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Bajo el signo de LicurgoLa imagen de Esparta
como un campamento austero, de barracones militares, apenas prepara al
visitante primerizo para el soberbio espectáculo que se despliega ante sus
ojos, cuando emerge de las tierras altas colindantes con Arcadia, en el norte,
y baja por el valle del Eurotas a la llanura espartana. Delante se extienden
dos cordilleras paralelas, la del Taigeto al oeste, cuya cumbre más alta
alcanza los 2.404 metros, y la de Parnon al este, con 1.935 metros como máxima
altura. La propia llanura aluvial, y su continuación al sur por el valle del
Eurotas, que desemboca en el golfo Laconiano, constituye una de las tierras más
fértiles y deseables de todo el sur de Grecia. El sol, el clima y el hombre
conspiran para producir a veces dos cosechas de cereal al año. También se
cultivan bien aquí las aceitunas y las uvas, los dos ingredientes básicos de la
dieta mediterránea, y por supuesto el bosque de cítricos, aunque son una
importación posterior a la época clásica, lo que nos recuerda que el terreno y
la vegetación que vemos no son necesariamente los disfrutados por los
habitantes de hace dos milenios y medio.
Apenas
sorprende la creencia de que esta, región, conocida en otros tiempos como
Lacedemonia, fue el territorio de un gran rey de la era heroica de los griegos
antiguos —lo que los expertos llaman de manera más prosaica Edad Tardía del
Bronce o Micénica (c. 1500-1100 a.C.)—. Hace muy poco se ha llevado a cabo un
intento (véase más adelante la biografía de Helena) de trasladar el palacio del
Menelao de Homero desde Esparta a Pellana, más al norte en Laconia, pero esto
pasa por alto no sólo la antigua leyenda y el culto religioso sino también la
geopolítica topográfica. Cualquier Menelao real de la Edad Tardía del Bronce
debió de tener su palacio en o cerca del emplazamiento histórico de Esparta —quizá
en realidad donde la Escuela Británica de Atenas ha excavado escrupulosamente
un gran asentamiento en el que se incluye un edificio calificado como
«mansión»—. Sin embargo, en Laconia aún no ha salido a la luz ningún palacio de
las proporciones de los descubiertos en Micenas (ciudad del Agamenón —hermano
de Menelao— de Homero,) y Pilos (ciudad del viejo charlatán Néstor)..., y tal
vez nunca salga. Es importante no leer a Homero como si sus libros fueran de
historia fidedigna, por muy fructífero —arqueológicamente hablando— que haya
sido sin duda este error.
HELENA
¿Helena
de Troya... o Helena de Esparta? Las dos, por supuesto. Se trataba de una chica
del lugar, hija de Tindáreo, según una versión del mito, aunque según otra era
hija del gran padre Zeus y nació milagrosamente de un huevo porque su madre
Leda había sido visitada por Zeus disfrazado de cisne. Su belleza sin igual la
convirtió en una presa natural para el ambicioso Menelao, hijo de Atreo de
Micenas, cuyo hermano mayor, Agamenón, se casó con Clitemnestra, hermana de
Helena. No obstante, esa belleza también cautivó a un poco grato visitante de
Esparta: Paris, príncipe de Troya, en Asia, que dominaba el estrecho de
Dardanelos. Paris —ayudado decisivamente por la diosa del amor Afrodita, nacida
en Chipre— violó las sagradas obligaciones del huésped y robó a Menelao su
legítima esposa.
Recientemente,
un arqueólogo griego provocó un cierto revuelo al afirmar que había localizado
el palacio de Helena (y de Menelao) no en Esparta sino en Pellana, a unos
quince kilómetros más al norte. espartanos, que construyeron un
La
noticia habría nuevo santuario dejado atónitos a los antiguos para Helena en
Esparta, más exactamente en Terapne, al sudeste de la ciudad antigua, donde fue
venerada junto con su esposo Menelao y sus hermanos divinos los Dioscuros,
Cástor y Polideuces (Pólux en latín). Esto fue a finales del siglo VIII., una
época en que los espartanos estaban, por así decirlo, redescubriendo sus
raíces, buscando legitimar su dominio recién logrado en el sudeste del
Peloponeso, al presentarse como legítimos sucesores del reino de Menelao tal
como aparece en la Ilíada de Homero. En realidad, el culto a Helena en Terapne
seguramente refleja una refundición de dos Helenas: una diosa de la vegetación
y la fertilidad relacionada con los árboles (también adorada como tal en
Rodas), y la Helena heroica de la leyenda homérica. Nos quedaremos con la
segunda.
Dado
que más adelante Helena fue un icono de la feminidad y la belleza espartanas,
de modo más explícito preguntamos lo siguiente: ¿fue Helena violada (según
nuestro uso del término) por Paris o se fue con él voluntariamente, de buen
grado? Heródoto, padre de la historia (en palabras de Cicerón), tiene tres
pasajes muy interesantes concernientes a Helena. El primero aparece en su
etiología inicial de las guerras greco-persas de principios del siglo V, donde
analiza la historia o mitografía de la enemistad griego-oriental hasta perderse
en la noche de los tiempos y las leyendas. Allí Heródoto enumera ingeniosamente
afirmaciones y reconvenciones con el simple propósito de relacionar las
historias que le han contado fenicios y persas cultos. Entre ellas,
inevitablemente, la del supuesto robo de Paris. El propio Heródoto adopta sobre
la cuestión una postura sólida, por no decir machista:
Es evidente que ninguna mujer joven es
secuestrada si no lo desea.1
1 Heródoto, Libro I, cap. 4 (véase
también cap. 3). Véase también Marincola, ed., 1996.No obstante, tenemos una
historia distinta en un relato inequívoco, no contado por Heródoto, de una
violación anterior llevada a cabo por Teseo de Atenas cuando ella era sólo una
muchacha, todavía no una esposa adulta. Recientemente, tanto Elizabeth Cook, en
su imaginativa nueva versión de la historia de Aquiles, como John Barton, en su
no menos convincente ciclo de obras de teatro titulado Tántalo, nos han
recordado oportunamente este capítulo anterior, más sombrío, de la agitada vida
de Helena.
La
siguiente referencia de Heródoto a Helena es, en todo caso, aún más
perturbadora desde el punto de vista histórico, pues según el historiador, tal
como lo narra en su descripción de las cuestiones egipcias en el segundo libro
de sus Historias, Helena nunca llegó a ir a Troya, sino que los diez años de la
guerra troyana los pasó en Egipto:
Esto
es lo que me contaron los sacerdotes egipcios sobre la historia de Helena, y me
inclino a aceptarlo por la siguiente razón: si Helena hubiera estado en Troya,
habría sido devuelta a los griegos con o sin el consentimiento de Paris... Así
pues, ésta es mi interpretación.2
Para
Heródoto, por tanto, se trataba tan sólo de recuperar un simulacro, un fantasma
doble, del rostro de Helena ¡por el que Menelao y Agamenón y los demás griegos
habían echado al agua sus mil barcos!
Esta
versión heterodoxa, no utilizada por Homero por razones evidentes, no era
original de Heródoto, pues sabemos que estaba siendo difundida ya a mediados
del siglo VI por el poeta lírico griego Estesícoro, de Himera, en la parte
occidental de Sicilia. Y, después de Heródoto, fue nuevamente considerada
apropiada por el gran dramaturgo ateniense Eurípides, que basó en ella su
conservado melodrama Helena; pero para la mayoría de los antiguos, como para la
mayoría de nosotros, Helena seguía siendo tranquilamente Helena de Troya.
La
tercera mención de Heródoto nos lleva desde Egipto a Esparta y más exactamente
al santuario de Helena en Terapne, que era el escenario de un cuento popular
clásico, bellamente adaptado por Heródoto para su público del siglo V. Érase
una vez, de hecho en algún momento de la segunda mitad del siglo VI, una
acaudalada pareja espartana que tenía una hija, pero, ay, su querida pequeña
era penosamente fea. Tan fea que la niñera de la familia —quizá una ilota— tuvo
esta brillante idea:
Como
era feísima, y sus padres, adinerados, estaban angustiados por aquella fealdad,
la niñera tuvo la idea de llevarla cada día al santuario de Helena, un lugar
llamado Terapne, encima del santuario de Apolo. Entraba con la niña, la dejaba
frente a la estatua de Helena y rezaba a la diosa para que librase a la pequeña
de sus defectos.3
Un
día, una aparición —supuestamente la propia Helena—se dirigió a la niñera y
acarició la cabeza de la pequeña, que a partir de entonces creció y llegó a ser
la más bella de todas las chicas núbiles espartanas, un partido idóneo para un
espartano importante. Por desgracia, sin embargo, este espartano tenía un buen
amigo sin hijos que deseaba fervientemente que la esposa de su amigo fuera
quien le diera su futura descendencia, a poder ser masculina. Encima, el amigo
resultaba ser un rey de Esparta, para quien la producción de descendencia
masculina legítima era una cuestión de Estado, no sólo del corazón. Movido por
su gran deseo de procrear, este rey ya se había casado dos veces, no sólo una;
ahora, obsesionado con la esposa de su amigo, remató la faena arrebatándosela
con una mala pasada.
2 Heródoto, II, 120 (véase caps.
113-120). 3 Heródoto, VI, 61.El resultado de la unión de Aristón
—pues éste era el nombre del rey— con la belleza no identificada fue el rey
Demarato, que volveremos a encontramos más adelante en circunstancias de
presunta ilegitimidad y traición —irrumpe cada día en el tenso mundo de la
realeza espartana—. (Véase más adelante su biografía, en el capítulo 2.) No
obstante, antes de dejar a Helena vale la pena mencionar tres expresiones y
consecuencias muy distintas de su leyenda. En primer lugar, ya en el siglo VII
la sacerdotisa de Apolo en Delfos, el ombligo de la tierra, hizo una
declaración profética en nombre de su amo y señor Apolo que, en traducción de
los sacerdotes varones, incluía una referencia a las mujeres de Esparta,
aclamándolas como las más hermosas de Grecia. Esto sólo pudo haber sido una
reverencia a Helena de Esparta, cuya fama, gracias a Homero, se extendía por
todo el expansivo mundo griego, si bien seguramente también supuso demasiada
presión, como hemos visto, sobre las chicas espartanas y sus padres para estar
a la altura de la impresionante reputación de Helena.
Más
adelante, en el siglo VII, la más grande de las poetisas de la Grecia antigua,
Safo, de la isla de Lesbos, colaboró más de una vez con la fama de Helena. Los
versos de Safo pueden ser bastante convencionales, como adolescente o mujer
joven hermosa y deseada: el pequeño fragmento dirigido a cierta
Cada
vez que te miro me parece que ni siquiera Hermione [hija de Helena] es tu
igual;
no, mejor compararte con Helena,
cuyo cabello era dorado.4
no, mejor compararte con Helena,
cuyo cabello era dorado.4
Pero
Safo también podía ser profunda y perturbadora—mente poco convencional. En un
poema que por fortuna sobrevivió en papiro durante siglos en las secas arenas
de Oxirrinco, Egipto, y que fue descubierto hace sólo un siglo aproximadamente,
escribe pasando por alto la normativa y los juicios de valor masculinos:
Unos
dicen que la visión más bonita
en esta tierra sombría es una tropa de jinetes,
otros, un ejército de infantes y otros, una flota de barcos; pero yo digo que es lo que tú deseas:
en esta tierra sombría es una tropa de jinetes,
otros, un ejército de infantes y otros, una flota de barcos; pero yo digo que es lo que tú deseas:
...
pues la mujer que superaba en mucho a las demás en belleza, Helena, dejó a su
esposo, el mejor de los hombres, y zarpó lejos, a Troya; no dedicó un solo p
ensamiento a su hija [Hermione] ni a sus queridos padres, y [Afrodita] la llevó
por el mal camino...5
4 Safo, fragmento 23. Véase también
West, 1993.Así pues, Safo rechaza los valores militares masculinos y al mismo
tiempo justifica que Helena busque el camino del Amor y el Deseo, pues es
impulsada por una force majeure divina. Al esposo griego corriente no le habría
hecho mucha gracia oír este mensaje.
La
consecuencia final que quiero mencionar aquí es mucho más desenfadada, de hecho
literalmente cómica. En 411, Aristófanes puso en escena dos comedias en los dos
principales festivales anuales atenienses de teatro en honor de Dionisos. Una
de las obras era Lisístrata, la primera comedia conocida que lleva por título
el nombre de su heroína. Lisístrata, una mujer ateniense casada y honorable, es
representada con respeto. Buscando poner fin a la guerra entre Atenas y Esparta
y sus aliados, que con interrupciones duraba ya unos veinte años (el doble que
la guerra de Troya), urde una conspiración internacional de mujeres griegas
—mejor dicho, de esposas—: la idea clave es que su abandono de los deberes
conyugales, una huelga de sexo, obligará a sus belicosos pero sexualmente
hambrientos esposos a sentarse a negociar y firmar la paz (y así podrán volver
a hacer el amor). La delegada hermana espartana en la convención es una Lampito
—ostenta un buen nombre espartano, de hecho es el verdadero nombre de la esposa
de un rey espartano muy reciente.
Aquí Aristófanes presenta a Lampito
(interpretada, desde luego, por un actor varón vestido de mujer):Bienvenida,
Lampito, ¡mi querida amiga espartana! [dice Lisístrata] ¡Pero qué guapa estás!
¡Qué espléndido color de piel,
y qué cuerpo más robusto! ¡Podrías estrangular a un toro!
y qué cuerpo más robusto! ¡Podrías estrangular a un toro!
A lo que Lampito replica con claro dialecto
espartano:Sí, en efecto, creo que podría, por los Dos Dioses; [Cástor y Pólux]
en todo caso, hago gimnasia y saltando
me toco las nalgas con los talones.
me toco las nalgas con los talones.
Se incorpora a la diversión otra conspiradora
ateniense:
¡Vaya par de tetas más espléndidas que tienes!
Lampito finge que esto la ofende:
La verdad, haces que me sienta como una
víctima expiatoria.6El público principalmente ateniense, entre
carcajadas, difícilmente pasaba por alto la alusión al hecho de que, a
diferencia de sus esposas y hermanas, las mujeres espartanas recibían una
preparación formal en gimnasia y deportes, que realizaban total o al menos
parcialmente desnudas. Quizá también mediante estos ejercicios, las espartanas,
a diferencia de las atenienses, lograban mantener sus pechos en forma tras
amamantar a sus bebés —a no ser que recurrieran regularmente a nodrizas ilotas.
5 Safo, fragmento 16.
6 Aristófanes, Lisístrata, versos 78-84.Lisístrata acaba también con una nota completamente espartana, primero un hombre solo y luego parejas cantando y bailando canciones típicas de Esparta (la palabra griega choros [coro] significaba originariamente «danza», antes de que acabara siendo «canto colectivo»). Observemos en especial la invocación final de Helena, «hija de Leda»:
6 Aristófanes, Lisístrata, versos 78-84.Lisístrata acaba también con una nota completamente espartana, primero un hombre solo y luego parejas cantando y bailando canciones típicas de Esparta (la palabra griega choros [coro] significaba originariamente «danza», antes de que acabara siendo «canto colectivo»). Observemos en especial la invocación final de Helena, «hija de Leda»:
Deja
otra vez el encantador Taigeto
y ven, musa laconiana, y alaba
como es debido al dios de Amiclas [Apolo]
y a la Atenea de la Casa de Latón y a los
nobles hijos de Tindáreo [Cástor y Pólux]
que juegan junto al Eurotas.
¡Ola! ¡Opa!
Brinca un poco, loemos a Esparta,
que se deleita con danzas en honor de los dioses y con el sonido de los pies,
y donde, como potrancas, las solteras
hacen cabriolas junto al Eurotas,
levantando nubes de polvo,
sacudiéndose el pelo,
como el pelo de las bacantes que empuñan el tirso y bailan. Y son conducidas por la hija de Leda,
la pura y bella directora del coro.7
y ven, musa laconiana, y alaba
como es debido al dios de Amiclas [Apolo]
y a la Atenea de la Casa de Latón y a los
nobles hijos de Tindáreo [Cástor y Pólux]
que juegan junto al Eurotas.
¡Ola! ¡Opa!
Brinca un poco, loemos a Esparta,
que se deleita con danzas en honor de los dioses y con el sonido de los pies,
y donde, como potrancas, las solteras
hacen cabriolas junto al Eurotas,
levantando nubes de polvo,
sacudiéndose el pelo,
como el pelo de las bacantes que empuñan el tirso y bailan. Y son conducidas por la hija de Leda,
la pura y bella directora del coro.7
En
torno a 1200 a.C. fue quemada y destruida la mansión micénica de Terapne, y el
número y la calidad de los asentamientos de la región en su conjunto descendió
bruscamente, de modo que hacia 1000 podemos decir que Laconia estaba
atravesando una época Oscura. En Esparta son vagamente visibles algunos rayos
de luz en los siglos X y IX, por ejemplo en el santuario de Ortia, junto al
Eurotas, que creció en importancia hasta desempeñar un papel crucial en la
posterior Agoge (o sistema educativo) espartano. Sin embargo, habrá que esperar
a finales del siglo VIII a que, desde el punto de vista arqueológico, la luz
sea más brillante y se difunda de manera más uniforme. Para entonces, había
sido construido un santuario dedicado a la diosa Atenea, patrona de la ciudad,
en lo que pasaba por una acrópolis de Esparta; se trata de la Atenea que más
adelante, en el siglo VI, adquiere la coletilla «de la Casa de Latón» utilizada
por Aristófanes al final de su Lisístrata (véase más atrás). También había un
importante santuario de Apolo en Amiclas, a escasos kilómetros al sur de
Esparta, también citado en Lisístrata, y es ahí, más que en la propia Esparta,
donde el mito, la religión y la política se fusionan para producir los primeros
indicios de una historia política de los orígenes de la polis, o Estado, de
Esparta.
Una
polis griega no era sólo un espacio físico, aunque connotaba una unidad física
que combinaba territorio rural con un centro administrativo. Tampoco era un
Estado en el sentido moderno, que implicara la existencia de órganos
centralizados de gobierno (ejecutivo, legislativo, judicial, fuerzas armadas)
divorciados del pueblo y situados por encima y en contra del mismo en su
conjunto. La polis era más bien un estado— ciudadano, un Estado en que «los
espartanos» eran la ciudad, por así decirlo. En efecto, los espartanos, como
veremos, quizá fueron en el conjunto de Grecia pioneros de un tipo concreto de
ciudadanía participativa. Desde el punto de vista espacial y arquitectónico,
por otro lado, iban rezagados con respecto al resto de Grecia, o en todo caso
de las zonas más avanzadas del sur en los siglos VIII, VII y VI de referencia.
Es muy notorio que nunca urbanizaron debidamente su lugar central: tal como
Tucídides comentaba al principio de su Historia de la guerra
espartano—ateniense, los espartanos conservaban una vieja forma de asentamiento
basada en pueblos, cuyos restos, predijo con acierto, serían tan insustanciales
e insignificantes que los futuros visitantes de esos lugares subestimarían en
gran medida el poder que en realidad Esparta había sido capaz de ejercer. Con
toda lógica, los espartanos no levantaron ninguna muralla importante, de hecho
ninguna clase de muralla, en sus ciudades antes del siglo II a.C.
7 Aristófanes, Lisístrata, versos
1.296-1.315.Una explicación de que no construyeran murallas era que los
espartanos se sentían relativamente protegidos contra posibles incursiones
hostiles desde el exterior o insurrecciones en el interior. Otra era que, a su
entender, una muralla resultaba algo afeminado: se sentían orgullosos de
contar, para su autodefensa, exclusivamente con la fuerza masculina de sus
propios cuerpos, espléndidos militarmente hablando. Seguramente la razón más
importante de todas, en todo caso la primera, era que la ciudad de Esparta
comprendía, en el aspecto político, Amiclas además de los cuatro pueblos en los
que se dividía ella misma (Pitana, Limnas, Mesoa y Cinosura), de modo que
construir una muralla alrededor de Esparta habría supuesto excluir Amiclas. No
se sabe cómo se llevó a cabo la fusión y la incorporación de Amiclas, ni
tampoco por qué y cuándo exactamente. Baste con decir que, por un lado, la
incorporación se produjo antes —de hecho, esto fue una condición para poder
hacerlo—de que los espartanos se propusieran conquistar el resto de Laconia,
hacia el sur, y Mesenia y hacia el oeste, a través de la cordillera del
Taigeto. Por otro lado, la fusión nunca enterró ni eliminó totalmente la
diferenciada identidad de los amicleos.
Como
prueba de su estatus especial, el lugar de culto de Apolo—Jacinto de Amiclas
fue adornado con una manifestación visual especialmente espléndida en el siglo
VI, cuando los espartanos encargaron a un griego de Asia Menor, Baticles de
Magnesia del Meandro, que diseñara y construyera un «trono» con múltiples
imágenes, de piedra y materiales preciosos, para el culto del dios. El propio
culto era el motivo de una de las principales festividades anuales del
calendario religioso espartano, las Jacintias de tres días, a las que los
soldados amicleos podían asistir gracias a una dispensa especial aunque
estuvieran en campaña en el extranjero. Otro asunto de interés aquí es la
combinación de la veneración de Apolo con la de Jacinto. Según el mito, Jacinto
era un bello adolescente a quien Apolo amaba (también sexualmente), pero al que
mató al lanzar un disco con mala fortuna. Por tanto, el culto conjunto
simbolizaba y representaba las relaciones pederastas reales entre jóvenes
guerreros espartanos adultos y adolescentes que seguían el ciclo educativo
controlado por el Estado. De todos modos, el culto también era importante para
las mujeres y muchachas espartanas, así que no puede reducirse a un asunto homoerótico,
específica o característicamente masculino.
Quizás
otra explicación de la importancia política «nacional» de la festividad de las
Jacintias era que, en su origen, representaba la fusión de dos pueblos
étnicamente distintos, los dorios procedentes del norte y los nativos aqueos
preexistentes.
En
cualquier caso, los espartanos históricos eran dorios en el sentido más
estricto: hablaban un dialecto dórico del griego, tenían instituciones sociales
y políticas basadas en las tres «tribus» dorias tradicionales (los hileos, los
dimanes y los pánfilos), y adoraban al dios que, de todos los olímpicos, estaba
más estrechamente relacionado con los pueblos dóricos, a saber, Apolo. De
hecho, casi todas las festividades espartanas importantes se celebraban en honor
de un Apolo u otro más que de Atenea, la patrona de la ciudad. La Carneia,
consagrada a un Apolo representado con los atributos de un carnero, era una
fiesta específicamente dórica que se celebraba en el monte Carneios,
considerado sagrado por todos los dorios (aunque esto no impedía necesariamente
a los espartanos y sus enemigos dorios de Argos jugar con la observancia
supuestamente obligatoria e invariable de su sacrosantidad). Fue por su
obligación primordial de celebrar la Carneia debidamente, afirmaban los
espartanos, por lo que no pudieron enviar una leva completa a las Termópilas en
480.
La
otra festividad apolínea importante de Esparta era la Gimnopedia, sobre la que
se cuenta una interesante historia etimológica. Tradicionalmente, el nombre ha
sido traducido como Festividad de los Jóvenes Desnudos, y el título derivaría
de gymnos y paides, si bien la acción fundamental del festival incluía una
competición entre tres coros de edad —Viejos con la edad militar superada,
Guerreros en edad militar y Jóvenes por debajo de la edad militar—, no sólo la
participación de estos últimos. Entonces, ¿por qué llamamos a la festividad con
involucrados? Una etimología el nombre de uno solo de los principales grupos más
convincente considera que gymnos no significa desnudo sino desarmado, y que
paidai deriva de la palabra griega para baile (como se utiliza, por ejemplo, en
el pasaje de Lisístrata de la p. 48). Así, en la Gimnopedia seguramente estamos
hablando de una Festividad de Baile Sin Armas, organizado como tal quizás en el
segundo cuarto del siglo VII.
A
decir verdad, esto tenía una importancia y un significado especiales en lo
relativo tanto a la cultura como al culto, pues los espartanos eran famosos por
sus bailes en general, y por un baile militar concreto, el pírrico (así llamado
en honor de Pinos, o Neoptólemo, hijo de Aquiles). Como por otra parte todos
los dioses y diosas de Esparta estaban representados visualmente en sus ídolos
llevando armas y armadura, una festividad de baile sin armas en honor de un Apolo
armado adquiría una connotación muy particular. Esto quizá fue lo más cerca que
estuvieron los espartanos de crear colectiva y comunitariamente alta cultura en
el sentido ateniense. A los espartanos de alto rango les gustaba invitar
especialmente a la Gimnopedia a sus amigos extranjeros distinguidos, a quienes
llevaban al espectáculo de unos solteros espartanos de cierta edad en el que
eran ritualmente maltratados por desobedecer la orden de casarse y procrear.
Uno de los primeros poetas no espartanos comparaba a los espartanos con las
cigarras porque siempre estaban dispuestos a hacer un coro (tanto para bailar
como para cantar). La Gimnopedia, celebrada en la época más calurosa del año en
el lugar más caluroso de Grecia por su altura sobre el nivel del mar (unos 200
metros), daba un efecto calisténico típicamente espartano a este gozoso tema.
En
la antigua Grecia, la religión y la política eran inseparables, por lo que no
sorprende que las leyes de Esparta se atribuyeran piadosamente a Apolo de
Delfos; en un ensayo sobre la constitución y el estilo de vida espartanos
escrito a principios del siglo IV, Jenofonte las denomina «oráculos
transmitidos por Delfos». Naturalmente, invocar la sanción divina era una forma
de garantizar su cumplimiento. Otra era inculcar a los jóvenes el habitual
acatamiento de la ley mediante un riguroso régimen educativo y
socio—psicológico. La figura supuestamente humana a la que se atribuye la idea
tanto de las leyes como del sistema de refuerzo educativo fue el admirable y omniprovidente
Licurgo.
LICURGO
Plutarco,
tras concebir su fabuloso proyecto biográfico de escribir y comparar las vidas
de grandes griegos y romanos del pasado más o menos lejano, difícilmente podía
no escribir una vida de Licurgo. De hecho, tuvo el detalle de emparejarlo con
Numa, el famoso legislador de los primeros romanos. No obstante, como confesó
en su prólogo al Licurgo, escribir una biografía de éste no fue fácil, pues
todo lo afirmado por una fuente era desmentido por otra. Como Plutarco, el infatigable
investigador, cita en esta biografía no menos de cincuenta escritores
anteriores, entendemos muy bien su sensación de frustración inmensa. Un
historiador moderno se habría dado por vencido en este punto, desde luego. Por
tanto, sólo podemos estar agradecidos a Plutarco por ser un biógrafo histórico
moralizador y no un historiador en el sentido estricto, pues su «biografía»
contiene toda clase de información sobre la Esparta supuestamente reformada por
Licurgo, que no aparece en otros lugares en absoluto o al menos no en la misma
forma y con el mismo detalle. En cierto modo, paradójicamente, para lo qué
menos sirve el libro es para intentar esbozar un posible perfil de la vida del
hombre.
Si
es que era realmente un hombre. Ya he señalado la posibilidad de que fuera una
proyección cosificada de Apolo, bajo cuya garantía divina quedaban «sus» leyes.
(En una transcripción estricta, el nombre, Lykourgos, se traduce más o menos
como «lobo— trabajador», y «lobuno, voraz» era uno de los muchos epítetos de Apolo.)
El hecho de que los propios espartanos no fueran claros sobre el estatus de
Licurgo, pese a que la suya era una sociedad que dedicaba mucho esfuerzo a la
rememoración, seguramente es una pista significativa de su falta de
autenticidad.
Pongo
dos ejemplos para ilustrar esta incertidumbre. El primero proviene del primer
libro de las Historias de Heródoto, cuando éste sitúa la escena y presenta a
Esparta y Atenas como las dos grandes potencias griegas que desempeñarán los
papeles principales en las guerras greco-persas de principios del siglo V. Aquí
hace constar una consulta al Oráculo de Delfos a cargo del distinguido Licurgo.
Tan pronto hubo entrado en el santuario, fue aclamado como sigue:
Aquí
a mi suntuoso santuario has venido, Licurgo, Querido por Zeus y todos los
dioses que habitan el Olimpo. No sé si declararte humano o divino,
Pero me inclino a creer, Licurgo, que eres un dios.8
Pero me inclino a creer, Licurgo, que eres un dios.8
Esta
historia herodoteana se ajusta a un patrón de cuento popular muy conocido, tras
el cual deberíamos ver, de modo más prosaico, una consulta del Estado espartano
sobre cómo tenía que ser adorado Licurgo —es decir, con honores heroicos
(semidivinos) o divinos—. Precisamente el hecho de que los espartanos desearan
la aclaración y la autorización délfica con respecto al estatus de Licurgo, que
el Oráculo vacilaba en proporcionar, indica que el recuerdo público de él ya se
había vuelto sospechosamente borroso.
Sabemos
que los espartanos eran muy propensos a considerar héroes a sus muertos. Por
ejemplo, un relieve en piedra del siglo VI que representa una figura heroica
lleva inscrita una sola palabra: «Chilón». Es el nombre de un personaje
espartano tan famoso que tuvo un sitio en algunas versiones de la lista de los
Siete Sabios de Grecia, todos figuras del siglo VI, todos políticos prácticos.
Chilón fue considerado héroe en una acción ad hominem, única, pero todos los
reyes espartanos adquirían la condición de héroe a su muerte y a partir de
entonces recibían honores heroicos ex officio. Así pues, al menos podemos estar
seguros de que Licurgo no fue rey y rechazar la creencia de Plutarco de que
había reinado durante ocho meses. Una nueva indicación de que probablemente es
un personaje inventado es que, pese al deseo de las fuentes de presentarlo como
rey o al menos miembro de una de las dos casas reales, no se deciden por cuál,
de tal modo que oscila inquieto entre el árbol genealógico de los agíadas y el
de los euripóntidas
La
Vida de Plutarco contiene otros fragmentos interesantes supuestamente
biográficos. Se cree que Licurgo viajó a Creta y Asia para recoger información
comparativa sobre reformas sociales y constitucionales. Tras llevar a cabo su
radical reforma agraria, al parecer comentó que el conjunto de Laconia parecía
una gran finca heredada que había sido dividida equitativa y armoniosamente
entre muchos hermanos. Según se dice, en una pelea callejera le sacaron un ojo.
Se cree que estaba especialmente dotado para la labia espartana, y, por ello,
era la fuente de un abundante caudal de animadas réplicas: por ejemplo, cuando
un demócrata no espartano le instaba a convertir Esparta en una democracia, él
probablemente contestaba diciendo: «Primero convierte en una democracia tu
propia casa». Como nota simpática, se sostiene que dedicó una pequeña estatua a
la Risa, para simbolizar la necesidad de endulzar la austeridad de la vida
cuartelera. Finalmente, en cuanto se adoptaron sus leyes y se vio que
funcionaban, se cree que abandonó Esparta para siempre: hizo una última visita
a Delfos para consultar al Oráculo sobre el futuro éxito de sus reformas y
luego se murió de hambre. Ay, todos estos detalles conmovedores son, como
mucho, ben trovato. Por tanto, mejor para nosotros aplicar un poco de
austeridad espartana y suspender la creencia indefinidamente.
Políticamente
hablando, la esencia y el centro de atención del paquete global de reformas de
Licurgo se concentran en lo que parece realmente un genuino documento arcaico
conocido como la Gran Retra (para distinguirlo de un cierto número de pequeñas
rhêtrai atribuidas asimismo a Licurgo). Una rhêtra significa cualquier clase de
dicho o dictamen —desde un acuerdo o contrato hasta una ley, pasando por un
oráculo—. Plutarco, que mantiene viva la Gran Retra, seguramente creía que era
una declaración délfica que fue promulgada, o sea, tanto un oráculo como una
ley. El hecho de que estuviera escrita en prosa, no en versos hexámetros, no le
impidió creer en su autenticidad, como tampoco debería impedir la nuestra. A la
inversa, la aparición de expresiones claramente poéticas debería confirmar su
idea de que originariamente era un oráculo, pero ¿cuándo fue transmitido, a
quién y bajo qué circunstancias?
8 Heródoto, I, 65.Heródoto
determina la antigüedad de Licurgo con poca precisión: antes del reinado
conjunto de León y Agasicles, es decir, dentro de la primera mitad del siglo
VI. Al relacionarlo con el juramento de la tregua olímpica original,
Aristóteles llegó a situarlo en lo que para nosotros es 776 a.C. Sin embargo,
Tirteo, el poeta marcial espartano de mediados del siglo VII, no lo menciona en
absoluto —un silencio muy revelador, sobre todo cuando muestra un buen
conocimiento de lo que Plutarco denomina la Gran Retra—. Tirteo también
menciona una consulta oficial crucial en Delfos, aunque naturalmente el
consultante no es Licurgo sino los dos reyes conjuntos Teopompo (que condujo a
Esparta a la victoria sobre los mesenios alrededor de 710) y Polidoro, que
reinaron juntos durante la primera parte del siglo VII a.C. Sea o no
literalmente cierto lo que dice Tirteo, éste es más o menos el momento
histórico en que se llevó a la práctica cualquier paquete de reformas atribuido
a Licurgo.
Con
agudeza, Plutarco señala la reforma de Licurgo relativa a la Gerusía, o senado
espartano, como la primera y más importante innovación política, y en relación
con esto cita la Gran Retra:
Tras
establecer un culto a Zeus Silanio y Atenea Silania, tras haber estado
«tribuyendo a tribus y fraternizando fratrías» y tras haber establecido una
Gerusía de treinta miembros intuidos los reyes [llamados aquí poéticamente
archagetai o «jefes—fundadores»], una temporada tras otra celebran Apellai
[festividades de Apolo], entre Babica y Cnaquión; la Gerusía tanto presenta
propuestas como se mantiene al margen; el damos tiene poder para «emitir un
veredicto decisivo» [ésta es la glosa de Plutarco sobre una expresión muy
embrollada en dialecto dórico en el original]; pero si el damos habla de forma
sinuosa y se anda por las ramas, la Gerusía y los reyes han de retirar la
propuesta.9
Para
empezar, lo más perceptible, por comparación y contraste con el poema de
Tirteo, es el estatus relativo de los reyes. En Tirteo ocupan el lugar más
destacado: lo que cabría esperar en una sociedad tradicional que ha decidido
conservar una monarquía hereditaria —o mejor, una monarquía hereditaria dual—.
En la Gran Retra, sin embargo, los reyes son degradados y condenados a ser
simples miembros de la Gerusía y no obstante, por otro lado, garantizan la
perpetuidad de estatus e influencia al estar incluidos en el organismo de
gobierno más poderoso del Estado, el número de cuyos miembros queda ahora
fijado en treinta probablemente por primera vez. Entre los otros veintiocho
miembros, que debían de tener al menos sesenta años, se contaban siempre
algunos parientes de los dos reyes y de hecho el grupo seguramente quedaba
limitado a aristócratas, que eran escogidos en lo que para Aristóteles era una
parodia de elecciones libres y justas, y conservaban el cargo de por vida.
9 Plutarco, Vida de Licurgo, cap.
6. Véase también Talbert, ed., 1988.
Tal como lo expresó el poeta lírico tebano
Píndaro a principios del siglo y (en un pasaje citado por Plutarco):
Los consejos de ancianos Allí son
preeminentes...10En la práctica, esto parece haber tenido un
significado doble. Primero, la Gerusía tenía el poder de la probouleusis, o
deliberación previa, de modo que todas las medidas sobre las que había que
decidir ante la Asamblea espartana, denominada damos o Pueblo en la Gran Retra,
se discutían primero en la Gerusía. Segundo, funcionaba como Tribunal Supremo
de Esparta, que era capaz de juzgar incluso a los reyes y actuaba como máxima
autoridad sobre lo que era o no era legal. El poder de la Gerusía era tan
grande que, como parece decir la cláusula final de la Gran Retra, podía incluso
invalidar una decisión del damos o Asamblea si no le gustaba la forma en que
estaba expresada o cómo se había llegado a la misma.
¿Qué
era este damos o Asamblea? En la época clásica constaba de ciudadanos guerreros
espartanos adultos, los legítimamente espartanos de nacimiento que habían
pasado por la educación estatal obligatoria, que habían sido seleccionados para
formar parte de una «mesa común» militar, y que eran económicamente capaces de
hacer sus aportaciones mínimas de productos alimenticios a dicha mesa y no
habían sido culpables de ningún acto de cobardía ni de ninguna fechoría ni
ningún delito público inhabilitarte. Es sumamente improbable que una asamblea
de guerreros como ésta hubiera nacido, o estado en buena situación para recibir
siquiera los limitados derechos y privilegios concedidos según las condiciones
de la Gran Retra, antes de que Esparta hubiera creado una falange exitosa de
soldados de infantería fuertemente armados. Esto no habría sucedido antes de
aproximadamente 675 como mínimo, y aún más tarde si tenemos en cuenta la
derrota de Esparta contra Argos en Hysias, en la zona fronteriza de Tireatis,
en 669 a.C. según la tradición, que fue seguida de una importante revuelta de
los recién conquistados mesenios. Por tanto, una fecha del segundo cuarto del siglo
VII parece la más probable para esa innovación, y puede que otro pasaje de
poesía extranjera citado por Plutarco en el Licurgo se refiera específicamente
a la satisfactoria finalización de las reformas políticas, combinada con el
éxito militar de los ciudadanos hoplitas:
Las
puntas de lanza de los jóvenes florecen allí... junto con la Musa de sonido
claro
y la justicia en las anchas calles.11
y la justicia en las anchas calles.11
El
autor de estos versos, Terpandro de Lesbos, destacó aproximadamente en aquella
época y pudo muy bien haber visitado Esparta, quizá con motivo de la creación
de un concurso de poesía y música en la festividad de la Carneia.
10 Píndaro, fragmento lírico,
citado en Plutarco, Vida de Licurgo, cap. 21. 11 Terpandro,
fragmento lírico, citado en Plutarco, Vida de Licurgo, cap. 21.Los combates
hoplíticos eran especialmente feroces y exigían una especie de guerra cuerpo a
cuerpo, cara a cara, verdaderamente espeluznante a menos que los soldados se
hubieran preparado física y mentalmente según el riguroso estilo espartano. Por
lo general, una falange formaba ocho filas en fondo, estando la anchura
determinada por el número de hileras; un ejército hoplita grande de 5.000
hombres, como el que los espartanos presentaron en la batalla de Platea en 479,
tendría más de 600 hileras. Los hoplitas pudieron haber tomado su nombre de la
pieza fundamental de su equipo, el escudo de dos asas que llevaban en una
posición inalterablemente fija en el brazo izquierdo, de modo que la cobertura
de su lado desprotegido dependía de su vecino a la derecha en la falange. La
palabra griega hopla, que desde luego incluía el escudo, se usaba para
referirse a las armas y la armadura conjuntamente. Una panoplia era un equipo
completo de hoplita, que constaba de un gran casco de bronce construido a partir
de una sola lámina de metal, que ofrecía buena protección para la cabeza pero
volvía al hoplita prácticamente sordo; un peto de bronce o (más adelante) de
cuero o tela; un escudo grande y redondo básicamente de madera, recubierto todo
de bronce en el caso de los espartanos; protecciones abdominales y grebas de
bronce, y posiblemente también protecciones de bronce para brazos y tobillos;
una larga lanza de ataque hecha de madera de cornejo y rematada en ambos
extremos con una cabeza y una punta de hierro; y para los espartanos una espada
de hierro de refuerzo, inusitadamente corta, más parecida a una daga. Dos
elementos más del uniforme son típicamente espartanos: el cabello largo y una
capa de color rojo intenso (tan importante que acompañaba al hoplita espartano
tanto en la vida como en la muerte). La eficacia en la acción dependía no sólo
del mero número de combatientes sino de la coordinación estrecha,. La
disciplina rígida y la moral alta. Los espartanos aseguraban esto mediante una
instrucción constante, que eran capaces de asumir, pues podían permitirse
mantener el único ejército profesional de toda Grecia.
La
calidad de la valentía exigida por la guerra hoplítica se denominaba andreia en
griego, literalmente virilidad u hombría. A las mujeres, incluso las
espartanas, no se les permitía ir a la guerra, aunque a las chicas espartanas,
a diferencia de las del resto de Grecia, se las educaba y socializaba
formalmente, como veremos más adelante (capítulo 5), con el fin de convertirlas
en compañeras adecuadas para los hombres y en madres adecuadas de futuros
guerreros espartanos. La formación de verdaderos hombres espartanos empezaba ya
en serio al nacer, cuando no era el padre, como sería normal en otras partes,
sino los ancianos del grupo tribal del niño quienes decidían si debía ser
criado o no. Durante sus primeros siete años, un niño espartano era criado en
casa, como cualquier otro niño griego, pero tras el séptimo aniversario se le
sacaba del entorno familiar, para siempre, y se lo incorporaba al sistema
educativo comunitario y obligatorio conocido como Agoge, o Cría/Educación.
Entre los siete y los dieciocho años, los niños y los jóvenes estaban
organizados en «manadas» y «rebaños», bajo la supervisión de espartanos adultos
jóvenes. Se les alentaba a romper los vínculos exclusivos con sus familias y a
considerar que todos los espartanos de la edad de su padre eran in loco
parentis.
Un
ejemplo particularmente llamativo de esta paternidad desplazada o vicaria era
la institución de la pederastia ritualizada. A partir de los doce años, se
esperaba que cada adolescente aceptara a un guerrero adulto joven como amante
—el término espartano técnico para el compañero activo de más edad era
«inspirador», mientras que el joven recibía el nombre de «oidor»—. Seguramente,
la relación era sexual por lo general, pero el sexo no era siempre el principal
objetivo. La dimensión pedagógica se pone claramente de manifiesto en el relato
de un joven espartano que cometió el error de gritar de dolor durante uno de
los combates despiadadamente duros que salpicaban el desarrollo de la Agoge.
Pero no fue el joven quien fue sancionado por esta infracción del código
espartano de silencio autodisciplinado: el castigo cayó sobre el amante mayor
del chico por no haberle educado como es debido. La Agoge duraba hasta los
dieciocho años, cuando tenía lugar un proceso de selección para escoger a los
destinados a los puestos superiores de una vida espartana adulta —miembros de
la guardia real de élite, máximos cargos militares, a la larga elegidos para la
Gerusía—. Estos espartanos selectos formaban lo que se conocía como la
Cripteia, o Ejecutivo de Operaciones Especiales. Su tarea consistía en
controlar a los ilotas amén de demostrar su buena disposición para las
responsabilidades de la madurez guerrera.
Su
selección, como la gestión de la Agoge en su conjunto, estaba probablemente en
manos del paidonomos, literalmente el chico-rebaño, que era nombrado por los
éforos («supervisores»): este consejo de cinco miembros elegía anualmente
dirigentes que representaban el principal poder ejecutivo en el Estado
espartano, junto a los dos reyes y de hecho a veces por encima de ellos. No
obstante, los orígenes del cargo no están claros. Una tradición atribuía su
creación al mismo rey Teopompo que conquistó Mesenia a finales del siglo VIII,
pero su ausencia de la Gran Retra podría considerarse sorprendente —a no ser
que fuera sólo después de la aprobación de la Gran Retra cuando adquirieron el
conjunto de poderes que ejercieron en la época clásica—. En la época de
Jenofonte había cada mes un intercambio de juramentos entre los éforos y los
reyes: estos últimos juraban respetar y cumplir las leyes, y los primeros
juraban respaldar a los reyes pero sólo a condición de que ellos respetaran y
cumplieran realmente les leyes. Esto demostraba a todas luces hasta qué punto
los éforos habían llegado a ejercer un control sobre reyes quizás excesivamente
carismáticos y poderosos. También lo demostraba el hecho de que, siempre que un
rey ejercía su prerrogativa hereditaria de dirigir en el extranjero un ejército
espartano o aliado, iba acompañado de dos de los cinco éforos, que a su regreso
informaban de la conducta del rey y, si era preciso, iniciaban procedimientos
legales contra él.
Después
de la Agoge, el requerido apuntalamiento social del estilo militar de vida lo
proporcionaba el sistema de mesas comunes (pheiditia, sussitia), también
conocidas como tiendas comunes (suskania). La elección para las mismas tenía
lugar cuando los candidatos tenían en torno a veinte años, y era competitiva:
un simple voto negativo bastaba para rechazar a un candidato. Naturalmente,
algunas mesas eran más exclusivas y deseables que otras, sobre todo la mesa
real, en la que ambos reyes cenaban con sus asistentes elegidos cuando se
hallaban en Esparta. No conseguir la elección a ninguna mesa común equivalía a
la exclusión del conjunto de ciudadanos espartanos y, quizá, también del
ejército.
La
principal comida del día se tomaba por la noche. Cuando los comensales entraban
o salían del comedor estaban prohibidas las antorchas encendidas, al parecer
para acostumbrar a los soldados a los movimientos sigilosos de noche (algo en
lo que los ejércitos espartanos eran especialmente hábiles). La asistencia a
estas comidas diarias de la mesa común era tan importante que se aceptaban sólo
y exclusivamente dos razones para estar ausente: tener que llevar a cabo un
sacrificio religioso o formar parte de una expedición de caza. En Esparta, la
caza tenía una enorme importancia simbólica: era un ritual de hombría que
enfrentaba a un hombre contra el temible jabalí, pero también tenía una
considerable utilidad práctica, pues no sólo desarrollaba destrezas militares
secundarias sino que también complementaba con piezas de varias clases las
raciones típicamente frugales de las cenas. Estas raciones no eran, como en el
sistema cretense de cenas públicas, repartidas desde un almacén central, sino
que dependían de las aportaciones individuales de sus miembros. De hecho, la
ciudadanía de un hombre dependía de su capacidad para mantener su condición de
miembro de la mesa común, una vez escogido, contribuyendo con un mínimo fijado
de productos naturales. (Véase el apéndice.)
Estos
alimentos —sobre todo cereales, aceite de oliva y vino— eran producidos
principalmente por ilotas que trabajaban en parcelas de los espartanos
denominadas klaroi. En realidad, los ilotas eran el fundamento no sólo del
sistema de mesas comunes sino de todo el edificio político, militar, social y
económico de los espartanos. Seguramente muchos de ellos ya existían en
Laconia, sobre todo en la llanura de Helos del valle del Eurotas, a mediados
del siglo VIII o poco después. De lo contrario, resulta difícil explicar por
qué los espartanos trataron de satisfacer sus ansias de nueva tierra y mano de
obra esclava buscando primero ilotas y klaroi por la alta cordillera del
Taigeto hacia el oeste. Desde luego se atribuyó a Licurgo la distribución de
tierra en Laconia y Mesenia, que dio como resultado 9.000 parcelas y en teoría
9.000 ciudadanos espartanos en total, aunque en realidad una medida tan
drástica como la redistribución de la tierra sería impuesta sobre la élite
espartana sólo a causa del levantamiento de los ilotas mesenios en el segundo
cuarto del siglo VII. Fue durante esta segunda guerra mesenia cuando Tirteo
escribió las exhortaciones marciales en verso, consideradas adecuadamente
inspiradoras. Hacia 650, con la revuelta ilota en Mesenia casi sofocada, los
espartanos se encontraron en la vanguardia de la prosperidad y el éxito
griegos, propietarios del mayor territorio de ciudades—estado del conjunto del
mundo griego (unos 8.000 kilómetros cuadrados) y una mano de obra servil para
trabajar las partes más fértiles del mismo, los valles del Eurotas y del
Pamisos.
El
nombre «ilotas» significa «cautivos», y los ilotas fueron sometidos y
explotados por los espartanos como equivalentes de los cautivos de guerra. Al
ocupar su cargo en otoño, cada nuevo consejo anual de éforos hacía pública una
proclama a todos los espartanos para que «se afeitaran el bigote y obedecieran
la ley». En una ocasión, la siguiente proclama pública fue una declaración de
guerra a los ilotas. Ésta fue ideada para aplicar a estos últimos la ley
marcial y absolver de antemano a cualquier espartano de la culpa de
derramamiento de sangre si considerase necesario o deseable matar a un ilota
(como hacían a menudo deliberadamente los miembros de la Cripteia). De todos
modos, como mano de obra, los ilotas no constituían un caso único en el mundo
griego: los penestas de Tesalia, por ejemplo, eran un grupo étnico griego
similar que fue esclavizado en masa al servicio de sus amos griegos libres. Sin
embargo, los ilotas fueron el grupo más polémico, ante todo porque eran griegos
y compartían la cultura y la lengua de sus amos, en marcado contraste con los
típicos esclavos de Grecia, que eran extranjeros importados o «bárbaros».
Además, los ilotas no sólo consiguieron rebelarse más de una vez —mientras que
los que eran propiedad individual jamás lo hicieron—, sino que al final, en
370—369, los ilotas mesenios se sublevaron para lograr la libertad personal y
la libertad política total.
Además
de los espartanos y los ilotas, o más bien entre ambos, dentro de las fronteras
del Estado espartano había un tercer grupo de población. Sus miembros recibían
el nombre de periecos, «los que viven por ahí» o «los que viven ahí fuera»,
pues ocupaban las laderas y zonas costeras menos fértiles de Laconia y Mesenia,
por lo que habitaban cerca de los ilotas, contra los cuales ayudaron a los
espartanos actuando como sistema de alerta y primera línea de defensa. Se decía
que había unas cien comunidades periecas, cada una de ellas dignificada con la
etiqueta de polis, aunque la realidad estaba más cerca de ochenta ciudades y
pueblos; además, una polis perieca tenía reconocidos sólo derechos políticos
locales, ni voz ni voto en la elaboración de la política en la misma Esparta.
Así pues, los periecos eran formalmente individuos libres de los espartanos, a
disposición de éstos sobre todo para fines económicos y militares.
Antes
de la catástrofe de 370-369, sabemos que los periecos se rebelaron contra
Esparta sólo una vez, durante la llamada tercera guerra mesenia, la revuelta
ilota principalmente mesenia desencadenada por un terremoto enormemente
destructivo que sufrió Esparta alrededor de 464. Aparte de eso, su principal, y
creciente, valor para Esparta fue la provisión de un suministro regular de
hoplitas, al principio como refuerzo en sus propios contingentes separados,
pero después de 464 ya incorporados a los mismos regimientos de los hoplitas
espartanos. Cuando luchaban así, los periecos eran llamados «lacedemonios»
igual que los espartanos, razón por la que seguramente llevaban la letra lambda
(una «V» invertida) estampada en sus escudos igual que aquéllos.
Como
que, en cualquier caso, en la época clásica los espartanos tenían prohibido
legalmente trabajar o realizar cualquier actividad comercial —de hecho
cualquier actividad económicamente productiva salvo la guerra—, los periecos
llenaron ese vacío como comerciantes y artesanos, gracias especialmente a su
ubicación a lo largo de las costas de Laconia y Mesenia (su ciudad de Giteo, en
Laconia, era el principal astillero naval y puerto de Esparta) y a su acceso a
algunos de los más ricos depósitos de mineral de hierro en la Grecia
continental, en Boeas, península de Malea. Fueron ellos, o sus esclavos,
quienes probablemente extrajeron la piedra caliza adecuada, azulada, que se
utilizó para hacer casas y estatuas en Esparta y alrededores. Obtuvieron
asimismo la arcilla que se convirtió en la fina cerámica pintada que, en el
siglo VI, alcanzó una sorprendentemente amplia difusión por todo el
Mediterráneo, llegando hasta el mar Negro. Y fueron también ellos quienes
crearon y exportaron la serie de estatuillas de bronce de extraordinaria
calidad que empezaron siendo caballos a finales del siglo VIII y pasaron a ser
hoplitas y atletas en el vi. Desde luego fueron ellos también quienes,
finalmente, trabajaron como armeros y fabricantes de armas, la infraestructura
esencial de la máquina militar espartana.
Es
fácil olvidar a los periecos al escribir una historia de los espartanos, sobre
todo porque a veces podrían ser denominados con el mismo nombre
étnico—político, pero esta historia de los espartanos intentará por todos los
medios no cometer este grave error.
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