sábado, 23 de diciembre de 2017

Baltrusch Ernst Esparta.-El origen de la ciudad de Esparta y el mito de Licurgo

Esparta está situada al sur de la península griega del Peloponeso, en Laconia, en la llanura del río Eurotas (a unos 200 m sobre el nivel del mar), que nace en Arcadia y desemboca en el golfo de Laconia. Esta llanura se halla enmarcada por dos cadenas montañosas: el Taigeto al oeste (máxima elevación: 2.407 m) y el Parnón al este (1.937 m). Al norte de Esparta comienza la meseta arcadia (Escirítide); 46 kilómetros al sur está el mar. Esparta limitaba directamente con Mesenia al oeste, Arcadia al norte y la ciudad de Argos al nordeste. La llanura del Eurotas era fértil. En ella se cultivaba principalmente cebada, pero también trigo y olivos; además, se practicaba la ganadería. Esparta se asemejaba a una fortaleza natural que, aun sin muralla, ofrecía protección frente a visitas indeseadas o a los ataques militares. La situación geográfica, así como la naturaleza de los espartanos —tan misteriosa como insondable para sus coetáneos— y de su sociedad, explica en gran parte el éxito de Esparta. El nombre actual para la ciudad es Esparta («la sembrada» o «la esparcida»), pero sus contemporáneos la conocían más como Lacedemón. Con ello incluían también en el concepto de estado a Laconia, la comarca que rodea a Esparta. En cambio, la designación oficial del estado espartano, tal y como aparece en los documentos (por ejemplo, en los acuerdos), era «los lacedemonios». Los habitantes de Esparta pertenecían a la tribu de los dorios, que se diferenciaba de otras tribus griegas, como los jonios o los eolios, en el dialecto, pero también en unas instituciones políticas y sociales peculiares. Los dorios se habían establecido en el sur del Peloponeso, en la costa sudoccidental del Asia Menor y en Creta.

  La fundación de Esparta por los dorios se pierde en la oscuridad de la historia, pues forma parte de la «Edad Oscura» (aprox. desde 1050 hasta 800 a. C.). La Ilíada de Homero, el primer testimonio literario de la historia europea, habla de Menelao y Helena, la pareja real predoria de la «cóncava Lacedemón», como dice Homero a propósito de la situación de Esparta entre dos cordilleras. Menelao y Helena tuvieron una participación decisiva en la Guerra de Troya, que los griegos sostuvieron bajo el mando de Agamenón, hermano de Menelao y rey de Micenas, durante diez años contra Troya, situada en el Asia Menor. Homero, presumiblemente, escribió en el siglo VIII a. C. acerca de una época que se remontaba 500 años atrás y de la que no se conservaba ningún recuerdo, salvo los cantos heroicos y tal vez algunas ruinas o armas de bronce, En algún momento entre la Guerra de Troya y la supuesta época de redacción de las epopeyas homéricas tuvo que haberse fundado la Esparta doria.

  Entre la Guerra de Troya y la época homérica hubo grandes cambios en todos los ámbitos, que transformaron por completo el semblante de Grecia. Suntuosos palacios reales, como los de Micenas y Tirinto, así como una economía, una burocracia y una escritura muy desarrolladas y orientadas a esos palacios, desaparecieron y fueron sustituidos por un fuerte descenso de la población, nuevas formas —más modestas— de colonización, una civilización sin escritura y, probablemente, la pobreza, como características de esta «Edad Oscura». Las causas de este proceso siguen siendo objeto de vivas y controvertidas discusiones, La explicación más probable es que la cultura «micénica» (así llamada por Micenas, una de las ciudades palaciegas del Peloponeso) fue destruida en torno al 1200 a. C. por campañas de saqueo de pueblos foráneos y, como consecuencia de esta destrucción, nuevas tribus del norte inmigraron a Grecia y se establecieron allí, expulsando o esclavizando a la población local. Esta oleada migratoria, conocida como «migración doria», también afectó al Peloponeso. Los dorios, sin embargo, no fueron los destructores de la cultura micénica, y tampoco entraron en formación cerrada, como lo hicieron las tribus germánicas de la época de la invasión de los bárbaros. Antes bien, llegaron poco a poco, en pequeños grupos procedentes de la Grecia noroccidental, y se establecieron en el Peloponeso, donde fundaron colonias, Fue probablemente en el transcurso del siglo X a. C. cuando los dorios llegaron hasta las regiones más meridionales de la península, hasta Laconia, donde, en torno al año 900, unieron cuatro aldeas de la llanura del Eurotas hasta formar una ciudad, Esparta, y redujeron a la población local al estatus social de siervos (ilotas). El hecho de que Esparta tuviera siempre dos reyes al mismo tiempo nos hace sospechar que en Esparta coincidieron dos oleadas migratorias: una de ellas se habría establecido en las aldeas cercanas al Eurotas, Limnai y Cinosura, y la otra en los pueblos occidentales de Mesoa y Pitane. Todas las tribus dorias estaban divididas en tres secciones llamadas phylai, que posteriormente también desempeñarían un papel en la división del ejército espartano (dimanes, hilios y pámfilos). El avance de los dorios hacia el sur fue detenido al principio por una fortaleza que aún quedaba sin destruir de la época micénica, Amiclas. Los arqueólogos han encontrado allí muchos objetos de la época «preespartana». Solo a finales del siglo VIII lograron los espartanos, bajo el mando de su rey Teleclos, conquistar Amiclas e incorporarla como quinta aldea a su estado; debido a su lejanía geográfica (unos 6 km) y a su tardía incorporación al estado espartano, Amidas ocupó siempre una posición especial. La actual Esparta, situada algo más al sur que la antigua, es pequeña (fundada de nuevo en 1834, unos 11.000 habitantes). También la antigua Esparta estuvo desde el principio poco poblada, En la primera época no debía de tener más de 8.000 habitantes, y en el siglo III a. C. tenía menos de 1.000 ciudadanos de pleno derecho capacitados para llevar armas, con lo que se puede calcular una población total de no más de 20.000 a 30.000 habitantes. Sin embargo, no hay que subestimar el número de los que vivían en la periferia (periecos) y de los siervos (ilotas). La arqueología moderna, que intenta descubrir los lugares de la antigua Esparta, puede confirmar lo que ya formulara en el siglo V a. C. Tucídides, el historiador más importante de la Antigüedad: «Si hoy fuera abandonada la ciudad de los lacedemonios y solo quedaran los santuarios y los cimientos de los edificios, las futuras generaciones se mostrarían muy incrédulas con respecto al poder y a la gloria de los espartanos» (1, 10). Esa es, en efecto, la impresión que se tiene hoy en día. Han sido excavados los santuarios y una acrópolis más bien atípica para Grecia, pero faltan templos suntuosos y edificios imponentes que permitan deducir la importancia de la antigua Esparta a partir de los restos materiales.

  La reconstrucción de Esparta en la época de su fundación está basada en los logros de la historiografía moderna, es decir, en la valoración sistemática de las obras literarias de época posterior, de los hallazgos arqueológicos y de los análisis lingüísticos de los diferentes dialectos. Los espartanos de la época histórica no tenían la posibilidad de saber algo acerca de su origen. Este era, pues, para ellos un enigma aún mayor que para nosotros: no existía ningún testimonio escrito anterior al siglo VIII que les pudiera haber dado noticia de ello. Los recuerdos se transmitían a través de relatos y cantos que evocaban las eminentes hazañas de los grandes héroes. Debido a la falta de una escritura mediante la que podían haber sido fijados los recuerdos, las interpretaciones variaban continuamente y la tradición adoptaba tintes de glorificación legendaria. La propia inmigración de los dorios fue interpretada por los espartanos en un sentido que les favorecía abiertamente. Según ellos, los dorios no habían sido unos intrusos violentos; al contrario, con su inmigración solo habían hecho valer sus derechos. Los sucesores del verdadero «propietario» del Peloponeso, Heracles (hijo de Zeus, el padre de los dioses), habrían «regresado», tras su expulsión, junto con los dorios, de manera que se habían limitado únicamente a recuperar lo que el propio Zeus les había dado. Uno de los primeros testigos procedentes de Esparta, el poeta Tirteo, escribió a finales del siglo VII a. C.: «Pues el propio Zeus… entregó esta ciudad a los Heraclidas (los sucesores de Heracles), con los que abandonamos el ventoso Erineo y llegamos al extenso Peloponeso» (frg. 1 a). Tirteo interpreta la migración doria como una legítima (re)ocupación de un patrimonio asignado por Zeus y, de este modo, despeja las dudas que pudieran haber surgido entre los vecinos acerca de la legitimidad de la presencia doria en Esparta. Los espartanos tuvieron éxito con esta legitimación. Nadie les reprochó más tarde el haber adquirido ilegítimamente su posición en el Peloponeso. Incluso un crítico de todos los mitos como Tucídides hablaba del «regreso de los Heraclidas» al Peloponeso como un hecho histórico. De esta forma, se tendió un puente entre la Esparta micénica descrita por Homero y la Esparta dórica histórica; se estableció una continuidad y, al mismo tiempo, se realzó la legitimidad y la condescendencia de los dioses para con las reivindicaciones espartanas sobre el Peloponeso.

  Otro mito sirvió también para justificar y explicar el origen del muy célebre orden político, social, económico y militar de Esparta. Como muy tarde desde mediados del siglo V, este orden se atribuía a un legislador, llamado Licurgo, cuya reestructuración de todos los ámbitos de la vida habría sido la responsable de la estabilidad de la constitución espartana. «Eunomía», es decir, buen orden (Eunomos), fue como se llamó a su obra constitucional. Otras ciudades griegas también se jactaban de tener grandes legisladores, como Solón de Atenas; pero Licurgo fue para Esparta aún más significativo, pues en cierto modo se convirtió en la fuente de toda su vida, pese a no haber dejado rastro comprobable de su existencia. A principios del siglo II d. C., Plutarco, uno de los autores más leídos de su época, intentó reunir la información de la que disponía acerca de Licurgo y convertirla en una «biografía». Tal intento fracasó, y estas son las frases iniciales de la obra: «Sobre el legislador Licurgo, en general no hay nada que decir que no haya sido cuestionado, ya que su origen, sus viajes, su final y, sobre todo, su actividad como legislador y hombre de Estado han hallado diferentes interpretaciones. Pero en lo que menos se coincide es en la época en la que vivió». A pesar de esta declaración, Plutarco habla del origen de Licurgo en una de las dos familias reales espartanas, dice incluso que llegó a ser rey, que viajó por todo el mundo, como, por ejemplo, a Creta, Asia y Egipto, con el fin de inspirarse para su reordenación, y que consultó al oráculo de Delfos. También nos habla de sus partidarios y de sus detractores en Esparta, así como de la última etapa de su vida, y lo hace como si todo ello procediera de fuentes fidedignas y comprobables. Esta «biografía» le sirve a Plutarco como base sobre la que poder describir el orden espartano que supuestamente creó Licurgo. Todas estas historias no nos sirven para reconstruir el origen histórico de la legislación y, menos aún, la vida de Licurgo; pero son importantes para la legitimación del orden en la conciencia de los espartanos. Licurgo aparece como un mediador entre el dios Apolo de Delfos y los espartanos. Por lo que se le atribuyó un origen divino es porque su obra legislativa está avalada en la leyenda por el oráculo de Delfos. El sentido de este origen divino era evidente: cualquiera que quisiera violar en Esparta este «acuerdo» (en griego: rethra) entre los dioses y los hombres se convertía en un impío. Resulta difícil imaginar mejor garantía para la permanencia de una constitución, sobre todo teniendo en cuenta lo temerosos de Dios que eran los espartanos. Que eran especialmente religiosos es algo que veremos más adelante. Lo cierto es que el orden de Licurgo tuvo una existencia duradera; todavía en el siglo III, los reyes de Esparta evocaban a Licurgo cuando querían cambiar las cosas a su manera… y aun cuando la capacidad de reforma no estuviera contemplada por el sistema de Licurgo.

  Así pues, fueron dos mitos —el del regreso de los Heraclidas y el del legislador Licurgo— los encargados de explicar y justificar el origen de Esparta y su orden, y los que cumplieron por completo esta función en la conciencia de los espartanos e incluso de todos los griegos. Gracias a ellos, el orden de Licurgo permaneció mucho tiempo sustraído a la intervención humana, lo que a su vez garantizó su estabilidad. La fe en estos mitos como en una especie de ley fundamental podemos derivarla de dos rasgos característicos de la mentalidad espartana: su destacada religiosidad y su rígido conservadurismo. La combinación de estos dos atributos protegió a Esparta durante mucho tiempo de crisis políticas como las que padecieron otras ciudades, pero al mismo tiempo fue también la responsable de que el florecimiento espiritual y cultural de la época clásica de Grecia pasara por Esparta sin apenas dejar huella.

  Antes de abordar la historia de Esparta desde los oscuros tiempos de su fundación hasta la época de las Guerras Mesenias y los comienzos de su hegemonía en el Peloponeso, es decir, hasta finales del siglo VI, echaremos una ojeada al orden social y político de esta ciudad atribuido —antes como ahora— a Licurgo. A través de este resumen sistemático podremos hacernos una idea de las peculiaridades del orden espartano y de sus peligros inherentes, antes de pasar a analizar las condiciones históricas que posibilitaron el nacimiento de dicho orden.

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