lunes, 25 de diciembre de 2017

Werner Jaeger Paideia : Los ideales de la cultura griega Libro cuarto: El conflicto de los ideales de cultura en el siglo IV: La educación de los regentes y el conocimiento de Dios.

LA EDUCACIÓN DE LOS REGENTES Y EL CONOCIMIENTO DE DIOS


El consejo nocturno es el ancla del estado.[1] Quienes la compo­nen deben conocer la meta hacia la que tiene que orientarse el esta­dista.[2] Reaparece aquí la estructura fundamental del estado de la República. Esta meta es lo que la República llama la idea del bien y lo que en las Leyes se designa, con una antigua expresión socrá­tica, como la unidad de las virtudes.[3] Sin embargo, ambos términos expresan lo mismo, pues cuando proyectamos la mirada sobre la uni­dad de las diversas formas de manifestar la bondad, a que llamamos aretai, es la idea del bien lo que enfocamos.[4] El órgano estatal que 1075 en la República sirve de exponente a este conocimiento supremo, nervio del estado, son los guardianes. En las Leyes, esta misión co­rresponde al consejo nocturno. Platón dice de un modo expreso que sus componentes deberán poseer la "virtud íntegra" y, a la par con ella, aquella capacidad que es su principio espiritual cristalizador: el conocimiento filosófico de la unidad dentro de la multiplicidad.[5] El hecho de que en la República se trate extensamente de este princi­pio, mientras que las Leyes se limitan a insinuarlo, no representa una diferencia esencial, y aunque al comienzo hayamos dicho que en las Leyes falta la teoría de las ideas, no queremos dar con ello la razón a quienes lo interpretan en el sentido de la conocida hipótesis moderna según la cual Platón abandonó su teoría de las ideas en los últimos años de su vida.[6] De sus observaciones esquemáticas acerca de la educación de los regentes en el libro duodécimo de las Leyes se de­duce precisamente, con la mayor certeza, la conclusión contraria. En este capítulo Platón se remite a la dialéctica,[7] dando por supuesto que se trata de algo conocido de sus lectores; el volver a tratar de su valor cultural no habría significado más que repetir lo expuesto ya en la República. Pero la función modeladora de la dialéctica, la visión de conjunto de lo múltiple en lo uno, se designa inequívocamente con las viejas palabras y se ilustra a la luz del viejo problema socrático fundamental de la unidad de las virtudes.

En realidad, la raíz de que había brotado el pensamiento Platónico de hacer del conocimiento filosófico de lo uno en lo múltiple la cul­tura de los regentes y el fundamento del estado era precisamente este problema de la areté, y no otra idea cualquiera. En este punto car­dinal, el pensamiento de Platón se mantiene inconmovible desde la primera hasta la última de sus obras. Y permanece también invaria­ble en asignar a la frónesis, al conocimiento de esta unidad del bien como suprema norma, como ideal, el primer rango entre las virtu­des.[8] Los componentes del consejo nocturno no van a la zaga de los guardianes de la República, en lo que a su formación filosófica se refiere. Ésta consiste en la trinidad del conocimiento de la verdad y de la capacidad de expresarla en palabras y de adelantarse con hechos a la experiencia vivida del mundo.[9] Platón subraya cons­tantemente en las Leyes que el modelo de la acción constituye la verdadera médula de la paideia.[10] La verdad que los regentes deben 1076 conocer es el conocimiento de los valores, es decir, de las cosas de las que merece la pena preocuparse con actos.[11] Y este sistema de co­nocimiento de los valores culmina en el conocimiento de Dios, que es. como Platón nos enseña, la medida de todas las cosas.[12] Para poder aplicar prácticamente esta pauta en las leyes y en la vida, el legislador y los órganos del gobierno deberán poseer el conocimiento de Dios como el del ser y el valor supremos. Dios ocupa en el es­tado de las Leyes el lugar que en la República ocupaba el supremo paradigma que los gobernantes deben grabar en su alma: la idea del bien.[13] No existe entre ambas ideas ninguna diferencia esencial, sino simplemente una diferencia de aspecto y del grado de conocimiento al que como objeto corresponden una y otra.[14]

Las Leyes de Platón terminan con la idea de Dios, pero detrás de esta idea hay, como revela el libro décimo, toda una teología. Una historia de la paideia griega no tiene por qué entrar a analizar en detalle la estructura conceptual de esta teología. Es un problema que corresponde a una historia de la teología filosófica de los griegos y que nosotros trataremos, dentro de este marco, en otro lugar. La paideia de los griegos y su teología filosófica fueron las dos formas fundamentales a través de las cuales el helenismo influyó en la his­toria universal durante los siglos en que apenas se conservaba nada de la ciencia ni del arte griegos. Ambas cosas, la areté humana y el ideal divino, aparecen primitivamente entroncadas en Homero. Platón restaura este entronque en una fase distinta. Y donde esta síntesis se destaca con mayor nitidez y, además, con una claridad y una deci­sión cada vez mayores, es en sus dos grandes obras educativas, la República y las Leyes. El punto culminante de esta trayectoria es el final de las Leyes, al que debemos agregar el libro décimo, con­sagrado íntegramente al problema de Dios. La continuación histórica de la metafísica Platónica en la teología de Aristóteles y de otros discípulos de Platón (entre ellos el editor de las Leyes y el autor de la Epinomis que acompaña a esta obra) viene a confirmar que detrás de las sugestiones abocetadas que forman el final de esta creación Platónica se esconde nada menos que el proyecto de esta ciencia de las cosas supremas, como coronación y remate de todo saber humano.

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Aquí no se acusa ninguna diferencia entre un simple saber cultural y un supremo saber esencial, como se ha intentado establecer en es­tos últimos tiempos,[15] pues dentro del espíritu de Platón no puede concebirse ningún verdadero saber cultural que no teñirá su origen. su orientación y su meta en el conocimiento de Dios. Son dos. según declara Platón en este epílogo a su obra creadora sobre la tierra, las fuentes de que brota toda fe del hombre en la existencia de lo divino: el conocimiento de las órbitas cíclicas matemáticas, eternamente inva­riables, dentro de las que se mueven los cuerpos celestes, y el "ser que fluye eternamente" dentro de nosotros, o sea el alma.[16] Desde Aristóteles, que encauzó de las Leyes de Platón hacia su teología estas dos fuentes de la certeza de Dios, hasta la Crítica de la razón prác­tica de Kant, que al final de todas las ideas teóricas encaminadas a derrocarlo vuelve a desembocar prácticamente en él, la humanidad no ha llegado a remontarse nunca con filosofía sobre este conocimien­to.[17] De este modo, el esfuerzo de Platón, prolongado a lo largo de toda su vida, por descubrir los verdaderos e inconmovibles funda­mentos de toda cultura humana, conducen a la idea de lo que está más alto que el hombre y es. sin embargo, su verdadero yo. El an­tiguo humanismo, bajo la forma que reviste en la paideia Platónica, encuentra su centro en Dios.[18] El estado es la forma social que la tradición histórica del pueblo griego ofrecía a Platón para estampar en ella esta idea. Pero al infundirle su nueva idea de Dios como medida de todas las cosas, lo convertía de una organización terrena local y temporal en un reino ideal de Dios tan universal como su símbolo, los astros divinos animados. Sus cuerpos irradiados son las imágenes de los dioses, los agalmata, que el platonismo sustituye a las figuras de los dioses humanos del Olimpo. Y estos dioses no se hallan confinados en estrechos templos levantados por la mano del hombre, sino que su luz resplandece, anunciando al Dios uno, supremo e invisible, sobre todos los pueblos de la tierra.




[1] 363 Leyes, 961 C.
[2] 364  Leyes, 961 E 7-962 B, sobre la meta (σκοπός).   El órgano del estado que debe conocer la meta es el consejo nocturno (σύλλογος): 962 C 5.   En la Repú­blica, los regentes son definidos, en el mismo sentido, como aquellos que poseen conocimiento del paradigma, la idea del bien.   Cf. supra, pp. 678 ss.

[3] 365  Leyes,  963 A s.   Platón parte aquí  de  las manifestaciones contenidas  en los libros primero y segundo, que arrancaban del problema de la meta (σκοπός) de  toda la legislación, sustituyendo la valentía —que  era la meta   del  estado espartano— por la "areté total" (pa=sa a)reth/).   Cf. supra, pp. 1024 ss.  Esta defi­nición de la meta sirve de base a toda la legislación Platónica, pero al final de la obra, donde volverán a decirse unas palabras acerca de la paideia de los re­gentes. Platón vuelve a dirigir expresamente nuestra mirada hacia esta meta.

[4] 366  La "unidad de las virtudes"  (963 A-964 C)   es el viejo problema de Só­crates, que ya conocemos por los primeros diálogos de Platón.   Cf. robín, Platón (París, 1935), p. 272. Esta "areté total" es idéntica al conocimiento del bien en sí. Cf. infra, n. 367.


[5] 367  Leyes, 962 D.  Aquí y en 963 B 4, Platón llama también a la unidad de la areté, sencillamente, "lo uno" (to\ e(/n).

[6] 368  Así, Jackson, Lutoslawski y otros.

[7] 369  Leyes, 965 C: to\ pro\j mi/an i)de/an ble/pein.   La dialéctica se alude tam­bién allí al hablar de un "método más exacto".

[8] 370 Leyes, 963 C 5-E. Cf. también 631 C 5.
[9] 371 Leyes, 966 A-B.
[10] 372 Leyes, 966 B.

[11] 373 Leyes, 966 Β 4: peri\ pa/ntwn tw=n spoudai/wn. Esto recuerda la frase em­pleada por Platón en el Protágoras y en el Gorgias para caracterizar su nueva modalidad del "arte político": el "saber de las supremas cosas humanas". No otra cosa es el objeto sobre el que recae la educación de los regentes en las Leyes.

[12] 374 Leyes, 966 C.   Cf. 716 C.

[13] 375  Rep., 484 C-D.   Cf. la "enseñanza suprema"  (μέγιστον μάθημα)  en 505 A.

[14] 376  El Dios que constituye la "medida de todas las cosas"  (Cf. supra, p. 1051) es  idéntico   a  "lo   uno"   (to\ e(/n)    que   Platón   define   como  el   objeto   del   saber dialéctico de  los  regentes,  en  962  D  y  963  Β  4.   Éstos son,  por tanto,  filósofos exactamente lo mismo que los regentes de la República, y el punto culminante de su  ciencia es en  ambos casos el  mismo:  la  teología.   "Lo uno"  de  las  Leyes es idéntico al "bien en sí" de la República.

[15] 377 max scheler, Die Formen des Wissens und die Bildung; (Bonn, 1925), pp. 32-39.

[16] 378 Leyes, 966 D.

[17] 379 Estos hechos, dignos de que se reflexione acerca de ellos, han sido reuni­dos y enjuiciados en mi obra Aristóteles, pp. 187 s.

[18] 380 Leyes, 967 D. "Sin el conocimiento de lo divino, que fluye de aquellas dos fuentes (Cf. supra. n. 378), ningún hombre puede llegar a la inquebrantable adoración de Dios." Y en esta verdadera adoración de Dios culmina la cultura total humana en las Leyes de Platón. El final cumple, por tanto, lo que el autor había prometido al principio de la obra (Cf. Leyes, 643 A), donde esta paideia se definía, adelantándose al resultado de la investigación, como el camino hacia Dios.

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