miércoles, 27 de diciembre de 2017

Donald Kagan.- La guerra del Peloponeso Capítulo 12 Pilos y Esfacteria (425)

LOS COMPROMISOS OCCIDENTALES DE ATENAS

En la primavera del 425, los atenienses enviaron una flota de cuarenta trirremes alrededor del Peloponeso bajo el mando de Sófocles y Eurimedonte, con órdenes de reforzar la posición de Pitodoro en Sicilia. Sin embargo, antes de que llegaran surgieron problemas. Los siracusanos y los locros habían vuelto a capturar Mesina y, en Italia, los locros también habían atacado Regio, la base ateniense de operaciones y un importante aliado en aquella área. Cada derrota minaba las oportunidades de los atenienses de conseguir nuevos aliados, un conjunto de relaciones que formaban el núcleo de su estrategia occidental. Los refuerzos atenienses serian capaces de restaurar el statu quo, pero las noticias procedentes de Sicilia no habían alcanzado la flota antes de que ésta partiera, por lo que navegaba sin prisa.
También existían dificultades en Corcira. Cuando Eurimedonte hubo partido de allí, después de permitir que los demócratas locales eliminaran a sus oponentes, quinientas víctimas potenciales habían escapado al continente, donde ocuparon posiciones fortificadas susceptibles de ser utilizadas como bases para atacar la isla. Sus incursiones causaron una hambruna en la ciudad, y tras solicitar en vano ayuda a Corinto y a Esparta, finalmente decidieron contratar mercenarios por su cuenta. Esta fuerza combinada desembarcó en Corcira, quemó sus barcos como prueba de su determinación de permanecer hasta conseguir la victoria, y fortificó el monte Istone, desde donde podrían dominar el territorio. Su éxito animó a los peloponesios a enviar sesenta barcos con el objeto de tomar la isla. Aunque ignorantes de la incursión peloponesia, muchos atenienses todavía creían que salvar Corcira era un objetivo mucho más valioso para la flota que la campaña en Sicilia.
Demóstenes tenía, sin embargo, una tercera intención al desplegar al oeste la escuadra ateniense. Su espléndida campaña en Acarnania había hecho olvidar el recuerdo del desastre etolio, y se había convertido en un general electo para el año que comenzaría a mediados del verano, el 425. Aunque en ese momento era un civil sin mando, tenía un plan para desembarcar en la costa de Mesenia, desde donde confiaba en causar importantes daños al enemigo; para eso, también necesitaba una flota.
Cada opción tenía sus ventajas, y las tres merecían ser llevadas a la práctica simultáneamente por escuadras separadas, pero los atenienses no tenían el dinero ni, quizá, los hombres para emprenderlas todas. No obstante, siguiendo una política más audaz, enviaron su flota con órdenes que, en otras circunstancias, podían haber causado extrañeza. A Sófocles y Eurimedonte se les ordenó navegar hacia Sicilia, «pero también que cuando estuvieran pasando junto a Corcira prestaran apoyo a los de la ciudad, que estaban siendo atacados por los que estaban en la montaña». También se les dijo que permitieran a Demóstenes «utilizar los barcos en la costa del Peloponeso si él así lo deseaba» (IV, 3-4).
PLAN DE DEMÓSTENES: EL FUERTE DE PILOS

Hasta que los generales atenienses no alcanzaron la costa de Lacedemonia, no comprendieron que una flota peloponesia estaba en Corcira. Sófocles y Eurimedonte estaban ansiosos por llegar allí, pero Demóstenes tenía otras ideas. Una vez en el mar, reveló a sus colegas los detalles del plan que no había podido explicar abiertamente en la Asamblea ateniense por temor a que llegara a oídos del enemigo. Se proponía desembarcar en un lugar que los espartanos llamaban Corifasio (el Pilos homérico), y construir allí un fuerte permanente. Demóstenes había estudiado la zona en viajes previos, y consultado con sus amigos mesenios acerca de ella. Sería de gran utilidad como una base permanente, en la que podrían ser instalados los adversarios mesenios de Esparta, tanto para asolar la tierra de Mesenia y Lacedemonia como para impulsar una rebelión ilota. También tendría una gran utilidad para la guerra en el mar, ya que disponía del puerto natural más grande (hoy conocido como bahía de Navarino) en esa zona. Había, además, grandes cantidades de madera y piedras para construir fortificaciones; el territorio circundante estaba deshabitado, y se encontraba a unos setenta kilómetros de Esparta en línea recta, y quizá la mitad de lejos respecto a la ruta que probablemente tomaría un ejército espartano, con lo que sus ocupantes podrían prepararse para la defensa mucho antes de que tuvieran que enfrentarse a las tropas lacedemonias. Demóstenes tenía razón al creer que «este lugar tenía más ventajas que ningún otro» (IV, 3, 3).
Sin embargo, Sófocles y Eurimedonte estaban preocupados por la seguridad de Corcira y poco convencidos del imaginativo y osado plan de Demóstenes; pensaban que su idea era una imprudente distracción, y le dijeron sarcásticamente «que había muchos promontorios deshabitados en el Peloponeso que podían ocupar si querían malgastar el dinero del Estado» (IV, 3, 3). Demóstenes respondió que no proponía una larga campaña en Pilos, sino que sólo solicitaba el servicio de la flota durante el tiempo que durara la construcción de las fortificaciones, para dejar entonces una pequeña fuerza con objeto de defender el puesto y partir hacia Corcira. Él estaba convencido de que un exitoso desembarco en la costa de Mesenia provocaría la retirada de la flota peloponesia de Corcira, consiguiéndose así dos objetivos de la forma más económica y sencilla.
En ese momento, la suerte le sonrió: aunque Demóstenes fracasó en convencer a los generales para que desembarcaran en Pilos, una tormenta llevó a los barcos atenienses hasta allí. Mientras los generales esperaban a que amainase el temporal, Demóstenes actuó a espaldas y contra el deseo de sus superiores al apelar directamente a los soldados, aunque este esfuerzo fue, también, infructuoso. No obstante, como la tormenta continuaba, los aburridos soldados finalmente aceptaron hacer lo que Demóstenes les pedía. El espíritu de aventura se apoderó de ellos, y se apresuraron a fortificar los puntos más vulnerables antes de que los espartanos aparecieran, completándose las defensas en seis días. Cuando la tormenta hubo pasado, los generales dejaron a Demóstenes con un pequeño contingente y cinco trirremes para defender el recién establecido fuerte, y partieron hacia Corcira.
En ese momento, los espartanos estaban celebrando un festival, y su ejército estaba en el Ática, por lo que no se preocuparon excesivamente por este asunto, ya que los atenienses habían desembarcado en otras ocasiones en el Peloponeso, con fuerzas mucho mayores, aunque nunca habían permanecido el tiempo suficiente como para hacer frente a un gran ejército espartano. Incluso si los atenienses pretendían levantar una base permanente en Pilos, los espartanos no tenían duda alguna de que la podrían tomar por asalto. No obstante, Agis, que había dirigido su ejército al Ática en la primavera, como era usual, se tomó más en serio la noticia. Disponía de pocos suministros de comida y estaba preocupado por el mal tiempo, por lo que decidió regresar a casa después de que hubieran transcurrido tan sólo quince días, sin duda la más corta de las invasiones.
Los espartanos informaron de la construcción del fuerte ateniense al navarca Thrasimélidas en Corcira, que comprendió el peligro tan rápidamente como Agis lo había hecho y regresó de inmediato. Logró deslizarse sin ser detectado por la flota ateniense que, en ese momento, navegaba hacia el norte, y llegó sin novedad a Pilos. Durante ese tiempo, el ejército de Agis había regresado del Ática, y los espartanos también convocaron a sus aliados peloponesios para que enviaran tropas. Una avanzada de aquellos espartanos que no habían ido al Ática y los periecos que habitaban más cerca de Pilos partieron de inmediato para atacar la posición ateniense.
LOS ESPARTANOS EN ESFACTERIA

Cuando las fuerzas espartanas estaban reuniéndose, Demóstenes envió dos barcos para alcanzar a Sófocles y Eurimedonte con el objeto de informarles de que se encontraba en peligro. Encontraron a la flota ateniense en Zacinto, desde donde se apresuraron hacia Pilos para ayudar al contingente ateniense. Aunque los espartanos no dudaban de que serían capaces de tomar una estructura de tan mala calidad defendida tan sólo por unos pocos hombres, sabían que la flota ateniense no tardaría en llegar. En consecuencia, decidieron lanzar un ataque inmediato sobre Pilos por tierra y por mar, y, si eso fallaba, obstruir las entradas al puerto para impedir que la flota ateniense pudiera entrar. También colocaron tropas en la isla de Esfacteria, así como en la costa de la península peloponesa, con el objeto de impedir que la flota ateniense estableciera una base. Los espartanos creían que «sin arriesgarse a una batalla naval, probablemente podrían capturar el lugar por asedio, ya que (los atenienses) no disponían de trigo al haber ocupado el lugar con poca preparación» (IV, 8 ,8). En principio la estrategia funcionó, pero finalmente no pudo ser llevada a la práctica debido a que los espartanos no pudieron cerrar los canales [8] (Véase mapa[25a]). Debido a las medidas del canal meridional, de mil doscientos metros de ancho y de sesenta metros de profundidad, ni siquiera toda la flota peloponesia podría haberlo bloqueado. Por consiguiente, los espartanos tan sólo podrían haber protegido el puerto entablando una batalla naval en el canal meridional con sus sesenta barcos contra los cuarenta atenienses, un combate que hubiera convenido perfectamente a los atenienses; sea como sea, no hay evidencias de que los espartanos hubieran tenido la intención de acometerlo. Su plan para detener a los atenienses sigue siendo un misterio para nosotros, pero sin duda o fue mal concebido o muy mal ejecutado. Los espartanos colocaron cuatrocientos veinte hoplitas, acompañados por sus ayudantes ilotas en Esfacteria bajo el mando de Epitadas. Allí permanecerían como rehenes de la fortuna y del enemigo, a menos que la flota ateniense pudiera ser mantenida fuera de la bahía de Navarino, y sabemos que no podía serlo.
Mientras tanto, Demóstenes varó en la playa y utilizó sus tres trirremes como muros para protegerse de la flota enemiga. Incapaz de procurarse armas convencionales de hoplita en un territorio deshabitado y hostil, equipó a las tripulaciones de sus barcos, unos seiscientos hombres aproximadamente, con escudos de mimbre. Sin embargo, un corsario mesenio llegó pronto llevando armas y cuarenta hoplitas, un refuerzo que sin duda había sido acordado previamente por Demóstenes. Ahora, probablemente, disponía de, al menos, noventa hoplitas, incluyendo diez de cada uno de los cinco barcos que le habían concedido inicialmente, a pesar de lo cual la fuerza ateniense que defendía el fuerte se encontraba claramente sobrepasada en número y era inferior en armamento.
Demóstenes dispuso a la mayor parte de sus tropas detrás de las fortificaciones que miraban hacia el interior. Él mismo, con sesenta hoplitas y unos pocos arqueros, se hizo cargo de uno de los puestos más difíciles, el que defendía la sección de la costa que era más vulnerable al desembarco del enemigo, la esquina sudoccidental de la península, donde se situaron casi al mismo borde del mar.
LA VICTORIA NAVAL ATENIENSE

En su arenga antes de la batalla, Demóstenes comunicó a sus tropas una sencilla verdad acerca de la guerra anfibia antigua: «Es imposible llevar a cabo un desembarco contra un enemigo en la orilla si éste permanece firme y no se deja llevar por el temor» (IV, 10, 5). Los espartanos atacaron precisamente donde Demóstenes esperaba, alentados por la destacada bravura de Brásidas, que pronto desfalleció a consecuencia de sus heridas y perdió su escudo, aunque los atenienses permanecieron firmes, retirándose los espartanos después de dos días de combate. En el tercer día desde el ataque, Sófocles y Eurimedonte llegaron desde Zacinto con una flota que había aumentado hasta los cincuenta trirremes, con la adición de barcos quiotas y otros de Naupacto. Los espartanos esperaron en el interior del puerto, preparando sus barcos para el combate. La batalla que siguió supuso una gran victoria para la marina ateniense y un gran desastre para los espartanos, cuyo coraje fue empleado principalmente en enfrentarse a las olas después de la derrota y en evitar que los atenienses se llevaran a remolque los abandonados trirremes. Los atenienses levantaron un trofeo de la victoria y navegaron libremente ante los hoplitas espartanos, que quedaron aislados y rodeados en la isla de Esfacteria.
Las increíbles ramificaciones e importancia de este triunfo naval no pueden ser exageradas. Cuando los espartanos comprendieron que sus hombres no podían ser rescatados, decidieron pedir de inmediato una tregua en Pilos, durante la cual negociarían una paz general y recuperarían a sus hombres en Esfacteria. Es asombroso para nosotros que un Estado militar tan fuerte como Esparta deseara pedir la paz sólo para recobrar a cuatrocientos veinte hombres. Pero este grupo representaba casi una décima parte del ejército espartano, y al menos ciento ochenta de ellos pertenecían a las mejores familias de entre los espartiatas. En un Estado que practicaba un estricto código de eugenesia, que eliminaba a los niños que nacían con defectos, en el que la separación entre hombres y mujeres durante la edad más fértil garantizaba un efectivo control de natalidad, cuyo código de honor exigía de sus soldados la muerte antes que el deshonor, y cuya casta más destacada se casaba sólo entre sus propios miembros, la preocupación por la seguridad de meramente ciento ochenta espartiatas no era un simple gesto sentimental, sino una necesidad extremadamente práctica.
La tregua permitió que los atenienses continuaran con su bloqueo de Esfacteria, sin atacarla, al tiempo que se autorizaba la entrega de comida y bebida a los hombres que se encontraban allí atrapados. A cambio, los espartanos prometieron no atacar el fuerte ateniense en Pilos ni enviar secretamente barcos a la isla, y también acordaron entregar sus sesenta barcos como garantía. Un trirreme ateniense llevó a los enviados espartanos a Atenas para las conversaciones de paz; la tregua duraría hasta que ellos regresaran, momento en el cual los atenienses deberían devolver los barcos espartanos en las mismas condiciones en que los recibieron. Cualquier incumplimiento de estos términos conduciría al final de la tregua, que había dado a los atenienses una gran oportunidad: si las negociaciones fracasaban, podían fácilmente protestar por el incumplimiento de la tregua y retener, así, los barcos espartanos. Éstos, sin embargo, no estaban en posición de rechazar tales condiciones, incluso con tan desfavorable cláusula.
LA OFERTA DE PAZ DE ESPARTA

Esparta presentó sus términos de paz a la Asamblea reunida en Atenas, concediendo que los atenienses habían ganado la primera mano, pero recordándoles que su victoria no era el resultado de un cambio fundamental en el equilibrio de poder. Los atenienses demostrarían su sensatez si aceptaban un acuerdo de paz mientras la ventaja estaba de su parte. A cambio de los prisioneros de Esfacteria, los espartanos proponían establecer una alianza ofensiva y defensiva con Atenas, y como no se hacía mención de cambio territorial alguno, los atenienses habrían retenido el control de Egina y Minoa, con un puesto seguro en el noroeste; a cambio, abandonarían cualquier reclamación sobre la devolución de Platea.
Puede parecer que los atenienses hubieran debido aceptar la oferta espartana como la clase de paz que Pericles había tenido en mente desde el comienzo de la guerra, pero es difícil establecer si ése era el caso. Los objetivos de Pericles eran psicológicos en gran parte; pretendía convencer a los espartanos de que carecían del poder suficiente para derrotar a Atenas. No obstante, el discurso de los enviados a la Asamblea revela que no habían aprendido la lección, sino que continuaban creyendo que la supremacía ateniense era el resultado de circunstancias que podían ser invertidas en cualquier momento. «Esta desgracia que hemos sufrido no se debe a nuestra falta de poder o a que, al crecer mucho, nos hayamos vuelto arrogantes. Por el contrario, aunque nuestros recursos permanecen inalterados, calculamos mal, un error al que todos los hombres están expuestos» (IV, 18, 2).
Los atenienses entendieron que, después de recuperar a los rehenes, Esparta reanudaría la guerra en el momento que considerara más oportuno, y en el 425 admitieron que, mientras los hombres retenidos en Esfacteria permanecieran en su poder, disponían de una garantía virtual para la paz. Pero Tucídides afirma: «ellos querían más» (IV, 21, 2), lo que significaba que la codicia, la ambición y la expansión del Imperio estaba impulsando a los atenienses. Sin embargo, esta conclusión no es indefectible, ya que los atenienses tenían buenas razones para desear algo más que la promesa espartana de buena voluntad en el futuro y una alianza que dependía de la continuidad de esa buena voluntad. Incluso aunque fueran sinceros en su oferta, los espartanos que estaban proponiendo paz y amistad en ese momento podían dejar de estar en puestos de responsabilidad. Después de todo, había sido la inestabilidad de la política interior espartana lo que había conducido al conflicto; además, los defensores de la guerra habían sido suficientemente fuertes para rechazar una oferta ateniense de paz en el 430. ¿Qué garantía habría de que la beligerancia no se impondría de nuevo tan pronto como fuera seguro? Todo ateniense razonable tenía derecho a querer un aval más firme del que se les proponía.
Sin que ello nos sorprenda, la oposición a la oferta espartana fue liderada por Cleón, quien hizo una contrapropuesta basada en que los espartanos retenidos en Esfacteria deberían rendirse y ser traídos a Atenas en calidad de rehenes. Del mismo modo, continuaba Cleón, los espartanos deberían entregar Nisea y Pegas, los puertos de Megara, y Trecén y Acaya, ya que todos estos lugares no habían sido tomados por Atenas en el curso de la guerra, sino que se habían rendido «por un acuerdo previo motivado por la adversidad, en un momento en que ellos [los atenienses] estaban más inclinados a buscar la paz» (IV, 21, 3). Cleón se estaba refiriendo al año 445, cuando un gran ejército espartano invadió el Ática. Sólo entonces los atenienses devolverían a los prisioneros y acordarían una paz duradera.
En lugar de rechazar de plano estas condiciones tan poco atractivas, los espartanos pidieron el nombramiento de una comisión con la que pudieran negociar de ahí en adelante en privado. Cleón respondió violentamente, acusándolos de esconder oscuras intenciones al pretender ese secretismo. Si tenían algo honorable que decir, debían hacerlo ante la Asamblea. Sin embargo, los espartanos difícilmente hubieran podido discutir acerca de la posible traición a sus aliados en público, por lo que acabaron por renunciar y regresaron a casa.
Es tentador culpar a Cleón de la ruptura de las negociaciones sobre la base de que nada se hubiera perdido y mucho se hubiera ganado con negociaciones privadas. Pero, realmente, ¿qué se hubiera podido conseguir? Supongamos que los atenienses hubieran votado negociar por medio de una comisión secreta. Dada la situación política en Atenas, Nicias y sus seguidores habrían dominado las conversaciones. Deseosos de conseguir la paz, sinceros en su deseo de amistad con Esparta, e inclinados a creer en su buena fe, estos hombres podían haber llegado a acuerdos muy provechosos para los atenienses, incluyendo, quizá, una alianza, promesas de amistad eterna, la devolución de Platea, e incluso el abandono de Megara por parte de Esparta. A cambio, los espartanos sólo podían haber reclamado la devolución de los hombres en Esfacteria y la evacuación de Pilos, peticiones que hubieran sido difíciles de rechazar.
La sugerencia de que los espartanos podían haber estado de acuerdo en renunciar a Megara o, al menos a sus puertos, era, sin embargo, poco realista. Esparta podía haber abandonado el noroeste e ignorado las reclamaciones de Corinto en relación a Corcira y Potidea, pero haber rendido Megara hubiera conducido a la supremacía de Atenas en el istmo, y a separar a Esparta de Beocia y de la Grecia central. Con ese paso, su credibilidad como líder de su Liga y protector de sus aliados hubiera sido completamente destruida. Corinto, Tebas y Megara se opondrían. Para respetar un acuerdo como ése, Esparta hubiera tenido que abandonar a sus aliados más importantes, e incluso, bajo los términos de la alianza propuesta con Atenas, luchar junto a los atenienses contra ellos. Claramente, un acuerdo como ése no era posible. La amargura que resultaría conduciría pronto a la hostilidad y a la guerra, con la capacidad espartana para llevarla a cabo inalterada. Cleón y los atenienses que le apoyaban tenían suficientes razones como para rechazar negociaciones secretas con Esparta.
Sin embargo, si nada iba a conseguirse por medio de negociaciones secretas, los atenienses sí podían perder algo: el retraso podía beneficiar a los espartanos, ya que los hombres retenidos en Esfacteria podían encontrar un medio de escapar. El bloqueo ateniense de la isla no podría mantenerse durante el invierno, y los hombres atrapados allí sin duda intentarían huir si no se hubiera alcanzado un acuerdo de paz. Cada día en que la tregua permitía que fuera llevada comida a Esfacteria, suponía un nuevo día para la resistencia de los hombres de la isla, e incrementaba la posibilidad de que Atenas perdiera su baza. Cleón vio ese peligro y la mayoría lo apoyó.
Este debate marca un punto crítico de inflexión en la política ateniense. En el período que va del rechazo espartano de la oferta ateniense de paz en el año 430 hasta el asunto de Pilos en el 425, hubo un consenso general en Atenas a favor de que la guerra debía ser impulsada tan enérgicamente como fuera posible con el objeto de obligar a los espartanos a buscar la paz. Las desavenencias en cuanto a la naturaleza de esa paz se vieron sustituidas por la dedicación al esfuerzo común. La victoria en Pilos y la subsiguiente misión espartana de paz fueron, sin duda, acontecimientos que cambiaron la situación. Hasta que ocurrieron, hablar de alcanzar un acuerdo con Esparta era, sencillamente, traición; después de que se produjeran, era un camino que hombres patrióticos podían defender con la conciencia tranquila. Los objetivos de guerra de Pericles, el restablecimiento del statu quo de la preguerra, la conservación del Imperio y el final de la ofensiva espartana contra él, todo parecía estar ahora al alcance de la mano. Algunos atenienses podían haber argumentado que una paz como ésa no era lo suficientemente segura y que el propio Pericles habría insistido en obtener mayores garantías, pero hombres prudentes hubieran podido responder que era sabio confiar en Esparta y allanar el terreno para un acuerdo más duradero. Probablemente, Nicias defendía esa posición en el año 425.
Sin embargo, Cleón tenía objetivos muy diferentes. Lo que él pedía efectivamente era el regreso al estado de cosas que existía antes del Tratado de los Treinta Años de 445, cuando Atenas controlaba Megara, Beocia y otras partes de Grecia central, así como un cierto número de ciudades costeras del Peloponeso. Los atenienses habían sido obligados a abandonar esos territorios, creía él, como resultado de un tratado que habían firmado bajo coacción, a causa de ciertas «adversidades». Cleón pretendía dar a entender que, a causa de los hechos ocurridos en Pilos y en Esfacteria, los atenienses tenían que insistir en un regreso a condiciones anteriores, cuando la paz no dependía de los caprichos de la política espartana o de la muestra discrecional de su buena voluntad, sino que estaba garantizada por la posesión ateniense de estratégicos emplazamientos defensivos.
CLEÓN CONTRA NICIAS

El regreso de los embajadores espartanos a Pilos significó el final de la tregua, pero los atenienses, alegando un incumplimiento por parte de Esparta, se negaron a devolver los barcos que habían recibido como garantía. A partir de ese momento, los espartanos tendrían que luchar sólo en tierra, lo que no parecía ser un serio inconveniente dada la poca eficacia de su marina hasta ese momento. Los atenienses estaban ahora decididos a capturar a los espartanos aislados en Esfacteria, y enviaron veinte barcos adicionales para reforzar el bloqueo. Esperaban un rápido éxito, ya que la isla estaba deshabitaba y no producía alimento ni disponía de agua potable, mientras que la flota ateniense mantenía un completo control de cualquier vía de acercamiento a ella. No obstante, los espartanos mostraron un sorprendente ingenio ante este reto, ofreciendo recompensas a los hombres libres y la libertad a los ilotas que burlaran el bloqueo con comida y bebida para los hombres cercados. Muchos se arriesgaron y se aprovecharon del viento y de la oscuridad para alcanzar la isla. Algunos provocaron el naufragio de pequeños botes en la costa que daba al mar, y otros cruzaron el canal a nado con el objeto de mantener con vida a los hombres en Esfacteria mucho tiempo después de que se esperara su rendición.
Finalmente, los propios atenienses comenzaron a sufrir la falta de comida y bebida. Unos catorce mil hombres dependían de un pequeño manantial situado en la acrópolis de Pilos, y de la escasa cantidad de agua potable que pudieran encontrar en la playa. Se encontraban confinados en un pequeño espacio y su ánimo había decaído debido a la duración inesperada del asedio. Comenzaron a temer que el comienzo del invierno les obligara a levantar el bloqueo, al impedir la llegada regular de los barcos de suministro. Como el tiempo pasaba y los espartanos no enviaban ninguna otra embajada, creció el miedo a que el enemigo confiara en recobrar a sus hombres, y que Atenas pudiera salir mal parada de esta situación, sin una gran ventaja estratégica o una paz negociada. En Atenas, muchos comenzaron a considerar que se había cometido un error, y que Cleón, que había instado a rechazar la oferta espartana de paz, era el culpable.
Pero Cleón y su política no comenzaron a ser criticados hasta que la Asamblea ateniense conoció la alarmante situación en Pilos. Probablemente, el propósito de la reunión era discutir una petición por parte de Demóstenes para que fueran enviados refuerzos con los que atacar Esfacteria. Ciertamente, Cleón estaba en contacto con Demóstenes y conocía su intención de asaltar la isla. El tipo de tropas ligeras necesarias para la campaña estaba ya reunido en Atenas cuando el debate tuvo lugar, y Demóstenes había empezado a hacer preparativos para el asalto, solicitando tropas adicionales de los aliados en el área. Probablemente, Demóstenes debió de pedir tropas especialmente entrenadas para la captura de los espartanos en Esfacteria.
Cleón era la elección natural para actuar como abogado de Demóstenes. Él era el más directo defensor de rechazar la oferta de paz espartana y probablemente se le consideraría responsable si los espartanos retenidos lograban escapar. También era un político de grandes dotes, capaz de sacar provecho de las perspectivas de éxito del audaz plan de Demóstenes. Por entonces, Nicias se había inclinado hacia una paz negociada y temía que la captura de los espartanos inflamaría el espíritu agresivo de los atenienses y haría la paz completamente imposible. Por tanto, es posible que estuviera interesado en retrasar todo lo que pudiera un ataque con la esperanza de alcanzar un acuerdo antes de que fuera demasiado tarde. Pero como él no tenía la experiencia de Demóstenes en el combate en terreno accidentado con tropas ligeramente armadas y no contaba con un conocimiento directo que le proporcionara garantías a la hora de juzgar las perspectivas de éxito, su prudencia innata pudo haberle guiado a sobrestimar los riesgos de un desembarco forzado en una isla defendida por tal número hoplitas. Sea como sea, sabemos que se opuso a la petición de refuerzos para lanzar un asalto sobre la isla.
Debido a que Cleón había acusado a los mensajeros que habían traído las malas noticias de Pilos de no decir la verdad, éstos solicitaron a los atenienses que nombraran una comisión para verificar la veracidad de sus informes. Los atenienses accedieron y eligieron a Cleón como uno de sus representantes, pero él argumentó que el viaje era una pérdida de tiempo que podía hacer perder a Atenas una gran oportunidad. En lugar de emprender el viaje, instó a la Asamblea a que, si consideraba ciertos los alarmantes informes, enviara de inmediato una fuerza adicional para asaltar la isla y capturar a los espartanos, ya que «Cleón vio que los atenienses estaban ahora más dispuestos que antes para llevar a cabo una expedición» (IV, 27, 4).
La Asamblea debió de votar el envío de un destacamento y nombrar a Nicias como su comandante, ya que la respuesta de Cleón fue señalar a éste, insistiendo en que sería bastante fácil, si los generales fueran hombres realmente valerosos, dirigir una fuerza adecuada hasta Pilos y capturar a los hombres en la isla. «Él mismo lo haría, si estuviera al mando» (IV, 27, 5).
Entonces, los atenienses, atrapados en su juego, preguntaron a Cleón por qué, si él creía que la tarea era tan fácil, se negaba a hacer el viaje. Nicias, dándose cuenta de la atmósfera que se estaba creando y «percibiendo la crítica que le estaba haciendo Cleón», afirmó que los generales estarían muy gustosos de permitirle que dirigiera cualquier fuerza que él deseara para llevar a cabo la tarea. Al principio, Cleón pareció dispuesto a aceptar la propuesta, «pensando que la oferta era sólo una estratagema», pero más tarde puso reparos, señalando que era Nicias y no él quien ostentaba el cargo de general, «cuando comprendió que el ofrecimiento [de Nicias] de renunciar al mando era auténtico» (IV, 18, 1-2). Nicias, dándose cuenta de la embarazosa situación en la que se encontraba su oponente, repitió la oferta con la esperanza de desacreditar completamente a Cleón, y la multitud pronto se le unió, algunos honradamente, otros por hostilidad a Cleón, y aún otros por la diversión que encontraban en ello.
Nicias no tenía autoridad legal para hacer una oferta semejante por su propia cuenta, y mucho menos en nombre de los otros generales, pero cuando la Asamblea hizo suya la propuesta, estuvo claro que los atenienses aceptarían la sugerencia. Al final, Cleón, «no teniendo manera alguna de escapar de las consecuencias de su propia propuesta», aceptó el mando de los refuerzos, llevando con él sólo un cuerpo de tropas lemnias e imbrias que se encontraban en ese momento en Atenas, algunos peltastas (tropas con escudo ligero) de Eno, y cuatrocientos arqueros de otros lugares. Con estos hombres y los que ya estaban en Pilos, prometió que en el plazo de veinte días él «o bien traería vivos a los espartanos o los mataría allí mismo» (IV, 28, 4).
La promesa de Cleón de cumplir exitosamente la misión en el plazo de veinte días, y sin utilizar hoplitas atenienses, no era ninguna bravata o insensatez. Puesto que el plan de Demóstenes era atacar de inmediato, ahora que las fuerzas de tropas ligeras estaban dispuestas, una decisión rápida era indefectible: Cleón sabía que tendría éxito en veinte días o nunca. No obstante, la actitud que Tucídides atribuye a los sophrones (hombres prudentes) parece difícil de entender, y menos aun de excusar. Que atenienses patrióticos pudieran haber acordado entregar el mando de la expedición, así como la responsabilidad sobre las vidas de soldados aliados y de marinos atenienses, a un hombre que ellos creían un completo insensato, por no decir incompetente, revela de forma clara cuán potencialmente peligrosas eran las divisiones que los acontecimientos del año 425 habían producido entre los atenienses.
LA RENDICIÓN ESPARTANA EN ESFACTERIA

Cleón nombró a Demóstenes como su igual en el mando y le envió aviso de que la ayuda estaba en camino. No obstante, en Pilos, Demóstenes dudaba si atacar la densamente boscosa Esfacteria, en la que un número indeterminado de hoplitas espartanos estaba escondido, cuando, una vez más, la fortuna pareció sonreír al audaz comandante. Un contingente de soldados atenienses, quienes debido al hacinamiento y a la falta de leña en Pilos no podían preparar comida caliente, se dirigieron a la isla, donde uno de ellos, accidentalmente, provocó un fuego en el bosque. Al poco tiempo, la mayoría de los árboles habían ardido y Demóstenes pudo comprobar que los espartanos eran más numerosos de lo que había pensado. También se percató de cuáles eran los mejores lugares para llevar a cabo un desembarco, lugares que antes habían estado ocultos a su vista, y se dio cuenta de que una de las grandes ventajas tácticas del enemigo acababa de ser destruida por el fuego. Cuando Cleón llegó con las nuevas tropas de refuerzo, Demóstenes estaba preparado para sacar partido de las valiosas lecciones que había aprendido en Etolia.
Poco antes del amanecer, desembarcó con ochocientos hoplitas en dos lados de la isla, el que daba hacia el mar y el que miraba hacia la bahía. Demóstenes pudo comprobar que la mayor parte de las tropas enemigas estaban concentradas cerca del centro de la isla, protegiendo el suministro de agua, mientras que otra fuerza se encontraba cerca de la parte norte, frente a Pilos, con sólo treinta hoplitas para evitar un desembarco en la parte sur. Después de haber estado vigilando a los barcos atenienses que navegaban frente a sus costas durante muchos días, esta reducida fuerza espartana fue sorprendida mientras estaba durmiendo y rápidamente eliminada, como sucediera con los atenienses en la batalla de Idómene, durante el año anterior. Los atenienses desembarcaron al resto de sus fuerzas —hoplitas, peltastas, arqueros, e incluso muchos de los remeros escasamente armados— al amanecer. Casi 8.000 remeros, 800 hoplitas, un número igual de arqueros, y cerca de 2.000 soldados con armamento ligero se enfrentaron a 420 espartanos.
Demóstenes dividió a sus tropas en compañías de 200 hombres que ocuparon todos los lugares altos de la isla, con el objeto de que en cualquier parte que los espartanos lucharan tuvieran siempre al enemigo en su retaguardia o en los flancos. La clave de la estrategia consistía en el uso de tropas ligeras, porque «eran las más difíciles de batir, ya que combatían a distancia con flechas, jabalinas, piedras y hondas. Y además no era posible atacarlas, ya que incluso cuando se retiraban mantenían la ventaja, y cuando sus perseguidores se volvían, éstas caían sobre ellos de nuevo. Éste era el plan con el que Demóstenes concibió el desembarco, y en la práctica fue así como él dispuso a las tropas» (IV, 32, 4).
Al principio, los espartanos formaron una línea frente a los hoplitas atenienses, pero las tropas ligeras lanzaron sobre ellos sus armas arrojadizas desde el flanco y la retaguardia, mientras los hoplitas atenienses se mantenían a distancia y observaban. Los lacedemonios intentaron cargar contra sus atacantes, que sin dificultad se retiraron a una zona alta y escarpada que los hoplitas no podían alcanzar. Cuando las tropas ligeras comprendieron que el enemigo estaba físicamente agotado por sus repetidos y vanos intentos de persecución, y tras comprobar su reducido número por las bajas, cargaron a su vez contra los espartanos, gritando y lanzando sus armas arrojadizas. El clamor inesperado desconcertó a los espartanos, al tiempo que les impedía escuchar las órdenes de sus oficiales. Huyeron a la parte norte de la isla, donde muchos de ellos se parapetaron detrás de una fortificación para resistir posteriores ataques.
El general mesenio Comón se presentó ante Demóstenes y Cleón para pedirles arqueros y tropas ligeras, con el objeto de encontrar un camino alrededor de la costa escarpada de la isla y coger al enemigo por la retaguardia. Los espartanos no habían querido malgastar tropas para vigilar un lugar de desembarco tan improbable, por lo que se quedaron atónitos cuando aparecieron los hombres de Comón. Se enfrentaban a la aniquilación total, ya que estaban rodeados y superados en número, debilitados por los esfuerzos a los que habían estado sometidos y por el hambre, y sin escapatoria posible. Pero como el tomar prisioneros vivos tendría más valor que conseguir cadáveres, Cleón y Demóstenes les ofrecieron la posibilidad de rendirse. Los espartanos aceptaron una tregua para ganar tiempo y dirimir la situación. El comandante de la isla rechazó tomar la responsabilidad de la capitulación, por lo que envió un emisario para obtener órdenes de Esparta. Allí, las autoridades intentaron evitar igualmente esa responsabilidad, diciendo que «los espartanos os permiten que vosotros mismos decidáis vuestra propia suerte, sin hacer nada deshonroso» (IV, 38, 3). Finalmente, los hombres en la isla se rindieron; de los 420 que llegaron a Esfacteria, 128 habían muerto; los restantes 292, entre ellos120 espartiatas, fueron llevados prisioneros a Atenas dentro del período de veinte días que Cleón había prometido. Las bajas atenienses habían sido escasas. «La promesa de Cleón, aunque disparatada —señala Tucídides—, se cumplió» (IV, 39, 3).
Este resultado asombró al mundo griego. «A los ojos de los griegos fue el acontecimiento más inesperado de la guerra» (IV, 40), ya que nadie podía creer que los espartanos pudieran ser obligados a rendirse. Los atenienses dejaron una guarnición en el fuerte de Pilos, los mesenios de Naupacto enviaron un contingente con la intención de usar el fuerte como base para las incursiones en tierras espartanas, y los ilotas comenzaron a desertar. Además, los atenienses amenazaron con matar a sus rehenes si los espartanos invadían nuevamente el Ática. Los asombrados lacedemonios enviaron repetidas embajadas para negociar la devolución de Pilos y de los prisioneros, aunque en vano.
Los atenienses mostraron su gratitud al héroe del momento, Cleón (Demóstenes, al parecer, prefirió quedarse en Pilos para garantizar su seguridad), y la Asamblea le concedió los más altos honores, organizando comidas a expensas del Estado en el Pritaneo, como si fuera un campeón olímpico, y proporcionándole asientos de preferencia para el teatro. Unos meses más tarde, la Asamblea ordenó una nueva valoración de los ingresos imponibles, elevando el tributo que recaía sobre los aliados de Atenas. La mayoría de los estudiosos del tema ven acertadamente en ese gesto la mano de Cleón, como un reflejo tanto de su dura actitud hacia el Imperio, como de su dominio de la política ateniense en ese momento. Desde mediados del verano de 425 y al menos hasta la primavera de 424, cuando fue elegido general, Cleón tuvo el control en Atenas, y cualquier decreto que él presentara o apoyara pasaría con toda probabilidad por la Asamblea sin alteración alguna.
La nueva valoración de los tributos tenía por objetivo conseguir más fondos para continuar la guerra, y su contribución total parece que fue de 1.460 talentos, más de tres veces la cuota inicial. El nuevo decreto también disponía una recogida más severa y eficiente de los ingresos, incluyendo ahora a una serie de regiones que no habían pagado más que en algunas ocasiones, y a otras, como la isla de Melos, que nunca habían contribuido. Estos intentos de incrementar el nivel de ingresos de Atenas, que hubiera sido demasiado arriesgado impulsar antes de que los acontecimientos de Pilos y Esfacteria aumentaran el prestigio de Atenas al tiempo que disminuía el de Esparta, reflejan la determinación de Cleón de restaurar completamente el Imperio ateniense, gobernarlo con mano firme, y obtener de él la mayor cantidad posible de ingresos. Los atenienses necesitaban urgentemente el dinero, y la gran victoria de Cleón hizo posible que lo exigieran.
Durante ese verano, Nicias, junto con dos generales de los que no conocemos sus nombres, lanzó una campaña cuyo propósito los escritores antiguos no explican, invadiendo el territorio corintio con 80 barcos, 2.000 hoplitas atenienses, 200 jinetes, y un cierto número de soldados aliados. Esta fuerza desembarcó cerca del pueblo de Soligea, a unos diez kilómetros de Corinto, aunque algunos informadores habían prevenido a los corintios de la invasión. Los hoplitas corintios atacaron a los atenienses, pero fueron derrotados en batalla y perdieron doscientos doce hombres, frente a tan sólo cincuenta bajas atenienses. Los vencedores erigieron un trofeo, pero no pudieron aprovechar su victoria porque, cuando los ancianos de Corinto —que habían permanecido en la ciudad— llegaron precipitadamente en ayuda de sus tropas, Nicias creyó que se trataba de refuerzos peloponesios y ordenó la retirada a los barcos.
Los atenienses navegaron entonces hacia la ciudad corintia de Cromión, y lanzaron incursiones en su territorio, aunque no hicieron tentativa alguna de tomar la ciudad. Al día siguiente, se detuvieron en Epidauro antes de avanzar hasta Metana, una península entre Epidauro y Trecén. En Metana, Nicias hizo levantar un muro en la parte más estrecha de la península y dejó una guarnición para que hiciera incursiones en el territorio de Trecén, Halias y Epidauro, todas ellas a una corta distancia. Parece probable que esta empresa fuera el principal objetivo de la expedición. El construir un fuerte en el Peloponeso oriental fue un hecho sin duda motivado por el éxito de Pilos en el oeste; las incursiones lanzadas desde Metana podían obligar a ciudades como Trecén y Halias a pasarse al lado de Atenas; y los atenienses podían incluso ser capaces de intimidar o capturar Epidauro y atraer a Argos a una alianza. En los embriagadores días que siguieron a los acontecimientos de Pilos y Esfacteria todo parecía posible.
Los atenienses también se mostraron activos en el oeste. Sófocles y Eurimedonte llevaron su flota desde Pilos a Corcira, donde los oligarcas en el monte Istone todavía estaban hostigando a los simpatizantes demócratas de Atenas en la ciudad. La llegada de la flota invirtió la situación y, junto con sus aliados, los atenienses capturaron el fuerte en la montaña y obligaron a los oligarcas a rendirse, quienes sólo aceptaron entregarse a los atenienses, y a condición de que tuvieran un juicio en Atenas. Los prisioneros fueron trasladados a una isla cercana para su protección, pero los demócratas de Corcira querían sangre. Engañaron a los oligarcas para que organizasen una huida, y los atenienses, declarando rota la tregua, entregaron a los prisioneros a sus crueles enemigos. Aquellos que no fueron ejecutados con crueldad se suicidaron, y sus mujeres fueron vendidas como esclavas. Sófocles y Eurimedonte permitieron esas terribles atrocidades. «De esta manera, los corcireos de la montaña fueron destruidos por el pueblo, y las luchas civiles que habían durado tanto tiempo terminaron de ese modo, al menos en lo que concierne a la duración de esta guerra, ya que no quedaron oligarcas dignos de mención» (IV, 48, 5).
Cuando la campaña de ese año llegaba ya a su final, los aliados atenienses obtuvieron otra victoria en el noroeste. La guarnición de Naupacto y los acarnienses tomaron Anactorio por medio de la traición de algunos de sus habitantes —como hemos visto, un medio usual en los asedios griegos—, después de lo cual los acarnienses expulsaron a los corintios y colonizaron la ciudad. Los corintios llevaron con pesar la pérdida de Anactorio, ya que dañaba su prestigio en una región importante.
Durante la guerra, ambos bandos habían estado intentando conseguir ayuda de los pueblos «bárbaros», el más importante de los cuales era Persia. Los acarnienses de Aristófanes, escrita en el 425, contiene una hilarante escena en la que un enviado del Gran Rey, «Los ojos del Rey», aparece en escena, lo que revela que los atenienses habían estado en contacto con Persia, quizá desde el comienzo del conflicto. Ya hemos visto que los espartanos también estaban buscando el apoyo de los persas —recordemos la embajada a la corte persa, que fue interceptada por los atenienses en el 430—. En el invierno de 425-424, los atenienses capturaron otro emisario, esta vez con un mensaje para Esparta del monarca persa: «Respecto a los espartanos, el Rey no sabía lo que querían. Aunque muchos enviados habían llegado hasta él, al parecer no decían las mismas cosas. El Gran Rey solicitaba que, si querían algo, enviaran hombres en compañía del mensajero persa a su regreso» (IV, 50, 2).
La opacidad de los espartanos sin duda refleja su reluctancia a abandonar a los griegos de Asia Menor ante Persia —probablemente, una demanda básica para obtener la cooperación persa— al tiempo que decían luchar por la libertad de los griegos. Los atenienses intentaron aprovecharse de la situación enviando a sus propios emisarios al Gran Rey en compañía del mensajero interceptado. Sin embargo, cuando alcanzaron Éfeso, fueron informados de la muerte del rey Artajerjes, y decidieron que era mal momento para impulsar negociaciones. Ninguno de los dos bandos tenía razones para esperar la ayuda de un viejo enemigo.
Los acontecimientos del 425 habían cambiado el curso de la guerra por completo. La situación inicial se había roto, y los atenienses tenían ventaja en todas partes. Sus problemas financieros se habían suavizado por la nueva valoración imperial de los impuestos. La captura de la flota enemiga acabó con la amenaza desde el mar, así como con cualquier perspectiva de revuelta en las zonas marítimas del Imperio ateniense. El noroeste estaba casi completamente libre de enemigos. No existía un riesgo inmediato de intervención por parte de Persia, y la campaña ateniense en Sicilia garantizaba que los griegos en el oeste no ayudarían a sus primos dorios en el Peloponeso con la entrega de trigo. Finalmente, los prisioneros tomados en Esfacteria estaban a buen recaudo en Atenas, donde su presencia garantizaba que el Ática no sería invadida de nuevo, al menos por parte de Esparta. Los atenienses tenían razones para estar satisfechos, y estaban ansiosos de continuar hasta la victoria total. La cuestión estribaba en cómo proceder, y la respuesta dependía de qué clase de victoria deseaban.
Aquellos que se conformarían con una paz negociada en la que Esparta reconociera la integridad del Imperio ateniense y estableciera una alianza con Atenas para garantizarla, eran partidarios de una estrategia contenida. Buscaban evitar grandes batallas terrestres, mantener sus puestos fortificados en el Peloponeso e incluso tomar otros cuando fuera posible, y utilizar esas fortificaciones para hostigar, desalentar y desgastar al enemigo; en otras palabras, esperaban continuar o extender moderadamente la política original de Pericles.

Cleón y sus partidarios podían argumentar que una paz como ésa no sería segura, ya que descansaba en último término en las promesas espartanas y en su buena voluntad, e insistían en que algo más tangible —una garantía sólida contra la renovación de la guerra— era necesario. Insistieron en el control de Megara y en la neutralización de Beocia, concesiones que los espartanos podían incluso prometer a Atenas en la negociación, pero que nunca llevarían a cabo. Hacer la paz cuando el enemigo estaba de rodillas y cuando el poder de Atenas se hallaba en su cima era a todas luces un plan insensato. La estrategia correcta debía ser avanzar contra Megara, Beocia y otros lugares apropiados. Después de que hubieran sido sometidos, estarían ante el momento oportuno para negociar una paz auténticamente duradera. Éste debió de ser el razonamiento de Cleón y sus seguidores, y no es sorprendente que los atenienses eligieran seguir su consejo.

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