A partir del Libro VII, que sigue, se ha encargado de la traducción don Ignacio Valentín Nachimowicz, que amablemente nos ha autorizado a publicarla en nuestra página y en Internet en general, con las mismas condiciones de gratuidad que los precedentes y con la misma obligación de citar su autoría de la traducción (Nota del Editor).
CAPÍTULO I. CON LOS FILÓSOFOS INDIOS
Cuando Alejandro llegó a Pasargada y Persépolis, fue atrapado por el ardiente deseo de navegar por el Éufrates y el Tigris hasta el mar Pérsico, y ver las desembocaduras de los ríos como había visto las del Indo, así como el mar al cual fluye. Algunos autores también señalan que estaba meditando acerca de un viaje alrededor de la parte más grande de Arabia, el país de los etíopes, Libia y Numidia más allá del monte Atlas hacia Gadeira, hacia el interior de nuestro mar; pensando que después de haber sometido tanto Libia como Carquedón, entonces sí podría con justicia ser llamado rey de toda Asia. El decia que los reyes de los persas y los medos y se llamaban a sí mismos Grandes Reyes sin ningún derecho, ya que gobernaban sobre una relativamente pequeña parte de Asia. Algunos dicen que estaba meditando un viaje desde allí hacia el Ponto Euxino, a Escitia y al Lago Meotis; mientras que otros afirman que su intención era ir a Sicilia y al Cabo Yapigio, ya que la fama de los romanos que se extendía a lo largo y ancho, excitaba sus celos. Por mi parte no puedo conjeturar con alguna certeza cuáles eran sus planes; y no me interesa adivinarlo. Pero lo que creo poder afirmar con confianza es que no meditaba nada pequeño o insignificante; y que nunca habría quedado satisfecho con ninguna de las adquisiciones que había hecho, aunque hubiera añadido Europa a Asia o las islas de los britones a Europa; pero hubiera seguido buscando alguna tierra desconocida más allá de las mencionadas. Yo creo verdaderamente que si no hubiera encontrado a nadie con quién luchar, habría luchado consigo mismo. Y sobre este relato yo elogio a algunos de los filósofos indios de quienes se dice que fueron capturados por Alejandro mientras caminaban a campo abierto donde acostumbraban a pasar su tiempo. A la vista de él y su ejército no hicieron otra cosa que pisotear con los pies la tierra, sobre la que caminaban. Cuando preguntó por medio de intérpretes el significado de su acción, respondieron lo siguiente "0h, rey Alejandro, cada hombre posee tanto de tierra como esta sobre la cual estamos parados; pero tú, siendo un hombre como el resto de nosotros, excepto por el hecho de ser tan entrometido y arrogante como para venir a través de una parte tan grande de la tierra desde tu propia tierra, a la vez, teniendo problemas para ti mismo como dándoselos a los demás. Y sin embargo pronto morirás, y sólo poseerás tanta tierra como sea suficiente para que tu cuerpo sea enterrado”.
CAPÍTULO II. ELOGIO A LOS SABIOS INDIOS
En esta ocasión, Alejandro elogió tanto las palabras como a los hombres que las pronunciaron; pero sin embargo, él hizo exactamente lo opuesto a lo que elogió. Cuando incluso en el Istmo se encontró con Diógenes de Sinope, tomando sol, de pie junto a él con sus guardias escuderos e infantes Compañeros, le preguntó si quería algo. Pero Diógenes le dijo que no quería nada más, salvo que él y sus asistentes se corrieran del sol. Se dice que Alejandro expresó su admiración por Diógenes. Por lo tanto es evidente que Alejandro no estaba del todo desprovisto de mejores sentimientos; pero era el esclavo de su insaciable ambición. En otra ocasión, cuando llegó a Taxila y vio la secta de filósofos indios desnudos, deseaba mucho que uno de estos hombres viviera con él, porque admiraba su poder de resistencia. Pero el mayor de los filósofos, de nombre Dandamis, del cual los otros eran discípulos, se negó a presentarse a Alejandro, y no permitía que los otros lo hicieran. Se dice que respondió que él mismo era un hijo de Zeus, si Alejandro lo era; y que no quería nada de él, porque estaba muy contento con lo que tenía. Y además dijo que vio a sus asistentes vagando por gran parte de la tierra y el mar sin ningún beneficio, y que no había fin a sus muchas andanzas. Por lo tanto no tenía ningún deseo de que Alejandro le diera algo de lo que ya era poseedor, ni por otra parte tenía miedo alguno de ser excluido de cualquier cosa que Alejandro gobernaba. Porque mientras vivió en la India, que produce los frutos a su tiempo, era suficiente para él; y que cuando muriera se vería liberado del cuerpo, un asociado desagradable. Alejandro por lo tanto no intentó obligarle a venir donde él, teniendo en cuenta que el hombre era libre (para hacer lo que quisiera). Pero Megástenes ha registrado que Calano, uno de los filósofos de esta región, que tenía muy poco poder sobre sí mismo, fue inducido a hacerlo; y que los filósofos mismos le reprocharon por haber abandonado la felicidad existente entre ellos, y sirviendo a otro señor en lugar de a Dios.
CAPÍTULO III. EL FUNERAL DE CALANO
Esto lo he recopilado, porque en la historia de Alejandro, es necesario también hablar de Calano; porque cuando él estaba en el país de Persis su salud se debilitó, aunque él nunca había estado antes sujeto a la enfermedad. En consecuencia, no estando dispuesto a llevar la vida de un hombre con la salud débil, le dijo a Alejandro que, en tales circunstancias, pensaba que lo mejor para él era que pusiera fin a su existencia, antes de llegar a la experiencia de cualquier enfermedad que podría obligarle a cambiar su modo de vida anterior. Durante mucho tiempo, el rey trató de disuadirlo; pero cuando vio que no iba a ser convencido, pero que encontraría alguna otra forma de liberación si esto no se producía, ordenó que se apilara una pira funeraria para él, en el lugar en el que el hombre mismo dirigiera, y dio instrucciones que Ptolomeo, hijo de Lago, el guardaespaldas confidencial, estuviera a cargo de la misma. Dicen que una procesión solemne, consistente en caballos y hombres, avanzó antes que él, algunos de estos últimos armados y otros llevando todo tipo de inciensos para la pira.
También dicen que llevaban copas de oro y plata y ropa real; y al no poder caminar debido a la enfermedad, estaba preparado un caballo para él. Sin embargo, al no poder montar el caballo, fue transportado tendido sobre una litera, coronado con una guirnalda a la manera de los indios, y cantando en la lengua de los indios. Los indios dicen que cantaba himnos a los dioses y elogios de sus compatriotas. Antes de ascender a la pira funeraria entrego el caballo que debería haber montado, un corcel real de raza Nisea, a Lisímaco, uno de los que asistieron a sus enseñanzas para aprender su filosofía. Distribuyó entre sus otros discípulos las copas y las mantas que Alejandro había ordenado que fueran arrojadas en la hoguera como un honor hacia él. Entonces, subiendo a la pira se acostó sobre ella de una manera apropiada, y visible para todo el ejército. A Alejandro el espectáculo le pareció impropio, ya que estaba siendo exhibido a costas de un amigo, pero para el resto fue motivo de asombro que no moviera parte alguna de su cuerpo en el fuego. Tan pronto como a los hombres a los que les había sido asignado el servicio, prendieron fuego a la pira, Nearco dice que sonaron las trompetas, de acuerdo con la orden de Alejandro, y todo el ejército levantó el grito de guerra, ya que tenían la costumbre de gritar al entrar en batalla. Los elefantes también intervinieron con su grito estridente y guerrero, en honor de Calano. Autores sobre los que se puede confiar, han registrado estas cosas y otras semejantes sobre Calano el indio, hechos de gran importancia para aquellos que están deseosos de aprender cuan firme e inmutable es la mente humana en lo que se refiere a lo que desea lograr.
CAPÍTULO IV. LA BODA ENTRE MACEDONIOS Y PERSAS
En este tiempo Alejandro envió a Atropates a su propio virreinato, después de avanzar a Susa, donde arrestó a Abulites y a su hijo Oxatres, y los hizo ejecutar, con el pretexto de que gobernaban mal a los susianos. Muchas atrocidades sobre los templos, tumbas, y los sujetos mismos, habían sido cometidas por aquellos que gobernaban los países conquistados por Alejandro en guerra, porque la expedición del rey a India había tomado mucho tiempo, y no se consideró creíble que él regresara a salvo de tantas naciones que poseen tantos elefantes, yendo a su destrucción más allá del Indo, Hidaspes, Acesines e Hifasis. Las calamidades que le sucedieron entre los gedrosios fueron aún mayores incentivos para aquellos que actuaban como virreyes en esta región, como para estar libres de temor de regresar a sus dominios. No sólo eso, sino que el mismo Alejandro se dice que se volvió más inclinado en ese momento a creer en acusaciones que eran plausibles en todos los sentidos, así como para infligir castigos muy severos sobre aquellos que eran declarados culpables de delitos, incluso pequeños, ya que con la misma disposición él pensó que sería probable que realizaran grandes. [laguna]... En Susa también celebró tanto su propia boda como las de sus compañeros. Él se casó con Barsine, la hija mayor de Darío, y de acuerdo a Aristóbulo, además de ella, otra, Parisatis, la hija menor de Oco. Ya se había casado con Roxana, hija de Oxiartes el bactriano. A Hefestión le dio Dripetis, otra hija de Darío, y hermana de su propia esposa; él quería que los hijos de Hefestión fueran primos hermanos de los suyos. A Crátero dio Amastrine, hija de Oxiartes el hermano de Darío; a Pérdicas, la hija de Atropates, virrey de los medos; a Ptolomeo su guardaespaldas confidente y a Eumenes, el secretario real, las hijas de Artabazo, al primero Artacama, y al otro Artonis. A Nearco le dio la hija de Barsine y Mentor; a Seleuco, la hija de Espitamenes el bactriano. Del mismo modo que al resto de sus Compañeros, dió las más selectas hijas de los persas y los medos, en número de ochenta. Las bodas se celebraban a la manera persa, estando los asientos colocados en una fila para los novios; y después del banquete las novias entraron y se sentaron, cada una cerca de su propio marido. Los novios las tomaron de la mano derecha y las besaron, siendo el rey el primero en comenzar, pues las bodas se llevaban a cabo todas de la misma manera. Esto parecía la cosa más popular que Alejandro jamás había hecho, y demostró su afecto por sus Compañeros. Cada uno tomó su propia novia y se la llevó; y a todos sin excepción Alejandro otorgó dotes, También ordenó que los nombres de todos los macedonios que se habían casado con alguna de las mujeres asiáticas, debía ser registrado. Eran más de 10.000 en número, y para estos Alejandro hizo regalos con motivo de sus bodas.
CAPÍTULO V. LOS PREMIOS AL EJÉRCITO
Él pensó que ahora era una ocasión propicia para liquidar las deudas en las que todos los soldados habían incurrido; para ello ordenó que se llevara un registro de lo que cada hombre debía, a fin de que pudieran recibir el dinero. Al principio sólo unos pocos registraron sus nombres, por temor a que esto hubiera sido instituido por Alejandro como una prueba, para descubrir a cuál de los soldados le resultaba insuficiente su salario para cubrir sus gastos, y cuáles de ellos eran extravagantes en su modo de vida. Cuando se le informó que la mayoría de ellos no estaban inscribiendo sus nombres, pero que los que habían pedido prestado dinero con fianza estaban ocultando el hecho, les echó en cara su desconfianza hacia él.
Porque él dijo que no era justo tampoco que el rey tratara de otra manera que que no fuera sinceramente con sus súbditos, o que alguno de los regidos por él pensara que él se ocuparía de otra manera que no fuera sinceramente con ellos. En consecuencia, puso mesas en el campamento con dinero sobre ellas, y designó a hombres para gestionar la distribución del mismo. Ordenó que las deudas de todos los que mostraron un bono de dinero a ser liquidado sin el nombre del deudor no quedaran registradas por más tiempo. En consecuencia, los hombres creyeron que Alejandro estaba tratando sinceramente con ellos; y el hecho de que no se supiera su nombre, fue un placer mayor para ellos que el hecho de que dejaran de estar en deuda. Esta entrega al ejército se dice que ascendió a 20.000 talentos.
También hizo regalos a personas concretas, según como cada hombre era tenido en honor por su mérito o valor, si se hubiera convertido en fundamental en las crisis de peligro. A los que eran distinguidos por su valentía personal, los coronó con guirnaldas doradas: en primer lugar, Peucestas, el hombre que había sostenido el escudo sobre él; en segundo lugar, Leonato, quién también había sostenido su escudo sobre él, y por otra parte había incurrido en peligros en la India y obtenido una victoria en Ora. El se había apostado con las fuerzas que le habían dejado contra los oricianos y las tribus que vivían cerca de ellos, que estaban tratando de llevar a cabo una revolución, y los había vencido en la batalla. También pareció haber logrado otros asuntos en Ora con gran éxito. Además de éstos, coronó a Nearco por su exitoso viaje alrededor de la costa desde la tierra de los indios a través del Gran Mar; este oficial había ahora llegado a Susa. Además de estos tres, coronó a Onesícrito, el piloto de la nave real; así como Hefestión y al resto de los guardaespaldas privados.
CAPÍTULO VI. ALEJANDRO CREA UN EJÉRCITO ASIÁTICO
Los virreyes de las nuevas ciudades construidas y el resto del territorio sometido en la guerra se allegaron hasta él, trayendo consigo jóvenes recién entrando a la adultez a la edad adulta en número de 30.000, todos de la misma edad, a quien Alejandro llamó Epígonos. Se les había ataviado con armas de Macedonia, y ejercitado en disciplina militar según el sistema macedonio. La llegada de éstos se dice que irritó a los macedonios, que pensaban que Alejandro estaba ideando todos los medios a su alcance para librarse de la necesidad futura de sus servicios. Por la misma razón también la visión de sus vestidos medos fue no menor causa de insatisfacción para ellos; y las bodas celebradas a la moda persa desagradaban a la mayoría de ellos, incluyendo a algunos de los que se casaron, a pesar de haber sido muy honrados al haber sido puestos en el mismo nivel que el rey en la ceremonia de matrimonio. Y estaban ofendidos con Peucestas, el sátrapa de Persis, a causa de su persianización tanto en el vestir como en el hablar, porque el rey estaba encantado por su adopción de las costumbres asiáticas. Estaban disgustados que los jinetes bactrianos, sogdianos, aracotianos, zarangianos, arianos y partos, así como los jinetes persas llamados Evacae, hubieran sido distribuidos entre los escuadrones de la caballería de los Compañeros; como muchos de ellos, al menos como se veían, sobresalían en reputación, finura de talla, o cualquiera otra buena cualidad, y que una quinta división de caballería se añadió a estas tropas, no compuestas íntegramente por extranjeros; pero todo el cuerpo de caballería fue aumentado en número, y los hombres fueron escogidos de entre los extranjeros y puestos en él. Cofen, hijo de Artabazo, Hidarnes y Artiboles, hijos de Mazeo, Sisines y Fradasmenes, hijos de Fratafernes, virrey de Partia e Hircania, Histanes, hijo de Oxiartes y hermano de la esposa de Alejandro, Roxana, así como Autobares y su hermano Mitrobeo fueron elegidos y enrolados entre los guardia de a pie, además de los funcionarios macedonios. Sobre estos, Histaspes el bactriano fue designado como comandante; y se les dio lanzas macedonias en vez de las jabalinas bárbaras que tenían correas unidas a ellas. Todo esto ofendió a los macedonios, que pensaban que Alejandro se estaba convirtiendo absolutamente asiático en sus ideas, y consideraba a los macedonios mismos, así como a sus costumbres en una posición de desprecio.
CAPÍTULO VII. LA TRAVESÍA DEL TIGRIS
Alejandro ordenó ahora a Hefestión llevar el cuerpo principal de la infantería hasta el mar Pérsico, mientras que él mismo, habiendo navegado su flota hasta la tierra de Susiana, se embarcó con los escuderos y la escolta de infantería; y habiendo puesto también a bordo a algunos de los Compañeros de caballería, navegó por el río Euleo hasta el mar. Cuando estaba cerca del lugar donde el río desemboca en lo profundo, dejó allí la mayoría de sus barcos, incluidos los que estaban en necesidad de reparación, y con aquellos especialmente adaptados para la navegación rápida, navegó a lo largo del río Euleo a través del mar hasta la desembocadura del Tigris. El resto de las naves fue conducido por el río Euleo hasta el canal que había sido cortado desde el Tigris al Euleo, y por este medio fueron llevadas al Tigris. De los ríos Eufrates y Tigris, que encierran entre ellos Siria, de donde también surge el nombre por el cual es llamada por los nativos Mesopotamia, el Tigris fluye en un canal mucho más bajo que el Eufrates, del que recibe muchos canales; y después de tomar muchos afluentes y aumentar sus aguas por ellos, cae en el mar Pérsico. Es un río grande y no puede ser cruzado a pie en ninguna parte hasta su desembocadura, ya que ninguna de sus aguas es consumida para el riego del país, porque la tierra a través de la cual fluye es más elevada que el agua, y no se extrae en canales o en otro río, sino que los recibe en sí mismo. Es en absoluto imposible regar la tierra con él. Pero el Eufrates fluye en un canal elevado, y está en todas partes a la altura de la tierra a través de la cual pasa. Muchos canales se han hecho en el, algunos de los cuales están siempre fluyendo, y de los que los habitantes de ambas orillas se abastecen de agua; de otros sólo lo hacen las personas que necesitan regar la tierra, cuando están en necesidad de agua por la sequía. Este país está generalmente no tiene lluvia. La consecuencia es que el Eufrates al final tiene sólo una pequeña cantidad de agua, que desaparece en un pantano. Alejandro pasó por el mar alrededor de la costa del Golfo Pérsico que se extiende entre los ríos Tigris y Euleo; desde allí navegó hasta este último río hasta el campamento donde Hefestión se había instalado con todas sus fuerzas. Desde allí navegó de nuevo a Opis, una ciudad situada en ese río. En su viaje destruyó las presas que existían en el río, y así hizo que la corriente quedara nivelada. Estas presas habían sido construidas por los persas, para prevenir que cualquier enemigo con una fuerza naval superior partiera desde el mar a su país. Los persas habían recurrido a estos artilugios porque no eran un pueblo náutico; por lo tanto haciendo una sucesión ininterrumpida de presas habían convertido el viaje por el Tigris en una cuestión imposible. Pero Alejandro dijo que estos dispositivos eran impropios para hombres que son victoriosos en la batalla; por lo que él consideraba este medio de seguridad inadecuado para él; y al demoler el laborioso trabajo de los persas, demostró de hecho que lo que pensaban que era una protección, era indigno del nombre.
CAPÍTULO VIII. PROBLEMAS EN EL EJÉRCITO
Cuando llegó a Opis, reunió a los macedonios y anunció que tenía la intención de dar de baja del ejército a los que eran inútiles para el servicio militar ya sea por edad o por haber sido mutilado en las extremidades; y dijo que los enviaría de regreso a sus propios hogares. También se comprometió a dar como recompensa extra a los que regresaran, tanto como para convertirlos en objetos especiales de envidia a los de su casa y despertar en los otros macedonios el deseo de compartir peligros y trabajos similares. Alejandro dijo esto, sin duda, con el fin de complacer a los macedonios; pero por el contrario, se sentían, no sin razón, ofendidos por el discurso que pronunció, pensando que ahora eran despreciados por él y considerados como inútiles para los servicios militares. De hecho, a lo largo de toda esta expedición se les había ofendido con muchas otras cosas; por su adopción del vestido persa, demostrando su desprecio por su opinión, lo que a menudo les causó dolor, como lo hizo también proveyendo de equipamiento militar a los soldados extranjeros llamados epígonos al estilo macedonio y la mezcla de los jinetes extranjeros en las filas de los Compañeros. Por eso no podían permanecer en silencio y controlarse a sí mismos, pero lo instaron a despedir a todos ellos de su ejército; y le aconsejaron continuar la guerra en compañía de su padre, burlándose de Amón por esta observación. Cuando Alejandro oyó esto (ya que en ese momento estaba más precipitado de temperamento que hasta ahora, y no ya, como antaño, indulgente con los macedonios de tener un séquito de asistentes extranjeros), saltando hacia abajo desde la plataforma con sus oficiales a su alrededor, ordenó que fuera arrestado el más conspicuo de los hombres que habían tratado de incitar a la multitud a la sedición. El mismo señaló con la mano a los guardias escuderos a aquellos a quienes iban a arrestar, en número de trece, y ordenó que fueran llevados a la ejecución. Cuando el resto, golpeado por el terror, quedó en silencio, él subió a la plataforma de nuevo, y dijo lo siguiente:
CAPÍTULO IX. ALEJANDRO HABLA
«Macedonios, mi discurso no estará dirigido a detener vuestro impulso de volver a casa; por lo que a mí respecta pueden ir donde quieran. Pero quiero que se den cuenta al apartarse de lo que he hecho por ustedes, y de lo que ustedes han hecho por mí. Permítanme comenzar, como es justo, por mi padre Filipo. Él los encontró vagando sin recursos, muchos de ustedes vestidos con pieles de ovejas y pastando pequeños rebaños en las montañas, defendiéndose con dificultad de ilirios, tribalianos y tracios vecinos. Les dio capas para usar en lugar de pieles de oveja, los trajo de las montañas a las llanuras, y los convirtió en capacitados para la guerra contra los bárbaros vecinos, debiendo vuestra su seguridad a vuestra propia valentía y ya no a la confianza en sus fortalezas montañosas. Os hizo habitantes de la ciudad y los civilizó con buenas leyes y costumbres. Sobre esos bárbaros que solían acosarlos y saquear vuestros bienes, los convirtió en sus líderes en lugar de sus esclavos y súbditos. Anexó gran parte de Tracia a Macedonia, se apoderó de las ciudades costeras más favorables y abrió el país al comercio y les permitió explotar sus minas sin ser molestados. Los convirtió en gobernantes de los tesalios, ante los cuales ustedes solían morirse de miedo, humilló a los focenses y así abrió un camino ancho y fácil en Grecia en lugar de uno estrecho y difícil. Los atenienses y tebanos, que permanentemente estaban a punto de atacar Macedonia, tanto los humilló (y yo lo ayudaba en esta tarea) que en vez de tener ustedes que pagar tributo a los atenienses y estar bajo el dominio de los tebanos, ahora a su vez, ellos tuvieron que buscar seguridad de nosotros. Marchó al Peloponeso y arregló los asuntos allí también. Fue nombrado comandante en jefe de toda Grecia para la campaña contra los persas, pero prefirió asignar el crédito a todos los macedonios y no sólo a sí mismo.
Tales fueron los logros de mi padre; como podéis ver por vosotros mismos, son grandes, pero pequeños en comparación con los míos. Heredé de mi padre unas cuantas tazas de oro y plata, y menos de 60 talentos en el tesoro; Filipo tenía deudas por valor de 500 talentos, y yo tomé un préstamo por otros 800. Partí de un país que apenas podía sostenerlos e inmediatamente abrí el Helesponto para ustedes, a pesar de que los persas detentaban el dominio del mar. Derroté en un combate de caballería a los sátrapas de Darío y anexé a vuestro dominio toda la Jonia y Eolide, Frigia y Lidia, y tomé por asalto Mileto.
Todo el resto llegó a nuestro lado espontáneamente, y yo lo hice vuestro para vuestro regocijo. Toda la riqueza de Egipto y Cirene, que gané sin luchar, ahora son vuestros, Celesiria, Palestina y Mesopotamia son vuestra posesión, Babilonia, Bactria y Elam les pertenecen, sois dueños de la riqueza de Lidia, los tesoros de Persia, las riquezas de la India y el Océano Exterior. Sois sátrapas, sois generales, sois capitanes. En cuanto a mí, ¿qué me queda de todos estos trabajos? Apenas este manto púrpura y una diadema. [...]
Yo no me he apropiado de nada para mí, ni tampoco nadie puede señalar mis tesoros, excepto estas posesiones suyas o las cosas que estoy custodiando en vuestro nombre. Individualmente, sin embargo, no tengo ningún motivo para protegerlas, ya que yo me alimento de la misma comida que ustedes, y solo tomo la misma cantidad de sueño. No, no creo que mi alimento sea tan bueno como el de aquellos de entre ustedes que viven lujosamente; y sé que a menudo me siento a la noche a vigilar por ustedes, para que puedan dormir.
CAPÍTULO X. CONTINÚA EL DISCURSO DE ALEJANDRO
"Pero alguien podría decir, que mientras que ustedes sufrieron fatiga y el cansancio, yo he adquirido estas cosas como su líder compartir el esfuerzo y la fatiga. ¿Pero quién de vosotros sabe si ha sufrido tanto esfuerzo por como yo lo he hecho por él? Que venga ahora, cualquiera de vosotros que tenga heridas, que las descubra y las muestre, y yo mostraré las mías a su vez; porque no hay parte alguna de mi cuerpo, en todo caso, que esté libre de heridas; ni existe cualquier tipo de arma utilizada, ya sea para combate cuerpo a cuerpo o para lanzarla al enemigo, cuyas huellas no lleve en mi persona. Porque he sido herido con la espada en combate cuerpo a cuerpo, se me han disparado flechas, y he sido golpeado con proyectiles lanzados desde máquinas de guerra; y aunque muchas veces he sido golpeado con piedras y pernos de madera por el bien de sus vidas, su gloria y su salud, aún estoy guiándolos como conquistadores de toda la tierra y el mar, todos los ríos, montañas y llanuras. He celebrado vuestras bodas con la mía, y los hijos de muchos de ustedes serán similares a mis hijos. Además he liquidado a todos los que habían provocado, sin indagar demasiado acerca del propósito por el que habían sido contratados, a pesar de que ustedes recibieron un pago tan significativo y llevaron tanto botín cada vez que hubo botín obtenido después de un asedio. La mayoría de ustedes tienen coronas de oro, los eternos monumentos a su valor y el honor que recibieron de mí. Quien haya sido asesinado se ha encontrado con un final glorioso y ha sido honrado con un espléndido entierro. Estatuas de bronce de la mayoría de los muertos han sido levantadas en casa, y sus padres son tenidos en honor) siendo liberados de todo servicio público y de los impuestos. Pero ninguno de vosotros ha sido asesinado huyendo bajo mi liderazgo. Y ahora tenía la intención de enviar de vuelta a aquellos de ustedes que no son aptos para el servicio, objeto de envidia de los que están en casa; pero ya que todos desean partir, ¡partan todos ustedes! Vayan y cuenten en casa que vuestro rey Alejandro, el conquistador de los persas, medos, bactrianos, y sacianos; el hombre que ha subyugado a lo uxianos, aracocianos y drangianos, quien también ha conseguido el imperio de los partos, corasmianos e hircanios, hasta el Mar Caspio; que ha marchado sobre el Cáucaso, a través de las Puertas del Caspio, que ha cruzado los ríos Oxo y Tanais, y el Indo, además, que nunca ha sido cruzado por ninguna otra persona excepto Dionisio; que también ha cruzado el Hidaspes, Acesines e Hidraotes, y que habría cruzado el Hifasis, si vosotros no hubierais retrocedido con alarma; que ha penetrado en el Gran Mar por ambas bocas del Indo; que ha marchado a través de la desierto de Gedrosia, donde nadie nunca marchó con un ejército; quien en su recorrido tomó posesión de Carmania y la tierra de los oricianos, además de sus otras conquistas, habiendo su flota en el ínterin navegado alrededor de la costa del mar que se extiende desde la India hasta Persia — informado que cuando vosotros retornasteis a Susa, desertásteis de mí y os fuisteis, su entregándolo a la protección de los extranjeros conquistados Quizás este informe vuestro será a la vez glorioso para vosotros a los ojos de los hombres y devoto yo sea a los ojos de los dioses. Partid! ".
APÍTULO XI. LA RECONCILIACIÓN
Habiendo hablado así, saltó rápidamente de la plataforma, y entró en el palacio, donde no prestó atención al arreglo de su persona, ni admitió a ninguno de sus Compañeros que lo viera. Ni siquiera en la mañana fue admitido alguno de ellos a una audiencia; pero al tercer día llamó a los persas elegidos adentro y entre ellos distribuyó los comandos de las brigadas, y dictó la regla de que sólo aquellos que él proclamaba como sus parientes, tendrían el honor de saludarlo con un beso. Pero los macedonios que oyeron el discurso se sorprendieron por completo en el momento, y permanecieron allí en silencio cerca de la plataforma; tampoco cuando se retiró ninguno de ellos acompañó al rey, salvo sus Compañeros personales y los guardaespaldas. A pesar de que permanecieron, la mayoría de ellos no tenía nada que hacer o decir, y sin embargo no estaban dispuestos a retirarse. Pero cuando se les comunicó la noticia acerca de los persas y los medos, que los mandos militares se estaban dando a los persas, que los soldados extranjeros estaban siendo seleccionados y divididos en compañías, que una guardia de infantería persa, Compañeros infantes persas, un regimiento de persas con escudos de plata, así como los Compañeros de caballería, y otra guardia real de caballería distinta de estas, eran llamados con nombres macedonios, no pudieron ya contenerse; pero corriendo en grupo al palacio, abandonaron su armas delante de las puertas como signos de súplica al rey. De pie frente a las puertas, gritaron, suplicando que se les permitiera entrar, y diciendo que estaban dispuestos a entregar a los hombres que habían sido los instigadores de los disturbios en esa ocasión, y los que habían iniciado el clamor. También declararon que no se retirarían de las puertas ya fuera de día o de noche, a menos que Alejandro tuviera un poco de piedad por ellos. Cuando fue informado de esto, salió sin demora; y viéndolos en el suelo con humilde apariencia, y oyendo a la mayoría de ellos lamentándose en alta voz, las lágrimas comenzaron a fluir también desde sus propios ojos. Hizo un esfuerzo para decirles algo, pero ellos continuaron sus insistentes ruegos. Por fin, uno de ellos, Callines de nombre, un hombre notable, tanto por su edad y porque era un capitán de la caballería de los Compañeros, dijo lo siguiente: "¡Oh rey, lo que aflige a los macedonios es que tú ya has hecho a algunos de los persas parientes tuyos, y que los persas son llamados hermanos de Alejandro, y tienen el honor de saludarte con un beso; mientras que ninguno de los macedonios hasta ahora ha disfrutado de este honor". Entonces Alejandro interrumpiéndole, dijo: "Pero a todos ustedes, sin excepción, los considero mis hermanos, y así desde ahora los voy a llamar." Y habiendo dicho esto, Callines avanzó y lo saludó con un beso, y lo mismo hicieron todos los que querían saludarlo. Entonces tomaron sus armas y volvieron al campamento, gritando y cantando una canción de acción de gracias. Después de esto Alejandro ofreció sacrificios a los dioses a los que se tenía la costumbre de sacrificar, y dio un banquete público, que él mismo presidió, con los macedonios sentados alrededor de él, y junto a ellos los persas; después de éstos venían los hombres de las otras naciones, preferidos en honor a su rango personal o por alguna acción meritoria. El rey y sus invitados tomaron vino del mismo recipiente y escanciaron las mismas libaciones, tanto los profetas griegos y los magos comenzando la ceremonia. Oró por otras bendiciones, y sobre todo porque la armonía y la comunidad de gobierno pudieran existir entre los macedonios y los persas. La cuenta es, que los que tomaron parte en el banquete fueron 9.000 en número, que todos ellos escanciaron una libación, y después cantaron una canción de acción de gracias.
CAPÍTULO XII. PROBLEMAS ENTRE ANTÍPATRO Y OLIMPIA
Luego, aquellos de los macedonios que no eran aptos para el servicio en razón de su edad o cualquier otra desgracia, regresaron por su propia voluntad, en número aproximadamente de 10.000. A ellos Alejandro les dio la paga no sólo por el tiempo que había transcurrido ya, sino también por el que tardarían en volver a casa. También le dio a cada uno un talento, además de su salario. Si alguno de ellos tenía hijos con mujeres asiáticas, les ordenó que las dejaran atrás con él, para no introducir en Macedonia una causa de discordia, llevando con ellos niños de las mujeres extranjeras que eran de una raza diferente a los niños que habían dejado en casa nacidos de madres macedonias. Prometió encargarse de que serían educados como macedonios, educándolos no sólo en cuestiones generales, sino también en el arte de la guerra. También se comprometió a llevarlos a Macedonia cuando llegaran a la madurez, y entregarlos a sus padres. Estas inciertas y oscuras promesas fueron hechas para ellos mientras partían; y pensó que estaba dando la prueba más indiscutible de la amistad y el afecto que sentía por ellos enviando con ellos, como tutor y líder de la expedición, a Crátero, su hombre más fiel, y al que valoraban igualmente que a él. Entonces, después de haber saludado a todos, los despidió con lágrimas así como llorando por su presencia. Ordenó a Crátero que condujera a estos hombres de vuelta, y cuando lo hubiera hecho, tomara sobre sí el gobierno de Macedonia, Tracia y Tesalia, y que presidiera la libertad de los griegos. También ordenó a Antípatro que le trajera los macedonios en edad viril como sucesores de los que eran enviados de vuelta. Envió a Polispercón también con Crátero, como su segundo al mando, de modo que si le sucedía cualquier percance a Crátero en la marcha (ya que él lo enviaba de vuelta a causa de la debilidad de su salud), los que iban no quedaran en necesidad de un general. También circulaba un informe secreto acerca de que Alejandro estaba ahora agobiado por las acusaciones de su madre sobre Antipatro, y que deseaba sacarlo de Macedonia. Este informe estuvo vigente entre los que interpretan las acciones reales más celosamente cuanto más se ocultan, y que se inclinan a analizar la fidelidad como algo malo en lugar de aceptarlo como real; un curso al que se ven conducidos por las apariencias y por su propia depravación. Pero quizás este envío por medio de Antípatro no fue diseñado para su deshonra, sino más bien para evitar consecuencias desagradables a Antípatro y Olimpia en su pelea, y que él no pudiese rectificar. Porque ellos escribían incesantemente a Alejandro, el primero diciendo que la arrogancia, la aspereza, y entrometimiento de Olimpia era sumamente impropio para la madre del rey; hasta el punto que a Alejandro se lo relacionaba con haber utilizado el siguiente comentario en referencia a los informes que recibió sobre su madre; que ella estaba exigiendo de él un pesado alquiler por los diez meses. La reina escribió que Antípatro era arrogantemente insolente en sus pretensiones de soberanía, así como en el servicio de su corte, no recordando ya quien lo había nombrado, pero reclamando ganar y mantener el primer puesto entre los griegos, e incluso de los macedonios. Estos calumniosos informes sobre Antípatro parecían tener más peso con Alejandro, ya que eran más formidables en cuanto a la dignidad regia. Sin embargo, no se informó acerca de ningún acto hostil o palabra del rey, de la que cualquiera pudiera inferir que Antípatro era de alguna manera menos en su favor que antes.
CAPÍTULO XIII. SOBRE LAS AMAZONAS
Se dice que Hefestión muy en contra de su voluntad cedió a este argumento y se reconcilió con Eumenes, quien por su parte quería solucionar el conflicto. Se dice que en este viaje Alejandro vió la llanura que se dedicaba a las yeguas reales. Heródoto dice que la llanura era llamada Nisea, y que las yeguas eran llamadas Niseas; añadiendo que en tiempos pretéritos había 150.000 de estos caballos. Pero en este momento Alejandro no encontró no más de 50.000; la mayoría de ellos habían sido llevados por los ladrones. Aquí se dice que Atropates, el virrey de Media, le dió un centenar de mujeres, diciendo que eran de la raza de amazonas. Estas habían sido equipadas con las armas de jinetes masculinos, excepto que llevaban hachas en lugar de lanzas y y pequeños protectores redondos en lugar de escudos. También dicen que tenían el pecho derecho más pequeño que el izquierdo, y que lo exponían en la batalla. Alejandro las expulsó del ejército, para que no pudiera ser hecho intento alguno de violar por de los macedonios o de los bárbaros; y les ordenó que llevaran su palabra a su reina diciendo que estaba llegando con el fin de procrear hijos con ella. Pero esta historia no ha sido registrada ni por Aristóbulo ni por Ptolomeo, ni ningún otro escritor que sea una autoridad confiable sobre estas cuestiones. Ni siquiera creo que la raza de amazonas hubiera sobrevivido hasta ese momento, o incluso antes de la época de Alejandro; de lo contrario habrían sido mencionadas por Jenofonte, quien menciona a los fasianos, cólquidos y todas las otras razas bárbaras sobre las que los griegos vinieron, cuando empezaron desde Trapezus o antes de que marcharan hacia Trapezus. Sin duda se habrían relacionado allí con las amazonas, si es que todavía existían. Sin embargo, no me parece creíble que esta raza de mujeres no tuviera existencia en absoluto, ya que ha sido celebrado por muchos poetas famosos. El informe general es que Heracles marchó contra ellas y trajo el cinturón de la reina Hipólita a Grecia; y que los atenienses bajo Teseo fueron los primeros en conquistar y rechazar a estas mujeres a medida que avanzaban en Europa. La batalla de los atenienses y las amazonas ha sido pintada por Micón, no menos que la de los atenienses y los persas. Heródoto también ha escrito con frecuencia sobre estas mujeres y también lo han hecho los escritores atenienses que han honrado con discursos a los hombres que murieron en la guerra. Han mencionado la hazaña de los atenienses contra las amazonas como una de sus glorias especiales. Si entonces Atropates mostró a Alejandro a alguna mujer ecuestre, creo que debe de haberle mostrado algunas otras mujeres extranjeras formadas en la equitación, y equipadas con las armas que se decía que eran las de las amazonas.
CAPÍTULO XIV. MUERTE DE HEFESTIÓN
En Ecbatana Alejandro ofreció sacrificio conforme a su costumbre, por su buena fortuna; y celebró un concurso de gimnasia y música. También mantuvo reuniones de bebedores con sus Compañeros. En este momento Hefestión enfermó; y se dice que el estadio estaba lleno de gente en el séptimo día de su fiebre, porque ese día había un concurso de gimnasia para niños. Cuando Alejandro fue informado que Hefestión se encontraba en estado crítico, fue a él sin demora, pero lo encontró ya muerto. Diferentes autores han dado diferentes explicaciones del dolor de Alejandro en esta ocasión; pero todos están de acuerdo en esto, que su dolor era grande. En cuanto a lo que se hizo en honor de Hefestión, se hacen diversas declaraciones, tal como cada escritor fue accionado por la buena voluntad o la envidia hacia él, o incluso hacia el propio Alejandro. De los autores que han hecho estas imprudentes declaraciones, algunos me parece que han pensado que todo lo que dijo o hizo Alejandro para mostrar su excesivo dolor hacia el hombre que le era el más querido en el mundo, redunda en su honor; mientras que otros parecen pensar que tendía a su desgracia, como siendo conducta impropia a cualquier rey y especialmente a Alejandro. Algunos dicen que se arrojó sobre el cuerpo de su compañero y se quedó allí durante la mayor parte del día, lamentándose y negándose a apartarse de él, hasta que fue llevado a la fuerza a distancia por sus Compañeros. Otros que yació sobre el cuerpo durante todo el día y la noche. Otros, dicen que hizo ahorcar al médico Glaucias, por haber dado indiscretamente la medicina; mientras que otros afirman que, estando como espectador de los juegos, descuidóa Hefestión, que estaba lleno de vino. Que Alejandro se debería haber cortado el cabello en honor del muerto, yo no lo creo improbable, tanto por otras razones y sobre todo por el deseo de imitar a Aquiles, a quien desde su niñez tuvo la ambición de competir. Otros también dicen que el propio Alejandro condujo el carro que se había llevado el cuerpo, pero no creo en esta declaración de manera alguna. Otros más afirman que ordenó que el santuario de Asclepio en Ecbatana fuera arrasado hasta los cimientos; lo que fue un acto de barbarie, y de ningún modo en armonía con el comportamiento general de Alejandro, sino más bien de acuerdo con la arrogancia de Jerjes en su trato la deidad, que se dice que había dejado grilletes en el Helesponto, con el fin de castigarlo en verdad. Sin embargo, la siguiente declaración, que ha sido registrada, no me parece totalmente fuera del alcance de la probabilidad que cuando Alejandro marchaba a Babilonia, se encontró en el camino con muchas embajadas de Grecia, entre las que había algunos enviados de Epidauro, que obtuvieron de él sus peticiones. También les dio una ofrenda que debía ser transportada a Asclepio, agregando este comentario: "Aunque Asclepio no me ha tratado con justicia, al no haber salvado la vida de mi compañero, a quien yo valoraba por igual con mi propia cabeza".Se ha dicho por la mayoría escritores que ordenó que se rindieran siempre honores a Hefestión como un héroe, y algunos dicen que incluso envió hombres al templo de Amón a pedir al dios si era permisible ofrecer sacrificio a Hefestión como un dios, pero Amón respondió que no era permisible. Todas las autoridades, sin embargo, están de acuerdo en cuanto a los siguientes hechos: que hasta el tercer día después de la muerte de Hefestión, Alejandro ni probó la comida ni prestó atención a su aspecto personal, sino que yacía en el suelo, ya fuera llorando o quejándose en silencio; que también ordenó una pira funeraria que estuviera preparada para él en Babilonia a costa de 10.000 talentos; algunos dicen, que a un costo aún mayor, y que se publicó un decreto en todo el territorio bárbaro para el mantenimiento de un duelo público. Muchos de los Compañeros de Alejandro se dedicaron a sí mismos y a sus armas al muerto Hefestión con el fin de mostrar su respeto hacia él; y el primero en iniciar el artificio fue Eumenes, al que poco tiempo atrás se mencionaba como habiendo estado en desacuerdo con él. Esto hizo que Alejandro no pensara que estaba contento con la muerte de Hefestión. Alejandro no designó a nadie para ser comandante de la caballería de los Compañeros en lugar de Hefestión, para que el nombre de ese general no se perdiera de la brigada; pero la división de caballería todavía se llamaba Hefestión y la figura de Hefestión iba al frente de ella. También decidió celebrar un concurso de gimnasia y musical, mucho más magnífico que cualquiera de los anteriores, tanto por la multitud de competidores como por la cantidad de dinero invertido en ella. El proporcionó 3.000 competidores en total, y se dice que estos hombres poco tiempo después también compitieron en los juegos celebrados en el funeral del propio Alejandro.
CAPÍTULO XV. EMBAJADAS ANTE ALEJANDRO
El duelo se prolongó por muchos días; y cuando estaba empezando a recobrarse, bajo tales circunstancias sus Compañeros tuvieron menos dificultades para despertarlo a la acción. Entonces por fin hizo una expedición contra los coseanos, una raza guerrera lindante con en el territorio de lo uxianos. Son montañeses, que habitan posiciones fuertes en aldeas separadas. Siempre que una fuerza se acercaba a ellos, tenían la costumbre de retirarse a las cumbres de sus montañas, ya fuera en conjunto o por separado, cuando a los hombres les parecía posible; y así escapaban, dificultando a quienes les atacaban con sus fuerzas acercarse a ellos. Después de la partida del enemigo, acostumbraban a merodear nuevamente, ocupación por la cual ellos se mantenían. Pero Alejandro sometió a esta raza, a pesar de que marchó contra ellos en invierno; pues ni el invierno ni la aspereza del terreno era impedimento alguno para él o para Ptolomeo, hijo de Lago, que lideró una parte del ejército en la campaña contra ellos. Así, ninguna empresa militar que Alejandro emprendió terminó fracasando. Mientras marchaba de regreso a Babilonia, se encontró con las embajadas de los libios, que lo felicitaron y coronaron como conquistador del reino de Asia. De Italia también vinieron brucios, lucanos, y tirrenos como enviados, con el mismo propósito. Los cartagineses se dice que le enviaron una embajada en este momento; y también se afirma que llegaron enviados etíopes a pedir su amistad, escitas de Europa, galos, iberos, naciones cuyos nombres eran escuchados y sus pertrechos eran vistos entonces por primera vez por griegos y macedonios. También se dice que encomendaron a Alejandro la tarea de resolver sus disputas entre sí. Entonces sí que era especialmente evidente tanto para él como para los que le rodeaban, que él era el señor de toda la tierra y el mar. De los hombres que han escrito la historia de Alejandro, Aristos y Asclepíades bastan para decir que los romanos también le enviaron una embajada, y que cuando se encontró con su embajada, predijo algo acerca del poder futuro de Roma, observando el atuendo de sus hombres, su amor al trabajo, y su devoción a la libertad. Al mismo tiempo, hizo averiguaciones urgentes sobre su constitución política. Este incidente lo he registrado ni como ciertamente auténtico ni tan increíble por completo; pero ninguno de los escritores romanos han hecho mención alguna a esta embajada como habiendo sido enviada a Alejandro; ni de los que han escrito un relato de las acciones de Alejandro, ya sea Ptolomeo, hijo de Lago o Aristóbulo, la mencionan. Con estos autores estoy generalmente de acuerdo. Tampoco parece probable que la república romana, que era en ese momento destacada por su amor a la libertad, enviara una embajada a un rey extranjero, sobre todo a un lugar tan lejos de su propia tierra, en tanto no estaban obligados a hacerlo así por temor o por alguna esperanza de ventaja, estando poseídos como estaban, más allá de cualquier otro pueblo, por odio al nombre y raza de déspotas.
CAPÍTULO XVI. LOS MAGOS CALDEOS
Después de esto, Alejandro envió a Heráclides, hijo de Argeo, a Hircania al mando de una compañía de carpinteros de buques, con la orden de cortar madera de las montañas de Hircania y con ello construir una serie de naves de guerra, algunos sin cubiertas y otras con cubiertas según la manera griega de construcción naval. El estaba muy deseoso de descubrir con qué mar el llamado Hircanio o Caspio se une; si se comunica con el agua del mar Euxino, o si el mar Grande viene justo y alrededor del Mar del Este, que está cerca de la India y fluye hacia el Golfo de Hircania; del mismo modo que había descubierto que el mar Pérsico, que fue llamado Mar Rojo, en realidad es un golfo del Mar Grande. Las fuentes del mar Caspio no se han descubierto todavía, aunque muchos países moran a su alrededor, y ríos navegables descargan sus aguas en él. A partir de Bactria, el Oxo, el más grande de los ríos asiáticos, exceptuando los de India, descargan en este mar, y a través de Escitia fluye el Jaxartes. El relato es que el Araxes, que también fluye de Armenia, cae en el mismo mar. Estos son los más grandes; pero muchos otros desembocan en ellos, mientras que otros más se descargan directamente en este mar. Algunos de ellos eran conocidos por los que visitaron estas naciones con Alejandro; otros están situados más lejos hacia el lado del golfo, como parece, en el país de los escitas nómadas, un distrito que es bastante desconocido. Cuando Alejandro cruzó el río Tigris con su ejército y marchaba a Babilonia, fue recibido por los filósofos caldeos, quienes, llevándolo lejos de sus compañeros, le rogaron suspender su marcha a esa ciudad. Ellos decían que una declaración oracular se les había presentado por el dios Belus, que su entrada a Babilonia en ese momento no sería para su bien. Pero él contestó a su discurso con una frase del poeta Eurípides en este sentido "El mejor profeta es el que también adivina.", Pero dijeron los caldeos: "¡Oh rey, en todo caso, no entres en la ciudad mirando hacia el oeste, ni conduzcas el ejército en esa dirección; más bien ve hacia el este". Pero esto no resultaba ser fácil para él, a causa de la dificultad del terreno; la deidad le conducía al lugar donde entrando, estaba condenado a morir pronto. Y tal vez era mejor para él saltar a la fama en el colmo de su gloria, así como los afectos tenidos para con él por los hombres, antes que cualquiera de las vicisitudes naturales de los hombres cayera sobre él. Probablemente esta fue la razón que Solon aconsejó a Creso bucar al final de una larga vida, y no declarar antes a todo hombre feliz. Sí, verdaderamente la muerte de Hefestión había sido una gran desgracia para Alejandro; y yo creo que más bien se ha ido antes de que ocurriera que el haber vivido para experimentarlo; no menos de Aquiles, como me parece, hubiera preferido morir antes de Patroclo que haber sido el vengador de su muerte.
CAPÍTULO XVII. ALEJANDRO NO SIGUE EL CONSEJO DE LOS MAGOS
Pero él tenía la sospecha de que los caldeos estaban tratando de evitar su marcha a Babilonia en ese momento con referencia más bien a su propio beneficio que a la declaración del oráculo. Porque en el medio de la ciudad de los babilonios estaba el templo de Belus, un edificio muy grande en tamaño, construida de ladrillos cocidos que estaban cementados con betún. Este templo había sido arrasado hasta los cimientos por Jerjes, a su regreso de Grecia; así como también todos los otros edificios sagrados de los babilonios. Algunos dicen que Alejandro había tomado la resolución de reconstruirlo sobre sus anteriores bases; y por esta razón ordenó a los babilonios sacar el montículo. Otros dicen que tenía la intención de construir uno aún más grande que el que existía anteriormente. Pero después de su partida, los hombres a los que se les había confiado el trabajo lo prosiguieron sin vigor, de modo que ahora decidió emplear la totalidad de su ejército en la realización del mismo. Una gran cantidad de tierra, así como de oro había sido dedicada al dios Belus por los reyes asirios; y desde antaño el templo se mantuvo en reparación y se ofrecían sacrificios al dios. Pero en ese tiempo los caldeos fueron apropiándose de la propiedad del dios, ya que no existía nada en el que los impuestos pudieran ser gastados. Alejandro sospechaba que no querían que entrara a Babilonia por esta razón, por miedo a que en poco tiempo la terminación del templo les privaría de los beneficios derivados de ese dinero. Y, sin embargo, de acuerdo a Aristóbulo, estaba dispuesto a ceder a sus intentos de persuadirlo hasta, al menos, en cuanto a cambiar el rumbo de su entrada en la ciudad. A tal efecto, en el primer día acampó cerca del río Eufrates; y al día siguiente marchó a lo largo de la orilla, manteniendo el río a su derecha, con la intención de pasar más allá de la parte de la ciudad vuelto hacia el oeste, y allí girando en derredor para dirigir a su ejército hacia el este. Pero a causa de la dificultad del terreno no pudo marchar con su ejército en esa dirección; porque si un hombre que está entrando en la ciudad desde el oeste, cambia aquí su dirección hacia el este, se encuentra con un suelo cubierto de pantanos y bancos de arena. Por lo tanto, en parte por su propia voluntad y en parte contra su voluntad, desobedeció al dios.
CAPÍTULO XVIII. LA MUERTE DE ALEJANDRO SE PREDICE
Además, Aristóbulo ha registrado la siguiente historia: Apolodoro el Anfipolitano, uno de los Compañeros de Alejandro, era general del ejército que el rey había dejado con Mazeo, el virrey de Babilonia. Cuando unió sus fuerzas con las del rey al regreso de este último de India, y observó que estaba castigando severamente a los virreyes que habían sido colocados en los diversos países, envió a su hermano Pitágoras y le pidió que adivinara acerca de su seguridad. Pitágoras era un adivino que derivaba su conocimiento del futuro de la inspección de las entrañas de los animales. Este hombre envió de vuelta a Apolodoro, preguntándole a quién temía tanto como para desear consultar a la adivinación. Este último respondió: "Al mismo rey y a Hefestión." Pitágoras entonces, en primer lugar, ofreció sacrificio con referencia a Hefestión. Pero como no había lóbulo visible en el hígado de la víctima sacrificial, señaló este hecho en una carta que selló y envió a su hermano de Babilonia a Ecbatana, explicando que no había motivo alguno para temer a Hefestión, pues en poco tiempo estaría fuera de su camino. Y Aristóbulo dice que Apolodoro recibió esta carta sólo un día antes de que Hefestión muriera. Luego Pitágoras volvió a ofrecer sacrificio con respecto a Alejandro, y el hígado de la víctima consultado con respecto a él también carecía de lóbulo. Por lo tanto, escribió a Apolodoro con el mismo tenor sobre Alejandro que como sobre Hefestión. Apolodoro no ocultó la información que le enviaron, pero le dijo a Alejandro, para demostrar lo más posible su buena voluntad havia el rey, le instó a ponerse en guardia, no fuera que algún peligro cayera sobre él en ese momento. Y Aristóbulo dice que el rey elogió Apolodoro, y cuando entró en Babilonia, preguntó a Pitágoras qué signo había encontrado como para inducirlo a escribir así a su hermano. Dijo que el hígado de la víctima sacrificada por él no tenía lóbulo. Cuando Alejandro le preguntó qué significaba la señal, él dijo que era una muy desastrosa. El rey estaba tan lejos de estar enojado con él, que incluso lo trataba con el mayor respeto, por decirle la verdad sin ningún ambage. Aristóbulo dice que él mismo escuchó esta historia de Pitágoras, y añade que el mismo hombre actuó como adivino para Pérdicas y después para Antígono, y que el mismo signo ocurrió para los dos. Fue verificado de hecho; porque Pérdicas perdió la vida comandando un ejército contra Ptolomeo y Antígono fue muerto en la batalla librada por él en Ipso contra Seleuco y Lisímaco. También en relación a Calano, el filósofo indio, ha sido registrada la siguiente historia. Cuando iba a la pira funeraria a morir, dio saludo de despedida a todos sus otros compañeros, pero se negó a acercarse a Alejandro a darle el saludo, diciendo que iba a encontrarse con él en Babilonia y allí le saludaría. En el momento esta observación fue considerada con negligencia, pero después, cuando Alejandro murió en Babilonia, volvió al recuerdo de los que la habían oído, y pensaron en verdad que era una insinuación divina del próximo fin de Alejandro.
CAPÍTULO XIX. SE PREPARA LA INVASIÓN DE ARABIA
A medida que entraba en Babilonia, era recibido por embajadas de los griegos; pero con qué propósito había sido enviada cada embajada no ha sido registrado. A mí, me parece ciertamente probable que la mayoría de ellos hayan llegado para coronarlo y elogiarlo a causa de sus victorias, en especial los indios, como para decir también que los griegos se regocijaron ante su regreso a salvo de la India. Se dice que saludó a estos hombres con la mano derecha, y después de rendirles la honra adecuada los envió de vuelta. También permiso dio a los embajadores para llevar consigo todas las estatuas de hombres y las imágenes de los dioses y los otros exvotos que Jerjes había llevado desde Grecia a Babilonia, Pasargada, Susa, o cualquier otro lugar de Asia. De esta manera, se dice que las estatuas de bronce de Harmodio y Aristogitón, así como la imagen de Artemisa Celcea, fueron llevadas de nuevo a Atenas. Aristóbulo dice que encontró en Babilonia la flota con Nearco, que había zarpado desde el Mar Pérsico hasta el río Eufrates; y otra, que había sido conducida desde Fenicia, que constaba de dos quinquerremes fenicios, tres quadriremes, doce trirremes y treinta triacónteras. Estos habían sido despiezados y transportados hasta el río Eufrates desde Fenicia hasta la ciudad de Tapsaco. Allí fueron unidos de nuevo y embarcados hacia Babilonia. El mismo escritor dice que él taló los cipreses en Babilonia y con ellas construyó otra flota; en la tierra de los asirios estos árboles son abundantes, pero con respecto a las otras cosas necesarias para la construcción de barcos, este país no ofrecía nada. Una multitud de pescadores de púrpura de pescado y otros hombres de mar vinieron de Fenicia y del resto de las poblaciones costeras para servir como tripulación de los buques y realizar los otros servicios a bordo. Cerca de Babilonia hizo un puerto de excavación lo suficientemente grande como para permitir el anclaje de 1.000 buques de guerra; y al lado del puerto hizo astilleros. Miccalo de Clazomene fue enviado a Fenicia y Siria con 500 talentos para reclutar algunos hombres y para comprar otros experimentados en asuntos náuticos. Alejandro designó para colonizar el terreno costero cerca del Golfo Pérsico, así como las islas en ese mar. El pensaba que esta tierra se convertiría en no menos próspera que Fenicia. Hizo estas preparativos de la flota para atacar el cuerpo principal de los árabes, bajo el pretexto de que eran los únicos bárbaros de esta región que no le habían enviado una embajada o hacer cualquier otra cosa en lo referente a su posición y mostrando respeto hacia él. Pero la verdad era, como me parece a mí, que Alejandro era insaciablemente ambicioso de adquirir siempre nuevos territorios.
CAPÍTULO XX. EL VIAJE DE NEARCO
El informe ordinario es que se enteró de que los árabes veneraban sólo dos dioses, Urano y Dioniso; el primero porque él mismo es visible y contiene en sí mismo las luminarias celestiales, sobre todo del sol, de donde emana el beneficio mayor y más evidente para todos las cosas humanas; y el último a causa de la fama que adquirió por su expedición a la India. Por lo tanto, se creía muy digno de ser considerado por los árabes como un tercer dios, ya que él había llevado a cabo actos de ninguna manera inferiores a los de Dioniso. Si, entonces, podía conquistar a los árabes, tenía la intención de concederles el privilegio de llevar a cabo su gobierno de acuerdo con sus propias costumbres, como lo había hecho ya a los indios. La fertilidad de la tierra era un estímulo secreto para él para invadir; porque se enteró de que la gente obtenía cassia de los lagos, y mirra e incienso de los árboles; que la canela se cortaba de los arbustos, y que las praderas producíann nardo sin cultivo alguno. En cuanto al tamaño del país, se le informó que la costa de Arabia, no era menor en magnitud a la de la India; que cerca se encontraban numerosas islas; que en todas las partes del país había puertos suficientemente cómodos como para proporcionar anclaje a su flota, y que suministraba sitios para fundar ciudades, que se convertirían en florecientes. También se le informó de que había dos islas en el mar frente a la desembocadura del Eufrates, la primera de las cuales no estaba lejos del lugar donde las aguas del río se vierten en el mar, estando alrededor de 120 estadios distante de la orilla y de la boca del río. Este es el más pequeño de los dos, y estaba densamente cubierto con todo tipo de árboles. En él también había un templo de Artemisa, en torno al cual los propios habitantes pasaban sus vidas. La isla estaba dedicada a la utilización de cabras salvajes y ciervos, a los que se les permitía vagar en extenso como estando dedicados a Artemisa. Era ilegal perseguirlos a menos que alguien deseara ofrecer sacrificios a la diosa; y para este sólo propósito era lícito perseguirlos. Aristóbulo dice que Alejandro ordenó que esta isla se llamara Ícaro, como la isla, así llamada en el mar Egeo, en la que, como el informe sigue, Ícaro, hijo de Dédalo, cayó, cuando la cera por la que las alas habían sido sujetadas, se derritieron. Porque él no voló cerca de la tierra, de acuerdo a los mandatos de su padre, sino que volando lejos sin sentido, dejó que el sol ablandara y perdiera la cera. Icaro dejó su nombre a la isla y el mar, siendo llamada la primera Ícaro y el segundo Icario. La otra isla se dice que estaba distante de la desembocadura del Eufrates, derca de un día y una noche de viaje para un buque corriendo antes de la brisa. Su nombre era Tilus; era grande y la mayor parte ni robusto ni leñoso, sino adecuado para la producción de frutas cultivadas y todas las cosas a su debido tiempo. Parte de esta información se dió a Alejandro por Arquías, que fue enviado con un triacóntera para investigar el curso de la travesía costeando a Arabia, y que llegó hasta la isla de Tilus, pero no se atrevió ir más allá de ese punto. Andróstenes fue enviado con otra triacóntera y navegó a lo largo de una parte de la península de Arabia. Hieron de Soli el piloto, también recibió una triacóntera de Alejandro y avanzó más lejos que aquellos a quienes se envió a esta región; había recibido instrucciones de navegar alrededor de toda la península Arábiga hasta el Golfo Pérsico, cerca de Egipto, en contra de Heroopolis. A pesar de que navegó una gran distancia a lo largo del país de los árabes, no se atrevió a ir tan lejos como se le ordenó; pero volviendo a Alejandro, informó que el tamaño de la península era maravilloso, siendo sólo un poco más pequeña que la del país de los indios, y proyectada su extremidad en el mar Grande. Nearco de hecho en su viaje desde la India, había visto este estiramiento no muy lejos, antes apartarse del camino hacia el Golfo Pérsico, y fue hasta casi inducido a cruzar sobre él. El piloto Onesícrito pensó que deberían haber ido allí; pero Nearco dice que él mismo se lo impidió, por lo que después de navegar alrededor del Golfo Pérsico, podría dar un informe a Alejandro sobre las cosas por las que había sido enviado. Nearco decía que él no había sido enviado a navegar por el mar Grande, sino a explorar las tierras que bordean el mar, para averiguar qué hombres las habitaban, para descubrir los puertos y ríos en ellas, para determinar las costumbres de la gente, y para ver si alguno de los países era fértil, y si alguno era estéril. Esta fue la razón por la que la expedición naval de Alejandro regresó en paz; porque si hubiera navegado más allá de los desiertos de Arabia, no habría regresado a salvo. Se dice que esta fue también la razón por la que Hierón se volvió.
CAPÍTULO XXI. DESCRIPCIÓN DE LOS RÍOS
Mientras que los trirremes eran construidos por él, y el puerto, cerca de Babilonia era excavado, Alejandro salió de Babilonia por el Éufrates hacia lo que se llamaba río Pallacopas, que está distante de Babilonia alrededor de 800 estadios. Este Pallacopas no es un río que nace de fuentes, sino un canal cortado del Éufrates. Este río que fluye desde las montañas de Armenia, corre dentro de sus riberas en la temporada de invierno, ya que su agua es escasa, pero cuando la primavera comienza a hacer su aparición, y especialmente justo antes del solsticio de verano, corre con una fuerte corriente e inunda sus riberas en el país de Asiria. Porque en esa temporada, la nieve de las montañas de Armenia se funde y e hincha sus agua de gran forma; y como su corriente fluye alta y al mismo nivel que la tierra, fluiría sobre la tierra si alguien no lo equipara con un canal a lo largo del Pallacopas y lo desviara hacia pantanos y estanques, los cuales, a partir de este canal, se extienden hasta el campo contiguo a Arabia. Desde allí se extiende a lo largo y ancho en un lago de poca profundidad, del que cae en el mar por muchas bocas invisibles. Después que la nieve se ha derretido, alrededor de la época de las Pléyades, el Éufrates fluye en una pequeña corriente; pero, no obstante, la mayor parte de ella se vierte en los estanques a lo largo del Pallacopas. A menos que, por lo tanto, alguien contenga al Pallacopas nuevamente, de modo que el agua pueda reencauzada dentro de las riberas (del Éufrates) y conducida por el canal del río, vaciaría el Eufrates en sí mismo, y en consecuencia el país asirio no sería regado por él. Pero la salida del Eufrates en el Pallacopas solía ser represada por el virrey de Babilonia con gran trabajo (aunque era una tarea fácil construir el canal), porque el suelo en esta región es lodoso y la mayor parte de barro, por lo que que una vez que ha recibido el agua del río no permite su fácil retorno. Más de 10.000 asirios eran usados en este trabajo incluso hasta el tercer mes. Cuando Alejandro fue informado de esto, fue inducido a otorgar un beneficio a la tierra de Asiria. Decidió cerrar por completo la salida por la cual la corriente del Eufrates era devuelta al Pallacopas. Cuando había avanzado unos treinta estadios, la tierra se veía que era algo rocosa, de modo que si era cortada a través y se hacía una unión con el viejo canal a lo largo del Pallacopas, a causa de la dureza del suelo, no permitiría que el agua se filtre, y no habría dificultad alguna para hacerla retornar en la estación designada. Para este fin se embarcó en el Pallacopas, y luego continuó su viaje por ese canal en los estanques hacia el país de los árabes. Viendo allí cierto sitio admirable, fundó una ciudad en él y la fortificó. En ella estableció tantos mercenarios griegos como quisieran quedarse, y aquellos que no eran ya aptos para el servicio militar por razones de edad o heridas.
CAPÍTULO XXII. NUEVOS PRESAGIOS SOBRE LA MUERTE DE ALEJANDRO
Habiendo demostrado la falsedad de la profecía de los caldeos, al no haber experimentado fortuna alguna desagradable en Babilonia, como habían predicho, pero habiendo marchado fuera de la ciudad sin sufrir percance alguno, creció la confianza en su espíritu y navegó de nuevo a través de los pantanos, teniendo a Babilonia a su mano izquierda. Aquí una parte de su flota perdió el rumbo en las estrechas ramificaciones del río por falta de un piloto, hasta que él envió un hombre para pilotearla y llevarla de vuelta al cauce del río. Se cuenta la siguiente historia. La mayoría de las tumbas de los reyes asirios han sido construidas entre charcos y pantanos.
Cuando Alejandro estaba navegando a través de los pantanos, y, como cuenta la historia, estaba él mismo al gobierno del trirreme, una fuerte ráfaga de viento cayó sobre su sombrero de ala ancha macedonio, y el filete que lo rodeaba. El sombrero, que era bastante pesado, cayó al agua, pero el filete, arrastrado por el viento, se enganchó en una de las cañas que crecían cerca de la tumba de uno de los antiguos reyes. Este incidente en sí era un presagio de lo que iba a ocurrir, y también lo fue el hecho de que uno de los marineros nadó tras el filete y lo desenganchó de la caña. Pero no lo llevó en sus manos, porque se habría humedecido mientras nadaba; por lo tanto se lo puso alrededor de su cabeza y se lo llevó al Rey. La mayoría de los biógrafos de Alejandro dicen que el rey le regaló un talento como recompensa por su celo, y luego ordenó que le cortaran la cabeza; los profetas habían expuesto el presagio en el sentido de que no debía permitir que una cabeza que hubiera llevado el filete real, quedara firme. Aristóbulo, dice sin embargo, que el hombre recibió un talento; que también recibió un azote por colocarse el filete alrededor de la cabeza. El mismo autor dice que fue uno de los marineros fenicios el que trajo el filete a Alejandro; pero hay algunos que dicen que fue Seleuco, y que esto era un presagio de la muerte de Alejandro y del gran reino de Seleuco. Ya que de todos los que sucedieron en la soberanía después de Alejandro, Seleuco se convirtió en el rey más importante, fue el más digno de ser rey por su inteligencia, y gobernó sobre la máxima extensión de tierra después del mismo Alejandro, y no me parece que deba admitir la cuestión.
CAPÍTULO XXIII. HOMENAJE A HEFESTIÓN
Cuando regresó a Babilonia se encontró con que Peucestas había llegado de Persis, trayendo con él un ejército de 20.000 persas, así como muchos coseanos y tapurianos, porque se informó que estas razas eran las más belicosas de las que limitan con Persis. También vino Filoxeno trayendo un ejército de Caria; Menandro, con otro de Lidia, y Ménidas con la caballería, que había sido puesta bajo su mando. Al mismo tiempo llegaron embajadas de Grecia, cuyos miembros, con coronas sobre sus propias cabezas, se acercaron a Alejandro y lo coronaron con coronas de oro, como si en verdad hubieran llegado a él como enviados especiales destinados a rendirle honores divinos; y su final no estaba lejos.
Luego elogió a los persas por su gran celo hacia él, que fue demostrado por su obediencia a Peucestas en todas las cosas, y a Peucestas mismo por la prudencia que había mostrado al gobernarlos. Distribuyó estos soldados extranjeros entre las filas macedonias de la siguiente manera. Cada compañía estaba dirigida por un decurión macedonio, y junto a él había un macedonio recibiendo doble paga por valor distinguido; después venía uno que recibía diez estáteras (mensuales), que era así llamado por el pago que recibía, siendo algo menor al recibido por el hombre con doble paga, pero más que el de los hombres que estaban sirviendo como soldados sin mantener una posición de honor. A continuación de éstos venían doce persas, y último en la compañía, otro macedonio, quien también recibía el pago de diez estáteras; de modo que en cada compañía había doce persas y cuatro macedonios, tres de los cuales recibían una paga más alta, y el cuarto estaba al mando de la compañía. Los macedonios estaban armados a su manera acostumbrada; pero algunos de los persas eran arqueros, mientras que otros tenían jabalinas equipadas con correas, por medio de las cuales las sostenían. En este tiempo Alejandro revisaba con frecuencia su flota, tenía muchos combates simulados con sus trirremes y quadriremes en el río, y concursos tanto para los remeros como para los pilotos, recibiendo los ganadores coronas. Entonces llegaron los enviados especiales a quienes había enviado a Ammón a preguntar cómo era lícito honrar a Hefestión.
Le dijeron que Ammón dijo que era lícito ofrecerle sacrificios como a un héroe. Regocijado ante la respuesta del oráculo, le rindió desde esa época honores a él como un héroe. También envió una carta a Cleómenes, que era una mala persona que había cometido muchos actos de injusticia en Egipto. Por mi parte yo no lo culpo por su amistad hacia Hefestión, incluso después de muerto, y por su recuerdo de él; pero lo culpo por muchos otros actos. Porque la carta encomendaba a Cleomenes que preparara capillas para el héroe Hefestión en la Alejandría de Egipto, uno en la ciudad misma y otro en la isla de Faros, donde se encuentra la torre. Las capillas tenían que ser excesivamente grandes y construídas a todo lujo. La carta también ordenaba que Cleomenes debía tener cuidado de que se conviertiera en costumbre ser llamadas por el nombre de Hefestión; y, además, que su nombre debería ser grabado en todos los documentos legales con los que los comerciantes entraran en tratos con los demás. Por estas cosas no puedo culparle, salvo que hizo mucho ruido en el momento sobre cuestiones insignificantes. Pero por lo siguiente debo culparle severamente: "Si veo", dice la carta, "que los ritos sagrados y las capillas al héroe Hefestión en Egipto están bien cumplimentados, no sólo perdonaré todos los crímenes que has cometido en el pasado, sino que en el futuro no sufrirás tratamiento desagradable alguno por mi parte, por grandes que sean los delitos que puedas cometer". No puedo elogiar este mensaje enviado por un gran rey a un hombre que estaba gobernando un país grande y con mucha gente, sobre todo porque el hombre era un malvado.
CAPÍTULO XXIV. NUEVO PRESAGIO
Pero el final de Alejandro estaba ahora cerca. Aristóbulo dice que el siguiente episodio fue un pronóstico de lo que iba a suceder. Él estaba distribuyendo el ejército que venía con Peucestas de Persia, y el que había venido con Filoxeno y Menandro del mar, entre las líneas de macedonias, y, sintiendo sed, se retiró de su asiento y dejó el trono real vacío. A cada lado del trono había sofás con pies de plata, sobre los cuales estaban sentados sus Compañeros personales. Un hombre de oscura condición (algunos dicen que era uno de los hombres que se mantenían bajo vigilancia sin estar encadenado), viendo el trono y los sofás vacíos, y los eunucos de pie alrededor del trono (ya que también los Compañeros se habían levantado de su asientos con el rey cuando éste se retiró), caminó a través de la línea de los eunucos, ascendió al trono, y se sentó sobre él.
De acuerdo con una ley persa, no le hicieron levantarse del trono; pero rasgaron sus vestiduras y golpearon sus pechos y caras, como si fuera a causa de un gran mal. Cuando Alejandro fue informado de ello, ordenó al hombre que se había sentado en su trono que fuera sometido a tortura, con el fin de descubrir si había hecho esto de acuerdo a un plan concertado por una conspiración. Pero el hombre nada confesó, excepto que se le vino a la mente en el momento el actuar así. Aún más por esta razón los adivinos explicaron que este hecho no presagiaba nada bueno para él. Pocos días después de esto, después de ofrecer a los dioses tradicionales los sacrificios por el buen éxito, y también otros determinados con el fin de adivinación, fue a un festín con sus amigos, y se pasó la noche bebiendo. También se dice que distribuyó las víctimas de los sacrificios, así como una cantidad de vino al ejército lo largo de todas las compañías y centurias. Hay algunos que han registrado que deseaba retirarse a su alcoba después de la reunión de bebedores, pero Medio, en ese momento el más influyente de los Compañeros, se reunió con él y le pidió que se uniera a un grupo de juerguistas en su residencia, diciendo que el goce sería agradable.
CAPÍTULO XXV. ALEJANDRO ENFERMA
El Diario Real da el siguiente relato, en el sentido de que se deleitó y bebió en la vivienda de Medio, luego se levantó, se bañó y durmió, luego cenó otra vez en la casa de Medio y bebió de nuevo hasta bien entrada la noche. Después de retirarse de la reunión de bebedores se dio un baño; después del cual tomó un poco de comida y durmió allí, porque ya se sentía afiebrado. Fue llevado a los sacrificios en un sofá, con el fin de que pudiera ofrecerlos según su diaria costumbre. Después de colocar los sacrificios en el altar se acostó en la sala de banquetes hasta el anochecer. Mientras tanto, dio instrucciones a los oficiales acerca de la expedición y el viaje, ordenando a los que iban a pie que estuvieran listos al cuarto día, y los que iban a navegar con él que estuvieran listos para navegar al quinto día. Desde este lugar fue llevado en el sofá hasta el río, donde se embarcó y navegó por el río hasta el parque. Allí volvió a tomar un baño y se fue a descansar. Al día siguiente tomó otro baño y ofreció los sacrificios habituales. Luego entró en una cama con dosel, se acostó, y conversó con Medio. También ordenó a sus oficiales que vinieran a su encuentro al amanecer. Una vez hecho esto, comió una cena frugal y fue nuevamente conducido a la cama con dosel. La fiebre ahora duró toda la noche sin interrupción. Al día siguiente se dio un baño, después ofreció sacrificio, y dio órdenes a Nearco y a los demás oficiales que el viaje debía comenzar en el tercer día. Al día siguiente se bañó una vez más y ofreció los sacrificios prescritos. Después de colocar los sacrificios sobre el altar no se quedó ya callado aunque sufría por la fiebre. A pesar de ello, convocó a los oficiales y les dio instrucciones para que todas las cosas estuvieran listas para la puesta en marcha de la flota. Por la noche se dio un baño, después del cual él ya estaba muy enfermo. Al día siguiente fue trasladado a la casa cerca de la piscina, donde ofreció los sacrificios prescritos. A pesar de que ahora estaba muy gravemente enfermo, llamó a sus oficiales más responsables y les dio nuevas instrucciones sobre el viaje. Al día siguiente fue llevado con dificultad a los sacrificios, los que ofreció; no obstante, dio otras órdenes a los oficiales sobre el viaje. Al día siguiente, aunque estaba ya muy enfermo, ofreció los sacrificios prescritos. Ahora dio la orden de que los generales permanecieran presentes en la sala, y que los coroneles y capitanes permanecieran ante las puertas. Pero estando ya completamente en un estado desesperante, fue transportado desde el parque hacia el palacio. Cuando sus oficiales entraron en la habitación, él de hecho los reconoció, pero no pronunció una palabra, quedando en silencio. Durante la noche siguiente y el día y la noche siguiente y el día estuvo con una fiebre muy alta.
CAPÍTULO XXVI. ALEJANDRO MUERE
Tal es el relato que aparece en el Diario Real. Además de esto, se afirma que los soldados estaban muy deseosos de verlo; algunos, con el fin de verlo una vez más en vida; mientras que otros, porque había un informe de que ya estaba muerto, imaginaban que su muerte estaba siendo ocultada por sus guardias confidenciales, como yo, por mi parte, supongo. La mayoría de ellos a través del dolor y el afecto por su rey se abrieron paso para verlo. Se dice que cuando sus soldados pasaban a su lado él era incapaz de hablar; sin embargo, él saludó a cada uno de ellos con su mano derecha, levantando la cabeza con dificultad y haciendo una seña con los ojos. El Diario Real también dice que Peitón, Atalo, Demofonte y Peucestas, así como Cleómenes, Ménidas y Seleuco, durmieron en el templo de Serapis, y preguntaron al dios si no sería mejor y más deseable para Alejandro ser llevado como un suplicante a su templo para ser curado por él. Una voz salió del dios diciendo que él no debía ser llevado al templo, pero que sería mejor para él permanecer donde estaba. Esta respuesta fue reportada por los Compañeros; y poco después Alejandro murió, como si después de todo, esto fuera ahora lo mejor. Ni Aristóbulo ni Ptolomeo han dado un relato muy diferente del anterior. Algunos autores, sin embargo, han relatado que sus Compañeros le preguntaron a quien dejó su reino; y que él respondió "Al mejor": Otros dicen que, además de esta observación, él les dijo que veía que habría un gran concurso funerario en su honor.
CAPÍTULO XXVII. OTROS RELATOS
Soy consciente de que han sido relatados por los historiadores muchos otros detalles acerca de la muerte de Alejandro, y especialmente que fue enviado veneno por Antípatro, de los efectos del cual murió. También se afirma que el veneno fue procurado a Antípatro por Aristóteles, que ahora temía a Alejandro a causa de Calístenes. Se dice que fue llevado por Casandro, hijo de Antípatro, diciendo algunos informes que fue conducido en la pezuña de una mula, y que su hermano menor Iollas se lo dió al rey. Este hombre era el copero real, y recibió algún agravio de Alejandro poco tiempo antes de su muerte. Otros han afirmado que Medio, siendo un amante de Iollas, participó en en el hecho; porque él fue el que indujo al rey a deleitarse. Se dice que Alejandro fue presa de un paroxismo de dolor agudo sobre la copa de vino, y que al sentirlo se retiró de la borrachera. Un escritor no se ha avergonzado de dejar constancia que cuando Alejandro percibió que era poco probable que sobreviviera, iba a lanzarse al río Eufrates, para desaparecer de la vista de los hombres, y dejar entre los hombres del futuro una opinión arraigada con la mayor firmeza de que debía su origen a un dios, y que había partido donde los dioses. Pero mientras salía no pudo impedir la atención de su esposa Roxana, quien le impidió llevar a cabo su plan. Con lo cual pronunció lamentaciones, diciendo que ella le envidiaba la completa gloria de ser considerado el descendiente del dios. Estas declaraciones las he registrado para que no pueda aparecer como ignorante que habían sido hechas, más que porque considerarlas dignas de crédito, o incluso de narración.
CAPÍTULO XXVIII. SOBRE ALEJANDRO
Alejandro murió en la 114ª Olimpiada, siendo arconte Hegesias en Atenas. De acuerdo con la declaración de Aristóbulo, vivió treinta y dos años, y había llegado al octavo mes de los treinta y tres años. Había reinado doce años y estos ocho meses. Era muy guapo en persona, y muy aficionado al ejercicio, muy activo de mente, coraje muy heroico, de honor muy tenaz, muy aficionado a incurrir en el peligro, y estrictamente observante de su deber para con la divinidad. En cuanto a los placeres del cuerpo, tenía perfecto dominio de sí mismo; y de los de la mente, la alabanza era la única de la que era insaciable, Era muy hábil en reconocer lo que era necesario hacer, cuando otros estaban todavía en un estado de incertidumbre; y mucho exitoso en conjeturar a partir de la observación de los hechos lo que era probable que se produciera. En conducir, armar y comandar un ejército, era muy hábil; y muy conocido por despertar la valentía de sus soldados, llenándolos de esperanzas de éxito, disipando el miedo en medio del peligro por su propia libertad del temor. Por lo tanto, aun lo que tenía que hacer con incertidumbre del resultado, lo hizo con la mayor audacia. También era muy hábil en conseguir el inicio de sus enemigos, arrebatándoles en secreto sus ventajas anticipándose a ellos, antes de que cualquiera presintiera lo que iba a suceder. Era también muy firme en mantener los acuerdos y arreglos que hizo, así como muy seguro de ser atrapado por engañadores. Por último, era muy parco en el gasto de dinero para la satisfacción de sus propios placeres, pero era sumamente generoso en el gasto para el beneficio de sus asociados.
CAPÍTULO XXIX. SUS ERRORES
Que Alejandro habría cometido errores en su conducta debido a la impetuosidad o a la ira, y de que él habría sido inducido a comportarse como los monarcas persas en un grado excesivo, no lo creo relevante si tenemos en cuenta tanto su juventud como su ininterrumpida carrera de buena fortuna; del mismo modo que los reyes tienen asociados para la satisfacción del placer, y que siempre tendrán asociados instándolos a equivocarse, pero sin preocuparse por sus mejores intereses. Sin embargo, estoy seguro de que Alejandro fue el único de los antiguos reyes que, a partir de la nobleza de su carácter, se arrepentió de los errores que había cometido. La mayoría de los hombres, aun si se han dado cuenta de que han cometido un error, cometen el error de pensar que pueden ocultar su pecado defendiendo su error, como si hubiera sido una acción justa. Pero me parece que la única cura para el pecador es confesar el pecado, y estar visiblemente arrepentido en lo que se refiere al mismo. Así, el sufrimiento no aparecerá del todo intolerable a aquellos que han sufrido un trato desagradable, si la persona que lo ha infligido confiesa que ha actuado de manera deshonrosa; y esta buena esperanza para el futuro le es concedida al hombre propiamente, de que nunca volverá a cometer un pecado similar, si se ve que está molesto por sus errores pasados.
No creo que ni siquiera trazando su origen en un dios haya sido un gran error por parte de Alejandro, si no era quizá tan sólo un medio para inducir a sus súbditos a que le reverenciaran. Tampoco me parece que haya sido un rey menos renombrado que Minos, Éaco o Radamanto, a quienes no se les atribuye insolencia alguna por parte de los hombres de la antigüedad, ya que ellos remontaban su origen a Zeus. Tampoco parece en absoluto inferior a Teseo o Ion, siendo el primero el reputado hijo de Poseidón, y el segundo de Apolo. Su adopción del modo de vestir persa también me parece que fue un artilugio político en lo que respecta a los extranjeros, que el rey no puede parecerles completamente ajeno a ellos; y en lo que respecta a los macedonios, para demostrarles que él tenía un refugio de sus temperamentos precipitados e insolencia. Por esta razón, creo yo, mezcló la guardia real persa, que llevaba manzanas de oro en la punta de sus lanzas, entre las filas de los macedonios, y pares persas con los custodios macedonios.
Aristóbulo también afirma que Alejandro solía tener largas fiestas de bebedores, no con el fin de disfrutar del vino, ya que no era un gran bebedor de vino, sino con el fin de exhibir su sociabilidad y sentimiento de amistad hacia sus Compañeros.
CAPÍTULO XXX. ELOGIO
Cualquiera, pues, que reproche Alejandro como una mala persona, que lo haga; pero permítasele primero no sólo traer a su mente todos sus actos merecedores de reproche, sino también reunir en una visión todos sus actos de todo tipo. Entonces, ciertamente, permítasele reflejar quién es él mismo, y qué clase de fortuna ha experimentado; y luego considerar quién fue ese hombre a quien reprocha como malo, y hasta qué altura del éxito humano llegó, convirtiéndose en rey sin disputa de ambos continentes, llegando su fama a cada sitio; mientras el que le reprocha es de poca monta, pasando su vida en cuestiones baladíes, en las que, sin embargo, no logran triunfar, baladíes como son. Por mi parte, pienso que fue en ese tiempo en el que ninguna raza de hombres, ciudad, ni siquiera una sola persona, a quien el nombre de Alejandro y su fama no haya llegado. Por esta razón me parece que un héroe totalmente diferente a cualquier otro ser humano no podría haber nacido sin la intervención de la deidad. Y se dice que esto fue revelado después de la muerte de Alejandro por las respuestas oraculares, por las visiones que se les presentaron a varias personas, y por los sueños que fueron vistos por diferentes individuos. También queda demostrado por el honor dado a él por los hombres, hasta el momento presente, y por el recuerdo que aún se tiene de él como algo más que humano. Incluso en la actualidad, después de un intervalo tan largo, se han dado a la nación de los macedonios otras respuestas oraculares en su honor. Al relatar la historia de los logros de Alejandro, hay algunas cosas que he visto obligado a censurar; pero yo no me avergüenzo de admirar el propio Alejandro. Aquellas acciones que he calificado como malas, tanto en consideración a mi propia veracidad, y al mismo tiempo para el beneficio de la humanidad. Por esta razón asumí a la tarea de escribir esta historia, no sin la intervención del dios.
Libro VIII. (Índica)
English Translator E. Iliff Robson (1933) Traduccción al español: Ignacio Valentín Nacimowicz (2013) La geografía de la India
I. Todo el territorio que se extiende al oeste del río Indo hasta el río Cofen está habitado por astacenios y asacenios, tribus indias. Pero no son, como los indios que habitan el río Indo, altos de estatura, ni de manera similar de espíritu valiente, ni tan negros como la mayor parte de los indios. Estos hace mucho tiempo fueron súbditos de los asirios; luego de los medos, y así quedaron sometidos a los persas; y pagaron tributo a Ciro, hijo de Cambises, de su territorio, como Ciro lo ordenó. Los niseos no son una raza india; sino parte de los que vinieron con Dioniso a la India; posiblemente, incluso de aquellos griegos que llegaron pasado el servicio en las guerras que Dioniso libró con los indios; posiblemente también voluntarios de las tribus vecinas a quienes Dionisio estableció allí junto con los griegos, llamando al país Nisea por la montaña Nisa, y la propia ciudad Nisa. Y la montaña cerca de la ciudad, en cuyas estribaciones está construída Nisa es llamada Merus a causa del incidente en el nacimiento de Dioniso. Todos estos poetas cantaron sobre Dioniso; y dejo a los narradores de la historia griega u oriental para contarlos. Entre los asacenios es Massaca, una gran ciudad, donde reside la principal autoridad de la tierra asaciana, y otra ciudad Peucela, también una gran ciudad, no muy lejos del Indo. Estos lugares entonces están habitados en este lado del Indo hacia el oeste, hasta el río Cofen.
II. Pero las partes del Indo hacia el este, las llamaré India y a sus habitantes, indios. El límite del país de India hacia el norte es el Monte Tauro. No se sigue llamando Tauro en esta tierra; pero Tauro comienza desde el mar enfrente de Panfilia y Licia y Cilicia; y llega hasta el Océano Oriental, corriendo a través de Asia. La montaña tiene diferentes nombres en diferentes lugares; en uno, Parapamiso, en otro Hemodo; en otra parte se llama Imaon, y tal vez tenga todo tipo de otros nombres, pero los macedonios que luchaban con Alejandro la llamaron Cáucaso; otro Cáucaso, es decir, no el escita; de modo que corre la historia de que Alejandro llegó aún hasta el otro lado del Cáucaso. La parte occidental de India está delimitada por el río Indo hasta el mar, donde el río pasa por dos bocas, no unidas entre sí como lo están las cinco bocas del Istro; pero al igual que las del Nilo, por las cuales se forma el delta egipcio; así también el delta indio está formado por el río Indo, no menos que el egipcio; y esto en la lengua indígena se llama Pattala. Hacia el sur este océano delimita el terreno de India, y hacia el este el mar mismo es el límite. La parte sur cerca de Pattala y las bocas del Indo fueron supervisadas por Alejandro y los macedonios, y muchos griegos; en lo que refiere a la parte oriental, Alejandro no la atravesó más allá del río Hifasis. Unos pocos historiadores han descrito las partes que están de este lado del Ganges y dónde están las bocas del Ganges y la ciudad de Palimbothra, la mayor ciudad india en el Ganges.
III. Espero que se me permita considerar a Eratóstenes de Cirene como digno de un especial crédito, desde que era un estudiante de Geografía. El afirma que a partir de Monte Tauro, donde se encuentran las nacientes del río Indo, a lo largo del Indo hasta el océano, y hacia las bocas del Indo, el lado de la India tiene trece mil estadios de longitud. El lado opuesto a éste, a partir de la misma montaña hasta el Océano Oriental, no se toma en cuenta ni siquiera como igual a la primera parte, ya que tiene un promontorio que corre al mar; el promontorio se extiende aproximadamente a tres mil estadios. Así que esto daría de este lado de la India, hacia el este, una longitud total de dieciséis mil estadios. Esto lo da, entonces, medido ancho de la India. Su longitud, sin embargo, de oeste a este, hasta la ciudad de Palimbothra, él afirma que por mediciones hechas con cañas; porque hay un camino real; y esto se extiende a diez mil estadios; más allá de eso, la información no es tan cierta. Sin embargo, aquellos que han seguido las informaciones boca a boca, dicen que, incluyendo el promontorio, que desemboca en el mar, la India se extiende por cerca de diez mil estadios; pero más al norte su longitud es de cerca de veinte mil estadios. Ctesias de Cnido afirma que el territorio de la India es del mismo tamaño que el resto de Asia, lo cual es absurdo; y Onesicrito es absurdo, porque dice que la India es la tercera parte de todo el mundo; Nearco, por su parte, afirma que el viaje a través de la llanura real de la India es un viaje de cuatro meses. Megástenes tiene por el ancho de la India de este a oeste, lo que otros llaman su longitud; y dice que es de dieciséis mil estadios, en su tramo más corto. De norte a sur, entonces, se convierte para él en su longitud, y se extiende 22.300 estadios, hasta su punto más estrecho. Los ríos de la India son mayores que cualquier otro del Asia; los más grandes son el Ganges y el Indo, de donde el país recibe su nombre; cada uno de ellos es mayor que el Nilo de Egipto y el Istro escita, aún puestos juntos; mi propia idea es que incluso el Acesines es mayor que el Istro y el Nilo, habiendo tomado el Acesines el Hidaspes, Hidraotes e Hifasis, corre hacia el Indo, de modo que su ancho allí se torna en treinta estadios. Posiblemente corran también otros ríos mayores a través del territorio de la India.
IV. En cuanto a la parte de allá del Hifasis, no puedo hablar con confianza, ya que Alejandro no fue más allá del Hifasis. Pero sobre estos dos grandes ríos, el Ganges y el Indo, Megastenes escribió que el Ganges es mucho mayor que el Indo, y también lo hacen todos los demás que mencionan el Ganges; porque (dicen); el Ganges ya es grande viniendo de su manantiales, y recibe como afluentes al río Cainas y al Erannoboas y el Cossoanus, todos navegables; también los ríos Sonus y Sittocatis y el Solomatis, estos también navegables. Luego además están el Condocates y el Sambus y el Magón y Agoranis y Omalis; y también desembocan en el Commenases, un gran río, y el Cacutis y Andomatis, que fluyen de la tribu india de los mandiadines; después de ellos, el Amistis por la ciudad de Catadupas y el Oximagis en el lugar llamado Pazale, y el Errenisis entre los mates, una tribu indígena, también encuentran el Ganges. Megasthenes dice que ninguno de ellos es inferior al Meandro, ya que es navegable. El ancho por lo tanto del Ganges, donde es más estrecho, es de cien estadios; a menudo se desparrama en lagos, de modo que el lado opuesto no puede ser visto, donde es bajo y no tiene proyecciones de colinas. Es lo mismo con el Indo; el Hidraotes, en el territorio de los cambistolios, recibe el Hifasis en el de los astribeos, y el Saranges de los cecios, y el Neidrus de los atacenios, y fluye, con estos, al Acesines. El Hidaspes también entre los oxidraces recibe al Sinarus entre los arispes y también fluye hacia el Acesines. El Acesines entre los mallianos se une al Indo; y el Tutapus, un gran río, fluye hacia el Acesines. Todos estos ríos aumentan el caudal del Acesines, y orgullosamente, conservando su propio nombre, fluye hacia el Indo. El Cofen, en los peuceletios, llevándose consigo al Malantus, Soastus y Garroeas, se une al Indo. Por encima de estos, el Pareno y Saparno, no muy lejos el uno del otro, fluyen hacia el Indo. El Soanus, desde las montañas de los abissareanos, sin ningún afluente, desemboca en él. A la mayoría de estos, Megástenes los reporta como navegables. No debería entonces ser increíble que ni el Nilo ni el Istro sean comparados con el Indo o el Ganges en volumen de agua. Porque no conocemos ningún afluente del Nilo; más bien de los canales que han sido cortados a través de la tierra de Egipto. En cuanto al Istro, nace de sus fuentes con un flujo escaso, pero recibe muchos afluentes; aún no igual en número a los tributarios indios que fluyen al Indo o al Ganges; y muy pocos de ellos son navegables; yo mismo he conocido sólo al Enus y al Saus. El Enus en la línea entre Norica y Recia se une al Istro, el Saus en Peonia. El país donde se unen los ríos se llama Tauruno. Si alguien tiene conocimiento de otros ríos navegables que forman afluentes al Istro, ciertamente no conoce muchos.
V. Espero que cualquiera que desee explicar la causa del número y tamaño de los ríos de la India, lo hará; y que mis comentarios puedan ser considerados, como surgidos solamente de rumores. Megástenes ha registrado los nombres de muchos otros ríos, que más allá del Ganges y el Indo fluyen en los océanos oriental y meridional; de modo que él indica el número completo de ríos de la India en cincuenta y ocho, y todos navegables. Pero ni siquiera Megástenes, hasta donde puedo ver, viajó a través de una gran parte de la India; sin embargo, mucho más de lo que hicieron los seguidores de Alejandro, hijo de Filipo. El dice que conoció a Sandracoto, el más grande de los reyes indios, incluso mayor que Poro, él. Este Megástenes dice, además, que los indios no declararon la guerra a hombre alguno, ni otros hombres a los indios, pero por otro lado que el egipcio Sesostris, después de dominar la mayor parte de Asia, y después de la invasión de Europa con un ejército, volvió; e Indatirsis, el escita, que partió desde Escitia, conquistó muchas tribus de Asia, e invadió Egipto victoriosamente; pero la reina asiria Semiramis trató de invadir la India, pero murió antes de poder llevar a cabo sus propósitos; de hecho fue Alejandro el único que realmente invadió India. Antes de Alejandro, también, hay una considerable tradición acerca de Dioniso como habiendo invadido también la India, y sometido a los indios; sobre Heracles no hay mucha tradición. En cuanto a Dioniso, la ciudad de Nisa no es sino un recuerdo de su expedición, y también el monte Mero, y el crecimiento de la hiedra en este monte, y la costumbre de los indios mismos de salir a la batalla con el sonido de tambores y címbalos; y su traje moteado, como el usado en las bacanales de Dioniso. De Heracles los monumentos en recordación son pocos. Sin embargo, la historia de la roca de Aornos, que Alejandro específicamente forzó, que Heracles no pudo capturar, me inclino a pensar en un alarde macedonio; así como los macedonios llaman al Parapamiso por el nombre de Cáucaso, aunque no tiene nada que ver con el Cáucaso. Y, además, sabiendo que había una cueva entre los parapamisados, dijeron que esta era la cueva de Prometeo el Titán, en el que fue crucificado por el robo del fuego. Entre los sibeos, también, una tribu india, habiendo observado los vestidos con pieles que usaban para afirmar que eran reliquias de la expedición de Heracles. Lo que es más, ya que los sibeos llevaban un mazo, y marcaban a su ganado con un mazo, se referían también a esto como recuerdo del mazo de Heracles. Si alguien cree esto, debe de haber algunos otros Heracles, no el de Tebas, pero de Tiro o de Egipto, o algún gran rey del país habitado más alto cerca de la India.
VI. Esto entonces debe considerarse como una digresión, de modo que no se puede dar demasiado crédito a las historias que ciertas personas han relatado acerca de los indios más allá del Hifasis; aquellos que sirvieron con Alejandro son razonablemente confiables hasta el Hifasis. Megástenes nos dice también esto sobre un río indio; su nombre es Silas, fluye de un manantial del mismo nombre que el río a través del territorio de la sileos, el pueblo así llamado también tanto por el río como por el manatial; su agua tiene la siguiente peculiaridad; nada puede ser apoyado sobre ella, nadie puede nadar en ella o flotar sobre ella, sino que todo va directamente al fondo; tanto más es el agua delgada y etérea que cualquier otro. En el verano hay lluvia a través de la India, especialmente en las montañas, Parapamiso, Hemodo e Imao, y de ellas los ríos corren cargados y turbulentos.
Las llanuras de la India también reciben lluvias en verano, y gran parte de ellas se convierte en pantanos; de hecho, el ejército de Alejandro se retiró del río Acesines en pleno verano, cuando el río se había desbordado a los llanos; de éstas, por lo tanto, se puede medir la inundación del Nilo, ya que probablemente las montañas de Etiopía reciben lluvia en verano, y de ellas el Nilo se carga y desborda la tierra de Egipto. El Nilo, por lo tanto, también corre turbio en esta época del año, ya que probablemente no es de la fusión de la nieve; ni aún si su corriente haya sido contenida por los vientos estacionales que soplan durante el verano; y, además, las montañas de Etiopía probablemente no están cubiertas de nieve, a causa del calor. Pero que reciben la lluvia como la India lo hace, no está fuera de los límites de la probabilidad, ya que en otros aspectos, la India no es diferente a Etiopía, y los ríos de la India tienen cocodrilos, como el etíope y el Nilo egipcio; y algunos de los ríos de la India tiene peces y otras grandes animales acuáticos como los del Nilo, menos el hipopótamo: aunque Onesicrito dice que ellos también tienen hipopótamos. La apariencia de los habitantes, también, no es tan diferente en la India y Etiopía; los indios meridionales se parecen mucho a los etíopes, y son de color negro en el semblante, y su pelo también es negro, sólo que no son tan ñatos o de tanto pelo lanudo como los etíopes; pero los indios del norte son más como los egipcios en apariencia.
VII. Megástenes afirma que hay ciento dieciocho tribus indias. Que hay muchas, estoy de acuerdo con Megástenes; pero no puedo conjeturar cómo conoció y registró el número exacto, cuando nunca visitó una gran parte de la India, y dado que estas diferentes razas no tienen mucha interrelación unos con otros. Los indios, dice, son de origen nómada, al igual que los escitas no agrícolas, que vagando en sus carros, habitan ahora una ahora y luego otra parte de Escitia; no habitan en ciudades y no reverencian templo alguno de dioses; así también los indios no tienen ciudades y no construyen templos; pero están vestidos con pieles de animales muertos en la caza, y como comida ingieren la corteza de los árboles; estos árboles son llamados en la lengua indígena, Tala, y crecen sobre ellos, como sobre las copas de las palmeras, lo que parece como ovillos de lana. También utilizan como alimento lo que capturan cazando, comiéndolo crudo, antes, al menos, que Dioniso llegara a la India. Pero cuando Dioniso llegó, y se convirtió en amo de la India, fundó ciudades, y dio leyes para estas ciudades, y se convirtió para los indios en el que otorgó el vino, como para los griegos, y les enseñó a sembrar sus tierras, dándoles semillas. Puede ser que Triptólemo, cuando fue enviado por Démeter para sembrar toda la tierra, no llegó de esta manera; o tal vez antes que Triptólemo este Dioniso, quienquiera que haya sido, vino a la India y dio a los indios semillas de plantas domésticas; a continuación, Dionisio fue el primero en uncir bueyes al yugo del arado y convirtió a la mayor parte de los indios en agricultores en lugar de vagabundos, y también los armó con las armas de la guerra. Además, Dioniso les enseñó a reverenciar a otros dioses, pero sobre todo, por supuesto, a él mismo, con estrépito de platillos y batiendo tambores y bailando al estilo satírico, la danza llamada "cordax"entre (falta espacio) los griegos, y les enseñó a usar el pelo largo en honor del dios, y les instruyó en el uso del gorro cónico y las unciones con perfumes; por lo que los indios salían a la batalla, incluso en contra de Alejandro, al sonido de címbalos y tambores.
VIII. Al salir de la India, después de hacer todos estos arreglos, coronó a Espatembas rey del país, uno de sus Compañeros, siendo muy experto en los ritos báquicos; cuando Espatembas murió, Budias, su hijo, reinó en su lugar; el padre reinó en la India durante cincuenta y dos años, y el hijo, veinte años, y su hijo, a su vez, llegó al trono, un tal Cradeuas; y sus descendientes, en su mayoría, recibieron el reino en sucesión, el hijo sucediendo al padre; si la sucesión fallaba, entonces los reyes eran nombrados por alguna preeminencia. Pero Heracles, a quien la tradición señala como habiendo llegado hasta la India, fue llamado por los propios indios 'indígena'.
Este Heracles fue honrado principalmente por los surasenios, una tribu indígena, entre los cuales hay dos grandes ciudades, Metora y Cleisobora, y el río navegable Iobares fluye a través de su territorio. Megástenes dice también que el traje que este Heracles llevaba era como el del Hércules tebano, como también los mismos indios registran; también tuvo muchos hijos en su país, porque este Heracles también casó con muchas esposas; tuvo una hija sola, llamada Pandea; así como también el país en el que ella nació, y Heracles la educó para gobernarlo, se llamó Pandea por la chica; aquí ella poseía 500 elefantes dados por su padre, cuatro mil jinetes, y ciento treinta mil infantes. Algunos escritores también refieren esto sobre Heracles; recorrió toda la tierra y el mar, y cuando libró a la tierra de los monstruos malvados, encontró en el mar una joya que conmovía a las mujeres. Y así, aún hasta nuestros días, los que traen las exportaciones de la India a nuestro país, adquieren estas joyas a gran precio y las exportan, y todos los griegos en tiempos antiguos, y los romanos ahora que son ricos y prósperos, están más dispuestos a comprar la perla de mar, como se le llama en la lengua indígena, porque a ese Heracles, la joya le tan pareció encantadora, que recogió de todo el mar a la India este tipo de perla, para adornar a su hija. Y Megástenes dice que esta ostra se caza con redes; que es oriunda del mar, y que muchas están juntas, como las abejas; y que las ostras perlíferas tienen un rey o una reina, como lo tienen las abejas. Si alguien por casualidad captura al rey, puede rodear fácilmente al resto de las ostras; pero si el rey se desliza a través de la red, entonces las demás no pueden ser tomadas; y de las que se toman, los indios dejan pudrir su carne, utilizando el esqueleto como adorno. Entre los indios esta perla vale a veces tres veces su peso en oro sólido, que es también cavado en la India.
Las costumbres de la India
IX. En este país en el que la hija de Heracles era la reina, las muchachas son casaderas a los siete años, y los hombres no viven más de cuarenta años. Sobre esto hay una historia entre los indios, que Heracles, a quien le nació esta hija en los años maduros, dándose cuenta de que su propio fin estaba cerca, y sabiendo que no había un digno esposo a quien otorgar a su hija, se convirtió en su marido cuando ella tenía siete años, por lo que reyes indios, sus hijos, quedaron. Heracles la hizo entonces casadera, y por lo tanto apareció toda la raza real de Pandea, con los mismos privilegios de Heracles. Pero creo que, incluso si Heracles hubiera sido capaz de lograr algo tan absurdo, podría haber alargado su propia vida, con el fin de aparearse con la niña cuando estuviera más madura. Pero si realmente esto acerca de la edad de las niñas en este distrito es cierto, me parece que tiende del mismo modo que la edad de los hombres, en tanto que el más viejo de ellos muere a los cuarenta años. Porque cuando la vejez aparece mucho más rápido y la muerte con la edad, la madurez razonablemente será anterior, en proporción al final; de modo que a los treinta años los hombres podrían estar en el umbral de la vejez, y a los veinte años, los hombres en la flor y adultez alrededor de los quince años, por lo que las mujeres pueden razonablemente ser casaderas a los siete. Megasthenes nos dice que los frutos maduran antes en este país que en otros lugares, y perecen antes. De Dioniso a Sandracoto, los indios contaban ciento cincuenta y tres reyes, en seis mil cuarenta y dos años, y durante este tiempo tres veces [hubieron movimientos] por la libertad... esto por trescientos años; el otro por unos ciento veinte años; los indios dicen que Dioniso vivió quince generaciones anteriores a Heracles; pero nadie más invadió la India, ni siquiera Ciro, el hijo de Cambises, aunque hizo una expedición contra los escitas, y en todo lo demás fue el más enérgico de los reyes en Asia; pero Alejandro llegó y conquistó por la fuerza de las armas a todos los países en los que entró; y hubiera conquistado el mundo entero si su ejército hubiera estado dispuesto. Ningún indio marchó fuera de su propio país en una expedición guerrera, tan justos eran.
X. Todo esto también está relatado; que los indios no ponen monumentos a los muertos; pero consideran sus virtudes como monumentos suficientes para los difuntos, y las canciones que cantan en sus funerales. En cuanto a las ciudades de la India, uno no puede registrar su número con exactitud, debido a su gran cantidad; pero aquellas que están cerca de los ríos o cerca del mar, se construyen de madera; porque si fueran construidas de ladrillo, no podrían durar mucho debido a la lluvia, y también debido a que sus ríos se desbordan y llenan las llanuras con agua. Pero las ciudades que se construyen en lugares altos y elevados, sí se hacen de ladrillo y arcilla. La más grande de las ciudades de la India se llama Palimbotra, en el distrito de los prasios, en la confluencia del Erannoboas y el Ganges; el Ganges, el más grande de todos los ríos; el Erannoboas puede ser el tercero de los ríos de la India, en sí mayor que los rios de otros países; pero cede prioridad al Ganges, cuando se vierte en él como afluente. Y Megástenes dice que la longitud de la ciudad a lo largo de cada lado, donde es más larga, llega a ochenta estadios y su anchura a quince, y se ha excavado una zanja alrededor de la ciudad, de seis pletros de ancho y treinta codos de alto; y en los muros hay quinientos setenta torres y sesenta y cuatro puertas. También es notable en la India, que todos los indios son libres, y ningún indio en lo absoluto es esclavo. En esto los indios están de acuerdo con los lacedemonios. Sin embargo, los lacedemonios tienen ilotas como esclavos, que realizan las tareas de esclavos; pero los indios no tienen esclavos en lo absoluto, y mucho menos algún indio es esclavo.
XI. Los indios generalmente se dividen en siete castas. Los llamados hombres sabios son menos en número que el resto, pero los principales en honor y respeto. Ellos no tienen necesidad alguna de hacer ningún tipo de trabajo corporal; ni contribuir como resultados de su trabajo al almacén común; de hecho, ningún tipo de restricción descansa sobre estos hombres sabios, salvo para ofrecer los sacrificios a los dioses en nombre de la población de India. Entonces cada vez que alguien sacrifica en privado, uno de estos sabios actúa como instructor del sacrificio, ya que de lo contrario el sacrificio no habría resultado aceptable para los dioses. Estos indios también son expertos en profecías, y a ninguno, salvo a uno de los hombres sabios, se les permite profetizar. Y ellos profetizan acerca de las estaciones del año, o de cualquier calamidad pública inminente; pero no se molestan en profetizar sobre los asuntos privados de los particulares, ya sea porque su profecía no condice con cosas más pequeñas, o porque es indigno para ellos hacerse problemas por esas cosas. Y cuando uno ha cometido tres veces un error en su profecía, no sufre daño alguno, excepto que debe mantener para siempre su paz; y nadie va a convencer a tal persona a profetizar sobre quién este este silencio ha sido ordenado. Estos sabios pasan su tiempo desnudos, durante el invierno al aire libre y al sol, pero en verano, cuando el sol es fuerte, en los prados y las tierras pantanosas bajo grandes árboles; su sombra Nearco calcula que alcanza a cinco pletros en total, y diez mil hombres puede tomar sombra bajo un árbol; tan grandes son estos árboles. Se alimentan de frutas de estación, y de la corteza de los árboles; esta es dulce y nutritiva tanto como lo son los dátiles de la palma. A continuación, al lado de estos vienen los agricultores, que son la clase más numerosa de indios; no hacen uso de armas bélicas o actos bélicos, pero cultivan la tierra; y pagan los impuestos a los reyes y a las ciudades, cuando son autónomas; y??si hay guerra interna entre los indios, no pueden tocar a estos trabajadores, y ni siquiera devastar la tierra misma; pero algunos hacen la guerra matando a todos los recién llegados, y otros cerca, están arando en paz o recogiendo frutas, o agitando los manzanos o cosechando. La tercera clase de los indios son los pastores, pastores de ovejas y ganado, y no habitan ni cerca de las ciudades ni en los pueblos. Son nómadas y se ganan la vida en las laderas, y pagan impuestos por sus animales; también cazan aves y animales de caza en el país.
XII. La cuarta clase es la de los artesanos y los comerciantes; estos son trabajadores, y pagan tributos sobre sus trabajos, excepto los que fabrican armas de guerra; estos son pagados por la comunidad. De esta clase son los carpinteros y marineros que navegan los ríos. La quinta clase de indios es la clase de los soldados, a continuación de los agricultores en número; estos tienen la mayor libertad y más espíritu. Practican solamente actividades militares. Sus otras armas las forjan otros para ellos, y otros les proporcionan los caballos; otros también sirven en los campamentos, los que preparan sus caballos y pulen sus armas, guían a los elefantes, y mantienen en orden y conducen los carros. Ellos mismos, cuando existe la necesidad de guerra, van a la guerra, pero en tiempo de paz disfrutan; y reciben tal paga por parte de la comunidad, que pueden fácilmente mantener a otros. La sexta clase de los indios son los llamados vigilantes. Ellos supervisan todo lo que pasa en el campo o en las ciudades; y esto lo informan al rey, donde los indios son gobernados por reyes, o a las autoridades, donde son independientes. Para ellos, es ilegal hacer cualquier informe falso; nunca hubo indio alguno acusado alguna vez de tal falsificación. La séptima clase son los que deliberan acerca de la comunidad junto con el Rey, o, en las ciudades que son autónomas, con las autoridades. En número, esta clase es pequeña, pero con sabiduría y rectitud se lleva las palmas de todas las demás; a partir de esta clase se eligen sus gobernadores, gobernadores de distrito y diputados, guardianes de los tesoros, oficiales del ejército y la marina, oficiales financieros y supervisores de los trabajos agrícolas. Casarse fuera de cualquier clase es ilegal — como, por ejemplo, de la clase campesina con los artesanos, o viceversa; ni tampoco debe un mismo hombre ejercer dos actividades; ni cambiar de una clase a otra, como hacerce agricultor siendo pastor o hacerse pastor siendo artesano. Sólo le está permitido unirse a cualquier clase a los sabios; pues su trabajo no es tarea fácil, pero la más laboriosa de todas.
XIII. La mayoría de los animales salvajes que cazan los griegos los indios también las cazan, pero estos tienen una manera de cazar elefantes diferente de todos los otros tipos de caza, al igual que estos animales no son como los demás animales. Elijen un lugar que esté a nivel y abierto al calor del sol, y cavan una zanja en un círculo, lo suficientemente amplia como para que un gran ejército acampe dentro de ella. Cavan la zanja de cinco brazas de ancho y cuatro de profundidad. La tierra que sacan de la zanja la amontonan a cada lado de la zanja, y así la utilizan como una pared; entonces hacen refugios para ellos mismos, excavados en la pared externa de la zanja, y dejan pequeñas ventanas en ellos; a través de éstas entra la luz, y también ven a los animales que entran y cargan en el recinto. Luego, dentro del recinto dejan unas tres o cuatro hembras, las que son más mansas, y dejan sólo una entrada por la zanja, haciendo un puente sobre ella; y aquí amontonan mucha tierra y pasto para que los animales no puedan distinguir el puente, sospechando algún engaño. Los cazadores luego se mantienen fuera del camino, escondidos debajo de los refugios excavados en la zanja. Ahora bien, los elefantes salvajes no se acercan a los lugares habitados durante el día, pero de noche deambulan alrededor y se alimentan en manadas, siguiente al mejor y más grande de ellos, como lo hacen las vacas con los toros. Y cuando se acercan a la zanja y se oye el bramido de las hembras y las perciben por su olor, se lanzan al recinto amurallado; y cuando, trabajando alrededor del borde exterior de la zanja, se encuentran con el puente, empujan a través de él al recinto. Entonces los cazadores, al percibir la entrada de los elefantes salvajes, algunos quitan el puente sin demora, otros se apresuran a los pueblos vecinos informando que los elefantes están atrapados en la zanja; y los habitantes, al enterarse de la noticia, montan en los elefantes más animosos y más disciplinados, y los conducen hacia el recinto, y cuando los han conducido hasta allí, no comienzan inmediatamente la batalla, sino que permiten a los elefantes salvajes que se angustien por el hambre y sean dominados por la sed. Pero cuando creen que están lo suficientemente angustiados, entonces erigen nuevamente el puente, y entran en el recinto; al principio hay una batalla feroz entre los elefantes domesticados y los cautivos, y luego, como era de esperar, los elefantes salvajes son domesticados, angustiados como están por un derrumbe de sus espíritus y por el hambre. A continuación, los jinetes desmontan de los elefantes domesticados y atan los pies de los salvajes, ahora lánguidos; luego ordenan a los elefantes domesticados que castiguen al resto por repetidos golpes, hasta que en su angustia caen a tierra; luego se acercan a ellos y echan sogas alrededor de sus cuellos, y se suben a ellos, mientras yacen allí. Y para que no se lancen a sus conductores ni los lastimen, hacen una incisión en el cuello con un cuchillo afilado, todo alrededor, y atan un lazo alrededor de la herida, por lo que en virtud de la herida mantienen la cabeza y el cuello quietos. Porque allí donde quieran voltearse para hacer mal, la herida debajo de la cuerda se irrita. Y así quedan callados, y percibiendo que han sido conquistados, son llevados por los elefantes domesticados por la cuerda.
XIV. A los elefantes que no están todavía completamente desarrollados o por algún defecto no justifican la adquisición, les permiten partir hacia sus propias guaridas; entonces conducen a sus cautivos a los pueblos y primero de todo les dan brotes verdes y hierba para comer; pero ellos, por falta de deseo, no están dispuestos a comer nada; de modo que los indios se ordenan alrededor de ellos y con tambores y címbalos, golpeando y cantando, los adormecen. Porque si hay un animal inteligente, ese es el elefante. De algunos de ellos se sabe que, cuando sus conductores han perecido en la batalla, los han tomado y llevado al entierro; otros se han mantenido encima de ellos, protegiéndolos. Otros, cuando han caído, han luchado activamente por ellos; otro, en efecto, que en un momento mató a su chofer (no es el término apropiado...), murió de remordimiento y pena. Yo mismo he visto a un elefante haciendo sonar los címbalos y a otros bailando; dos platillos fueron atados a las patas delanteras del intérprete, y otro a su tronco, y rítmicamente golpeaba con su trompa el platillo en cada pierna; los bailarines bailaban en círculo, y levantando y doblando sus patas delanteras alternativamente; también se movía rítmicamente, mientras el intérprete con los platillos marcaba el tiempo para ellos. Los elefantes se aparean en primavera, al igual que los bueyes y los caballos, cuando ciertos poros determinados sobre las sienes de las hembras se abren y exhalan; la hembra tiene su cría a los dieciséis meses por lo menos, dieciocho a lo sumo; tiene un potrillo, al igual que una yegua; y este mama hasta su octavo año. Los elefantes más longevos sobreviven doscientos años; pero muchos mueren antes por enfermedad; pero en lo que se refiere a la mera edad, llegan a esta edad. Si sus ojos están afectados, la leche de vaca inyectada les cura; para sus otras dolencias, un trago de vino oscuro, y para sus heridas, carne de cerdo asada, puestas sobre el punto, son buenas. Estos son los remedios indios para ellos.
XV. Los indios consideran al tigre como mucho más fuerte que el elefante. Nearco escribe que él había visto una piel de tigre, pero no al tigre; los indios registran que el tigre es de tamaño tan grande como el caballo más grande, y su rapidez y fuerza sin paralelo, ya que un tigre, cuando se encuentra con un elefante, salta sobre la cabeza y fácilmente lo ahoga. Aquellos, sin embargo, que vemos y llamamos tigres, son chacales moteados, pero más grande que los chacales ordinarios. Sobre las hormigas, también Nearco dice que él no vió hormiga alguna, del tipo que algunos autores han descrito como nativas de la India; vio, sin embargo, varias de sus pieles llevadas al campamento macedonio. Megástenes, sin embargo, confirma la información dada sobre estas hormigas; que las hormigas desentierran oro, no ciertamente por el oro, sino como su madriguera natural, por lo que hacen agujeros, al igual que nuestras pequeñas hormigas excavan una pequeña cantidad de tierra; pero estas, que son más grandes que los zorros, excavan la tierra proporcionalmente a su tamaño; la tierra es aurífera, y así los indios consiguen su oro. Megástenes, sin embargo, se limita a frases oídas, y como no tengo certeza de escribir sobre el tema, estoy dispuesto a terminar este tema de las hormigas. Nearco describe, como algo milagroso, loros, encontrados en la India, y describe al loro, y cómo pronuncia una voz humana. Pero después de haber visto varios, y otros que están familiarizados con esta ave, no se extienden sobre su descripción como algo extraordinario; tampoco en el tamaño de los simios, ni en la belleza de algunos simios indios, y el método de captura. Yo sólo diré lo que todo el mundo sabe, excepto tal vez que los monos son hermosos en cualquier lugar. Y Nearco dice además que allí se cazan serpientes, moteadas y rápidas; y lo que declara Peitón, hijo de Antígenes, que capturó, tenía más de dieciséis codos; pero los indios (prosigue) afirman que las serpientes más grandes son mucho más grandes que esta. No hay médicos griegos que hayan descubierto un remedio contra la mordedura de la serpiente india; pero los mismos indios utilizan para curar a aquellos que fueron mordidos. Y añade Nearco que Alejandro reunió alrededor de él indios muy expertos en medicina, y se enviaron órdenes alrededor del campamento que cualquier persona mordida por una serpiente se debía presentar en el pabellón real. Pero no hay muchas enfermedades en la India, ya que las estaciones son más templadas que las nuestras. Si alguien está gravemente enfermo, se informaba a sus hombres sabios, y se pensaba que utilizaban la ayuda divina para curar lo que se podía curar.
XVI. Los indios llevan vestiduras de lino, como dice Nearco, viniendo el lino de los árboles de los que ya he hecho mención. Este lino es tanto más brillante que la blancura de otro lino, o la negrura propia de la gente hace que parezca inusualmente brillante. Llevan una túnica de lino a la mitad de la pantorrilla, y para prendas exteriores, una lanzada sobre sus hombros, y una enrollada alrededor de la cabeza. Los indios ricos llevan zarcillos de marfil; la gente común no los utiliza. Nearco escribe que se tiñen la barba de varios colores; algunos, por lo tanto, la tienen tan blanca como sea posible, otros oscura, otros carmesí, otros púrpura, otros verde pasto. Los indios más distinguidos usan sombrillas contra el calor del verano. Llevan sandalias de piel blanca, y estas también hechas esmeradamente; y las suelas de sus sandalias son de diferentes colores, y también altas, por lo que los usuarios parecen más altos. El equipamiento bélico indio difiere; la infantería tiene un arco, de la altura del propietario; lo apoyan en el suelo, y colocan su pie izquierdo contra él, y disparan así; jalan mucho de la cuerda del arco; porque sus flechas tienen poco menos de tres codos, y nada puede interponerse en contra de una flecha disparada por un arquero indio, ni escudo ni coraza ni armadura fuerte. En la mano izquierda llevan pequeños escudos de cuero sin curtir, más estrechos que sus portadores, pero no mucho más cortos. Algunos tienen jabalinas en lugar de arcos. Todos llevan una cimitarra ancha, de longitud no menor de tres codos; y a esta, cuando tienen una lucha cuerpo a cuerpo — y los indios no luchan entre ellos mismos de esta manera — la hacen descender con ambas manos golpeando, por lo que el golpe puede ser muy efectivo. Sus jinetes tienen dos jabalinas, como lanzas, y un pequeño escudo, más pequeño que el de la infantería. Los caballos no tienen monturas, ni utilice brocas griegas ni ninguna como los bocados celtas, pero alrededor del final de la boca de los caballos, tienen una rienda sin curtir; en esta instalan, del lado interno, pinches de bronce o de hierro, más bien suavizados; la gente rica usa pinches de marfil; dentro de la boca de los caballos hay un bocado, como un espeto, a cualquiera de los extremos al los que las riendas están adjuntas. Luego, cuando aprietan las riendas, este bocado domina al caballo, y los pinches, unidos a él, pinchan al caballo y le obligan a obedecer la rienda.
XVII. Los indios son delgados y altos y mucho más ligeros en el movimiento que el resto de la humanidad. Por lo general, montan en camellos, caballos y asnos; los hombres más ricos, en elefantes. El elefante en la India es una cabalgadura real; la siguiente en dignidad es un carro de cuatro caballos y los camellos vienen en tercer lugar; montar simplemente un caballo es bajo. Sus mujeres, que son de gran modestia, no pueden ser seducidas por ningún regalo, pero ceden ante cualquier persona que les de un elefante; y los indios no piensan que sea una deshonra ceder ante el regalo de un elefante, sino que más bien parece honorable para una mujer que su belleza se valorada a la par de un elefante. Se casan sin dar nada ni recibir nada; a las niñas casaderas sus padres las ofrecen y permiten que cualquier persona que se demuestre victoriosa en la lucha libre o boxeo o en la carrera o muestre preeminencia en cualquier otra actividad varonil, que elijan entre ellas. Los indios ingieren comida y cultivan el suelo, con excepción de los montañeses; pero éstos comen la carne de la caza. Esto debe ser suficiente para una descripción de los indios, siendo las cosas más notables las que Nearco y Megástenes, hombres de crédito, han registrado sobre ellos. Pero como el tema principal de esta, mi historia, no era escribir un relato de las costumbres indias, sino la forma en que la marina de Alejandro llegó a Persia desde la India, todo esto debe tenerse en cuenta como una digresión.
El viaje de Alejandro y Nearco
XVIII. Alejandro, cuando su flota estuvo lista en las orillas del Hidaspes, reunió a todos los fenicios, chipriotas y egipcios que habían seguido la expedición norteña. Con éstos tripuló sus naves, escogiendo como tripulantes y remeros para ellas a cualquiera que fuera experto en navegación. Había también un buen número de isleños en el ejército, que entendían de estas cosas, y jonios y helespontinos. Como comandantes de trirremes fueron designados, de los macedonios, Hefestión, hijo de Amintor, y Leonato, hijo de Eunoo, Lisímaco, hijo de Agatocles, y Asclepiodoro, hijo de Timandro, y Arcón, hijo de Clinias, y Demónico, hijo de Ateneo, Arquías, hijo de Anaxidoto, Ofelas, hijo de Sileno, Timantes, hijo de Pantiades; todos ellos de Pella. De Anfípolis fueron nombrados estos oficiales: Nearco, hijo de Andrótimo, quien escribió el relato del viaje; Laomedonte, hijo de Lárico, y Andróstenes, hijo de Calístrato; y de Orestis, Crátero, hijo de Alejandro, Pérdicas, hijo de Orontes. De Eordea, Ptolomeo, hijo de Lagos y Aristonoo, hijo de Peiseo; de Pidna, Metrón, hijo de Epicarmo y Nicárquides, hijo de Simo. Luego, además, Atalo, hijo de Andrómenes; de Estinfa, Peucestas, hijo de Alejandro; de Mieza, Crateuas, hijo de Peitón; de Alcómene; Leonato, hijo de Antípatro, de Egas; Pantauco, hijo de Nicolao, de Aloris; Mileas, hijo de Zoilo, de Berea; todos estos macedonios. De los griegos, Oxintemis, hijo de Medio, de Larisa; Eumenes, hijo de Jerónimo, de Cardia; Critóbulo, hijo de Platón, de Cos; Menodoro, hijo de Toas y Meandro, hijo de Mandrógenes, de Magnesia; Andrón, hijo de Cabeleo, de Teos; de los chipriotas, Nicocles, hijo de Pasícrates, de Soh; Nitafón, hijo de Pitágoras, de Salamina. Alejandro designó también a un trierarca persa, Bagoas, hijo de Farnuces; del propio barco de Alejandro, el timonel fue Onesícrito de Astipalea; y el contador de toda la flota fue Evágoras, hijo de Eucleón, de Corinto. Como almirante fue nombrado Nearco, hijo de Andrótimo, cretense de raza, y vivía en Anfípolis, sobre en el Estrimón. Y una vez que Alejandro hubo hecho todas estas disposiciones, sacrificó a los dioses, tanto a los dioses de su raza como a todos de los cuales los profetas le habían advertido, y a Poseidón y Anfitrite y las nereidas y al Océano mismo y río Hidaspes, de donde empezó, y al Acesines, en el que desemboca el Hidaspes, y al Indo, en el que ambos desembocan; e instituyó concursos de arte y atletismo, y se les dio a todo el ejército víctimas para el sacrificio, según sus destacamentos.
XIX. Luego, cuando hubo hecho todo para iniciar el viaje, Alejandro ordenó a Crátero marchar por un lado del Hidaspes con su ejército, caballería e infantería; Hefestión había comenzado ya a lo largo del otro, con otro ejército aún más grande que el de de Crátero. Hefestión se llevó consigo a los elefantes, en número de 200. Alejandro se llevó con él a todos los peltastas, como se les llama, y a todos los arqueros y de la caballería, a los llamados "Compañeros"; en total, ocho mil. Crátero y Hefestión, con sus fuerzas, recibieron la orden de marchar al frente y esperar la flota. Envió a Filipo, a quien había hecho sátrapa de este país, a las orillas del río Acesines, también con una fuerza considerable; a estas alturas, ciento veinte mil hombres en edad de combatir lo seguían, junto con aquellos a quienes él mismo había traído de la costa del mar; y con aquellos que sus oficiales, enviados a reclutar fuerzas, había traído; por lo que ahora conducía todo tipo de tribus orientales, armados de diferentes fornas. Luego navegó con sus barcos por el Hidaspes al lugar de reunión del Acesines y el Hidaspes. Su flota entera de naves era de 1800 Su flota sumaba 1.800 naves (más apropiado), tanto buques de guerra como mercantes, y transportes de caballos además y otros trayendo provisiones junto con las tropas. Y cómo su flota descendió los ríos, y las tribus que conquistó en el descenso, y cómo él mismo en peligro entre los malianos, y la herida que allí recibió, luego, la forma en la cual Peucestas y Leonato lo defendieron mientras yacía allí — todo esto ya lo he relatado en mi otra historia, escrita en dialecto ático. Este, mi trabajo actual, sin embargo, es una historia del viaje que Nearco desarrolló con éxito con su flota a partir de la desembocadura del Indo por el océano hasta el Golfo Pérsico, que algunos llaman el Mar Rojo.
XX. Sobre esto, Nearco escribe así: Alejandro tenía un deseo vehemente de navegar por el mar que se extiende desde la India a Persia; pero no le gustaba la duración del viaje y temía que, encontrándose con algún país desierto o sin radas, o no provisto adecuadamente de los frutos de la tierra, su flota entera fuera destruida; y esto, no siendo una pequeña mancha en sus grandes logros, podría arruinar toda su felicidad; pero su deseo de hacer algo inusual y extraño prevaleció; aún así, estaba en duda a quién elegir, que tuviera los méritos para sus planes; y también al hombre indicado para estimular al personal de la flota, — enviados como estaban a una expedición de este tipo, para que no se sintieran que estaban siendo enviados ciegamente a peligros manifiestos. Y Nearco dice que Alejandro discutió con él a quien debía seleccionar para ser almirante de la flota; pero como se mencionó a uno y a otro, y como Alejandro rechazó a algunos, como no deseando arriesgarlos por su seguridad, otros como temerosos, otros como consumidos por el deseo de retornar a sus hogares, y encontrando alguna objeción a cada uno; entonces Nearco mismo habló y se comprometió a sí mismo de esta manera: “Oh, Rey, me comprometo a conducir su flota! Y que dios ayude en la empresa! Llevaré sus barcos y hombres sanos y salvos a Persia, si este mar es navegable y la empresa no por encima de las fuerzas humanas”. Alejandro, sin embargo, respondió que no iba a permitir que uno de sus amigos corriera esos riesgos y soportara tal sufrimiento; Nearco, no aflojó en su petición, pero rogó fervientemente a Alejandro; hasta que por fin Alejandro aceptó el espíritu dispuesto de Nearco, y lo nombró almirante de toda la flota, en la que la parte del ejército que estaba enumerada para navegar en este viaje, y las tripulaciones, se sintieran más tranquilas, asegurándose de que Alejandro nunca habría expuesto a Nearco a un peligro evidente a menos que también ellos volvieran a salvo. Entonces, el esplendor de todas las preparaciones completas y el equipamiento inteligente de las naves, y el entusiasmo vivo de los comandantes de los trirremes acerca de los distintos servicios y las tripulaciones se hubieran entusiasmado aquellos que hasta hace poco estaban vacilando, tanto por la valentía y por mayores esperanzas acerca de todo el asunto; y además contribuyó mucho a los buenos espíritus en general de la fuerza que Alejandro había lanzado por el Indo y había explorado ambas salidas, incluso al océano, y había ofrecido víctimas a Poseidón, y a todos los otros dioses del mar, y dio espléndidos dones al mar. Entonces, confiando como lo hicieron en la generalmente extraordinaria buena fortuna de Alejandro, se sintieron que no había nada a lo que él no se atreviera, y nada que no pudiera llevar a cabo.
XXI. Cuando los vientos alisios se llamaron al descanso, que siguen soplando desde el océano a la tierra durante toda la temporada de verano, y por lo tanto hacen que el viaje sea imposible, se hicieron a la mar, siendo arconte en Atenas, Cefisodoro, a los veinte días del mes boedromion, como los atenienses lo conocen; pero como los macedonios y los asiáticos los cuentan, fue... en el undécimo año del reinado de Alejandro. Nearco también sacrificó, antes de zarpar, a Zeus Salvador, y también realizó una competencia atlética. Entonces saliendo de su rada, anclaron en el primer día en el río Indo cerca de un gran canal, y permanecieron allí dos días; el distrito era llamado Stura; estaba a unos cien estadios de la rada. Luego, al tercer día comenzaron a navegar por otro canal, a una distancia de treinta estadios, y este canal ya era salado; porque el mar lo invadió, sobre todo en las mareas altas, y luego en el flujo, el agua permaneció allí, mezclada con el agua del río. Este lugar fue llamado Caumara. Desde allí navegaron veinte estadios y anclaron en Coreestis, aún en el río. Desde allí comenzaron de nuevo y navegaron no muy lejos, porque vieron un arrecife en esta salida del río Indo, y las olas rompían violentamente en la orilla, y la orilla misma era muy irregular. Pero donde había una parte más suave del arrecife, cavaron un canal de cinco estadios de largo, y llevaron los barcos hacia abajo, cuando la marea subió del mar. Luego navegando hacia adelante, a una distancia de ciento cincuenta estadios, anclaron en una isla arenosa llamada Crocala, y permanecieron allí hasta el día siguiente; allí vive una raza india llamada arabeos, de los cuales hice mención en mi historia más extensa; y tienen su nombre del río Arabis, que atraviesa su país y encuentra su desembocadura en el mar, formando la frontera entre este país y el de los oritanos. De Crocala, teniendo a la derecha el cerro que llaman Irus, navegaron, con una isla baja a su izquierda; y la isla corriendo en paralelo con la costa hace una estrecha bahía. Entonces, cuando hubieron navegado a través de esta, anclaron en un puerto con buen anclaje; y como Nearco consideró al puerto como uno grande y bueno, lo llamó Refugio de Alejandro. A la cabeza de la bahía yace una isla, a una distancia de dos estadios, llamada Bibacta; la región vecina, sin embargo, se llama Sangada. Esta isla, formando una barrera al mar, de por sí hace un puerto. Hay fuertes vientos constantes que soplan desde el océano. Nearco, por lo tanto, temiendo que algunos de los nativos se unieran para saquear el campamento, rodeó el lugar con un muro de piedra. Se quedó allí treinta y tres días; y durante ese tiempo, dice, los soldados cazaron mejillones, ostras y peces navaja, como se les llama; eran todos de tamaño inusual, mucho más grandes que los de los mares. También bebieron agua salobre.
XXII. Con el viento activo, levaron anclas; y después de navegar sesenta estadios amarraron en una playa de arena; había una isla desierta cerca de la orilla. Usaron esta, por lo tanto, como un rompeolas y amarraron allí: la isla se llamaba Domai. En la orilla no había agua, pero después de avanzar unos veinte estadios al interior encontraron agua potable. Al día siguiente navegaron hasta el anochecer a Saranga, unos trescientos estadios, y amarraron en la playa, y el agua fue hallada a unos ocho estadios de la playa. Desde allí navegaron y amarraron en Sacala, un lugar desierto. Luego, abriéndose camino a través de dos rocas, tan juntas que las palas de los remos de las naves tocaban las rocas a babor y estribor, amarraron en Morontobara, después de navegar unos trescientos estadios. El puerto es amplio, circular, profundo y sereno, pero su entrada es estrecha. Ellos lo llaman, en el lenguaje nativo, "La Piscina de Las Damas” ya que fue una dama la primera soberana de este distrito. Cuando estuvieron ya a salvo a través de las rocas, se encontraron con grandes olas y el mar corriendo con fuerza; y por otra parte, parecía muy peligroso navegar hacia el mar desde los acantilados. Al día siguiente, sin embargo, navegaron con una isla en su timón de babor, con el fin de romper el mar, tan cerca de la playa que cabría conjeturar que se trataba de un canal cortado entre la isla y la costa. Todo el pasaje era de unos setenta estadios. En la playa había muchos árboles frondosos, y la isla estaba cubierta por completo por un bosque sombrío. Al amanecer, navegaron fuera de la isla, por un paso estrecho y turbulento; la marea seguía cayendo. Y habiendo navegado unos ciento veinte estadios anclaron en la desembocadura del río Arabis. Había un puerto bueno y grande en su desembocadura, pero no había agua potable; la boca del Arabis se mezclaba con agua de mar. Sin embargo, después de penetrar cuarenta estadios al interior encontraron un pozo de agua, y después de sacar agua de allí regresaron de nuevo. Cerca del puerto había una isla alta, desierta y alrededor de ella se podía conseguir ostras y todo tipo de pescado. Hasta aquí se extiende el país de los arabeos; son los últimos indios asentados en esta dirección; a partir de aquí, comienza el territorio de los oritanos.
XXIII. Dejando las salidas del Arabis, navegaron a lo largo del territorio de los oritanos, y anclaron en Pagala, después de un viaje de doscientos estadios, cerca de un mar rompiente; pero fueron capaces lo mismo de fondear. La tripulación salió del mar en sus barcos, aunque algunos fueron en busca de agua, y la consiguieron. Al día siguiente salieron de madrugada, y después de hacer cuatrocientos treinta estadios se detuvieron al atardecer en Cabana, y amarraron en una playa desierta. Allí también había un fuerte oleaje, por lo que anclaron sus buques bien hacia el mar. Fue en esta parte del viaje que una fuerte tormenta desde el mar cayo Una fuerte tormenta proveniente del mar cayó sobre la flota, y dos buques de guerra se perdieron en el pasaje, y una galera; los hombres nadaron y se salvaron, ya que estaban navegando muy cerca de tierra. Pero cerca de la medianoche, levaron anclas y zarparon hasta Cocala, que estaba a unos 200 estadios de la playa en la que habían anclado. Los barcos se mantuvieron en mar abierto y anclaron, pero Nearco desembarcó las tripulaciones y acampó en tierra; después de todos estos trabajos y peligros en el mar, deseaban descansar un rato. El campo estaba atrincherado, para mantener alejados a los nativos. Aquí Leonato, que había estado a cargo de las operaciones contra los oritanos, venció a los oritanos en una gran batalla, junto con otros que se habían unido a su empresa. Mató a unos seis mil de ellos, incluyendo a todos los oficiales superiores; de la caballería con Leonato, quince cayeron, y de su infantería, entre algunos otros, Apolófanes, el sátrapa de Gedrosia. Esto lo he relatado en mi otra historia, y también cómo Leonato fue coronado por Alejandro por esta hazaña con una corona de oro ante los macedonios. Su provisión de grano ya había sido recogida, por orden de Alejandro, para el avituallamiento del ejército; y llevaron a bordo raciones para diez días. Los barcos que habían sufrido en el trayecto fueron reparados; y cualesquiera que fueran las tropas que Nearco pensaba que eran inclinadas a fingir enfermedad, las entregó a Leonato, pero él mismo reclutó su flota de los soldados de Leonato.
XXIV. Desde allí zarparon y avanzaron con viento a favor; y después de un trecho de 500 estadios anclaron derca de un torrente, que se llamaba Tomero. Había una laguna en la desembocadura del río, y las depresiones cerca de la orilla estaban habitadas por nativos en cabañas sofocantes. Estos, viendo al convoy hacerse a la vela, quedaron asombrados, y cubriendo a lo largo la costa, estaban listos para repeler cualquier intento de desembarco. Llevaban lanzas gruesas, de unos seis metros de largo; no tenían punta de hierro, pero obtenían el mismo resultado endureciendo la punta con fuego. Eran en número unos seiscientos. Nearco observó esto manteniéndose firme y en orden, y ordenó a los barcos que se mantuvieran a su alcance, a fin de que sus proyectiles pudieran llegar a la costa; las lanzas de los nativos, que parecían sólidas, eran buenas para la lucha cuerpo a cuerpo, pero no presentaban ventajas contra una descarga. Luego Nearco tomó las tropas más ligeras y más ligeramente armadas, como también los que eran los mejores nadadores y les pidió que nadaran tan pronto como recibieran la orden. Sus órdenes eran que, tan pronto como cualquier nadador encontrara fondo, debía esperar a su compañero, y no atacar a los nativos, hasta que tuvieran una formación de tres en profundidad; pero entonces debían elevar su grito de guerra y cargar el doble. A la orden, los detallados para este servicio se lanzaron desde los barcos al mar, y nadaron con elegancia, y tomaron su formación en forma ordenada, y habiendo hecho una falange, cargaron, elevando, por su parte, su grito de guerra al Dios de la Guerra, y los de a bordo lanzaron el grito junto con ellos; y fueron lanzados contra los nativos proyectiles y flechas. Ellos, asombrados ante lo súbito de la armadura, y la rapidez de la carga, y atacados por una lluvia de flechas y proyectiles, medio desnudos como estaban, nunca dejaron de resistir, pero cedieron. Algunos murieron en la huída; mientras que otros fueron capturados; pero algunos escaparon a las colinas. Los capturados eran velludos, no sólo sus cabezas, sino el resto de sus cuerpos; sus uñas eran como garras de bestias; utilizaban sus uñas (según el informe) como si fueran instrumentos de hierro; con ellas rasgaban en pedazos sus peces, e incluso los tipos menos sólidos de madera; todo lo demás lo rompían con piedras afiladas, pues no poseían hierro. Por ropa usaban pieles de animales, algunos incluso las pieles gruesas de los peces más grandes.
XXV. Aquí las tripulaciones vararon sus barcos y repararon lo que habían sufrido. Al sexto día se hicieron a la vela, y después de viajar alrededor de trescientos estadios, llegaron a un país que era el último punto en el territorio de los oritanos: el distrito se llamaba Malana. Los oritanos que viven tierra adentro, lejos del mar, visten como lo hacen los indios, y se equipan de manera similar para la guerra; pero difieren en su dialecto y costumbres. La duración del viaje de cabotaje a lo largo del territorio de los arabeos fue de alrededor de mil estadios desde el punto de partida; la longitud de la costa oritana es de 1600. Mientras navegaban a lo largo de la tierra de la India pues desde allí en adelante los indios no son más indios, Nearco sostiene que sus sombras no aparecían de la misma forma; pero dónde estaban dirigiéndose a la alta mar y siguiendo un rumbo hacia el sur, sus sombras parecían caer más hacia el sur también; pero cuando el sol estaba en el mediodía, todo parecía sin sombras. Entonces algunas de las estrellas tal como las habían visto hasta ahora en el cielo, algunas estaban completamente ocultas, otras se mostraban bajas hacia la tierra; aquellas que habían visto continuamente delante, ahora se observaban ambas poniéndose, y luego, de pronto, apareciendo de nuevo. Creo que esta historia de Nearco es probable, ya que en Syene de Egipto, cuando el sol está en el solsticio de verano, la gente muestra un pozo donde al mediodía no se ve sombra alguna; y en Meroe, en la misma temporada, no se proyectan sombras. Por lo tanto, parece razonable que en la India también, ya que están lejos hacia el sur, ocurran los mismos fenómenos naturales, y sobre todo en el Océano Índico, sólo porque corre hacia el sur. Pero aquí tengo que dejar este tema.
XXVI. Junto a los oritanos, más hacia el interior, habitan los gedrosios, cuyo país Alejandro y su ejército atravesaron con grandes dificultades; de hecho sufrieron más que en todo el resto de su expedición: todo esto lo he relatado en mi historia más completa. Por debajo de los gedrosios, siguiendo la costa actual, habita el pueblo llamado «comedores de peces». La flota navegó más allá de su país. En el primer día amarraron sobre la segunda vigilia, e hicieron escala en Bagisara; una distancia a lo largo de la costa de unos seiscientos estadios. Allí hay un puerto seguro, y un pueblo que se llama Pasira, a unos sesenta estadios del mar; los nativos cercanos son llamados pasireos. Al día siguiente zarparon antes de lo habitual y navegaron alrededor de un promontorio que se encuentra lejos hacia el mar, que era alto y escarpado. Entonces cavaron pozos; y obtuvieron sólo un poco de agua, y pobre y por ese día se echó el ancla, porque había fuerte oleaje en la playa. Al día siguiente hicieron escala en Colta después de un viaje de 200 estadios. De allí partieron al amanecer, y después de viajar 600 estadios, anclaron en Calyba. Hay una aldea en la orilla, unas pocas palmeras datileras crecen cerca de ella, y había dátiles, aún verdes, sobre ellos. A unos cien estadios de la playa hay una isla llamada Carnine. Allí, los aldeanos llevaron regalos a Nearco, ovejas y peces; la carne de cordero, dice, tenía un sabor a pescado, como la carne de las aves marinas, ya que incluso las ovejas se alimentan de los peces; porque no hay hierba en el lugar. Sin embargo, al día siguiente navegaron 200 estadios y amarraron en una playa y un pueblo situado a unos treinta estadios del mar: era llamado Cissa, y Carbis era el nombre de la franja costera. Allí encontraron unos pocos botes, de la clase que podrían utilizar los pescadores pobres; pero no encontraron a los propios pescadores, pues estos habían huido tan pronto como vieron anclar a los barcos. No había allí grano, y el ejército había empleado la mayor parte de su reserva, pero tomaron y embarcaron algunas cabras, y así zarparon. Doblando un cabo alto, a unos ciento cincuenta estadios en el mar, hicieron escala en un puerto tranquilo; había agua allí, y los pescadores vivían cerca; el puerto se llamaba Mosarna.
XXVII. Nearco narra que a partir de este punto, un piloto navegó con ellos, un gedrosio llamado Hidraces. Él había prometido llevarlos hasta Carmania; desde allí la navegación no era difícil, pero los distritos eran más conocidos, hasta el Golfo Pérsico. De Mosarna partieron por la noche, setecientos cincuenta estadios, a la playa de Balomus. Desde allí otra vez a Barna, un pueblo, cuatrocientos estadios, donde había muchas palmeras y un jardín; y en el jardín crecían mirtos y abundantes flores, de las que los nativos tejían coronas. Allí, por primera vez, vieron árboles de jardín, y hombres moradndo allí no enteramente como animales. Desde allí navegaron otros 200 estadios y llegaron a Dendrobosa y los barcos mantuvieron el ancla en la rada. Desde allí partieron cerca de la medianoche y llegaron a un puerto llamado Cofas, después de un viaje de unos 400 estadios; ahí vivían pescadores, con barcos pequeños y débiles; y no lo remaban en fila con sus remos como lo hacen los griegos, sino como se hace en un río, impulsando el agua de un lado u otro, al igual que los trabajadores que cavan en el suelo. En el puerto había agua pura en abundancia. A la primera vigilia zarparon y llegaron a Cyiza, después de una travesía de 800 estadios, donde había una playa desierta y un fuerte oleaje. Aquí, por lo tanto, anclaron, y cada nave consiguió su propia comida. Desde allí viajaron 500 estadios y llegaron a un pequeño pueblo construido cerca de la playa en una colina. Nearco, quien imaginó que el distrito debía ser cultivado, dijo a Arquías de Pella, hijo de Anaxidoto, que navegaba con Nearco, y era un notable macedonio, que debían sorprender al pueblo, ya que no tenía ninguna esperanza de que los nativos les dieran al ejército provisiones por su buena voluntad; mientras no pudiera capturar la ciudad por la fuerza, pues esto requeriría un asedio y mucha demora; mientras que en el ínterin había escasez de provisiones. Pero el grano que la tierra producía lo pudo juntar de la paja que vio yacente cerca de la playa. Cuando llegaron a esta resolución, Nearco ordenó a la flota en general que estuviera lista como para hacerse a la mar; y Arquías, en su lugar, preparó todo para el viaje; Nearco se quedó atrás con una sola nave y se fue como para echar un vistazo a la ciudad.
XXVIII. A medida que Nearco se acercaba a las murallas, los nativos le trajeron, de manera amistosa, regalos de la ciudad; atunes cocido en ollas de barro; ahí habitaba la más occidental de las tribus comedoras de pescado, y fueron los primeros a los que los griegos vieron cocinar sus alimentos; y trajeron también algunos pasteles y dátiles de las palmas. Nearco, dijo que aceptaba esto con gratitud; y deseaba visitar la ciudad, y se le permitió entrar. Pero tan pronto como pasaron al interior de las puertas, pidió a dos de los arqueros que ocuparan el postigo, mientras que él y otros dos, y el intérprete, subieron a la pared de un lado e hicieron señas a Arquías y sus hombres como habían previsto: Nearco debía hacer señales, y Arquías entender y hacer lo que se le había ordenado. Al ver la señal los macedonios vararon sus barcos con la mayor rapidez; saltaron a toda prisa en el mar, mientras que los nativos, asombrados ante esta maniobra, corrieron a por sus armas. El intérprete con Nearco gritaron que debían dar grano al ejército, si querían salvar su ciudad; y los indígenas respondieron que no tenían nada, y al mismo tiempo atacaron la muralla. Pero los arqueros con Nearco disparando desde arriba fácilmente los contuvieron. Sin embargo, cuando los indígenas vieron que su ciudad estaba ya ocupada y casi lista para ser esclavizada, rogaron a Nearco que tomaran el grano que tenían y se retiraran, pero que no destruyeran la ciudad. Nearco, sin embargo, ordenó a Arquías que capturara las puertas y la muralla vecina; envió con los nativos a algunos soldados para ver si entregaban su grano sin truco alguno. Ellos mostraron libremente su harina, molida de pescado seco; pero sólo una pequeña cantidad de trigo y cebada. De hecho, utilizaban como harina lo que obtenían de los peces; y utilizaban pan de harina de trigo como un manjar. Cuando, sin embargo, mostraron todo lo que tenían, los griegos se aprovisionaron de lo que había allí, y se hicieron a la mar, anclando cerca de un promontorio que los habitantes consideran sagrado para el Sol: el cabo se llamaba Bageia.
XXIX. Desde allí, zarpar hacia cerca de medianoche, viajaron otros mil estadios a Talmena, un puerto que da buen anclaje. Desde allí se dirigieron a Canasis, una ciudad desierta, cuatrocientos estadios más lejos; ahí encontraron un pozo hundido, y cerca crecían palmeras silvestres datileras. Cortaron los corazones de éstos y se los comieron; porque el ejército tenía escasez de alimentos. De hecho, ahora estaban muy angustiados por el hambre, y navegaron día y noche, y anclaron en una playa desierta. Pero Nearco, temeroso de que desembarcaran y dejaran sus barcos por debilidad, mantuvo a propósito los barcos en la rada abierta. Navegaron desde allí y anclaron en Canate, después de un viaje de setecientos cincuenta estadios. Aquí hay una playa y canales poco profundos. Desde allí navegaron 800 estadios, anclando en Troea; había pueblos pequeños y pobres en la costa. Los habitantes abandonaron sus chozas y los griegos encontraron allí una pequeña cantidad de grano, y los dátiles de las palmas. Mataron a siete camellos que habían quedado allí, y comieron la carne de ellos. Cerca del amanecer levaron anclas y navegaron 300 estadios, y anclaron en Dagaseira; ahí habitaba una tribu errante. Desde allí navegaron sin parar todo el día y la noche, y después de un viaje de mil cien estadios pasaron el país de los comedores de pescado, dónde habían estado muy angustiados por la falta de alimento. No amarraron cerca de la costa, pues había una larga línea de rompientes, pero anclaron al aire libre. El largo del viaje a lo largo de la costa de los comedores de pescado es de un poco por encima de diez mil estadios. Estos comedores de pescado viven de pescado, y de ahí su nombre; sólo unos pocos de ellos pescan, ya que sólo tienen unos pocos barcos propios y no tienen experiencia alguna en la técnica de la captura de peces; en su mayor parte es la marea baja la que les proporciona sus capturas. Algunos han hecho también redes para este tipo de pesca, la mayoría de ellas de dos estadios de longitud. Ellos hacen las redes de la corteza de la palmera datilera, torciendo la corteza como una cuerda. Y cuando el mar se retira y queda la tierra, donde la tierra permanece seca, no hay peces, por regla general; pero donde hay huecos, parte del agua se mantiene, y en estos un gran número de peces, mayormente pequeños pero algunos grandes también. Lanzan sus redes sobre ellos y así los capturan. Los comen crudos, tal como los sacan del agua, es decir, los que són más tiernos; los más grandes, que son más resistentes, los secan al sol hasta que quedan bastante secos y los golpean hasta hacer una harina y pan de ellos; otros incluso hacen tortas de esta harina. Incluso sus rebaños se alimentan de peces secos; el país no cuenta con praderas de hierba y no produce pasto. Recogen también en muchos lugares cangrejos y ostras y mariscos. Hay sales naturales en el país; de éstas hacen aceite. Aquellos que habitan en las regiones desérticas de su país, sin árboles, como son y sin partes cultivadas, encuentran todo su sustento en la pesca, pero algunos de ellos siembran parte de su distrito, usando el grano como un condimento a los peces, ya que los peces forman su pan. El más rico de ellos ha construido chozas; recogen los huesos de cualquier pez grande que el mar arroja, y los usan en lugar de vigas. Las puertas se hacen a partir de los huesos planos que se pueden recoger. Pero la mayor parte de ellos, y la clase más pobre, tienen cabañas hechas de espinas dorsales de los peces.
XXX. Las ballenas grandes viven en el océano exterior y peces más grandes que esos, en nuestro mar interior. Nearco dice que cuando dejaron Cyiza, al amanecer, vieron agua soplada hacia arriba desde el mar, como disparada hacia arriba por la fuerza de una tromba marina. Quedaron asombrados, y preguntaron a los pilotos del convoy que podía ser y cómo se producía; respondieron que estas ballenas, mientras vagan por el océano, tiran un chorro de agua a una gran altura; los marineros, sin embargo, se asustaron tanto que los remos cayeron de sus manos. Nearco fue y los animó, y cada vez que navegaba más allá de cualquier barco, les indicaba que giraran la proa del barco en dirección a las ballenas como para darles batalla; y elevando su grito de guerra con el sonido de la levantada, remar con golpes rápidos y con gran cantidad de ruido. Así, todos se animaron y navegaron juntos de acuerdo a la señal. Pero cuando realmente se acercaban a los monstruos, gritaron con toda la fuerza de sus gargantas, y las trompetas sonaron, y los remeros hicieron sonoras salpicaduras con sus remos. Entonces las ballenas, ahora visibles en la proa de los barcos, se asustaron, y se sumergieron en las profundidades; a continuación, poco después se acercaron a popa y tiraron agua de mar a las alturas. Acto seguido un alegre aplauso acogió con satisfacción este saludo inesperado, y llovieron muchos elogios sobre Nearco por su valentía y prudencia. Algunas de estas ballenas bajan a tierra en diferentes partes de la costa; y cuando viene la marea, se ven atrapadas en las aguas poco profundas; y algunas incluso son echadas en tierras altas y secas, por lo que perecen y se pudren, y su carne podrida deja los huesos convenientes para ser utilizados por los indígenas para sus chozas. Por otra parte, los huesos de sus costillas sirven para las vigas más grandes para sus viviendas; y las más pequeñas para las vigas; las mandíbulas son los postes de las puertas, ya que muchas de estas ballenas alcanzan una longitud de 25 brazas.
XXXI. Mientras estaban costeando el territorio de los comedores de peces, oyeron un rumor acerca de una isla, que se encuentra a cierta distancia de tierra firme en esa dirección, a unos cien estadios, pero que está deshabitada. Los indígenas dijeron que era sagrada para el Sol y era llamada Nosala, y que ningún ser humano por su propia voluntad jamás entraría ahí; pero que cualquiera que, por ignorancia la tocara, desaparecería inmediatamente. Nearco, sin embargo, dice que una de sus galeras con tripulación egipcia se había perdido completamente no muy lejos de esta isla, y que los pilotos valientemente afirmaron al respecto que habían tocado ignorantemente la isla y así habían desaparecido. Nearco envió una nave de treinta remos para navegar alrededor de la isla, con órdenes de no entrar, pero que la tripulación gritara en voz alta, mientras costeaban alrededor tan cerca como se atrevieran; y debían llamar al timonel perdido por su nombre, o cualquiera de su tripulación cuyo nombre conociera. Como nadie respondió, él nos dice que él mismo navegó hasta la isla, y obligó a su tripulación a que bajara; luego fue a tierra y echó por tierra este cuento de hadas acerca de la isla. Oyeron también otra historia corriente de esta isla, que una de las Nereidas vivía allí; pero el nombre de este Nereida no fue dicho. Ella demostró mucha simpatía a cualquier marinero que se acercara a la isla, pero luego lo convertía en pez y lo arrojaba al mar. El Sol entonces se enojó con la Nereida, y le ordenó que saliera de la isla, y ella accedió a retirarse de allí, pero pidió que le fuera retirado el hechizo sobre ella; consintió el Sol, y se compadeció de esos seres humanos que ella había convertido en peces, y los convirtió nuevamente de peces en seres humanos, y así nació el pueblo llamado comedores de pescado. Y así descendieron hasta los días de Alejandro. Nearco demuestra que todo esto es mera leyenda; pero yo no tengo elogios para sus penas y su erudición; las historias son bastante fáciles de derribar; y considero tedioso relatar estos viejos cuentos y luego probar que son todos falsos.
XXXII. Más allá de estos comedores de peces, los gedrosios habitan en el interior, un territorio pobre y arenoso; aquí fue donde el ejército de Alejandro y Alejandro mismo sufrieron tan en serio, como ya lo he relatado en mi otro libro. Pero cuando la flota, dejando a los comedores de pescado, entró en Carmania, ancló a la intemperie, en el punto donde tocaron por primera vez Carmania; había una línea larga y áspera de oleaje paralelo con la costa. De allí no navegaron más hacia el oeste, sino que tomaron un nuevo rumbo y se dirigieron con sus arcos apuntando entre el norte y el oeste. Carmania es más boscosa que la región de los comedores de peces, y tiene más frutas, tiene más pasto, y está bien regada. Ellos amarraron en un lugar habitado llamado Badis, en Carmania, con muchos árboles cultivados en crecimiento, excepto el olivo y los buenos viñedos; también produce grano. De allí partieron y viajaron 800 estadios, y amarraron de una playa desierta; y avistaron un gran cabo sobresaliendo lejos en el océano; parecía como si el propio promontorio estuviera a un día de navegación. Los que tenían conocimiento del distrito, dijeron que este promontorio pertenecía a Arabia, y fue llamado Maceta, y que desde allí los asirios importaban canela y otras especias. Desde esta playa en la que la flota ancló en rada abierta, y el promontorio, que avistaron frente a ellos, corriendo hacia el mar, la bahía (esta es mi opinión, y Nearco sostenía lo mismo) se extiende de nuevo hacia el interior, y parece ser el Mar Rojo. Cuando avistaron el cabo, Onesícrito les pidió que siguieran su curso y que navegaran directamente a él, a fin de no tener la molestia de costear alrededor de la bahía. Nearco, sin embargo, respondió que Onesícrito era un tonto, si ignoraba el propósito de Alejandro de despachar la expedición. No era porque él no fuera capaz de traer a pie toda su fuerza de manera segura el porque el había enviado la flota; pero deseaba hacer un reconocimiento de las costas que están en la línea de la travesía, las radas, los islotes; para explorar a fondo cualquier bahía, que apareciera, y para enterarse de las ciudades que estaban sobre la costa del mar; y para averiguar que tierra era fértil, y cual estaba desierta. No deben por lo tanto, estropear la empresa de Alejandro, especialmente cuando estaban casi al final de sus fatigas, y eran, por lo demás, No teniendo ya dificultad alguna acerca de las provisiones en su patrullaje costero. Su propio miedo era que desde el cabo corría un largo camino hacia el sur, que encontrarían allí tierra sin agua y sol abrasador. Este punto de vista prevaleció; y creo que Nearco evidentemente conservó la fuerza expedicionaria por esta decisión; por lo general se afirma que este cabo y el país alrededor son totalmente desiertos y absolutamente desprovistos de agua.
XXXIII. Navegaron a continuación, dejando esta parte de la costa, abrazando la tierra; y después de viajar unos setecientos estadios anclaron en otra playa, llamada Neoptana. Luego, al amanecer se alejaron hacia el mar, y después de atravesar cien estadios, amarraron cerca del río Anamis; el distrito se llamaba Harmozeia. Todo aquí era amistoso, y producía frutos de todo tipo, excepto que las aceitunas no crecían allí. Allí desembarcaron, y tuvieron un bien merecido descanso a sus largas fatigas, recordando los sufrimientos que habían soportado en el mar y en la costa de los comedores de pescado; narrando unos a otros la desolación del país, la naturaleza casi bestial de los habitantes, y sus propias angustias. Algunos de ellos se adelantaron cierta distancia tierra adentro, abriéndose de la fuerza principal, algunos en busca de esto, y algunos de aquello. Allí se les apareció un hombre, vestido con una túnica griega, y vestido de una manera diferente a la moda griega, y hablando también griego. Los primeros que lo vieron dijeron que se echó a llorar, tan extraño parecía después de todas estas miserias, ver a un griego, y oír hablar griego. Le preguntaron de dónde venía, quién era él; y dijo que se había separado del campamento de Alejandro, y que el campamento, y el mismo Alejandro, no estaban muy lejos. Gritando en voz alta y aplaudiendo llevaron a este hombre ante Nearco; y le contó todo a Nearco, y que el campamento y el rey estaban a cinco días de viaje desde la costa. También se comprometió a mostrar Nearco, al gobernador de este distrito y así lo hizo; y Nearco tomó consejo con él acerca de cómo marchar hacia el interior para encontrarse con el Rey. Por el momento, regresó a la nave; pero al amanecer tenía las naves alineadas en tierra, para reparar a las que habían sido dañadas durante el viaje; y también porque había decidido dejar la mayor parte de su fuerza detrás de aquí. Así que construyó una doble empalizada alrededor de la playa de los barcos, y una pared de barro con una zanja profunda, a partir de la orilla del río y siguiendo hacia la playa, donde sus barcos habían sido arrastrados a tierra.
XXXIV. Mientras Nearco se ocupaba de estos arreglos, el gobernador del país, a quien se había dicho que Alejandro sentía la más profunda preocupación por esta expedición, dio por sentado que iba a recibir una gran recompensa por parte de Alejandro si era el primero en informarle sobre la seguridad de la fuerza expedicionaria, y que Nearco se presentaría inmediatamente ante el Rey. Así que se apresuró por el camino más corto y le dijo a Alejandro: «Mira, aquí está Nearco, que viene de donde los barcos». A esto, Alejandro, aunque no creía lo que se le decía, se mostró por su natural satisfecho por la noticia. Pero cuando los días se sucedieron y Alejandro no pudo ya creer la buena noticia tras considerar el tiempo que había pasado, y más aún cuando, por otra parte, enviaba relevo tras relevo para escoltar a Nearco, recorriendo una parte de la ruta y, no encontrando a nadie, regresaban sin éxito, o iban más allá y, sin encontrar el grupo de Nearco, no retornaban en absoluto, Alejandro ordenó que el hombre fuera arrestado por difundir una historia falsa y hacer las cosas aún peores por esta falsa felicidad; y Alejandro mostró tanto por su aspecto como por su ánimo que estaba herido por un dolor muy agudo. Mientras tanto, sin embargo, algunos de los suyos enviaron a buscar a Nearco, poniendo quien los tenía caballos para llevarlo y carros, y encontraron en el camino a Nearco y Arquias, y otros cinco o seis; tal era el número de las personas que vinieron con él hacia el interior. En este encuentro no reconocieron ni a Nearco ni a Arquias, tan alterados parecían, con su pelo largo y sucio, cubierto con salmuera, arrugados y pálidos de insomnio y todas sus otras aflicciones; cuando, sin embargo, preguntaron dónde podía estar Alejandro, el grupo de búsqueda dio como respuesta la localidad y siguió adelante. Arquías, sin embargo, tuvo una idea feliz, y dijo a Nearco: «Yo sospecho, Nearco, que estas personas que atraviesan el mismo camino que el nuestro a través de este país desértico, han sido enviadas con el expreso propósito de encontrarnos; por su fracaso en reconocernos, no me extraña eso; estamos en una situación tan lamentable como para ser irreconocibles. Vamos a decirles quiénes somos y preguntarles por qué vinieron aquí». Nearco aprobó; les preguntaron a dónde se dirigía la partida, y ellos contestaron: «En busca de Nearco y su fuerza naval». A lo que «Aquí estoy, Nearco», dijo él, «y aquí está Arquías». Guiadnos; nosotros haremos un informe completo a Alejandro acerca de la fuerza expedicionaria.
XXXV. Los soldados los llevaron en sus carros y volvieron. Algunos de ellos, ansiosos de ser los primeros con la buena noticia, corrieron y dijeron a Alejandro: «Aquí está Nearco; y con él Arquías y cinco más, viniendo a tu presencia». No pudieron, sin embargo, responder a pregunta alguna sobre la flota. Alejandro acto seguido fue poseído por la idea de que estos pocos habían sido milagrosamente salvados, pero que todo su ejército había perecido; y no se regocijó tanto con la llegada a salvo de Nearco y Arquías, ya que estaba amargamente dolido por la pérdida de toda su fuerza. Apenas habían dicho esto los soldados, cuando Nearco y Arquías se acercaron; Alejandro sólo con gran dificultad pudo reconocerlos; y viéndolos como los vio con el pelo largo y mal vestidos, su dolor por toda la flota y su personal recibió aún mayor certeza. Dando su mano derecha a Nearco y llevándolo aparte de los Compañeros y los guardaespaldas, sollozó durante mucho tiempo; pero al fin se recuperó y dijo: «Que regreses a salvo a nosotros, y Arquías aquí, todo el desastre se atempera; pero ¿cómo pereció la flota y la fuerza?» «Señor -respondió él— tus barcos y hombres están a salvo, nosotros vinimos a contarle con nuestros propios labios su salvamento». Ante esto, Alejandro lloró aún más, dado que el salvamento de la fuerza parecía demasiado bueno para ser verdad; y entonces preguntó donde estaban anclados los barcos. Nearco respondió: «Todos ellos han sido conducidos a la desembocadura del río Anamis, y están siendo sometidos a reparaciones». Alejandro entonces puso por testigo al Zeus de los griegos y al libio Amón, de que en verdad se alegraba más por esta noticia que por haber conquistado toda Asia, pues el dolor que había sentido ante la supuesta pérdida de la flota había anulado toda su otra buena fortuna.
XXXVI. El gobernador de la provincia, sin embargo, a quien Alejandro había arrestado por sus falsas noticias, viendo a Nearco en el lugar, cayó a sus pies: «Aquí» dijo, «estoy yo, quién informó a Alejandro tu llegada a salvo; mira la difícil situación en que ahora estoy». De modo que Nearco rogó a Alejandro que lo dejara ir, y fue liberado. Alejandro entonces sacrificó ofrendas de agradecimiento por la salvación de su anfitrión, a Zeus Salvador, Heracles, Apolo, el alejador del Mal, Poseidón y todos los dioses del mar; y llevó a cabo un concurso de arte y atletismo, así como una procesión; Nearco estaba en la primera fila de la procesión, y las tropas derramaban sobre él cintas y flores. Al final de la procesión, Alejandro dijo a Nearco: «No te dejaré, Nearco, correr riesgos o sufrir angustias de nuevo como las que pasaste; algún otro almirante comandará la marina hasta que la lleve a Susa». Nearco, sin embargo, entró y dijo: «Rey, yo te obedeceré en todo, como es mi deber; pero si quieres hacerme un gran favor, no hagas eso, sino que déjame ser el almirante de tu flota hasta el final, hasta que yo traiga tus buques a salvo a Susa. Que no se diga que me confiaste la tarea difícil y desesperada, pero que la tarea fácil, que conduce a la fama, me haya sido quitada y puesta en manos de otro». Alejandro revisó su discurso después y le dio encima las gracias calurosamente; y así le dio nuevamente una señal, dándole una fuerza de escolta, pero una pequeña, ya que atravesaba territorio amigo. Su viaje hacia el mar no fue imperturbable; los indígenas de la comarca estaban en posesión de las plazas fuertes de Carmania, desde que su sátrapa había sido condenado a muerte por órdenes de Alejandro, y su sucesor designado, Tlepólemo, no había establecido su autoridad. Dos o tres veces en un día, la partida entró en conflicto con diferentes grupos de indígenas que seguían llegando, y por tanto, sin pérdida de tiempo, sólo se las arreglaron para llegar a salvo a la costa. Entonces Nearco sacrificó a Zeus el Salvador y sostuvo un encuentro atlético.
XXXVII. Por tanto, cuando Nearco hubo así realizado en debida forma todos sus deberes religiosos, zarpó. Costeando una isla áspera y desierta, anclaron frente a otra isla, una grande y poblada; esto fue después de un viaje de trescientos estadios desde su punto de partida. La isla desierta se llamaba Organa, y en la que amarraron, Oaracta. En ambas crecían vides y palmas; y producían grano; la longitud de la isla era 800 estadios. El gobernador de la isla, Mazenes, navegó con ellos hasta Susa como piloto voluntario. Decían que en esta isla se veía la tumba del primer jefe de este territorio; su nombre era Eritres, y de ahí el nombre del mar. Desde allí levaron anclas y zarparon hacia adelante, y cuando habían costeado unos doscientos estadios a lo largo de esta misma isla, anclaron una vez más y avistaron otra isla, a unos sesenta estadios de esta. Se decía que estaba consagrada a Poseidón, y no para ser hollada por el pie del hombre. Cerca de la madrugada se hicieron a la mar, y se encontraron con un reflujo tan violento que tres de los barcos encallaron y quedaron rápidamente en tierra firme, y el resto apenas navegó a través de las olas y encontró seguridad en aguas profundas. Los barcos que encallaron, sin embargo, reflotaron cuando llegó la próxima inundación, y llegó al día siguiente al sitio donde estaba la flota principal. Amarraron en otra isla, a unos trescientos estadios del continente, después de un viaje de 400 estadios. Desde allí zarparon al amanecer, y pasaron por babor una isla desierta; su nombre era Pylora. Luego anclaron en Sisidona, un pequeño y desolado municipio, sin nada más que agua y peces; los nativos aquí eran comedores de pescado, lo hicieran o no, porque habitaban un territorio muy desolado. Allí consiguieron agua, y llegaron al Cabo Tarsias, que termina justo en el mar, después de un viaje de trescientos estadios. Desde allí se dirigieron hacia Cataea, una isla baja y desierta; se dice que estaba consagrada a Hermes y Afrodita; el viaje fue de trescientos estadios. Cada año, los nativos de los alrededores enviaban ovejas y cabras consagradas a Hermes y Afrodita, y uno podía verlas, ahora bastante asilvestradas por el paso del tiempo y la falta de cuidado.
XXXVIII. Hasta aquí se extiende Carmania; más allá es Persia. La duración del viaje a lo largo de la costa de Carmania es de 3.700 estadios. El modo de vida de los nativos es como el de los persas, de quienes también son vecinos; llevan el mismo equipamiento militar. Los griegos se trasladaron desde allí, de la isla sagrada, y ya estaban costeando territorio persa; llegaron a un lugar llamado Eas, donde se forma un puerto en una pequeña isla desierta, que se llama Cecandrus; el viaje hasta allí es de 400 estadios. Al despuntar el día navegaron a otra isla, una habitada, y anclaron allí; aquí, de acuerdo a Nearco, hay pesca de perlas, como en el Océano Índico. Navegaron a lo largo de la punta de la isla, una distancia de cuarenta estadios, y amarraron allí. A continuación anclaron al lado de un cerro alto, llamado Oco, en un puerto seguro; los pescadores vivían en sus orillas. Desde allí navegaron cuatrocientos cincuenta estadios, y anclaron en Apostana; muchos barcos estaban anclados allí, y había un pueblo cercano, a unos sesenta estadios del mar. Levaron anclas y zarparon en la noche desde allí a un golfo, con un buen número de villas asentadas alrededor. Este fue un viaje de cuatrocientos estadios; anclaron debajo de una montaña, en la que crecían muchas palmeras datileras y otros árboles frutales como florecen en Grecia. Desde allí desamarraron y navegaron a lo largo hacia Gogana, unos seiscientos estadios, un distrito habitado; anclaron al lado de un torrente, llamado Areon, justo a su salida. El anclaje allí era incómodo; la entrada era estrecha, justo en la boca, ya que el reflujo causaba bajíos en toda la vecindad de la salida. Después de esto, anclaron de nuevo, en otra desembocadura de un río, después de un viaje de unos 800 estadios. Este río se llamaba Sitaco. Incluso aquí, sin embargo, no encontraron un fondeadero placentero; de hecho este viaje a lo largo de toda Persia se componía de bajíos, afloraciones y lagunas. Allí encontraron una gran cantidad de grano; por órdenes del rey, permanecieron allí 21 días para aprovisionarse; vararon allí las naves y repararon las que estaban dañadas, preparando también a las demás.
XXXIX. Desde allí salieron y llegaron a la ciudad de Hieratis, un lugar muy poblado. El viaje fue de setecientos cincuenta estadios, y anclaron en un canal que va desde el río hasta el mar y es llamado Heratemis. Al amanecer navegaron a lo largo de la costa hasta un torrente llamado Padagrus; todo el distrito forma una península. Había muchos jardines, y todo tipo de árboles frutales crecían allí; el nombre del lugar era Mesambria. De Mesambria se embarcaron y después de un viaje de unos 200 estadios anclaron en Taoce, sobre el río Granis. Tierra adentro desde aquí había una residencia real persa, a unos doscientos estadios de la desembocadura del río. En este viaje, Nearco dice, fue vista una gran ballena varada en la orilla, y algunos de los marineros pasaron junto a ella y la midieron, y dijeron que tenía una longitud de noventa codos. Su piel era escamosa, y tan espesa que tenía un codo de profundidad; y tenía muchas ostras, lapas y algas marinas creciendo en ella. Nearco también dice que podían ver muchos delfines alrededor de la ballena, y más grandes que los delfines del Mediterráneo. Continuando por lo tanto, entraron en el torrente Rogonis, en un buen puerto, la duración de este viaje fue de 200 estadios. Desde allí navegaron 400 estadios y acamparon al lado de un torrente, su nombre era Brizana. Luego encontraron anclaje difícil; había olas, aguas poco profundas y arrecifes mostrándose sobre el mar. Pero cuando la marea llegó, pudieron anclar; sin embargo, cuando la marea se retiró otra vez, los barcos quedaron encallados. Luego, cuando el nivel de la marea volvió, navegaron y anclaron en un río llamado Oroatis, el más grande, de acuerdo a Nearco, de todos los ríos que en esta costa desembocan en el océano.
XL. Los persas habitan hasta este punto y los susianos junto a ellos. Por encima de los susianos vive otra tribu independiente, los cuales son llamados uxianos, y en mi historia anterior los he descrito como bandidos. La extensión del viaje a lo largo de la costa persa fue de 4.400 estadios. La tierra persa está dividida, dicen, en tres zonas climáticas. La parte que se encuentra junto al Mar Rojo es arenosa y estéril, debido al calor. A continuación, la siguiente zona, hacia el norte, tiene un clima templado; el país se encuentra cubierto de hierba y tiene prados exuberantes y muchas viñas y todas las demás frutas, excepto la oliva; es rico en todo tipo de jardines, cuenta con ríos puros que lo atraviesan, así como lagos, y es bueno tanto para todo tipo de aves que frecuentan los ríos y lagos, como para los caballos, y también pastan otros animales domésticos, y está bien arbolada, y tiene mucha caza. La siguiente zona, todavía más hacia el norte, es fría y con nieve. Nearco nos habla de algunos enviados del Mar Negro, que después de un viaje corto se cruzaron con Alejandro atravesando Persia y le causaron no poco asombro; explicaron a Alejandro cuan corto era el viaje. Yo he explicado que los uxianos son vecinos de los susianos, que los mardianos también son bandidos y viven cerca de los persas, y los coseanos vienen a continuación de los medos. Alejandro redujo a todas estas tribus, llegando a ellos en época invernal, cuando pensaban que su país era inaccesible. También fundó ciudades de manera que ya no fueran nómadas, sino cultivadores y labradores de la tierra, y así, teniendo una porción fija del país, podían ser disuadidos de atacarse unos a otros. Desde aquí, el convoy pasó por el territorio susiano. Sobre esta parte del viaje, Nearco dice que no puede hablar con el detalle preciso, excepto sobre las radas y la duración del viaje. Esto se debe a que el país se encuentra en la mayor parte pantanoso y va hacia el mar, con olas, y es muy difícil conseguir un buen anclaje. Así que su viaje fue principalmente por el mar abierto. Navegaron hacia fuera, por lo tanto, desde la boca del río, donde habían acampado, justo en la frontera persa, llevando agua para cinco días; los pilotos dijeron que no encontrarían agua dulce.
XLI. Luego, después de recorrer 500 estadios, anclaron en la desembocadura de un lago lleno de peces, llamado Cataderbis: en la desembocadura había una pequeña isla llamada Margastana. Desde allí, al amanecer, navegaron por aguas poco profundas en columnas individuales de naves; las aguas poco profundas estaban marcadas a ambos lados por postes clavados abajo, al igual que en el estrecho entre la isla de Leucas y Acarnania se han puesto señales para los navegantes para que los buques no encallen en las aguas poco profundas. Sin embargo, los bajíos alrededor de Leucas son de arena y es fácil para los que encallan salir; pero aquí hay barro a ambos lados del canal, profundo y tenaz; una vez allí encallado, no se puede salir. Los postes se hundieron en el barro y no les dieron ayuda alguna, y fue imposible para las tripulaciones desembarcar y sacar los barcos, ya que se hundían hasta el pecho en el fango. Así que entonces navegaron con gran dificultad y recorrieron 600 estadios, cada tripulación siguiendo su barco; y luego se tomaron un respiro para la cena. Durante la noche, sin embargo, tuvieron la suerte de llegar a aguas profundas y al día siguiente también, hasta la noche; navegaron novecientos estadios, y anclaron en la desembocadura del Eufrates, cerca de un pueblo de Babilonia, llamada Didotis; aquí los comerciantes reunen incienso del vecino país y el resto de las especias aromáticas que produce Arabia. Desde la desembocadura del Eufrates hasta Babilonia, Nearchus dice que es un viaje de 3.300 estadios.
XLII. Allí se enteraron que Alejandro estaba saliendo hacia Susa. Por lo tanto, navegaron hacia atrás, con el fin de navegar hasta el Pasitigris y encontrar a Alejandro. Así que se embarcaron nuevamente, con la tierra de Susia a su izquierda, y fueron a lo largo del lago al que corre el Tigris. Fluye desde Armenia pasada la ciudad de Nino, que una vez fue una ciudad grande y rica, y así hace la región entre sí y el Éufrates; por eso es llamada "Entre los ríos". El viaje desde el lago hasta el río mismo es de seiscientos estadios, y hay una ciudad de Susia llamada Aginis; esta ciudad está a quinientos estadios de Susa. La extensión del viaje a lo largo de territorio susiano hasta la boca del Pasitigris es de dos mil estadios. De allí navegaron el Pasitigris a través de un país habitado y próspero. Entonces, habiendo navegado unos ciento cincuenta estadios, amarraron allí, esperando a los exploradores que Nearco había enviado a ver dónde estaba el rey. Sacrificó a los dioses salvadores, y mantuvo un encuentro atlético e hizo feliz a toda la fuerza naval. Y cuando llegó la noticia de que Alejandro se acercaba, navegaron de nuevo el río, y amarraron cerca del puente de pontones sobre el que Alejandro tenía la intención de llevar su ejército a Susa. Allí, las dos fuerzas se encontraron; Alejandro ofreció sacrificios por sus barcos y hombres, volvió a salvo, y se celebraron juegos; y cada vez que Nearco apareció en el campamento, los soldados le arrojaron cintas y flores. Allí también Nearco y Leonato fueron coronados por Alejandro con una corona de oro; Nearco por conducir a salvo los barcos, Leonato por la victoria que había conseguido ante los oritanos y los nativos que habitaban cerca de ellos. Así pues, Alejandro recibió nuevamente a salvo su marina de guerra, que había partido desde las bocas del Indo.
XLIII. En el lado derecho del mar Rojo, más allá de Babilonia, está la parte principal de Arabia, y de esta parte baja hasta el mar de Fenicia y Siria Palestina, pero en el oeste, hasta el Mediterráneo, los egipcios viven en las fronteras de Arabia. A lo largo de Egipto, un golfo que corre del Gran Mar deja en claro que, debido a la unión del golfo con la Alta Mar, uno puede navegar alrededor de Babilonia en este golfo que se extiende a Egipto. Sin embargo, en realidad, nadie ha navegado alrededor de esta manera, a causa del calor y de la naturaleza desértica de la costa, sólo unas pocas personas que navegaban por el mar abierto. Pero aquellos del ejército de Cambises que llegaron a salvo de Egipto a Susa y las tropas que fueron enviadas por Ptolomeo Lago a Seleuco Nicator en Babilonia a través de Arabia, cruzaron un istmo en un período de ocho días y pasaron a través de un país árido y desierto, montando rápido en camellos, llevando agua para ellos sobre sus camellos, y viajando de noche; durante el día no podían salir del refugio en razón del calor. Así es la región habitada al otro lado de esta franja de tierra, que ha demostrado ser un istmo desde el golfo de Arabia corriendo hacia el Mar Rojo, tal que sus partes septentrionales son bastante desérticas y arenosas. Sin embargo, desde el Golfo Arábigo que se extiende a lo largo de Egipto, personas han partido y han circunnavegado la mayor parte de Arabia con la esperanza de llegar al mar lo más cercano posible a Susa y Persia, por lo que han navegado hasta ahora alrededor de la costa de Arabia tanto como les ha permitido la cantidad de agua dulce llevada a bordo sus buques, y luego han regresado a casa. Y a los que Alejandro envió desde Babilonia, a fin de que, navegando hasta donde pudieran a la derecha del mar Rojo, pudieran reconocer el país de este lado, avistando estos exploradores algunas islas situadas en su curso, y muy posiblemente llegando a la parte continental de Arabia. Pero el cabo que Nearco dice que su partida vio entrando en el mar frente a Carmania, nadie ha sido capaz de rodearlo, y así se adentra hacia el interior. Me inclino a pensar que éste hubiera sido navegable, y hubiera habido algún pasaje, habría demostrado ser navegable, y encontrado un pasaje, por la infatigable energía de Alejandro. Por otra parte, el libio Hannon partió de Cartago y pasó las columnas de Hércules y navegó hacia el océano exterior, con Libia sobre su costado de babor, y navegó hacia el Este, 35 días en total. Pero cuando por fin volvió hacia el sur, se encontró con toda clase de dificultades, falta de agua, calor abrasador, e intensas corrientes fluyendo hacia el mar. Pero Cirene, situada en las partes más desérticas de África, está cubierta de hierba fértil y bien irrigada; mantiene todo tipo de frutas y animales, hasta la región donde crece el silfio; más allá de este cinturón de silfio, sus partes superiores son peladas y arenosas. Aquí cesará mi historia, la cual, al igual que las otras mías, trató sobre Alejandro de Macedonia, hijo de Filipo
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