domingo, 24 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual Capítulo 18 La Pentecontecia l. De la constitución de la Liga de Delos (478) a la Paz de los Treinta Años (445)

Denominamos Pentecontecia al período de unos cincuenta años que se extiende aproximadamente entre la batalla de Platea (479) y el comienzo de la Guerra del Peloponeso (431) y que se caracteriza por la rápida transformación de la Liga délica en imperio ateniense, con el consiguiente crecimiento del poder de Atenas, y por la tensión progresiva entre atenienses y espartanos y sus aliados respectivos.
En la primavera de 478, la flota griega, bajo el mando del espartano Pausanias, navegó primero contra Chipre y luego, arrumbando al Norte, ocupó Bizancio, en el Bosforo. Sin embargo, la actitud despótica de Pausanias y su posible relación secreta con los persas provocaron una grave tensión entre los griegos y, finalmente, sirvieron de pretexto para que los espartanos y sus aliados peloponesios se retiraran de la guerra. En realidad el repliegue de Esparta encuentra la razón principal en su propia estructura política y social, que la obliga a no emprender campañas lejanas por temor a una revuelta de hilotas. Además, en una guerra, que era ya exclusivamente naval, Esparta carecía de los recursos financieros para sostener una flota y, sobre todo, tal política marítima hubiera llevado al protagonismo de los sectores inferiores y dependientes de la sociedad espartana. Puesto que sus aliados peloponesios deseaban también retirarse, la mejor forma de mantenerlos unidos y de preservar la hegemonía espartana en el Peloponeso era precisamente abandonar la lucha. Es posible incluso que varios movimientos antiespartanos comenzaran a gestarse ahora en el ámbito peloponésico y aconsejaran también tomar esta medida. De hecho, pocos años después, Esparta derrotó en Tegea a argivos y tegeatas (c. 471) y, más tarde, venció en Dipea (c. 469) a una segunda coalición formada por todos los arcadios excepto los mantineos.
Tras la retirada espartana, los atenienses y un buen número de estados egeos que deseaban continuar la guerra contra Persia se reunieron hacia el invierno de 478/7 en la isla de Dólos, sede del santuario de Apolo. Aquí fundaron una nueva alianza militar, la Liga de Dólos, destinada a liberar a todos los estados griegos que aún permanecían bajo dominio persa y a obligar a Persia a retirarse del Egeo. Los nuevos aliados ofrecieron la hegemonía de la Liga a los atenienses, hegemonía que comportaba principalmente el mando de las operaciones militares y la gestión de los recursos financieros comunes. La Liga contaba también con un consejo general (koine synodos) en el que todos los estados miembros estaban representados; quizá Atenas tuviera igualdad de representación en relación a sus aliados, esto es, sumara ella sola la mitad de los votos, o bien cada miembro de la alianza poseyera un voto y Atenas se garantizara la mayoría con el apoyo de los estados pequeños. Algunos aliados, los más importantes, debían aportar hombres y naves (miembros asociados) mientras los demás abonarían una contribución económica (phoros) al tesoro de la Liga (miembros tributarios), que se fijó en cuatrocientos sesenta talentos de plata anuales (cada talento equivale a unos veintiséis kilogramos de plata).
Los acontecimientos que median entre la constitución de la Liga y la Primera Guerra del Peloponeso (478-461) ilustran la transformación de la Liga de Dólos, concebida originariamente como alianza igualitaria, libremente consentida por los aliados, en dominación (arché) ateniense. De hecho, Atenas comenzó inmediatamente a utilizar la Liga en su propio beneficio, incorporó forzosamente algunos estados, impidió cualquier defección y estableció cleruquías (asentamientos de ciudadanos atenienses fuera del Ática, que no perdían su ciudadanía ateniense ni constituían una pólis independiente). En 477 (o 476) la flota de la nueva Liga délica, bajo el mando del estratego ateniense Cimón, conquistó Eyón, en Tracia, el bastión persa más importante en Europa (Hdt., 7.106). Cimón convirtió Eyón en dominio exclusivo de Atenas e instaló en ella clerucos atenienses. Quizá en 475, en todo caso entre 477 y 475, Cimón tomó también la isla de Esci- ros, una guarida de piratas molesta para todos los griegos del Egeo, bien situada además en la ruta del trigo póntico que abastecía Atenas y en relación con el comercio tesalio. Tras la conquista, los antiguos habitantes fueron expulsados y se establecieron clerucos atenienses (Plu., Cim., 8; Nep., Cim., 2.5). Entre 475 y 471, Caristo, la única ciudad de la isla de Eubea que permanecía fuera de la Liga y paso obligado en la ruta naval hacia el Ponto, fue obligada a incorporarse a la alianza. En 471/470 Naxos, posiblemente disconforme con la evolución de la Liga y el creciente poder de Atenas, trató de salirse de la alianza; pero los atenienses y sus aliados sitiaron la isla, que fue obligada a capitular y a volver a la Liga en 468. Posiblemente en 466 (la fecha oscila entre 469 y 466), bajo el mando de Cimón, la flota de la Liga derrotó a los persas de manera decisiva en la desembocadura del río Eurimedonte, en Panfilia. En 465, la isla de Tasos se sublevó a causa de una disputa con los atenienses por la posesión de las minas de oro y plata y los bosques, que los tasios explotaban en la costa tracia. Cimón asedió la isla que se rindió en 462. Los tasios fueron forzados a entregar la flota, derruir sus murallas y pagar tributo y perdieron sus posesiones continentales, que pasaron a manos de Atenas. En 464, los atenienses enviaron mil colonos propios y aliados a poblar Los Nueve Caminos (Ennea Hodoi), un lugar de Tracia próximo a las minas y donde confluían las rutas comerciales de la zona. Pero los colonos fueron destrozados por los tracios y el asentamiento hubo de ser abandonado. En este mismo año (464), como consecuencia de un terremoto que causó estragos entre la población espartiata, los hilotas mesenios se sublevaron. Pasado el momento más grave de la revuelta, los espartanos acorralaron a los hilotas en el monte Ítome en Mesenia, donde les sometieron a asedio. Como el sitio se prolongaba, los espartanos, en virtud de la Liga Helénica, aún vigente, solicitaron ayuda a Atenas y Cimón logró convencer al pueblo de que enviara un cuerpo expedicionario al Peloponeso (463 o 462).

La investigación moderna ha consagrado el nombre de Liga del Peloponeso para la alianza militar creada en torno a Esparta, una denominación que resulta en cierto modo engañosa ya que, si bien es verdad que la mayor parte de sus miembros eran pelopone-sios,la Liga no incluía a todos los estados peloponesios (Argos y la Acaya permanecían fuera), y, por el contrario, varios de sus miembros más importantes son extrapelopone- sios, como era el caso de la Confederación beocia. Su denominación oficial, mucho más exacta, era la de "los lacedemonios y sus aliados".

Parece que los orígenes de la Liga pueden remontarse a la primera mitad del siglo VI, cuando Esparta logra extender su influencia en buena parte del Peloponeso. Este proceso parece haberse completado o, en todo caso, estar muy avanzado hacia el 550 (Hdt., 1.68.6). La Liga se formó teniendo como base una serie de tratados bilaterales que cada Estado miembro había firmado con Esparta. Laxamente organizada al principio, sería posible, por ejemplo, para cada aliado retirar su contingente, incluso en medio de una campaña, si estaba en desacuerdo con el desarrollo de la misma o con la actitud espartana. Después del fracaso de una expedición en el Ática (506), la Liga estableció un Consejo (synodos) en el que todos los estados estaban representados, cada uno disponía un voto y las decisiones se adoptaban por mayoría (Th. 5.30.1). Como potencia hegemónica, Esparta dirigía las operaciones militares y convocaba al Consejo, que se reunía de manera irregular (la primera reunión conocida tuvo lugar en el 504 [Hdt., 5.91.2]). Después de esta reforma fue mucho más difícil negarse a participar en una expedición votada por el Consejo de la Liga.
A los ojos de Esparta la Liga no estaba destinada a imponer un imperio en el Peloponeso, sino a mantener estables las fronteras lacedemonias y a evitar que algún Estado peloponesio llegara a ser lo suficientemente poderoso para alentar las revueltas internas, de hilotas o periecos, independizar Mesenia y amenazar la constitución política y social de Esparta. Debido a ello, Esparta no impuso guarniciones ni exigió un tributo regular en tiempo de paz. Sólo en caso de guerra, y si ésta se prolongaba, los aliados debían aportar una contribución económica que se gastaba únicamente en sufragar los gastos militares.
Inmediatamente después de la Segunda Guerra Médica, Temístocles dominó la vida política ateniense. Este gran estadista, sólo comparable a Pericles, impulsó la reconstrucción de las murallas de Atenas, que habían sido destruidas durante la guerra, rechazando la especiosa oposición de los espartanos (éstos argumentaban que, si los persas volvían, podrían apoyarse en el recinto fortificado ateniense). En realidad, la nueva muralla constituía la condición indispensable para poder desarrollar una política independiente sin temor a un ataque de los hoplitas peloponesios. Poco después (477), se emprendió la fortificación de El Pireo, destinada a proteger la flota. Las fortificaciones y la Liga de Délos fueron, pues, los dos instrumentos principales en los que Atenas basó su poder. Temístocles era partidario de continuar la guerra contra Persia, su política supuso también un distancia- miento de Esparta y tendió a fortalecer la influencia de los thetes. Arístides y Cimón se opusieron a estos dos últimos aspectos de la política temistoclea. Ambos eran ciertamente partidarios de aumentar el poder de Atenas, hasta convertirlo en franco imperialismo en el seno de la Liga de Delos, y de continuar la guerra contra Persia, pero, a diferencia de Temístocles, deseaban conservar las buenas relaciones con Esparta y contener todo avance democrático. En 472/1, la influencia de Arístides, los éxitosn militares de Cimón y, quizá, la presión espartana se conjugaron para lograr el ostracismo de Temístocles. Perseguido por toda Grecia, Temístocles hubo de pedir asilo al propio rey persa, que le concedió un espléndido retiro en la costa de Asia Menor, donde habría de morir algunos años más tarde.
El ostracismo de Temístocles abrió la puerta a una década de predominio de Cimón en la escena política ateniense (471-461), durante la cual se mantuvo la amistad con Esparta y no se registra ninguna reforma en la constitución democrática. Sin embargo, durante este período otros líderes tomaron el testigo de la política de Temístocles; especialmente Efialtes, en cuya facción comenzó su carrera política el joven Pericles. En 462, aprovechando la ausencia de Cimón, que se encontraba con el cuerpo expedicionario ateniense en el Peloponeso en apoyo de Esparta, Efialtes logró que los poderes principales del Areópago, el último reducto del poder aristocrático, cuales eran el control de los magistrados, la rendición de cuentas y los procesos políticos, fueran transferidos a otras instituciones como el Consejo de los Quinientos, la Asamblea y los tribunales populares. Poco después, el contingente ateniense en Mesenia fue despedido por los lacede- monios, únicamente ellos de entre todos los aliados, pretextando que no los necesitaban (temían en realidad que ayudaran a los mesenios). Semejante humillación supuso un duro golpe para el prestigio de Cimón que, a su regreso, intentó oponerse a las reformas (Plu., Cimon, 15.2-3 y Per., 2.5) pero fue ostraquizado (461). Efialtes fue asesinado pero nada pudo detener ya el avance democrático: hacia 457 el arcontado fue abierto a los zeugi- tas, que formaron parte desde entonces del Areópago, reducido ahora a un tribunal competente en algunos casos de homicidio y de Derecho religioso.
El ostracismo de Cimón llevó al primer plano de la vida política ateniense a un grupo de líderes, como Mirónides, Tólmides y Pericles, que eran hostiles a Esparta. En consecuencia, a partir de ahora la Liga Helénica se considera rota, Atenas firmó alianzas con los tesalios y sobre todo con Argos, el enemigo de Esparta, y se inmiscuyó en un conflicto fronterizo entre Mégara y Corinto, dos miembros de la Liga del Peloponeso, a favor de la primera. Los atenienses ocuparon varios puntos en la Megáride y se enfrentaron a los corintios y sus aliados. Tras un primer fracaso en Halieis, los atenienses batieron a la escuadra peloponesia (459/8). Al año siguiente (458/7, la fecha es dudosa) los atenienses volvieron a derrotar a los corintios y sus aliados en dos encuentros terrestres; en los años 456/5 y 455/4 (las fechas son nuevamente inseguras), Tólmides costeó el Peloponeso y poco después (454/3), Pericles llevó a cabo una expedición en el golfo de Corinto. Asimismo, los atenienses emprendieron el asedio de Egina (459/8), que se había unido a los corintios y que capituló en 457. Este mismo año los espartanos intervinieron en Grecia central previsiblemente para crear una fuerte alianza hostil a Atenas en las mismas fronteras del Ática. En Tanagra, hacia junio, los lacedemonios y sus aliados junto con los beocios derrotaron a los atenienses. Sin embargo, pocos días después, los atenienses vencieron a los beocios en un nuevo encuentro que tuvo lugar en Enofita y obtuvieron el control de Grecia central. A finales de este año se concluyeron los Muros Largos, que unían Atenas con El Pireo y que convertían a la ciudad virtualmente en inexpugnable por tierra. Este período confiictivo se denomina Primera Guerra del Peloponeso (461-445).
Desde 459 Atenas había desplazado un cuerpo expedicionario en Egipto en apoyo de la revuelta que había estallado en el Delta contra el nuevo rey persa Artajerjes (Jerjes había sido asesinado en el 466/5), pero la intervención ateniense en Egipto fracasó (454), lo que provocó, entre los años 454 y 451, algunas sublevaciones en la Liga de Delos. En 451, enfrentada a Persia y amenazada por Esparta, la situación se había vuelto tan preocupante que Atenas, por impulso de Pericles, hizo regresar a Cimón de su exilio. El viejo líder logró un armisticio de cinco años con los lacedemonios y sus aliados. Esta pausa permitió a los atenienses acabar con las sublevaciones en la Liga y combatir más eficazmente a los persas. En 450, los atenienses enviaron una flota a Chipre, bajo el mando de Cimón y, aunque éste murió en el infructuoso asedio a Citio, la armada aplastó a los persas en Salamina de Chipre. Tras largos años de combates sin avances significativos, a pesar de las numerosas dudas y debates historiográficos que subsisten, Persia se avino a firmar la llamada Paz de Calías (449) que la apartó del Egeo durante los siguientes cuarenta años. En este mismo período Atenas comenzó a extender su influencia en la Sicilia griega y firmó alianzas con Segesta (458/7 o 454/3) y con Leontinos (en algún momento en la década de los cuarenta).
Tras el acuerdo de paz, la Liga de Delos debía disolverse, pero Atenas organizó un Congreso panhelénico (448) con el propósito de asegurar la libertad de los mares, dándose así una nueva misión que le permitiera otorgar continuidad a la Liga y seguir recabando tributos. Aunque el Congreso fracasó, Atenas no sólo mantuvo la Liga sino que, como tendremos ocasión de considerar en el capítulo siguiente, a lo largo de este período turbulento (461-445) reforzó su política imperialista. En la primavera de 446, los exiliados beocios, con ayuda de algunos locrios, derrotaron a los atenienses en Coronea (Beocia) y Atenas se vio obligada a abandonar Grecia central. Inmediatamente después se sublevaron Mégara y Eubea y, una vez concluido el armisticio, los peloponesios invadieron el Ática, pero se retiraron rápidamente al parecer porque Pericles sobornó a Cleán- dridas, consejero del rey espartano Plistoanacte. Si bien los atenienses lograron someter Eubea, ambos contendientes se hallaban agotados y concluyeron la Paz de los Treinta Años (445), llamada así por el tiempo previsto de duración, y que restablecía básicamente la situación de equilibrio anterior a 461, reconocía la existencia de ambas alianzas, la Liga de Delos y la Liga del Peloponeso, e introducía el principio de no intervención de cada potencia en el bloque contrario. Los estados que no pertenecían a ninguna alianza quedaban libres para adscribirse a cualquiera de ellas.

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