sábado, 23 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual Capítulo 8 La colonización griega y la configuración de la pólis

El proceso histórico que experimentó Grecia a partir del final del período Micénico había significado, entre otras muchas cosas, la desaparición en buena parte del territorio de estructuras de poder que habían conseguido una cierta centralización de los recursos de áreas geográficas determinadas, así como una gestión unitaria de los mismos; ambas facetas, la recaudatoria y la del gasto, estaban ejemplificadas en los palacios. Era también el excedente económico que una eficiente administración producía lo que había permitido la construcción de flotas, tanto mercantes como de guerra, que mantuvieron un control cierto de las rutas de comunicación tanto en el Mediterráneo oriental como en el central.
La desaparición de los palacios micénicos y los movimientos migratorios asociados o provocados por la misma, hacen que la situación en Grecia cambie de forma radical; muchas comunidades aldeanas, encargadas de la producción, habían desaparecido; muchas otras, reducidos sus efectivos, habían abandonado las fértiles tierras de cultivo para refugiarse en las primeras estribaciones de las cadenas montañosas. Buena parte del país, en especial del Peloponeso, había quedado vacío, lo que aprovecharon otras gentes, también de lengua griega, para ir ocupando zonas casi o en su totalidad despobladas. Las navegaciones a gran escala, tan frecuentes en la época micénica, van haciéndose cada vez más escasas sin que se interrumpan nunca por completo; no obstante, la poca capacidad acumuladora de las pequeñas comunidades griegas hacía difícil la concentración de recursos necesarios para construir costosas naves capaces de grandes navegaciones. El proceso que había afectado a la Grecia micénica hay que insertarlo, casi con seguridad, en todo el desarrollo que vive en los últimos siglos del segundo milenio todo el Mediterráneo oriental y central, y que ve la desaparición de grandes imperios (el hitita), o el debilitamiento de otros (Egipto, Asiria), acompañados a su vez de migraciones terrestres y marítimas, que generan una gran inseguridad en los mares.
El paso del tiempo hará que la situación se vaya estabilizando y sean, como en otras ocasiones, los orientales quienes empiecen a dar los pasos necesarios para restaurar una situación de la que ellos habían salido también perjudicados. A partir del siglo X las ciudades de la costa sirio-palestina, a las que los griegos y, a partir de ellos nosotros, englobamos bajo el colectivo de fenicias, inician sus exploraciones marítimas en busca de
materias primas y recursos. En su camino, el Egeo será una zona de interés como lo había sido durante el segundo milenio y, en especial, algunos lugares. Territorios como el Ática o Eubea, o Rodas o las costas de Creta y quizá incluso la septentrional Tasos se convierten en puntos tocados por el expansionismo comercial fenicio. Una de las consecuencias de esos contactos será reactivar las potencialidades de las comunidades griegas que habían vivido hasta entonces, bastante de espaldas a las relaciones exteriores. Podemos observar ya cómo a mediados del siglo X en algunos puntos, como en Lefkandí en la isla de Eubea, empiezan a surgir individuos o grupos familiares privilegiados capaces de movilizar los recursos de toda su comunidad para algún fin común, aunque en este caso el fin sea la construcción de un mausoleo monumental en el que reposarán los restos del reyezuelo y su esposa. En el santuario heroico de Lefkandí encontramos, además, una serie de productos de importación o de influencia oriental que muestran cómo los grupos emergentes empiezan a rodearse de objetos de prestigio, inalcanzables para la mayor parte de los miembros de la comunidad, que sirven como marcador del elevado estatus que adquieren dentro de la comunidad. Es también interesante resaltar que estos individuos son enterrados siguiendo unos rituales que tienen mucho de recreación imaginada de un pasado glorioso, que la poesía épica se encargará de elaborar y amplificar. Lo que, con el tiempo, se convertirá en la Ilíada y la Odisea estaba ya gestándose en el siglo X.
La reactivación económica que se va produciendo permitirá restaurar los contactos entre territorios diferentes, que se van integrando de nuevo en redes de intercambio que poco a poco van abarcando todo el Egeo, con prolongaciones al Próximo Oriente. Para satisfacer las demandas de un comercio cada vez más productivo serán necesarias unas ciertas condiciones de seguridad y parece claro que los grupos o individuos emergentes van a asumir un papel importante en la defensa de la comunidad y en la organización de la misma. Esto también implicará la paulatina reocupación de las llanuras y los valles, abandonados desde hacía siglos, con las ventajas que ello conlleva desde el punto de vista de una alimentación más completa, lo que pronto se traduce en una disminución de las tasas de mortalidad y un aumento de población. Es necesario estructurar los espacios reo- cupados, tanto desde el punto de vista simbólico como militar y la necesidad de defensa, control, acumulación de recursos e, incluso, de exportación de los mismos, va a favorecer el surgimiento de estructuras centralizadoras. A lo largo del siglo IX va a ir surgiendo la estructura que conoceremos como pólis como resultado de pactos y acuerdos entre diferentes grupos, que acaso se consideran relacionados entre sí y, tal vez, unidos por vínculos de tipo religioso centrados en la adoración en común de algún dios en algún lugar concreto; es curioso observar cómo en muchos casos las póleis que van surgiendo establecen como principal punto de convergencia las ruinas del antiguo palacio de época micénica, revestido con el tiempo de una venerabilidad simbólica y religiosa; unas normas jurídicas básicas, impartidas y administradas por los círculos que se han hecho con el poder, serán la base de las reglas por las que se gobernará esa comunidad.

Una de las actividades que la pólis va a requerir pronto es la búsqueda de artículos que no se dan en su territorio, al tiempo que dan salida a productos que, por primera vez en mucho tiempo, resultan excedentarios, así como a otros, como los minerales, que son de nuevo explotados con intensidad. La proyección náutica de algunas póleis, como las de la isla de Eubea o algunas otras les va a permitir volver de nuevo al mar,interviniendo en transacciones comerciales tanto en Oriente como en el Mediterráneo central, en compañía y a veces en rivalidad con los fenicios. La polis, sin embargo, basa toda su vida en el cultivo de la tierra aun cuando las gentes que se dedican al intercambio, que suelen ser además grandes propietarios y tienen responsabilidades políticas, tienden a introducir desequilibrios en estas sociedades tan frágiles desde el punto de vista económico y social.
La pólis se cimenta sobre una serie de criterios de pertenencia y exclusión, por lo general dictados por los grupos dirigentes, aristocráticos, que al menos durante el siglo VIII y buena parte del VII serán los que decidan quiénes tienen cabida dentro de la pólis y quiénes no. La exclusión de determinados grupos sociales, bien los que han perdido sus tierras, bien los que han perdido o han visto mermados sus derechos (aspectos ambos relacionados en muchos casos) determinará que la propia comunidad política se deshaga de ellos forzándolos a la emigración.

            Lo que, aplicando un término ajeno a la idea griega del proceso, llamamos "colonización" griega es un proceso histórico que se inicia poco antes de la mitad del siglo VIII y que durará hasta momentos avanzados del siglo VI, aun cuando conocerá distintos períodos. En sus inicios, es un medio de desembarazarse de aquellos individuos que, privados de tierras y de derechos, pueden amenazar la supervivencia de la pólis si deciden ejercer la violencia para hacer valer sus aspiraciones a un reparto más justo o a la recuperación de sus privilegios perdidos. La pólis trata de evitar el riesgo organizando una salida a esos individuos; sin duda ninguna, los avances que el comercio ha producido en la tecnología naval así como en el conocimiento de entornos y lugares en distintos puntos del Mediterráneo proporcionan la infraestructura necesaria para llevar a cabo el proyecto.
El proceso que lleva a la formación de una apoikia, la palabra con la que los griegos designan lo que nosotros llamamos colonia, implica a los órganos de gobierno de la pólis, encargados del reclutamiento del contingente que habrá de partir así como, en ocasiones, de su jefe (llamado oikistes). Del mismo modo, será la pólis quien oficialice la empresa haciendo entrega al oikistes de los símbolos religiosos necesarios para garantizar el apoyo de los dioses a la empresa y quizá también de las naves necesarias para proceder al traslado de los designados para partir.
Los ámbitos geográficos a los que se trasladarán los griegos a partir del siglo VIII serán variados e incluirán las costas meridionales de la península italiana, la isla de Sicilia, las costas septentrionales del Egeo, el Mar Negro, el norte de África, el sur de la Galia y la Península Ibérica. En esos lugares, los griegos establecerán comunidades políticas que no imitarán a las que han abandonado, pero que sí se inspirarán en ellas. En muchos aspectos, estas nuevas póleis presentarán un aspecto mucho más organizado que las ciudades que han dejado atrás. Como hemos visto, el proceso de creación de la pólis en Grecia fue paulatino y resultado de numerosos equilibrios territoriales, que determinaron que no en todas ellas hubiese una clara definición de espacios, siendo el más concreto, precisamente, aquel en el que en tiempos se había alzado el palacio micénico.
En las áreas coloniales, los colonos delimitaban, en el momento mismo de su llegada, los nuevos espacios de su pólis y eran ellos quienes determinaban el uso que se iba a dar a los diferentes entornos que se estaban definiendo; al mismo tiempo, y frente a lo que solía suceder en Grecia, donde las áreas residenciales no tenían por qué ser a la fuerza unitarias, en las colonias la norma era concentrar a toda la población en un solo centro habitado. Además, ese centro era objeto de una organización urbana de carácter regular que marcaba sobre el terreno, de forma indeleble, cuáles iban a ser los ejes viarios, dónde iban a hallarse las áreas públicas, qué espacios se reservaban a los dioses e, incluso, dónde se iba a enterrar a los colonos una vez que la vida les abandonara. Así pues, cuando los partícipes en una fundación colonial desembarcan en su lugar de destino, llevan ya como algo propio el concepto de la comunidad organizada de acuerdo con unas leyes y el culto a unos mismos dioses, pero lo que variará será su plasmación práctica; acuciados por necesidades no presentes en Grecia (defensa, eficiencia, organización) se ven obligados a dar pasos que sus parientes en Grecia tardarán aún algún tiempo en dar. Esto hace de los ámbitos coloniales territorios en los que se producen avances extraordinarios, entre ellos también una nueva percepción identitaria que terminará, al cabo del tiempo, por crear nuevos conceptos de identidad étnica mediante los que los griegos se diferenciarán de los demás.
En los distintos momentos históricos serán diferentes territorios de Grecia quienes experimenten la necesidad de hacer partir a parte de sus miembros a ultramar, lo que dependerá de las diversas vicisitudes históricas que atraviesen tales territorios. Podemos decir que las más precoces en este proceso son las ciudades de la isla de Eubea, Eretria y sobre todo Calcis, quienes iniciarán el proceso ya antes de la mitad del siglo VIII; en ese mismo siglo, se verán seguidas también por Esparta, Corinto y Mégara, prosiguiendo estas dos últimas la fundación de colonias también en la primera parte del siglo VII. En ese siglo se les unirán las ciudades de Rodas, algunas de Creta y, sobre todo, los aqueos del norte del Peloponeso y los locrios de la Grecia central; también participarán algunas de las islas del Egeo, como Naxos, Paros o Tera. Según va avanzando el siglo, entrarán en actividad las ciudades de la Grecia del Este, que ya en el VI serán las principales protagonistas del proceso: Samos, Focea y, sobre todo, Mileto se convertirán en las que mayor cantidad de ciudades fundarán.
Aparte de la tutela que los dioses de la pólis prestarán a los colonos y a sus nuevas fundaciones, poco a poco algunos santuarios irán desarrollando una clara orientación colonial; será, sobre todo, el dios Apolo quien asumirá la tarea de guiar a los colonos, propiciar su feliz asentamiento y, con el tiempo, recibir las recompensas por su actuación. Aunque sin duda, y con el tiempo, será el santuario de Apolo en Delfos el que se convertirá en el principal centro religioso relacionado con la actividad colonial, otros santuarios, como el de Apolo en Delos sería un centro respetado por los griegos de las islas, mientras que los jonios de Anatolia y, sobre todo los milesios, encontrarán en el Apolo de Dídima su principal sustento ideológico. Estos santuarios, además de esas funciones de guía y protección, también actuarán en ocasiones como portavoces de los intereses de colonias ya fundadas, que tratarán de atraer a nuevos colonos bien hacia sus ciudades, bien hacia nuevos territorios que permitan un control más eficaz de los mismos y una garantía de defensa mutua. De igual forma, el trasiego constante de gentes de diversos orígenes que buscan y dan información, al tiempo que rinden culto al dios cuyo oráculo demandan, convierte a estos santuarios en imprescindibles para planificar nuevas empresas. La consecuencia será también que éstos se convertirán en entornos riquísimos,
puesto que la piedad colectiva de los griegos los llenará de exvotos y monumentos que mostrarán el agradecimiento de individuos y ciudades, metrópolis y colonias, por los servicios prestados por el dios.
Es interesante destacar, para concluir este capítulo, que si bien el surgimiento de la pólis hay que entenderlo como consecuencia de un proceso de recuperación, política y económica, vivido en Grecia como consecuencia de la ruptura que provocó el final del mundo micénico, ni sus primeras etapas ni su propio desarrollo ideológico e institucional pueden entenderse sin tener presente el fenómeno colonial. Uno de los primeros retos a los que se enfrentó la pólis primitiva fue el de dotarse de la legitimidad suficiente como para determinar quiénes pertenecían a ella y quiénes no; ésa fue una de las primeras pruebas de la soberanía de la pólis, que tuvo que decidir entre su supervivencia dentro de un esquema de valores asumido al menos por los círculos dirigentes y su capacidad para excluir de la misma a aquellos a quienes se consideraba innecesarios. El hecho de que ante este reto los resultados fueran satisfactorios, en el sentido de que la metrópoli se garantizaba su supervivencia y de que los colonos, en la mayoría de los casos, consiguieran implantar también sus póleis en territorios ajenos, sirvió sin duda para certificar la validez de ese nuevo sistema político.

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