domingo, 24 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual Capítulo 22 Pólis, ethnos, koinon y monarquía

Un Estado se reconoce por la existencia de un conjunto de instituciones diferenciadas dotadas de un personal propio, en el que las decisiones se ejercen desde un centro político y afectan a un territorio delimitado. Se caracterizaría además por la presencia de una sociedad estratificada basada en el estatus jurídico, el nacimiento, el sexo, la edad, la especialización laboral y la riqueza. Dentro de esta definición general el mundo griego conoció una amplia variedad de estados como póleis, confederaciones y monarquías.
La polis se puede definir como una comunidad política que posee un centro urbano, un cuerpo de ciudadanos e instituciones políticas de carácter primario, representativo o electivo, y un territorio que le es propio y está acotado por una serie de líneas fronterizas. Quienes no participaban en las instituciones políticas de la pólis, los niños, las mujeres, los metecos (extranjeros residentes) y esclavos, eran considerados secundarios, vivían en la pólis pero no eran miembros de ella. Así, en realidad el componente principal de la pólis no era su territorio sino los ciudadanos, que disfrutaban de determinados derechos, algunos de ellos en exclusiva, como, por ejemplo, la propiedad de bienes inmuebles. La pertenencia al cuerpo ciudadano (politeuma) estaba reglamentada por la ley y tenía en cuenta, como mínimo, el nacimiento, la residencia, el sexo (únicamente hombres) y la edad (solamente mayores de dieciocho años). La pólis conocía también subdivisiones cívicas o administrativas (phylai demoi, fratrías, etc.) que distribuían el cuerpo ciudadano y ordenaban la participación comunitaria. La politeia reunía al cuerpo cívico y a las instituciones y leyes fundamentales. Las instituciones solían dividirse en tres grupos: el consejo y la asamblea; las magistraturas y los tribunales. Dependiendo del régimen político el consejo (en la oligarquía) o la asamblea (en la democracia) retenían el poder decisorio principal. Los magistrados (archai) recibían un poder delegado (arché) de los ciudadanos en quienes estaba depositada la soberanía (kratos). Los magistrados solían ser anuales, eran elegidos por votación o sorteo y sus competencias se centraban en buena medida en presentar propuestas y aplicar las decisiones tomadas por las instituciones principales. Los tribunales estaban formados por una fracción del cuerpo ciudadano y eran considerados de igual o superior importancia a la asamblea o el consejo. Frente a nuestra concepción moderna, la división de poderes se organizaba en el mundo griego en torno a la iniciativa y decisión, esto es, se refería a la capacidad de las diferentes instituciones para promover iniciativas o tomar decisiones. De esta manera, por ejemplo, un consejo democrático tenía la iniciativa en la presentación de proyectos pero contaba con limitadas posibilidades de tomar decisiones, mientras que una asamblea democrática apenas podía impulsar iniciativas pero retenía la decisión última en la mayoría de los asuntos importantes. Además, en la medida en que la política se convirtió en decisión mayoritaria que se alcanzaba a través del debate público, la palabra como voluntad racional (logos), libremente ejercida, llegó a desempeñar un papel decisivo en la vida comunitaria. Por último, la ley se definía como la emanación de la voluntad colectiva.
Actualmente tendemos a pensar que la autonomía era una característica esencial de la pólis, intrínseca a su propia naturaleza. Una autonomía que en época clásica se refiere más a soberanía e independencia que a autogobierno o autonomía interna y que incluye el derecho a darse sus propias leyes, gravar económicamente con sus propios impuestos, gozar de su propio sistema monetario, de pesos y medidas, fiscalizar y elegir a sus magistrados, controlar su sistema judicial y su propio territorio y poseer plena libertad en política exterior. Sin embargo, se puede afirmar que, mucho antes de la época helenística, buena parte de las póleis griegas vieron recortada su autonomía, ya fuera por inclusión en una Liga hegemónica, en un Estado federal, en una alianza bilateral asimétrica o por sometimiento al rey persa. Dichas póleis pasaron, pues, de autonomoi a hype- kooi (sometidas); pero no por ello dejaron de ser póleis, entendidas como comunidades de ciudadanos, dotadas de un centro urbano e instituciones políticas. De hecho, ningún autor clásico indica expresamente que la autonomía fuera una característica fundamental de la pólis, sin la cual ésta no pudiera existir, deseable sí pero no esencial, y se hace sobre todo hincapié en la autarkeia definida como autosuficiencia económica y demográfica. Sencillamente, más o menos interferidas por otro Estado, las póleis no perdían su identidad como estados si perdían su autonomía, seguían siendo póleis.
Los griegos conocieron una amplia variedad de regímenes políticos. La monarquía y la tiranía constituían formas de poder unipersonal contrapuestas: mientras que, en la filosofía política griega, la monarquía se hallaba sometida a las leyes y poseía poderes y competencias regladas, la tiranía era contraria a toda ley. Las oligarquías eran muy diversas pero todas se basaban en la negación de los derechos políticos a una parte más o menos amplia del cuerpo ciudadano (oligarquía extrema o moderada), ya fuera en razón del parentesco (oligarquía dinástica), del nivel de renta (oligarquía timocrática o plutocrática) y a veces de la ocupación (los que poseían determinados oficios, como artesanos o mercaderes, podían verse excluidos). Por el contrario, las democracias concedían la plenitud de derechos a todos los ciudadanos independientemente de su riqueza, origen familiar o extracción social. Finalmente, las facciones políticas cumplían un papel esencial en la vida de las póleis. Eran pequeñas unidades de la lucha política escasamente estructuradas, reunidas en torno a varios líderes sobre la base de sus conexiones personales, que tenían la intención de influir en el proceso de decisión y de impulsar determinadas ideas en política interior o exterior.

La identidad étnica era un elemento de suma importancia en una parte considerable del mundo griego. En general, la identidad puede ser definida como el sentimiento auto- consciente, autodefinido y subjetivo por parte de un individuo de pertenecer a un grupo social de tamaño diverso con el que comparte determinados rasgos, valores y símbolos variables de una identidad a otra. Dicha identidad solía ser normalmente reconocida como tal y como diferente por otros grupos. Así, por ejemplo, los beocios se sentían beocios y eran reconocidos como tales por atenienses, tesalios o focidios. Aunque el término que se empleaba para nombrarla, ethnos, es poco concreto (puede incluir desde estados federales a grandes unidades como dorios o jonios), es posible acotar lo que podríamos denominar comunidad étnica regional, una categoría específica de identidad, intermedia entre la pólis u otra entidad similar y la helenidad (el común sentimiento de pertenencia al mundo griego), y que se basaba en la existencia de una comunidad dialectal; la conciencia de un territorio, uno primordial u originario de la etnia, y otro posterior que se ocupa al menos en el I Milenio; la extensión de unos pocos cultos compartidos por toda la etnia, normalmente un héroe y una divinidad olímpica; la presencia de genealogías étnicas, que articulaban nociones y relaciones de ancestros y descendencia comunes, y la continuidad de tradiciones históricas, culturales y de costumbres diferenciadas. A veces estas comunidades étnicas regionales no llegaban a constituirse en comunidades políticas pero en otras denotaban la presencia, por ejemplo, de un Estado federal.
El Estado federal griego se denominaba normalmente en época clásica como koinon (unión), al que se añadía el nombre del pueblo que lo formaba ("unión de los beocios" por ejemplo), o mediante el simple nombre étnico (etolios, focidios, etc.). También se puede denominar sympoliteia. No existía ciertamente la distinción actual entre confederación, federación o Estado federal, pero sí conciencia de la existencia del federalismo y de las peculiaridades e implicaciones del Estado federal. Como Estado que era, la Confederación poseía un territorio delimitado por fronteras lineales y un cuerpo de ciudadanos, unas instituciones y un centro político propios. Como hemos dicho, el Estado federal tenía como núcleo, aunque a veces no llegara a incluirla totalmente, una comunidad étnica regional (beocios, tesalios, focidios, etc.) y se fundaba sobre la sympoliteia, el derecho de los ciudadanos de todos los estados miembros a participar en las instituciones federales. La sympoliteia conllevaba, pues, la presencia de dos ciudadanías, una local y otra federal y, por tanto, la convivencia de dos soberanías, una local y otra federal. Como en nuestros días, el federalismo griego implicaba además una dispersión contractual del poder a través de la cual las instituciones federales no controlaban todas las decisiones. Las Confederaciones reconocían en su seno, así, la existencia de entidades políticas distintas, como póleis o subetnias, que poseían competencias diferentes, si bien lógicamente la autoridad federal era dominante. El Estado federal dirigía la política exterior y la defensa (sus funciones principales), se ocupaba además de la conservación del orden interno y del régimen político, de la elección de todos o parte de los magistrados federales y del control de los mismos, de determinadas competencias legislativas y jurisdiccionales, de la tutela de los santuarios federales y, en ocasiones, se reservaba el derecho exclusivo de acuñar moneda. La Confederación arbitraba también los conflictos que surgieran entre sus estados miembros y evitaba así los enfrentamientos armados internos. El Estado federal se cimentaba sobre un criterio de representación en virtud del cual todos los estados miembros participaban y estaban representados en los órganos federales. Dicha representación no era normalmente igualitaria, y podríamos denominarla geométrica y no aritmética, puesto que era proporcional a la población de cada Estado y, por consiguiente, a su aportación en soldados y recursos financieros al Estado federal. La Confederación solía poseer de manera habitual un esquema institucional calcado de las póleis (consejo y asamblea, magistrados y tribunales federales), todos sus miembros usaban las mismas leyes generales (aunque existiera una legislación local que pudiera contener algunas diferencias) y un mismo sistema de pesos y medidas. Por todo ello (estructura estatal, sympoliteia, colaboración mutua entre entidades políticas diferentes, representación proporcional, marco institucional independiente y desarrollo legislativo homogéneo), la Confederación trascendía a la symmachia multilateral o Liga de guerra y a la Anfictio- nía religiosa. Obviamente también el federalismo encerraba sus peligros, podía encubrir y potenciar la hegemonía de una pólis sobre los demás miembros de la Confederación o podía servir al mantenimiento de un determinado régimen político, no sólo en la Confederación sino en los estados que la formaban, fueran éstos oligárquicos o democráticos.
Algunas confederaciones incluían únicamente póleis cornos los beocios y los focidios por ejemplo; en otros casos, como los acamamos, póleis y subetnias sin centro urbano y, en ocasiones, sólo subetnias, como los etolios antes de la época helenística. En estos casos la población vivía dispersa en casas de campo (oikia) o aldeas (komai) sin fortificar de similar tamaño y a menudo distantes entre sí, carecía de centros urbanos destacados y monumentales y el lugar de reunión de las instituciones federales era un sitio sagrado y no cívico. Existían asimismo determinados lugares fortificados que servían de refugio y se ocupaban en tiempos de guerra. La comunidad se organizaba en subetnias (mal llamadas tribus) en las que los grupos de linaje constituían la esencia de la comunidad política; la diferenciación social era menor que en otras partes del mundo griego y muchas veces las actividades económicas más importantes se centraban en la ganadería y la trashumancia.
Un tipo diferente de Estado estaba constituido por las monarquías étnicas del Épi- ro y Macedonia. Sobre Macedonia puede consultarse el capítulo correspondiente. Los epirotas, situados en una región húmeda y montañosa del noroeste griego, comprendían tres grandes subetnias, molosos, tesprotos y caonios, y otras agregaciones menores. Hacia 330 los monarcas de los molosos lograron extender su poder a todo el Épiro. Se trataba de una realeza de semblanza homérica asentada sobre la herencia, la ley y el consentimiento comunitario, una suerte de monarquía contractual en la que el rey juraba respetar las leyes. Además de la monarquía, el Estado epirota conocía otras instituciones que limitaban el poder real: el llamado próstates de los molosos, que estaba asistido por un secretario, presidía la asamblea popular y era elegido probablemente por ella; asimismo un colegio que representaba a las subetnias más importantes (conocido por varios nombres: damiorgoi, synarchontes o hieromnamones) y quizá un consejo o sinedrio (que está documentado después de que fuera abolida la monarquía, hacia 235). Como tendremos ocasión de considerar, otro tipo de Estado muy distinto comprendía las monarquías dinásticas y multiétnicas del mundo helenístico como el imperio seléu- cida y el reino lágida.
Por último, el mundo griego conoció numerosas instituciones de derecho internacional que regulaban las relaciones entre estados griegos entre sí o entre estados griegos y bárbaros. Se trataba de un orden jurídico rico, variado y complejo, fundado sobre el uso consuetudinario (la costumbre jurídica) y la práctica pactada y puesta por escrito (derecho legal). Podemos enumerar algunas de estas instituciones de derecho de gentes. La proxenía, puesto que no existían los embajadores permanentes, a través de la cual un ciudadano (proxenos) asumía oficialmente en su pólis la defensa de los intereses de otro Estado; la koiné eirene, el intento de establecer una paz general reglamentada interna- cionalmente; la alianza militar o symmachia, comunidad de combate contra otro que puede ser ofensiva o defensiva (en este último caso se denominaba epimaquia). Dichas alianzas podían ser bilaterales o multilaterales. Estas últimas pueden denominarse Ligas de guerra que, dominadas o no por una potencia (hegemón), solían contar con instituciones permanentes con una sede, un consejo (sínodo o sinedrio) y una caja de guerra comunes. Finalmente, la Anfictionía era una liga religiosa, esto es, la reunión de un determinado número de comunidades para la administración en común de un santuario y carecía, por tanto, de autoridades centrales de carácter político y militar.

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