lunes, 18 de diciembre de 2017

Cartledge Paul Los Espartanos:Parte I Id y decirle a los espartanos...

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 Bajo el signo de LicurgoLa imagen de Esparta como un campamento austero, de barracones militares, apenas prepara al visitante primerizo para el soberbio espectáculo que se despliega ante sus ojos, cuando emerge de las tierras altas colindantes con Arcadia, en el norte, y baja por el valle del Eurotas a la llanura espartana. Delante se extienden dos cordilleras paralelas, la del Taigeto al oeste, cuya cumbre más alta alcanza los 2.404 metros, y la de Parnon al este, con 1.935 metros como máxima altura. La propia llanura aluvial, y su continuación al sur por el valle del Eurotas, que desemboca en el golfo Laconiano, constituye una de las tierras más fértiles y deseables de todo el sur de Grecia. El sol, el clima y el hombre conspiran para producir a veces dos cosechas de cereal al año. También se cultivan bien aquí las aceitunas y las uvas, los dos ingredientes básicos de la dieta mediterránea, y por supuesto el bosque de cítricos, aunque son una importación posterior a la época clásica, lo que nos recuerda que el terreno y la vegetación que vemos no son necesariamente los disfrutados por los habitantes de hace dos milenios y medio.
Apenas sorprende la creencia de que esta, región, conocida en otros tiempos como Lacedemonia, fue el territorio de un gran rey de la era heroica de los griegos antiguos —lo que los expertos llaman de manera más prosaica Edad Tardía del Bronce o Micénica (c. 1500-1100 a.C.)—. Hace muy poco se ha llevado a cabo un intento (véase más adelante la biografía de Helena) de trasladar el palacio del Menelao de Homero desde Esparta a Pellana, más al norte en Laconia, pero esto pasa por alto no sólo la antigua leyenda y el culto religioso sino también la geopolítica topográfica. Cualquier Menelao real de la Edad Tardía del Bronce debió de tener su palacio en o cerca del emplazamiento histórico de Esparta —quizá en realidad donde la Escuela Británica de Atenas ha excavado escrupulosamente un gran asentamiento en el que se incluye un edificio calificado como «mansión»—. Sin embargo, en Laconia aún no ha salido a la luz ningún palacio de las proporciones de los descubiertos en Micenas (ciudad del Agamenón —hermano de Menelao— de Homero,) y Pilos (ciudad del viejo charlatán Néstor)..., y tal vez nunca salga. Es importante no leer a Homero como si sus libros fueran de historia fidedigna, por muy fructífero —arqueológicamente hablando— que haya sido sin duda este error.
 HELENA
¿Helena de Troya... o Helena de Esparta? Las dos, por supuesto. Se trataba de una chica del lugar, hija de Tindáreo, según una versión del mito, aunque según otra era hija del gran padre Zeus y nació milagrosamente de un huevo porque su madre Leda había sido visitada por Zeus disfrazado de cisne. Su belleza sin igual la convirtió en una presa natural para el ambicioso Menelao, hijo de Atreo de Micenas, cuyo hermano mayor, Agamenón, se casó con Clitemnestra, hermana de Helena. No obstante, esa belleza también cautivó a un poco grato visitante de Esparta: Paris, príncipe de Troya, en Asia, que dominaba el estrecho de Dardanelos. Paris —ayudado decisivamente por la diosa del amor Afrodita, nacida en Chipre— violó las sagradas obligaciones del huésped y robó a Menelao su legítima esposa.
Recientemente, un arqueólogo griego provocó un cierto revuelo al afirmar que había localizado el palacio de Helena (y de Menelao) no en Esparta sino en Pellana, a unos quince kilómetros más al norte. espartanos, que construyeron un
La noticia habría nuevo santuario dejado atónitos a los antiguos para Helena en Esparta, más exactamente en Terapne, al sudeste de la ciudad antigua, donde fue venerada junto con su esposo Menelao y sus hermanos divinos los Dioscuros, Cástor y Polideuces (Pólux en latín). Esto fue a finales del siglo VIII., una época en que los espartanos estaban, por así decirlo, redescubriendo sus raíces, buscando legitimar su dominio recién logrado en el sudeste del Peloponeso, al presentarse como legítimos sucesores del reino de Menelao tal como aparece en la Ilíada de Homero. En realidad, el culto a Helena en Terapne seguramente refleja una refundición de dos Helenas: una diosa de la vegetación y la fertilidad relacionada con los árboles (también adorada como tal en Rodas), y la Helena heroica de la leyenda homérica. Nos quedaremos con la segunda.
Dado que más adelante Helena fue un icono de la feminidad y la belleza espartanas, de modo más explícito preguntamos lo siguiente: ¿fue Helena violada (según nuestro uso del término) por Paris o se fue con él voluntariamente, de buen grado? Heródoto, padre de la historia (en palabras de Cicerón), tiene tres pasajes muy interesantes concernientes a Helena. El primero aparece en su etiología inicial de las guerras greco-persas de principios del siglo V, donde analiza la historia o mitografía de la enemistad griego-oriental hasta perderse en la noche de los tiempos y las leyendas. Allí Heródoto enumera ingeniosamente afirmaciones y reconvenciones con el simple propósito de relacionar las historias que le han contado fenicios y persas cultos. Entre ellas, inevitablemente, la del supuesto robo de Paris. El propio Heródoto adopta sobre la cuestión una postura sólida, por no decir machista:
 Es evidente que ninguna mujer joven es secuestrada si no lo desea.1         
 1 Heródoto, Libro I, cap. 4 (véase también cap. 3). Véase también Marincola, ed., 1996.No obstante, tenemos una historia distinta en un relato inequívoco, no contado por Heródoto, de una violación anterior llevada a cabo por Teseo de Atenas cuando ella era sólo una muchacha, todavía no una esposa adulta. Recientemente, tanto Elizabeth Cook, en su imaginativa nueva versión de la historia de Aquiles, como John Barton, en su no menos convincente ciclo de obras de teatro titulado Tántalo, nos han recordado oportunamente este capítulo anterior, más sombrío, de la agitada vida de Helena.
La siguiente referencia de Heródoto a Helena es, en todo caso, aún más perturbadora desde el punto de vista histórico, pues según el historiador, tal como lo narra en su descripción de las cuestiones egipcias en el segundo libro de sus Historias, Helena nunca llegó a ir a Troya, sino que los diez años de la guerra troyana los pasó en Egipto:
Esto es lo que me contaron los sacerdotes egipcios sobre la historia de Helena, y me inclino a aceptarlo por la siguiente razón: si Helena hubiera estado en Troya, habría sido devuelta a los griegos con o sin el consentimiento de Paris... Así pues, ésta es mi interpretación.2
Para Heródoto, por tanto, se trataba tan sólo de recuperar un simulacro, un fantasma doble, del rostro de Helena ¡por el que Menelao y Agamenón y los demás griegos habían echado al agua sus mil barcos!
Esta versión heterodoxa, no utilizada por Homero por razones evidentes, no era original de Heródoto, pues sabemos que estaba siendo difundida ya a mediados del siglo VI por el poeta lírico griego Estesícoro, de Himera, en la parte occidental de Sicilia. Y, después de Heródoto, fue nuevamente considerada apropiada por el gran dramaturgo ateniense Eurípides, que basó en ella su conservado melodrama Helena; pero para la mayoría de los antiguos, como para la mayoría de nosotros, Helena seguía siendo tranquilamente Helena de Troya.
La tercera mención de Heródoto nos lleva desde Egipto a Esparta y más exactamente al santuario de Helena en Terapne, que era el escenario de un cuento popular clásico, bellamente adaptado por Heródoto para su público del siglo V. Érase una vez, de hecho en algún momento de la segunda mitad del siglo VI, una acaudalada pareja espartana que tenía una hija, pero, ay, su querida pequeña era penosamente fea. Tan fea que la niñera de la familia —quizá una ilota— tuvo esta brillante idea:
Como era feísima, y sus padres, adinerados, estaban angustiados por aquella fealdad, la niñera tuvo la idea de llevarla cada día al santuario de Helena, un lugar llamado Terapne, encima del santuario de Apolo. Entraba con la niña, la dejaba frente a la estatua de Helena y rezaba a la diosa para que librase a la pequeña de sus defectos.3
Un día, una aparición —supuestamente la propia Helena—se dirigió a la niñera y acarició la cabeza de la pequeña, que a partir de entonces creció y llegó a ser la más bella de todas las chicas núbiles espartanas, un partido idóneo para un espartano importante. Por desgracia, sin embargo, este espartano tenía un buen amigo sin hijos que deseaba fervientemente que la esposa de su amigo fuera quien le diera su futura descendencia, a poder ser masculina. Encima, el amigo resultaba ser un rey de Esparta, para quien la producción de descendencia masculina legítima era una cuestión de Estado, no sólo del corazón. Movido por su gran deseo de procrear, este rey ya se había casado dos veces, no sólo una; ahora, obsesionado con la esposa de su amigo, remató la faena arrebatándosela con una mala pasada.
 2 Heródoto, II, 120 (véase caps. 113-120). 3 Heródoto, VI, 61.El resultado de la unión de Aristón —pues éste era el nombre del rey— con la belleza no identificada fue el rey Demarato, que volveremos a encontramos más adelante en circunstancias de presunta ilegitimidad y traición —irrumpe cada día en el tenso mundo de la realeza espartana—. (Véase más adelante su biografía, en el capítulo 2.) No obstante, antes de dejar a Helena vale la pena mencionar tres expresiones y consecuencias muy distintas de su leyenda. En primer lugar, ya en el siglo VII la sacerdotisa de Apolo en Delfos, el ombligo de la tierra, hizo una declaración profética en nombre de su amo y señor Apolo que, en traducción de los sacerdotes varones, incluía una referencia a las mujeres de Esparta, aclamándolas como las más hermosas de Grecia. Esto sólo pudo haber sido una reverencia a Helena de Esparta, cuya fama, gracias a Homero, se extendía por todo el expansivo mundo griego, si bien seguramente también supuso demasiada presión, como hemos visto, sobre las chicas espartanas y sus padres para estar a la altura de la impresionante reputación de Helena.
Más adelante, en el siglo VII, la más grande de las poetisas de la Grecia antigua, Safo, de la isla de Lesbos, colaboró más de una vez con la fama de Helena. Los versos de Safo pueden ser bastante convencionales, como adolescente o mujer joven hermosa y deseada: el pequeño fragmento dirigido a cierta
Cada vez que te miro me parece que ni siquiera Hermione [hija de Helena] es tu igual;
 no, mejor compararte con Helena,
 cuyo cabello era dorado.4
Pero Safo también podía ser profunda y perturbadora—mente poco convencional. En un poema que por fortuna sobrevivió en papiro durante siglos en las secas arenas de Oxirrinco, Egipto, y que fue descubierto hace sólo un siglo aproximadamente, escribe pasando por alto la normativa y los juicios de valor masculinos:
Unos dicen que la visión más bonita
 en esta tierra sombría es una tropa de jinetes,
 otros, un ejército de infantes y otros, una flota de barcos; pero yo digo que es lo que tú deseas:
... pues la mujer que superaba en mucho a las demás en belleza, Helena, dejó a su esposo, el mejor de los hombres, y zarpó lejos, a Troya; no dedicó un solo p ensamiento a su hija [Hermione] ni a sus queridos padres, y [Afrodita] la llevó por el mal camino...5
 4 Safo, fragmento 23. Véase también West, 1993.Así pues, Safo rechaza los valores militares masculinos y al mismo tiempo justifica que Helena busque el camino del Amor y el Deseo, pues es impulsada por una force majeure divina. Al esposo griego corriente no le habría hecho mucha gracia oír este mensaje.
La consecuencia final que quiero mencionar aquí es mucho más desenfadada, de hecho literalmente cómica. En 411, Aristófanes puso en escena dos comedias en los dos principales festivales anuales atenienses de teatro en honor de Dionisos. Una de las obras era Lisístrata, la primera comedia conocida que lleva por título el nombre de su heroína. Lisístrata, una mujer ateniense casada y honorable, es representada con respeto. Buscando poner fin a la guerra entre Atenas y Esparta y sus aliados, que con interrupciones duraba ya unos veinte años (el doble que la guerra de Troya), urde una conspiración internacional de mujeres griegas —mejor dicho, de esposas—: la idea clave es que su abandono de los deberes conyugales, una huelga de sexo, obligará a sus belicosos pero sexualmente hambrientos esposos a sentarse a negociar y firmar la paz (y así podrán volver a hacer el amor). La delegada hermana espartana en la convención es una Lampito —ostenta un buen nombre espartano, de hecho es el verdadero nombre de la esposa de un rey espartano muy reciente.
 Aquí Aristófanes presenta a Lampito (interpretada, desde luego, por un actor varón vestido de mujer):Bienvenida, Lampito, ¡mi querida amiga espartana! [dice Lisístrata] ¡Pero qué guapa estás! ¡Qué espléndido color de piel,
 y qué cuerpo más robusto! ¡Podrías estrangular a un toro!
 A lo que Lampito replica con claro dialecto espartano:Sí, en efecto, creo que podría, por los Dos Dioses; [Cástor y Pólux] en todo caso, hago gimnasia y saltando
 me toco las nalgas con los talones.
 Se incorpora a la diversión otra conspiradora ateniense:        
 ¡Vaya par de tetas más espléndidas que tienes!           
 Lampito finge que esto la ofende:           
 La verdad, haces que me sienta como una víctima expiatoria.6El público principalmente ateniense, entre carcajadas, difícilmente pasaba por alto la alusión al hecho de que, a diferencia de sus esposas y hermanas, las mujeres espartanas recibían una preparación formal en gimnasia y deportes, que realizaban total o al menos parcialmente desnudas. Quizá también mediante estos ejercicios, las espartanas, a diferencia de las atenienses, lograban mantener sus pechos en forma tras amamantar a sus bebés —a no ser que recurrieran regularmente a nodrizas ilotas.
 5 Safo, fragmento 16.
 6 Aristófanes, Lisístrata, versos 78-84.Lisístrata acaba también con una nota completamente espartana, primero un hombre solo y luego parejas cantando y bailando canciones típicas de Esparta (la palabra griega choros [coro] significaba originariamente «danza», antes de que acabara siendo «canto colectivo»). Observemos en especial la invocación final de Helena, «hija de Leda»:
Deja otra vez el encantador Taigeto
 y ven, musa laconiana, y alaba
 como es debido al dios de Amiclas [Apolo]
 y a la Atenea de la Casa de Latón y a los
 nobles hijos de Tindáreo [Cástor y Pólux]
 que juegan junto al Eurotas.
 ¡Ola! ¡Opa!
 Brinca un poco, loemos a Esparta,
 que se deleita con danzas en honor de los dioses y con el sonido de los pies,
 y donde, como potrancas, las solteras
 hacen cabriolas junto al Eurotas,
 levantando nubes de polvo,
 sacudiéndose el pelo,
 como el pelo de las bacantes que empuñan el tirso y bailan. Y son conducidas por la hija de Leda,
 la pura y bella directora del coro.7
En torno a 1200 a.C. fue quemada y destruida la mansión micénica de Terapne, y el número y la calidad de los asentamientos de la región en su conjunto descendió bruscamente, de modo que hacia 1000 podemos decir que Laconia estaba atravesando una época Oscura. En Esparta son vagamente visibles algunos rayos de luz en los siglos X y IX, por ejemplo en el santuario de Ortia, junto al Eurotas, que creció en importancia hasta desempeñar un papel crucial en la posterior Agoge (o sistema educativo) espartano. Sin embargo, habrá que esperar a finales del siglo VIII a que, desde el punto de vista arqueológico, la luz sea más brillante y se difunda de manera más uniforme. Para entonces, había sido construido un santuario dedicado a la diosa Atenea, patrona de la ciudad, en lo que pasaba por una acrópolis de Esparta; se trata de la Atenea que más adelante, en el siglo VI, adquiere la coletilla «de la Casa de Latón» utilizada por Aristófanes al final de su Lisístrata (véase más atrás). También había un importante santuario de Apolo en Amiclas, a escasos kilómetros al sur de Esparta, también citado en Lisístrata, y es ahí, más que en la propia Esparta, donde el mito, la religión y la política se fusionan para producir los primeros indicios de una historia política de los orígenes de la polis, o Estado, de Esparta.
Una polis griega no era sólo un espacio físico, aunque connotaba una unidad física que combinaba territorio rural con un centro administrativo. Tampoco era un Estado en el sentido moderno, que implicara la existencia de órganos centralizados de gobierno (ejecutivo, legislativo, judicial, fuerzas armadas) divorciados del pueblo y situados por encima y en contra del mismo en su conjunto. La polis era más bien un estado— ciudadano, un Estado en que «los espartanos» eran la ciudad, por así decirlo. En efecto, los espartanos, como veremos, quizá fueron en el conjunto de Grecia pioneros de un tipo concreto de ciudadanía participativa. Desde el punto de vista espacial y arquitectónico, por otro lado, iban rezagados con respecto al resto de Grecia, o en todo caso de las zonas más avanzadas del sur en los siglos VIII, VII y VI de referencia. Es muy notorio que nunca urbanizaron debidamente su lugar central: tal como Tucídides comentaba al principio de su Historia de la guerra espartano—ateniense, los espartanos conservaban una vieja forma de asentamiento basada en pueblos, cuyos restos, predijo con acierto, serían tan insustanciales e insignificantes que los futuros visitantes de esos lugares subestimarían en gran medida el poder que en realidad Esparta había sido capaz de ejercer. Con toda lógica, los espartanos no levantaron ninguna muralla importante, de hecho ninguna clase de muralla, en sus ciudades antes del siglo II a.C.
 7 Aristófanes, Lisístrata, versos 1.296-1.315.Una explicación de que no construyeran murallas era que los espartanos se sentían relativamente protegidos contra posibles incursiones hostiles desde el exterior o insurrecciones en el interior. Otra era que, a su entender, una muralla resultaba algo afeminado: se sentían orgullosos de contar, para su autodefensa, exclusivamente con la fuerza masculina de sus propios cuerpos, espléndidos militarmente hablando. Seguramente la razón más importante de todas, en todo caso la primera, era que la ciudad de Esparta comprendía, en el aspecto político, Amiclas además de los cuatro pueblos en los que se dividía ella misma (Pitana, Limnas, Mesoa y Cinosura), de modo que construir una muralla alrededor de Esparta habría supuesto excluir Amiclas. No se sabe cómo se llevó a cabo la fusión y la incorporación de Amiclas, ni tampoco por qué y cuándo exactamente. Baste con decir que, por un lado, la incorporación se produjo antes —de hecho, esto fue una condición para poder hacerlo—de que los espartanos se propusieran conquistar el resto de Laconia, hacia el sur, y Mesenia y hacia el oeste, a través de la cordillera del Taigeto. Por otro lado, la fusión nunca enterró ni eliminó totalmente la diferenciada identidad de los amicleos.
Como prueba de su estatus especial, el lugar de culto de Apolo—Jacinto de Amiclas fue adornado con una manifestación visual especialmente espléndida en el siglo VI, cuando los espartanos encargaron a un griego de Asia Menor, Baticles de Magnesia del Meandro, que diseñara y construyera un «trono» con múltiples imágenes, de piedra y materiales preciosos, para el culto del dios. El propio culto era el motivo de una de las principales festividades anuales del calendario religioso espartano, las Jacintias de tres días, a las que los soldados amicleos podían asistir gracias a una dispensa especial aunque estuvieran en campaña en el extranjero. Otro asunto de interés aquí es la combinación de la veneración de Apolo con la de Jacinto. Según el mito, Jacinto era un bello adolescente a quien Apolo amaba (también sexualmente), pero al que mató al lanzar un disco con mala fortuna. Por tanto, el culto conjunto simbolizaba y representaba las relaciones pederastas reales entre jóvenes guerreros espartanos adultos y adolescentes que seguían el ciclo educativo controlado por el Estado. De todos modos, el culto también era importante para las mujeres y muchachas espartanas, así que no puede reducirse a un asunto homoerótico, específica o característicamente masculino.
Quizás otra explicación de la importancia política «nacional» de la festividad de las Jacintias era que, en su origen, representaba la fusión de dos pueblos étnicamente distintos, los dorios procedentes del norte y los nativos aqueos preexistentes.
En cualquier caso, los espartanos históricos eran dorios en el sentido más estricto: hablaban un dialecto dórico del griego, tenían instituciones sociales y políticas basadas en las tres «tribus» dorias tradicionales (los hileos, los dimanes y los pánfilos), y adoraban al dios que, de todos los olímpicos, estaba más estrechamente relacionado con los pueblos dóricos, a saber, Apolo. De hecho, casi todas las festividades espartanas importantes se celebraban en honor de un Apolo u otro más que de Atenea, la patrona de la ciudad. La Carneia, consagrada a un Apolo representado con los atributos de un carnero, era una fiesta específicamente dórica que se celebraba en el monte Carneios, considerado sagrado por todos los dorios (aunque esto no impedía necesariamente a los espartanos y sus enemigos dorios de Argos jugar con la observancia supuestamente obligatoria e invariable de su sacrosantidad). Fue por su obligación primordial de celebrar la Carneia debidamente, afirmaban los espartanos, por lo que no pudieron enviar una leva completa a las Termópilas en 480.
La otra festividad apolínea importante de Esparta era la Gimnopedia, sobre la que se cuenta una interesante historia etimológica. Tradicionalmente, el nombre ha sido traducido como Festividad de los Jóvenes Desnudos, y el título derivaría de gymnos y paides, si bien la acción fundamental del festival incluía una competición entre tres coros de edad —Viejos con la edad militar superada, Guerreros en edad militar y Jóvenes por debajo de la edad militar—, no sólo la participación de estos últimos. Entonces, ¿por qué llamamos a la festividad con involucrados? Una etimología el nombre de uno solo de los principales grupos más convincente considera que gymnos no significa desnudo sino desarmado, y que paidai deriva de la palabra griega para baile (como se utiliza, por ejemplo, en el pasaje de Lisístrata de la p. 48). Así, en la Gimnopedia seguramente estamos hablando de una Festividad de Baile Sin Armas, organizado como tal quizás en el segundo cuarto del siglo VII.
A decir verdad, esto tenía una importancia y un significado especiales en lo relativo tanto a la cultura como al culto, pues los espartanos eran famosos por sus bailes en general, y por un baile militar concreto, el pírrico (así llamado en honor de Pinos, o Neoptólemo, hijo de Aquiles). Como por otra parte todos los dioses y diosas de Esparta estaban representados visualmente en sus ídolos llevando armas y armadura, una festividad de baile sin armas en honor de un Apolo armado adquiría una connotación muy particular. Esto quizá fue lo más cerca que estuvieron los espartanos de crear colectiva y comunitariamente alta cultura en el sentido ateniense. A los espartanos de alto rango les gustaba invitar especialmente a la Gimnopedia a sus amigos extranjeros distinguidos, a quienes llevaban al espectáculo de unos solteros espartanos de cierta edad en el que eran ritualmente maltratados por desobedecer la orden de casarse y procrear. Uno de los primeros poetas no espartanos comparaba a los espartanos con las cigarras porque siempre estaban dispuestos a hacer un coro (tanto para bailar como para cantar). La Gimnopedia, celebrada en la época más calurosa del año en el lugar más caluroso de Grecia por su altura sobre el nivel del mar (unos 200 metros), daba un efecto calisténico típicamente espartano a este gozoso tema.
En la antigua Grecia, la religión y la política eran inseparables, por lo que no sorprende que las leyes de Esparta se atribuyeran piadosamente a Apolo de Delfos; en un ensayo sobre la constitución y el estilo de vida espartanos escrito a principios del siglo IV, Jenofonte las denomina «oráculos transmitidos por Delfos». Naturalmente, invocar la sanción divina era una forma de garantizar su cumplimiento. Otra era inculcar a los jóvenes el habitual acatamiento de la ley mediante un riguroso régimen educativo y socio—psicológico. La figura supuestamente humana a la que se atribuye la idea tanto de las leyes como del sistema de refuerzo educativo fue el admirable y omniprovidente Licurgo.



  LICURGO
Plutarco, tras concebir su fabuloso proyecto biográfico de escribir y comparar las vidas de grandes griegos y romanos del pasado más o menos lejano, difícilmente podía no escribir una vida de Licurgo. De hecho, tuvo el detalle de emparejarlo con Numa, el famoso legislador de los primeros romanos. No obstante, como confesó en su prólogo al Licurgo, escribir una biografía de éste no fue fácil, pues todo lo afirmado por una fuente era desmentido por otra. Como Plutarco, el infatigable investigador, cita en esta biografía no menos de cincuenta escritores anteriores, entendemos muy bien su sensación de frustración inmensa. Un historiador moderno se habría dado por vencido en este punto, desde luego. Por tanto, sólo podemos estar agradecidos a Plutarco por ser un biógrafo histórico moralizador y no un historiador en el sentido estricto, pues su «biografía» contiene toda clase de información sobre la Esparta supuestamente reformada por Licurgo, que no aparece en otros lugares en absoluto o al menos no en la misma forma y con el mismo detalle. En cierto modo, paradójicamente, para lo qué menos sirve el libro es para intentar esbozar un posible perfil de la vida del hombre.
Si es que era realmente un hombre. Ya he señalado la posibilidad de que fuera una proyección cosificada de Apolo, bajo cuya garantía divina quedaban «sus» leyes. (En una transcripción estricta, el nombre, Lykourgos, se traduce más o menos como «lobo— trabajador», y «lobuno, voraz» era uno de los muchos epítetos de Apolo.) El hecho de que los propios espartanos no fueran claros sobre el estatus de Licurgo, pese a que la suya era una sociedad que dedicaba mucho esfuerzo a la rememoración, seguramente es una pista significativa de su falta de autenticidad.
Pongo dos ejemplos para ilustrar esta incertidumbre. El primero proviene del primer libro de las Historias de Heródoto, cuando éste sitúa la escena y presenta a Esparta y Atenas como las dos grandes potencias griegas que desempeñarán los papeles principales en las guerras greco-persas de principios del siglo V. Aquí hace constar una consulta al Oráculo de Delfos a cargo del distinguido Licurgo. Tan pronto hubo entrado en el santuario, fue aclamado como sigue:
Aquí a mi suntuoso santuario has venido, Licurgo, Querido por Zeus y todos los dioses que habitan el Olimpo. No sé si declararte humano o divino,
 Pero me inclino a creer, Licurgo, que eres un dios.8
Esta historia herodoteana se ajusta a un patrón de cuento popular muy conocido, tras el cual deberíamos ver, de modo más prosaico, una consulta del Estado espartano sobre cómo tenía que ser adorado Licurgo —es decir, con honores heroicos (semidivinos) o divinos—. Precisamente el hecho de que los espartanos desearan la aclaración y la autorización délfica con respecto al estatus de Licurgo, que el Oráculo vacilaba en proporcionar, indica que el recuerdo público de él ya se había vuelto sospechosamente borroso.
Sabemos que los espartanos eran muy propensos a considerar héroes a sus muertos. Por ejemplo, un relieve en piedra del siglo VI que representa una figura heroica lleva inscrita una sola palabra: «Chilón». Es el nombre de un personaje espartano tan famoso que tuvo un sitio en algunas versiones de la lista de los Siete Sabios de Grecia, todos figuras del siglo VI, todos políticos prácticos. Chilón fue considerado héroe en una acción ad hominem, única, pero todos los reyes espartanos adquirían la condición de héroe a su muerte y a partir de entonces recibían honores heroicos ex officio. Así pues, al menos podemos estar seguros de que Licurgo no fue rey y rechazar la creencia de Plutarco de que había reinado durante ocho meses. Una nueva indicación de que probablemente es un personaje inventado es que, pese al deseo de las fuentes de presentarlo como rey o al menos miembro de una de las dos casas reales, no se deciden por cuál, de tal modo que oscila inquieto entre el árbol genealógico de los agíadas y el de los euripóntidas
La Vida de Plutarco contiene otros fragmentos interesantes supuestamente biográficos. Se cree que Licurgo viajó a Creta y Asia para recoger información comparativa sobre reformas sociales y constitucionales. Tras llevar a cabo su radical reforma agraria, al parecer comentó que el conjunto de Laconia parecía una gran finca heredada que había sido dividida equitativa y armoniosamente entre muchos hermanos. Según se dice, en una pelea callejera le sacaron un ojo. Se cree que estaba especialmente dotado para la labia espartana, y, por ello, era la fuente de un abundante caudal de animadas réplicas: por ejemplo, cuando un demócrata no espartano le instaba a convertir Esparta en una democracia, él probablemente contestaba diciendo: «Primero convierte en una democracia tu propia casa». Como nota simpática, se sostiene que dedicó una pequeña estatua a la Risa, para simbolizar la necesidad de endulzar la austeridad de la vida cuartelera. Finalmente, en cuanto se adoptaron sus leyes y se vio que funcionaban, se cree que abandonó Esparta para siempre: hizo una última visita a Delfos para consultar al Oráculo sobre el futuro éxito de sus reformas y luego se murió de hambre. Ay, todos estos detalles conmovedores son, como mucho, ben trovato. Por tanto, mejor para nosotros aplicar un poco de austeridad espartana y suspender la creencia indefinidamente.
Políticamente hablando, la esencia y el centro de atención del paquete global de reformas de Licurgo se concentran en lo que parece realmente un genuino documento arcaico conocido como la Gran Retra (para distinguirlo de un cierto número de pequeñas rhêtrai atribuidas asimismo a Licurgo). Una rhêtra significa cualquier clase de dicho o dictamen —desde un acuerdo o contrato hasta una ley, pasando por un oráculo—. Plutarco, que mantiene viva la Gran Retra, seguramente creía que era una declaración délfica que fue promulgada, o sea, tanto un oráculo como una ley. El hecho de que estuviera escrita en prosa, no en versos hexámetros, no le impidió creer en su autenticidad, como tampoco debería impedir la nuestra. A la inversa, la aparición de expresiones claramente poéticas debería confirmar su idea de que originariamente era un oráculo, pero ¿cuándo fue transmitido, a quién y bajo qué circunstancias?
 8 Heródoto, I, 65.Heródoto determina la antigüedad de Licurgo con poca precisión: antes del reinado conjunto de León y Agasicles, es decir, dentro de la primera mitad del siglo VI. Al relacionarlo con el juramento de la tregua olímpica original, Aristóteles llegó a situarlo en lo que para nosotros es 776 a.C. Sin embargo, Tirteo, el poeta marcial espartano de mediados del siglo VII, no lo menciona en absoluto —un silencio muy revelador, sobre todo cuando muestra un buen conocimiento de lo que Plutarco denomina la Gran Retra—. Tirteo también menciona una consulta oficial crucial en Delfos, aunque naturalmente el consultante no es Licurgo sino los dos reyes conjuntos Teopompo (que condujo a Esparta a la victoria sobre los mesenios alrededor de 710) y Polidoro, que reinaron juntos durante la primera parte del siglo VII a.C. Sea o no literalmente cierto lo que dice Tirteo, éste es más o menos el momento histórico en que se llevó a la práctica cualquier paquete de reformas atribuido a Licurgo.
Con agudeza, Plutarco señala la reforma de Licurgo relativa a la Gerusía, o senado espartano, como la primera y más importante innovación política, y en relación con esto cita la Gran Retra:
Tras establecer un culto a Zeus Silanio y Atenea Silania, tras haber estado «tribuyendo a tribus y fraternizando fratrías» y tras haber establecido una Gerusía de treinta miembros intuidos los reyes [llamados aquí poéticamente archagetai o «jefes—fundadores»], una temporada tras otra celebran Apellai [festividades de Apolo], entre Babica y Cnaquión; la Gerusía tanto presenta propuestas como se mantiene al margen; el damos tiene poder para «emitir un veredicto decisivo» [ésta es la glosa de Plutarco sobre una expresión muy embrollada en dialecto dórico en el original]; pero si el damos habla de forma sinuosa y se anda por las ramas, la Gerusía y los reyes han de retirar la propuesta.9
Para empezar, lo más perceptible, por comparación y contraste con el poema de Tirteo, es el estatus relativo de los reyes. En Tirteo ocupan el lugar más destacado: lo que cabría esperar en una sociedad tradicional que ha decidido conservar una monarquía hereditaria —o mejor, una monarquía hereditaria dual—. En la Gran Retra, sin embargo, los reyes son degradados y condenados a ser simples miembros de la Gerusía y no obstante, por otro lado, garantizan la perpetuidad de estatus e influencia al estar incluidos en el organismo de gobierno más poderoso del Estado, el número de cuyos miembros queda ahora fijado en treinta probablemente por primera vez. Entre los otros veintiocho miembros, que debían de tener al menos sesenta años, se contaban siempre algunos parientes de los dos reyes y de hecho el grupo seguramente quedaba limitado a aristócratas, que eran escogidos en lo que para Aristóteles era una parodia de elecciones libres y justas, y conservaban el cargo de por vida.
 9 Plutarco, Vida de Licurgo, cap. 6. Véase también Talbert, ed., 1988.         
 Tal como lo expresó el poeta lírico tebano Píndaro a principios del siglo y (en un pasaje citado por Plutarco):       
 Los consejos de ancianos Allí son preeminentes...10En la práctica, esto parece haber tenido un significado doble. Primero, la Gerusía tenía el poder de la probouleusis, o deliberación previa, de modo que todas las medidas sobre las que había que decidir ante la Asamblea espartana, denominada damos o Pueblo en la Gran Retra, se discutían primero en la Gerusía. Segundo, funcionaba como Tribunal Supremo de Esparta, que era capaz de juzgar incluso a los reyes y actuaba como máxima autoridad sobre lo que era o no era legal. El poder de la Gerusía era tan grande que, como parece decir la cláusula final de la Gran Retra, podía incluso invalidar una decisión del damos o Asamblea si no le gustaba la forma en que estaba expresada o cómo se había llegado a la misma.
¿Qué era este damos o Asamblea? En la época clásica constaba de ciudadanos guerreros espartanos adultos, los legítimamente espartanos de nacimiento que habían pasado por la educación estatal obligatoria, que habían sido seleccionados para formar parte de una «mesa común» militar, y que eran económicamente capaces de hacer sus aportaciones mínimas de productos alimenticios a dicha mesa y no habían sido culpables de ningún acto de cobardía ni de ninguna fechoría ni ningún delito público inhabilitarte. Es sumamente improbable que una asamblea de guerreros como ésta hubiera nacido, o estado en buena situación para recibir siquiera los limitados derechos y privilegios concedidos según las condiciones de la Gran Retra, antes de que Esparta hubiera creado una falange exitosa de soldados de infantería fuertemente armados. Esto no habría sucedido antes de aproximadamente 675 como mínimo, y aún más tarde si tenemos en cuenta la derrota de Esparta contra Argos en Hysias, en la zona fronteriza de Tireatis, en 669 a.C. según la tradición, que fue seguida de una importante revuelta de los recién conquistados mesenios. Por tanto, una fecha del segundo cuarto del siglo VII parece la más probable para esa innovación, y puede que otro pasaje de poesía extranjera citado por Plutarco en el Licurgo se refiera específicamente a la satisfactoria finalización de las reformas políticas, combinada con el éxito militar de los ciudadanos hoplitas:
Las puntas de lanza de los jóvenes florecen allí... junto con la Musa de sonido claro
 y la justicia en las anchas calles.11
El autor de estos versos, Terpandro de Lesbos, destacó aproximadamente en aquella época y pudo muy bien haber visitado Esparta, quizá con motivo de la creación de un concurso de poesía y música en la festividad de la Carneia.
 10 Píndaro, fragmento lírico, citado en Plutarco, Vida de Licurgo, cap. 21. 11 Terpandro, fragmento lírico, citado en Plutarco, Vida de Licurgo, cap. 21.Los combates hoplíticos eran especialmente feroces y exigían una especie de guerra cuerpo a cuerpo, cara a cara, verdaderamente espeluznante a menos que los soldados se hubieran preparado física y mentalmente según el riguroso estilo espartano. Por lo general, una falange formaba ocho filas en fondo, estando la anchura determinada por el número de hileras; un ejército hoplita grande de 5.000 hombres, como el que los espartanos presentaron en la batalla de Platea en 479, tendría más de 600 hileras. Los hoplitas pudieron haber tomado su nombre de la pieza fundamental de su equipo, el escudo de dos asas que llevaban en una posición inalterablemente fija en el brazo izquierdo, de modo que la cobertura de su lado desprotegido dependía de su vecino a la derecha en la falange. La palabra griega hopla, que desde luego incluía el escudo, se usaba para referirse a las armas y la armadura conjuntamente. Una panoplia era un equipo completo de hoplita, que constaba de un gran casco de bronce construido a partir de una sola lámina de metal, que ofrecía buena protección para la cabeza pero volvía al hoplita prácticamente sordo; un peto de bronce o (más adelante) de cuero o tela; un escudo grande y redondo básicamente de madera, recubierto todo de bronce en el caso de los espartanos; protecciones abdominales y grebas de bronce, y posiblemente también protecciones de bronce para brazos y tobillos; una larga lanza de ataque hecha de madera de cornejo y rematada en ambos extremos con una cabeza y una punta de hierro; y para los espartanos una espada de hierro de refuerzo, inusitadamente corta, más parecida a una daga. Dos elementos más del uniforme son típicamente espartanos: el cabello largo y una capa de color rojo intenso (tan importante que acompañaba al hoplita espartano tanto en la vida como en la muerte). La eficacia en la acción dependía no sólo del mero número de combatientes sino de la coordinación estrecha,. La disciplina rígida y la moral alta. Los espartanos aseguraban esto mediante una instrucción constante, que eran capaces de asumir, pues podían permitirse mantener el único ejército profesional de toda Grecia.
La calidad de la valentía exigida por la guerra hoplítica se denominaba andreia en griego, literalmente virilidad u hombría. A las mujeres, incluso las espartanas, no se les permitía ir a la guerra, aunque a las chicas espartanas, a diferencia de las del resto de Grecia, se las educaba y socializaba formalmente, como veremos más adelante (capítulo 5), con el fin de convertirlas en compañeras adecuadas para los hombres y en madres adecuadas de futuros guerreros espartanos. La formación de verdaderos hombres espartanos empezaba ya en serio al nacer, cuando no era el padre, como sería normal en otras partes, sino los ancianos del grupo tribal del niño quienes decidían si debía ser criado o no. Durante sus primeros siete años, un niño espartano era criado en casa, como cualquier otro niño griego, pero tras el séptimo aniversario se le sacaba del entorno familiar, para siempre, y se lo incorporaba al sistema educativo comunitario y obligatorio conocido como Agoge, o Cría/Educación. Entre los siete y los dieciocho años, los niños y los jóvenes estaban organizados en «manadas» y «rebaños», bajo la supervisión de espartanos adultos jóvenes. Se les alentaba a romper los vínculos exclusivos con sus familias y a considerar que todos los espartanos de la edad de su padre eran in loco parentis.
Un ejemplo particularmente llamativo de esta paternidad desplazada o vicaria era la institución de la pederastia ritualizada. A partir de los doce años, se esperaba que cada adolescente aceptara a un guerrero adulto joven como amante —el término espartano técnico para el compañero activo de más edad era «inspirador», mientras que el joven recibía el nombre de «oidor»—. Seguramente, la relación era sexual por lo general, pero el sexo no era siempre el principal objetivo. La dimensión pedagógica se pone claramente de manifiesto en el relato de un joven espartano que cometió el error de gritar de dolor durante uno de los combates despiadadamente duros que salpicaban el desarrollo de la Agoge. Pero no fue el joven quien fue sancionado por esta infracción del código espartano de silencio autodisciplinado: el castigo cayó sobre el amante mayor del chico por no haberle educado como es debido. La Agoge duraba hasta los dieciocho años, cuando tenía lugar un proceso de selección para escoger a los destinados a los puestos superiores de una vida espartana adulta —miembros de la guardia real de élite, máximos cargos militares, a la larga elegidos para la Gerusía—. Estos espartanos selectos formaban lo que se conocía como la Cripteia, o Ejecutivo de Operaciones Especiales. Su tarea consistía en controlar a los ilotas amén de demostrar su buena disposición para las responsabilidades de la madurez guerrera.
Su selección, como la gestión de la Agoge en su conjunto, estaba probablemente en manos del paidonomos, literalmente el chico-rebaño, que era nombrado por los éforos («supervisores»): este consejo de cinco miembros elegía anualmente dirigentes que representaban el principal poder ejecutivo en el Estado espartano, junto a los dos reyes y de hecho a veces por encima de ellos. No obstante, los orígenes del cargo no están claros. Una tradición atribuía su creación al mismo rey Teopompo que conquistó Mesenia a finales del siglo VIII, pero su ausencia de la Gran Retra podría considerarse sorprendente —a no ser que fuera sólo después de la aprobación de la Gran Retra cuando adquirieron el conjunto de poderes que ejercieron en la época clásica—. En la época de Jenofonte había cada mes un intercambio de juramentos entre los éforos y los reyes: estos últimos juraban respetar y cumplir las leyes, y los primeros juraban respaldar a los reyes pero sólo a condición de que ellos respetaran y cumplieran realmente les leyes. Esto demostraba a todas luces hasta qué punto los éforos habían llegado a ejercer un control sobre reyes quizás excesivamente carismáticos y poderosos. También lo demostraba el hecho de que, siempre que un rey ejercía su prerrogativa hereditaria de dirigir en el extranjero un ejército espartano o aliado, iba acompañado de dos de los cinco éforos, que a su regreso informaban de la conducta del rey y, si era preciso, iniciaban procedimientos legales contra él.
Después de la Agoge, el requerido apuntalamiento social del estilo militar de vida lo proporcionaba el sistema de mesas comunes (pheiditia, sussitia), también conocidas como tiendas comunes (suskania). La elección para las mismas tenía lugar cuando los candidatos tenían en torno a veinte años, y era competitiva: un simple voto negativo bastaba para rechazar a un candidato. Naturalmente, algunas mesas eran más exclusivas y deseables que otras, sobre todo la mesa real, en la que ambos reyes cenaban con sus asistentes elegidos cuando se hallaban en Esparta. No conseguir la elección a ninguna mesa común equivalía a la exclusión del conjunto de ciudadanos espartanos y, quizá, también del ejército.
La principal comida del día se tomaba por la noche. Cuando los comensales entraban o salían del comedor estaban prohibidas las antorchas encendidas, al parecer para acostumbrar a los soldados a los movimientos sigilosos de noche (algo en lo que los ejércitos espartanos eran especialmente hábiles). La asistencia a estas comidas diarias de la mesa común era tan importante que se aceptaban sólo y exclusivamente dos razones para estar ausente: tener que llevar a cabo un sacrificio religioso o formar parte de una expedición de caza. En Esparta, la caza tenía una enorme importancia simbólica: era un ritual de hombría que enfrentaba a un hombre contra el temible jabalí, pero también tenía una considerable utilidad práctica, pues no sólo desarrollaba destrezas militares secundarias sino que también complementaba con piezas de varias clases las raciones típicamente frugales de las cenas. Estas raciones no eran, como en el sistema cretense de cenas públicas, repartidas desde un almacén central, sino que dependían de las aportaciones individuales de sus miembros. De hecho, la ciudadanía de un hombre dependía de su capacidad para mantener su condición de miembro de la mesa común, una vez escogido, contribuyendo con un mínimo fijado de productos naturales. (Véase el apéndice.)
Estos alimentos —sobre todo cereales, aceite de oliva y vino— eran producidos principalmente por ilotas que trabajaban en parcelas de los espartanos denominadas klaroi. En realidad, los ilotas eran el fundamento no sólo del sistema de mesas comunes sino de todo el edificio político, militar, social y económico de los espartanos. Seguramente muchos de ellos ya existían en Laconia, sobre todo en la llanura de Helos del valle del Eurotas, a mediados del siglo VIII o poco después. De lo contrario, resulta difícil explicar por qué los espartanos trataron de satisfacer sus ansias de nueva tierra y mano de obra esclava buscando primero ilotas y klaroi por la alta cordillera del Taigeto hacia el oeste. Desde luego se atribuyó a Licurgo la distribución de tierra en Laconia y Mesenia, que dio como resultado 9.000 parcelas y en teoría 9.000 ciudadanos espartanos en total, aunque en realidad una medida tan drástica como la redistribución de la tierra sería impuesta sobre la élite espartana sólo a causa del levantamiento de los ilotas mesenios en el segundo cuarto del siglo VII. Fue durante esta segunda guerra mesenia cuando Tirteo escribió las exhortaciones marciales en verso, consideradas adecuadamente inspiradoras. Hacia 650, con la revuelta ilota en Mesenia casi sofocada, los espartanos se encontraron en la vanguardia de la prosperidad y el éxito griegos, propietarios del mayor territorio de ciudades—estado del conjunto del mundo griego (unos 8.000 kilómetros cuadrados) y una mano de obra servil para trabajar las partes más fértiles del mismo, los valles del Eurotas y del Pamisos.
El nombre «ilotas» significa «cautivos», y los ilotas fueron sometidos y explotados por los espartanos como equivalentes de los cautivos de guerra. Al ocupar su cargo en otoño, cada nuevo consejo anual de éforos hacía pública una proclama a todos los espartanos para que «se afeitaran el bigote y obedecieran la ley». En una ocasión, la siguiente proclama pública fue una declaración de guerra a los ilotas. Ésta fue ideada para aplicar a estos últimos la ley marcial y absolver de antemano a cualquier espartano de la culpa de derramamiento de sangre si considerase necesario o deseable matar a un ilota (como hacían a menudo deliberadamente los miembros de la Cripteia). De todos modos, como mano de obra, los ilotas no constituían un caso único en el mundo griego: los penestas de Tesalia, por ejemplo, eran un grupo étnico griego similar que fue esclavizado en masa al servicio de sus amos griegos libres. Sin embargo, los ilotas fueron el grupo más polémico, ante todo porque eran griegos y compartían la cultura y la lengua de sus amos, en marcado contraste con los típicos esclavos de Grecia, que eran extranjeros importados o «bárbaros». Además, los ilotas no sólo consiguieron rebelarse más de una vez —mientras que los que eran propiedad individual jamás lo hicieron—, sino que al final, en 370—369, los ilotas mesenios se sublevaron para lograr la libertad personal y la libertad política total.
Además de los espartanos y los ilotas, o más bien entre ambos, dentro de las fronteras del Estado espartano había un tercer grupo de población. Sus miembros recibían el nombre de periecos, «los que viven por ahí» o «los que viven ahí fuera», pues ocupaban las laderas y zonas costeras menos fértiles de Laconia y Mesenia, por lo que habitaban cerca de los ilotas, contra los cuales ayudaron a los espartanos actuando como sistema de alerta y primera línea de defensa. Se decía que había unas cien comunidades periecas, cada una de ellas dignificada con la etiqueta de polis, aunque la realidad estaba más cerca de ochenta ciudades y pueblos; además, una polis perieca tenía reconocidos sólo derechos políticos locales, ni voz ni voto en la elaboración de la política en la misma Esparta. Así pues, los periecos eran formalmente individuos libres de los espartanos, a disposición de éstos sobre todo para fines económicos y militares.
Antes de la catástrofe de 370-369, sabemos que los periecos se rebelaron contra Esparta sólo una vez, durante la llamada tercera guerra mesenia, la revuelta ilota principalmente mesenia desencadenada por un terremoto enormemente destructivo que sufrió Esparta alrededor de 464. Aparte de eso, su principal, y creciente, valor para Esparta fue la provisión de un suministro regular de hoplitas, al principio como refuerzo en sus propios contingentes separados, pero después de 464 ya incorporados a los mismos regimientos de los hoplitas espartanos. Cuando luchaban así, los periecos eran llamados «lacedemonios» igual que los espartanos, razón por la que seguramente llevaban la letra lambda (una «V» invertida) estampada en sus escudos igual que aquéllos.
Como que, en cualquier caso, en la época clásica los espartanos tenían prohibido legalmente trabajar o realizar cualquier actividad comercial —de hecho cualquier actividad económicamente productiva salvo la guerra—, los periecos llenaron ese vacío como comerciantes y artesanos, gracias especialmente a su ubicación a lo largo de las costas de Laconia y Mesenia (su ciudad de Giteo, en Laconia, era el principal astillero naval y puerto de Esparta) y a su acceso a algunos de los más ricos depósitos de mineral de hierro en la Grecia continental, en Boeas, península de Malea. Fueron ellos, o sus esclavos, quienes probablemente extrajeron la piedra caliza adecuada, azulada, que se utilizó para hacer casas y estatuas en Esparta y alrededores. Obtuvieron asimismo la arcilla que se convirtió en la fina cerámica pintada que, en el siglo VI, alcanzó una sorprendentemente amplia difusión por todo el Mediterráneo, llegando hasta el mar Negro. Y fueron también ellos quienes crearon y exportaron la serie de estatuillas de bronce de extraordinaria calidad que empezaron siendo caballos a finales del siglo VIII y pasaron a ser hoplitas y atletas en el vi. Desde luego fueron ellos también quienes, finalmente, trabajaron como armeros y fabricantes de armas, la infraestructura esencial de la máquina militar espartana.

Es fácil olvidar a los periecos al escribir una historia de los espartanos, sobre todo porque a veces podrían ser denominados con el mismo nombre étnico—político, pero esta historia de los espartanos intentará por todos los medios no cometer este grave error.


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