Denominamos Pentecontecia al
período de unos cincuenta años que se extiende aproximadamente entre la batalla
de Platea (479) y el comienzo de la Guerra del Peloponeso (431) y que se
caracteriza por la rápida transformación de la Liga délica en imperio
ateniense, con el consiguiente crecimiento del poder de Atenas, y por la
tensión progresiva entre atenienses y espartanos y sus aliados respectivos.
En la primavera de 478, la flota
griega, bajo el mando del espartano Pausanias, navegó primero contra Chipre y
luego, arrumbando al Norte, ocupó Bizancio, en el Bosforo. Sin embargo, la
actitud despótica de Pausanias y su posible relación secreta con los persas
provocaron una grave tensión entre los griegos y, finalmente, sirvieron de
pretexto para que los espartanos y sus aliados peloponesios se retiraran de la
guerra. En realidad el repliegue de Esparta encuentra la razón principal en su
propia estructura política y social, que la obliga a no emprender campañas
lejanas por temor a una revuelta de hilotas. Además, en una guerra, que era ya
exclusivamente naval, Esparta carecía de los recursos financieros para sostener
una flota y, sobre todo, tal política marítima hubiera llevado al protagonismo
de los sectores inferiores y dependientes de la sociedad espartana. Puesto que
sus aliados peloponesios deseaban también retirarse, la mejor forma de
mantenerlos unidos y de preservar la hegemonía espartana en el Peloponeso era
precisamente abandonar la lucha. Es posible incluso que varios movimientos
antiespartanos comenzaran a gestarse ahora en el ámbito peloponésico y
aconsejaran también tomar esta medida. De hecho, pocos años después, Esparta
derrotó en Tegea a argivos y tegeatas (c. 471) y, más tarde, venció en Dipea
(c. 469) a una segunda coalición formada por todos los arcadios excepto los
mantineos.
Tras la retirada espartana, los
atenienses y un buen número de estados egeos que deseaban continuar la guerra
contra Persia se reunieron hacia el invierno de 478/7 en la isla de Dólos, sede
del santuario de Apolo. Aquí fundaron una nueva alianza militar, la Liga de
Dólos, destinada a liberar a todos los estados griegos que aún permanecían bajo
dominio persa y a obligar a Persia a retirarse del Egeo. Los nuevos aliados
ofrecieron la hegemonía de la Liga a los atenienses, hegemonía que comportaba
principalmente el mando de las operaciones militares y la gestión de los
recursos financieros comunes. La Liga contaba también con un consejo general (koine synodos) en el que todos los
estados miembros estaban representados; quizá Atenas tuviera igualdad de
representación en relación a sus aliados, esto es, sumara ella sola la mitad de
los votos, o bien cada miembro de la alianza poseyera un voto y Atenas se
garantizara la mayoría con el apoyo de los estados pequeños. Algunos aliados,
los más importantes, debían aportar hombres y naves (miembros asociados)
mientras los demás abonarían una contribución económica (phoros) al tesoro de la Liga (miembros tributarios), que se fijó en
cuatrocientos sesenta talentos de plata anuales (cada talento equivale a unos
veintiséis kilogramos de plata).
Los acontecimientos que median
entre la constitución de la Liga y la Primera Guerra del Peloponeso (478-461)
ilustran la transformación de la Liga de Dólos, concebida originariamente como
alianza igualitaria, libremente consentida por los aliados, en dominación (arché) ateniense. De hecho, Atenas
comenzó inmediatamente a utilizar la Liga en su propio beneficio, incorporó
forzosamente algunos estados, impidió cualquier defección y estableció cleruquías
(asentamientos de ciudadanos atenienses fuera del Ática, que no perdían su
ciudadanía ateniense ni constituían una pólis
independiente). En 477 (o 476) la flota de la nueva Liga délica, bajo el
mando del estratego ateniense Cimón, conquistó Eyón, en Tracia, el bastión
persa más importante en Europa (Hdt., 7.106). Cimón convirtió Eyón en dominio
exclusivo de Atenas e instaló en ella clerucos atenienses. Quizá en 475, en
todo caso entre 477 y 475, Cimón tomó también la isla de Esci- ros, una guarida
de piratas molesta para todos los griegos del Egeo, bien situada además en la
ruta del trigo póntico que abastecía Atenas y en relación con el comercio
tesalio. Tras la conquista, los antiguos habitantes fueron expulsados y se
establecieron clerucos atenienses (Plu., Cim.,
8; Nep., Cim., 2.5). Entre 475 y 471,
Caristo, la única ciudad de la isla de Eubea que permanecía fuera de la Liga y
paso obligado en la ruta naval hacia el Ponto, fue obligada a incorporarse a la
alianza. En 471/470 Naxos, posiblemente disconforme con la evolución de la Liga
y el creciente poder de Atenas, trató de salirse de la alianza; pero los
atenienses y sus aliados sitiaron la isla, que fue obligada a capitular y a
volver a la Liga en 468. Posiblemente en 466 (la fecha oscila entre 469 y 466),
bajo el mando de Cimón, la flota de la Liga derrotó a los persas de manera
decisiva en la desembocadura del río Eurimedonte, en Panfilia. En 465, la isla
de Tasos se sublevó a causa de una disputa con los atenienses por la posesión
de las minas de oro y plata y los bosques, que los tasios explotaban en la
costa tracia. Cimón asedió la isla que se rindió en 462. Los tasios fueron
forzados a entregar la flota, derruir sus murallas y pagar tributo y perdieron
sus posesiones continentales, que pasaron a manos de Atenas. En 464, los
atenienses enviaron mil colonos propios y aliados a poblar Los Nueve Caminos (Ennea Hodoi), un lugar de Tracia próximo
a las minas y donde confluían las rutas comerciales de la zona. Pero los
colonos fueron destrozados por los tracios y el asentamiento hubo de ser
abandonado. En este mismo año (464), como consecuencia de un terremoto que
causó estragos entre la población espartiata, los hilotas mesenios se
sublevaron. Pasado el momento más grave de la revuelta, los espartanos acorralaron
a los hilotas en el monte Ítome en Mesenia, donde les sometieron a asedio. Como
el sitio se prolongaba, los espartanos, en virtud de la Liga Helénica, aún
vigente, solicitaron ayuda a Atenas y Cimón logró convencer al pueblo de que
enviara un cuerpo expedicionario al Peloponeso (463 o 462).
La investigación moderna ha
consagrado el nombre de Liga del Peloponeso para la alianza militar creada en
torno a Esparta, una denominación que resulta en cierto modo engañosa ya que,
si bien es verdad que la mayor parte de sus miembros eran pelopone-sios,la Liga
no incluía a todos los estados peloponesios (Argos y la Acaya permanecían
fuera), y, por el contrario, varios de sus miembros más importantes son
extrapelopone- sios, como era el caso de la Confederación beocia. Su
denominación oficial, mucho más exacta, era la de "los lacedemonios y sus
aliados".
Parece que los orígenes de la
Liga pueden remontarse a la primera mitad del siglo VI, cuando Esparta logra
extender su influencia en buena parte del Peloponeso. Este proceso parece
haberse completado o, en todo caso, estar muy avanzado hacia el 550 (Hdt.,
1.68.6). La Liga se formó teniendo como base una serie de tratados bilaterales
que cada Estado miembro había firmado con Esparta. Laxamente organizada al
principio, sería posible, por ejemplo, para cada aliado retirar su contingente,
incluso en medio de una campaña, si estaba en desacuerdo con el desarrollo de
la misma o con la actitud espartana. Después del fracaso de una expedición en
el Ática (506), la Liga estableció un Consejo (synodos) en el que todos los estados estaban representados, cada
uno disponía un voto y las decisiones se adoptaban por mayoría (Th. 5.30.1).
Como potencia hegemónica, Esparta dirigía las operaciones militares y convocaba
al Consejo, que se reunía de manera irregular (la primera reunión conocida tuvo
lugar en el 504 [Hdt., 5.91.2]). Después de esta reforma fue mucho más difícil
negarse a participar en una expedición votada por el Consejo de la Liga.
A los ojos de Esparta la Liga no
estaba destinada a imponer un imperio en el Peloponeso, sino a mantener
estables las fronteras lacedemonias y a evitar que algún Estado peloponesio
llegara a ser lo suficientemente poderoso para alentar las revueltas internas,
de hilotas o periecos, independizar Mesenia y amenazar la constitución política
y social de Esparta. Debido a ello, Esparta no impuso guarniciones ni exigió un
tributo regular en tiempo de paz. Sólo en caso de guerra, y si ésta se
prolongaba, los aliados debían aportar una contribución económica que se
gastaba únicamente en sufragar los gastos militares.
Inmediatamente después de la
Segunda Guerra Médica, Temístocles dominó la vida política ateniense. Este gran
estadista, sólo comparable a Pericles, impulsó la reconstrucción de las murallas
de Atenas, que habían sido destruidas durante la guerra, rechazando la
especiosa oposición de los espartanos (éstos argumentaban que, si los persas
volvían, podrían apoyarse en el recinto fortificado ateniense). En realidad, la
nueva muralla constituía la condición indispensable para poder desarrollar una
política independiente sin temor a un ataque de los hoplitas peloponesios. Poco
después (477), se emprendió la fortificación de El Pireo, destinada a proteger
la flota. Las fortificaciones y la Liga de Délos fueron, pues, los dos
instrumentos principales en los que Atenas basó su poder. Temístocles era
partidario de continuar la guerra contra Persia, su política supuso también un
distancia- miento de Esparta y tendió a fortalecer la influencia de los thetes. Arístides y Cimón se opusieron a
estos dos últimos aspectos de la política temistoclea. Ambos eran ciertamente
partidarios de aumentar el poder de Atenas, hasta convertirlo en franco
imperialismo en el seno de la Liga de Delos, y de continuar la guerra contra
Persia, pero, a diferencia de Temístocles, deseaban conservar las buenas
relaciones con Esparta y contener todo avance democrático. En 472/1, la
influencia de Arístides, los éxitosn militares de Cimón y, quizá, la presión
espartana se conjugaron para lograr el ostracismo de Temístocles. Perseguido
por toda Grecia, Temístocles hubo de pedir asilo al propio rey persa, que le
concedió un espléndido retiro en la costa de Asia Menor, donde habría de morir
algunos años más tarde.
El ostracismo de Temístocles
abrió la puerta a una década de predominio de Cimón en la escena política
ateniense (471-461), durante la cual se mantuvo la amistad con Esparta y no se
registra ninguna reforma en la constitución democrática. Sin embargo, durante
este período otros líderes tomaron el testigo de la política de Temístocles;
especialmente Efialtes, en cuya facción comenzó su carrera política el joven
Pericles. En 462, aprovechando la ausencia de Cimón, que se encontraba con el
cuerpo expedicionario ateniense en el Peloponeso en apoyo de Esparta, Efialtes
logró que los poderes principales del Areópago, el último reducto del poder
aristocrático, cuales eran el control de los magistrados, la rendición de
cuentas y los procesos políticos, fueran transferidos a otras instituciones
como el Consejo de los Quinientos, la Asamblea y los tribunales populares. Poco
después, el contingente ateniense en Mesenia fue despedido por los lacede-
monios, únicamente ellos de entre todos los aliados, pretextando que no los
necesitaban (temían en realidad que ayudaran a los mesenios). Semejante
humillación supuso un duro golpe para el prestigio de Cimón que, a su regreso,
intentó oponerse a las reformas (Plu., Cimon,
15.2-3 y Per., 2.5) pero fue
ostraquizado (461). Efialtes fue asesinado pero nada pudo detener ya el avance
democrático: hacia 457 el arcontado fue abierto a los zeugi- tas, que formaron
parte desde entonces del Areópago, reducido ahora a un tribunal competente en
algunos casos de homicidio y de Derecho religioso.
El ostracismo de Cimón llevó al
primer plano de la vida política ateniense a un grupo de líderes, como
Mirónides, Tólmides y Pericles, que eran hostiles a Esparta. En consecuencia, a
partir de ahora la Liga Helénica se considera rota, Atenas firmó alianzas con
los tesalios y sobre todo con Argos, el enemigo de Esparta, y se inmiscuyó en
un conflicto fronterizo entre Mégara y Corinto, dos miembros de la Liga del
Peloponeso, a favor de la primera. Los atenienses ocuparon varios puntos en la
Megáride y se enfrentaron a los corintios y sus aliados. Tras un primer fracaso
en Halieis, los atenienses batieron a la escuadra peloponesia (459/8). Al año
siguiente (458/7, la fecha es dudosa) los atenienses volvieron a derrotar a los
corintios y sus aliados en dos encuentros terrestres; en los años 456/5 y 455/4
(las fechas son nuevamente inseguras), Tólmides costeó el Peloponeso y poco
después (454/3), Pericles llevó a cabo una expedición en el golfo de Corinto.
Asimismo, los atenienses emprendieron el asedio de Egina (459/8), que se había
unido a los corintios y que capituló en 457. Este mismo año los espartanos
intervinieron en Grecia central previsiblemente para crear una fuerte alianza
hostil a Atenas en las mismas fronteras del Ática. En Tanagra, hacia junio, los
lacedemonios y sus aliados junto con los beocios derrotaron a los atenienses.
Sin embargo, pocos días después, los atenienses vencieron a los beocios en un
nuevo encuentro que tuvo lugar en Enofita y obtuvieron el control de Grecia
central. A finales de este año se concluyeron los Muros Largos, que unían
Atenas con El Pireo y que convertían a la ciudad virtualmente en inexpugnable
por tierra. Este período confiictivo se denomina Primera Guerra del Peloponeso
(461-445).
Desde 459 Atenas había desplazado
un cuerpo expedicionario en Egipto en apoyo de la revuelta que había estallado
en el Delta contra el nuevo rey persa Artajerjes (Jerjes había sido asesinado
en el 466/5), pero la intervención ateniense en Egipto fracasó (454), lo que
provocó, entre los años 454 y 451, algunas sublevaciones en la Liga de Delos.
En 451, enfrentada a Persia y amenazada por Esparta, la situación se había
vuelto tan preocupante que Atenas, por impulso de Pericles, hizo regresar a
Cimón de su exilio. El viejo líder logró un armisticio de cinco años con los
lacedemonios y sus aliados. Esta pausa permitió a los atenienses acabar con las
sublevaciones en la Liga y combatir más eficazmente a los persas. En 450, los
atenienses enviaron una flota a Chipre, bajo el mando de Cimón y, aunque éste
murió en el infructuoso asedio a Citio, la armada aplastó a los persas en
Salamina de Chipre. Tras largos años de combates sin avances significativos, a
pesar de las numerosas dudas y debates historiográficos que subsisten, Persia
se avino a firmar la llamada Paz de Calías (449) que la apartó del Egeo durante
los siguientes cuarenta años. En este mismo período Atenas comenzó a extender
su influencia en la Sicilia griega y firmó alianzas con Segesta (458/7 o 454/3)
y con Leontinos (en algún momento en la década de los cuarenta).
Tras el acuerdo de paz, la Liga
de Delos debía disolverse, pero Atenas organizó un Congreso panhelénico (448)
con el propósito de asegurar la libertad de los mares, dándose así una nueva
misión que le permitiera otorgar continuidad a la Liga y seguir recabando
tributos. Aunque el Congreso fracasó, Atenas no sólo mantuvo la Liga sino que,
como tendremos ocasión de considerar en el capítulo siguiente, a lo largo de
este período turbulento (461-445) reforzó su política imperialista. En la
primavera de 446, los exiliados beocios, con ayuda de algunos locrios,
derrotaron a los atenienses en Coronea (Beocia) y Atenas se vio obligada a
abandonar Grecia central. Inmediatamente después se sublevaron Mégara y Eubea
y, una vez concluido el armisticio, los peloponesios invadieron el Ática, pero
se retiraron rápidamente al parecer porque Pericles sobornó a Cleán- dridas,
consejero del rey espartano Plistoanacte. Si bien los atenienses lograron
someter Eubea, ambos contendientes se hallaban agotados y concluyeron la Paz de
los Treinta Años (445), llamada así por el tiempo previsto de duración, y que
restablecía básicamente la situación de equilibrio anterior a 461, reconocía la
existencia de ambas alianzas, la Liga de Delos y la Liga del Peloponeso, e
introducía el principio de no intervención de cada potencia en el bloque
contrario. Los estados que no pertenecían a ninguna alianza quedaban libres
para adscribirse a cualquiera de ellas.
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