domingo, 24 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual Capítulo 10 Sicilia y la Magna Grecia

Dentro de las áreas por las que se extendió la colonización griega, Sicilia y el sur de Italia, que con el tiempo sería conocida como la Magna Grecia, fueron las que recibieron las más antiguas de estas colonias. Ya desde la primera mitad del siglo VIII los griegos habían empezado a frecuentar las costas italianas y sicilianas en busca, sobre todo, del acceso al mar Tirreno donde tanto la isla de Cerdeña como las costas de la Toscana y el Lacio proporcionaban interesantes ganancias a los comerciantes griegos. Los metales como el hierro, el cobre, el oro y la plata servían para que la aún balbuceante economía de las más pujantes ciudades griegas pudiese competir con ventaja en los mercados orientales, demandantes permanentes de esos productos.
Fueron los conocimientos acumulados por varias generaciones de marinos los que permitieron a los griegos conocer con detalle los territorios itálicos y sicilianos, las áreas más propicias para establecer puntos de control de tráficos marítimos, pero también las zonas con fértiles e irrigadas llanuras en las que, en caso de necesidad, podían asentarse numerosas comunidades semejantes a las ciudades de Grecia. El proceso que condujo a la colonización griega ya ha sido analizado en un capítulo anterior, pero lo que interesa destacar aquí es que cuando en las ciudades de Grecia se sintió la necesidad imperiosa de dar salida a grupos de gentes excluidas fueron las informaciones y los conocimientos que un largo período de contactos de índole sobre todo comercial había ido recopilando las que permitieron que estas empresas pudieran desarrollarse con ciertas garantías de éxito.
Conocemos, con cierto detalle, la sucesión de ciudades que se irán fundando en Sicilia y en la península italiana así como sus lugares de procedencia y las fechas de estos establecimientos. Así, los eubeos fueron responsables de la primera de las fundaciones, la ciudad de Pitecusas, en la isla de Ischia, antes de la mitad del siglo VIII; poco después también gentes de Eubea fundaron Cumas, en la costa del Golfo de Nápoles hacia 725 o algo antes. Sin duda son los eubeos y, sobre todo, los de una de sus ciudades principales, Calcis, quienes mostrarán durante el último tercio del siglo VIII una mayor vitalidad, pues serán responsables de la fundación de la ciudad griega más antigua de Sicilia, Naxos (734), seguida pronto por las de Catania y Leontinos (ambas en 729); por esos mismos años gentes eubeas establecían su sólida presencia en las dos costas, la italiana y la siciliana, del estre cho de Mesina, fundando, respectivamente, Regio y Zancle. Pocos años después, pero aún dentro del siglo VIII, los de Zancle fundarán Milas, en la costa nororiental de la isla.
Griegos de otras procedencias, animados por la nueva dinámica que los eubeos habían iniciado, comenzarán acto seguido su propia actividad; así Corinto, la rica ciudad que controlaba el istmo del mismo nombre, fundará Siracusa hacia 733, mientras que sus vecinos los megáreos fundarán, también en la vecindad de Siracusa, Mégara Hiblea hacia 728. Pocos años después, los espartanos fundarán en la costa meridional de Italia la ciudad de Tarento (706); algunos años antes gentes de Acaya en el Peloponeso habían fundado en la costa meridional italiana Síbaris (720), seguida por Crotona (709) y, ya bastantes años después, por Metaponto. Los rodios y los cretenses establecieron, hacia 688, una colonia conjunta, Gela, en la costa meridional de Sicilia, mientras que los locrios fundaban hacia 679 la ciudad de Locris Epicefiria en la costa calabresa del mar Jonio a la vez que, por los mismos años, los jonios de Colofón fundaban Siris en las costas de la actual región de Basilicata. El proceso proseguiría a principios del siglo VI cuando, hacia 580, los cnidios fundaron Lipara, en la isla de Lipari del archipiélago de las Eolias y los foceos la ciudad de Elea hacia 535. Esto por lo que se refiere a las ciudades fundadas por gentes procedentes de diversos lugares de Grecia.

Sin embargo, un rasgo del proceso colonizador griego es que los mismos o parecidos problemas que habían forzado a las metrópolis de la propia Grecia a dar salida a sus excedentes de población obligará, a no mucho tardar, a las nuevas colonias a hacer lo propio iniciando un proceso nuevo de colonización, a veces en colaboración con la metrópoli, que veía en este mecanismo un medio para seguir aliviando tensiones sociales al tiempo que para afianzar los vínculos existentes con sus colonias. A la vez, las colonias aprovecharán este mecanismo para asegurarse, mediante esta política de fundaciones, la supervisión o, al menos, la reserva de sus intereses, en zonas que ellas no podían controlar de modo directo aunque en ocasiones estos cálculos resultaron fallidos. Con sus fundaciones coloniales, Acras (663), Casmenas (643) y Camarina (598), Siracusa pretendía hacerse con el control de toda la esquina suroriental de Sicilia lo que, en buena parte, consiguió a pesar de que la última de sus colonias se mostró bastante reticente a plegarse a los deseos de su metrópoli. Por su parte, la ciudad de Zancle, con ayuda de un grupo de siracusanos, extenderá sus intereses hacia un entorno bastante alejado de la costa nororiental siciliana, fundando Hímera (648), casi en contacto con los fenicios que habían colonizado la esquina occidental de Sicilia; quizá por los mismos años, y para reforzar la envidiable posición que la ciudad tenía sobre el lado siciliano del estrecho, los de Zancle fundarán Metauro sobre la costa tirrénica de la Calabria. Mégara Hiblea, encajonada entre Siracusa y Leontinos, buscará también un lugar alejado para su colonia, Selinunte, que será fundada hacia 628 en un punto bastante occidental de la costa sur de Sicilia, también cerca del área elegida por los fenicios para sus establecimientos; más de un siglo después, en un momento indeterminado del siglo VI, fundará, para proteger su flanco oriental, Heraclea Minoa. Las ciudades aqueas reforzarán su posición en la costa meridional mediante la fundación crotoniata de Caulonia, hacia mediados del siglo VII, mientras que Síbaris buscará como área de expansión la costa tirrénica de la península fundando Posidonia hacia el último cuarto del siglo VII, así como algunos otros centros secundarios (Laos, Escidro). Por su parte, los locrios se expandirán hacia la cos-ta tirrénica de Calabria arrebatándole Metauro a los zancleos y fundando Medma e Hipo- nio en un momento no precisable de la segunda mitad del siglo VII.

La ciudad de Gela elegirá un amplio territorio, situado al oeste del suyo, para fundar su colonia de Agrigento hacia 580, aunque la colonia pronto romperá los lazos con su metrópoli y ambas se convertirán en rivales por el control de zonas de interés común; por su parte, Cumas se expandiría a lo largo del siglo VII por la costa del golfo de Nápo- les, aunque esta última ciudad, fundación cumana, no surgiría hasta el inicio del siglo V, convirtiéndose a partir de entonces en el centro principal de toda la bahía.
Éstos, y algún otro centro secundario, conformarían la geografía política griega de la Magna Grecia y Sicilia a falta de algunos otros puntos sobre los que volveremos más adelante. Se comprende así la extraordinaria vitalidad de la cultura griega en estos territorios, donde tan gran número de fundaciones y de tan variados orígenes convirtieron esa parte del Mediterráneo en una parte integrante de la Hélade. La historia política de esos territorios seguirá su propio desarrollo, en ocasiones vinculado al de la propia Grecia, pero con más frecuencia independiente de él. Sin duda, las ciudades italiotas y siciliotas mantendrán lazos culturales, religiosos y afectivos con sus metrópolis y con otros lugares de Grecia; los grandes santuarios panhelénicos, como Olimpia, y los festivales atlé- ticos que allí se celebrarán serán un punto de atracción temprana para las aristocracias coloniales, que participarán y con frecuencia se alzarán con las victorias en esos juegos. Pero, no obstante, los dos ámbitos desarrollarán su propia historia, en la que intervendrán también, como factor importante, las poblaciones indígenas.
Los modos de implantación de las ciudades no siguieron un patrón uniforme, y abarcaron desde una hostilidad inicial, que hubo que superar con el uso de la fuerza, hasta una acogida por parte de los indígenas. Fuese cual fuese el medio elegido, era evidente que las ciudades griegas tuvieron, y supieron, hallar pronto un modus vivendi con las diferentes culturas no griegas con las que se hallaban en contacto. Estas culturas eran bastante diferentes entre sí, y podríamos distinguir, entre las principales, las siguientes: en Sicilia hallamos a los sículos, que grosso modo ocupaban el tercio oriental de la isla así como parte de Calabria, en la península. Los sicanos ocupaban el tercio central de Sicilia, y los élimos la esquina occidental. Relacionadas entre sí, habían desarrollado no obstante rasgos diferenciadores, tanto en la lengua como en la cultura material, que fueron acentuándose según su mayor o menor proximidad (física, pero también ideológica) a las ciudades griegas. El siglo V será un momento de esplendor para estos pueblos indígenas, que relizarán algún intento, que no prosperará, de resistirse a la creciente influencia de las ciudades griegas.
Por lo que se refiere a la península italiana, el mosaico cultural a la llegada de los griegos era mucho más variado; los griegos distinguían, en las costas meridionales, de oeste a este, a los sículos, a los enotrios y a los yapigios, términos que incluían a muchos otros pueblos y culturas. En las costas tirrénicas la variedad era aún mayor, pues incluía, además de gentes de estirpe enotria, otras de origen etrusco, sobre todo en Campania, pero también gentes de estirpe itálica. Serán estos pueblos itálicos, en especial los pertenecientes al grupo lingüístico osco-umbro quienes protagonizarán, a partir sobre todo del siglo V, un proceso imparable de expansión que llevará a distintos pueblos de esta estirpe (campanos, lucanos, bracios, etc.) hacia las costas ocupadas por las ciudades griegas. Muchas de ellas sucumbirán a estas poblaciones, otras resistirán y otras encontrarán medios de cohabitación y coexistencia con los habitantes griegos.
Otro factor de la historia de la Magna Grecia y de Sicilia viene marcado por las propias rivalidades que mantendrán las ciudades griegas entre sí, lo que no las diferenciará mucho de las existentes en la propia Grecia. En Sicilia, destacarán, además de las tensiones ya mencionadas entre Gela y su colonia Agrigento, el conflicto entre Siracusa y su colonia Camarina, que estalló hacia 552 y que implicó la destrucción de la colonia por su metrópoli; en el conflicto parecen haber participado tanto indígenas como otras ciudades griegas (Gela) apoyando a la colonia. No sería la primera vez que Camarina sería destruida a lo largo de su historia. Otros conflictos, que enfrentarán a algunas ciudades griegas entre sí (Agrigento e Hímera) servirán para que los cartagineses intervengan hacia 480, aunque serán derrotados. Del mismo modo, las rivalidades entre Segesta (una ciudad élima) y Selinunte, aliada de Siracusa, propiciarán la intervención ateniense en 415, dentro del contexto más amplio de la Guerra del Peloponeso.
Para la Magna Grecia las informaciones sobre conflictos son aún más abundantes, aunque éstas se refieren, sobre todo, al siglo VI si bien no faltan indicios para afirmar que ya desde antes existían rivalidades entre las ciudades que podían haberse resuelto, como solían hacer los griegos, recurriendo a la guerra. Así, parece que hacia mediados del siglo VI se habría producido una gran coalición entre las ciudades aqueas de Italia, Síbaris, Crotona y Metaponto, para destruir a la jonia Siris, lo que acabarían haciendo. El sitio que ocupó la ciudad permanecería deshabitado, hasta que en 433 Tarento funde allí la ciudad de Heraclea, que dejará aislada a Metaponto entre la metrópolis y la colonia.
También en el siglo VI, aunque en fecha no del todo precisa, tendría lugar una gran batalla entre Crotona y Locris Epicefiria, junto al curso del río Sagra; Locris ya había tenido algunos conflictos con su vecina occidental Regio, pero ahora la amenaza venía de las poderosas ciudades aqueas que, como mostraría el episodio de Siris, parecen haber perseguido una política de clara hegemonía en el sur de Italia, aunque vigiladas de lejos por la recelosa Tarento. La victoria en esta ocasión fue de los locrios. Sin embargo, el conflicto que más huella iba a dejar en la historia de las ciudades italiotas fue la guerra para destruir Síbaris, que cayó a manos de Crotona en 510; la caída de la gran ciudad iba a convertir a Crotona, al menos durante algún tiempo, en la ciudad más poderosa de la Magna Grecia, aunque las disputas por el inmenso territorio de la ciudad destruida no cesaron. Tras varios intentos de sus antiguos habitantes por recuperar la ciudad, habría que esperar al año 444, para que, dentro de la política occidental del estratego ateniense Pericles se fundase la colonia panhelénica de Turios, que pretendía ser la heredera de Síbaris. Este hecho introducía un nuevo contexto en el occidente griego, que pronto iba a intervenir, de forma directa, en la Guerra del Peloponeso cuyos escenarios principales estuvieron, no obstante, en Grecia y en el Egeo.
El final del siglo V en el occidente griego presenta un panorama desigual; mientras que en la Magna Grecia algunas ciudades han caído o están cayendo en manos de los pueblos oscos (Cumas, Neápolis, Posidonia), otras han entrado en la órbita de ciudades de fuera de la península, como Locris (controlada por Siracusa) o Heraclea y Turios, sobre las que ejerce su control Tarento, muy vinculada a su metrópoli Esparta. La situación en Sicilia es diferente; desde principios del siglo V se había ido afianzando la supre macía de Siracusa, bien a través de gobiernos tiránicos, bien democráticos, que habían impuesto una hegemonía de hecho sobre buena parte de la isla; la desastrosa intervención ateniense entre 415 y 413 había supuesto la confirmación de la potencia siracusa- na, pero la extrema debilidad que había provocado la guerra será aprovechada por Car- tago, que iniciará a partir de 409 una devastadora invasión de la parte griega de Sicilia, arrasando ciudades griegas como Selinunte, Hímera, Agrigento, Gela y Camarina. A pesar del desastre, Siracusa conseguirá sobreponerse y, tras el acceso al poder de Dionisio, el empuje cartaginés se verá detenido; no obstante los avatares de los siglos sucesivos, la permanencia de la Sicilia griega estará garantizada hasta la época de la Segunda Guerra Púnica entre Roma y Cartago.

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