domingo, 24 de diciembre de 2017

Atlas histórico del mundo griego antiguo Adolfo J Domínguez José Pascual Capítulo 25 La economía griega

Como acontece en la práctica totalidad de las sociedades preindustriales, la economía griega era abrumadoramente agrícola, esto es, se basaba sobre la tierra de cuya explotación dependía gran parte, quizá un 80% como mínimo, de la población total. Debido a la pobreza del suelo griego, a la escasa pluviosidad anual, al bajo nivel tecnológico, a las limitaciones de la mano de obra y al desigual reparto de la propiedad, la inmensa mayoría de los campesinos griegos vivían bordeando el nivel de subsistencia, sometidos al continuo temor de que una mala cosecha provocara una grave penuria o diera lugar a la aparición de la hambruna.
En el mundo griego era normal que sólo los ciudadanos varones adultos, mayores de dieciocho años, poseyeran bienes inmuebles, casas o terrenos. Existía, pues, un estrecho vínculo entre ciudadanía y propiedad de la tierra; de hecho, la agricultura se consideraba la actividad por antonomasia del ciudadano y del hombre honrado, mientras que la artesanía, el comercio y el trabajo asalariado eran vistos con desdén. Ciertamente la herencia, con la división de la propiedad entre los herederos, constituía una preocupación fundamental de la familia campesina, pero la fragmentación por razones de herencia se hallaba, no obstante, limitada por la cortedad de las familias griegas, los enlaces matrimoniales que tendían a proteger y a aumentar las propiedades y por la propia legislación, que se preocupaba por el mantenimiento estable del número de lotes campesinos. En contra de algunas afirmaciones modernas parece haber existido una considerable estabilidad en la propiedad de la tierra. De las escasas y dispersas noticias que conservamos parece desprenderse que predominaba la pequeña y mediana propiedad, entre cuatro y diez hectáreas, que puede considerarse una extensión capaz de sostener a la familia de un hoplita. Era posible hablar de una gran propiedad a partir de la veintena de hectáreas; sin embargo, estas grandes propiedades no constituían normalmente latifundios continuos sino que se refieren más bien a la suma de los lotes dispersos que pertenecían a un único propietario (Lys., 17.5; Aesch., Timarco, 97-98). La propiedad colectiva, sea del Estado, de santuarios o de asociaciones privadas era también muy notable, y quizá supusiera en torno al 10% del total.
En buena parte de Grecia las explotaciones agrícolas tendían a ser rectangulares y estaban cercadas por setos, árboles o muros. Existía cierta homogeneidad en cuanto a los cultivos y las técnicas, y las diferencias sustanciales dependían del tipo de suelo y de la mayor o menor proximidad al lugar de residencia del cultivador; unos cinco kilómetros, el equivalente a una hora de camino, se juzgaba como la distancia máxima. La familia constituía la unidad primaria de producción y consumo y el cultivo tenía como finalidad principal la autosuficiencia de la familia del propietario y no el mercado. De este modo, la práctica totalidad de la producción se consumía dentro del propio ámbito de la familia campesina; el excedente restante, si es que existía, se almacenaba en su mayor parte y era poco lo que se trasladaba al mercado. Con el fin de garantizar dicha autarquía, se cultivaban varios productos simultáneamente, lo que permitía la entrada de diversos alimentos y la reducción de los posibles riesgos provocados por una mala cosecha en un determinado cultivo. Así, la explotación agrícola estaba dedicada al grano, que constituía el 70-75% de la dieta cotidiana, fundamentalmente cebada, más resistente a la sequedad y menos exigente desde el punto de vista edafológico, y, además, se cultivaban legumbres, algunas hortalizas, vides, olivos, higueras y almendros. Junto a la explotación podía existir alguna instalación como una casa con una torre (pyrgos), con el fin esta última de almacenar y proteger los productos de humedades y salteadores, y un patio (aulé) para facilitar las labores agrícolas. Las granjas estaban acondicionadas para residir todo el año, aunque el propietario y su familia preferían vivir en un lugar agrupado, fuera ciudad, pueblo o simplemente aldea. El rendimiento de los cultivos cerealícolas solía ser bastante mediocre, cuatro granos por cada uno sembrado (ratio 4:1) podía juzgarse una buena cosecha. El agricultor trabajaba la tierra por sí mismo con ayuda de la unidad familiar y de uno o dos esclavos, y en algunos momentos de concentración del trabajo agrícola contrataba jornaleros entre los ciudadanos y los metecos.
Todas las casas campesinas contaban con un pequeño número de cabezas de ganado doméstico. Puesto que el ganado rivalizaba con el hombre en la alimentación y en el aprovechamiento de los campos de cultivo, nunca fue la ocupación fundamental, de hecho, los griegos consumían poca carne, unos dos kilogramos por persona y año, buena parte procedente de la caza, de modo que el ganado se criaba para complementar la autarquía familiar principalmente con sus lácteos, lanas, pieles y huesos. En realidad, era el pescado y no la carne el alimento principal que introducía proteínas animales en la dieta. El agricultor recogía leña, combustible imprescindible, y recolectaba también varias plantas silvestres como hinojo, cardos, bayas de enebro u ortigas. Finalmente, la confección de determinados alimentos como el pan, el vino, el vinagre y el mosto o los higos secos, la elaboración textil, la producción de carbón vegetal y la manufacturación de diversos utensilios, trabajos todos ellos realizados en el seno del núcleo familiar, complementaban eficazmente la autosuficiencia de la casa campesina.
El modelo descrito no puede ser aplicado íntegramente a la totalidad del mundo griego; en algunas zonas, como, por ejemplo, en Grecia central, se dio un cierto grado de simbiosis entre agricultura y ganadería, con cultivos agrícolas y una trashumancia diaria de corta distancia; en otras áreas, como en el Norte y Noroeste o la Alta Macedonia, predominó, en cambio, una ganadería de trashumancia a menudo estacional.

En el ámbito de la artesanía apenas tenemos datos que nos devuelvan el estatus jurídico de los propietarios de talleres y su nivel de renta, la situación de la mano de obra, la productividad y la organización interna e importancia de la artesanía en el conjunto dela economía griega. Además de los talleres dedicados en exclusiva a la producción artesanal, suponemos, como hemos dicho, que una parte sustancial de la producción (alimentos, tejidos, herramientas y diversos utensilios) se circunscribía al ámbito de la artesanía doméstica, realizada en el interior de la casa y que empleaba sobre todo a las mujeres y se dirigía a satisfacer las necesidades autárquicas de la unidad familiar. En ocasiones, el campesino podía también complementar sus ingresos con algún producto artesanal y quizá esta artesanía a tiempo parcial pudo constituir un porcentaje importante de la producción. Otros talleres se hallaban incluidos en las explotaciones agrícolas y subordinados completamente a ellas como, por ejemplo, la producción de ánforas olearias, vinarias o cerealícolas.

La mayor parte de los talleres artesanales griegos eran de dimensiones muy modestas y contaban usualmente con el propietario, asistido a veces por su propia familia y por uno o dos esclavos, y sus producciones en raras ocasiones traspasaban el ámbito local. Unos pocos talleres, donde el dueño trabajaba en compañía de una decena de esclavos, eran considerados ya de tamaño mediano. A partir de la veintena o treintena de trabajadores podemos hablar de grandes talleres en los que un rico artesano absentista confiaba la dirección a un esclavo que hacía de encargado. El taller más grande que conocemos ocupaba, en 404/3 en Atenas, a ciento veinte esclavos. Todo parece indicar que los oficios artesanales eran muy diversos y estaban sumamente especializados y, así, podemos encontrar perfumistas, escultores, ceramistas, fabricantes de escudos o de espadas, etc.
Los propietarios de talleres eran metecos o ciudadanos y quizá el porcentaje de estos últimos pudo ser mayor de lo que pensamos. Entre los trabajadores, sin duda en los grandes y medianos talleres, predominaba la mano de obra esclava, pero en los pequeños el trabajo del dueño y de su familia seguía siendo esencial. En momentos de aumento de producción se acudía a la contratación de asalariados libres. Conocemos muy poco de la organización interna del taller, más allá de una rudimentaria división entre el encargado, los trabajadores y aprendices y algunas especializaciones, por ejemplo, en los talleres cerámicos existían ceramistas y pintores. Dado el escaso nivel técnico, la productividad era baja y cada producto consumía una buena cantidad de horas de trabajo. El tipo habitual era el taller-tienda abierto hacia la calle, anejo a la vivienda del propietario; en algunos casos, los talleres dedicados a una misma producción tendían a concentrarse en determinadas calles, y muchos de ellos se situaban en las plazas o ágoras, en otras ocasiones, como los ceramistas o tallistas, podían localizarse extramuros.
Como sucede con otros aspectos de la vida económica y social, la situación jurídica de cuantos participaban en la actividad comercial y la organización y el volumen de los intercambios en gran medida se nos escapan. Buena parte de los mercaderes eran metecos pero la mayoría, especialmente a pequeña escala, debía estar compuesta por ciudadanos. Asimismo el comercio empleaba esclavos y asalariados libres. Entre los tipos de mercaderes que conocieron los griegos destacaban el propio productor que vendía directamente sus excedentes (autopoles); el mercader al detalle (kapelos) y el comerciante al mayor que compraba o vendía en el exterior (emporos). En el tráfico comercial eran además importantes el nauclero, el dueño de un barco, que era también a veces propietario de mercancías, y los prestamistas que aportaban parte del capital necesario para la adqui
sición de los productos. Los préstamos marítimos se contrataban a un elevado interés (20-30%), debido a los riesgos que se asumían (tempestades, piratería, etc.), pero los beneficios podían ser también muy elevados (en torno al 100%).
Como Grecia nunca tuvo buenos caminos que fueran transitables para carros, el transporte terrestre en recuas de caballerías era terriblemente lento y costoso. Se prefería agotar hasta donde fuera posible el transporte marítimo. Precisamente en el tráfico ultramarino, esencialmente de gran volumen y de materias primas, se encontraba el negocio. Los barcos mercantes eran, por lo general, redondos, pesados y panzudos con una relación entre la eslora y la manga de 4:1 (7:1 era el caso de un barco de guerra) y, si bien algunos iban propulsados por remeros, se trataba normalmente de naves a vela que contaban con una sola arboladura y un único lienzo cuadrado. Aunque algunos navíos mercantes alcanzaban las cuatrocientas toneladas, la media solía situarse entre las treinta y las setenta. La tripulación de un mercante incluía unos veinte marineros, la mayoría probablemente esclavos, unos pocos oficiales y el nauclero o propietario del barco. La temporada de navegación se extendía desde finales de marzo a finales de octubre o los primeros días de noviembre, y eran pocos los que se aventuraban a navegar en invierno; la navegación era casi siempre de cabotaje y se transportaba principalmente carga y no pasajeros.
Durante el siglo V El Pireo se convirtió en el principal puerto del Mediterráneo oriental. Además de las importantes rutas navales que unían Corinto con Occidente, conocemos varias principales que enlazaban buena parte del Mediterráneo con El Pireo. Por ejemplo, la ruta del trigo póntico que unía El Pireo con el Ponto Euxino; la de la madera y los metales de Tracia y Macedonia, que iba desde el puerto ateniense hacia la Cal- cídica, Tasos y Anfípolis; la ruta que atravesaba las Cícladas en dirección a Samos y el litoral de Asia Menor y de aquí a Rodas, Chipre, la costa fenicia o el delta del Nilo, y la que vinculaba El Pireo con Corinto por medio del diolkos, el camino de piedra en el Istmo entre el golfo de Corinto y el Sarónico.
Al llegar a puerto y desembarcar las mercancías era normal pagar unos derechos de aduanas del 2%. Después, la carga se trasladaba a los almacenes comerciales donde era depositada, custodiada y expuesta a los posibles compradores.
Otro aspecto importante de la economía griega durante la época clásica fue el nacimiento y desarrollo de la banca, que estaba fundamentalmente en manos de metecos. Establecimientos destinados en origen al cambio de moneda, los bancos aceptaban también depósitos en objetos y dinero, realizaban pagos o cobros por cuenta del cliente y concedían préstamos al consumo o para financiar el tráfico marítimo. Pero conviene no exagerar el auge bancario: a pesar de todo, la importancia de la banca fue limitada y los bancos continuaron siendo instituciones de cambio más que de crédito. Además, como los metecos no podían aceptar como aval propiedades inmuebles, que constituían la base fundamental de la riqueza, lo que llamaríamos préstamos inmobiliarios se siguieron concertando entre ciudadanos particulares.
El período helenístico introdujo nuevos elementos en la vida económica. Así, el desarrollo de la urbanización con la fundación de más de trescientas póleis dinamizó la vida económica. La economía monetaria consiguió extenderse y la banca, pública o privada, cobró un nuevo impulso. Los monarcas exigían el empleo de grandes medios para reali zar sus proyectos, su corte, el ejército y la flota, los gastos suntuarios y el mecenazgo. Ello llevó a un proceso de concentración económica, al desarrollo del sistema impositivo con la multiplicación de impuestos directos o indirectos, muchos de los cuales se arrendaban a particulares, normalmente griegos, y a la aparición de ciertas tendencias diri- gistas y monopolistas. Otro elemento esencial de la época fue el auge comercial. Las rutas a larga distancia que unían el Mediterráneo con la India, Arabia o Nubia se encontraban ahora en gran parte en manos de los griegos. Aumentó, en consecuencia, el número y el volumen de los intercambios y surgieron nuevos centros comerciales como Seleucia del Tigris en Mesopotamia, Alejandría en Egipto, Antioquía en Siria y Rodas y Delos, esta última a partir de 167, en el Mediterráneo (véase mapa del capítulo 39). No obstante, todas estas novedades no parecen haber modificado sustancialmente las condiciones de vida anteriores y se puede afirmar que las diferencias en relación con la época clásica fueron en realidad de escala y no de naturaleza.

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