Un Estado se reconoce por la
existencia de un conjunto de instituciones diferenciadas dotadas de un personal
propio, en el que las decisiones se ejercen desde un centro político y afectan
a un territorio delimitado. Se caracterizaría además por la presencia de una
sociedad estratificada basada en el estatus jurídico, el nacimiento, el sexo,
la edad, la especialización laboral y la riqueza. Dentro de esta definición
general el mundo griego conoció una amplia variedad de estados como póleis, confederaciones y monarquías.
La polis se puede definir como una comunidad política que posee un
centro urbano, un cuerpo de ciudadanos e instituciones políticas de carácter
primario, representativo o electivo, y un territorio que le es propio y está
acotado por una serie de líneas fronterizas. Quienes no participaban en las
instituciones políticas de la pólis,
los niños, las mujeres, los metecos (extranjeros residentes) y esclavos, eran
considerados secundarios, vivían en la pólis
pero no eran miembros de ella. Así, en realidad el componente principal de
la pólis no era su territorio sino los
ciudadanos, que disfrutaban de determinados derechos, algunos de ellos en
exclusiva, como, por ejemplo, la propiedad de bienes inmuebles. La pertenencia
al cuerpo ciudadano (politeuma)
estaba reglamentada por la ley y tenía en cuenta, como mínimo, el nacimiento,
la residencia, el sexo (únicamente hombres) y la edad (solamente mayores de
dieciocho años). La pólis conocía
también subdivisiones cívicas o administrativas (phylai demoi, fratrías, etc.) que distribuían el cuerpo ciudadano y
ordenaban la participación comunitaria. La politeia
reunía al cuerpo cívico y a las instituciones y leyes fundamentales. Las
instituciones solían dividirse en tres grupos: el consejo y la asamblea; las
magistraturas y los tribunales. Dependiendo del régimen político el consejo (en
la oligarquía) o la asamblea (en la democracia) retenían el poder decisorio
principal. Los magistrados (archai)
recibían un poder delegado (arché) de
los ciudadanos en quienes estaba depositada la soberanía (kratos). Los magistrados
solían ser anuales, eran elegidos por votación o sorteo y sus competencias se
centraban en buena medida en presentar propuestas y aplicar las decisiones
tomadas por las instituciones principales. Los tribunales estaban formados por
una fracción del cuerpo ciudadano y eran considerados de igual o superior
importancia a la asamblea o el consejo. Frente a nuestra concepción moderna, la
división de poderes se organizaba en el mundo griego en torno a la iniciativa y
decisión, esto es, se refería a la capacidad de las diferentes instituciones
para promover iniciativas o tomar decisiones. De esta manera, por ejemplo, un
consejo democrático tenía la iniciativa en la presentación de proyectos pero
contaba con limitadas posibilidades de tomar decisiones, mientras que una
asamblea democrática apenas podía impulsar iniciativas pero retenía la decisión
última en la mayoría de los asuntos importantes. Además, en la medida en que la
política se convirtió en decisión mayoritaria que se alcanzaba a través del
debate público, la palabra como voluntad racional (logos), libremente ejercida, llegó a desempeñar un papel decisivo
en la vida comunitaria. Por último, la ley se definía como la emanación de la
voluntad colectiva.
Actualmente tendemos a pensar que
la autonomía era una característica esencial de la pólis, intrínseca a su propia naturaleza. Una autonomía que en
época clásica se refiere más a soberanía e independencia que a autogobierno o
autonomía interna y que incluye el derecho a darse sus propias leyes, gravar
económicamente con sus propios impuestos, gozar de su propio sistema monetario,
de pesos y medidas, fiscalizar y elegir a sus magistrados, controlar su sistema
judicial y su propio territorio y poseer plena libertad en política exterior.
Sin embargo, se puede afirmar que, mucho antes de la época helenística, buena
parte de las póleis griegas vieron
recortada su autonomía, ya fuera por inclusión en una Liga hegemónica, en un
Estado federal, en una alianza bilateral asimétrica o por sometimiento al rey
persa. Dichas póleis pasaron, pues,
de autonomoi a hype- kooi (sometidas); pero no por ello dejaron de ser póleis, entendidas como comunidades de
ciudadanos, dotadas de un centro urbano e instituciones políticas. De hecho,
ningún autor clásico indica expresamente que la autonomía fuera una
característica fundamental de la pólis,
sin la cual ésta no pudiera existir, deseable sí pero no esencial, y se hace
sobre todo hincapié en la autarkeia definida
como autosuficiencia económica y demográfica. Sencillamente, más o menos
interferidas por otro Estado, las póleis no
perdían su identidad como estados si perdían su autonomía, seguían siendo póleis.
Los griegos conocieron una amplia
variedad de regímenes políticos. La monarquía y la tiranía constituían formas
de poder unipersonal contrapuestas: mientras que, en la filosofía política
griega, la monarquía se hallaba sometida a las leyes y poseía poderes y
competencias regladas, la tiranía era contraria a toda ley. Las oligarquías
eran muy diversas pero todas se basaban en la negación de los derechos
políticos a una parte más o menos amplia del cuerpo ciudadano (oligarquía
extrema o moderada), ya fuera en razón del parentesco (oligarquía dinástica),
del nivel de renta (oligarquía timocrática o plutocrática) y a veces de la
ocupación (los que poseían determinados oficios, como artesanos o mercaderes,
podían verse excluidos). Por el contrario, las democracias concedían la
plenitud de derechos a todos los ciudadanos independientemente de su riqueza,
origen familiar o extracción social. Finalmente, las facciones políticas
cumplían un papel esencial en la vida de las póleis. Eran pequeñas unidades de la lucha política escasamente
estructuradas, reunidas en torno a varios líderes sobre la base de sus
conexiones personales, que tenían la intención de influir en el proceso de
decisión y de impulsar determinadas ideas en política interior o exterior.
La identidad étnica era un
elemento de suma importancia en una parte considerable del mundo griego. En
general, la identidad puede ser definida como el sentimiento auto- consciente,
autodefinido y subjetivo por parte de un individuo de pertenecer a un grupo
social de tamaño diverso con el que comparte determinados rasgos, valores y
símbolos variables de una identidad a otra. Dicha identidad solía ser
normalmente reconocida como tal y como diferente por otros grupos. Así, por
ejemplo, los beocios se sentían beocios y eran reconocidos como tales por
atenienses, tesalios o focidios. Aunque el término que se empleaba para
nombrarla, ethnos, es poco concreto
(puede incluir desde estados federales a grandes unidades como dorios o
jonios), es posible acotar lo que podríamos denominar comunidad étnica
regional, una categoría específica de identidad, intermedia entre la pólis u otra entidad similar y la
helenidad (el común sentimiento de pertenencia al mundo griego), y que se
basaba en la existencia de una comunidad dialectal; la conciencia de un
territorio, uno primordial u originario de la etnia, y otro posterior que se
ocupa al menos en el I Milenio; la extensión de unos pocos cultos compartidos
por toda la etnia, normalmente un héroe y una divinidad olímpica; la presencia
de genealogías étnicas, que articulaban nociones y relaciones de ancestros y
descendencia comunes, y la continuidad de tradiciones históricas, culturales y
de costumbres diferenciadas. A veces estas comunidades étnicas regionales no
llegaban a constituirse en comunidades políticas pero en otras denotaban la
presencia, por ejemplo, de un Estado federal.
El Estado federal griego se
denominaba normalmente en época clásica como koinon (unión), al que se añadía el nombre del pueblo que lo
formaba ("unión de los beocios" por ejemplo), o mediante el simple
nombre étnico (etolios, focidios, etc.). También se puede denominar sympoliteia. No existía ciertamente la distinción
actual entre confederación, federación o Estado federal, pero sí conciencia de
la existencia del federalismo y de las peculiaridades e implicaciones del
Estado federal. Como Estado que era, la Confederación poseía un territorio
delimitado por fronteras lineales y un cuerpo de ciudadanos, unas instituciones
y un centro político propios. Como hemos dicho, el Estado federal tenía como
núcleo, aunque a veces no llegara a incluirla totalmente, una comunidad étnica
regional (beocios, tesalios, focidios, etc.) y se fundaba sobre la sympoliteia, el derecho de los
ciudadanos de todos los estados miembros a participar en las instituciones
federales. La sympoliteia conllevaba,
pues, la presencia de dos ciudadanías, una local y otra federal y, por tanto,
la convivencia de dos soberanías, una local y otra federal. Como en nuestros
días, el federalismo griego implicaba además una dispersión contractual del
poder a través de la cual las instituciones federales no controlaban todas las
decisiones. Las Confederaciones reconocían en su seno, así, la existencia de
entidades políticas distintas, como póleis
o subetnias, que poseían competencias diferentes, si bien lógicamente la
autoridad federal era dominante. El Estado federal dirigía la política exterior
y la defensa (sus funciones principales), se ocupaba además de la conservación
del orden interno y del régimen político, de la elección de todos o parte de
los magistrados federales y del control de los mismos, de determinadas
competencias legislativas y jurisdiccionales, de la tutela de los santuarios
federales y, en ocasiones, se reservaba el derecho exclusivo de acuñar moneda.
La Confederación arbitraba también los conflictos que surgieran entre sus
estados miembros y evitaba así los enfrentamientos armados internos. El Estado
federal se cimentaba sobre un criterio de representación en virtud del cual
todos los estados miembros participaban y estaban representados en los órganos
federales. Dicha representación no era normalmente igualitaria, y podríamos
denominarla geométrica y no aritmética, puesto que era proporcional a la
población de cada Estado y, por consiguiente, a su aportación en soldados y
recursos financieros al Estado federal. La Confederación solía poseer de manera
habitual un esquema institucional calcado de las póleis (consejo y asamblea, magistrados y tribunales federales),
todos sus miembros usaban las mismas leyes generales (aunque existiera una
legislación local que pudiera contener algunas diferencias) y un mismo sistema
de pesos y medidas. Por todo ello (estructura estatal, sympoliteia, colaboración mutua entre entidades políticas
diferentes, representación proporcional, marco institucional independiente y
desarrollo legislativo homogéneo), la Confederación trascendía a la symmachia multilateral o Liga de guerra
y a la Anfictio- nía religiosa. Obviamente también el federalismo encerraba sus
peligros, podía encubrir y potenciar la hegemonía de una pólis sobre los demás miembros de la Confederación o podía servir
al mantenimiento de un determinado régimen político, no sólo en la
Confederación sino en los estados que la formaban, fueran éstos oligárquicos o
democráticos.
Algunas confederaciones incluían
únicamente póleis cornos los beocios
y los focidios por ejemplo; en otros casos, como los acamamos, póleis y subetnias sin centro urbano y,
en ocasiones, sólo subetnias, como los etolios antes de la época helenística.
En estos casos la población vivía dispersa en casas de campo (oikia) o aldeas (komai) sin fortificar de similar tamaño y a menudo distantes entre
sí, carecía de centros urbanos destacados y monumentales y el lugar de reunión
de las instituciones federales era un sitio sagrado y no cívico. Existían
asimismo determinados lugares fortificados que servían de refugio y se ocupaban
en tiempos de guerra. La comunidad se organizaba en subetnias (mal llamadas
tribus) en las que los grupos de linaje constituían la esencia de la comunidad
política; la diferenciación social era menor que en otras partes del mundo
griego y muchas veces las actividades económicas más importantes se centraban
en la ganadería y la trashumancia.
Un tipo diferente de Estado
estaba constituido por las monarquías étnicas del Épi- ro y Macedonia. Sobre
Macedonia puede consultarse el capítulo correspondiente. Los epirotas, situados
en una región húmeda y montañosa del noroeste griego, comprendían tres grandes
subetnias, molosos, tesprotos y caonios, y otras agregaciones menores. Hacia
330 los monarcas de los molosos lograron extender su poder a todo el Épiro. Se
trataba de una realeza de semblanza homérica asentada sobre la herencia, la ley
y el consentimiento comunitario, una suerte de monarquía contractual en la que
el rey juraba respetar las leyes. Además de la monarquía, el Estado epirota
conocía otras instituciones que limitaban el poder real: el llamado próstates de los molosos, que estaba
asistido por un secretario, presidía la asamblea popular y era elegido
probablemente por ella; asimismo un colegio que representaba a las subetnias
más importantes (conocido por varios nombres: damiorgoi, synarchontes o hieromnamones) y quizá un consejo o
sinedrio (que está documentado después de que fuera abolida la monarquía, hacia
235). Como tendremos ocasión de considerar, otro tipo de Estado muy distinto
comprendía las monarquías dinásticas y multiétnicas del mundo helenístico como
el imperio seléu- cida y el reino lágida.
Por último, el mundo griego
conoció numerosas instituciones de derecho internacional que regulaban las
relaciones entre estados griegos entre sí o entre estados griegos y bárbaros.
Se trataba de un orden jurídico rico, variado y complejo, fundado sobre el uso
consuetudinario (la costumbre jurídica) y la práctica pactada y puesta por
escrito (derecho legal). Podemos enumerar algunas de estas instituciones de
derecho de gentes. La proxenía,
puesto que no existían los embajadores permanentes, a través de la cual un
ciudadano (proxenos) asumía
oficialmente en su pólis la defensa
de los intereses de otro Estado; la koiné
eirene, el intento de establecer una paz general reglamentada interna-
cionalmente; la alianza militar o symmachia,
comunidad de combate contra otro que puede ser ofensiva o defensiva (en
este último caso se denominaba epimaquia).
Dichas alianzas podían ser bilaterales o multilaterales. Estas últimas pueden
denominarse Ligas de guerra que, dominadas o no por una potencia (hegemón),
solían contar con instituciones permanentes con una sede, un consejo (sínodo o
sinedrio) y una caja de guerra comunes. Finalmente, la Anfictionía era una liga
religiosa, esto es, la reunión de un determinado número de comunidades para la
administración en común de un santuario y carecía, por tanto, de autoridades
centrales de carácter político y militar.
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