Junto a los aspectos de las
civilizaciones cretense y micénica que hemos ido estudiando en los capítulos
previos, merece la pena detenerse en el relativo a la expansión de estas
culturas egeas fuera del ámbito geográfico originario. Podría decirse que, en
cierto modo, uno de los rasgos principales tanto de la cultura minoica como de
la micénica es, precisamente, el de su gran capacidad expansionista. Se trata
de unos procesos que obedecen a dinámicas diferentes pero que tienen como
denominador común la búsqueda de materias primas así como la distribución de
productos ya manufacturados en los centros económicos y políticos que se
desarrollarán en la isla de Creta y en el continente griego. Ya antes de la
aparición de estructuras palaciales complejas en estos ámbitos, sin embargo,
los contactos entre las islas, Creta y el continente fueron algo bastante
habitual, del mismo modo que lo eran con las costas anatolias. Todo este
ámbito, aun con diferencias de matiz según las épocas, formó parte de un
circuito económico interrelacionado que se mantendría durante el segundo
milenio, poco a poco controlado desde los palacios minoicos en Creta para
pasar, más adelante, a estar bajo la influencia de los palacios micénicos en la
Grecia continental. Por ello, no insistiremos en las relaciones durante las
etapas más antiguas y nos concentraremos en estos dos últimos ámbitos, el
minoico y el micénico.
La expansión minoica por el Egeo
se inicia en un momento temprano; ya al inicio del Minoico Medio (a finales del
tercer milenio) la isla de Citera se convierte en una auténtica cabeza de
puente de la presencia e influencia cretense en el continente griego y durante
la época de los primeros palacios las islas egeas quedan integradas, en mayor o
menor medida, en la economía impulsada desde los palacios cretenses. Pero
también en esos momentos, poco después del inicio del segundo milenio, empiezan
a aparecer cerámicas y otros testimonios artesanales minoicos en Chipre, pero
también en la costa sirio-palestina y, poco después, Egipto, países con los que
los palacios minoicos mantendrán importantísimos contactos, atestiguados
también por productos de esos orígenes presentes en el registro arqueológico
cretense. Como ocurre en tantos otros períodos históricos, los restos
materiales que se encuentran, sobre todo cerámicas, no dan cuenta exacta de los
artículos que eran objeto de intercambio y que solían ser, sobre todo, metales,
en especial aquellos que escaseaban en el ámbito egeo, como el estaño, y que
era imprescindible para la manufactura del bronce, sobre el que se basa buena
parte del utillaje minoico. Aunque los especialistas debaten el detalle de
estas actividades comerciales, da la impresión, como ocurrirá luego en el mundo
micénico, de que son los palacios quienes gestionarían estos intercambios.
Durante el período Neopalacial en
Creta estas actividades se expanden y quizá impliquen también contactos
diplomáticos, bien con los príncipes que gobernaban en las ciudades sirio-
palestinas bien, incluso, con círculos de poder más elevados en Egipto, como
muestran las posibles estructuras de tipo palacial descubiertas en Tell
el-Daba'a, identificada con la ciudad de Avaris, la capital del Egipto hicso, y
que sugieren estrechas relaciones entre ambos ámbitos durante las últimas
etapas del período Neopalacial. Del mismo modo, la presencia de restos, sobre
todo cerámicas, de época minoica en Anatolia no es desdeñable; sin embargo, de
entre todos los lugares en los que han aparecido restos de esa presencia, no
demasiado bien definidos, es en Mileto donde los estudios más recientes parecen
indicar que el interés minoico en ese emplazamiento va más allá de una simple
presencia comercial, como mostraría la existencia de un área cultual de tipo
minoico decorada con pinturas al fresco semejantes a las aparecidas en los
palacios cretenses; además, la constatación de que la mayor parte de la
cerámica minoica aparecida es de fabricación local y la existencia de siete
inscripciones en Lineal A refuerzan la idea de que allí existió una colonia
minoica; su función habría sido controlar el comercio de minerales (cobre, oro,
plata); el interés cretense por Mileto parece haberse iniciado ya en época Pre-
palacial, continuando hasta la época de los segundos palacios. Es posible que
también otros sitios de la costa anatolia como Yaso e islas anexas fuesen de
interés especial para los cretenses, como Rodas y Cos.
Del mismo modo, la presencia
minoica también se detecta en el Mediterráneo central, con restos materiales en
las costas italianas y sicilianas.
Por lo que se refiere al mundo
micénico, las informaciones, sobre todo de base arqueológica, son más
abundantes. Haremos un breve recorrido por las zonas en las que se atestiguan
contactos micénicos. Empezando por las áreas más remotas, parece que, aunque
utilizando otras zonas (ante todo la costa sirio-palestina) como
intermediarios, se atestiguan relaciones entre el mundo micénico y Mesopotamia,
como muestran los hallazgos de objetos de manufactura mesopotámica en Creta y
en el continente; sin duda el conjunto más sorprendente es el del caché hallado en Tebas (Heládico
Reciente IIIB1-2; ca.1220), donde
aparecieron 38 cilindros-sellos de fayenza y lapislázuli, de los que la mitad
son imitaciones chipriotas, sirio- palestinas o micénicas, pero la otra mitad
es de origen mesopotámico, con ejemplares que van desde el tercer milenio al
propio siglo XIII; sin embargo, resulta difícil saber en qué contexto llegó
este conjunto a Tebas, aunque hay quien ha sugerido que podría tratarse de un
regalo de algún rey oriental (¿Asiría?). Por el contrario, en Mesopotamia se
pueden contar con los dedos de una mano los objetos de manufactura micénica
encontrados, lo que sugiere que no había relaciones comerciales regulares entre
ambos ámbitos aun cuando, en ocasiones, productos de un círculo llegasen al
otro, sobre todo desde Mesopotamia al ámbito egeo. Sin embargo, y como muestran
los pecios que conocemos para época micénica (Uluburun, Cabo Gelidonya, Punta
Iría), los productos mesopotámicos habrían terminado por llegar a la costa
mediterránea, donde se integrarían en cargamentos heterogéneos, acabando algunos
objetos en el mun-do micénico; sin embargo, no podemos hablar en propiedad de
un comercio mesopotá- mico sino de la inclusión de artículos de esta
procedencia en cargamentos formados en el área sirio- palestina; lo mismo
valdría para los escasos productos egeos hallados en Mesopotamia, y que podrían
haber sido encaminados hasta allí desde las áreas costeras a las que, sin duda,
llegaban.
En Egipto la situación es
diferente, pues se conocen allí bastantes cerámicas minoi- cas y micénicas que
eran contenedores de vino, aceite o perfumes, ya desde el Heládico Reciente
I-II, aunque será durante el Heládico Reciente III (siglos XIV-XII) cuando su
número aumente, al tiempo que su distribución por el país del Nilo; del mismo
modo, parece que las rutas de distribución se consolidan y siguen itinerarios
constantes, que tocan tanto puertos cretenses como continentales. La presencia
en el Egeo de productos egipcios es constante, tanto los que han dejado huella
material cuanto los que han quedado reflejados en la iconografía egipcia y en
sus textos. Es, incluso, posible que las relaciones del mundo micénico con
Egipto aumentasen a lo largo del período de la Dinastía XVIII, con la presencia
de mercenarios de origen griego al servicio egipcio. Además, y frente a lo que
había ocurrido con anterioridad, los objetos de origen egipcio empiezan a ser
más numerosos en el continente que en Creta a partir del Heládico Reciente IIIB
(a partir de ca. 1330) y durante el
Heládico Reciente IIIC y, sobre todo, en la Argólide, por encima de otras
regiones griegas, lo que sugiere que Micenas pudo haber ejercido un cierto
control sobre el comercio con Egipto dentro del ámbito Egeo.
La región sirio-palestina muestra
también intensos contactos con el mundo micénico, a pesar de la atomización
política existente en el área y de ser un territorio siempre en disputa por
parte de los grandes poderes de la época, sobre todo Egipto y el reino hiti-
ta. Sin embargo, los centros comerciales sirio-palestinos parecen haber estado
abiertos al comercio con el Egeo, tanto el dirigido desde esos puertos como el
que llevaban a cabo los micénicos, quizá combinando el comercio privado con uno
de carácter oficial, revestido a veces de contactos diplomáticos. La abundancia
de objetos sirio-palestinos en los centros micénicos, así como la gran cantidad
de cerámicas micénicas halladas en el Levante mediterráneo nos habla de la gran
intensidad y continuidad de esas transacciones. Uga- rit parece haber sido uno
de los centros más activos en estos tráficos comerciales, a los que podrían
añadirse otros puntos como Tell Abu Hawan o Tell el Ajjul. La intensidad de los
contactos ha llevado a sugerir en ocasiones la posible presencia de enclaves de
comerciantes y artesanos levantinos en algunos centros del Egeo, lo cual no
resulta problemático desde un punto de vista teórico y puede resolver algunos
problemas relativos a la transferencia de tecnología desde Oriente al Egeo.
El papel de Chipre en las
relaciones entre el Próximo Oriente y el Egeo fue destacadísimo, tanto por los
productos chipriotas que se exportaron a otros ámbitos (cobre, pero también
cerámicas de calidad) cuanto por el evidente papel de intermediario que la isla
desempeñó durante buena parte de la Edad del Bronce Reciente; la reciprocidad
de estos intercambios se puede observar también en la gran cantidad de
productos micénicos, cerámica sobre todo, hallados en Chipre.
En cuanto a Anatolia, la
situación es paradójica puesto que mientras que los artículos de esa
procedencia son bastantes escasos en el Egeo, la presencia de objetos e,
incluso, tal vez, de colonias micénicas en las costas anatolias durante el
Heládico Reciente IIIC parece cada vez más clara, aunque los objetos micénicos
en Anatolia están ya presentes desde el Heládico Reciente I-II. Las costas
anatolias debieron de ser bien conocidas para los marinos micénicos, que
parecen haber mantenido un intenso comercio con toda su costa occidental
llegando hasta la Tróade y, tal vez, asomándose al Mar Negro. Ello viene
demostrado por la proliferación de hallazgos micénicos, a partir sobre todo del
Heládico Reciente IIB (mediados del siglo XV). La cerámica micénica encuentra
una amplia difusión por toda la costa aunque sólo en unos cuantos lugares
(Troya, Yaso, Müs- gebi, Mileto) alcanza cifras importantes. También se revela
importante la presencia micénica en diversos puntos de la isla de Rodas. Más
allá de la valoración que se le dé a este panorama, sí que se puede afirmar que
desde mediados del siglo XV se asiste a un reemplazo absoluto de las cerámicas
minoicas por las micénicas, quizá en relación con la propia micenización de
Creta y con la sustitución generalizada de los cretenses por los griegos del
continente como principales vectores comerciales del Mediterráneo oriental.
El último ámbito que podemos
mencionar se sitúa en el Mediterráneo central; la presencia de testimonios
comerciales egeos en esa zona es antigua, remontando ya a la época de las
tumbas de fosa de Micenas. No obstante, para estos tempranos momentos (Heládico
Reciente I- II; siglo XVI) podemos pensar ante todo en contactos cada vez más
intensos pero aún esporádicos que, sin embargo, y aunque apenas han dejado
restos arqueológicos en Grecia, debían de aportar valiosos metales y materias
primas (¿cobre?, ¿estaño?, ¿ámbar?). No obstante, habrá que esperar al Heládico
Reciente IIIA para ver una importante expansión de estas actividades; serán las
islas del archipiélago flegreo y Cerdeña, en el Tirreno, la Sicilia suroriental
y el sur de Italia los principales puntos donde se observe la intensificación
del comercio micénico; al tiempo, productos de origen itálico, cerámica sobre
todo, empiezan a aparecer en Grecia, un indicio más del incremento de los
contactos.
Aunque el número de puntos donde
aparecen cerámicas y otros productos micénicos va aumentando según avanza la
investigación, ya desde el principio empiezan a destacar algunos sitios tales
como el Scoglio del Tonno, en las proximidades de Tarento, y Thapsos, en la
Sicilia suroriental, que parecen haber desempeñado un papel más importante
dentro de esta red de intercambios; no obstante, también en otros puntos, como
Bro- glio di Trebissace, en la Sibaritide o Nuraghe Antigori en Cerdeña, la
arqueología revela importantes intercambios culturales entre las poblaciones
indígenas y los micénicos, como muestran los estilos cerámicos desarrollados
pot aquéllos y que atestiguan importantes innovaciones de origen egeo. Las
modalidades de los contactos siguen siendo objeto de investigación y, además de
comercio propiamente dicho, pueden implicar movimientos de individuos
especializados en las dos direcciones, incluyendo desde artesanos a
mercenarios; del mismo modo, los ritmos y las áreas afectadas por este proceso
conocen también sus modificaciones a lo largo del período micénico.
Aun cuando no existe unanimidad a
la hora de considerar quién está detrás de este movimiento de expansión
micénico, parece difícil dudar de que hayan sido los palacios y las monarquías
que en ellos residen los responsables últimos de poner en marcha estas
actividades que, no lo olvidemos, requerían no sólo de una importante
infraestructura sino también de la capacidad necesaria para producir artículos
intercambiables así como para integrar en la esfera económica palacial las
materias primas obtenidas en el ínter-cambio. Que junto a los palacios, pero no
en competencia con ellos, pudo haber existido actividad comercial privada no
puede descartarse por completo, pero la propia estructura económica micénica
convierte a los palacios en los principales acumuladores de materias primas y
productos manufacturados susceptibles de ser intercambiados.
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