El proceso histórico que
experimentó Grecia a partir del final del período Micénico había significado,
entre otras muchas cosas, la desaparición en buena parte del territorio de
estructuras de poder que habían conseguido una cierta centralización de los
recursos de áreas geográficas determinadas, así como una gestión unitaria de
los mismos; ambas facetas, la recaudatoria y la del gasto, estaban
ejemplificadas en los palacios. Era también el excedente económico que una
eficiente administración producía lo que había permitido la construcción de
flotas, tanto mercantes como de guerra, que mantuvieron un control cierto de
las rutas de comunicación tanto en el Mediterráneo oriental como en el central.
La desaparición de los palacios
micénicos y los movimientos migratorios asociados o provocados por la misma,
hacen que la situación en Grecia cambie de forma radical; muchas comunidades
aldeanas, encargadas de la producción, habían desaparecido; muchas otras,
reducidos sus efectivos, habían abandonado las fértiles tierras de cultivo para
refugiarse en las primeras estribaciones de las cadenas montañosas. Buena parte
del país, en especial del Peloponeso, había quedado vacío, lo que aprovecharon
otras gentes, también de lengua griega, para ir ocupando zonas casi o en su
totalidad despobladas. Las navegaciones a gran escala, tan frecuentes en la
época micénica, van haciéndose cada vez más escasas sin que se interrumpan
nunca por completo; no obstante, la poca capacidad acumuladora de las pequeñas
comunidades griegas hacía difícil la concentración de recursos necesarios para
construir costosas naves capaces de grandes navegaciones. El proceso que había
afectado a la Grecia micénica hay que insertarlo, casi con seguridad, en todo
el desarrollo que vive en los últimos siglos del segundo milenio todo el
Mediterráneo oriental y central, y que ve la desaparición de grandes imperios
(el hitita), o el debilitamiento de otros (Egipto, Asiria), acompañados a su
vez de migraciones terrestres y marítimas, que generan una gran inseguridad en
los mares.
El paso del tiempo hará que la
situación se vaya estabilizando y sean, como en otras ocasiones, los orientales
quienes empiecen a dar los pasos necesarios para restaurar una situación de la
que ellos habían salido también perjudicados. A partir del siglo X las ciudades
de la costa sirio-palestina, a las que los griegos y, a partir de ellos
nosotros, englobamos bajo el colectivo de fenicias, inician sus exploraciones
marítimas en busca de
materias primas y recursos. En su
camino, el Egeo será una zona de interés como lo había sido durante el segundo
milenio y, en especial, algunos lugares. Territorios como el Ática o Eubea, o
Rodas o las costas de Creta y quizá incluso la septentrional Tasos se
convierten en puntos tocados por el expansionismo comercial fenicio. Una de las
consecuencias de esos contactos será reactivar las potencialidades de las
comunidades griegas que habían vivido hasta entonces, bastante de espaldas a
las relaciones exteriores. Podemos observar ya cómo a mediados del siglo X en
algunos puntos, como en Lefkandí en la isla de Eubea, empiezan a surgir
individuos o grupos familiares privilegiados capaces de movilizar los recursos
de toda su comunidad para algún fin común, aunque en este caso el fin sea la
construcción de un mausoleo monumental en el que reposarán los restos del reyezuelo
y su esposa. En el santuario heroico de Lefkandí encontramos, además, una serie
de productos de importación o de influencia oriental que muestran cómo los
grupos emergentes empiezan a rodearse de objetos de prestigio, inalcanzables
para la mayor parte de los miembros de la comunidad, que sirven como marcador
del elevado estatus que adquieren dentro de la comunidad. Es también
interesante resaltar que estos individuos son enterrados siguiendo unos
rituales que tienen mucho de recreación imaginada de un pasado glorioso, que la
poesía épica se encargará de elaborar y amplificar. Lo que, con el tiempo, se
convertirá en la Ilíada y la Odisea estaba ya gestándose en el siglo
X.
La reactivación económica que se
va produciendo permitirá restaurar los contactos entre territorios diferentes,
que se van integrando de nuevo en redes de intercambio que poco a poco van
abarcando todo el Egeo, con prolongaciones al Próximo Oriente. Para satisfacer
las demandas de un comercio cada vez más productivo serán necesarias unas
ciertas condiciones de seguridad y parece claro que los grupos o individuos
emergentes van a asumir un papel importante en la defensa de la comunidad y en
la organización de la misma. Esto también implicará la paulatina reocupación de
las llanuras y los valles, abandonados desde hacía siglos, con las ventajas que
ello conlleva desde el punto de vista de una alimentación más completa, lo que
pronto se traduce en una disminución de las tasas de mortalidad y un aumento de
población. Es necesario estructurar los espacios reo- cupados, tanto desde el
punto de vista simbólico como militar y la necesidad de defensa, control,
acumulación de recursos e, incluso, de exportación de los mismos, va a
favorecer el surgimiento de estructuras centralizadoras. A lo largo del siglo
IX va a ir surgiendo la estructura que conoceremos como pólis como resultado de pactos y acuerdos entre diferentes grupos,
que acaso se consideran relacionados entre sí y, tal vez, unidos por vínculos
de tipo religioso centrados en la adoración en común de algún dios en algún
lugar concreto; es curioso observar cómo en muchos casos las póleis que van surgiendo establecen como
principal punto de convergencia las ruinas del antiguo palacio de época
micénica, revestido con el tiempo de una venerabilidad simbólica y religiosa;
unas normas jurídicas básicas, impartidas y administradas por los círculos que
se han hecho con el poder, serán la base de las reglas por las que se gobernará
esa comunidad.
Una de las actividades que la pólis va a requerir pronto es la
búsqueda de artículos que no se dan en su territorio, al tiempo que dan salida
a productos que, por primera vez en mucho tiempo, resultan excedentarios, así
como a otros, como los minerales, que son de nuevo explotados con intensidad.
La proyección náutica de algunas póleis, como
las de la isla de Eubea o algunas otras les va a permitir volver de nuevo al
mar,interviniendo en transacciones comerciales tanto en Oriente como en el
Mediterráneo central, en compañía y a veces en rivalidad con los fenicios. La polis, sin embargo, basa toda su vida en
el cultivo de la tierra aun cuando las gentes que se dedican al intercambio,
que suelen ser además grandes propietarios y tienen responsabilidades
políticas, tienden a introducir desequilibrios en estas sociedades tan frágiles
desde el punto de vista económico y social.
La pólis se cimenta sobre una serie de criterios de pertenencia y
exclusión, por lo general dictados por los grupos dirigentes, aristocráticos,
que al menos durante el siglo VIII y buena parte del VII serán los que decidan
quiénes tienen cabida dentro de la pólis y
quiénes no. La exclusión de determinados grupos sociales, bien los que han
perdido sus tierras, bien los que han perdido o han visto mermados sus derechos
(aspectos ambos relacionados en muchos casos) determinará que la propia
comunidad política se deshaga de ellos forzándolos a la emigración.
Lo
que, aplicando un término ajeno a la idea griega del proceso, llamamos
"colonización" griega es un proceso histórico que se inicia poco antes
de la mitad del siglo VIII y que durará hasta momentos avanzados del siglo VI,
aun cuando conocerá distintos períodos. En sus inicios, es un medio de
desembarazarse de aquellos individuos que, privados de tierras y de derechos,
pueden amenazar la supervivencia de la pólis
si deciden ejercer la violencia para hacer valer sus aspiraciones a un
reparto más justo o a la recuperación de sus privilegios perdidos. La pólis trata de evitar el riesgo
organizando una salida a esos individuos; sin duda ninguna, los avances que el
comercio ha producido en la tecnología naval así como en el conocimiento de
entornos y lugares en distintos puntos del Mediterráneo proporcionan la
infraestructura necesaria para llevar a cabo el proyecto.
El proceso que lleva a la formación
de una apoikia, la palabra con la que
los griegos designan lo que nosotros llamamos colonia, implica a los órganos de
gobierno de la pólis, encargados del
reclutamiento del contingente que habrá de partir así como, en ocasiones, de su
jefe (llamado oikistes). Del mismo modo, será la pólis quien oficialice la empresa
haciendo entrega al oikistes de los
símbolos religiosos necesarios para garantizar el apoyo de los dioses a la
empresa y quizá también de las naves necesarias para proceder al traslado de los
designados para partir.
Los ámbitos geográficos a los que
se trasladarán los griegos a partir del siglo VIII serán variados e incluirán
las costas meridionales de la península italiana, la isla de Sicilia, las
costas septentrionales del Egeo, el Mar Negro, el norte de África, el sur de la
Galia y la Península Ibérica. En esos lugares, los griegos establecerán
comunidades políticas que no imitarán a las que han abandonado, pero que sí se
inspirarán en ellas. En muchos aspectos, estas nuevas póleis presentarán un aspecto mucho más organizado que las ciudades
que han dejado atrás. Como hemos visto, el proceso de creación de la pólis en Grecia fue paulatino y
resultado de numerosos equilibrios territoriales, que determinaron que no en
todas ellas hubiese una clara definición de espacios, siendo el más concreto,
precisamente, aquel en el que en tiempos se había alzado el palacio micénico.
En las áreas coloniales, los
colonos delimitaban, en el momento mismo de su llegada, los nuevos espacios de
su pólis y eran ellos quienes
determinaban el uso que se iba a dar a los diferentes entornos que se estaban
definiendo; al mismo tiempo, y frente a lo que solía suceder en Grecia, donde
las áreas residenciales no tenían por qué ser a la fuerza unitarias, en las
colonias la norma era concentrar a toda la población en un solo centro
habitado. Además, ese centro era objeto de una organización urbana de carácter
regular que marcaba sobre el terreno, de forma indeleble, cuáles iban a ser los
ejes viarios, dónde iban a hallarse las áreas públicas, qué espacios se
reservaban a los dioses e, incluso, dónde se iba a enterrar a los colonos una
vez que la vida les abandonara. Así pues, cuando los partícipes en una
fundación colonial desembarcan en su lugar de destino, llevan ya como algo
propio el concepto de la comunidad organizada de acuerdo con unas leyes y el
culto a unos mismos dioses, pero lo que variará será su plasmación práctica;
acuciados por necesidades no presentes en Grecia (defensa, eficiencia,
organización) se ven obligados a dar pasos que sus parientes en Grecia tardarán
aún algún tiempo en dar. Esto hace de los ámbitos coloniales territorios en los
que se producen avances extraordinarios, entre ellos también una nueva
percepción identitaria que terminará, al cabo del tiempo, por crear nuevos
conceptos de identidad étnica mediante los que los griegos se diferenciarán de
los demás.
En los distintos momentos
históricos serán diferentes territorios de Grecia quienes experimenten la
necesidad de hacer partir a parte de sus miembros a ultramar, lo que dependerá
de las diversas vicisitudes históricas que atraviesen tales territorios.
Podemos decir que las más precoces en este proceso son las ciudades de la isla
de Eubea, Eretria y sobre todo Calcis, quienes iniciarán el proceso ya antes de
la mitad del siglo VIII; en ese mismo siglo, se verán seguidas también por
Esparta, Corinto y Mégara, prosiguiendo estas dos últimas la fundación de
colonias también en la primera parte del siglo VII. En ese siglo se les unirán
las ciudades de Rodas, algunas de Creta y, sobre todo, los aqueos del norte del
Peloponeso y los locrios de la Grecia central; también participarán algunas de
las islas del Egeo, como Naxos, Paros o Tera. Según va avanzando el siglo,
entrarán en actividad las ciudades de la Grecia del Este, que ya en el VI serán
las principales protagonistas del proceso: Samos, Focea y, sobre todo, Mileto
se convertirán en las que mayor cantidad de ciudades fundarán.
Aparte de la tutela que los
dioses de la pólis prestarán a los
colonos y a sus nuevas fundaciones, poco a poco algunos santuarios irán
desarrollando una clara orientación colonial; será, sobre todo, el dios Apolo
quien asumirá la tarea de guiar a los colonos, propiciar su feliz asentamiento
y, con el tiempo, recibir las recompensas por su actuación. Aunque sin duda, y
con el tiempo, será el santuario de Apolo en Delfos el que se convertirá en el
principal centro religioso relacionado con la actividad colonial, otros
santuarios, como el de Apolo en Delos sería un centro respetado por los griegos
de las islas, mientras que los jonios de Anatolia y, sobre todo los milesios,
encontrarán en el Apolo de Dídima su principal sustento ideológico. Estos
santuarios, además de esas funciones de guía y protección, también actuarán en
ocasiones como portavoces de los intereses de colonias ya fundadas, que
tratarán de atraer a nuevos colonos bien hacia sus ciudades, bien hacia nuevos
territorios que permitan un control más eficaz de los mismos y una garantía de
defensa mutua. De igual forma, el trasiego constante de gentes de diversos
orígenes que buscan y dan información, al tiempo que rinden culto al dios cuyo
oráculo demandan, convierte a estos santuarios en imprescindibles para
planificar nuevas empresas. La consecuencia será también que éstos se
convertirán en entornos riquísimos,
puesto que la piedad colectiva de
los griegos los llenará de exvotos y monumentos que mostrarán el agradecimiento
de individuos y ciudades, metrópolis y colonias, por los servicios prestados
por el dios.
Es interesante destacar, para
concluir este capítulo, que si bien el surgimiento de la pólis hay que entenderlo como consecuencia de un proceso de
recuperación, política y económica, vivido en Grecia como consecuencia de la
ruptura que provocó el final del mundo micénico, ni sus primeras etapas ni su
propio desarrollo ideológico e institucional pueden entenderse sin tener
presente el fenómeno colonial. Uno de los primeros retos a los que se enfrentó
la pólis primitiva fue el de dotarse
de la legitimidad suficiente como para determinar quiénes pertenecían a ella y
quiénes no; ésa fue una de las primeras pruebas de la soberanía de la pólis, que tuvo que decidir entre su
supervivencia dentro de un esquema de valores asumido al menos por los círculos
dirigentes y su capacidad para excluir de la misma a aquellos a quienes se
consideraba innecesarios. El hecho de que ante este reto los resultados fueran
satisfactorios, en el sentido de que la metrópoli se garantizaba su
supervivencia y de que los colonos, en la mayoría de los casos, consiguieran
implantar también sus póleis en
territorios ajenos, sirvió sin duda para certificar la validez de ese nuevo
sistema político.
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