sábado, 23 de diciembre de 2017

Billow Richard.-Maraton:INTRODUCCIÓN

LA LEYENDA DE MARATÓN

 

  Hace dos mil quinientos años, a principios de agosto del año 490 a.C., un ejército diminuto de unos 10.000 guerreros griegos fuertemente blindados —todos ellos atenienses a excepción de unos 600— se encontraba acampado al pie de las colinas meridionales que dominaban la amplia bahía y la llanura costera de Maratón al noreste del Ática. Los atenienses, y sus alrededor de 600 aliados plateos, estaban allí para defender su patria del Ática contra una fuerza invasora persa. Desde su campamento alrededor de un santuario del héroe Heracles, protegían del avance persa las carreteras que unían Maratón con Atenas, y dominaban el campamento persa que se encontraba a un nivel algo inferior en la parte septentrional de la llanura costera.

  Entre los dos campamentos se extendía una amplia marisma, que convertía la ruta de uno a otro en una senda estrecha y difícil, y que evitaba cualquier ataque repentino o por sorpresa. Los dos ejércitos acampados de esa forma, se estuvieron vigilando durante una semana. Los persas superaban en número a los atenienses posiblemente hasta por tres a uno, o incluso más, haciendo que los atenienses fueran reticentes a salir de su segura posición defensiva para presentar batalla. Por su parte, los persas no querían intentar un ataque cuesta arriba contra la fuerte posición ateniense, teniendo especialmente en cuenta la extraordinaria armadura defensiva de los griegos. Sin embargo, la larga espera de las dos partes saltó en pedazos. Al final de la semana de espera, los atenienses bajaron hasta la llanura para presentar batalla, y la batalla que se libró en Maratón entre los atenienses y los persas se iba a convertir en materia de leyenda, no sólo para los antiguos atenienses y otros griegos, sino hasta los tiempos modernos.

  En el siglo XIX la batalla de Maratón estaba considerada el punto de inflexión de la historia griega y occidental. El filósofo británico John Stuart Mili llegó hasta el punto de considerar que «la batalla de Maratón, incluso como acontecimiento de la historia inglesa, es más importante que la batalla de Hastings». En la actualidad la misma noción de «batalla decisiva» no es demasiado aceptada por muchos historiadores, y la idea que subyace en la afirmación de Mili, que la Grecia clásica fue la cuna de la civilización occidental, y que, en consecuencia, este acontecimiento crucial en la historia griega pudo haber afectado a toda la historia occidental, ha recibido la crítica de algunos historiadores. Por ello, considerar en estos momentos la batalla de Maratón como el verdadero punto de inflexión en la historia de la Grecia clásica y como un acontecimiento crucial para toda la historia occidental que la siguió, es en la actualidad un tema muy controvertido, aunque hace cincuenta o cien años la mayor parte de las personas habrían considerado semejantes afirmaciones como verdades incuestionables. Aquí, en este libro, argumentaré que —aunque como norma la historia se construye a partir de tendencias y desarrollos a largo plazo— de hecho es posible que ciertos acontecimientos y decisiones, en ocasiones excepcionales, tengan un impacto enorme, de largo alcance e incluso decisivo; y que la batalla de Maratón fue uno de esos acontecimientos excepcionales. Demostraré que el combate librado por esos poco más de 9.000 atenienses y sus alrededor de 600 aliados plateos en agosto de 490 a.C. hicieron posible la cultura griega clásica de los siglos V y IV, porque una victoria persa en esta campaña y en esta batalla habría conducido a una Grecia y a una cultura griega muy diferentes. Y debemos tener en mente que una victoria persa no sólo era posible sino que, según casi todos los cálculos, era lo más probable.

  Muchos historiadores señalan que Maratón no terminó con la amenaza persa sobre la libertad griega; que de hecho los persas invadieron de nuevo Grecia con una fuerza mucho mayor en 480. Entonces, ¿cómo pudo ser Maratón la batalla decisiva que se pretende que es? Dicho de forma sencilla, si los persas hubieran ganado la batalla y conquistado Atenas —lo que la mayor parte de los observadores y de los cálculos esperaban que hicieran—, la democracia ateniense hubiera muerto en su infancia, un experimento fallido después de poco más o menos quince años. Los atenienses habrían sido deportados a Irán, para ser juzgados por el rey Darío, como les ocurrió a los milesios en 494 y a los eretrios en 490; no habría existido una flota ateniense de 200 barcos de guerra para enfrentarse y derrotar al poder naval persa, como ocurrió en 480; el teatro trágico y cómico, la filosofía y la retórica, la historiografía y la teoría política que fueron características de la cultura democrática ateniense de los siglos V y IV no habrían visto la luz; y desde una base (Atenas) en el corazón de la Grecia central, una conquista completa de Grecia por parte persa habría sido el resultado aplastantemente plausible, de manera que incluso en el resto de Grecia la cultura clásica griega tal como la conocemos hoy no habría llegado a nacer. Todo esto, que será argumentado en extenso en los siguientes capítulos de este libro, significa que la historia y la cultura de la Grecia clásica se encontraban realmente en el fiel de la balanza en ese día de agosto en la llanura de Maratón, y que el choque de esos dos ejércitos en ese día fue de verdad una de esas raras bifurcaciones en el camino de la historia, cuando las acciones de un número relativamente pequeño de personas en un día determinado sacaron la historia posterior de una senda determinada y la colocaron en otra.

  Todo esto aboga por la importancia de Maratón para la historia clásica griega, pero ¿qué ocurre con la pretensión de que Maratón fue el punto de inflexión en la historia occidental en un sentido más general, porque la cultura de la Grecia clásica fue la «cuna de la civilización occidental»? Algunos historiadores contemporáneos, influidos por el escepticismo y el minimalismo que parece un producto del pensamiento desconstruccionista francés, rechazan la idea de la Grecia clásica como cuna de la civilización occidental. A mí me parece que, sencillamente, están equivocados con los hechos; equivocados no tanto sobre la Grecia clásica, como sobre el desarrollo moderno de la cultura occidental. Aunque a pocos intelectuales contemporáneos les guste el pensamiento y la cultura del Renacimiento y la Ilustración europeos, ellos y nosotros somos los descendientes intelectuales —y en este sentido también del siglo XIX— de escritores, artistas y pensadores del Renacimiento y de la Ilustración que conscientemente buscaron en la Grecia clásica —ya fuera directamente o a través de los discípulos e imitadores romanos de los griegos— sus modelos e inspiración, convirtiendo a Eurípides, Tucídides, Fidias, Platón, Aristóteles, Demóstenes y otros muchos en algo que de otra forma no habrían sido: nuestros antepasados intelectuales y culturales. Nos guste o no, la moderna cultura y civilización occidentales se han visto profundamente influenciadas por los modelos e ideas de la

  Grecia clásica, y por ello la civilización griega clásica fue realmente, en un sentido muy importante, la «cuna» de la moderna civilización occidental. No porque intrínsecamente estuviera destinada a serlo, sino porque las elecciones de los líderes culturales europeos entre los siglos XVI y XIX la convirtieron en ello.

  Como una victoria persa en Maratón hubiera convertido la democracia ateniense en un experimento fallido, el drama ateniense no habría llegado a nacer, no habría ofrecido ninguna función o razón para que Herodoto y Tucídides escribieran sus grandes historias, no habría ofrecido ningún contexto para que Platón y Aristóteles filosofaran, o para que Demóstenes desarrollara la oratoria, de manera que una victoria persa habría abortado una cultura clásica griega en la que nuestros ancestros intelectuales encontraron su fuente de inspiración, al menos en la forma en la que la conocemos en la actualidad. En consecuencia, una victoria persa habría conducido inevitablemente a una moderna cultura occidental fundamentalmente diferente. Diferente en qué sentido, exactamente, no lo podemos decir. Algunos podrán decir que la moderna cultura occidental podría haber sido mejor: si a uno no le gustan las ideas y la influencia de hombres como Tucídides, Platón, Aristóteles y los modernos que sacaron de ellos su inspiración, se puede argumentar que podría haber sido mejor que hubieran ganado los persas. Sin embargo, el tema es que la diferencia habría sido muy grande, no sólo para los griegos del siglo V a.C., sino incluso para los europeos y americanos del siglo XXI, si el resultado de la batalla de Maratón hubiera sido diferente. Por eso esta batalla realmente se puede y se debe ver como un acontecimiento decisivo en la historia occidental en sentido amplio. Mili pudo exagerar en su afirmación sobre Maratón y la historia británica; pero creo que la batalla de Maratón fue verdaderamente un punto de inflexión en la historia de lo que consideramos como la «civilización occidental». La lección de esta batalla es que en cierto nivel nada trivial, los humanos se pueden hacer cargo e influir en sus destinos: si 10.000 hombres no hubieran actuado como lo hicieron en la llanura de Maratón, la historia que conocemos no habría llegado a ocurrir.

  En consecuencia, Maratón se convirtió en una batalla legendaria tanto en la Antigüedad como en la época moderna, pero de formas muy diferentes. La noción de la batalla de Maratón como un «punto de inflexión» decisivo en la historia griega y «occidental» es moderna. La batalla tuvo un significado bastante diferente para los antiguos, de manera que quizá sería más correcto referirnos a las «leyendas» de Maratón: Maratón fue una batalla legendaria para los antiguos atenienses, y después de ellos para los griegos y para el mundo antiguo en general, como la expresión última de la excelencia ateniense. La visión de Maratón como un punto de inflexión en la historia de Occidente fue una idea que se originó en la atmósfera filohelénica del romanticismo de la Europa del siglo XIX. En Inglaterra, ese filohelenismo romántico fue estimulado sobre todo por la decoración escultórica del Partenón que fue llevada a Inglaterra en 1806 y expuesta en Londres —los llamados Mármoles de Elgin— y por el levantamiento griego contra el gobierno turco otomano en 1821. La muerte del poeta Lord Byron, que estaba apoyando a los griegos en su levantamiento, sirvió para fortalecer aún más el romanticismo de la historia. Entre 1846 y 1856 el interés en la Grecia antigua fue estimulado por la publicación de la monumental History of Greece en doce volúmenes de George Grote. La batalla de Maratón era extensamente analizada en el volumen 4 de dicha historia, publicado en 1848. Tres años más tarde, otra obra histórica, que se convirtió inmediatamente en un clásico, estimuló un interés apasionado en la batalla de Maratón por sí misma, y extendió la idea de que esta batalla fue un momento decisivo en la historia occidental: The Fifteen Decisive Battles of the World de Edward Creasy.

  Pero existe aún un tercer elemento que se añade a la leyenda de Maratón: la carrera de 40 kilómetros después de la batalla, a la que se refieren las personas en la actualidad cuando utilizan la palabra «maratón». Esta leyenda entró a formar parte de la cultura occidental con la fundación de los Juegos Olímpicos modernos en 1896 por parte del barón Pierre de Coubertin. Cada uno de estos elementos de la leyenda de Maratón merece un análisis pormenorizado.

 

  LA LEYENDA ATENIENSE DE MARATÓN

  Sólo unas pocas décadas después de la gran batalla, para los antiguos atenienses Maratón se presenta como el acontecimiento más glorioso de su historia. En su biografía de Temístocles, Plutarco nos explica que ya en la década de 480 este gran general ateniense estuvo despierto toda una noche pensando en la gloria de Milcíades y en su impaciente ambición por emularle: Milcíades fue el general que dirigió a los atenienses en Maratón. Si eso fue verdad, la batalla de Salamina en 480 —en la que la flota ateniense, dirigida por Temístocles, derrotó a la flota persa— cumplió sobradamente el deseo de Temístocles, y en la historia ateniense posterior Maratón y Salamina fueron citadas con frecuencia juntas como los logros supremos de las habilidades marciales atenienses. En algunas ocasiones, desde luego, Salamina se nombraba sola o se le daba mayor importancia porque la invasión persa dirigida por Jerjes fue mucho mayor y representó una amenaza mucho más grandes, de manera que su derrota fue la que terminó definitivamente con la amenaza persa sobre Grecia, y por supuesto, Salamina también representó el nacimiento del poder naval ateniense, el orgullo de los atenienses de los siglos V y IV. Sin embargo, Maratón disfrutó en el arte público y en los monumentos atenienses, en las obras de teatro, en los discursos públicos de diferentes tipos, y especialmente en las «oraciones fúnebres» compuestas en honor de los que habían muerto en batalla durante cualquier guerra, de una posición única como expresión última de la aristeia o «excelencia guerrera» atenienses, esa peculiar virtud homérica a la que aspiraban todos los griegos. La razón para ello se encuentra en la forma en que se hace referencia habitualmente a la batalla: fue el día en que los atenienses lucharon solos contra el poder de Asia.

  Más aún, aunque después de la batalla de Salamina los atenienses eran los maestros reconocidos de la guerra en el mar, siempre se tuvieron que enfrentar a la comparación envidiosa con los espartanos en todo lo que se refería al arte de la batalla hoplita en tierra. Sin embargo, como Tucídides hace que exprese Pericles en la oración fúnebre en el libro 2 de su historia, mientras que los espartanos se entrenaban durante toda su vida para ser valientes en el campo de batalla, los atenienses vivían sus vidas sin dichas restricciones, disfrutando completamente de la vida, pero estando dispuestos a enfrentarse a los mismos peligros que los espartanos. La batalla de Maratón era la prueba de esta presunción que los atenienses, a pesar de su estilo de vida de placeres, libertad y cultura, cuando llegaba el día del peligro, sabían y podían mantenerse firmes con la misma nobleza que cualquier espartano.

  Se puede decir que la glorificación de Maratón se inició con la decoración pictórica del edificio público en la plaza central de Atenas llamado la stoapoikileo «pórtico pintado». Este edificio fue construido y decorado a mediados del siglo V, a las pocas décadas de la batalla, y un elemento prominente de su decoración era una pintura mural de la batalla de Maratón, en la que se representaba a numerosos dioses y al héroe Teseo luchando junto a los atenienses, y el general Milcíades tenía un lugar prominente luchando en las primeras filas. También se levantaron monumentos en la misma Maratón: los muertos atenienses fueron enterrados colectivamente en un gran montículo funerario que en la actualidad aún es visible en la llanura —el llamado Soros— y este montículo fue monumentalizado con la erección de unas columnas de piedra en su cima con los nombres de aquellos que habían muerto en la batalla y estaban allí enterrados. Según se dice, el gran poeta Simónides, famoso por sus epigramas —un género en el que no fue superado— recibió el encargo de escribir un epitafio en verso para presentar los nombres de los heroicos muertos:

  Los atenienses, defensores de los griegos, destruyeron en Maratón el poder de los medos cubiertos de oro.

  También se ha hablado de un memorial a Milcíades en Maratón y otro en Delfos. En la medida en que podamos tomar estos monumentos como pertenecientes a la primera mitad del siglo V, lo más probable es que reflejasen la influencia de Cimón, hijo de Milcíades. Recordar el éxito de su padre en Maratón era para Cimón una forma perfecta de glorificarse a sí mismo sin levantar la envidia que era tan característica de la vida griega y ateniense, como habría ocurrido si hubiera glorificado de forma mucho más obvia sus propios éxitos en Eión y Eurimedonte, entre otras victorias. Pero se deban o no a la influencia personal de Cimón, este tipo de conmemoraciones monumentales y artísticas de Maratón no son sorprendentes o inusuales: era habitual que los estados griegos conmemoraran de esta forma sus éxitos.

  Algo menos usual es la forma en que el gran poeta y dramaturgo Esquilo —el célebre autor de las obras maestras que aún se siguen representando Los persas, Los siete contra Tebas y Agamenón, entre otras obras, tanto perdidas como que nos han llegado— tenía en consideración Maratón. El luchó personalmente en la batalla y la tradición es que después de una carrera brillante y llena de éxitos, en la que alcanzó gran fama en el mundo griego como poeta y dramaturgo trágico, cuando se estaba muriendo en Sicilia en 456 escribió un epitafio para su tumba que conmemoraba, no su fama como poeta y dramaturgo, ni siquiera su participación en la batalla de Salamina, sino el hecho que combatió en Maratón:

  Esta tumba cubre el polvo de Esquilo, hijo de Euforio y orgullo de la fértil Gela.

  De su glorioso valor Maratón fue testigo, y los medos de larga cabellera que lo conocen bien.

  Para Esquilo la batalla de Maratón fue un acontecimiento especial y único, el punto culminante de su vida, de lo que estaba más orgulloso. Esto no querría decir gran cosa si los arqueólogos hubieran encontrado el epitafio de Esquilo sobre la lápida de un Juan Nadie ateniense. Pero Esquilo era un hombre que tenía muchas cosas de que estar orgulloso, un hombre al que por sus logros culturales sólo se le pueden comparar unos pocos centenares de occidentales en 2.500 años de historia. Y era muy inteligente, un hombre que en cuanto a análisis se podía comparar a los mejores. Al decidir que la batalla de Maratón era el hecho que quería recordar en su epitafio indica que Maratón ya se veía, hacia el final de su vida, como el acontecimiento decisivo en la historia ateniense. Esta actitud ante la batalla de Maratón es lo que vemos completamente desarrollado en el último cuarto del siglo V en las comedias de Aristófanes.

  Para Aristófanes, los marathonomachoi, los hombres que lucharon en Maratón, eran la expresión suprema de lo que podían llegar a ser los ciudadanos atenienses, y lo que habían sido en su mejor momento. La batalla de Maratón y los hombres que combatieron en ella aparecen una y otra vez en sus obras. Por ejemplo, en su primera obra que ha sobrevivido, Los acarnienses, el valiente ciudadano ateniense Diceópolis (el nombre significa «Ciudad justa», una puya contra la Atenas de la época de Aristófanes que, como queda implícito, no era justa) ha decidido hacer su propia paz con los espartanos puesto que el pueblo de Atenas no quiere hacerla. Su enviado a los espartanos, de regreso con el tratado de paz, es asaltado por un grupo de hombres del demo ateniense de Acamas. El hombre se los describe a Diceópolis como ancianos, «veteranos de Maratón, duros como roble o mármol». Aquí en parte la mención a Maratón puede ser una broma para exagerar la avanzada edad de esos hombres: los veteranos de Maratón estarían bien entrados en los ochenta años cuando se estrenó la obra, si es que sobrevivía alguno. Pero los acarnienses del título de la obra se describen como los viejos atenienses de verdad, del tipo correcto, el mejor tipo de atenienses; y el hecho que estén de acuerdo con Diceópolis indica que su política (y la de Aristófanes) de buscar la paz es la que habrían aprobado los verdaderos atenienses, aquellos que lucharon en Maratón. En Las avispas, Aristófanes va más allá. Sugiere que los atenienses no sólo merecen su imperio por sus victorias sobre los persas, sino que sería justo que los aliados de Atenas pagasen para que miles de ciudadanos atenienses viviesen una vida de placer a la que «les dan derecho los trofeos de Maratón». Aquí Maratón no sólo se ve como el logro más glorioso de los atenienses, sino que benefició a todos los griegos.

  El tema se desarrolla en otras obras. En Los caballeros, a Demos (la personificación del pueblo de Atenas) se le ofrecen diversos lujos a los que se dice que tiene derecho porque «espada en mano, salvó el Ática del yugo medo en Maratón», y más adelante en la misma obra se refiere de nuevo a «la gloria de Maratón». En la comedia perdida Holkades (barcos mercantes) se sugiere que, entre otros suministros que se proporciona a Atenas, se incluye un «pan especial para los ancianos, a causa de la victoria de Maratón». Y en Lisístrata, estrenada en 411, es decir, 79 años después de Maratón, los ancianos de Atenas que se oponen al intento de las mujeres de acordar la paz, recuerdan su antigua valentía y proclaman que, si fracasan en detener a las mujeres, «la llanura de Maratón no sea testimonio de sus grandes victorias». En esta época Maratón estaba camino de convertirse en un tópico, como se puede ver con toda claridad. Poco más o menos en la misma época, encontramos el mismo uso de Maratón en un fragmento del sofista Critias (que se convirtió posteriormente en uno de los odiados «Treinta tiranos» que gobernaron Atenas durante un año después de su derrota en la guerra del Peloponeso). En una lista de invenciones útiles que tienen su origen en diferentes partes de Grecia, de las cuales sólo se menciona su nombre, concluye que «la rueda del alfarero, y la gloriosa cerámica, hija de la tierra y del horno, que proporciona prácticos útiles del hogar, fue inventada por aquella que levantó el trofeo en Maratón». La victoria en Maratón es ahora literalmente el acontecimiento definitorio de la historia ateniense, puesto que se puede utilizar para nombrar a Atenas. Y de nuevo en este mismo período del último cuarto del siglo V, encontramos escenas de la batalla de Maratón representadas en los frisos del pequeño pero bello templo de Niké (la Victoria) en la Acrópolis.

  Fue en el siglo IV, época culminante de la oratoria patriótica ateniense, cuando la batalla de Maratón se convirtió realmente en un tópico que sacar a relucir en cualquier ocasión para recordar a los atenienses su antigua gloria, o para inclinarlos hacia alguna propuesta política que estuviera promocionando el orador. El famoso orador Isócrates, en un discurso que escribió por encargo del joven Alcibíades, hijo indigno del gran general y líder del período de la guerra del Peloponeso, hace que se refiera a sus ancestros paterno y materno (respectivamente a un Alcibíades mucho más antiguo y al gran Clístenes, inventor de la democracia como veremos más adelante) que juntos «establecieron la forma democrática de gobierno que formaba tan efectivamente a los ciudadanos en la aristeia (la excelencia, literalmente “ser los mejores”) que con las manos desnudas derrotaron en batalla a los bárbaros que habían atacado a toda Grecia». Esta cita resume perfectamente la leyenda ateniense de Maratón: la asociación de la victoria con la democracia; la victoria se consiguió con las manos desnudas, una prueba de la aristeia suprema de los atenienses; y la victoria benefició a toda Grecia. Por supuesto, en gran parte, por mucho que se estuviera convirtiendo en un tópico y en una referencia manida, la leyenda estaba en lo cierto. Como argumentaré en el capítulo 6, la victoria en Maratón benefició a toda Grecia, y resulta difícil negar que fue el sistema de gobierno democrático el que otorgó a la milicia ciudadana de hoplitas atenienses la moral y la (auto)disciplina para enfrentarse a los persas de la manera en que lo hicieron. Pero como sabemos, la pretensión de que los atenienses habían vencido en Maratón con las «manos vacías» no era del todo cierta: los plateos habían servido con los atenienses pandemei o con todas sus fuerzas, alrededor de 600 hombres. Aunque los atenienses preferían ignorar con frecuencia este hecho para expresar la noción de «nosotros luchamos solos» de la aristeia atenienses, la participación platea fue de hecho muy bien recordada y formó otro aspecto de la leyenda de la batalla en Atenas.

  Fue de nuevo Isócrates quien expresó especialmente en público esta parte de la leyenda en su discurso escrito por encargo de los plateos, el Plataico. Por dos veces durante el discurso hace Isócrates que los plateos recuerden a los atenienses su ayuda en un momento crucial de la historia ateniense. Primero señala que fueron ellos los únicos de todos los griegos fuera del Peloponeso que compartieron el peligro de los atenienses: ésta era una referencia clara a la campaña de 479 que culminó en la batalla de Platea, un combate en el que la mayor parte de los hombres del centro y el norte de Grecia lucharon en el lado persa contra la Liga del Peloponeso, liderada por Esparta, y los atenienses. Un poco después, los plateos recuerdan a los atenienses que «fuimos los únicos de todos los griegos que luchamos a vuestro lado por la libertad»: aquí la referencia a Maratón es clara, porque fue la única batalla que atenienses y plateos libraron solos contra los persas. Y los atenienses estaban agradecidos. Con frecuencia ayudaban a los plateos contra los tebanos, sus vecinos poderosos y hostiles. En las dos ocasiones en las que no pudieron evitar que los tebanos saqueasen Platea y expulsasen a los plateos —en 427 con la ayuda espartana y de nuevo en 373— los atenienses ofrecieron alojamiento a los refugiados plateos, y en ambas ocasiones, específicamente en agradecimiento por Maratón, garantizaron a los plateos una forma de ciudadanía ateniense: en la primera ocasión, después que el tiempo mostrase que los atenienses no podían devolver su ciudad a los plateos, en 404; la segunda vez (en 373), de inmediato.

  La generación siguiente de oradores atenienses siguió con el tema de Maratón en esta misma línea. Esquines y Demóstenes siguieron profundizando en los logros de los héroes de Maratón en la disputa entre ellos: Esquines en sus discursos Sobre la embajada y Contra Ctesifonte, y Demóstenes en su discurso Sobre la falsa embajada, por ejemplo.

  Sin embargo, un caso especial es la tradición de las «oraciones fúnebres»: los grandes discursos pronunciados por líderes destacados para conmemorar y honrar a los hombres que habían caído en combate en una campaña determinada. El más famoso de estos discursos es la arenga de Pericles en el libro 2 de la historia de Tucídides; pero es muy poco habitual, de manera que los historiadores han dudado con frecuencia que tenga nada que ver con lo que realmente dijo Pericles. En cualquier caso, tal como nos ha llegado, el discurso de Pericles analiza extensamente la naturaleza de la sociedad y la política atenienses, describiendo la ciudad por la que los muertos que se honran habían aceptado morir, las oraciones más típicas hablaban de la tradición ateniense de gloria militar y al hacerlo ponían mucho énfasis en Maratón. La oración fúnebre de Lisias, por ejemplo, procedente de principios del siglo IV, se refiere extensamente a Maratón. Sugiere que los atenienses lucharon deliberadamente solos contra los persas, avergonzados por tener bárbaros en su propio país, y queriendo que el resto de los griegos les debieran gratitud por expulsar a los bárbaros, mejor que deber gratitud a los otros griegos por su ayuda para salvar a Atenas. Por eso salieron de la ciudad en número tan escaso para enfrentarse a una multitud; y al demostrar la voluntad de poner en juego sus propias vidas, consiguieron una gloria admirada por toda Grecia, y se ganaron la buena voluntad de todos los griegos que sentían que habían sido salvados en la misma medida que lo habían sido los atenienses.

  Esta es una visión de Maratón exagerada y en algunos aspectos históricamente imprecisa; pero se trata de una exageración adecuada para la naturaleza de la ocasión, que apelaba a un patriotismo extremo más que a una explicación detallada de los hechos. De forma similar, mucho más avanzado el siglo IV, Demóstenes enfatizó en su oración fúnebre que los atenienses solos rechazaron a una hueste reunida en todo un continente.

  En consecuencia, la leyenda ateniense de Maratón enfatizaba que Atenas luchó sola, o prácticamente sola; combatiendo por toda Grecia, no sólo por la seguridad de los atenienses; y la gran diferencia en tamaño entre la hueste persa o bárbara, reunida en todo un continente, y la fuerza ateniense, pequeña pero aguerrida. Además, se menciona con frecuencia la relación entre la voluntad atenienses de poner en juego la vida, y la democracia que compartían todos y por la que estaban dispuestos a arriesgarse. La mistela ateniense era, según esta leyenda, una aristeia democrática, que fue ejercida en beneficio de todos los griegos, y era —como requiere la noción de «ser los mejores»— superior a la aristeia de los demás porque los atenienses lucharon sin aliados. Esta era quizá la parte más importante de la leyenda de Maratón, porque contrastaba a los atenienses con sus rivales y pesadilla, los espartanos, que siempre entraban en combate acompañados de aliados. Esta leyenda de Maratón también fue utilizada por no atenienses, ya fuera para elogiar o para desacreditar a los atenienses.

  Un ejemplo de cada ilustrará este punto. El filósofo de finales del siglo IV, Heráclides Póntico, en un tratado que defendía que el placer y la virtud no son incompatibles, presentaba una relación de lujos muy típicos de los atenienses y concluía que «éstos fueron los hombres que vencieron en Maratón, y que solos aplastaron el poder de toda Asia». La influencia de la leyenda oratoria ateniense sobre Maratón resulta clara. Por el otro lado, el historiador de principios del siglo III a.C. Duris de Samos escribió sobre la (desde su punto de vista) desgraciada adulación que los atenienses de su época mostraban hacia el rey macedonio Demetrio el Asediador, que incluía la composición y canto de un himno en su honor como si fuera un dios. Duris reproduce el himno en toda su extensión y después subraya que «ésta fue la canción entonada por los vencedores de Maratón (Marathonomachoi)… los hombres que mataron a incontables miríadas de bárbaros». Estas miríadas incontables reflejan la tradición oratoria sobre las enormes dimensiones del ejército persa en Maratón. Por eso, para Duris la cuestión radicaba en que los atenienses de las generaciones posteriores simple y desgraciadamente no fueron capaces de vivir según el ejemplo de sus gloriosos ancestros. Maratón se había convertido en un bastón con el que golpear a los degenerados atenienses posteriores.

  Tras el declive del poder y la influencia atenienses en el siglo III a.C., la necesidad de alabar o despreciar directamente a los atenienses —ya fuera por los propios líderes de Atenas o por comentaristas exteriores— también declinó. En la época romana se seguía recordando Maratón, pero se rememoraba sólo como un ejemplo de las virtudes de los atenienses de los viejos tiempos. Los oradores áticos del siglo IV seguían sirviendo como la fuente principal de las formas en que se presentaba Maratón, porque dichos oradores áticos se habían convertido en parte esencial de las lecturas de cualquier hombre educado. Así escritores de la Roma imperial como Cornelio Nepote (en su biografía de Milcíades), Plutarco, Luciano, Pausanias y otros se refieren a Maratón poniendo el énfasis en el gran número de persas que lucharon allí —cerca de un cuarto de millón en Nepote, por ejemplo; y hasta los 600.000 en Justino—y la virtud sobresaliente de los atenienses que combatieron solos y vencieron. Sin embargo, como el elogio de los antiguos atenienses era un tema más o menos habitual en estos escritores, el interés se centró en detalles pintorescos, reales o imaginarios.

  Fue en los escritos de Plutarco y Luciano donde salió a la luz un nuevo elemento de la leyenda de Maratón, 600 o más años después del acontecimiento: la leyenda del corredor de Maratón. Esta historia es probablemente la parte más conocida en la actualidad de la leyenda de Maratón: el corredor, habitualmente llamado Filípides, que corrió desde el campo de batalla hasta Atenas para anunciar la victoria y cayó muerto exhausto después de pronunciar las palabras «hemos ganado», o una sola palabra en griego: nenikekamen. Plutarco, en su ensayo Sobre la gloria de Atenas, atribuye esta historia al autor de finales del siglo IV a.C. Heráclides Póntico, así que es posible (si la atribución es genuina) que la historia apareciese por primera vez en la leyenda popular ateniense del siglo IV a.C.. En cualquier caso, el corredor, Filípides (o Fidípedes), fue una persona real, aunque para ser fieles a la historia sus gestas fueron mucho más impresionantes que una simple carrera de 40 kilómetros, como veremos más adelante.

 

  LA LEYENDA MODERNA DE MARATÓN

 

  Con el declive y el final del Imperio romano en Occidente, también declinó de forma natural el interés en los antiguos atenienses y en Maratón. El recuerdo de la batalla sobrevivió en el Imperio bizantino (o romano oriental), y fue recuperado de vez en cuando por hombres de cultura esencialmente en la misma forma que habían utilizado los oradores clásicos atenienses, un modo que se había convertido en un tópico honrado por el tiempo. La batalla tampoco fue completamente olvidada en Occidente, y en cuanto revivió el interés por los antiguos griegos, también revivió el recuerdo de Maratón; pero no existía ninguna sensación de que la batalla de Maratón fuera algo demasiado remarcable, excepto por su valor habitual como prueba de la valentía de los antiguos atenienses. Y básicamente obtuvo el mismo trato por parte de los primeros historiadores modernos europeos de la Grecia clásica, como por ejemplo August Boeckh en Alemania y Connop Thirlwall en Gran Bretaña, y por el más grande de los primeros historiadores interesado en los griegos de la era moderna: George Grote.

  Como se ha mencionado antes, Grote dedicó cerca de treinta páginas del volumen 4 de su historia a la batalla de Maratón, ofreciendo un relato minucioso de la batalla hasta el punto de que la investigación académica de su época era capaz de reconstruirla. Tomó en consideración las observaciones de los viajeros del siglo XVIII y principios del siglo XIX, como el coronel William Leake, que había visitado la llanura de Maratón, y realizó un evaluación detallada de la importancia de la batalla para los atenienses, y para la historia general de la resistencia griega contra la dominación persa. Pero hasta ese punto fue capaz de llegar: esencialmente seguía viendo la batalla bajo la misma luz con la que la habían contemplado los propios atenienses y griegos antiguos: un gran logro de los atenienses, una etapa importante en la resistencia griega ante los persas y nada más.

  Sin embargo, justo tres años después de la publicación del cuarto volumen de Grote, una obra histórica nueva y muy diferente iba a ocasionar una reevaluación fundamental de la batalla de Maratón y de su importancia, y sentará los fundamentos del interés moderno en Maratón como una «batalla decisiva en la historia occidental» y en su leyenda: el volumen de Edward Creasy publicado en 1851 The Fifteen Decisive Battles of the World: From Marathón to Waterloo. Como indica su título, la batalla de Maratón es la primera analizada en el libro de Creasy, y por eso las líneas iniciales del capítulo sobre Maratón dan inicio al libro propiamente dicho. Ellas dan un perspectiva de la forma grandiosa en que Creasy contemplaba esta batalla:

  «Hace dos mil trescientos cuarenta años, se convocó una reunión de oficiales atenienses en la ladera de una de las montañas que dominaban la llanura de Maratón, en la costa oriental del Ática. El tema inmediato de la reunión era considerar si debían presentar batalla a un enemigo acampado en la orilla que se extendía a sus pies; pero del resultado de sus deliberaciones dependía no sólo el destino de dos ejércitos, sino todo el progreso futuro de la civilización humana».

  Creasy era, como han señalado numerosos críticos, reconocidamente eurocéntrico en su visión de la historia. Sus quince batallas son todas batallas europeas: los grandes acontecimientos de las guerras en Asia como las victorias de Gengis Khan, la conquista de China por parte de Kublai Khan, las victorias de Tamerlán, o la batalla de Sekigahara, tras la cual Ieyasu fundó el shogunato Tokugawa en Japón, se encuentran más allá de su punto de mira y probablemente más allá de sus conocimientos. De hecho, una serie de estas batallas decisivas (cinco de las quince: Maratón, Arbela, Metauro, Chalons y Tours) parecen escogidas con la intención de mostrar cómo los pueblos europeos, para la buena fortuna del mundo en general, rechazaron los intentos de ejércitos «bárbaros» asiáticos de irrumpir o conquistar Europa. La implicación es que si hubieran triunfado, modos inferiores asiáticos habrían ocupado Europa; pero con estas victorias sagradas, argumenta Creasy, la luz de la cultura europea siguió reluciendo hasta el día que se pudo convertir en un faro para el mundo. Creo que esto es una exposición objetiva de la actitud de Creasy, que en la actualidad no le proporcionará muchas simpatías.

  Aun así, el hecho de que no estemos de acuerdo con el punto de vista de Creasy sobre la razón por la que una batalla fue decisiva o importante no significa que necesariamente tengamos que rechazar la importancia de la batalla. No tenemos por qué ver la civilización occidental como una gran bendición para la humanidad, para creer que un acontecimiento particular pudo contribuir en gran medida a hacer de la civilización occidental lo que es en la actualidad. Tampoco la conciencia de la parte más oscura de la historia occidental —la brutalidad y la explotación descarnada que indudablemente formó parte del imperialismo occidental, por ejemplo— nos debe cegar ante lo indudablemente positivo en la civilización occidental. En cualquier caso, en la segunda mitad del siglo XIX, la obra de Creasy fue enormemente popular e influyente. De hecho, fue una época en la que la idea de la «batalla decisiva» era muy atractiva.

  Durante la época de las llamadas «guerras de gabinete» entre las «guerras de religión» (mediados del siglos XVI a mediados del siglo XVII) hasta la Revolución francesa, los conflictos entre las naciones europeas se habían resuelto frecuentemente a través de guerras, y las guerras habitualmente se decidían en las batallas. Como lo expresó un gobernante del período: «He perdido una batalla, debo pagar con una provincia».

  La idea que las grandes batallas podían decidir grandes conflictos se vio reforzada por las guerras napoleónicas, cuando una serie de batallas épicas estableció el control de la Francia de Napoleón sobre Europa, y numerosas batallas igualmente épicas, en especial Leipzig y Waterloo, deshicieron el control y restablecieron el viejo orden. El impacto masivo de las guerras napoleónicas y el recuerdo romántico que las cubrió con el paso del tiempo, animó a los intelectuales a estudiar el arte de la guerra, dando lugar a lo que la mayor parte de los críticos siguen considerando como el mayor análisis filosófico de la guerra: Vom Kriege de Clausewitz (De la guerra). Aunque pocos se atrevan a comparar la obra de Creasy con la de Clausewitz, ambas son producto de la misma atmósfera de interés por la guerra y sobre cómo influye en sociedades y civilizaciones.

  La pregunta que se nos plantea es ¿por qué empezó Creasy con Maratón? No era una elección obvia. Dado su eurocentrismo y el filohelenismo romántico de la época, quizá se podría esperar que Creasy hubiera elegido una batalla de la Grecia antigua como su punto de partida. Pero de nuevo ¿por qué Maratón? Como la amenaza persa contra Grecia no se vio finalmente conjurada hasta las batallas de Salamina y Platea en 480 y 479, una de esas batallas podría parecer un punto de partida mucho más natural. Por eso nos volvemos a preguntar, ¿por qué empezar en absoluto con una batalla de las ciudades-estado griegas? ¿Por qué no empezar con una batalla de Alejandro Magno, por ejemplo? Aquí se puede sospechar la influencia de Grote, cuyo cuarto volumen no cabe ninguna duda que había leído Creasy, y al que cita numerosas veces en sus notas. Para Grote, como buen liberal inglés, la democracia ateniense era un modelo político único e imprescindible de cómo un pueblo libre se debía gobernar a sí mismo, y el éxito ateniense en conservar su libertad ante la dominación persa era por eso de vital importancia. También fue esta razón la que provocó que John Stuart Mili, que se movía en los mismos círculos liberales que Grote, estimase que Maratón era más importante para la historia inglesa que la batalla de Hastings. Aun así, la batalla de Salamina podría haber parecido la elección obvia para resaltar la preservación de la libertad y la democracia de Atenas, en particular porque se trataba de una batalla naval que era de suponer que tendría un atractivo especial para un historiador británico teniendo en cuenta la larga y distinguida historia naval de Gran Bretaña. Quizá sea mejor que las propias palabras de Creasy expliquen su elección. Cierra el relato de Maratón con las reflexiones siguientes:

  «Por muy significativa que fuera, el orgullo de Persia no quedaría quebrado por una sola derrota, ni evaporados sus sueños de imperio universal. Diez años después renovó sus intentos sobre Europa en una empresa de escala aún mayor, y fue rechazada por Grecia con pérdidas mayores y reiteradas. Fuerzas más grandes y matanzas más gravosas que las que se habían producido en Maratón marcaron el conflicto de griegos y persas en Artemisio, Salamina, Platea y en el Eurimedonte. Pero por muy grandes y significativas que fueran estas batallas, no alcanzan la importancia de Maratón. No originaron ningún impulso nuevo. No sirvieron para doblegar un destino. Simplemente sirvieron para confirmar la tendencia que ya existía y que se había originado en Maratón. El día de Maratón es el momento crítico en la historia de las dos naciones. Rompió para siempre la leyenda de la invencibilidad persa, que con anterioridad había paralizado la mente de los hombres. Generó entre los griegos el espíritu que rechazó a Jerjes, y que después condujo a Jenofonte, Agesilao y Alejandro en una venganza terrible a través de sus campañas asiáticas. Aseguró para la humanidad los tesoros intelectuales de Atenas, el crecimiento de instituciones libres, la ilustración liberal del mundo occidental, y la ascendencia gradual durante muchos siglos de los grandes principios de la civilización europea.»

  Creasy deja algunos puntos muy claros en este pasaje: fue Maratón la primera en «romper la leyenda» de la invencibilidad persa, y mostró a los griegos que podían ganar; fue Maratón la que «aseguró… los tesoros intelectuales de Atenas» y «la ilustración liberal del mundo occidental». Una vez más, quiero reiterar que no es necesario que lo sigamos en sus consideraciones sobre el valor para el mundo de la ascendencia de la civilización europea (aunque algunos aún lo sigan haciendo), para reconocer la validez básica del análisis que está haciendo sobre la preservación de Atenas y, en consecuencia, de los logros posteriores de los atenienses. En el capítulo 6 argumentaré que dichos logros fueron vitales para conformar la manera en la que nuestra civilización occidental piensa, organiza su vida política y se entretiene, y que esto es así más allá de cualquier concepto grandioso sobre la contribución de Occidente «al mundo». En otras palabras, dejando de lado sus prejuicios eurocéntricos y Victorianos, Creasy tenía razón: la batalla de Maratón fue un punto de inflexión, y sus lectores, tanto los inmediatos como los posteriores, también lo reconocían así.

  Vale la pena que nos detengamos durante un momento en el término «ilustración liberal» del texto de Creasy, porque nos ayuda a situarlo en ese medio liberal inglés que fundamentaba su pasado espiritual en la Atenas democrática, el mismo ambiente liberal en el que se movían Grote y John Stuart Mili. Fue este caldo de cultivo liberal el que contribuyó a la democratización de Gran Bretaña entre las grandes leyes de reforma de la década de 1830, las reformas posteriores del liberalismo gladstoniano en la década de 1880 y los últimos grandes triunfos del reformismo liberal en los primeros doce años del siglo XX. La leyenda de Maratón, tal como la expuso Creasy, jugó su papel —al establecer una visión positiva de la democracia ateniense y de sus excelencias— en consolidar el ambiente intelectual en el que se pudo producir dicha democratización.

  La última parte del siglo XIX, que fue testigo de las grandes batallas —Sadowa, Metz, Sedán— con las que los prusianos terminaron con la influencia de los Habsburgo en Alemania, quebraron el poder del Segundo Imperio francés, y unificaron los estados alemanes en un nuevo Reich alemán, fue una época en la que el concepto de la batalla decisiva seguía teniendo su fuerza. El libro de Creasy siguió siendo popular, aunque existió un tormentoso debate histórico sobre su elección de las batallas. Muchos autores han revisado o actualizado a lo largo de los años la lista de batallas de Creasy. Sin embargo, en general Maratón sigue conservando su posición como la batalla crucial con la que dio propiamente inicio la historia occidental.

  En la segunda mitad del siglo XX, sin embargo, la noción de la batalla decisiva empezó a perder popularidad. La historia trágica de la Primera Guerra Mundial, en la que batallas a una escala y duración nunca vistas con anterioridad en la historia de la humanidad, y con listas de bajas que dejaban en ridículo a cualquier guerra anterior, no conducían a un resultado discernible más allá de mover las «líneas de frente» unos kilómetros hacia un lado o hacia el otro, iniciaron dicho proceso. La Segunda Guerra Mundial pareció restaurar hasta cierto punto la noción de batalla decisiva, con las brillantes victorias alemanas del blitzkriegen sus fases iniciales, y los gigantescos despliegues de Stalingrado y el Día D que decidieron el resultado de la guerra. Pero desde entonces hemos visto guerras como las de Corea, Vietnam y más recientemente Irak y Afganistán, en las que las raras victorias parecen embarrancarse en interminables guerras de guerrilla, operaciones irregulares y/o insurrecciones que dejan sin sentido la victoria en una batalla, y convierten la guerra en algo aparentemente irracional al hacer que la victoria sea inalcanzable. En la atmósfera intelectual generada por estas experiencias de la guerra mucho menos estimulantes, la noción de batalla decisiva, un acontecimiento que marca una época y que hace que la historia salga de un curso para adoptar otro, como mínimo, ha pasado de moda.

  Sin embargo, no debemos dejar que las modas intelectuales decidan nuestro análisis de los acontecimientos históricos. La experiencia actual de la batalla como un acto poco decisivo y que no conduce a ningún resultado útil sólo es una fase de la historia, el resultado de una configuración particular de las sociedades, y de la distribución de los medios de la fuerza destructiva. La experiencia de nuestra época sobre la guerra y la batalla no se puede distanciar de forma apropiada de la realidad y validez de las experiencias de otras épocas, en las que bajo diferentes condiciones sociales, políticas y militares, las batallas eran realmente decisivas. Aún así, es necesario decir que la importancia de Maratón, y de las batallas en general, ha declinado enormemente en el último medio siglo, al menos en la estima de los historiadores académicos. Los divulgadores históricos siguen escribiendo libros sobre las guerras y las batallas decisivas siguiendo el viejo estilo, y los venden a un público interesado. Y la proliferación de la televisión por satélite ha proporcionado un nicho para que el mismo tipo de historia militar alcance una audiencia popular: el History Channel y su retoño el Military History Channel. Por ejemplo, el History Channel ha emitido recientemente su propia serie sobre «Batallas Decisivas», entre las cuales se encontraba Maratón.

 

  LA LEYENDA DE LA CARRERA DE MARATÓN

 
    Pero en este mismo siglo XX, el interés en Maratón cambió y se vio reforzado por otro aspecto de la leyenda de Maratón: la leyenda del corredor de Maratón. Esta leyenda apareció por primera vez en tiempos de la Roma imperial, como hemos visto, de la pluma de autores como Plutarco y Luciano; aunque la leyenda moderna sólo se remonta a 1896: el año de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna. Las raíces del movimiento olímpico se hunden en el mismo filohelenismo romántico del siglo XIX del que ya he hablado, junto con el interés creciente en los deportes a finales del siglo XIX, tanto como actividad como espectáculo. Clubes urbanos de clase media y trabajadora proliferaron por toda Europa y América dedicados a la práctica de uno u otro deporte —fútbol, béisbol, rugby, tenis y otros— y a veces múltiples deportes. Los llamados deportes «atléticos», es decir, carreras, saltos y lanzamientos que tanto gustaban a los antiguos griegos, formaban parte de este movimiento.
 

 
    Intelectuales imbuidos de este filohelenismo empezaron a destacar la pasión de los griegos por el atletismo, y a explicar la historia de las antiguas competiciones atléticas. Incluso surgió un movimiento dedicado a recrear estos antiguos festivales atléticos internacionales griegos, cuyo líder fue un aristócrata francés: el barón Pierre de Coubertin. Este movimiento se sintió especialmente impresionado por la llamada «tregua olímpica», según la cual todos los participantes en los Juegos Olímpicos quedaban protegidos de las hostilidades normales de cualquier guerra que estuviera en curso en Grecia, sobre todo porque esta tregua fue malinterpretada como un cese total de hostilidades durante el festival olímpico. Se esperaba que un movimiento olímpico moderno pudiera reemplazar gradualmente la malsana competición internacional a través de la violencia y la guerra, con una sana rivalidad atlética que promovería la amistad en lugar de la hostilidad.
 

 
    En cualquier caso, en 1896, el movimiento tuvo éxito en reunir suficiente apoyo internacional para organizar unos «Juegos Olímpicos» por primera vez desde la Antigüedad. Estos primeros juegos sólo se podían celebrar en un lugar: Grecia. Pero se consideró que celebrarlos en la propia Olimpia era muy poco práctico —un yacimiento arqueológico sin instalaciones para semejante acontecimiento—, de manera que se eligió la capital, Atenas. Trece naciones modernas (o catorce si se cuenta a Hungría separada de Austria, con la que estaba unida en aquella época) enviaron delegaciones de atletas, que compitieron en nueve deportes diferentes. Los juegos se consideraron un gran éxito: el Estadio Panatinaicos en Atenas se llenó de espectadores, y contó con la participación internacional más grande de cualquier acontecimiento hasta ese momento.
 

 
    Pero de Coubertin y sus compañeros querían un acontecimiento espectacular para concluir la parte atlética de los juegos (es decir, en pista y campo a través), algo que captase la atención del mundo y que pusiera realmente los Juegos Olímpicos «en el mapa». Michel Breal, un colega de de Coubertin, sugirió establecer una nueva versión de la legendaria carrera de Filípides entre Maratón y Atenas: el escenario era perfecto porque la carrera podía empezar realmente en Maratón y terminar en el Estadio Olímpico de Atenas. La idea fue acogida con entusiasmo y resultó un gran éxito, en especial por razones sentimentales y patrióticas. Los anfitriones griegos de los juegos, aunque habían tenido esperanzas de medallas en varias pruebas, no habían conseguido ganar ninguna. La carrera de Maratón sería su última oportunidad para ganar una medalla de oro en un acontecimiento deportivo que habían inventado los antiguos griegos. Y resultó que un desconocido y extremadamente sencillo aguador griego llamado Spiridon Louis ganó la carrera en un tiempo justo por debajo de las tres horas, convirtiéndose al instante en un héroe nacional. Según un mito sobre esa carrera de 1896, sobre la que se ha escrito mucho, el rey de Grecia le ofreció a Louis lo que quisiera como recompensa; Louis sólo pidió un carro para que le ayudase a cargar más agua en su negocio. Louis fue un verdadero corredor aficionado y nunca volvió a competir en ningún tipo de carrera, pero su actuación ha servido de inspiración a artistas y atletas durante más de un siglo.
 

 
    A partir de ese momento el maratón se convirtió en una prueba fija de los Juegos Olímpicos y un acontecimiento deportivo muy popular por sí mismo. Aunque pasaron unos veinte años antes de fijar la distancia exacta del maratón, la carrera se consolidó y creció, hasta que en la actualidad ha entrado en la cultura popular e incluso en el lenguaje. Hablamos de un «esfuerzo maratoniano», por ejemplo, para referirnos a cualquier empresa que requiere una enorme energía y perseverancia para culminarla. El maratón tiene lugar en diversas competiciones internacionales, y los corredores profesionales de maratón ganan grandes sumas de dinero por sus esfuerzos. El concepto de maratón se ha extendido en el atletismo moderno: tenemos maratones iron man en los que la gesta atlética requiere acercarse mucho más a los logros del Filípides histórico: una carrera de 225 kilómetros de Atenas a Esparta, y la misma distancia de vuelta, en sólo unos pocos días. En realidad, todas las recreaciones modernas de la antigua carrera de Maratón para atletas profesionales en las competiciones atléticas, aunque proceden de una leyenda antigua genuina sobre un antiguo atleta ateniense, guardan poca relación con la verdadera «carrera» histórica de Maratón: como veremos, en realidad se trató de una marcha forzada de todo el ejército ateniense desde Maratón a Atenas para salvar la ciudad después de la batalla.
 

 
    Existen acontecimientos actuales que pueden dar una idea de esa extraordinaria tarde de agosto de 490. Pero no son las maratones para los atletas profesionales, que han conseguido unas marcas mínimas para las Olimpiadas y otras reuniones internacionales de atletismo. Se parecería más a las maratones urbanas modernas —Nueva York, Chicago, Londres, Boston, Tokio— con sus miles y miles de entusiastas corredores «aficionados», es decir, corredores que lo hacen por puro amor al ejercicio, más que como una profesión. Y eso no es así porque los atletas antiguos fueran «aficionados» y por eso se parecieran más a los entusiastas que a los atletas profesionales actuales: la verdad es justo lo opuesto; los atletas antiguos eran profesionales y el «amateurismo» de las primeras Olimpiadas modernas fue un ideal Victoriano que no tenía nada que ver con la antigua Grecia. Lo cierto es que la carrera de masas —que con frecuencia es de hecho más una marcha rápida— de miles de entusiastas detrás de los profesionales, que han salido antes y se han distanciado, reproduce con verosimilitud el aspecto que debió tener ese trote forzado de miles de guerreros atenienses desde Maratón a Atenas después de la batalla.
 

 
    Este aspecto de las maratones modernas ha sido captado en la película de 2007, El espíritu del maratón, que sigue a un grupo de estos corredores entusiastas alrededor del mundo mientras entrenan y cuentan sus historias, y finalmente corren el maratón de Chicago. Resulta sorprendente que esta película sea el compromiso más elaborado de la industria del cine con la leyenda de Maratón.
 

 
    A la luz del largo interés de Hollywood por el mundo antiguo, que ha dado películas tan famosos como Ben Hur, Qiio Vadis, Demetrio el Gladiador-, el clásico de Stanley Kubrick Espartaco, y otras muchas; y en los años más recientes el maravilloso Gladiator de Ridley Scott, la visualmente sorprendente Troya, y el entretenimiento comiquero (y basado en un cómic) 300, sobre las Termopilas, resulta sorprendente que no exista ninguna película importante sobre la batalla de Maratón propiamente dicha. La única película que tiene esta batalla como su tema principal es, hasta donde he sido capaz de descubrir, la cinta de serie B de 1959 titulada La batalla de Maratón en Europa, pero The Giant of Marathón1  en su distribución en EE.UU. Dirigida por Jacques Tourneur, con un reparto mayoritariamente europeo, está protagonizada por el musculoso actor norteamericano de serie B Steve Reeves, famoso por su papel protagonista en una serie de peplum sobre Hércules.
 

 
    Resulta divertido que la película sea una buena mezcla de las leyendas modernas de Maratón, popularizadas por Creasy y de Coubertin, respectivamente: es decir, la batalla decisiva y la carrera de Maratón. El héroe de la película, interpretado por Reeves, no es ningún otro que Filípides, reinventado como un atleta completo que se hace famoso y popular en Atenas al ganar una victoria olímpica en una especie de pentatlón híbrido, que comprendía el lanzamiento de jabalina, la natación (!), una especie de lanzamiento de peso con una piedra (quizá basada en una competición de lanzamiento que gana Ulises en Feacia y que aparece en La Odisea), lucha libre y finalmente la carrera por la que era famoso el verdadero Filípides. Gracias a su fama, Filípides es nombrado comandante de una unidad militar ateniense de élite (y ficticia) llamada la «Guardia Sagrada». Esto lo coloca en medio del debate militar y político sobre la invasión inminente por fuerzas del malvado rey Darío de Persia. Apoya a Milcíades al argumentar que Atenas debe luchar y se ofrece voluntario para ir a buscar la ayuda de Esparta. Al final, tras derrotar los griegos al ejército persa, Filípides debe encabezar la Guardia Sagrada en una carrera rápida de regreso a Atenas para salvar a la ciudad de ser traicionada ante los persas mientras el ejército se encuentra lejos, que es donde entra en juego la carrera de Maratón. Divertida como muestra de una época, no se trata de una buena película ni demasiado imaginativa, aunque parece ser la suma total del tratamiento más popular de la batalla de Maratón en el campo cinematográfico.
 

 
    Sin embargo, parecería que la batalla de Maratón tiene todos los elementos que deberían llamar la atención de Hollywood: una historia de David contra Goliat (la pequeña Atenas contra el enorme Imperio persa); una serie de personajes remarcables: el rey Darío, Milcíades, el «arconte» militar Calimaco, los jóvenes y prometedores generales Temístocles y Arístides, entre otros; mucha acción e intriga; la recordada carrera de Filípides; la propia gran batalla; y el romántico regreso a paso ligero del victorioso ejército ateniense. Quizás en esta nueva época de películas épicas de guerra, reforzadas por los efectos informáticos y digitales, podamos esperar una revitalización de la leyenda de Maratón en la gran pantalla. Pero aun sin eso, resulta claro que el recuerdo de los atenienses en Maratón, su resistencia por la libertad, su defensa de una forma verdaderamente popular de autogobierno democrático, de manera que hicieron posible la cultura clásica griega que aún admiramos e imitamos, o simplemente la carrera a lo largo de esa mítica distancia de cuarenta kilómetros, sigue viva en la imaginación popular 2.500 años después del acontecimiento.
 

 
    Y el interés en ella no parece que vaya a desaparecer en un futuro inmediato. La leyenda de Maratón sigue viva: veamos cómo, por qué y por quiénes fue librada esta batalla legendaria.

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