Dentro de las áreas por las que
se extendió la colonización griega, Sicilia y el sur de Italia, que con el
tiempo sería conocida como la Magna Grecia, fueron las que recibieron las más
antiguas de estas colonias. Ya desde la primera mitad del siglo VIII los
griegos habían empezado a frecuentar las costas italianas y sicilianas en busca,
sobre todo, del acceso al mar Tirreno donde tanto la isla de Cerdeña como las
costas de la Toscana y el Lacio proporcionaban interesantes ganancias a los
comerciantes griegos. Los metales como el hierro, el cobre, el oro y la plata
servían para que la aún balbuceante economía de las más pujantes ciudades
griegas pudiese competir con ventaja en los mercados orientales, demandantes
permanentes de esos productos.
Fueron los conocimientos
acumulados por varias generaciones de marinos los que permitieron a los griegos
conocer con detalle los territorios itálicos y sicilianos, las áreas más
propicias para establecer puntos de control de tráficos marítimos, pero también
las zonas con fértiles e irrigadas llanuras en las que, en caso de necesidad,
podían asentarse numerosas comunidades semejantes a las ciudades de Grecia. El
proceso que condujo a la colonización griega ya ha sido analizado en un
capítulo anterior, pero lo que interesa destacar aquí es que cuando en las
ciudades de Grecia se sintió la necesidad imperiosa de dar salida a grupos de
gentes excluidas fueron las informaciones y los conocimientos que un largo
período de contactos de índole sobre todo comercial había ido recopilando las
que permitieron que estas empresas pudieran desarrollarse con ciertas garantías
de éxito.
Conocemos, con cierto detalle, la
sucesión de ciudades que se irán fundando en Sicilia y en la península italiana
así como sus lugares de procedencia y las fechas de estos establecimientos.
Así, los eubeos fueron responsables de la primera de las fundaciones, la ciudad
de Pitecusas, en la isla de Ischia, antes de la mitad del siglo VIII; poco
después también gentes de Eubea fundaron Cumas, en la costa del Golfo de
Nápoles hacia 725 o algo antes. Sin duda son los eubeos y, sobre todo, los de
una de sus ciudades principales, Calcis, quienes mostrarán durante el último
tercio del siglo VIII una mayor vitalidad, pues serán responsables de la
fundación de la ciudad griega más antigua de Sicilia, Naxos (734), seguida
pronto por las de Catania y Leontinos (ambas en 729); por esos mismos años
gentes eubeas establecían su sólida presencia en las dos costas, la italiana y
la siciliana, del estre cho de Mesina, fundando, respectivamente, Regio y
Zancle. Pocos años después, pero aún dentro del siglo VIII, los de Zancle
fundarán Milas, en la costa nororiental de la isla.
Griegos de otras procedencias,
animados por la nueva dinámica que los eubeos habían iniciado, comenzarán acto
seguido su propia actividad; así Corinto, la rica ciudad que controlaba el istmo
del mismo nombre, fundará Siracusa hacia 733, mientras que sus vecinos los
megáreos fundarán, también en la vecindad de Siracusa, Mégara Hiblea hacia 728.
Pocos años después, los espartanos fundarán en la costa meridional de Italia la
ciudad de Tarento (706); algunos años antes gentes de Acaya en el Peloponeso
habían fundado en la costa meridional italiana Síbaris (720), seguida por
Crotona (709) y, ya bastantes años después, por Metaponto. Los rodios y los
cretenses establecieron, hacia 688, una colonia conjunta, Gela, en la costa
meridional de Sicilia, mientras que los locrios fundaban hacia 679 la ciudad de
Locris Epicefiria en la costa calabresa del mar Jonio a la vez que, por los
mismos años, los jonios de Colofón fundaban Siris en las costas de la actual
región de Basilicata. El proceso proseguiría a principios del siglo VI cuando,
hacia 580, los cnidios fundaron Lipara, en la isla de Lipari del archipiélago
de las Eolias y los foceos la ciudad de Elea hacia 535. Esto por lo que se
refiere a las ciudades fundadas por gentes procedentes de diversos lugares de
Grecia.
Sin embargo, un rasgo del proceso
colonizador griego es que los mismos o parecidos problemas que habían forzado a
las metrópolis de la propia Grecia a dar salida a sus excedentes de población
obligará, a no mucho tardar, a las nuevas colonias a hacer lo propio iniciando
un proceso nuevo de colonización, a veces en colaboración con la metrópoli, que
veía en este mecanismo un medio para seguir aliviando tensiones sociales al
tiempo que para afianzar los vínculos existentes con sus colonias. A la vez,
las colonias aprovecharán este mecanismo para asegurarse, mediante esta
política de fundaciones, la supervisión o, al menos, la reserva de sus
intereses, en zonas que ellas no podían controlar de modo directo aunque en
ocasiones estos cálculos resultaron fallidos. Con sus fundaciones coloniales,
Acras (663), Casmenas (643) y Camarina (598), Siracusa pretendía hacerse con el
control de toda la esquina suroriental de Sicilia lo que, en buena parte,
consiguió a pesar de que la última de sus colonias se mostró bastante reticente
a plegarse a los deseos de su metrópoli. Por su parte, la ciudad de Zancle, con
ayuda de un grupo de siracusanos, extenderá sus intereses hacia un entorno
bastante alejado de la costa nororiental siciliana, fundando Hímera (648), casi
en contacto con los fenicios que habían colonizado la esquina occidental de
Sicilia; quizá por los mismos años, y para reforzar la envidiable posición que
la ciudad tenía sobre el lado siciliano del estrecho, los de Zancle fundarán
Metauro sobre la costa tirrénica de la Calabria. Mégara Hiblea, encajonada
entre Siracusa y Leontinos, buscará también un lugar alejado para su colonia,
Selinunte, que será fundada hacia 628 en un punto bastante occidental de la
costa sur de Sicilia, también cerca del área elegida por los fenicios para sus
establecimientos; más de un siglo después, en un momento indeterminado del
siglo VI, fundará, para proteger su flanco oriental, Heraclea Minoa. Las
ciudades aqueas reforzarán su posición en la costa meridional mediante la
fundación crotoniata de Caulonia, hacia mediados del siglo VII, mientras que
Síbaris buscará como área de expansión la costa tirrénica de la península
fundando Posidonia hacia el último cuarto del siglo VII, así como algunos otros
centros secundarios (Laos, Escidro). Por su parte, los locrios se expandirán
hacia la cos-ta tirrénica de Calabria arrebatándole Metauro a los zancleos y
fundando Medma e Hipo- nio en un momento no precisable de la segunda mitad del
siglo VII.
La ciudad de Gela elegirá un
amplio territorio, situado al oeste del suyo, para fundar su colonia de
Agrigento hacia 580, aunque la colonia pronto romperá los lazos con su
metrópoli y ambas se convertirán en rivales por el control de zonas de interés
común; por su parte, Cumas se expandiría a lo largo del siglo VII por la costa
del golfo de Nápo- les, aunque esta última ciudad, fundación cumana, no
surgiría hasta el inicio del siglo V, convirtiéndose a partir de entonces en el
centro principal de toda la bahía.
Éstos, y algún otro centro
secundario, conformarían la geografía política griega de la Magna Grecia y
Sicilia a falta de algunos otros puntos sobre los que volveremos más adelante.
Se comprende así la extraordinaria vitalidad de la cultura griega en estos
territorios, donde tan gran número de fundaciones y de tan variados orígenes
convirtieron esa parte del Mediterráneo en una parte integrante de la Hélade.
La historia política de esos territorios seguirá su propio desarrollo, en
ocasiones vinculado al de la propia Grecia, pero con más frecuencia
independiente de él. Sin duda, las ciudades italiotas y siciliotas mantendrán
lazos culturales, religiosos y afectivos con sus metrópolis y con otros lugares
de Grecia; los grandes santuarios panhelénicos, como Olimpia, y los festivales
atlé- ticos que allí se celebrarán serán un punto de atracción temprana para
las aristocracias coloniales, que participarán y con frecuencia se alzarán con
las victorias en esos juegos. Pero, no obstante, los dos ámbitos desarrollarán
su propia historia, en la que intervendrán también, como factor importante, las
poblaciones indígenas.
Los modos de implantación de las
ciudades no siguieron un patrón uniforme, y abarcaron desde una hostilidad
inicial, que hubo que superar con el uso de la fuerza, hasta una acogida por
parte de los indígenas. Fuese cual fuese el medio elegido, era evidente que las
ciudades griegas tuvieron, y supieron, hallar pronto un modus vivendi con las diferentes culturas no griegas con las que se
hallaban en contacto. Estas culturas eran bastante diferentes entre sí, y
podríamos distinguir, entre las principales, las siguientes: en Sicilia
hallamos a los sículos, que grosso modo ocupaban
el tercio oriental de la isla así como parte de Calabria, en la península. Los
sicanos ocupaban el tercio central de Sicilia, y los élimos la esquina
occidental. Relacionadas entre sí, habían desarrollado no obstante rasgos
diferenciadores, tanto en la lengua como en la cultura material, que fueron
acentuándose según su mayor o menor proximidad (física, pero también
ideológica) a las ciudades griegas. El siglo V será un momento de esplendor
para estos pueblos indígenas, que relizarán algún intento, que no prosperará,
de resistirse a la creciente influencia de las ciudades griegas.
Por lo que se refiere a la
península italiana, el mosaico cultural a la llegada de los griegos era mucho
más variado; los griegos distinguían, en las costas meridionales, de oeste a
este, a los sículos, a los enotrios y a los yapigios, términos que incluían a
muchos otros pueblos y culturas. En las costas tirrénicas la variedad era aún
mayor, pues incluía, además de gentes de estirpe enotria, otras de origen
etrusco, sobre todo en Campania, pero también gentes de estirpe itálica. Serán
estos pueblos itálicos, en especial los pertenecientes al grupo lingüístico
osco-umbro quienes protagonizarán, a partir sobre todo del siglo V, un proceso
imparable de expansión que llevará a distintos pueblos de esta estirpe
(campanos, lucanos, bracios, etc.) hacia las costas ocupadas por las ciudades
griegas. Muchas de ellas sucumbirán a estas poblaciones, otras resistirán y
otras encontrarán medios de cohabitación y coexistencia con los habitantes
griegos.
Otro factor de la historia de la
Magna Grecia y de Sicilia viene marcado por las propias rivalidades que
mantendrán las ciudades griegas entre sí, lo que no las diferenciará mucho de
las existentes en la propia Grecia. En Sicilia, destacarán, además de las
tensiones ya mencionadas entre Gela y su colonia Agrigento, el conflicto entre
Siracusa y su colonia Camarina, que estalló hacia 552 y que implicó la
destrucción de la colonia por su metrópoli; en el conflicto parecen haber
participado tanto indígenas como otras ciudades griegas (Gela) apoyando a la
colonia. No sería la primera vez que Camarina sería destruida a lo largo de su
historia. Otros conflictos, que enfrentarán a algunas ciudades griegas entre sí
(Agrigento e Hímera) servirán para que los cartagineses intervengan hacia 480,
aunque serán derrotados. Del mismo modo, las rivalidades entre Segesta (una
ciudad élima) y Selinunte, aliada de Siracusa, propiciarán la intervención
ateniense en 415, dentro del contexto más amplio de la Guerra del Peloponeso.
Para la Magna Grecia las
informaciones sobre conflictos son aún más abundantes, aunque éstas se
refieren, sobre todo, al siglo VI si bien no faltan indicios para afirmar que
ya desde antes existían rivalidades entre las ciudades que podían haberse
resuelto, como solían hacer los griegos, recurriendo a la guerra. Así, parece
que hacia mediados del siglo VI se habría producido una gran coalición entre
las ciudades aqueas de Italia, Síbaris, Crotona y Metaponto, para destruir a la
jonia Siris, lo que acabarían haciendo. El sitio que ocupó la ciudad permanecería
deshabitado, hasta que en 433 Tarento funde allí la ciudad de Heraclea, que
dejará aislada a Metaponto entre la metrópolis y la colonia.
También en el siglo VI, aunque en
fecha no del todo precisa, tendría lugar una gran batalla entre Crotona y Locris
Epicefiria, junto al curso del río Sagra; Locris ya había tenido algunos
conflictos con su vecina occidental Regio, pero ahora la amenaza venía de las
poderosas ciudades aqueas que, como mostraría el episodio de Siris, parecen
haber perseguido una política de clara hegemonía en el sur de Italia, aunque
vigiladas de lejos por la recelosa Tarento. La victoria en esta ocasión fue de
los locrios. Sin embargo, el conflicto que más huella iba a dejar en la
historia de las ciudades italiotas fue la guerra para destruir Síbaris, que
cayó a manos de Crotona en 510; la caída de la gran ciudad iba a convertir a
Crotona, al menos durante algún tiempo, en la ciudad más poderosa de la Magna
Grecia, aunque las disputas por el inmenso territorio de la ciudad destruida no
cesaron. Tras varios intentos de sus antiguos habitantes por recuperar la
ciudad, habría que esperar al año 444, para que, dentro de la política
occidental del estratego ateniense Pericles se fundase la colonia panhelénica
de Turios, que pretendía ser la heredera de Síbaris. Este hecho introducía un
nuevo contexto en el occidente griego, que pronto iba a intervenir, de forma
directa, en la Guerra del Peloponeso cuyos escenarios principales estuvieron,
no obstante, en Grecia y en el Egeo.
El final del siglo V en el
occidente griego presenta un panorama desigual; mientras que en la Magna Grecia
algunas ciudades han caído o están cayendo en manos de los pueblos oscos
(Cumas, Neápolis, Posidonia), otras han entrado en la órbita de ciudades de
fuera de la península, como Locris (controlada por Siracusa) o Heraclea y
Turios, sobre las que ejerce su control Tarento, muy vinculada a su metrópoli
Esparta. La situación en Sicilia es diferente; desde principios del siglo V se
había ido afianzando la supre macía de Siracusa, bien a través de gobiernos
tiránicos, bien democráticos, que habían impuesto una hegemonía de hecho sobre
buena parte de la isla; la desastrosa intervención ateniense entre 415 y 413
había supuesto la confirmación de la potencia siracusa- na, pero la extrema
debilidad que había provocado la guerra será aprovechada por Car- tago, que
iniciará a partir de 409 una devastadora invasión de la parte griega de
Sicilia, arrasando ciudades griegas como Selinunte, Hímera, Agrigento, Gela y
Camarina. A pesar del desastre, Siracusa conseguirá sobreponerse y, tras el
acceso al poder de Dionisio, el empuje cartaginés se verá detenido; no obstante
los avatares de los siglos sucesivos, la permanencia de la Sicilia griega
estará garantizada hasta la época de la Segunda Guerra Púnica entre Roma y
Cartago.
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