaba siempre el problema del individuo, en la ética y en la estructura del estado, como un conflicto entre el predominio del placer (ηδύ) y de la no­bleza (kalo/n). En la sofística se manifiesta de un modo abierto el conflicto entre estos dos impulsos de toda acción humana, y la filo­sofía de Platón culmina en la victoria sobre la aspiración del placer a convertirse en el más alto bien de la vida humana. Pero para que la oposición llegara a su punto culminante, como ocurrió en el siglo v, para que se intentara superarla como lo hizo la filosofía ática desde Sócrates hasta Platón y para que se llegara, al fin, a una fórmula de armonía tal como nos la ofrece el ideal de la personalidad humana (131) propuesto por Aristóteles, fue necesario que la demanda de la plena alegría de la vida y del disfrute del placer frente a la exigencia de lo καλόν, mantenida por la epopeya y la antigua elegía, hallara una afirmación resuelta y fundamental. Esto ocurrió en la poesía jónica desde Arquíloco. El sentido de la evolución que se realizó con ello es evidentemente centrífugo. Desata las fuerzas y afloja los vínculos de la polis por lo menos con tanta fuerza como cooperó a su estable­cimiento mediante la erección del dominio de la ley.
Para que las nuevas exigencias obtuvieran el reconocimiento pú­blico era necesario que se expresaran en la forma didáctica y reflexiva propia de la elegía y de la poesía yámbica posterior a Arquíloco. El hedonismo no se revela en ella como un sentimiento accidental del individuo. Por el contrario, fundan los poetas el "derecho" del indi­viduo al goce de la vida en principios universales. Los poemas de Semónides y Mimnermo recuerdan a cada paso que nos hallamos en los tiempos en que va a dar comienzo la consideración racional de la naturaleza y la filosofía natural milesia. El pensamiento no se detiene ante los problemas de la vida humana, como pudieran hacerlo creer los tratados de historia de la filosofía relativos a este periodo, al limi­tarse, la mayoría de las veces, el aspecto cosmológico. Invade e ins­pira el espíritu de la poesía que desde entonces se convierte en por­tadora de las ideas morales. Se plantean problemas que deben ser discutidos por sí mismos. El poeta aparece a sus oyentes como el fi­lósofo de la vida. Los poemas que se conservan de Semónides no son ya, como en Arquíloco, meras expansiones impulsivas que pue­dan tomar ocasionalmente la forma reflexiva, sino verdaderas alocu­ciones didácticas sobre un tema determinado. Y Mimnermo, que es un artista mucho más vigoroso que Semónides, revela el mismo carác­ter en la mayoría de los fragmentos que se han conservado. La poesía, en su tránsito de lo heroico a lo privado humano, conserva su actitud educadora.
Así como la poesía jonia posterior a Arquíloco, en el tránsito de los siglos VII-VI, ofrece la forma de una reflexión universalmente vá­lida sobre los derechos naturales de la vida, la poesía eólica de la lésbica Safo y de Alceo expresa la intimidad misma de la vida indi­vidual. Lo que más se acerca a este fenómeno único en la vida espiritual de los griegos, son las expansiones personales de Arquíloco, que no nos ofrecen sólo ideas generales, sino también experiencias personales con todos los matices de la sensibilidad individual. No es posible, en efecto, olvidar a Arquíloco como precursor de la lírica eólica, aunque, incluso sus poemas de odio, en los cuales se manifies­ta apasionadamente su subjetividad, se orientan todavía por normas universales de la sensibilidad ética. La lírica eólica, especialmente en Safo, va mucho más allá y se convierte en expresión del sentimiento puro. Es evidente que, por obra de Arquíloco, la esfera de lo indivi­dual adquiere una importancia tal y una tal riqueza de posibilidades (132) de expresión, que abre la vía a la libre comunicación de los más secretos movimientos del alma. Mediante Arquíloco se adquiere la posibilidad de dar forma universal a los sentimientos más subjetivos y, en apariencia, exentos de forma y de elevar aun lo más personal a lo universal humano sin que pierda con ello el encanto de lo inme­diatamente vivido.
La maravilla de la autoformación de la intimidad humana en la lírica eólica no es menor que la de la creación contemporánea de la filosofía o del estado jurídico entre los griegos del Asia Menor. El reconocimiento de este prodigio no debe llevarnos, sin embargo, a apartar la vista del hecho de la estrecha vinculación aun de esta poesía misma al mundo exterior. De la rica y variada selección de frag­mentos descubiertos en las últimas décadas, resulta evidente que del mismo modo que los versos de Arquíloco se orientan directamente a la vida que lo rodea, los poemas eólicos se inspiran también en la vida en torno y se hallan escritos para un círculo determinado de hombres. Se encuentran ligados, por tanto, a determinadas convencio­nes que hemos aprendido a comprender en esta poesía de un modo tan preciso como en la obra de Píndaro. Así, la conexión viva de las canciones de Alceo dedicadas a la bebida con los simposios de los hom­bres, y la de las canciones nupciales y amorosas de Safo con las de los círculos musicales de jóvenes compañeras que se agrupan en torno a la poetisa, adquiere, desde nuestro punto de vista, una positiva y profunda significación.
Los simposios, con su libre comercio y su alta tradición espiritual, constituían la más alta conquista en el desarrollo de la nueva expan­sión de la personalidad individual. Por consiguiente, la individualidad masculina se revela, principalmente, en la amplia corriente de los poemas simpóticos que brota de mil fuentes y desemboca en las más fuertes conmociones del alma. Los fragmentos que se conservan de los poemas de Alceo dedicados a la bebida, nos ofrecen un rico cuadro revelador de todos los tipos de expresión sentimental y de meditación reflexiva. Un numeroso grupo es la expresión apasionada de opiniones políticas impregnadas del odio de Arquíloco. Así, el colérico estallido contra el asesinado tirano Mirsilo. Confesiones eró­ticas se revelan ante el círculo de sus íntimos amigos para aligerar al oprimido corazón del peso de sus secretos. Consejos amistosos, nacidos del más profundo ethos, dejan presentir el creciente valor de estos vínculos personales para el firme mantenimiento de la vacilante existencia individual. El sentimiento de la naturaleza, cuyas primeras manifestaciones hallamos ya en Arquíloco, muestra que la naturaleza no era ya para aquellos hombres un espectáculo objetivo o placentero tal como lo vieron los pastores de Homero al contemplar desde lo alto de una montaña, en la soledad de la noche, la magnificencia del cielo estrellado. Los cambios atmosféricos y las estaciones del año, el paso de la luz a las tinieblas, de la calma a la tempestad, del rudo (133) invierno al hálito vivificador de la primavera, se convierten, por el contrario, en imagen de los movimientos del alma humana, en expre­sión de sus emociones más profundas. Consideraciones piadosas, se­renas o resignadas, sobre el curso del mundo y sobre el destino, se enlazan en una forma completamente nueva con una filosofía de bebe­dores que sepulta todas las penas de la vida personal en la borrachera dionisiaca. Así, el tono individual de esta lírica no es incompatible con la convivencia de una sociedad de hombres, aunque se estrecha el círculo de las personas ante las cuales puede manifestarse la persona­lidad individual. Al lado de la poesía consagrada a la bebida se halla la forma ritual de los himnos o plegarias. Pero unos y otros son tam­bién formas originales de la expresión humana expresadas en forma poética. En la plegaria se halla también el hombre, en su nuda sole­dad personal, ante el Ser, en la actitud originaria. Al dirigirse a la fuerza divina como a un Tú invisible pero presente, el que suplica se convierte, todavía más, en órgano de expresión de sus propios pensa­mientos y emociones y se desborda, libre de todo testimonio humano. En parte alguna se revela todo esto de una manera tan bella como en Safo.
Parece como si el espíritu griego hubiera necesitado de Safo para dar el último paso en el mundo de la intimidad del sentimiento subje­tivo. Los griegos debieron de sentir esto como algo muy grande cuando honraron a Safo, según dice Platón, como la décima musa. La poesía femenina no es inusitada en Grecia. Pero ninguna compañera en arte alcanzó el lugar de Safo. Es algo único. Sin embargo, comparada con la riqueza de la poesía de Alceo, la lírica de Safo es muy limi­tada. Se circunscribe al mundo de las mujeres que la rodean y aun esto desde el punto de vista de la vida en común de la poetisa con el círculo de sus muchachas. La mujer, como madre, como amante o como esposa del hombre, tal como aparece con la mayor frecuen­cia en la poesía griega y es ensalzada por los poetas de todos los tiempos, puesto que con esta imagen vive en la fantasía del hombre, sólo aparece ocasionalmente en la poesía de Safo con motivo de la entrada o salida de alguna de las muchachas de su círculo. No es para Safo objeto de inspiración poética. Las mujeres entran en su círculo como jóvenes muchachas que acaban de dejar el seno materno. Bajo la protección de la mujer soltera, cuya vida se halla consagrada, como la de una sacerdotisa, al servicio de las musas, reciben la con­sagración de la belleza mediante danzas, juegos y cantos.
Nunca la poesía y la educación se han hallado íntimamente com­penetradas como en este thiasos femenino consagrado a la música. Su ámbito espiritual no coincide con los límites de la poesía de Safo, sino que se extiende y abraza toda la belleza del pasado. Al espíritu heroico de la tradición masculina añaden los cantos de Safo el fervor y la grandeza del alma femenina en la cual vibra el elevado senti­miento de la vida en comunidad. Entre la casa materna y la vida (134) matrimonial se interpone una especie de mundo ideal intermedio que no podemos concebir sino como una educación de la mujer de acuerdo con la más alta nobleza del alma femenina. La existencia del círculo sáfico presupone la concepción educadora de la poesía, evidente para los griegos de su tiempo. Pero lo nuevo y grande en él es que la mujer exige el ingreso en este mundo y conquista, en su calidad de tal, el lugar que por derecho le corresponde. Porque se trata de una verdadera conquista. Mediante ella, se abre para la mujer el servicio de las musas, y este elemento se funde con el proceso de la forma­ción de su personalidad. Pero esta fusión esencial, mediante la cual se llega propiamente a la formación del hombre, no es posible que se realice sin el poder de eros que une las fuerzas de las almas. El paralelo entre el eros platónico y el eros sáfico, resalta a simple vista.
Este eros femenino, cuyas flores poéticas nos encantan por la deli­cadeza de sus aromas y el esmalte de sus colores, tuvo la fuerza sufi­ciente para fundar una verdadera comunidad humana. No pudo ser, así, una fuerza puramente sentimental, puesto que debía unir en algo más alto a las almas que impregnaba. Se hallaba presente en la charis sensual de los juegos y danzas y se encarnaba en la alta figura que estaba presente, como modelo, en la comunidad de las camaradas. La lírica sáfica tiene sus momentos culminantes cuando solicita el corazón áspero y todavía no abierto de una muchacha, en la despedida de una compañera querida que se ve obligada a abandonar el círculo para volver a su tierra o para seguir al hombre que la ha pedido como esposa —lo cual en aquel tiempo nada tenía que ver con el amor— o, finalmente, en el recuerdo anhelante de una compañera lejana que, paseando en la tarde por el silencioso jardín, invoca en vano el nom­bre de la perdida Safo.
Sería absolutamente vano e inadecuado intentar explicaciones psi­cológicas indemostrables sobre la naturaleza de este eros, o tratar, por el contrario, indignados por estas blasfemias, de probar la con­cordancia de los sentimientos del círculo sáfico con los preceptos de la moral cristiana y burguesa. Los poemas nos muestran el eros sá­fico como una pasión íntima que con la misma fuerza afectaba a los sentidos que al alma. Lo que nos interesa ahora aquí es mucho menos la comprobación de la existencia de un aspecto sensual en la erótica sáfica que la plenitud sentimental que conmueve vigorosamente la to­talidad del alma humana. Jamás la poesía amorosa masculina alcanzó en Grecia la profundidad espiritual de la lírica de Safo. La polaridad humana de lo espiritual y lo sensual sólo alcanzó más tarde verdadera importancia en la vida erótica, hasta penetrar profundamente en el alma y henchir la vida entera.
Esta transformación de la sensibilidad masculina ha sido conside­rada como una afeminación helenística. En todo caso, en los primeros tiempos sólo la mujer era capaz de semejante entrega total, del alma (135) y los sentidos, único sentimiento que merece para nosotros la deno­minación de amor. Para la mujer el sentimiento del amor se halla en el centro de su existencia y sólo ella lo abraza en la unidad de su naturaleza indivisa. En aquel tiempo, ajeno todavía al concepto del matrimonio por amor, era difícil para la mujer concebir el amor hacia el hombre. Del mismo modo, el amor del hombre, en su más alta espiritualización, no alcanzó su expresión poética en relación con la mujer sino en la forma del eros platónico. Sería un anacronismo interpretar el amor de Safo, siempre próximo a la sensibilidad sensual, como equivalente del anhelo metafísico del alma platónica hacia la Idea, que es el secreto de su eros. Sin embargo, siente que la verda­dera pasión conduce a las profundidades del alma; y en esto conviene con Platón. De ahí proviene el gran dolor que otorga a la poesía de Safo no sólo el tierno encanto de la melancolía, sino también la elevada nobleza de la verdadera tragedia humana.
La saga, que pronto se apoderó de su figura, explicó el misterio que rodea a su persona y a su vida sentimental mediante la narra­ción del amor desgraciado por un bello hombre, Faón, y dio repre­sentación sensible a su tragedia en el dramático salto desde las rocas leucadianas. Pero el hombre es completamente ajeno a su mundo. Aparece, a lo sumo, como pretendiente de una de sus queridas mu­chachas, al margen de aquel mundo, y es considerado con mirada in­diferente. La idea de que goza de la bienaventuranza de los dioses quien se sienta ante su amada y oye su voz amorosa y su risa encan­tadora, despierta en Safo el recuerdo de sus propios sentimientos en la proximidad de su ser querido. Esta voz, esta risa, mantienen el corazón en el pecho paralizado de emoción. "Con sólo verte, ninguna palabra acude a mis labios, se quiebra mi lengua, un sutil fuego corre bajo mi piel, todo se ennegrece ante mis ojos, zumban mis oídos, fluye el sudor en mí, me acomete el temblor, y estoy más pálida que la hierba, aparezco casi como una muerta."
El más alto arte de Safo consiste en la descripción de las expe­riencias íntimas, con realidad inmediata, sin patetismo alguno y con una simplicidad análoga a la de las canciones populares. ¿Dónde ha­llar algo comparable en el arte occidental hasta Goethe? Si hemos de creer que aquella canción fue compuesta con motivo de la boda de una discípula y que Safo empleó en esta forma un lenguaje tan incompa­rablemente personal, no necesitamos más ejemplos para mostrar cómo las convenciones del estilo y del lenguaje se funden con el sentimiento más profundo para llegar a la pura expresión de la individualidad. Incluso la simplicidad de la situación parece iluminar los más finos matices del sentimiento que le confiere su real significación.
Y no es ninguna casualidad que sólo la mujer sea capaz de esta individual, y la mujer, sólo mediante la mayor fuerza que le es dada, es decir, mediante el amor. Como heraldo del amor, entra Safo en el reino de la poesía antes reservado a los hombres. Símbolo (136) de esta vocación única es la introducción a una oda descubierta hace unos pocos años: "Algunos dicen que lo más bello en la tierra es un escuadrón de caballeros, otros, una banda de guerreros a pie, otros, una escuadra de navios: lo más bello es el ser querido que el corazón anhela."



[1] 1  arquíloco, frag. 1.
[2] 2  Frag.   3.   Obsérvese  también  el  matiz épico  de los nombres  mediante  los cuales se  dirige  a   los conocidos   de  su   propio  círculo  Khruki/dhjAi)simidhj, Ai)sxuli/dhj.
[3] 3  Frag. 2.                                                                                     
[4] 4 Frag. 6.
[5] 5 Ω 602.
[6] 6 La ética de la nobleza homérica amenaza con la ignominia y atrae con el honor.  El tener en cuenta la maledicencia del demos π 75, τ 527, ω 200 es cosa de la moral burguesa, que influye en la épica más reciente.   hesíodo, Erga, 763 hace de Fama  (pheme)  una diosa.
[7] 7 Frag. 9.
[8] 8 Frag. 64; cf. calinos, frag. I, 17, tirteo, 9, 23 5.
[9] 9 Frag. 65.      
[10] 10 Frag. 68 (cf. σ 136).      
[11] 11 dión de. prusa, Or., XXXIII. 12
[12] 12 Frag. 81                     
[13] 13 Frag. 89.                     
[14] 14 Pp. 75 s.
[15] 15  semón., frag. 7: cf. hes., Teog., 590, Erga, 83, 373.
[16] 16  E. schwartz, Sitz. Berl. Akad., 1915, 144.
[17] 17  Sátiras recíprocas de hombres y mujeres hallaron  expresión  en   la  fiesta de Deméter en Pellene (pausanias, vii, 27, 9)  en la de Apolo en Anaphe (APOLONIO DE RODAS, iv, 1726).
[18] 18 heráclito, frag. 42 Diels.
[19] 19 No es fácil admitir esto por lo que respecta a la imitación literaria de los yambos de Arquíloco por Calimaco. Hemos hallado recientemente una mani­festación acaso más comprensiva, de este tipo de arte. Los ciudadanos editores del papiro florentino, G. vitelli y M. norsa (Atene e Roma, Serie III, vol. I), creyeron que el poema era un yambo del mismo Arquíloco. Pero las reminiscen­cias eruditas de este poeta, la métrica y la espiritual acrimonia del lenguaje me parecen más bien imitar a Calímaco (cf. también G. pasquali,  Studi Italiani, 1933). En los versos 7 s., me parece ver una referencia a la comparación del alma, del Fedro platónico, con un tronco de caballos, para describir las pasiones violentas.
[20] 20 Frag. 88.                    
[21] 21  Frag. 79.            
[22] 22 pínd., Pyth. II 55.
[23] 23  He  parafraseado libremente  la  representación   puramente  anatómica  xolh\n e)f h(/pati frag. 96, de acuerdo con  hor., .Sat., I 9, 66 (asimismo en Od. I 13, 4).
[24] 24  Cf. Aristóteles, frag. 80 Rose, donde se hallan  recogidos, de Séneca, Filodemo  y  Cicerón,   los  pasajes  que   contienen   esta   opinión   de   Aristóteles.    Carece de   fundamento   su   atribución   al    diálogo   perdido   Politikos   (cf.   rose,   Arist. Pseudep. 114).                                                               
[25] 25 Frags.  7, 8 y 58.
[26] 26 Frag. 22.                                                                 
[27] 27 Frag. 67  (cf. υ  18).
[28] 28 Para mayor simplicidad he  traducido  la forma jónica r(usmo/j  de Arquíloco (frag. 67 a, 7), por nuestro "ritmo" que es la forma latinizada.
[29] 29 heródoto, i, 207 (cf. I, 5).
[30] 30  esquilo, Prom., 241  w)|d'  e)rru/qmismaiPers., po/ron meterru\qmize.
[31] 31   aristóteles, Metaf., A 4, 985 b 16.
[32] 32  semónides, frag. 1.                                              
[33] 33 hesíodo. Erga, 100.
[34] 34  hesíodo, Erga, 58.   También recuerda a Hesíodo en 29, 10 (Erga, 40).
[35] 35 Frap. 29. La atribución por bergk del poema a Semónides de Amorgos —Estobeo la trasmite bajo el nombre de Simónides de Ceos— es uno de los re­sultados más seguros de la critica filológica.
[36] 36 tucídides, ii, 37, 2.
[37] 37 mimnermo, frag. 1.
[38] 38 Frags. 12-14
[39] 39 Frags. 2-6.

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