La Grecia micénica, que parece
haber alcanzado los niveles máximos de su desarrollo económico, cultural y
expansionista durante el siglo XIII conocerá, a partir del inicio del siglo XII
un lento pero inexorable proceso de declive. Coincidiendo con los momentos
finales de la etapa arqueológica Heládico Reciente IIIB los centros palaciales
van siendo abandonados como consecuencia de una serie de fenómenos, naturales y
humanos, que poco a poco van siendo dilucidados por la investigación, pero sin
que aún se vislumbre la solución definitiva para explicar las causas e,
incluso, el desarrollo histórico detallado de este período de
"Oscuridad" que ahora se inicia. A principios del Heládico Reciente
IIIC no parecen quedar palacios en pie en Grecia.
Nos movemos en una horquilla
cronológica muy amplia que abarcaría desde el inicio del siglo XII hasta casi
la mitad del VIII y que, a partir de la cultura material, basada sobre todo en
el estudio del desarrollo de los estilos cerámicos, se divide a su vez en
varias subfases. Éstas serían el Submicénico, que abarcaría desde finales del
siglo XII hasta mediados del XI, el Protogeométrico que iría hasta finales del
siglo X, y el Geométrico, cuyas dos primeras fases, Antiguo y Medio, nos
llevarían hasta mediados del siglo VIII; los cambios que se produjeron en
Grecia en estos siglos fueron extraordinarios y ven el tránsito de una sociedad
muy organizada y jerarquizada a otra en la que, poco a poco, van desapareciendo
las estructuras organizativas del período anterior, se producen fenómenos de
abandono de territorios, mayor precariedad económica, menor intensidad de los
contactos exteriores, procesos migratorios, etc.
Sólo a partir del siglo X Grecia
o, quizá, por mejor decir, algunas regiones de Grecia, empiezan a mostrar
signos de recuperación, a los que no es ajena la nueva situación por la que
atraviesa el Mediterráneo oriental, donde las ciudades de la franja costera
sirio- palestina, Tiro, Sidón, Biblos, etc., a las que los griegos englobaron
bajo el nombre de fenicios, inician sus primeras empresas ultramarinas en busca
de las materias primas (metales sobre todo), tan necesarias para la buena
marcha de las muy organizadas sociedades orientales.
Este largo período, que una
visión historiográfica ya caduca tildó de "Siglos Oscuros",
representa uno de los períodos más sugerentes de toda la Historia de los
Griegos; bien es cierto que aún no disponemos de todos los elementos de juicio
para valorarlo deforma cabal, pero baste para mostrar su importancia y, en la
línea de lo dicho en párrafos previos, su vitalidad, insistir en que durante el
mismo los griegos, que habían visto desmoronarse todo su sistema político,
cultural e ideológico, tuvieron que ir reconstruyendo paso a paso unas
condiciones de vida estables, una red de intercambios, un sistema ideológico y,
en definitiva, una vida de carácter urbano. Al final de este proceso, a
mediados del siglo VIII los griegos volvían a ser capaces de recorrer de nuevo
las rutas marítimas del Mediterráneo no sólo emulando sino, incluso, superando,
a sus lejanos antepasados del siglo XIII. Pero, para entonces, más de
cuatrocientos años habían pasado en los que la ausencia de escritura, otra de
las consecuencias del final de los palacios micénicos, nos deja sin testimonios
directos que nos iluminen sobre dicho período.
La época histórica que se inicia
a mediados del siglo VIII nos presenta un panorama muy diferente al del siglo
XIII por lo que se refiere a las áreas ocupadas por gentes griegas; nuevos
territorios, no habitados por griegos al final de la época micénica, han sido
poblados por ellos durante esos siglos intermedios y, además, según vaya
avanzando el tiempo, comprobaremos cómo las modalidades de la lengua que hablan
nos permiten observar que la misma se halla fragmentada en numerosas variantes
dialectales. Es este hecho el que nos va a permitir acercarnos a lo que pueden
haber sido las líneas generales de los cambios producidos en el poblamiento
griego durante esas épocas aún poco conocidas.
Hasta el desciframiento de la escritura
empleada en los palacios micénicos, y que conocemos con el nombre de
"Lineal B", en 1952, los testimonios más antiguos de la lengua griega
que conocíamos eran los poemas homéricos, la Ilíada y la Odisea. El desciframiento del Lineal B demostró, más
allá de toda duda, que la lengua transcrita en ese sistema de escritura era el
griego; ni que decir tiene que al ser cerca de cuatrocientos años más antigua
que la lengua que encontramos en los poemas homéricos, las dificultades para su
correcta comprensión eran grandes, a lo que se unían los problemas derivados
del sistema de escritura Lineal B que, al no ser alfabético, dificultaba la
correcta representación gráfica de los sonidos de la lengua griega.
La lengua griega, pues, era la
que empleaba la administración de los palacios o centros micénicos de Micenas,
Pilo, Cnoso, La Canea, Tebas, Yolco y era, sin duda, la que hablaban y
entendían los príncipes y reyes que gobernaban en esos palacios así como los
miembros de su entorno y de la administración que se desarrollaba en ellos.
Aunque faltan datos de otros palacios, y aunque se han detectado en algunos
casos matices lingüísticos que pueden sugerir o bien variantes dialectales
ocultas o bien hablantes de distintos niveles o extracción social, el hecho cierto
es que ya desde finales del siglo XIV y durante todo el XIII se atestigua una
misma lengua, o un mismo dialecto, desde el sur de Tesalia (Yolco) hasta Creta
(Cnoso y La Canea), pasando por la Grecia central (Tebas) y el Peloponeso
(Pilo); por ende, recientes hallazgos en Anatolia (Mileto) certifican el uso
del Lineal B en los enclaves o colonias micénicos en Asia y, tal vez, de la
misma variante dialectal. No es improbable que en ese amplio territorio
pudiesen hablarse variedades dialectales diferentes del griego o que, incluso,
que no todos los habitantes de ese territorio fuesen grecohablantes, pero lo
único que puede constatarse, de momento, es aquella porción de la lengua
hablada que fue además escrita.
Antes de continuar desarrollando
este tema conviene que nos detengamos un momento en explicar qué entendemos por
dialectos griegos. La lengua griega antigua, tal y como ha llegado hasta
nosotros a través de la literatura y la epigrafía se nos presenta como una
lengua fragmentada en una serie de dialectos, que representan variantes de tipo
morfológico, fonético o sintáctico de una lengua originaria (a la que
llamaremos protogriego), que se ha visto sometida a modificaciones llevadas a
cabo por grupos de hablantes de esa lengua originaria como resultado de la
evolución en condiciones de aislamiento o poca intercomunicación entre sus
hablantes respectivos. Sin entrar en los rasgos concretos de cada grupo
dialectal, sí podemos decir que los diversos dialectos se relacionan entre sí
de tal modo que pueden establecerse, a
priori, dos grandes grupos: los dialectos del grupo oriental y los del
occidental. A ellos se añadiría otro grupo, del que hablaremos más adelante. Al
tratarse de modificaciones y evoluciones de una misma lengua originaria, hay
toda una serie de rasgos comunes entre todos los dialectos griegos, así como
una serie de "isoglosas", término que alude a la existencia de rasgos
comunes entre los diversos dialectos que permite la intercomunicación entre sus
diferentes hablantes. En efecto, y en líneas generales, los hablantes de no
importa qué variante dialectal del griego pueden entenderse entre sí, aun
cuando la intercomunicabilidad suele ser mucho más intensa cuando se ve
favorecida por la vecindad. Del mismo modo, el que los dialectos sean variantes
de una misma lengua hace que las interacciones entre ellos hayan sido muy
abundantes, lo que determina que su evolución se haya visto muy afectada por
los contactos establecidos entre comunidades vecinas, responsables de muchos de
los cambios que los dialectos sufrirán con el paso del tiempo. Veremos en los
párrafos siguientes los diferentes dialectos griegos y cómo su ubicación sobre
el mapa nos puede permitir explicar parte de los procesos que tienen lugar
desde el final del período micénico.
La variedad dialectal que
transcriben las tablillas en Lineal B corresponde a un dialecto del grupo
oriental, aunque algunos autores creen detectar algunas palabras o giros que
sugerirían que ya en el siglo XIII este dialecto podía estar en contacto con
otros del grupo occidental. El ámbito del dialecto "micénico", por
tanto, abarcaría como se decía antes, desde el sur de Tesalia hasta Creta,
siendo posible que esta variante conviva con dialectos del grupo occidental,
pero que no han dejado huella escrita. De los dialectos que conocemos en época
histórica el que presenta más semejanzas y relaciones con el dialecto micénico
es el llamado "arcado-chipriota", que en época clásica se hablaba tan
sólo en Arcadia, en el corazón del Peloponeso, y en la remota isla de Chipre,
con algunas manifestaciones en el sur de Anatolia (Panfilia). Es tentador, y
así se ha venido haciendo, relacionar el ámbito geográfico de este dialecto con
procesos históricos que implicarían, por una parte, procesos migratorios que
habrían llevado a gentes que hablaban el dialecto de los palacios hasta la
lejana isla de Chipre, mientras que otros habrían quedado
"encerrados" en Arcadia, una de las regiones más inaccesibles y
retardatarias de toda Grecia. En ambos casos su aislamiento habría permitido la
preservación de numerosísimos arcaísmos, fruto de los pocos contactos con otras
variantes dialectales más innovadoras. La preservación del dialecto
arcado-chipriota en Arcadia y en Chipre apuntaría, pues, a dos procesos
diferentes al final del período micénico, la emigración y la búsqueda de
refugio frente a peligros no del todo claros aún hoy día.
El otro gran dialecto, dentro del
grupo de los orientales, es el ático-jónico. Vinculado con el anterior, muestra
sin embargo importantes novedades que obedecen sin duda a contactos con otros
dialectos, sobre todo del grupo occidental, fruto de una mayor apertura de sus
hablantes, lo que contrasta con el aislamiento del arcado-chipriota. En la
Grecia continental este dialecto se habla en el Ática y en la isla de Eubea; en
el caso del primer territorio, es sabido que en Atenas existió un reino
micénico cuyo centro principal era el palacio que se alzó en la acrópolis de
Atenas, pero del que apenas conocemos nada y que no ha dado documentación
escrita. En las tradiciones griegas Atenas figuraba como lugar de asilo y
acogida para príncipes micénicos del Peloponeso que acabarían refugiándose en
la ciudad. En época arcaica y clásica el Ática era una "isla"
lingüística rodeada por hablantes de dialectos diferentes, pero fueron sin duda
los contactos con ellos los que determinaran los cambios que transformaron el
viejo dialecto micénico en el dialecto ático. Lo interesante de la distribución
geográfica del dialecto es que se habló también en buena parte de las islas Cícladas
y en un amplio tramo de costa ubicado en las costas occidentales de la
península de Anatolia, lo que con el tiempo se llamaría Jonia. La explicación
más plausible para esta difusión geográfica pasa por aceptar procesos
migratorios que, vinculados con el mundo ático y eubeo, se expanden por esos
territorios y acaban por imponer su lengua, acaso como consecuencia de su
dominio político. El hecho de que, dentro del dialecto jonio haya también
diferentes variedades, que ya los autores antiguos, como Heródoto (1.142),
percibieron, sugiere la existencia de distintos sustratos lingüísticos sobre
los que se impusieron los recién llegados emigrantes, portadores del dialecto.
Aunque aún sujeto a revisiones, el momento de la emigración a Jonia de gentes
hablantes del dialecto jonio tiende a situarse en torno al tránsito entre los
siglos XI y X, y la tradición griega
posterior ha recogido las diferentes modalidades en las que se produjo la
emigración.
El arcado-chipriota y el
ático-jónico cierran la nómina de dialectos del grupo oriental; cabe destacar
cómo este grupo dialectal, muy bien representado en Grecia en época micénica,
ha perdido mucho terreno en los siglos subsiguientes, al tiempo que ha conocido
nuevas vías de expansión en las islas y en Anatolia.
Los dialectos occidentales son,
como se ha dicho, apenas conocidos en época micénica, aunque hay argumentos
para sospechar que ya parte de sus hablantes vivían en Grecia aunque sin
oportunidades para dejar testimonio escrito de los mismos. Dos son los principales
dialectos de ese grupo; por una parte, el griego del Noroeste, que en época
histórica encontramos localizado en buena parte de la Grecia central (Etolia,
Acarnania, Fócide, las Lócrides, sur del Epiro) pero también al otro lado del
golfo de Corinto en las regiones septentrionales y noroccidentales del
Peloponeso (Acaya, Élide). Por su parte, el otro dialecto, el dorio, sólo se
hallaba representado en época histórica en el Peloponeso, ocupando una serie de
territorios contiguos que iban desde la Megáride y la Corintia hasta la
Argólide, Laconia y Mesenia. La fuerte presencia de los dialectos occidentales
en el Peloponeso, con excepción de Arcadia, se ha puesto en relación con una
serie de tradiciones míticas de los griegos que sugieren movimientos de población
procedentes del Norte. Sea como fuere, da la impresión de que los hablantes de
los dialectos del grupo occidental se han aprovechado de la debilidad del mundo
post-micénico y del evidente abandono del territorio por parte de sus
habitantes anteriores, para ocuparlo durante los últimos siglos del segundo
milenio. La propia distribución de esos dialectos sugiere movimientos
distintos, unos cruzando el golfo de Corinto por mar (griegos del Noroeste),
otros siguiendo rutas terrestres a través del istmo de Corinto. Por ende, el
dialecto doriose expandirá también por las islas, en especial por el
Dodecaneso, asentándose sus hablantes en las costas anatolias al sur del
territorio ocupado por los jonios, y también hacia la isla de Creta, donde
contribuirán a complicar el ya de por sí complejo panorama lingüístico de la
isla.
El último gran grupo dialectal
griego es el constituido por el eolio, que no puede adscribirse a ninguno de
los dos grupos previos por presentar rasgos que sugieren un fuerte proceso de
hibridación; el área principal donde este dialecto se habló es Tesalia,
territorio con una fuerte impronta micénica. Da la impresión de que en esta
región no se han producido los procesos migratorios que se dieron en el
Peloponeso y allí ha tenido lugar la convivencia de grupos hablantes de
dialectos orientales (sin duda ya asentados en época micénica) con gentes
portadoras de dialectos del grupo occidental. Esos contactos han propiciado
cambios que han dado lugar a un dialecto nuevo, que es asimismo fruto de procesos
históricos posteriores a la desaparición de los palacios micénicos. La
expansión de los hablantes del dialecto eolio alcanza por el Sur, a modo de
cuña, a Beocia y por el Este, a la isla de Lesbos y una franja en la costa
occidental anatolia, justo al norte de Jonia.
Así pues, como vemos, la
distribución de los dialectos griegos históricos nos permite entender, siquiera
a grandes rasgos, los procesos históricos que tuvieron lugar tras la
desaparición del mundo micénico, y que preparan el terreno para la Grecia de
época histórica. Este panorama dialectal se verá, con el tiempo, enriquecido
también con el proceso colonial que los griegos iniciarán a partir del siglo
VIII.
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