El espacio donde se desenvolverá
la cultura griega de la Antigüedad no coincide en todos sus términos con el
territorio que en la actualidad ocupa la República Helénica. Sin entrar de
momento en las áreas en las que los griegos fundarán colonias en distintos
puntos del Mediterráneo y del Mar Negro, sí podemos decir que la cultura griega
antigua ocupará tres ámbitos geográficos principales. Por una parte, la actual
península griega y el Pelo- poneso, por otra, las islas del Egeo y, por fin,
buena parte de la costa occidental de la península de Anatolia. Veamos los
rasgos principales de cada una de esas regiones.
La Grecia balcánica se
caracteriza por estar recorrida por una serie de cordilleras que siguen, grosso modo, una dirección
noroeste-sureste que se prolonga, ya en el mar, en las islas Cicladas. La cima
más elevada de Grecia es el monte Olimpo (2.917 metros ) situado
en el límite entre Tesalia y Macedonia. El carácter montañoso de Grecia marcará
buena parte de su historia al hacer difíciles y, en ocasiones, bastante arduas,
las comunicaciones por vía terrestre. Además, y en algunas regiones, a veces
sólo un pequeño paso o desfiladero permitía el tránsito de personas o animales;
sería, por ejemplo, el caso del paso de las Termopilas, que comunica la Grecia
septentrional con la central o el paso de Tempe que, siguiendo el valle del
Peneo y ubicado entre los montes Olimpo y Ossa comunicaba Macedonia con
Tesalia. Otras regiones de Grecia se hallaban también cercadas por montañas y
los no demasiado abundantes pasos reforzaban un sentido de aislamiento que
siempre existió durante la historia griega.
Los sistemas montañosos
alternaban con valles fértiles aunque con frecuencia de bastante poca extensión.
Sólo en algunas ocasiones, como en la llanura ática, en la espartana o en la
extensa llanura beocia (aun cuando su aspecto actual sea por completo diverso
del antiguo debido al desecamiento contemporáneo del lago Copais que ha
aumentado la superficie cultivable de la región en unos doscientos treinta y
cuatro kilómetros cuadrados), las montañas cedían su puesto a extensas llanuras
de proverbial fertilidad. Sin embargo, el relieve de la Grecia central y de
buena parte del Peloponeso sólo permitía la existencia de pequeñas llanuras
encajonadas entre montañas o asomadas al mar en forma de estrechas bandas
litorales. Sólo en Tesalia, su inmensa llanura introdujo unas condiciones
naturales específicas que, sin duda, desempeñaron su papel en la peculiar historia
de esta región.
El clima de la península helénica
es el típico mediterráneo, si bien en algunas zonas, elevadas e interiores,
asume rasgos continentales. La distribución de la pluviosidad, en relación
directa con la altitud, se concentra en las áreas montañosas, en forma de nieve
en las más elevadas, y va disminuyendo según nos vamos aproximando al nivel del
mar. En muchas zonas de la Grecia central la media anual de precipitaciones
oscila entre los cuatrocientos y seiscientos milímetros al año, pero en algunas
partes de ese mismo territorio las medias no superan los cuatrocientos
milímetros; sólo en las zonas elevadas, como el Parnaso (2.455 metros ) o el
monte Eta (2.114 metros )
se alcanzan los 2.000
milímetros anuales; es probable que en la Antigüedad los
niveles fuesen algo mayores habida cuenta del menor deterioro de la cobertura
vegetal. La consecuencia de esta desigual pluviosidad se observa en los ríos
que bañan Grecia. En su mayor parte, y aunque el régimen de los mismos también
se ha transformado desde la Antigüedad hasta nuestros días, los ríos griegos no
eran demasiado grandes y mientras que en ocasiones se convertían en auténticos
torrentes, en la época de las lluvias o del deshielo, en los meses veraniegos
sufrían fuertes estiajes que los dejaban reducidos a su mínima expresión. Sólo
los grandes ríos del Norte, el Peneo, el Axio o el Haliacmón tenían importantes
caudales durante todo el año, aunque otros como el Esperqueo, el Cefiso o el
Eurotas debieron de presentar en la Antigüedad un aspecto mejor que el que
tienen en la actualidad. El resto de los ríos no puede considerarse de una gran
importancia, aun cuando en la Antigüedad servían su función de proporcionar
agua potable para personas y animales.
El territorio griego se encuentra
en una de las zonas de actividad sísmica más intensa de todo el Mediterráneo y
parte de su paisaje también se ha visto modelado por la acción de los
terremotos, cuya influencia histórica ha sido muy relevante en ocasiones. Su
riqueza minera, sin ser extraordinaria, proporcionó un suministro suficiente de
los metales de uso utilitario, hierro y cobre, aunque la ausencia de estaño
hizo a Grecia dependiente de su importación; la plata abunda en determinadas
regiones (por ejemplo, el Ática) y el oro se dio en zonas como Tracia que
originariamente no formaron parte del mundo griego pero en las que los griegos
se interesaron pronto estableciendo allí sus fundaciones. En algunas regiones,
como el Ática, se daban tipos de piedra que, como el mármol del Pentélico,
serían muy utilizadas en su momento como materiales constructivos y
escultóricos.
La principal actividad económica
que estas condiciones imponían era la agricultura y la ganadería. En cuanto a
la agricultura, destacan especies bien adaptadas al clima mediterráneo como la
vid y el olivo, así como el cereal, cebada sobre todo, aunque en algunos
lugares privilegiados también podía cultivarse el trigo; productos de la huerta
y frutales en zonas bien irrigadas completaban la dieta vegetal de los griegos.
A ello se añadía la ganadería, tanto para carne como, sobre todo, por los
productos derivados como leche, queso o pieles, pero también para utilizar sus
deposiciones como abono; predominaban la cabra, el cerdo y el ganado vacuno,
por este orden y sólo en algunas zonas, como en la gran llanura tesalia, la
cría caballar gozaba de una gran importancia, económica, pero también
simbólica. La riqueza en bosques en muchas regiones, debido sobre todo a la
existencia de elevaciones montañosas, tuvo también un evidente uso económico y,
en su momento, esa madera se convertiría en materia prima imprescindible para
la construcción de barcos y grandes flotas.
El segundo ámbito que cabría
señalar es el insular. Junto a grandes islas como Eubea, cuya proximidad al
continente hace que los rasgos aplicables al mismo sirvan también para la
misma, o Creta, que marcaría el límite más meridional del mundo griego del
Egeo, el espacio griego se caracteriza por centenares de islas, algunas de
ellas tan sólo islotes deshabitados pero otras con extensiones lo
suficientemente importantes como para que pudiera desarrollarse en ellas una
vida civilizada. Agrupadas en diversos archipiélagos (las Cícladas, las
Espóradas, el Dodecaneso), la problemática del mundo insular es de gran
complejidad. Por supuesto, no son iguales las pequeñas islas que, como Citno,
Serifos o Sifnos apenas permitían más que el desarrollo de pequeñas comunidades
que, no obstante, no dejaban de estar en contacto con el resto de Grecia, que
otras de tamaño más notable como Rodas, Samos, Quíos, Paros o Naxos que fueron
capaces, en diferentes períodos históricos, de albergar bien varias comunidades
políticas bien una sola, pero de importancia, y desarrollar rasgos culturales
sobresalientes e, incluso, interesantes procesos expansionistas y
colonizadores. Los recursos naturales fueron bastante magros en buena parte de
estas islas, las cuales necesitaron en ocasiones acudir al comercio exterior
para proveerse de artículos que escaseaban en ellas. Por el contrario, en
algunas se producían recursos naturales que, como los mármoles de Naxos y
Paros, fueron muy demandados en toda Grecia. En el centro del Egeo, la isla de
Délos, que ya desde época arcaica, estuvo dedicada a Apolo, se convirtió en el
centro de buena parte de este mundo insular, que estuvo siempre a caballo entre
la Grecia balcánica y la Grecia mino- rasiática. Más que en otros ambientes, en
las islas se hacía evidente la importancia que iba a tener otro componente de
la geografía griega, el mar, en el desarrollo de su civilización. Sobre él, sin
embargo, volveremos más adelante.
Nos queda por analizar el último
de los ámbitos nucleares de la cultura griega, el que se ubica en las costas
occidentales de Anatolia, la Grecia del Este. La integración de este territorio
dentro del ámbito griego remonta, cuanto menos, al segundo milenio y ésta se
reforzará a partir del tránsito entre el segundo y el primer milenio, cuando se
producirá un importante proceso de emigraciones procedentes de Grecia y las
islas que ocuparán esa zona. Las condiciones físicas de este territorio eran
bastante diferentes a las de la Grecia balcánica; fértiles y extensísimas
llanuras, regadas por grandes y caudalosos ríos (el Caico, el Hermo, el Caistro
y el Meandro) que, además, facilitaban los contactos con el interior de la
península Anatólica y regiones mucho más orientales, lo que también se veía
favorecido por la dirección dominante este-oeste de la geología anatolia; por
otro lado, ese mismo hecho dificultaba la comunicación terrestre en dirección
norte-sur (o viceversa). La climatología era asimismo excelente, como
correspondía a ambientes mediterráneos, pero en general mucho más suave que en
Grecia y, con diferencia, más favorable que en las con frecuencia áridas islas
del Egeo.
Las ciudades griegas ocuparon las
principales áreas portuarias, en las que, además, desembocaban rutas
comerciales utilizadas con seguridad desde la más remota Prehistoria y, desde
allí, se extendieron con mayor o menor éxito por las tierras del retropaís;
aunque repartidos de forma desigual, los recursos metalúrgicos no escaseaban en
Anatolia y su control por las ciudades griegas fue, en muchas ocasiones,
garantía de prosperidad y éxito político y económico. Las condiciones de la
agricultura y la ganadería eran semejantes a las de la propia Grecia aunque con
frecuencia se veían favorecidas por la disponibilidad de más y mejores
territorios, lo que permitirá que, en ocasiones, se generasen excedentes, sobre
todo de vino y aceite, a los que se daría salida mediante el comercio como por otro
lado ocurriría en otras partes de Grecia y de las islas.
Como sugeríamos líneas atrás, la
vinculación de la costa occidental anatolia a las culturas que se desarrollaban
en Grecia se da ya a lo largo del segundo milenio, en especial a partir del
Bronce Medio, momento en el que la cultura material sugiere, al menos en
algunos puntos (por ejemplo, en la región donde con el tiempo surgiría la
ciudad de Mileto), una presencia de intensidad aún por definir en todos sus
detalles, de gentes procedentes del ámbito Egeo que dejan una fuerte impronta
que destaca sobremanera sobre el sustrato cultural autóctono. Este ambiente de
evidentes reminiscencias egeas, primero minoicas y, más adelante, micénicas se
observa, además de en Mileto en otros puntos de esa misma costa anatolia,
incluyendo la propia Troya; tras el final del mundo micénico esa región, según
las tradiciones griegas, fue poblada por griegos de diversos orígenes
procedentes de muy diferentes lugares de Grecia en unas fechas que se sitúan a
partir del siglo XI. Valga esto para mostrar la estrecha vinculación de este
mundo ana- tolio occidental al ámbito egeo ya desde la época en la que las
culturas que darían lugar con el tiempo a la griega estaban en pleno
desarrollo.
El último de los factores
geográficos que conviene mencionar para entender la cultura griega es el mar.
El carácter peninsular de la Grecia europea, con sus costas recortadas y la
abundancia de accidentes geográficos, la propia insularidad de la Grecia
insular y la ocupación costera de la Grecia del Este hacen del mar el vínculo
de unión y relación perfecto entre todos esos territorios. La complicada
orografía de los territorios griegos continentales, a la que ya hemos aludido,
hacía bastante arduas las comunicaciones por vía terrestre, lo que facilitó, ya
desde tiempos prehistóricos, la utilización del mar para paliar estas
dificultades. El mar contribuyó a unir a los griegos, no a separarlos, y el uso
que al mismo le dieron a lo largo de su historia lo demuestra con creces. El
mar fue también un medio hostil e inestable del que los griegos no siempre se
fiaban, y razón tuvieron como muestran las decenas de pecios que técnicas cada
vez más innovadoras descubren sin cesar, una mínima parte tan sólo de la
incalculable cantidad de barcos y vidas perdidas. Sin embargo, su larga
familiaridad con ese medio, hostil pero al tiempo imprescindible, les hizo
desarrollar naves cada vez mejor preparadas para sobrevivir a sus terribles
embates así como técnicas de navegación y calendarios para minimizar al máximo
los riesgos que el mar siempre planteaba.
La historia de Grecia, muy
vinculada a la geografía de la tierra en la que se desarrolló, sólo puede
entenderse si la tenemos presente como realidad última que incidió sobre las
personas y, al hacerlo, determinó sus comportamientos.
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