Una de las primeras pesadillas a
las que tiene que enfrentarse cualquiera que se aproxima a las fases más
antiguas de la historia de Grecia es la referente a la cronología. Aun cuando
los esquemas temporales que seguimos manejando en la actualidad siguen basados
en una organización tripartita surgida en el tránsito entre el siglo XIX y el
XX, numerosas han sido las correcciones introducidas a la misma, bien
modificando las fechas que en su inicio se habían propuesto, bien introduciendo
subdivisiones dentro de ella, casi ad
infinitum. No es el propósito de esta obra profundizar con detalle de
especialista en este proceloso terreno, sujeto asimismo a revisiones de calado
durante estos últimos años, sino tan sólo aportar un marco genérico sobre el
que poder analizar los acontecimientos históricos. Es, por ello mismo, por lo
que nos limitaremos a proponer el esqueleto cronológico básico que, en líneas
generales, se acepta en la actualidad sin mayores pretensiones de
profundización, que quedan reservadas para el más interesado o el especialista.
Si prescindimos de las fases de
la más remota Prehistoria, e incluso de algunas fases de la más reciente,
podemos decir que las raíces si no últimas y remotas al menos más directas de
la civilización que se desarrollará en Grecia hay que buscarlas en lo que
conocemos, también siguiendo nomenclaturas decimonónicas, como la Edad del
Bronce. Dentro de la misma, y siguiendo el esquema tripartito ya mencionado se distinguía
una etapa Antigua, otra Media y otra Reciente o Tardía; del mismo modo, ya
desde los descubrimientos en Grecia (Micenas) y, más tarde, en Creta (Cnoso),
junto a los hallazgos en las islas griegas, se observaron las evidentes
relaciones que existieron entre esos tres diferentes ámbitos, lo que provocó
que, junto con la necesaria singularización de sus respectivas cronologías, se
buscase también resaltar la sincronía de sus manifestaciones. Hay que decir que
ese esquema, trabajosamente elaborado, aunque ha resistido el paso del tiempo,
ha visto también cómo no siempre ha resultado fácil el mantenimiento de los
lazos cronológicos que unían a los diferentes territorios. Fruto, pues, de esta
visión es la denominación de Cicládico para la Edad del Bronce en ese
archipiélago, mientras que en el continente el mismo período fue etiquetado
como Heládico, reservándose el apelativo de Minoico (derivado del nombre del
mítico rey cretense Minos) para la Edad del Bronce cretense.
Las fechas que se manejan, insistiendo
de nuevo en que aún sigue avanzándose en la precisión de detalle de las mismas,
serían las siguientes: el Cicládico I y el Minoico I (sobre el Heládieo
volveremos en otro capítulo aunque, en líneas generales, este esquema
cronológico genérico sirve también para el mismo), correspondiente al Bronce
Antiguo se habría desarrollado a lo largo del tercer milenio, si bien el
afinamiento de las cronologías por carbono 14 permite llevar este período, al
menos en Creta, hasta mediados del cuarto milenio; el paso al Bronce Medio
(Cicládico II y Minoico II) se habría producido hacia el tránsito entre el
segundo y primer milenio, casi con seguridad un poco antes en Creta y algo
después en las islas; por fin, el Cicládico III y Minoico III o Bronce Tardío o
Reciente habría surgido hacia mediados del siglo XVI; el final de este período
histórico, que ve el tránsito a lo que, en términos arqueológicos, se denomina
Edad del Hierro, tendría lugar durante el siglo XII; además de esta
clasificación, para la Edad del Bronce cretense se maneja otra, en esta ocasión
basada en el desarrollo de una de las principales manifestaciones culturales de
esta gran isla, los palacios. Sin embargo, no insistiremos aquí demasiado en
ella porque es cada vez más claro que esta secuencia, al menos en el caso del
palacio principal de la isla, el de Cnoso, necesita de una profunda revisión
tanto cronológica como, quizá sobre todo, conceptual.
Sentado este marco cronológico,
pasemos a ver los principales rasgos que nos deparan los ambientes insulares y
cretenses durante la Edad del Bronce, bien entendido que los aspectos de la
expansión comercial y, acaso, colonial cretense serán abordados en otro
capítulo y que dedicaremos otro al palacio de Cnoso.
Empezando por el mundo cicládico,
parece que la ocupación de la mayoría de las islas, en especial de las más
pequeñas, se produce durante este período, habida cuenta de la ausencia en
muchas de ellas de testimonios de época neolítica. Los yacimientos principales
son Phylakopi en Melos y, surgiendo algo después, Ayia Irini en Ceos, además de
algunos otros mal conocidos; por ende, buena parte del material existente
procede de ambientes funerarios, lo que impide saber muchos detalles de los
asentamientos. Por consiguiente, ha sido Phylakopi quien ha marcado la pauta de
nuestros conocimientos durante este e, incluso, períodos posteriores. No es
demasiado lo que conocemos de las primeras etapas del Cicládico Antiguo, pero
los materiales procedentes de tumbas (en su mayoría expoliadas) ya muestran el
desarrollo de una interesante actividad alfarera, a la que se une el inicio de
la manufactura de vasijas y estatuillas de mármol; de los asentamientos poco es
lo que sabemos pero da la impresión de que la población se agrupa en pequeños
núcleos de carácter poco más que familiar y la escasez de objetos de metal en
el registro arqueológico sugiere relaciones externas de bajo nivel, aunque en
el ambiente insular los intercambios externos fueron siempre un elemento
imprescindible. A partir de mediados del tercer milenio empiezan a aparecer
pequeños poblados constituidos por viviendas rectangulares, como en Ayia Irini
(Ceos) o en la propia isla de Melos, que sugieren la existencia de grupos de
tipo familia extensa que parecen ir ocupando diversos poblados atendiendo a la temporalidad
y a las necesidades agrícolas y ganaderas. La manufactura de vasos de mármol va
en aumento y las figurillas van alcanzando una mayor calidad, empezando a
aparecer las representaciones de tocadores de arpa que tan características
serán de la producción escultórica cicládica. Del mismo modo, parece iniciarse
la explotación de vetas metalíferas en algunas islas como Sifnos o Citno, cuyos
productos se difunden por el archipiélago, pero también empiezan a ser
frecuentes los contactos con el continente y con Creta; la producción y
exportación de mármol de Naxos y Paroso de la obsidiana de Melos se configurará
como un auténtico motor económico. Según vamos acercándonos al final del tercer
milenio empiezan a emerger poblados fortificados de cierta complejidad, como el
de Kastri en Siros. La metalurgia, mucho más importante, muestra el desarrollo
de conexiones con el continente y con Creta, reforzándose de forma muy clara
también sus relaciones con el mundo anatolio. Da la impresión de que al final
del Cicládico Antiguo las islas han acabado por constituir ese papel de
intermediarios entre el continente griego y Anatolia que desempeñarán en lo
sucesivo a lo largo de su historia.
Durante el período equivalente,
Minoico Antiguo, la isla de Creta vive un momento de gran intensidad cultural;
en numerosos puntos de la isla, y en especial en lugares donde, con el tiempo,
surgirán palacios, como en Cnoso y en Festo, empezarán a aparecer asentamientos
al aire libre, aunque en otras partes de la isla se seguirá habitando en
cuevas, como durante el Neolítico. En aquellos puntos las aglomeraciones pueden
no haber sido más que aldeas más o menos grandes, aunque conocemos poco de
ellas por haberse alterado en el momento de construir los palacios. La
producción metalúrgica, aunque no extraordinaria, sí se atestigua en Creta
durante los primeros siglos del tercer milenio. A partir del segundo tercio del
tercer milenio empiezan a ser mejor conocidos los asentamientos, tales como
Vasiliki, Myrtos o Tripiti, que muestran, como en el primero de los casos,
grandes edificios con extensas estancias junto con otras menores; parece
detectarse en la isla un incremento de población así como una mayor espe-
cialización del trabajo (desarrollo de actividades artesanales específicas:
alfarería, elaboración de vasos de piedra, metalistería, orfebrería), lo que
presupone una mejor gestión (¿comunal?) de los recursos naturales, así como
contactos con el exterior, en especial con las Cícladas, pero también con el
continente.
Las tradiciones funerarias del
mundo del Minoico Antiguo son muy variadas; junto con tumbas en cuevas,
herencia del Neolítico, irán apareciendo las tumbas construidas en forma de
casa que se irán haciendo cada vez más monumentales según vamos acercándonos al
final del tercer milenio. Se trata de tumbas colectivas, aunque también se va
observando, con el paso del tiempo, una mayor preocupación por la
individualización del enterramiento (aparición de cajas o larnakes y vasijas contenedoras o pithoi) frente a un aparente desinterés
por ese aspecto durante las fases iniciales del Bronce Antiguo cretense. A
diferencia de lo que ocurre en las Cícladas las tumbas de cista no son
demasiado frecuentes, y en la parte meridional de la isla, en la Mesara, el
tipo predominante de tumba es el tholos,
una cámara de planta circular y diámetro variable; es posible que su cubrición
se realizase mediante cúpula conseguida por aproximación de hiladas, aunque es
algo que no todos los especialistas aceptan. Este tipo de tumba también es
colectivo y, en general, los restos de los enterramientos anteriores son
barridos de tiempo en tiempo hacia las paredes de la tumba para dejar paso a
los nuevos. Los hallazgos sugieren que cada individuo era depositado con sus
principales objetos de uso cotidiano, así como con una provisión de comida y
bebida. Junto a esos artículos, aparecen con frecuencia pequeños vasos de
piedra y figurillas cerámicas antropomorfas o con representaciones de animales.
La amplia variedad de rituales
funerarios en la Creta del Minoico Antiguo sugiere la existencia de importantes
rasgos distintivos de carácter regional, y también el carác ter muy conservador
de estas manifestaciones de la religiosidad de las poblaciones cretenses.
Los dos últimos siglos del tercer
milenio parecen atestiguar el incremento de una tendencia a una creciente
complejidad social, acompañada de un auge económico, que será el preludio de la
aparición de los palacios en el tránsito del tercer al segundo milenio. Es este
momento en el que buena parte de las cronologías al uso sitúan el tránsito
entre el Minoico Antiguo y el Minoico Medio. Es durante el Minoico Medio I B,
que se inicia poco después de ca. 2000
cuando aparecen los Primeros Palacios, primero en Cnoso y poco después en Festo
y en Malia; esta fase de los Primeros Palacios durará hasta más o menos 1700,
siempre teniendo presentes las incertidumbres derivadas de análisis constantes
sobre la cronología del período. Los restos de estas construcciones
monumentales han sufrido diversa suerte, habiendo desaparecido en parte, pero
también quedando integrados, de diversos modos, dentro de los Segundos
Palacios. La construcción de estos edificios presupone la aparición o el amplio
desarrollo de nuevas técnicas constructivas, como el escuadrado de las piedras o
la utilización de la columna; del mismo modo, la introducción de nuevas
concepciones arquitectónicas, que desarrollaremos con más detalle en el
siguiente capítulo, y un nuevo sentido de monumentali- dad apenas percibido en
las fases anteriores. También los palacios desarrollarán unas producciones
artesanales específicas, como es el caso de la cerámica del llamado estilo de
Kamares, que parece haber sido usada en los palacios, pero que también fue
exportada a numerosos puntos dentro y fuera de Creta. Investigaciones recientes
están también aumentando nuestro conocimiento de nuevas estructuras de la fase
de los Primeros Palacios en Creta, como las de Monastiraki y Kommos, que aunque
no son palacios no pueden desvincularse de la actividad de los mismos, mostrando
una clara vinculación con el control de actividades económicas, de carácter más
agropecuario en el primer caso y más comercial en el segundo. En relación con
este último aspecto, es evidente que aumentan los contactos internacionales del
mundo cretense, no sólo con el Egeo y el continente griego, sino con Anatolia,
Egipto y el Próximo Oriente.
De la misma manera, y además de
las estructuras palaciales, otros edificios de gran empeño empiezan a ser
conocidos en la Creta del primer tercio del segundo milenio, como en Malia
(donde ya para esta fase muchos autores sugieren que existe un palacio que se
consolidará en el período subsiguiente o de los Nuevos Palacios); del mismo
modo, se conocen algunas representaciones o, incluso, maquetas de edificios no
palaciales. Durante esta fase Protopalacial, los rituales funerarios continúan
las tradiciones iniciadas durante las fases previas, pero en el aspecto
religioso empiezan a aparecer santuarios en cimas de montañas no muy elevadas
(Juktas, o Kato Syme), y siguen manteniéndose lugares de culto en las cuevas,
aunque de forma cada vez más residual. El abundantísimo repertorio de
figurillas, de claro carácter religioso, que conocemos para este período,
certifica el creciente peso que el mundo de las creencias, mucho más
articuladas que en fases precedentes, empieza a alcanzar en Creta.
Con la aparición de los palacios
en Creta también se desarrolla la escritura, de la que conocemos al menos tres
sistemas. Por un lado, un sistema jeroglífico, aún no descifrado; por otro, el
sistema que muestra el llamado "Disco de Festo", seguramente
posterior al período Protopalacial, y hasta ahora un caso único; por fin, el
sistema que Evans, el excavador de Cnoso, denominó lineal A, y que ha sido ya
atestiguado en la fase Proto- palacial aunque alcanzará su pleno auge durante
el Neopalacial.
La aparición de los palacios en
Creta afectó de modo radical a todo el Egeo; el mundo del Cicládico Medio gira
cada vez más en torno a Creta y los rasgos específicos que este espacio había
mantenido durante el Cicládico Antiguo van a ir diluyéndose ante la creciente
influencia cretense. Algo parecido pasará en el continente durante el Heládico
Medio. La demanda de bienes y servicios que generará la nueva estructura social
y económica que representan los palacios será la responsable de esta progresiva
minoización del ámbito cicládico; a ello se añade el inicio de una expansión,
aún no evaluable por completo, de gentes procedentes de la Creta minoica hacia
otros puntos del Egeo. Sería, por ejemplo, el caso de Kastri, en la isla de
Citera, que parece haber sido ocupado por gentes de Creta en los momentos
iniciales del Minoico Medio. Todos estos cambios que se producen en Creta, como
veremos, tendrán amplias repercusiones en todo el entorno del Egeo y prepararán
el camino para el surgimiento de la primera civilización estatal del continente
griego.
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